UN CAMINO DE FIDELIDAD

I Domingo de Cuaresma

26 febrero 2023

Mt 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero él le contestó diciendo: “Está escrito: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»”. Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece en las piedras»”. Jesús le dijo: “También está escrito: «No tentarás al Señor tu Dios»”. Después, el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto»”. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían”.

 

UN CAMINO DE FIDELIDAD

«Tu única obligación en cualquier período vital consiste en ser fiel a ti mismo», proclamaba Richard Bach en Juan Salvador Gaviota. La fidelidad a sí mismo es, a la vez, señal y fuente de armonía. Y lo es porque nos unifica por dentro, teniendo en cuenta todas nuestras dimensiones.

Queriendo poner luz en esta cuestión, podemos empezar con una pregunta: ¿cómo vivo o desde dónde me vivo cuando no soy fiel a mí mismo? Porque, indudablemente, conscientes o no de ello, siempre que no somos fieles a nosotros mismos, vivimos alienados, es decir, sometidos a otras instancias a las que otorgamos el poder de manejar nuestra existencia. ¿Cuáles son esas instancias?

A simple vista, parecen ser dos: los otros y el propio ego. En el primer caso, vivimos en la práctica a merced de los demás, tratando de agradar o reaccionando a lo que dicen o hacen. En el segundo, giramos en torno al propio ego, sus gustos y sus esquemas, en un bucle narcisista.

Al mirar más detenidamente, observamos que, en realidad, lo que nos hace vivir alienados son nuestras necesidades pendientes -no respondidas en su momento- y desproporcionadas, en particular, la necesidad de seguridad.

Porque, con mucha frecuencia, lo que buscamos, tras el ansia del tener, del poder o del aparentar, es sentirnos más seguros. Nos hacemos dependientes de los otros buscando su aprobación y reconocimiento. Y giramos en torno al propio ego por dos motivos: en búsqueda de seguridad o como mecanismo de defensa para compensar carencias antiguas que todavía nos siguen pensando hoy.

Nos aferramos así a nuestras creencias y mapas mentales, porque (creemos que) nos aportan seguridad, aun a riesgo de caer en la rigidez; exigimos tener razón o quedar por encima de los demás; tratamos de construirnos un pequeño paraíso narcisista que alivie nuestros malestares…, sin ser conscientes de que todo ello nos aleja del único camino que merece la pena: ser fieles a nosotros mismos.

Porque no se trata de una fidelidad a nuestro ego ni a nuestras creencias, ni siquiera a nuestros principios morales, por más nobles que nos parezcan. Se trata de ser fiel a lo mejor de sí, a nuestra verdadera identidad. Y entonces se produce una paradoja significativa: la fidelidad a uno mismo es, sencillamente y a la vez, fidelidad a la vida. Y se va plasmando en lo concreto de nuestro vivir cotidiano en el aprendizaje de vivir diciendo sí. Aquí van cayendo creencias y mapas para vivirnos como cauces por los que la vida pasa. Es la sabiduría del fluir.

¿Voy creciendo en fidelidad a lo mejor de mí?

AMAR A LOS ENEMIGOS Y SER PERFECTOS

VII Domingo del Tiempo Ordinario

19 febrero 2023

Mt 5, 38-48

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente». Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pida, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?  ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

AMAR A LOS ENEMIGOS Y SER PERFECTOS

La radicalidad de la que hablábamos la semana anterior parece llegar al extremo en la doble fórmula que da título a este comentario: amar a los enemigos y ser perfectos. ¿Realmente es algo que se puede pedir a los seres humanos?

El amor a los enemigos únicamente es posible desde la comprensión experiencial de lo que somos. Gracias a ella, podemos reconocer que cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede. Por lo que el mal o daño que se hace es siempre fruto y consecuencia de la ignorancia (entendida, no como falta de inteligencia, sino como no saber lo que realmente somos). Más aún, la comprensión nos muestra que, hablando con propiedad y desde el nivel profundo, no hay nadie que haga nada. De manera similar a como los personajes del sueño creen ser actores, pero el único hacedor real es la mente del soñador, aquí también creemos ser sujetos de los actos, pero el único sujeto real, que merece ese nombre es la consciencia (la vida o la totalidad).

