AL SERVICIO DE LA VIDA // Rachel Naomi Remen

En los últimos años, cada vez más gente se ha planteado la cuestión “¿Cómo puedo ayudar?”. Quizás debería considerarse una cuestión más profunda. Quizás la auténtica pregunta no sea: “¿Cómo puedo ayudar?”, sino “¿Cómo puedo servir?”.

Servir es distinto que ayudar. Ayudar se basa en la desigualdad; no es una relación entre iguales. Cuando ayudas, utilizas tu propia fuerza para ayudar a aquellos que no la tienen. Si presto atención dentro de mí cada vez que ayudo a alguien, veré que siempre ayudo a alguien que no es tan fuerte como yo, que lo necesita más que yo. La gente percibe esta desigualdad. Cuando ayudamos, puede que, sin darnos cuenta, estemos quitando a la gente más de lo que nosotros podríamos darles jamás; puede que estemos dañando su autoestima, su sentido de valía, integridad y entereza. Cuando ayudo soy muy consciente de mi propia fuerza. Pero, al servir, no servimos con nuestra fuerza, servimos con nosotros mismos. Sacamos de nuestra propia experiencia. Nuestras limitaciones sirven, nuestras heridas sirven, incluso nuestra oscuridad puede servir. Nuestra integridad sirve a la integridad de los demás y a la integridad de la vida. La integridad que hay en ti es la misma que la integridad que hay en mí. El servicio es una relación entre iguales.

La ayuda entraña deuda. Cuando ayudas a alguien, te deben una. Pero el servir, al igual que el curar, es recíproco. No hay deuda. Soy tan servido como la persona a la que sirvo. Cuando ayudo tengo un sentimiento de satisfacción. Cuando sirvo tengo un sentimiento de gratitud. Son cosas muy distintas. Servir también es distinto que arreglar. Cuando arreglo a una persona, la estoy viendo como a alguien roto y esto es lo que me hace actuar.

Cuando sirvo, veo y confío en la persona como ser completo. Desde ese punto de vista respondo y colaboro con ello.

Existe una distancia entre nosotros y aquello o aquella persona a la que arreglamos algo. Arreglar es una forma de enjuiciar. Todo juicio crea una distancia, una desconexión, una experiencia de diferencia. Al arreglar existe un desequilibrio entre competencias que se puede convertir fácilmente en un alejamiento moral. No se puede servir a distancia. Sólo podemos servir a aquello con lo que estamos profundamente conectados, aquello con lo que voluntariamente estamos en contacto. Este es el mensaje principal de la Madre Teresa. Servimos a la vida, no porque lo necesite, sino porque es sagrada.

Si el ayudar es una experiencia de fuerza, arreglar es una experiencia de maestría y capacidad. El servicio, al contrario, es una experiencia de misterio, rendición y asombro. Una persona que arregla tiene la ilusión de que ha sido fortuito. Una persona que sirve sabe que él o ella está siendo utilizado y tiene la disposición para ser utilizado al servicio de algo mayor, algo esencialmente desconocido. Arreglar y ayudar son cosas muy personales; son muy particulares, concretas y específicas.

Nuestra voluntad de arreglar y ayudar se dirige a cosas muy diferentes a lo largo de nuestra vida, pero cuando servimos estamos siempre sirviendo a la misma cosa.

Cualquiera que haya servido alguna vez a lo largo de la historia sirve al mismo propósito. Somos servidores de la totalidad y del misterio de la vida. La conclusión es, por supuesto, que podemos arreglar sin estar sirviendo. Y que podemos ayudar sin servir. Y que podemos servir sin arreglar ni ayudar. Me atrevería a decir que arreglar y ayudar vienen desde el ego y el servicio, es más bien una obra del alma. Puede que parezcan similares si los ves desde el exterior, pero desde la experiencia interior son diferentes. El resultado suele ser también distinto.

Nuestro servicio nos sirve a nosotros mismos al igual que a los demás. Aquello que nos utiliza, nos refuerza también. Con el tiempo, arreglar y ayudar nos seca y nos agota. Con el paso del tiempo acabamos quemados. El servicio es siempre renovador. Cuando servimos, nuestro servicio por sí mismo nos sostiene.

Servir descansa en la premisa básica de que la naturaleza de la vida es sagrada, que la vida es un completo misterio, que no tiene un propósito conocido. Cuando servimos, sabemos que pertenecemos a la vida y para ese propósito.

Básicamente, ayudar, arreglar y servir son formas de ver la vida. Cuando ayudas, ves la vida como algo débil, cuando arreglas, ves la vida como algo roto. Cuando sirves, ves la vida como un todo.

