ANTE LA GUERRA CONTRA UCRANIA: ENTRE EL DOLOR, LA RABIA Y LA COMPRENSIÓN

La invasión de Ucrania me ha despertado fuertes sentimientos de

  • dolor y pena por las personas directamente afectadas;
  • tristeza ante la estupidez humana y la incapacidad para la empatía de gran parte de los líderes mundiales;
  • desgarro al constatar, una vez más, de lo que es capaz el ser humano, el autoproclamado homo sapiens;
  • rabia contra el matonismo de Putin y sus delirios imperialistas, así como contra los delirios prepotentes de Occidente en su afán por anexionarse la mayor parte posible de territorios que habían formado parte de la URSS, en lugar de disolver la OTAN el mismo día en que desapareció el Pacto de Varsovia;
  • impotencia ante un conflicto que, en primera instancia, desborda por completo cualquier intento de poder influir en él de una manera eficaz…

Pero, afortunadamente, esos sentimientos no han sido los únicos que ocupaban mi campo de consciencia. A pesar de su intensidad y de su propensión a invadirlo todo, puedo percibir en mi interior otras sensaciones, infinitamente más profundas a la vez que más “calladas” que, apenas les “presto atención”, me colocan en “otro lugar”. No borran los sentimientos anteriores, pero experimento que me resitúan adecuadamente ante ellos.

Dolor, pena, tristeza, desgarro, rabia, impotencia… ocupan necesariamente su lugar. Son expresión de nuestra sensibilidad humana y de nuestro anhelo profundo de fraternidad y de justicia, a la vez que actúan como alarmas que previenen frente a tanta mentira, tanto sufrimiento inútil y tanta ignorancia. Sin embargo, me doy cuenta de que, si simplemente los alimento, estoy dando aliento a aquella misma rueda infernal que los había desencadenado. La ira no apaga la ira, sino que la acrecienta. Hay otro modo de vivirla -como hay otro modo de vivir el dolor, la pena, la tristeza, el desgarro y la impotencia-, un modo que es posible gracias a la comprensión profunda de lo que somos, gracias a la sabiduría, único antídoto frente a la ignorancia y a la prepotencia del ego.

Las sensaciones profundas que, tímidamente, empezaban a reclamar mi atención fueron:

  • comunión con todas las personas que están padeciendo directamente las consecuencias de esta locura; empatía y compasión hacia ellas en sus situaciones anímicas de miedo, incertidumbre, angustia, impotencia, sinsentido…;
  • confianza radical porque, en el fondo de lo que somos, en nuestra identidad profunda, estamos a salvo; ciertamente, esta confianza no niega todo tipo de “oleaje” que puede moverse en el nivel sensible, de la misma manera que tampoco adormece todo lo que sea posible hacer en cualquier dirección, pero impide reducirnos y cegarnos, lo cual incrementaría inútilmente el sufrimiento;
  • comprensión en cuanto certeza de lo que realmente somos, más allá de nuestra personalidad; comprensión que es la fuente de la confianza y de la comunión; porque incluso Putin -tras esa expresión siniestra que probablemente esconde narcisismo patológico, inseguridad afectiva e incluso algún rasgo psicopático-, en su identidad profunda, es uno con todos nosotros; esto no significa que no sea necesario protegerse frente a él, como tenemos que protegernos ante cualquier amenaza o maltrato; pero ojalá que esa necesaria protección, con todas las medidas coercitivas que sean necesarias, no nos haga olvidar que, más allá de la ignorancia que es siempre la causa del daño, compartimos la misma identidad;
  • compromiso en la transformación:
    • toda situación externa es, en cierto modo, un reflejo de nuestra propia vivencia interna; por eso puedo colaborar al fin de la guerra -de todas las guerras- en la medida en que “pacifico” mi interior y construyo la paz en mis relaciones, con las cosas y con mi medio;
    • la práctica de la meditación y el silencio mental (silencio del ego) me permiten, no solo activar la comunión con tantas personas que padecen directamente la locura de la guerra, sino seguir favoreciendo que la humanidad pueda crecer en comprensión, en la certeza de que solo la transformación de la consciencia hará posible una humanidad liberada; meditar es un acto de amor universal.

Verbalizado todo lo que se “mueve” en mi interior, experimento la Paz que me sostiene e ilumina. No es una “paz” que me aísla, ni que me cierra los ojos o endurece mi sensibilidad. Es la paz “abierta” a todos y a todo, consciente, lúcida y solidaria, porque nace de la comprensión que ilumina la realidad completa.

Zizur Mayor (Navarra), 25 febrero 2022.