VIVIR EN LA ATENCIÓN

Domingo I de Adviento

3 diciembre 2023

Mc 13, 33-37

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, porque no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!”.   

VIVIR EN LA ATENCIÓN

Algunas parábolas, probablemente por influjo de los responsables de las primeras comunidades, acabaron tomando un tono, no ya solo moralizante, sino incluso amenazador: el “dueño de la casa” podría aparecer en el momento menos pensado, dispuesto a castigar el menor descuido.

Es una pena, porque el tono moralizante y amenazador, no solo desvirtúa la sabiduría que la parábola contiene, sino que hace que sea desechada por una mente adulta.

La sabiduría se mueve en otra dirección: no hay que “velar” para que no nos castiguen, sino para vivir cada vez más en plenitud, es decir, en coherencia con lo que realmente somos.

Velar significa estar despierto, por contraposición al sueño, que es sinónimo de despiste, ignorancia y confusión, que acaban en sufrimiento. Así entendida, la parábola plantea esta cuestión: ¿quieres vivir despierto, consciente de quien eres, acogiendo la vida y permitiendo que la vida se viva en ti, o prefieres seguir sobreviviendo en la superficie, a merced de lo que suceda, ignorante de tu referencia interna o brújula interior?

Pues bien, lo que marca la diferencia entre vivir despierto o sobrevivir adormilado es la atención: eso significa la invitación a “velar”. Atención no es tensión, como alguien parece entenderla, sino todo lo contrario: descanso consciente apoyado en la confianza.

Vivir en la atención -la única manera de vivir con gusto y sentido- significa vivir en presente. Desde ahí, podemos recordar el pasado e incluso preparar el futuro, utilizar la mente -como una herramienta- cuando la necesitamos y comprometernos en procesos de cambio individual o colectivo. Peri nada de eso tiene por qué sacarnos del presente y, en último término, de la presencia que somos.

Vivir en la atención significa vivir en conexión con nuestra verdadera identidad, en ese “lugar” donde, más allá de los movimientos mentales y emocionales, experimentamos de manera estable la paz y la vida.

EL AMOR, CRITERIO DE VERDAD

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

26 noviembre 2023

Mt 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: «Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Entonces los justos le contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?». Y el rey les dirá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis». Y entonces dirá a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». Entonces también estos contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?». Y él replicará: «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo». Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.

EL AMOR, CRITERIO DE VERDAD

Incluso una parábola tan sabia y hermosa como esta puede quedar pervertida cuando se lee, no en clave sapiencial sino moralizante. En esta última, el acento se coloca de manera inmediata en el premio y el castigo, en las “ovejas” y las “cabras”, en la “derecha” y la “izquierda”.

La lectura sapiencial, por el contrario, se mueve en parámetros totalmente diferentes, ya que la sabiduría únicamente busca una cosa: favorecer la comprensión experiencial, es decir, evocar, facilitar y favorecer el acceso a la verdad de lo que somos.

Si se entiende bien, podría decirse que a la sabiduría no le interesa la moral, sino la verdad. Porque solo de tal comprensión -del reconocimiento de la verdad- podrá nacer la acción adecuada.

Tampoco la parábola quiere recrear el escenario de un imaginario “juicio universal” tras la muerte. Esa es únicamente la metáfora que le sirve de vehículo.

El objetivo de la parábola parece obvio: La Realidad es Amor. Por eso, acertamos cuando vivimos el amor y nos perdemos cuando lo ignoramos.

El amor del que se habla no tiene que ver, de entrada, con la emoción o el sentimiento, sino con la comprensión y la consciencia de unidad. No se basa en lo que pueda vibrar en mi sensibilidad -aunque requiera que esta se halle mínimamente limpia y vibrante-, sino en la certeza de que todos y todo somos uno.

Así entendida, la parábola es una invitación a pasar de la errónea consciencia de separatividad -característica del estado mental, que nos hace girar en torno a los intereses del ego- a la consciencia de unidad, en la que nos vivimos en comunión, entrega y servicio; no por un principio moral, ni por obedecer un mandato divino, ni por temor a ser enviados al infierno, sino porque hemos “visto” lo que somos.