Desde el punto de vista del servicio, todos estamos conectados. Todo el sufrimiento es mi sufrimiento y toda alegría es mi alegría. El impulso de servir emerge natural e inevitablemente desde esta forma de ver la vida.

Por último, arreglar y ayudar son la base de la curación, pero no de la sanación. Durante cuarenta años de enfermedad crónica, he sido ayudado por mucha gente y he recibido soluciones de otros tantos que no reconocieron mi totalidad.

Todas esas soluciones y ayudas me han dejado dañado en importantes y fundamentales aspectos. Sólo el servicio sana.

Rachel Naomi Remen.

UNA BREVE PARÁBOLA QUE CONTIENE TODO UN TRATADO DE PSICOLOGÍA Y DE ESPIRITUALIDAD

Domingo XXX del Tiempo Ordinario

23 octubre 2022

Lc 18, 9-14

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo». El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Os digo que este bajó a su casa reconciliado y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.  

UNA BREVE PARÁBOLA QUE CONTIENE TODO UN TRATADO DE PSICOLOGÍA Y DE ESPIRITUALIDAD

Quienes han sido educados en el “ideal de perfección” y, además, sienten que se han tenido que “esforzar” para “cumplir” lo requerido, suelen alimentar un sentimiento de “superioridad moral” con respecto a los demás, por cuanto se creen “más perfectos” y -como en el caso del fariseo de la parábola- aportan sus credenciales.

Con frecuencia, el intento por “ser mejor” suele producir el efecto contrario, no solo porque cuanto más se lucha contra algo, más se refuerza; no solo porque ese mismo esfuerzo voluntarista suele producir neurosis, sino porque en lugar de favorecer la desapropiación del ego, este se fortalece.

El objetivo del trabajo psicológico es construir un yo lo más “sano” -integrado, unificado, armonioso- posible; el del trabajo espiritual, trascender el yo, porque comprendemos que nuestra identidad trasciende nuestra personalidad.

Pues bien, tanto en el plano psicológico como en el espiritual, únicamente se puede crecer a partir del reconocimiento y aceptación de la propia verdad, de toda nuestra verdad. Solo la verdad construye y libera. Solo la aceptación de la propia verdad -como concluye Jesús en la parábola- “reconcilia” y nos permite vivir como personas reconciliadas con nosotros mismos, con los demás y con la realidad.

La búsqueda de perfección -sin negar el valor de la misma cuando se entiende y se vive de manera ajustada, es decir, desde la humildad o aceptación de la propia verdad- conlleva con frecuencia un movimiento de represión de todo aquello que, teóricamente, chocaría con la perfección buscada. Por tanto, se reprime y se genera sombra que, a continuación, se proyectará en los demás, como hace el fariseo con el publicano.

Movidas por un “ideal de perfección”, no es raro que las personas se conviertan en jueces tan implacables como injustos, ya que no advierten que todo aquello que les crispa de los demás habita también en ellos.

Por el contrario, el conocimiento propio y la aceptación de toda nuestra verdad -también aquella que habíamos tratado de ocultar y reprimir-, es decir, el reconocimiento de la propia sombra, nos baja del pedestal en el que nos había instalado nuestro orgullo neurótico exigiéndonos ser “perfectos” y nos humaniza: la aceptación de toda nuestra verdad elimina el juicio a los otros, nos hace humanos, humildes y compasivos.

En una breve parábola, Jesús ofrece un tratado completo de psicología y de espiritualidad.

¿Vivo más el juicio o la compasión?

HIMNO A LA VIDA // Brigitte Champetier de Rives

SÍ a todo como es y a todos como son.

Gracias a todo como es y a todos como son.

Agradezco mi vida como es, me permito ser como soy,
agradezco la abundancia que me rodea,
tomo todo lo que me llega como una oportunidad para más amor,
me rindo ante lo que no entiendo.

Quiero a cada uno como es,
incluso a los que me dan miedo, rabia o repulsión.

En los que me han hecho daño, me reconozco a mí mismo.
El daño que yo he hecho, lo asumo y lo reparo.

Desde mi lugar, ni más ni menos,
respeto las jerarquías, honro lo que está antes que yo,
honro el universo, la naturaleza, planta o animal, honro a mis mayores.

Me entrego a los posteriores, a los nuevos, a lo nuevo.
Empujado por el agradecimiento incondicional a mis padres y a mi entorno,
devuelvo lo recibido con el servicio a los demás.

Consciente de mi imperfección, de mi grandeza y de mi responsabilidad,
aquí, ahora,
asumo mi vida y me entrego al amor.

Elijo la alegría.
 

Brigitte Champetier de Rives.

