UN REY DESNUDO

Fiesta de «Cristo Rey»

20 noviembre 2022

Lc 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados ofreciéndole vinagre diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. 

UN REY DESNUDO

La ejecución de Jesús viene relatada bajo el reconocimiento de su realeza, tal como proclamaba el supuesto letrero colocado en la cruz: INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos). Con ello, sin duda, los autores de los textos evangélicos perseguían un objetivo teológico: mostrar a su Maestro como el Mesías Rey esperado.

La realidad, sin embargo, más allá de ese objetivo, proclamaba a gritos la paradoja presente en ese “rey”: despreciado, condenado, ejecutado…, absolutamente desnudo. Desnudo de cualquier cosa a la que poder aferrarse.

De ese modo, el texto nos introduce en la comprensión de lo que es la “realeza”, nuestra verdadera identidad: aquello que realmente somos es lo que queda cuando hemos sido “desnudados” de todo lo demás.

Desde esta clave, Jesús aparece como el hombre sabio que ha sabido vivir “desnudo” hasta el final. Desnudo de apetencias de tener, poder o aparentar. Pero desnudo, sobre todo, de la identificación con el yo. Y ello fue posible porque vivió en la comprensión de ser -tal como se recoge en el evangelio de Juan- “uno con el Padre”, o “todas las cosas” -como se lee en el evangelio de Tomás-.

Es precisamente esa comprensión la que le otorga autoridad para asegurar vida y decirle al compañero de suplicio: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

El camino de la sabiduría -el camino de la vida- es un camino de desnudez, de soltar todo lo que no somos para vivir en conexión consciente con lo que realmente somos. Porque, con frecuencia, solemos funcionar justo al revés: nos tomamos por lo que no somos, ignorando lo que somos. No es extraño que, como consecuencia, nos veamos perdidos en la confusión y atascados en el sufrimiento.

La liberación viene de la mano de la comprensión. Y en ese camino incluso el sufrimiento puede ser un “aliado” para desnudar nuestras falsas creencias y, a través del silencio de la mente, llevarnos a saborear nuestra genuina “realeza”.

¿Vivo la existencia como un proceso de desnudez?

UN MUNDO NUEVO

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

13 noviembre 2022

Lc 21, 5-19

Algunos ponderaban la belleza del Templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está por suceder?”. Él contestó: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: «Yo soy» o bien «el momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida”. Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres y parientes y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. 

UN MUNDO NUEVO

El género apocalíptico, al que pertenece el relato que leemos hoy, se refiere a la gestación de un “mundo nuevo” -de un nuevo y definitivo estado de cosas-, a través de imágenes que más tarde se han designado precisamente como “apocalípticas”: guerras, epidemias, hambre, terremotos y movimientos estelares, que siembran confusión, desolación, pánico y muerte. Todo ello venía a significar que estaba derrumbándose el “viejo orden” -de injusticia-, que daría lugar al nacimiento de un mundo nuevo (leído a tenor de las propias creencias del grupo que elaboraba el relato apocalíptico).

En medio de esa descripción de calamidades de todo tipo, se alza firme la invitación a la confianza por parte de Jesús: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”.  

La confianza se enraíza -una vez más- en la comprensión de lo que somos. Por lo que las palabras de Jesús podrían traducirse de este modo: “lo que realmente somos se halla siempre a salvo”.

En cierto modo, toda nuestra existencia es un camino de pérdidas, y empezamos a hacerlo más consciente en la medida en que vamos cumpliendo años: progresivamente, vamos a ir perdiendo todo aquello que valorábamos o a lo que nos habíamos apegado…, hasta la muerte, el último “soltar” todo.

Pues bien, en ese inexorable camino de pérdidas, hay algo que permanece: lo que somos en profundidad. El texto lo llama “alma”, pero tal vez ese término esté tan gastado que no evoca para nosotros aquella realidad a la que me refiero. Porque no se trata del “yo particular”, en cualquier forma que se lo conciba, sino de la consciencia o la vida que somos, más allá de esta forma impermanente.

Superada la identificación con el yo y el consiguiente apego a su mundo de deseos, expectativas y sueños, la comprensión nos permite descansar confiadamente, más allá de él, en la verdad de lo que somos, verdad que trasciende todos nuestros pensamientos y nos conduce al silencio de la mente o silencio del yo. Y cuando el yo se ha silenciado, toda nuestra visión se transforma por completo.