Por ello, el amor no se queda en un sentimiento romántico, sino que es invitado a mirarse en el espejo de un criterio prioritario: la persona en necesidad. Y se concreta en el cuidado eficaz de quien más sufre.   

LA IMPORTANCIA DECISIVA DEL «DESDE DÓNDE»

Reconozco, valoro y agradezco todos los “avances” de la humanidad, de la que formamos parte como un eslabón más, en todos los campos. Reconozco y valoro igualmente todo el esfuerzo, el compromiso -el término “lucha” no me gusta, porque me evoca dualismo, consciencia de separatividad y enfrentamiento inútil-, la entrega… Valoro y agradezco el poder de la mente y todo lo que es capaz de llevar a cabo. Reconozco y valoro todos los avances científicos, técnicos, tecnológicos, sociales, políticos -¿cómo no hacerlo?- y los vivo con gratitud.

Pero me parece que la cuestión decisiva no está ahí, en lo que hacemos los humanos, sino en desde dónde lo hacemos. Ese desde dónde apunta a lo que suelo llamar el “buen lugar” o lugar adecuado.

Pero ese “lugar” únicamente podemos conocerlo cuando -de manera consciente o inconsciente- hemos encontrado respuesta a la pregunta realmente decisiva: ¿qué es lo realmente real? y, en definitiva, ¿qué soy yo? Este es el trabajo de la comprensión o sabiduría.

Tal como lo veo, resumiendo todo, solo podemos actuar desde “dos lugares”: desde la consciencia de separatividad (es decir, desde la mente pensante y el ego) o desde la consciencia de unidad (es decir, desde la comprensión de lo que somos). Los resultados serán radicalmente diferentes.

Y es ahí donde, aun valorando todo el progreso y el esfuerzo humano, me pregunto: ¿No hemos creado y seguimos creando un monstruo en nuestras sociedades noroccidentales y, en consecuencia, en todo el planeta? Un monstruo es algo desproporcionado, que ocurre cuando una parte crece exageradamente mientras las otras quedan atrofiadas.

Si venimos a nuestra humanidad, es innegable el enorme desarrollo antes mencionado en todos los campos. Sin embargo, ¿dónde ha quedado el nivel ético (en un mundo atravesado por la injusticia planetaria)?, ¿y el ecológico (con la amenaza de acabar con el planeta)?, ¿y el psicológico (con el creciente deterioro de la salud mental en adultos y en jóvenes)?, ¿y el espiritual (con la ignorancia y el olvido de nuestra dimensión más profundo)?… ¿No es un monstruo el resultado al que conduce actuar desde una consciencia de separatividad? A la vista de ello, ¿cómo podemos seguir manteniendo una actitud decimonónica, materialista y cientificista, que actualmente la propia ciencia ha superado?

No veo otra alternativa que la comprensión, que nos sitúa en aquel lugar donde reconocemos la verdad profunda de lo que somos, de la que deriva el cuidado de todos los niveles antes mencionados. Esa es la consciencia de unidad, en la que nos reconocemos diferentes -y agradecemos las diferencias-, pero comprendiendo que, en nuestra verdad profunda, somos lo mismo. Este, y no otro, es lo que entendemos por “camino espiritual”.

Zizur Mayor, 19 de noviembre de 2023.

LA VIDA NO ES UN AJUSTE DE CUENTAS

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

19 noviembre 2023

Mt 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y les dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: «Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco». Su señor le dijo: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor». Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: «Señor, dos talentos me diste; mira, he ganado otros dos». Si señor le dijo: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor». Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: «Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento en la tierra. Aquí tienes lo tuyo». El señor le respondió: «Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que, al volver, yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes»”.