La comprensión, por tanto, hace posible el amor al enemigo, porque incluso nos impide verlo como “enemigo”. Sigue siendo, también él, no-otro de mí. Sin embargo, esto no quita que nuestra sensibilidad reaccione al daño recibido, sobre todo en circunstancias que lo agravan o lo hacen particularmente doloroso. Es legítimo, por tanto, el sentimiento de enfado, rabia e incluso ira. Lo que hará la comprensión será evitar que nos apropiemos de tales sentimientos, alimentándolos y eternizándolos. Habremos de acogerlos, entender su porqué… y soltarlos.

En cuanto a la “perfección” de que habla el texto, me parece importante destacar dos cuestiones: por una parte, en el plano profundo -y mirando desde ahí-, todo es perfecto: “y vio Dios que todo era muy bueno”, como dice el libro del Génesis; por otra, en el plano de las formas -en concreto, de nuestra personalidad- la “perfección” es imposible, ya que todo lo humano es imperfecto. En este caso, perfección significa completitud, es decir, la capacidad de aceptar nuestra realidad completa, con sus luces y sus sombras. La persona capaz de aceptarse a sí misma con toda su verdad es la persona “lograda”, unificada, armoniosa, humilde, comprensiva y compasiva…

¿Sé apreciar los “dos niveles” de lo real?

CEREBRO Y CONSCIENCIA // Juan Arnau y Alex Gómez-Marín

NUESTRO CEREBRO NO ES COMO UN ORDENADOR

 Juan Arnau y Álex Gómez-Marín, en El País, 26 de junio de 2022.

          Cuando el pensamiento está vivo, cuando innovamos, cuando hablamos de lo importante, hablamos con metáforas. Si el entendimiento quiere avanzar, necesita de ellas. Es inevitable; para hablar de una silla, no las necesitamos, pero para hablar del amor, del tiempo o del pensamiento abstracto son indispensables. Las cosas importantes de la vida están cargadas de metáforas. El tiempo es un río (que transcurre), el amor un viaje (con encrucijada), las ideas son comida (que hay que digerir o asimilar). Y, sin embargo, cuando se inventó la silla, hizo falta una metáfora para nombrarla. Cuando se está inmerso en lo más abstracto, la metáfora es la luz que permite aclarar las cosas. Lo mismo pasa con el bosón de Higgs. Si el científico quiere comprender su propio trabajo, debe ser capaz de convertir lo extraño en familiar, lo desconocido en íntimo. Hacer sitio a lo nuevo entre el resto de las cosas (ya conocidas, ya literales). Y para ello necesita de la metáfora, que permite ver una cosa en términos de otra.

          Si la metáfora es la clave del pensamiento inédito, al mismo tiempo es la confesión de la inefabilidad de lo real. Pues la metáfora alude, señala de un modo indirecto, resalta algunos aspectos, oculta otros. Orienta, en definitiva, al pensamiento. Cuando se piensa lo ya pensado, la metáfora no hace ninguna falta. Los que creen que la metáfora es una cuestión decorativa, más propia de poetas que de científicos, nunca han innovado. Viven en el disco rayado de lo literal. La metáfora abre camino en las selvas desconocidas del pensamiento.

          Solo podemos comprender lo nuevo mediante la asociación con lo conocido. Un buen ejemplo lo tenemos con el propio término “computadora”. Conviene recordar que el inglés no es el único idioma. En castellano, catalán y francés decimos ordenador (ordinador, ordinateur). La historia de la elección de esta palabra es curiosa. En 1955, el equipo de marketing de IBM-Francia decidió no etiquetar su nuevo producto como las calculadoras ya existentes. Buscaron un nombre mejor y más breve para “la nueva máquina electrónica (programable) destinada al procesamiento de información”, y se decantaron por ordinatrice électronique. Así, el ordenador pasó al lenguaje común y literal.

