¿MANCHADOS O INMACULADOS?

Domingo II de Adviento 

Fiesta de la Inmaculada Concepción

8 diciembre 2019

Lc 1, 26-38

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una Virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la Virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible”. María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y la dejó el ángel.

¿MANCHADOS O INMACULADOS?

           Habitualmente se ha entendido el “pecado” como una “mancha”, refiriéndose incluso al llamado “pecado original”, por el que todo ser humano nacería ya “manchado” con aquella culpa primera. Se confundió lo que era un mito con un supuesto hecho histórico, acaecido en un tiempo y lugar determinados.

          De aquella “mancha” primera quedaría excluida, según la definición dogmática de 1854, María la madre de Jesús, razón por la cual se la empezó a designar bajo la advocación de “Inmaculada Concepción”. Es decir, al revés de lo que sucedería en el resto de los humanos, María fue “concebida sin pecado original”.

          Más allá de los mitos y los dogmas, la comprensión transpersonal nos hace ver que todos somos “inmaculados” en nuestra identidad última, aunque luego nuestro funcionamiento cotidiano esté lleno de “manchas” o de actitudes y comportamientos inadecuados. Pero una cosa no niega la otra.

          Y eso nos lleva a replantear el tema del “pecado”, tal como también habitualmente se ha entendido. En la enseñanza religiosa, el pecado era (es) considerado como una “mancha” que rompe la comunión con Dios y hunde a quien lo comete en la culpa.

          Sin embargo, el sentido del término que aparece en el evangelio no es ese. El término griego que aparece en el Nuevo Testamento es hamartia, que significa “errar el tiro”, es decir, equivocarse. Con ello, más que “mancha”, el pecado es ignorancia. Y ahí aparece una convergencia entre todas las grandes tradiciones sapienciales: el mal es fruto de la ignorancia, es decir, del desconocimiento de lo que realmente somos. Debido a esa ignorancia –al tomarnos por lo que no somos–, “erramos el tiro”, sosteniendo actitudes y comportamientos que hacen daño.

          No se niega nuestra capacidad de hacer daño, pero tampoco se olvida que, en todo momento, cada persona hace lo mejor que sabe y puede. Por ello, puede comprenderse todo comportamiento, si bien comprender no equivale en absoluto a justificar.

     En el plano de las formas, cada persona será “responsable” de lo que hace. Pero, en el nivel profundo, todos somos “inmaculados”. Lo que somos es Verdad, Bondad y Belleza –por nombrarlo con los “transcendentales” de la filosofía escolástica–, Plenitud de Presencia, puro Ser.

    Desde esta comprensión, celebrar a “María Inmaculada” es celebrar nuestra identidad profunda. Aunque nuestro pequeño yo –personalidad– funcione en la limitación y la ignorancia, apareciendo incluso “manchado” en algunas ocasiones, nuestra identidad es pura luz. La sabiduría consiste en hacer posible que la Luz que somos ilumine toda nuestra existencia.

¿Me veo “manchado/a” o “inmaculado/a”?

DEJA DE BUSCAR, DÉJATE ENCONTRAR

Domingo I de Adviento 

1 diciembre 2019

Mt 24, 37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del Hombre pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

DEJA DE BUSCAR, DÉJATE ENCONTRAR

           Entre los creyentes, el término “adviento” –“venida del Señor”– evoca la esperanza de una plenitud futura que habría de saciar todos nuestros anhelos. Es sabido que los primeros discípulos de Jesús –y, probablemente, él mismo– esperaban un final del mundo inminente. Eso es, al menos, lo que indican las palabras que Marcos pone en su boca: “Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto [la “venida del Hijo del hombre”] suceda” (Mc 13,30; Mt 24,34).

          El texto que se lee en este primer domingo de Adviento pertenece al llamado género apocalíptico. Este género literario, recurriendo a imágenes y a palabras que parecen evocar catástrofes, se utiliza para hablar de un futuro que se entiende como “renovación” o novedad radical.

          Más allá de las imágenes utilizadas, la intención parece clara: es una llamada a “despertar”,  a “estar en vela”,  a “estar preparados”…

          ¿En qué consiste “despertar”? En comprender qué somos. Lo cual significa salir de la creencia que nos identifica con el yo separado para llegar a la comprensión de nuestra verdadera identidad.

