Semana 11 de noviembre: CORAZÓN DE MALETA

A este mundo venimos desnudos, y después del viaje de la vida nos vamos desnudos. 

Pero para el trayecto necesitamos objetos: desde el cepillo de dientes a la cultura, pasando por un sinfín de adminículos: casas, libros, ropas, coches, tecnología, cuentas bancarias, pólizas de seguros, puestos, cargos y un largo etcétera.

Es nuestra valija, la maleta del viaje.

El problema nace de nuestra relación con esa maleta.

Hoy muchos transforman la valija en el destino del viaje. Confunden el medio con el fin. Es más, se definen a sí mismos no por lo que son, sino por lo que llevan en el viaje, sus posesiones, lo que tienen. Ante la sociedad nos prestigiamos por la cualidad de mi casa, mi coche, mi forma de vestir, el puesto que representamos, en vez de por el sentido de mi vida, mis valores, mi último destino.

Esto vacía nuestra cabeza y nuestra alma. Nos convertimos en lo que buscamos. Tenemos alma de chalet, yate, acciones, automóvil.

Recuerda el papa Francisco que su abuela decía que las mortajas no tienen bolsillos y que a los coches fúnebres no les siguen camiones de mudanza. Escribe Óscar Hahn: “A donde quiera que vaya / a donde quiera que me mueva / nada va a pasar / nada va a cambiar / porque me llevo a mí conmigo”. Y concluye: “Y si ese río va a dar a la mar / que es el morir / allá me voy con él. / Porque yo soy el río / pero también el mar”.

Quizás el arte de vivir sería llevar la maleta como si no fuera mía y poner los ojos en la estación o aeropuerto de destino. Mi infelicidad es miedo a perder. Mi felicidad es despertar al gran descubrimiento de que ya, aquí y ahora, todo lo tengo, que el río del viaje ya es mar, y que la maleta —mi éxito, mis propiedades, mi poder— no vale nada. Solo soy cuando dejo de ser. Y cambio el corazón de maleta por el de la plenitud de saberme ya recién llegado.

Pedro Miguel LAMET.

Semana 4 de noviembre: EL LUGAR DE LA MENTE Y DEL SILENCIO

NO-DUALIDAD, MEDITACIÓN Y COMPROMISO

 IV. El lugar de la mente y del Silencio

Desde el ángulo en el que me vengo moviendo, podría decirse que la mente y el Silencio constituyen los dos polos de la paradoja humana. Dos polos que se reclaman mutuamente y que están llamados a vivirse sin contraposición alguna. Frente al riesgo de desechar cualquiera de ellos –que implicaría amputar una dimensión fundamental de lo humano–, la sabiduría consiste en (y capacita para) vivirlos de manera armoniosa: mente y Silencio se hallan abrazados también en la no-dualidad. Pero me parece oportuno situar la reflexión sobre ambos polos en el marco de la pregunta acerca de nuestra identidad.  

          La pregunta ¿quién soy yo? no solo me parece que es el comienzo de la sabiduría, la “puerta de entrada” del conocimiento –“conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a los dioses”, rezaba la inscripción del Templo de Delfos–, sino la cuestión capaz de liberarnos de discusiones mentales que nos enredarían en laberintos sin salida.

          Ante esa pregunta, la mente se acalla –porque no tiene respuesta adecuada– y, en ese Silencio, puede brotar la comprensión. Es similar a lo que ocurriría, metafóricamente hablando, si, cuando en los sueños que surgen al estar dormidos, pudiéramos preguntarnos: ¿quién es el que sueña?

         Por ese motivo, tal como lo veo, me parece que ante cualquier pregunta mental –que tiende a encerrarnos en discusiones tan prolongadas como estériles–, lo adecuado es “retraducirla” a esta: ¿quién soy yo? A diferencia de las otras, esta primera pregunta, de entrada silencia la mente, luego nos resitúa –nos coloca en el “lugar” de nuestra verdadera identidad– y, al resituarnos, toda otra cuestión «cae» en el marco adecuado, por lo que la acogemos con ecuanimidad y, en lugar de una reacción automática, aparecerá la respuesta ajustada. Cuando no es así, fácilmente podremos enzarzarnos en debates interminables que no pasarán de ser meros juegos mentales.

          La mente, necesariamente ambigua e incapaz de atrapar la verdad, no puede conducirnos más allá de sí misma. Por más erudita que sea e incluso farragosa en su modo de expresarse, todo lo que surja de ella serán únicamente construcciones mentales, es decir, “mapas”. Es una herramienta preciosa para manejarnos en el mundo de los objetos –de las formas– y para desenmascarar la irracionalidad –este es el gran logro de la llamada “razón crítica”–, pero se revela absolutamente incapaz de responder a la gran cuestión: ¿quién soy yo? En este campo, lo que se requiere es justamente aprender a acallarla si queremos empezar a ver con claridad. Tal como repite Marià Corbí, siguiendo lo que han dicho sabios y místicos de todos los tiempos, “el silenciamiento desde la mente pretende conducir nuestra comprensión hasta llegar a ver con toda claridad que lo que damos por realidad es solo una construcción de nuestra mente”[1].