          La metáfora dominante en las neurociencias es que el cerebro es una computadora. Y que la actividad mental surge del cerebro. Se trata de un milagro parecido al del Big Bang, del que emergió toda la materia y energía del universo sin un motivo aparente. Bajo este paradigma, un tanto mágico y dualista (software-hardware), se realiza casi toda la investigación reciente. La materia gris seria el manantial del que brota el agua fluida del pensamiento o, mejor dicho, el cerebro convertiría (nadie sabe cómo) el agua de lo objetivo en el vino de la subjetividad. Una metáfora impugnada parcialmente por los casos de hidrocefalia, donde apenas habiendo cerebro, hay todavía pensamiento, incluso la posibilidad de una vida normal en algunos casos clínicos contrastados. Pensamiento del corazón, de la piel o del estómago. En todo caso, nadie discute la importancia del cerebro (nosotros tampoco), pero conviene no idolatrarlo.

          El debate sobre la idoneidad de la analogía cerebro-computadora está más vivo que nunca. De hecho, la analogía tecnológica por excelencia muestra signos de fatiga. Aparte de la postura que adopte cada cual, no deja de ser curioso que los lingüistas hablen de la base neural del pensamiento metafórico y los neurocientíficos de la base metafórica de la jerga neural. Un ejemplo más de que la metáfora es inevitable y de que nos encontramos, desde el inicio mismo de la reflexión, atravesados por ellas. Las metáforas dirigen nuestras miradas, aunque no las veamos (de hecho, ellas nos hacen ver). El cerebro es pura asociación viva y la reina de la asociación es la metáfora.

          En lugar de polemizar sobre la metáfora del cerebro como computadora, nos gustaría rescatar otras alternativas. Reorientar el foco de la atención. Para ello debemos hacer un poco de historia. Hace cuatro siglos, Descartes consideraba que la conducta de cada cual se debía a unos autómatas hidráulicos que impulsaban los espíritus animales a través del cuerpo. La metáfora se desplazó después a la del reloj, a pesar de las objeciones de Leibniz, que afirmó que si entrábamos en el engranaje de dicho mecanismo no encontraríamos nada parecido a la mente. En la época del doctor Frankenstein, Galvani y Volta exploraron el papel de la electricidad en los cuerpos de los animales. Los nervios se convirtieron en cables y los cerebros en telégrafos. La plasticidad cerebral pronto dejó obsoleta la analogía. Cajal prefería las imágenes naturales (árboles, jardines, bosques). Para Darwin, el pensamiento era una “secreción” del cerebro, análoga a como el hígado segrega bilis. Su visión integradora del origen de las especies no evitó que todos los animales, incluidos los humanos, se convirtieran en máquinas conscientes. Como corolario, las máquinas también se volvieron animales (perros eléctricos, escarabajos mecánicos, polillas de tres ruedas). Con la implementación empírica de los bucles de retroalimentación, la línea entre la biología y la tecnología se difuminó. La “red neuronal” de Pitts y McCulloch desdibujó aún más la distinción entre redes naturales y artificiales. Y entonces se produjo la inversión de la metáfora: las computadoras eran como cerebros y viceversa. La guerra se coló en los laboratorios por la necesidad de descifrar los códigos del enemigo. Se dejó de rendir culto a la materia. El nuevo ídolo era la información. Desde entonces, el cerebro se considera un órgano computacional. Y ahí nos hemos quedado.

          Pero hay otra clase de metáforas que se quedaron en el tintero. Una de ellas se debe a Henri Bergson: el cerebro como el órgano de “atención a la vida”, cuyo principal papel sería recibir, retrasar y canalizar, seleccionando “imágenes” en lugar de produciéndolas (el cerebro y el cuerpo serían también imágenes). Desde esta perspectiva, los cerebros se parecen más a receptores de radio, a antenas o cuevas resonantes. Su función sería sintonizar, que es el fundamento de la atención. Nada se crea en ellos; se va de más a menos, no de menos a más.