          El yo separado se define por la carencia. Y eso mismo es lo que hace que se proyecte hacia “fuera” y hacia el “futuro”, buscando ahí la plenitud de la que carece. Donde hay identificación con el yo habrá inexorablemente soledad, miedo y ansiedad. Porque lo que llamamos “yo” es un haz de necesidades y miedos, invencibles en tanto en cuanto nos mantengamos en esa creencia errada, que constituye la ignorancia radical o, si se prefiere simbólicamente, nuestro “pecado original”. Ahí se encuentra, en efecto, el origen de nuestra confusión y de nuestro sufrimiento.

      Es evidente que la persona en la que nos experimentamos es sumamente débil, frágil y vulnerable: pura necesidad. Pero la personalidad no constituye nuestra identidad. La primera es, en todo caso, la “identidad” pensada –lo que pensamos que somos, lo que nos han transmitido–; la segunda es “Eso” inefable que compartimos con todos los seres y constituye el “misterio” último de todo lo real.

          “Personalidad” e “identidad” constituyen los dos niveles en los que nos movemos. La sabiduría pasa por desplegar nuestra personalidad en conexión con la identidad profunda.  

          La pregunta “¿quién soy yo?” remite a mi persona. Sin embargo, la de “¿qué soy yo?” apunta a mi identidad. A aquello a lo que se refería sabiamente José Saramago cuando expresaba: “Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre; ese algo es lo que somos”.

          Y si bien nuestra persona se define por la necesidad y la carencia, lo que somos realmente es plenitud. La comprensión de ello nos libera de la falsa creencia original y de la ansiedad que busca y proyecta fuera y en el futuro aquello que echa en falta.

          A partir de ahí, dejamos de buscar y nos dejamos encontrar. Pero no por “alguien” que, desde fuera, nos salvara, sino por Aquello que somos en profundidad y que teníamos olvidado. Deja de correr ansiosamente y déjate “alcanzar” por aquello que eres.

          Comprende qué eres y vive desde esa comprensión. Ahí se resume la invitación de Jesús: “Estad en vela”. El “Hijo del hombre” –otro modo de expresar nuestra identidad– “viene” –está viniendo–, pero no del futuro, sino de lo profundo.

¿Vivo buscando o dejándome encontrar por lo que soy?

Semana 24 de noviembre: CUÁNTICA Y CONSCIENCIA // Yaiza MARTÍNEZ

VIBRACIONES CUÁNTICAS EN PROTEÍNAS CEREBRALES, POSIBLE ORIGEN DE LA CONSCIENCIA

Yaiza Martínez, http://www.tendencias21.net/Vibraciones-cuanticas-en-proteinas-cerebrales-posible-origen-de-la-consciencia_a44176.html

La hipótesis de Penrose y Hameroff cobra cada vez más fuerza.

En los años 90 del siglo pasado, los investigadores Sir Roger Penrose y Stuart Hameroff‎ propusieron que la consciencia se deriva de la actividad de las neuronas del cerebro en la escala más mínima, la escala cuántica o subatómica. Los últimos estudios sobre por qué la anestesia “desconecta” nuestra consciencia parecen darles la razón. La unión de física, biología y neurología quizá podría desvelar por fin un enigma de siglos: el origen de la consciencia.

La imagen del cerebro como un ordenador va quedando cada vez más obsoleta, pues no logra explicar el origen de la consciencia.

Como alternativa, en los años 90 del siglo XX, dos científicos, Sir Roger Penrose (Profesor Emérito de Matemáticas en la Universidad de Oxford) y Stuart Hameroff‎ (anestesista y profesor de la Universidad de Arizona) propusieron una hipótesis a la que bautizaron como Reducción Objetiva Orquestada (“Orch OR”).

Esta apasionante teoría señalaba que la consciencia se deriva de la actividad de las neuronas del cerebro en la escala más mínima, la escala cuántica o subatómica.

Más concretamente, la Orch OR apuntaba a que la consciencia dependería de procesos cuánticos biológicamente orquestados que se desarrollan en (y entre) los microtúbulos del citoesqueleto de las neuronas del cerebro.  

En principio, esta hipótesis fue muy criticada, pero en 2014 Penrose y Hameroff la revisaron en la revista Physics of Life Reviews  a partir del descubrimiento de vibraciones cuánticas a temperaturas cálidas en los microtúbulos del interior de las células cerebrales, realizado por el investigador Anirban Bandyopadhyay, del Instituto Nacional de Ciencias Materiales del Tsukuba, Japón.  Estas vibraciones eran resonancias autosimilares, que se repetían en rangos de frecuencias determinados y levísimos. 

