EL CIELO ABIERTO
Comentario al evangelio del domingo 12 enero 2025
Lc 3, 15-16.21.22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”.
EL CIELO ABIERTO
En la simbología mítica, la imagen del “cielo abierto” era una forma de expresar la comunicación entre los dioses y los humanos. Seguían siendo dos planos netamente diferenciados -cielo y tierra-, pero habían entrado en contacto. A partir de ahí, los humanos podían beneficiarse de los favores divinos.
En el relato de su bautismo, se da a entender que, para la creencia cristiana, el cielo “se abre” definitivamente con Jesús, que es confirmado como “el hijo amado, el predilecto”.
Desde nuestra comprensión, esas palabras van dirigidas a todo ser humano. Abrirse el cielo significa acceder a aquello que somos en profundidad, vivir en conexión con nuestra verdadera identidad. Y, al hacerlo, descubrimos que cada uno y cada una somos “hijos/as” amados, que equivale a decir que somos hijos e hijas del Amor, en cuanto naciendo del mismo y único Fondo de donde brota todo lo que es.
Al “abrirse el cielo” -al vivir conscientes de nuestra verdadera identidad y en conexión con ella-, todo se llena de luz, de gozo y de amor. Se siguen notando los límites y fragilidad de nuestra forma impermanente, pero también todo eso se vive desde la nueva comprensión.
ANGELUS SILESIUS Y EL MENSAJE NAVIDEÑO // Imanol Bacaicoa
Una invitación a la contemplación y oración silenciosa
En el mundo de la sabiduría espiritual, la obra de muchos autores ha quedado relegada al ostracismo religioso a causa del uniformismo y dogmatismo de las religiones oficiales, especialmente en las llamadas religiones del libro. Sin embargo, dentro de estas tradiciones podemos descubrir una sabiduría perenne en algunos autores del misticismo cristiano, de la cábala judía o del sufismo en el Islam.
Uno de los grandes representantes del misticismo cristiano es Angelus Silesius, seudónimo de Johannes Scheffler, un prolífico autor nacido en Breslau (actual Polonia, con un pasado germánico). Su obra mística y contemplativa se asemeja a la de otros autores como Jakob Böhme y el Maestro Eckhart, quienes, insertos en la denominada mística renana, desarrollaron una visión contemplativa y profunda de la religión, en contraste con el luteranismo predominante en su entorno.
Silesius se convirtió al catolicismo, integrándose en la corriente mística de la Contrarreforma, aunque su pensamiento trasciende las formas religiosas externas. Considerado el «último de los místicos alemanes», su pensamiento conecta con la tradición de la gnosis cristiana. Obras como El peregrino querubínico son cimas del misticismo barroco alemán.
Los versos de Silesius exploran las grandes paradojas del misticismo cristiano, como la eternidad en el tiempo y la unión entre Dios y el hombre. Influenciado por autores como Böhme y San Juan de la Cruz, su obra, impregnada de belleza espiritual, ha sido admirada por poetas de la talla de Goethe, Rilke y Borges.
El nacimiento espiritual: Reflexiones navideñas
En este año se cumplen 400 años de su nacimiento, y, de manera casual -o causal-, se le atribuye su nacimiento o bautismo durante las fechas navideñas. Esta coincidencia resalta la invitación espiritual de esta celebración en algunos epigramas de El peregrino querubínico:
«Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, y no naciera en ti, tú estarías por siempre perdido.»
«El culmen de la bienaventuranza tan sólo consiste en esto: que uno debe haber nacido en su Ser de Dios.»
«Si el Espíritu de Dios te toca con su esencia, nace en ti el niño de la eternidad.»
En la figura modelo de la cristiandad católica, Silesius señala: «He de ser María, y Dios ha de nacer de mí, si Él me ha de conceder la beatitud eterna.» Asimismo, presenta la infancia espiritual como una necesidad fundamental, tal como señala la Escritura: «Si no te conviertes en niño, no entrarás en donde están los hijos de Dios: la puerta es estrecha.»
Una invitación a la contemplación y oración silenciosa
Los aforismos espirituales de Silesius nos invitan a la contemplación como misión esencial del ser humano. Este modo de entender el nacimiento navideño nos conduce a una comprensión más universal –y curiosamente «católica», en el sentido de inclusiva–, más allá de ideologías o credos.
En cualquier tiempo y lugar, la Navidad se presenta como una invitación a la contemplación, dejando en un segundo plano su origen mágico o histórico para destacar su dimensión espiritual. En este contexto, el niño Dios se hace barro y pobre, para revelar la riqueza de la presencia de lo eterno en el corazón humano, evocando un nacimiento continuo en la existencia. Nos invita a una meditación silenciosa que nos conduce a una comprensión más profunda y reveladora del misterio.
«Dios es tan superior a todo que nada puede expresarlo. Por eso, lo adoras mejor con el silencio.»
El texto bíblico, repetido de manera cíclica cada año, nos invita también a este silencio contemplativo. Así concluyo con un último aforismo de esta obra esencial del místico alemán:
«La Palabra resuena más en ti que en la boca de otro. Si puedes hacerle silencio, la oirás al instante».
Imanol Bacaicoa.
«LA MUERTE ME HA VISITADO PARA RECORDARME QUE SOY (SOMOS) VIDA»
Ponencia en el VIII Foro de Espiritualidad del Sur: «Acoger la muerte, abrazar la vida».
Málaga, 9 de noviembre de 2024.
PALABRA, VIDA Y LUZ
Comentario al evangelio del domingo 5 enero 2025
Jn 1, 1-18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Este es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo»”. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
PALABRA, VIDA Y LUZ
De una manera bellísima, en el Prólogo del cuarto evangelio, se recoge esta afirmación: “En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. En cierto modo, el citado Prólogo deja ver los tres términos -Palabra, Vida y Luz- como equivalentes. Por tanto, tendremos luz -viene a decir- en la medida en que nos reconozcamos como vida y vivamos en esa consciencia.
La fuente de nuestro sufrimiento -y, previamente, de nuestra confusión- no es otra que la ignorancia que nos hace pensarnos separados o desconectados de la vida. Esta primera creencia errónea nos lleva, por un lado, a entrar fácilmente en guerra con la vida -siempre que algo nos frustra- y, por otro, a un sentimiento irresoluble de soledad y vacío.
La luz emerge cuando, superada esa falsa creencia, descubres que, en tu verdadera identidad, eres vida, o mejor aún, que todo es vida que fluye y se expresa en infinidad de formas. Basta verlo para que toda tu existencia quede admirablemente iluminada.
Y todo ello -recuerda el texto- nace de la Palabra. Es este un término que traduce el original griego “Logos”, que a su vez hace alusión a la Inteligencia que rige todo el despliegue del mundo de las formas.
Así entendemos que sean expresiones sinónimas: la comprensión nos sintoniza con el Logos o Inteligencia última, que es uno con la Vida -entendida como proceso inteligente y autodirigido– y, por ello mismo, uno con la Luz.