          La otra metáfora se debe a William James, el fundador de la psicología moderna. James creía que la actividad fundamental del cerebro no era la producción sino la selección. El cerebro como velo o filtro. La idea tiene sus antecedentes en la antigua filosofía india y en Ralph Waldo Emerson, amigo del padre de James. El pensador de Concord dejó escrito: “Yacemos en el regazo de una inmensa inteligencia que nos hace receptores de su verdad y órganos de su actividad. Cuando percibimos la justicia, cuando percibimos la verdad, nosotros mismos no hacemos nada sino permitir que nos atraviesen sus rayos”. El cerebro no crearía el pensamiento, sino que lo filtraría. Aldous Huxley también lo consideraba una “válvula reductora”. Una hipótesis que merece la pena investigar, ahora que en California renace la investigación psicodélica, bendecida por nuevos intereses corporativos tras décadas de puritanismo y tabúes.

          La idea de James surge en un momento crítico de su vida. Le parece que el estudio de la mente depende demasiado de la “tiranía de los laboratorios”, como decía Ortega, y que con la rigidez de sus métodos no se lograrían nuevos avances. La mente es el mundo de las cualidades, en el laboratorio de las cantidades. El laboratorio entra en la mente como elefante en cacharrería. En 1892, James abandona la disciplina y empieza a dedicarse a la filosofía. Poco a poco revive en él una idea antigua. La mente humana sería una porción de una mente más amplia, que se filtra en la experiencia a través del cerebro (siendo posible que, una vez desactivado el filtro, regrese a su fuente, sin que haya que lamentar la pérdida de algunas de nuestras limitaciones personales tras la muerte -la pregunta no es si hay vida después de la muerte, sino qué sobrevive tras el tránsito-).

          El pensamiento de James es sencillo y esclarecedor. La mayoría de la gente cree que el pensamiento es función del cerebro. Esa dependencia no se discute. Pero no estamos obligados a pensar que esa función es “productiva”, es decir, que la mente emerge del cerebro. Cuando decimos que el vapor es función de la tetera, la iluminación del circuito eléctrico o la energía eléctrica del salto del agua, entendemos esa función como productiva. Lo mismo se cree hoy que sucede con el cerebro, que engendra la conciencia en su interior, como engendra también colesterina, creatina y ácido carbónico. Si el funcionamiento del cerebro se deteriora o muere, entonces la producción de conciencia cesa. Sin embargo, es posible considerar esa función como “permisiva” o de transmisión. El cerebro no produciría entonces el pensamiento, sino que lo filtraría y transmitiría. El cerebro sería “una máscara provisional que refracta un pensamiento infinito, única realidad entre los millones de corrientes finitas de conciencia que conocemos como nuestros yoes privados”. En ciertos momentos, debido a un traumatismo, una experiencia extática o psicodélica, el velo puede hacerse más tenue y permitir que el resplandor infinito inunde la mente individual, que se ve desbordada y ampliada por una impresión de totalidad.

          La neurociencia dominante entiende de modo unilateral y dogmático la palabra “función”. La ventaja de la solución de James es que ofrece una solución al “problema difícil de la conciencia”. De hecho, lo desplaza, como diría Derrida. Pero nos ofrece un relato más rico e interesante sobre el universo. Detrás de este universo tiene que haber una buena historia. El ciego tedio mecanicista no está a la altura. James advierte que conciencia y cerebro son elementos completamente heterogéneos y que la producción de la primera por el segundo supone un milagro tan grande como si fuera creada de la nada o se generara de forma espontánea. So pena de volver a un dualismo provisional, se buscan opciones viables a un materialismo inoperante y desesperado.

          James y Bergson se acercan a la idea de la mente que encontramos en las Upanisad hindúes. La conciencia existe ya entre bastidores y el velo del cerebro (o quizás sería mejor decir del cuerpo en su totalidad, dados los recientes estudios sobre la importancia del corazón y el estómago en la cocreación de la experiencia humana) la matiza y restringe. Ese velo puede tener distintas rugosidades, diferentes espesores. La cultura mental puede hacerlo más o menos poroso, logra que deje pasar más o menos luz. Ese umbral, claro está, es variable y depende de la circunstancia. Hay momentos de gran lucidez y momentos de extraña obcecación.