Entonces, Penrose y Hameroff también trajeron a colación los hallazgos de otro científico de la Universidad de Pennsylvania (EEUU), Roderick G. Eckenhoff‎. Estudiando la anestesia, Eckenhoff había descubierto que esta deja inconsciente gracias a que actúa –a nivel cuántico- sobre los microtúbulos de las neuronas del cerebro.

 
Efecto de la anestesia a nivel cuántico 

Tal y como se explica en la revista Newswiseen el siglo XIX, se halló que un grupo de gases con diversas estructuras químicas tenían una acción común: Cuando eran inhalados, hacían que los seres humanos y los animales quedaran inconscientes. Una vez que estos gases eran exhalados, los sujetos volvían a estar conscientes. Pero entonces nadie pensó que la anestesia podría ayudar a entender la consciencia.

En los últimos años, se ha ido comprendiendo por qué la anestesia “desconecta” la mente. Este efecto es posible gracias a que sus moléculas interaccionan con una proteína que se encuentra en los microtúbulos del citoesqueleto de las neuronas y que se llama tubulina. La tubulina es tan pequeña que solo tiene unos cuantos nanómetros de diámetro. Lo que sucede es que esta proteína de los microtúbulos neuronales y la anestesia establecen interacciones cuánticas débiles con frecuencias de oscilación características, del tipo Fuerzas de Van der Waals

En 2015, un estudio dirigido por el investigador de la Universidad Nova Southeastern y colaborador de Hameroff, Travis Craddock, arrojó aún más evidencias sobre este punto. Craddock y su equipo hicieron pruebas con ocho gases anestésicos, lo que reveló que la presencia simulada de una molécula de gas anestésico cercana a los microtúbulos podía amortiguar significativamente la frecuencia de oscilación de estos.

En otras palabras, la anestesia haría descender la frecuencia de oscilación de los microtúbulos. Por tanto, bloquearía la consciencia mediante la reducción de la frecuencia de las oscilaciones de la proteína tubulina en los microtúbulos neuronales. 

Un nuevo estudio de Craddock y su equipo ha profundizado ahora en las implicaciones de este efecto para el uso de la anestesia en cirugía y para las complicaciones cognitivas que la anestesia puede ocasionar.

Fruto de una orquestación cuántica

Volviendo al tema inicial, Penrose y Hameroff señalan que estos hallazgos implicarían que, para tener consciencia, se debe mantener la frecuencia de oscilación de la tubulina. Y no solo eso, la oscilación individual de cada microtúbulo debe mantenerse dentro de una jerarquía de múltiples escalas, es decir, estar orquestada dentro de una oscilación colectiva con las oscilaciones de la tubulina de otras neuronas.

Según Penrose y Hameroff, ese “trabajo orquestado” está constituido por procesos cuánticos, que son los que, en última instancia, regulan la membrana y la sináptica neuronales –la actividad normal de las neuronas, de la que emerge la consciencia.

Además, la evolución de dicha orquestación culminaría gracias a la llamada “Reducción Objetiva”, un concepto estrechamente vinculado al colapso de la función de onda‎ de la mecánica cuántica. 

Dado que la física cuántica subyace a todos los procesos de la materia, el enfoque de Penrose y Hameroff parece ofrecer  una explicación de cómo de dicha materia puede emerger  la vida consciente e inteligente.

La confluencia de los últimos avances físicos, biológicos y neurológicos está permitiendo profundizar hasta el nivel cuántico en la arquitectura funcional del cerebro, para conocer “la interacción psicofísica de sus constituyentes fundamentales”, como ha explicado en Tendencias21 el físico Manuel Béjar.

Referencias bibliográficas: 

Craddock TJA, et. al. Anesthetic Alterations of Collective Terahertz Oscillations in Tubulin Correlate with Clinical Potency: Implications for Anesthetic Action and Post-Operative Cognitive DysfunctionScience Report (2017). DOI: 10.1038/s41598-017-09992-7.

Kurian P, Dunston G, Lindesay J. How quantum entanglement in DNA synchronizes double strand breakage by type II restriction endonucleases Journal of Theorical Biology (2016). 

Craddock TJA, Hameroff SR, Ayoub AT, Klobukowski M, Tuszynski JA Anesthetics act in quantum channels in brain microtubules to prevent consciousnessCurrent Topics in Medicinal Chemistry (2015). 

Hameroff S, Penrose R Consciousness in the universe: A review of the ‘Orch OR’ theoryPhysics of Life Reviews(2014). 

Hameroff S, Nip A, Porter M, Tuszynski J. Conduction pathways in microtubules, biological quantum computation, and consciousnessBiosystems (2002).

