IMPERMANENCIA Y PLENITUD

Domingo I de Cuaresma

21 febrero 2021

Mc 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio”.

IMPERMANENCIA Y PLENITUD

   En este breve relato, cargado de simbolismo, resaltan los contrastes: Espíritu-Satanás, alimañas-ángeles, huida-buena noticia. La polaridad es una característica del mundo fenoménico o de las formas y, por tanto, de nuestra propia realidad cotidiana.

  La polaridad, a su vez, va de la mano de la impermanencia: los dos polos de la realidad manifiesta se hallan en cambio constante. Y donde hay impermanencia son inevitables los altibajos y el dolor. Porque el cambio significa que, para que algo nazca, algo tiene que morir. El constante nacimiento/muerte parece ser la ley que rige nuestro mundo.

   De acuerdo con esa ley inexorable, la sabiduría consiste en aprender a vivir, de manera consciente y lúcida, esa dinámica, reconociendo que en nuestra existencia todo es una permanente impermanencia: nosotros mismos estamos naciendo/muriendo de manera constante.

   Con lo cual, la cuestión que marca la diferencia es el modo como asumimos y vivimos tal proceso. Sin embargo, con frecuencia, nos situamos como si la vida “debiera” acomodarse a nuestras expectativas, tuviera que ser “justa” con nosotros o responder a nuestras demandas. Y cuando eso no ocurre, quedamos atrapados en la frustración, el enfado o el resentimiento.

   Sin embargo, la vida no es lo que se supone que debe ser. Es lo que es.

 La comprensión es lo que hace la diferencia. La comprensión nos regala un doble fruto: por un lado, nos hace alinearnos con la vida –no con la “idea” que nos habíamos hecho de ella–; por otro, nos libera de nuestra reducción a la impermanencia.

  La ignorancia consiste en identificarse con el mundo de las formas o de los objetos y, por tanto, en reducirse a lo impermanente. La comprensión nos muestra que, más allá de la forma (persona) en la que nos estamos experimentando, somos “Aquello” que está más allá de las formas, Aquello –dijera José Saramago– “que no tiene nombre”, pero que saboreamos en cuanto salimos de la hipnosis generada por el hecho de habernos identificado con la mente.

  De la comprensión brotan dos actitudes fundamentales: confianza –somos plenitud– y aceptación: dejamos de estar en lucha con la vida y vivimos diciendo sí a lo que es. Y es entonces cuando, de manera admirable, se nos hace patente que el resultado no es la resignación ni la indiferencia, sino la acción adecuada y creativa que, brotando de la misma vida, fluye a través de nosotros. Esta es la “Buena Noticia” y la realización del “Reino de Dios”.

¿Cómo vivo las frustraciones?