          La teoría de la transmisión encaja mejor con fenómenos psíquicos anómalos como la telepatía, los médiums, las curaciones instantáneas, las revelaciones o impresiones de clarividencia. Experiencias en las que “nos barre una marea” y que explican la mente expandida que se suscita en ciertos estados de meditación o la emoción cósmica de saberse parte de la totalidad.  El propio James las había experimentado con una sustancia psicoactiva: el óxido nitroso. Fenómenos a los que se puede llamar de “gravedad inversa” y que sintonizan con las teorías budistas sobre el inconsciente (ãlayavijñãna) o con la visión jungiana. “Solamente tenemos que suponer la continuidad de nuestra mente con un mar madre, que ocasionalmente permite que unas olas excepcionales sobre pasen un dique”. Las causas de esas subidas o bajadas seguirán siendo un misterio. Pero a veces resulta posible propiciarlas.

          La visión de Bergson y James, como la que proponemos aquí, permite un perspectivismo pluralista con el que simpatizamos. “Cada nueva mente trae consigo su propia edición del universo, su propia habitación para vivir, y estos espacios nunca están apiñados”. James concluye con una frase enigmática sobre la que sería oportuno indagar. “La ley de incremento de la energía espiritual se opone expresamente a la ley de conservación de la energía física”. Una gravedad inversa. Quizás sea el momento de reabrir líneas de investigación guiadas por la luz de estas otras metáforas.   

Juan Arnau es filósofo y ensayista, experto en filosofía de la ciencia y en religiones orientales.

Álex Gómez-Marín es director del Laboratorio de Comportamiento de Organismos, en el Instituto de Neurociencias de Alicante.

RADICALIDAD

VI Domingo del Tiempo Ordinario

12 febrero 2023

Mt 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto. Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero al Abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al Abismo. Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio». Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer –excepto en caso de prostitución- la induce al adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio. Sabéis que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus votos al Señor». Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios, ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por su cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno”.

 

RADICALIDAD

Mateo, que escribe a una comunidad de origen judío, se ve obligado a hacer equilibrios entre la continuidad y la ruptura que supone el mensaje de Jesús. En esa línea, afirma que cumple con toda la ley judía pero que, al mismo tiempo, la trasciende de manera radical.

Más allá de los casos propuestos -y superado el apego a la literalidad del texto-, lo que parece evidente es el carácter radical de la propuesta de Jesús. A veces, nuestra mente suele asociar “radicalidad” a exigencia, voluntarismo, perfeccionismo, mortificación… Es probable que en esta misma trampa cayera el propio Mateo cuando habla de “sacarse un ojo” o “cortarse una mano”.

Sin embargo, en su sentido propio, radicalidad remite a “raíz”. Con lo cual, el acento pasa de lo que hago al desde dónde lo hago. Porque es precisamente este “desde dónde” el que, si quiero vivir coherentemente, me guía a la raíz o núcleo de lo que somos.

La radicalidad no consiste, por tanto, en cambiar el “contenido” de la norma -cambiar el qué-, sino en vivirse en aquel “lugar” -el dónde- en el que habita nuestra verdadera identidad.

En concreto, todo lo que emprendemos podemos hacerlo desde el ego que creemos ser o desde la consciencia que somos. Y los frutos serán radicalmente diferentes, porque nacen de raíces muy distintas.

Dado que la diferencia se da entre lo que creemos ser y lo que realmente somos, si queremos vivir con radicalidad -desde la raíz-, necesitamos crecer en comprensión. Es la comprensión la que nos permite salir de las creencias acerca de nosotros mismos para vivir en la certeza de ser. Y es ahí donde somos transformados. Si no la reducimos a mero razonamiento mental, la comprensión transforma porque nos hace ver: qué somos, qué son los otros, que es esta sociedad, qué es nuestro mundo… Nuestra mirada cambia y de ella brotará la acción adecuada.

¿De dónde brotan mis acciones?

¿QUÉ ES LA REALIDAD? // Eduardo Martínez de la Fe

Eduardo Martínez de la Fe, en Levante, 2 de enero de 2023.
https://www.levante-emv.com/tendencias21/2023/01/02/cientificos-abren-nueva-mentalidad-comprension-80602111.html

Los científicos se abren a una nueva mentalidad para la comprensión del universo.
Asumen que la realidad es demasiado compleja y aceptan conocerla sin llegar a entenderla completamente.