ESTAMOS EN EL PARAÍSO

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario 

24 noviembre 2019

Lc 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados ofreciéndole vinagre diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

ESTAMOS EN EL PARAÍSO

          Si se lee solo desde la mente y reduciéndose al mundo de las formas, afirmar que “estamos en el Paraíso” suena a blasfemia contra tantas víctimas inocentes de tanto tipo de dolor como hay en nuestro mundo. Y nos sublevamos con razón ante el riesgo de banalizar la injusticia y el sufrimiento.

          Pero no es esa la lectura, y nada de ello se niega. Tal afirmación apunta a señalar nuestra identidad más profunda, la verdad última de lo que somos. Y esa es la Buena Noticia para todos, incluidas en primer lugar las víctimas: lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

          La comprensión de lo que somos –si es tal–, lejos de conducir a la indiferencia o pasividad, moviliza lo mejor de nosotros mismos en favor de los demás. Y lo hacemos, no desde un imperativo moral, sino desde la gratuidad que nace de la propia comprensión de que todo otro soy yo.

        Esa es la comprensión que alentó a Jesús de Nazaret. Aun en medio de la tortura –y sin que ello le evitara el dolor–, se sabe en el “Paraíso”. La mente lo sigue imaginando en el futuro –“estarás»–, pero en realidad el Paraíso no es un lugar; es lo que somos.

          Jesús se sabe en él, porque es consciente de su identidad: “El Padre y yo somos uno”, “Yo soy la Vida”, “Yo soy”… Es precisamente esa comprensión la que explica su modo de vivir y de morir, la manera en que planteó su existencia y afrontó su muerte. Tal consciencia no le ahorró el dolor, pero lo sostuvo en la confianza que contagiaba.

        Y porque sabía qué era él, sabía de la misma manera que también su compañero de suplicio compartía la misma identidad. Y sabía que la Vida que somos no acaba en la muerte.

          El “hoy” del evangelio de Lucas no hace referencia a un momento cronológico, sino al Presente atemporal, en realidad lo único existente. El tiempo es algo que nace con las formas y con la lectura (secuencial) propia de la mente. Pero, hablando con rigor, únicamente existe el presente que contiene todas las formas.

          El Presente así entendido –Presencia consciente–, como el Paraíso, es otro nombre de lo que somos…, y nunca hemos dejado ni dejaremos de serlo.

        Y ¿por qué, si es lo que somos, no lo vemos? Porque miramos solo desde la mente. Y desde ella captamos únicamente lo que ella misma permite, solo formas. En las formas, siempre impermanentes, nos reducimos al yo, a un yo además que se percibe como carencia y se ve sujeto a frustraciones constantes.

          Con tales características, es comprensible que el yo vea el “Paraíso” como algo que está fuera y en el futuro. Lo ha transformado en un objeto y en una creencia, olvidando que es nuestra más profunda identidad.

          Mientras me vea a mí mismo como un yo separado, marcado por la carencia, la fragilidad y el miedo, no podré “ver” lo que realmente somos. El propio dolor que experimenta esta forma (persona) se convertirá en obstáculo para ello.

       Pero, ¿qué ocurre cuando somos capaces de “vernos” más allá de ese yo? Dicho de otro modo: cuando tu mente está en silencio, en este mismo momento –ese presente atemporal, al que antes me refería–, ¿qué te falta?

          El presente es plenitud y “Paraíso”: eso es lo que somos.

¿Me vivo desde la mente o desde el Silencio?

Semana 17 de noviembre: CONSCIENCIA Y NEURONAS // Eduardo MARTÍNEZ

LA CONSCIENCIA CREARÍA ACTIVIDAD NEURONAL

La percepción es solo una interfaz de usuario, según Donald D. Hoffman. Sostiene que la consciencia crea actividad neuronal y que el cerebro nos oculta la realidad para darnos una ventaja evolutiva. La percepción es solo una interfaz de usuario.

Una nueva teoría científica sostiene que la consciencia crea actividad neuronal y que la evolución ha capacitado a los humanos para construir la realidad y no para percibir el mundo como realmente es.

La teoría la expone en su nuevo libro, titulado The case against reality, Donald D. Hoffman, psicólogo cognitivo y profesor en el Departamento de Ciencias Cognitivas de la Universidad de California en Irvine. 

Su trabajo consiste en estudiar la consciencia, la percepción visual y la psicología evolutiva utilizando modelos matemáticos y experimentos psicofísicos. La tesis del libro fue anticipada en su conferencia TED de 2015 en Vancouver: https://www.youtube.com/watch?v=fR_fkqWpyas

“Me interesa comprender la experiencia de la consciencia humana y su relación con la actividad de nuestros cuerpos y cerebros cuando interactuamos con nuestro entorno, y eso incluye el desafío técnico de construir modelos informáticos que lo imiten, por eso estoy creando un modelo que explique la consciencia “, explica Hoffman.