LA VIDA NO ES UN AJUSTE DE CUENTAS

Desde siempre me ha rechinado el tono moralizante de esta parábola, que parece nacida más de un ambiente fariseo que de la sabiduría de Jesús. Dudo, por ello, que fuera pronunciada por él y me inclino a pensar que nació entre los responsables de la primera comunidad de discípulos, preocupados tal vez por inculcar un comportamiento exigente.

El problema de una educación basada en la exigencia conlleva riesgos graves, entre los que pueden enumerarse los siguientes: pone el acento, no en la comprensión, sino en el voluntarismo; no en la gratuidad, sino en el mérito. Y ello produce, casi inevitablemente, actitudes de orgullo, comparación, juicio y condena.

Parece claro que la exigencia -así entendida- alimenta al ego que, considerando que ha “cumplido” con lo prescrito, se auto-eleva sobre un pedestal, comparándose con otros y creyéndose merecedor de recompensa.

En el campo específicamente religioso, ese planteamiento dio lugar a una religión basada en el mérito y la recompensa, que desembocó en lo que bien podríamos denominar una religión “mercantilista”, basada en el conocido principio: “do ut des” (te sirvo para que me recompenses). Con lo que el camino religioso parecía convertirse en un “concurso de méritos”, con todas las secuelas que eso conlleva.

De ese modo, aun sin ser conscientes de ello, se pervierte lo más característico de la vida espiritual: la comprensión experiencial como origen de toda acción, la consciencia de unidad como luz que la guía en todo momento, la gratuidad como sello que la define y la desapropiación (desidentificación del ego) como única actitud adecuada.

Cada persona hace en todo momento lo mejor que sabe y puede, de acuerdo con su nivel de consciencia y su mundo representacional (su “mapa” mental). Visto más en profundidad, en cada ser humano se está expresando en cada momento la vida (la consciencia) como único sujeto realmente real, único hacedor de todo.

Frente a propuestas moralizantes y voluntaristas, es la comprensión la que nos permite reconocernos como cauces o canales a través de los cuales fluye la vida misma. No hay lugar, por tanto, para el orgullo ni para la culpa, como tampoco para el “premio” o el castigo ni, en último término, para un ego que busca apropiarse de la acción.

En todo ello, contamos con un test que sirve de indicador para mostrarnos dónde estamos situados: ¿vivo en una consciencia de separatividad o en la consciencia de unidad?

EN TORNO A LA SALUD MENTAL // Jim Van Os

Entrevista de Jessica Mouzo al psiquiatra holandés Jim Van Os, en El País, 29 octubre 2023.
https://elpais.com/salud-y-bienestar/2023-10-29/jim-van-os-psiquiatra-ser-diferente-de-los-demas-es-muy-malo-para-la-salud-mental.html

 “Ser diferente de los demás es muy malo para la salud mental”.
El científico holandés pone en cuestión los cimientos de la psiquiatría moderna y alerta de que “el clima social y existencial en el que vive la gente joven hace algo con su mente que provoca que se sientan mal”.

Una epidemia de mala salud mental recorre los países occidentales y los servicios sanitarios, extremadamente tensionados, empiezan a mostrar sus costuras. Algo está fallando, asegura el psiquiatra y epidemiólogo Jim Van Os (Utrecht, Países Bajos, 63 años): “Cuanto más tratamos, peor se siente la gente joven”, reflexiona este médico, que es director del Departamento de Psiquiatría y Psicología en el Centro Médico de la Universidad de Utrecht y profesor en la Universidad de Londres. Van Os lleva años poniendo en cuestión los cimientos de la psiquiatría moderna y propone un giro hacia una atención verdaderamente “biopsicosocioexistencial”, dice, donde la experiencia del paciente sea el centro de un abordaje terapéutico muy individualizado.

De visita en Barcelona para participar en un seminario organizado por el Programa de Doctorado en Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad Autónoma de Barcelona, Van Os relata cómo se obsesionó, desde sus años de estudiante de medicina, con la “diferencia entre la teoría de la psiquiatría y la experiencia del paciente”. Sus vivencias personales con familiares muy cercanos que sufrían cuadros psicóticos, tan distante de lo que aprendía en la facultad, marcó su forma de ver la profesión y la atención a los pacientes.

