CORRUMIACIÓN Y PENSAMIENTO OBSESIVO // Karelia Vázquez

«¡Para de hablar de lo tuyo!»: así nos afecta el ‘pensamiento rumiante’ y obsesivo de un amigo.

La corrumiación ha sido objeto de varios ensayos clínicos porque no está claro que sea sano amplificar los problemas hablando todo el tiempo sobre ellos.

Karelia Vázquez, en El País, 18 de febrero de 2023.

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Una tesis doctoral puede escribir Silvia L. del asunto X. Todos sus amigos y conocidos saben de qué se trata porque nadie ha podido librarse de las largas tertulias en las que, por supuesto, hay que ir con una opinión formada y tomar partido. El tema ha pasado de ser periférico a vertebrar todas las conversaciones, y cuando parece que se va a agotar desgastado después de tantas vueltas, Silvia encuentra una nueva arista y el bucle renace con fuerzas renovadas. A Silvia, como es lógico, el asunto X la trae de cabeza. No piensa en otra cosa, y todos con ella.

Estas ideas obsesivas, que entran y salen, se repiten una y otra vez y colonizan su mente se conocen como pensamiento rumiante. Piense en una vaca o en cualquier otro mamífero que rumia. Son animales que digieren los alimentos en dos etapas: primero los consumen y luego realizan la rumia, que consiste en la regurgitación del material digerido. Pues este viaje de ida y vuelta del mismo asunto, siempre a medio elaborar y sin digerir, ilustra la manera de Silvia de abordar el asunto X. ¿La ayudan sus amigos entrando en el bucle o alguien debería parar esto?

“Sería mejor no rumiar, pero no se elige, es parte del trauma”, dice la psicoanalista Mariela Michelena que describe gráficamente cómo ve la vida alguien con un pensamiento obsesivo. “Cuando tienes un trauma parece que el mundo se llena de pos-its recordándote todo, todo el tiempo. Haces encuestas entre los amigos y sesudos análisis de texto de cada WhatsApp. Lo peor es que poco se saca en claro porque cada quien opina y el resultado no es vinculante”, añade. Al final Silvia L. solo se va a quedar con la versión que le reafirme lo que quiere creer. Hará lo que quiera.

Cuando los amigos de Silvia L. quedan para hablar del asunto X —y lo hacen varias veces al mes, y tres o cuatro veces al día en WhatsApp— la están apoyando, demostrándole que están ahí para ella, en las buenas y también en el bucle infinito. Esta circunstancia se denomina corrumiación. Imaginen ahora a un rebaño de vacas masticando y pasándose el bolo ruminal —así se llama— del carrillo izquierdo al derecho, y viceversa.

La corrumiación ha sido objeto de varios ensayos clínicos porque no está tan claro que sea sano amplificar los problemas hablando todo el tiempo sobre ellos y contaminando a tu círculo social, que quizás podría ayudarte a salir del agujero si fuera posible hablar de otra cosa. En este estudio, publicado en la revista Cognitive Therapy and Research, definen la corrumiación como “la actividad de analizar repetitiva y pasivamente un problema con alguien cercano, usualmente un amigo”. Sus conclusiones son ambiguas. Por un lado, dicen que es un comportamiento “predictor de la depresión”, pero por otro conceden que fortalece los vínculos y las relaciones personales. En este trabajo se encontraron algunas diferencias de género. Los autores apuntaron que las mujeres eran más proclives que los hombres a corrumiar con su círculo más cercano.

“Las mujeres comparten con más intimidad que los hombres, que suelen hablar más de hechos y acontecimientos que de sus emociones”, corrobora la psicoterapeuta Isabel Larraburu. En su opinión, “la rumiación conjunta, si tiene un matiz negativo como son las quejas, las críticas, el malestar, la rabia, y todas las emociones que implican sufrimiento, tiene el efecto de engordar y cronificar”.

“Rumiar unas veces amplifica los problemas y otras, los desgasta”, tercia Michelena. Para esta psicoanalista, la rumiación que viene después de un trauma es parte del duelo y sirve para agotar los recuerdos. “Por ejemplo, tras la muerte de un ser querido hay una necesidad de repetir obsesivamente sus recuerdos porque esa persona está muy presente, pero esa reiteración también ayudará a irlos borrando.