 

La ciencia está alcanzando un nuevo momento en su exploración del mundo: asume que la realidad es ajena a la comprensión humana y se propone abordar el conocimiento del universo renunciando a la pretensión de conocerla en toda su complejidad.

Estrenamos un nuevo año y todavía no sabemos lo que es la realidad, entendida como la base material de todo lo que existe.

Después de un siglo de deliberaciones, ahora estamos pensando que lo mejor es no solo abandonar la pretensión de conocer a fondo lo que llamamos realidad, sino también que debemos abordar el estudio de los mayores misterios del universo desde otra perspectiva.

En ese sentido, podemos decir que estamos reviviendo un momento parecido al que vivimos a comienzos del siglo XX, cuando la mecánica cuántica revolucionó nuestra manera de conocer y de comprender al mundo. Esa otra perspectiva es la clave del nuevo momento científico.

Cambio de paradigma

Hasta comienzos del siglo pasado, pensábamos que el universo era real, es decir, que existía por sí mismo, sin depender de ningún observador, y que al mismo tiempo era determinista y completamente predecible: podemos saber con precisión matemática cuándo y cómo será el próximo eclipse solar, por ejemplo.

Sin embargo, la mecánica cuántica alteró profundamente esa visión del mundo: los ladrillos del universo real (los átomos) fueron sustituidos por ondas de realidad que resultaban etéreas e inalcanzables.

Nos demostraron que las leyes físicas que las gobiernan no son locales, reales ni deterministas. Las ondas de realidad también tienen leyes, pero no tienen mucho que ver con las leyes de la física clásica.

Incluso en ocasiones las leyes cuánticas son contradictorias, como que el gato imaginario de Schrödinger puede estar vivo y muerto a la vez, hasta que abrimos la caja en la que lo habíamos encerrado con leche y veneno.

Cien años de dudas

Esto nos ha llevado a plantearnos qué es lo verdaderamente real, pero un siglo después de que el físico francés Louis-Victor de Broglie planteara la naturaleza ondulatoria de la materia, todavía no tenemos una respuesta clara.

Hemos formulado algunas hipótesis, pero sin poder alcanzar una conclusión clara. Según la hipótesis más famosa, conocida como la interpretación de Copenhague, la realidad es indeterminista y en ocasiones ha considerado incluso que es producto del observador: el gato estará vivo o muerto según lo que determine Schrödinger al abrir la caja.

La interpretación de Everett propone que todos los posibles resultados de las mediciones cuánticas se realizan físicamente en algún otro «mundo» o universo. Por lo tanto, la realidad es determinista, pero no se puede describir si no incluimos en la ecuación un mundo infinito de universos paralelos, en los que la realidad prolonga su pluralidad de versiones más allá de la percepción humana.

Una tercera interpretación propone también que la realidad es determinista y realista, y explica las paradojas no resueltas con la teoría de las variables ocultas, cuya defenestración fue galardonada en 2022 con el Premio Nobel de Física otorgado a Alain Aspect, John Clauser y Anton Zeilinger.

Resignación científica

Pero, a pesar de estas sofisticadas teorías, seguimos sin saber lo que es la realidad: solo podemos conformarnos con considerarla no como algo objetivo (realista), sino como la descripción posible que podemos obtener de la observación de lo que pasa en el mundo.

Das Sarma, que figura entre los físicos más citados de este siglo, nos recordaba al respecto hace unos días que las leyes físicas son solo descripciones matemáticas que reflejan lo que sabemos, no necesariamente cómo es en realidad el mundo.

Lee Smolin, fundador del Perimeter Institute for Theoretical Physics de Ontario, plantea en un reciente libro (Penguin Press, 2019), que la idea de que existe una realidad fundamental, objetiva e independiente del observador, es una suposición sin evidencia consistente, basada solo en nuestra intuición. Es lo que sugiere también en su último libro (De Laetoli a la Luna, Barcelona 2022) el neurocientífico Javier de Felipe.

