GRATUIDAD Y ALEGRÍA

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

11 septiembre 2022

Lc 15, 1-10

En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada hasta que la encuentra? Y cuando al encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: «¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido». Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que le encuentra? Y cuando la encuentra reúne a las vecinas para decirles: «¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido». Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.

GRATUIDAD Y ALEGRÍA

Muchos de nosotros hemos sido educados en la idea del mérito y el ideal de perfección. No dudo de que nuestros educadores, formados también en esas mismas claves, lo hicieron con la mejor intención.

Sin embargo, ambas claves conllevan riesgos graves, ya que, en la práctica, refuerzan el voluntarismo, el moralismo, el orgullo espiritual, el fariseísmo, la represión -y el consiguiente descuido- de la propia sombra, el juicio rápido a los otros -a quienes se mide con la vara del mérito y de la “perfección”- y el olvido de la gratuidad como dimensión básica de la existencia.

Estos elementos permiten captar la ironía de Jesús cuando habla de “los justos que no necesitan arrepentirse”. Quienes se hallan asentados en el pedestal de la “perfección” -quienes se creen “justos”- no pueden sino mirar con desprecio a los “pecadores”. Sin advertir que en ellos mismos ha desaparecido la actitud más clara de madurez -o de perfección bien entendida-: la gratuidad. Por el contrario, quienes reconocen y aceptan su propia sombra no caerán en la trampa de creerse por encima de los demás. El autoconocimiento constituye, sin duda, la mejor escuela de humildad.

Quien sabe que todo es gracia, aun valorando el esfuerzo e incluso el mérito, no hace de estos el “ideal” de vida, sino que vive en apertura, disponibilidad y gratitud, sin apropiarse de algo que no es suyo.

La vivencia de la gratuidad es, al mismo tiempo, la fuente de la alegría. Alegría que desaparece cuando predomina la apropiación y la dinámica del ego. Y es sustituida por la sensación de carga, la tensión y, con frecuencia, por el resentimiento más o menos amargado.

Para quien recibe todo como regalo y aprende a vivir diciendo “sí” a la vida, se abre el manantial de la alegría y de la compasión. O, como dice Jesús, la “alegría en el cielo”.

¿Qué lugar ocupa la gratuidad en mi vida?