¿Por qué corrumiamos?

Durante la corrumiación revisitamos mil veces lo sucedido, imaginamos nuevos finales, lo que hubiéramos dicho y hecho con lo que hoy sabemos, y cómo nuestro comportamiento podría haber cambiado las cosas. Nuestro público nos dará o nos quitará la razón, aportará soluciones, lo que hubieran dicho o hecho ellos, o peor, nos recordará cuántas veces nos advirtieron de que el asunto X iba a pasar. Para los expertos, el problema de la corrumiación es que, por un lado, es pasiva y, por otro, suele centrarse en pensamientos negativos o en giros hipotéticos de guion que ya no van a suceder. Un exceso de conjugaciones en subjuntivo que paraliza y sumen al rumiante en la más absoluta pasividad. “La rumiación muchas veces es una ilusión de control, la fantasía de que hay algo que hubieras podido cambiar o que puedes cambiar ahora. Y lo cierto es que los “y si hubiera hecho” o “y si hubiera dicho” son inútiles. Hay que concentrarse en lo que está pasando aquí y ahora”, dice Michelena que recuerda que la rumiación suele ser contraria a la acción.

Corrumiamos porque nos hace sentir mejor. El apoyo social que supone que todos, incluso los pseudoconocidos, se alíen con tu causa es importante para la salud física y emocional. Sin embargo, varios estudios, entre ellos este metaanalisis reconocen que, si bien la rumiación conjunta, repetitiva e improductiva de un problema se asocia con una alta satisfacción hacia los amigos, también tiene “componentes desadaptativos” que se relacionan con niveles moderados de depresión y ansiedad. En este trabajo también se señala que potencia una actitud pasiva.

“Yo distinguiría entre rumiar, que es un relato en bucle, y compartir. Compartir implica un intercambio saludable de información con amigos o seres queridos. Un intercambio de “ida y vuelta”, dice Isabel Larraburru que cree que rumiamos para “buscar alivio a una obsesión hipocondríaca, o amorosa, o una queja que no busca respuesta. La rumiación puede surgir de una queja habitual y enquistada, de la necesidad de repetir una idea que no tiene solución porque es hipotética o futura”.

La queja como herramienta social

La psiquiatra estadounidense Tina Gilbertson, autora del bestseller Constructive Wallowing, explica en su libro que, dado que en las sociedades modernas no somos muy buenos expresando nuestros sentimientos, es bastante común quejarse para expresar una emoción. “Compartir contenido emocional con alguien es un vehículo para vincularnos, nos gusta especialmente usar las quejas como una herramienta social”, escribe. Pero lo que advierten los estudios citados es que hacer de la queja el enfoque principal de nuestras relaciones nos hace quedarnos demasiado tiempo en nuestros dramas, sean grandes o pequeños, y desencadenan una respuesta de estrés. Además, los lazos que se construyen exclusivamente sobre la insatisfacción mutua son frágiles, y suelen disolverse una vez que se haya solucionado el problema de uno de los rumiantes.

“Creo que sería bueno identificar nuestros pensamientos antes de compartirlos. La negatividad en general, si se comunica y comparte, puede contagiar e influir al entorno, la rumiación compartida podría perpetuar ciertas obsesiones y el catastrofismo depresivo”, dice Larraburu que, al igual que Michelena, no cree que la corrumiación en sí misma pueda causar ni transmitir a otras personas una depresión. Es la duración del bucle lo que puede intoxicar nuestras relaciones.

Una buena manera de darse cuenta de que uno está metido en el bucle de la corrumiación es hacerse estas tres preguntas que recomienda la APA (Asociación Americana de Psicología, por sus siglas en inglés): ¿Ya hemos hablado antes de este problema? ¿Tengo algo nuevo que contar o me estoy repitiendo? Y, por último, ¿Estoy especulando sobre lo que podría haber sido y no fue? Si usted ha entrado en bucle ya conocerá las respuestas, y probablemente sea un buen momento para parar.