      La mente es un instrumento precioso, una herramienta valiosa, que muestra toda su capacidad cuando se vive en conexión con la consciencia, cuando nace de la atención o del Silencio. De hecho, el requisito previo para cualquier pensamiento creativo es acceder a la Consciencia, gracias a la atención y al Silencio. Cuando es así, consciencia y mente dan lugar a la sabiduría; por el contrario, la mente desconectada de la consciencia (de la atención o del Silencio), en el mejor de los casos, solo podrá ofrecer erudición; en el peor, se convertirá en fuente de confusión, de enfrentamiento estéril y de sufrimiento inútil. Dicho brevemente: el pensamiento lúcido, creativo y constructivo solo puede nacer del Silencio.

          Por eso, ante cualquier debate, sobre todo si nos vemos “pillados” emocionalmente –el sujeto de esa sensación siempre es el ego–, el camino adecuado es el de acallar la mente y abrirnos a saborear la Verdad que se oculta en el Silencio. Ahí salimos de la ambigüedad y experimentamos la Plenitud que, constituyendo nuestra identidad, transciende por completo el mundo de las formas y de las construcciones mentales.

         Acallar la mente no significa infravalorarla, ni mucho menos dejarla de lado o demonizarla, sino transcenderla. El discurso crítico es imprescindible, pero es imposible poner la seguridad en la mente. Una cosa es la razón crítica, y otra bien distinta absolutizarla, creer que las cosas son como ella las ve.

       Frente a la creencia –tan frecuente en nuestra cultura– de que la mente es el criterio último de verdad, me parece importante reconocer su lugar dentro de nuestra naturaleza paradójica. Ello implica utilizar la mente sin absolutizarla. “Es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo”, escribe con razón el psicólogo italiano Giorgio Nardone. Y Raimon Panikkar recordaba con lucidez que la absolutización de la razón y del individuo constituían los dos grandes mitos del Occidente moderno. Pues bien, el camino habitual para transcender la mente no es otro que la práctica meditativa o contemplativa: el entrenamiento en el silencio mental

        Pero conviene no olvidar el riesgo del extremo opuesto: la desconfianza en la razón o desvalorización de la mente. Cuando esto ocurre, se acaba cayendo en la credulidad pueril o en la irracionalidad peligrosa.

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[1] M. CORBÍ, Silencio desde la mente. Prácticas de meditación, Bubok, Barcelona 2011, p.15.

Semana 4 de noviembre: ¿VASO O LAGO?

Un anciano maestro hindú, cansado de las quejas de su discípulo, le mandó una mañana a por sal. Cuando hubo regresado, le ordenó echar un puñado en vaso de agua y que se lo bebiera todo. Entonces le preguntó qué tal sabía.

— ¡Muy fuerte!—, respondió el joven.

El maestro sonrió y, acto seguido, le dijo que echase la misma cantidad de sal en el lago. Los dos caminaron en silencio hasta allí y el joven tiró la sal en el agua. El anciano le ordenó que bebiera del lago. Y después de un largo trago, le preguntó qué tal sabía.

— Mucho más rica y refrescante.

— ¿No notas la sal?—, le preguntó el maestro.

— No—, respondió el discípulo.

El anciano se sentó entonces junto al joven y con mucha ternura le explicó:

— El dolor de esta vida es sal pura. La cantidad de dolor es la misma, pero la amargura depende del recipiente donde lo metemos. Así, cuando experimentes dolor, lo único que tienes que hacer es ampliar la comprensión de las cosas. Puedes dejar de ser un vaso para convertirte en un lago.

Semana 28 de octubre: LA PREGUNTA POR DONDE EMPIEZA TODO

NO-DUALIDAD, MEDITACIÓN Y COMPROMISO

 III. La pregunta por donde empieza todo

“¿Quién soy yo?”.

He leído recientemente que “en el caso judeocristiano esta pregunta sobre ¿quién soy yo? no tiene mucha importancia, pues lo importante es preguntarse de modo relacional, para evitar el egocentrismo: ¿Cuál es tu voluntad?”.

Creo comprender lo que esa afirmación busca prevenir y proteger. Me parece que quiere prevenir el riesgo narcisista por el que nos ensimismamos, defendiéndonos de cualquier referencia externa. Y probablemente busca proteger la actitud de apertura y comunión con todo lo real.