Pregunta. ¿Ha conseguido acercar lo que aprenden ustedes en las facultades con lo que vive en paciente?

Respuesta. Hay dos tipos de conocimiento que trabajamos hoy en día: el conocimiento de la experiencia de los usuarios y el conocimiento de la psiquiatría y la psicología, que están buscando todavía cuál es la hipótesis sobre la mente que hay que usar para investigar el fenómeno de la variación mental. Lo que vemos en salud mental es que lo que cuenta es la experiencia de la gente trabajando en ella; las técnicas y sus medicaciones no tienen tanta importancia como habíamos pensado. Las tasas de trastornos psiquiátricos están aumentando en países europeos, son alarmantes. En Holanda se han doblado en los últimos 15 años y tenemos un ejército de psicólogos y psiquiatras, pero hay una paradoja: cuanto más tratamos, peor se siente la gente joven.

P. ¿Por qué pasa eso?

R. Hay fuerzas colectivas, no individuales, que hacen que aumenten las tasas de malestar mental. Es como en cardiología, por ejemplo, que sabemos que si la nutrición de la población es mala, hay más enfermedades cardiovasculares y cáncer. Estamos aprendiendo que el clima social y existencial en el que vive la gente joven hace algo con su mente que provoca que se sientan mal.

P. Pero, ¿por qué ahora? Si el ambiente siempre ha influido, ¿por qué ahora están aumentando los trastornos de salud mental y no hace 20 años?

R. Lo que dicen las investigaciones —y la gente joven— es que hay un clima de competitividad: el éxito es una elección y si no tienes éxito, es que has elegido mal, eres un tonto. Y hay también un clima de aislamiento porque, aunque haya más contacto en las redes sociales, se produce la paradoja de que esto no da más vínculos, sino más soledad. Y también hay más vigilancia: la gente tiene miedo de no parecer normal porque si los demás te notan diferente, te sientes mal. Para la gente joven, esas fuerzas hacen que se sientan mal.

P. ¿Por qué impacta tanto sentirse diferente?

R. Ser diferente de los demás es muy malo para la salud mental. Porque necesitamos sentirnos vinculados con los demás. Somos animales sociales. Toda nuestra biología está desarrollada por estar vinculado con los demás y durante los primeros 10 años de vida, tienes un proceso de vinculación que te va a guiar las relaciones sociales y contigo mismo durante la vida.

P. Ha dicho al principio que los psiquiatras todavía están en proceso de conocer la mente para entender los problemas de salud mental. ¿Falta, entonces, la primera pieza del puzle?

R. Sí, sobre qué es la mente. Hemos solucionado el problema de no conocer la mente diciendo que hay diagnósticos. Por ejemplo, si dices que tienes esquizofrenia, no hace falta conocer los procesos mentales de verdad y la experiencia que tiene la gente. Ahora, sin embargo, somos más ambiciosos porque, científicamente, esos diagnósticos no funcionan porque no captan la experiencia de las personas. Hay demasiada heterogeneidad y variación para que las personas quepan dentro de un diagnóstico. Y ahora estamos intentando el imposible: entender la mente a través del fenómeno de consciencia. Lo que pensamos es que la consciencia, probablemente, es, en base, afectiva: durante el día, ahora mismo, estamos experimentando cosas y cada vez que lo hacemos, tenemos una señal afectiva buena o mala. Y lo que pensamos es que la señal afectiva nos hace ser conscientes de nosotros mismos en el ambiente.

Lo que hemos propuesto es tener un modelo mental del sufrimiento mental y no un diagnóstico, porque ahí ya no aparece la experiencia. Así podemos entender mucho mejor e investigar los fenómenos de recuperación: la gente que tiene un estado mental muy negativo, que oye voces, sabemos que son capaces de recuperarse. Podemos ayudar a la gente a relativizar y mirar con distancia a la experiencia, pensar y hablar sobre ella y analizarla, de forma que experimentan más empoderamiento.