Paradoja normalizada

Suponemos incluso, como plantea el astrofísico Ethan Siegel en Big Think, que el Universo podría ser intrínsicamente paradójico, es decir, podría por una parte ser real y al mismo tiempo estar estrechamente vinculado a la percepción humana.

Una investigación del año 2020, desarrollada en la Universidad Griffith, en Australia, parece confirmarlo porque ha determinado que la realidad puede fragmentarse en diferentes partes y ofrecer una perspectiva única para cada observador, sin perder por ello su validez universal.

Siegel concluye que no es necesario optar por una u otra aproximación, sino asumir que la realidad es así de paradójica, un planteamiento que evoca a su vez al filósofo Bertrand Russell (1872-1970), capaz de encontrar lo relativo en lo que parecía absoluto.

En consecuencia, según este planteamiento, debemos continuar en nuestra exploración del universo asumiendo que no tiene por qué responder a nuestras expectativas humanas.

Nueva perspectiva

Siegel considera que lo único que hacen nuestras expectativas es otorgar una perspectiva estética a la realidad: objetivamente no hay necesidad de ninguna interpretación sobre su naturaleza.

Puede que esta nueva perspectiva sea la clave del nuevo momento con el que la ciencia básica arranca ahora un nuevo año, que promete novedades interesantes sobre los orígenes del universo, como presagia el telescopio James Webb, y tal vez también sobre la nueva física, tal como prometen el CERN y las perspectivas abiertas por la fusión nuclear controlada.

Esa nueva física está llamada a replantear o ampliar el Modelo Estándar de la física de partículas que describe la estructura fundamental de la materia, asumida más como ondas de probabilidad que como mosaicos del universo.

Resulta paradójico que el Modelo Estándar en el que tanto hemos confiado desde los años 70 del siglo pasado para comprender el universo, sea al mismo tiempo el origen de nuestras mayores dudas sobre la naturaleza última de la realidad.

Unas dudas que, según Descartes, serían el principio de la sabiduría.

LA SAL DA SABOR SIN SABERLO

V Domingo del Tiempo Ordinario

5 febrero 2023

Mt 5, 13-16

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.

LA SAL DA SABOR SIN SABERLO

La sabiduría que contienen las metáforas de la sal y de la luz radica en que ponen el acento en la desapropiación: la sal da sabor y la luz ilumina sin hacer ningún esfuerzo, sin proponérselo y sin presumir de ello. Y, sin embargo, son eficaces: si está en buen estado, la sal no puede sino dar sabor; si está encendida, la luz no puede sino alumbrar.

Todo se tergiversa cuando las palabras de Jesús se leen -como en tantas otras ocasiones- en clave moralista y voluntarista. Tal lectura da lugar a proclamas del tipo: “tenemos que ser sal, tenemos que ser luz”… El voluntarismo y la apropiación, incluso cuando nacen de la mejor voluntad, constituyen un alimento jugoso para el ego, que se fortalece así incluso con lo más sagrado.

¿Qué da sabor a nuestras vidas?, ¿qué las ilumina? Tal vez nos ayude a descubrirlo volver la vista hacia atrás y preguntarnos qué ha sido aquello que ha aportado sabor y luz a nuestra existencia. Seguramente nos aparecerán rostros con calidad de presencia amorosa que, sin aspavientos, supieron vernos, acogernos, escucharnos, ayudarnos, hablarnos…, sin ni siquiera ser conscientes de todo lo que nos estaban aportando en ese momento.

Si bien es cierto que no pueden separarse -de la misma manera que no puede separarse la sal del sabor-, parece claro que el acento no está en el hacer, sino en el ser. Y cuando es así, todo lo demás “se nos dará por añadidura”, diría el mismo Jesús.

Todo consiste en ser: en vivir en conexión y en coherencia con lo que somos en profundidad. Acallando los ruidos de la mente y las apetencias del ego, nos dejamos escuchar la voz del anhelo que clama en nuestro interior. Silencio del ego, aceptación, gratitud, paz, unidad: esas son las señales que nos permiten ver si estamos en el “buen lugar”, en el lugar donde -aunque no lo sepamos- somos sal y luz.  

¿Desde dónde me vivo?