Sin embargo, no me parece que el cuidado de esos valores exija soslayar la primera pregunta humana. Porque, desde mi punto de vista, la pregunta “¿quién soy yo?” no solo tiene una importancia decisiva, sino que, de no hacerla, no podemos evitar caer en meras creencias o ideas escuchadas a otros. Solo desde el dogmatismo –al aferrarnos a la idea preconcebida que tenemos acerca de nosotros mismos–, o si nos movemos en lo puramente conceptual, parece posible decir que “no tiene mucha importancia».

Pero lo meramente conceptual no conduce muy lejos, porque no salimos de la mente y sus construcciones («mapas mentales»). La respuesta conceptual a la pregunta «¿quién soy yo?» no sirve de mucho, de cara a liberarnos de la ignorancia y el sufrimiento. Por eso, me parece que solo quien se halla ahí –en el mundo de lo meramente conceptual– puede decir que tal pregunta “no tiene mucha importancia”: la respuesta no pasaría de ser otro concepto más –otra construcción de la mente–, nada auténticamente valioso. Sin embargo, la respuesta experiencial a esa misma cuestión contiene, encierra y sostiene toda la sabiduría.

¿Cómo pasar de lo “conceptual” a lo “experiencial”? Iluminando la mente (pensamiento) desde la consciencia (atención). El pensamiento desconectado de la consciencia tiene un recorrido corto y resulta peligroso. Conectado a (vivido desde) ella es vehículo de sabiduría y creatividad.

Por todo ello, la afirmación que citaba al principio de este texto me sorprende y me despierta un doble comentario. En primer lugar, me parece claro que, si no queremos quedar atrapados en creencias (construcciones mentales) previas e incuestionadas, que damos por válidas únicamente porque las hemos hecho nuestras, no hay conocimiento ni comprensión que no empiece por esta cuestión: ¿quién soy yo? Será solo esa respuesta experiencial –esa certeza– la que relativice todas las demás creencias. 

En segundo lugar, la otra pregunta (“¿Cuál es tu voluntad?”) encontrará también la respuesta adecuada una vez comprendida la primera. Si no nace de la comprensión de lo que somos, lo más probable es que esta segunda pregunta conduzca a algún tipo de alienación. Porque la respuesta a la misma tampoco pasará de ser otro concepto -otra construcción de la mente-, por más que el creyente apele a la «revelación divina».

Por el contrario, cuando comprendes que “tú” no eres el yo separado que tu mente piensa, sino la misma Vida que se expresa en esa forma particular, toda tu existencia no es sino una sumisión constante y gozosa a la Vida.

En lenguaje religioso, así se expresaba la máxima aspiración a la que podía aspirar el creyente: someterse a la voluntad de Dios. Sin embargo, el dualismo que habitualmente encerraba esa expresión hacía que con frecuencia terminara, como decía, en alienación. Superada la trampa dualista, recuperamos la validez de aquella intuición sabia: el “yo” en el que nos experimentamos temporalmente vive en sumisión profunda a la Vida que somos. Y aquí todo se muestra unificado: ahí se nos regala vivir en estado de presencia, es decir, en meditación permanente, y de ahí brota con fuerza el compromiso, tal como en cada persona haya de darse.

Ahí se superan las dualidades –espiritualidad/política, mística/compromiso, contemplación/acción– y la comprensión, siempre la comprensión, hace posible que nos vivamos de manera unificada, integrada y armoniosa, gozosa y comprometida.

Me parece que, cuando esto falla, es posible que se nos estén colando miedos no resueltos, necesidades pendientes, intereses espurios, exigencias perfeccionistas o culpabilidades religiosas. En concreto, en el campo del compromiso y en el modo de entenderlo, me pregunto si no se ha infiltrado –se infiltra–, con demasiada frecuencia, algún tipo de mesianismo judeocristiano, que exige ir de “salvadores”, y la culpa católica, con su tendencia a censurar y culpabilizar indiscriminadamente.

Semana 28 de octubre: EL AMOR DE LA PRESENCIA CONSCIENTE (Jeff Foster)

Haz a un lado las viejas palabras: solo, aburrido, abandonado, mal querido, inútil, rechazado, feo, fracasado…, y lleva tu atención al cuerpo, a lo que está vivo, ahora.

          Invita a tu presencia consciente a este lugar herido, a este lugar que duele, que arde, a este tierno lugar, el lugar que se siente tenso y con una gran necesidad de ser amado en este momento, y solo hay este momento. Lleva tu presencia consciente hacia el vientre, el pecho, la garganta, la cabeza… Imbuye las sensaciones que hay allí con esta cálida presencia consciente…

          Deja que tu presencia consciente fluya… Deja que sature las hormigueantes, palpitantes, vibrantes, crudas, vivas sensaciones, permite que sean penetradas… Permite que lave cada sensación…

          E invita a tu respiración, también; deja que el sagrado aliento se mueva en las sensaciones, y en cada sentido de resistencia o contracción alrededor de ellas.