P. Pero esto ya se hace como parte del tratamiento, ¿no?

R. Sí, pero desde un modelo diferente. El problema es que las psicoterapias y los medicamentos están protocolizados y siguen un manual, pero no están siguiendo la experiencia de la gente. Ayuda, pero podría ayudar más porque, individualmente, hay mucha diferencia entre un paciente y otro y no hay que estandarizar, sino individualizar.

P. En medicina se tiende a estandarizar y ordenar el conocimiento y el abordaje de los pacientes. ¿En salud mental no se puede hacer?

R. Los psiquiatras y psicólogos han dicho que la mente es algo que podemos predecir, analizar en ciencia lineal, causa y efecto, pero estamos aprendiendo que no es así, es algo más complejo. No hemos tenido éxito en encontrar los mecanismos cognitivos y biológicos, no hemos encontrado las causas, no hemos encontrado biomarcadores… La mente es algo diferente y la ciencia de la complejidad es la ciencia de la impredictibilidad, que no hay una causa y una consecuencia, hay interacciones entre miles y miles de causas que cambian a lo largo del tiempo del paciente.

P. Su punto de vista implica lanzar una bomba a los principios de la psiquiatría moderna.

R. Es que la bomba ya ha ocurrido, se llama open science [ciencia abierta]. Hace unos años en Science hubo una publicación donde intentaron replicar los conocimientos de base de la psicología y encontraron que no se podían replicar, solo el 30% se podía. Y en psiquiatría biológica hemos tenido exactamente el mismo problema: los hallazgos publicados durante 30 años no se replican; pero eso también es ciencia y nos ayudará a desarrollar algo mejor.

P. Pero los tratamientos han funcionado y muchas personas con problemas de salud mental se han curado.

R. Funcionan. Pero no como pensamos que funcionan, sino por otra razón. La metaciencia ha establecido, por ejemplo, que las 250 psicoterapias funcionan bien, pero no por los esquemas terapéuticos, sino por la función ritual dentro de la relación. Te vinculas emocionalmente a la persona. Y dentro de la relación, lo que estás provocando es motivación para cambiar. Y si el ritual es compatible con cómo ve el paciente el mundo, funciona.

P. ¿Es una cuestión de fe, entonces?

R. Es una cuestión de relación. Relación que provoca motivación y que la persona tiene fe en sus capacidades. Yo uso muy poco los antidepresivos porque cada vez hay más ciencia abierta sobre su funcionamiento y pensamos que no funcionan muy bien. Probablemente, hay un grupo pequeño de gente que tiene una respuesta muy buena y por eso hay una señal en los ensayos clínicos aleatorios, pero en la gran mayoría no tiene efecto.

P. ¿Y eso sucede, según usted, con todos los psicofármacos?

R. Lo que vemos es que el litio y los antipsicóticos tiene mejor papel que los antidepresivos. Pero cada vez estamos siendo más críticos con el modelo de prescribir crónicamente porque no entendemos los cambios cerebrales que provocan los medicamentos y el uso crónico. Antes decíamos que había que dar toda la vida antipsicóticos y ahora decimos que, después de seis meses o un año, hay que intentar reducirlo y enseñarle a la gente a manejar la susceptibilidad.

P. ¿Aprender a enfrentarse a sus síntomas?

R. Dentro del modelo mental, la gente entiende los procesos psicóticos porque aprenden a mirar con más distancia lo que pasa. El problema es que antes pensábamos que no era posible y por eso el modelo de prescripción crónica. En Holanda veo gente que lleva 30 años tomando paroxetina, sertralina [dos antidepresivos] y no pueden parar y se preguntan: ¿Quién soy yo sin la medicación y dónde están los traumas que estaba intentando suprimir con ella?