¿Dónde se apoya mi confianza?

MUERTE Y VIDA

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

6 noviembre 2022

Lc 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida hombres y mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles de Dios, porque participan de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

MUERTE Y VIDA

Ante el hecho de la muerte, se dan diferentes posturas: unos piensan que constituye el final de todo; otros imaginan una continuidad con la existencia presente, liberada del sufrimiento; hay quienes guardan silencio y hay quienes se han liberado del miedo a la muerte, porque han cesado de identificarse con el yo.

Los saduceos del relato -que constituían la élite religiosa, económica y política del pueblo judío- están convencidos de que todo acaba con la muerte, con el argumento (religioso) de que la resurrección no aparece en los grandes libros de la Biblia (el Pentateuco). Desde esa perspectiva, tratan de ridiculizar la creencia en la resurrección, imaginándola como un calco de la existencia que conocemos, idea que las propias religiones han fomentado.

En realidad, ante la perspectiva de lo que se nombra como “el más allá”, la humanidad ha dado cuatro respuestas: la negación completa, la reencarnación, la inmortalidad y la resurrección. Dependiendo del momento histórico y del ámbito sociocultural, ha predominado una creencia u otra. Con todo, me parece importante reconocer que se trata solo de eso, de creencias.

Una creencia es una construcción mental. En el caso de estas tres que acabo de mencionar, se trata de tres “mapas” que apuntan en una dirección común: la vida no muere. Aunque cada uno de ellos lo exprese, interprete e imagine de un modo particular.  

Investigaciones recientes sobre experiencias cercanas a la muerte (ECM) parecen apuntar en aquella dirección, si bien las interpretaciones que se hacen de las mismas son deudoras -no puede ser de otro modo- de los esquemas mentales de quien las ha vivido.

Desde la sabiduría, todo se apoya en la comprensión. Comprensión que nos hace reconocer que no somos el yo -cuerpo, mente, psiquismo- con el que nuestra mente tiende a identificarnos, sino la consciencia una, la vida o, sencillamente, lo no-nacido. Al cesar la identificación con el yo, desaparecen el miedo a la muerte y la misma pregunta por el más allá. Tanto el miedo como la pregunta nacen del yo, inquieto o atemorizado por su destino. De ahí que, cuando cae aquella identificación, se produce lo que repite la sabiduría sufí: “Quien muera antes de morir [quien ha comprendido que no es el yo], cuando le llegue la muerte, no morirá”.

Parece claro que todo lo que nace habrá de morir y que lo único que no muere es lo no-nacido. Con lo cual, el hecho de la muerte constituye un desafío para nuestra propia autocomprensión: ¿qué soy yo?

¿Cómo vivo la muerte?

REALIDAD ABIERTA Y CONSCIENCIA RELATIVISTA // Eduardo Martínez de la Fe

LA CONSCIENCIA HUMANA SERÍA RELATIVISTA

Eduardo Martínez de la Fe, en
https://www.levante-emv.com/tendencias21/2022/08/16/consciencia-humana-seria-relativista-73598273.html
16 agosto 2022.

La consciencia no surgiría del cerebro ni de ningún proceso físico, según una formalización matemática basada en la Relatividad.

Una formalización matemática basada en la Relatividad establece que la experiencia consciente es única para cada persona, pero que tiene validez universal. No se genera en el cerebro, donde lo único que hace es dejar una huella, según una investigación que resuelve el problema difícil de la consciencia.

La consciencia representa todavía hoy el mayor misterio de la humanidad: nadie ha podido explicar satisfactoriamente todavía cómo es posible que un órgano que pesa solo 1,4 kilogramos puede crear pensamientos, imágenes mentales y mundo interior.

Está asumido que la consciencia es un proceso cognitivo superior que se define como la capacidad de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella. Implica el conocimiento inmediato o espontáneo que las personas tienen de sí mismas, de sus actos y reflexiones.

Esa compleja arquitectura de la personalidad humana representa todo un enigma porque no sabemos explicarla en su totalidad. Hemos descubierto cómo se produce la función, la dinámica y la estructura biológica de la consciencia, es decir, lo que provoca en nosotros, cómo cambia en función de las circunstancias (según estemos despiertos o dormidos) y cómo se ensambla con diferentes patrones cerebrales.

Problema difícil de la consciencia

Pero todo eso no ha resuelto el misterio de por qué surge en las personas la capacidad de darse cuenta de las cosas, algo que el filósofo australiano David John Chalmers denominó en 1995 el problema difícil de la consciencia.