          Y recuerda: no estás tratando de desembarazarte de las sensaciones, ni de borrarlas, sino de darles la bienvenida, de darles su lugar…

          Y date cuenta que tú eres el espacio para esas sensaciones, para esas sensaciones que solo desean moverse, bailar, surgir y disolverse en su propio dulce tiempo.

          Y aquí no hay ninguna urgencia.

          Y nada ha salido mal, no ha ocurrido ninguna gran falla en el juego cósmico; este no es un mal momento en tu vida, ni la escena incorrecta de la película. Esto es vida, plena, presente y completa, e incluye cualquier sentido de insuficiencia, de limitación, de error, de inseguridad.

          Así como el suelo sostiene al cuerpo ahora, así como el cielo acoge todo el clima cambiante, la presencia consciente admite todos y cada uno de los momentos es sus amorosos brazos.

          Todos los pensamientos y sentimientos surgen para ser amados, aquí, para ser saturados con tu presencia consciente, para ser bendecidos por tu atención, porque la atención es la más grande de todas las bendiciones. 

Jeff Foster.

Semana 21 de octubre: COMPROMISO Y DESAPROPIACIÓN

NO-DUALIDAD, MEDITACIÓN Y COMPROMISO

 II. Compromiso y desapropiación

El compromiso fluye del amor desapropiado. Y este solo es posible en la comprensión experiencial de que somos uno.

Tal como los sabios nos han enseñado –recuerda Marià Corbí–, “la ley suprema del amor es el olvido del ego”[1]. Si no quiere caer en mistificaciones –trampas diversas y sutiles con las que el ego busca, de manera consciente o inconsciente, autoafirmarse–, el compromiso reclama la meditación para comprender que no somos el yo que nuestra mente piensa. Porque mientras perviva la creencia en el yo no será posible la desapropiación, ni el amor ni el compromiso gratuito. Como sigue desarrollando el propio Corbí en la obra citada, el compromiso no nace del yo, sino que “pasa” a través de él, porque está brotando del Amor que somos.

Al final, todo se ventila en la comprensión: desde el estado mental todo parece nacer del yo; por el contrario, en el estado de presencia se descubre que todo surge de la misma Presencia que somos y que el yo –que era considerado como la instancia central en el estado anterior– es únicamente un pensamiento o, dicho con más rigor, el resultado que se obtiene cuando la mente se apropia de la consciencia.

La sabiduría ha insistido siempre en la desapropiación o gratuidad como el signo de identidad del auténtico compromiso, como modo de prevenir la apropiación egoica con todas las trampas y engaños en los que introduce.

Vuelvo a recoger lo que escribía en una entrega anterior, hace apenas unas semanas: Tanto el taoísmo (“Nadie hace nada y, sin embargo, nada queda sin hacer”; “es el Tao quien actúa en los diez mil seres”) como el budismo zen (En todo lo que hagas, no hagas nada”) lo han expresado de manera contundente. Se está diciendo ahí que si eres “tú” el que (cree que) lo hace, la acción nacerá contaminada por la apropiación y, lo que es más grave, por la ignorancia que sostiene la creencia errónea de que hay un “yo” hacedor.

Y es aquella misma sabiduría la que trasluce en las palabras de Jesús de Nazaret: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”. Palabras que no inducen a ningún tipo de falsa humildad –que suele esconder un orgullo soterrado–, sino que invitan a la comprensión de que “tú” no haces nada, que no hay “nadie” que haga nada; todo, sencillamente, se hace y, cuando no caemos en la trampa primera de identificarnos con el ego, fluye a través de nosotros.

Pero la mente no puede captar la verdad de la paradoja, puesto que la ve como mera contradicción. Es en el silencio de la mente –en el estado de presencia que nos regala la meditación o contemplación–, en el que germina la comprensión, donde se ve que la paradoja era solo una “contradicción aparente” y que aquellos que parecían polos opuestos son en realidad complementarios. Con lo cual, somos remitidos a una cuestión decisiva: ¿qué experiencia tengo de Silencio mental? Otra paradoja: silencio y palabra van unidos; el silencio sin palabras (sin mente) deriva fácilmente en mutismo inane, pero la palabra (mente) sin Silencio se reduce a mero blablablá.

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[1] M. CORBÍ, El camino interior más allá de las formas religiosas, CETR, Barcelona 2013, p.221. Este recomendable libro se halla disponible en: https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/wp-content/uploads/2018/08/eBook-en-PDF-El-camino-interior-mas-alla-de-las-formas-religiosas.pdf