P. ¿Se prescribe demasiado?

R. Sí. Eso pasa con toda la medicina, que medicaliza demasiado. En psiquiatría todavía es más así porque, desde el principio, estamos medicalizando la historia narrativa del paciente. Trasladamos sus experiencias a un libro con 400 diagnósticos, pero la persona se siente mal atendida. Eso se llama asimilación hermenéutica: captas las experiencias de la persona y las pones en otro marco que no es el suyo.

P. Usted publicó en 2016 un artículo en BMJ con un título sugerente: “La esquizofrenia no existe”. ¿Qué quería decir?

R. Dije eso porque hay psiquiatras que de verdad creen que hay una categoría nosológica que es esquizofrenia, creen que existe una enfermedad que es la esquizofrenia, pero lo que está escrito en el DSM [el manual de clasificación de trastornos mentales de la Academia Americana de Psiquiatría] son unas reglas para comunicarse entre psiquiatras, pero no es un diagnóstico de una enfermedad.

P. ¿Pero por qué dice que no existe? A la ciudadanía siempre nos han trasladado que existe una enfermedad que se llama esquizofrenia, otra que es trastorno bipolar, etc.

R. El sufrimiento mental es real, existe, pero lo que no existe es la categorización. Estamos diciendo a la población que la esquizofrenia existe, pero lo que existe solamente, y lo que se ha demostrado científicamente, es una susceptibilidad de desarrollar ideas inusuales y oír voces cuando hay estrés. Es una susceptibilidad, una sensibilidad. ¿Por qué en el DSM-5 no introducen un nuevo diagnóstico que es el de síndrome de susceptibilidad a la psicosis? Esto sería totalmente diferente porque es decir a la gente que todos tenemos susceptibilidades y cuando hay estrés, uno empieza a beber, otro se siente ansioso y otro psicótico. No hay que hablar de enfermedades, pero sí de susceptibilidades y decir a la gente que, si tienes síntomas cuando hay estrés, es una señal de que tienes que aprender a manejar tu susceptibilidad.

P. ¿Cambiando el nombre cambias el estigma?

R. No hay que cambiar el nombre, hay que cambiar el concepto. El concepto no es de una enfermedad, es de una susceptibilidad que todos tenemos y los hallazgos genéticos confirman que todos nosotros llevamos miles de variaciones genéticas que predisponen para la esquizofrenia, algunos más que otros, pero todos tenemos porque son variantes que contribuyen a nuestra capacidad única de dar significado al medio ambiente. La mente da significado afectivo al medio ambiente y la psicosis es dar demasiado significado.

P. ¿Todos podemos experimentar, entonces, esa susceptibilidad y algún espectro de la psicosis?

R. Hemos detectado que hay mucha gente que tiene experiencias psicóticas, oyen voces, que algo malo está pasando. Y es muy humano, muy normal tener esos pensamientos. El problema cuando tienes psicosis es que entras a un estado donde ya no hay forma de mantener distancia. La psicosis no es tener voces, es dejar que las voces sean tan poderosas que ya no puedes tener distancia de la experiencia.

P. ¿Qué papel juega la genética en los trastornos de salud mental? ¿O solo es una cuestión afectiva del ambiente?

R. Lo que está establecido en los hallazgos genéticos es que, por ejemplo, en enfermedades neurológicas, tienen todas factores genéticos que contribuyen, pero no se solapan entre ellas y son pocos genes, pocas variantes. En psiquiatría es completamente diferente: la variación genética se solapa entre los diferentes trastornos, como autismo, hiperactividad, psicosis, ansiedad, depresión… Y la contribución no es fuerte, como pensábamos antes: un 25% de la vulnerabilidad de padecer un trastorno mental es genético. Además, no son unas pocas variantes, como en neurología, sino que son miles y miles. La conclusión es que la genética de padecer un problema de salud mental es la genética de ser humano, la genética que alimenta la capacidad de reaccionar al medioambiente. Entonces, lo que pensamos es que todas esas variaciones genéticas lo que hacen es equiparnos para sobrevivir reaccionando al medioambiente usando nuestra consciencia que es, básicamente, afectiva.