Los enfoques científicos actuales asumen que hay un patrón de actividad neuronal que nos hace experimentar cosas como el sabor de una nuez o la apariencia del color rojo. Pero, dice Hoffman, no hay teorías formales que expliquen esto.

“Debido a que no hay una teoría matemática que explique el patrón de actividad neuronal que crea consciencia, eso puede significar que estamos haciendo una suposición falsa”, considera.

Y añade que, según su teoría, la consciencia crea actividad neuronal (no al revés) y los humanos hemos evolucionado para descubrir qué es lo que se necesita para sobrevivir. Las percepciones, dice, son una interfaz de usuario, pero no necesariamente la realidad.

Ocultar la realidad es práctico

Explica asimismo que nuestros sentidos, la base de nuestra percepción de la realidad, evolucionaron y fueron moldeados por selección natural supuestamente para ayudarnos a percibir la realidad, pero que en realidad ha pasado lo contrario.

“Mis estudiantes y yo hemos creado simulaciones informáticas de competencias evolutivas entre criaturas con diferentes tipos de percepciones. Descubrimos que los organismos que percibieron la verdad tal como es, se extinguieron cuando compitieron contra organismos que no percibían realidad”. 

Y añade: “Otra forma de pensar acerca de este concepto es mirar al mundo como una interfaz de usuario, una máscara. El espacio tridimensional es realmente como el escritorio de un ordenador. Las cosas que vemos están ahí como un icono. Un icono de un libro que es azul no significa que el libro y su contenido sean realmente azules, es un simple símbolo que representa algo mucho más grande. Y no ver la verdad realmente ayuda: si tuviéramos que saber toda la verdad sobre el ordenador y cómo operar cada circuito para hacer que cada acción sea necesaria, no lo usaríamos. La evolución literalmente nos oculta la verdad a propósito”.

¿Qué es la realidad?

Hoffman señala asimismo que por ello no sabemos realmente lo que es la realidad y que para conocerla debemos primero entender lo que es la consciencia. 

Añade que aunque hay mucha información sobre correlaciones entre diferentes regiones cerebrales y algunas experiencias conscientes específicas, la mayoría de los enfoques asumen que la actividad cerebral causa la experiencia consciente.

“Pero nadie tiene una idea sobre cómo iniciar una experiencia consciente desde el cerebro: no hay teorías que lo expliquen. Nuestra incapacidad para encontrar una teoría sugiere que podemos estar haciendo una suposición falsa”.

Y dado que de la actividad cerebral no hemos podido construir una teoría de la consciencia, Hoffman se ha propuesto construirla a partir de la consciencia y su impacto en las neuronas: está creando un modelo matemático de la consciencia. “Si tenemos éxito en la creación de una teoría de la consciencia, entonces podremos entender mejor la realidad, la verdad”, añade. 

Las consecuencias de esta reflexión son profundas: “Si hemos confundido nuestras percepciones con la verdad, nuestra percepción completa del espacio-tiempo y de los objetos físicos es engañosa… Es sorprendente pensar que lo que hemos creído profundamente es erróneo. Pensar que el espacio-tiempo en sí es falso es asombroso”, señala Hoffman.

¿Hay algo ahí fuera?

El neurocientífico español Francisco J. Rubia señala al respecto que  el cerebro proyecta al mundo exterior lo que genera internamente y que por ello nos hace creer equivocadamente que todas esas cualidades secundarias tienen su origen “ahí afuera”.

En realidad, señala Rubia, quien ve, oye, huele, gusta y siente, es el cerebro. Los órganos de los sentidos son, en lo que a esto respecta, completamente neutrales. Luego, no existe “un” mundo exterior, sino varios mundos que dependen cada uno del sujeto que percibe los diferentes estímulos que en él se encuentran. 

Hoffman se propone ahora crear un modelo de la consciencia que dé consistencia científica a la relación entre el cerebro y la consciencia, el modelo que falta para entender mejor qué somos los seres humanos y qué es el mundo que nos rodea.

Referencia: D.D. HOFFMAN, The case against reality: How evolution hid the truth from our eyes, Allen Lane, 2019.

Eduardo Martínez, en https://www.tendencias21.net/La-consciencia-crearia-actividad-neuronal_a45388.html

29 de julio de 2019.