Este problema difícil puede resumirse de la siguiente forma: ¿por qué surgen las experiencias conscientes subjetivas y qué es lo que las origina? Por ejemplo, ¿por qué duele cuando me pincho el dedo con una aguja?

No es una cuestión simple, según Chalmers, porque si por un lado sabemos que los dedos transmiten impulsos eléctricos al cerebro, que es el órgano que procesa esa información sensorial, al mismo tiempo no tenemos idea de por qué todos esos procesos ocurren mediando una experiencia (dolorosa, por ejemplo) de consciencia.

Este es el problema difícil de la consciencia, para el que Nir Lahav, físico de la Universidad Bar-Ilan en Israel, y Zachariah A. Neemeh, del Departamento de Filosofía de la Universidad de Memphis, aseguran haber encontrado la solución.

Brecha explicativa

En un artículo publicado en la revista Frontiers, ambos autores parten de la base de que nuestra experiencia consciente no puede surgir del cerebro ni de ningún proceso físico.

Dicho con otras palabras, sería como atribuir a un aparato de radio o a un televisor la capacidad de generar los contenidos de audio o audiovisuales que tanto nos entretienen. Sabemos que no es así, que los contenidos tienen otra procedencia, y Lavah y Neemeh consideran que pasa lo mismo con el cerebro y la experiencia consciente.

Plantean que existe una “brecha explicativa” entre nuestro conocimiento científico de la consciencia funcional y la experiencia subjetiva que representa el proceso de consciencia (el dolor que experimentamos cuando nos pinchamos el dedo con una aguja).

Para la solución del problema difícil de la consciencia es necesario darnos cuenta (tomar consciencia) de un detalle importante: cuando nos sentimos felices, nuestros cerebros fabrican un patrón neuronal único que nos hace sentirnos muy bien.

Reflejo cerebral

Pero eso no significa, según ambos autores, que ese patrón neuronal sea en realidad la felicidad que sentimos, ya que ese patrón neuronal no es la felicidad en sí misma, sino una representación cerebral de esa emoción.

Lo que sugiere esta reflexión es que la experiencia consciente no puede reducirse a la actividad cerebral, ya que la experiencia de felicidad no está implicada, que se sepa, en el patrón neuronal que la representa en el cerebro: hasta ahora no ha sido posible encontrar la región cerebral que acoja el sustrato biológico de la experiencia consciente, por ejemplo, de la felicidad.

La ciencia duda de su capacidad para alcanzar ese misterio sin resolver, y ambos autores proponen a filósofos y neurocientíficos investigar la consciencia con las mismas herramientas matemáticas que usan los físicos para estudiar fenómenos relativistas.

Para este esfuerzo conjunto, Lahav y Neemeh adelantan un argumento conceptual (no una conclusión definitiva) de base matemática para elaborar una teoría relativista de la consciencia que, consideran, cierra la brecha explicativa de la experiencia consciente y resuelve el problema difícil de la consciencia.

Esta teoría relativista propone que la consciencia está indivisiblemente unida a la experiencia consciente de cada observador: “dado que la consciencia es un fenómeno relativista, no se puede privilegiar ninguna posición del observador”, escriben ambos autores en su artículo.

Teoría de la Relatividad

Este supuesto se basa en la Teoría de la Relatividad de Einstein, según la cual las percepciones de dos observadores en movimiento son válidas para cada uno de ellos: una persona en un andén ve pasar un tren con pasajeros y tiene una percepción de la experiencia diferente de la de los pasajeros que ven pasar el andén, pero ambas percepciones son válidas y no contradictorias.

La consciencia, según esta perspectiva, viene a ser lo mismo que la objetividad para el universo cuántico: presenta una perspectiva única para cada observador, sin perder al mismo tiempo su validez universal, tal como estableció una investigación publicada en 2020 en la revista Nature Physics.

Por todo ello, la teoría relativista de la consciencia tiene profundas implicaciones: puede ayudar a investigar la consciencia desde otra perspectiva, con posibles aplicaciones tanto en biología como en Inteligencia Artificial.

Y lo que es más importante, destacan ambos autores: la teoría relativista de la consciencia no solo legitima las características fenoménicas (experienciales) de la consciencia, sino que también abre nuevas preguntas y posibilidades para la investigación de lo que continúa siendo el mayor misterio humano de todos los tiempos.