DIOS JUEZ

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

16 octubre 2022

Lc 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara»”. Y el Señor respondió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

DIOS JUEZ

Parece claro que estamos ante una “parábola de contraste” (probablemente no pronunciada por Jesús, sino construida por la comunidad posterior) que, mostrando la indignidad de un juez concreto, busca subrayar la magnanimidad de un Dios justo y solícito que cuida de los suyos.

Con todo, no deja de apreciarse un elemento sectario por parte de aquella comunidad de seguidores que se autocalifican como “sus elegidos”. Y algo que es más grave, visto siempre desde nuestra perspectiva: la imagen de Dios como juez. Tal imagen corresponde a un nivel mítico de consciencia, caracterizado -por lo que se refiere a esta cuestión- por la heteronomía, el mérito y la recompensa.

Pocas imágenes han pervertido tanto la conciencia religiosa como esta de “Dios Juez” que, tal como se enseñaba habitualmente en la predicación y en la catequesis, te estaba vigilando constantemente (“mira que te mira Dios…”), no se le escapaba nada y anotaba todo para darte el castigo merecido.

Tal imagen contaminó la conciencia religiosa inoculando en generaciones cristianas sentimientos angustiantes de miedo y de culpa. Como ha quedado dicho, se trata de una imagen mítica, pero extremadamente fácil de grabar en la conciencia y sumamente “eficaz” para sostener la institución religiosa, que poseía el poder de definir el comportamiento moral.

Resultaba fácil de inocular porque se asentaba en la experiencia vivida con las figuras parentales (percibidas como “jueces” que premian o castigan): se trata, sin duda, de un esquema infantil, seguramente ya olvidado, pero no por ello menos activo en la vida adulta. Es sabido que los esquemas o patrones vividos en la infancia quedan grabados a fuego en el cerebro, por lo que tienden a perpetuarse, condicionando nuestro modo de ver y de vivir, hasta que no se “ajustan cuentas” con ellos.

Y se convertía en un eficaz instrumento de sumisión porque la persona que se siente culpable (piénsese en el fenómeno frecuente de los “escrúpulos” en el ámbito religioso) está dispuesta a someterse con tal de liberarse de aquel sentimiento agobiante.

La espiritualidad acaba con la imagen de un “dios juez” y con todo sentimiento de culpa. Se comprende que “Dios” no es un Ente que dirige nuestra vida desde fuera y marca nuestro comportamiento en base a premios y castigos, sino la Realidad última que nos constituye. Por decirlo brevemente, “Dios” no es un Ser, sino un estado de ser. A su vez, esta comprensión muestra el engaño y la perversión de la culpabilidad; lo que emerge, en su lugar, es responsabilidad.

¿Mantengo imágenes míticas de Dios?

MIRAR NO SIEMPRE TERMINA EN VER // Esther Fernández Lorente

Mirar no siempre termina en ver.

Miramos buscando la visión,
abrimos los ojos del asombro,
esos tan grandes y limpios,
o los entrecerramos enfocando un punto fijo.
A veces, nos engañan las ideas,
como en un espejismo, otras,
naufragamos en la densa oscuridad
o las expectativas empañan nuestra mirada.

Y es que
mirar no siempre termina en ver;
a veces, la visión irrumpe, desconcertante,
en ese hermoso concierto donde
todo se centra y se expande,
ahí donde luces y sombras
velan y revelan la verdad.
O llega calando poco a poco,
filtrándose en las rendijas abiertas,
como suave lluvia de verano,
y vemos y comprendemos
en un instante sin tiempo,
sin pensamientos.
Simplemente, vemos.

Es así, mirar no siempre termina en ver.
La visión es el origen velado
que nos pone en camino,
que alienta y afina la mirada para la búsqueda,
que permanece en el horizonte
y en lo más profundo de las entrañas
como anhelo, como llamada que sostiene.

Pero, mirar no siempre termina en ver.
Ver, siempre, es el más natural, más íntimo
y más inmenso de los regalos.

Esther Fernández Lorente.

EL PODER DE LA GRATITUD

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

9 octubre 2022

Lc 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?; ¿no ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Y le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.

EL PODER DE LA GRATITUD

La gratitud es un sentimiento profundamente terapéutico, a la vez que constituye un test de la madurez humana -psicológica y espiritual- de la persona.

La gratitud aleja la queja y el lamento, libera del victimismo y constituye el más eficaz antídoto frente al desánimo y el desaliento. Hoy conocemos también, desde las neurociencias, que el sentimiento de gratitud libera dopamina y oxitocina: al generar sentimientos de gratitud, se activa el sistema de recompensa del cerebro, que es el responsable de la sensación de bienestar y placer en nuestro cuerpo.

El efecto “sanador” de la gratitud radica en el hecho de que ese sentimiento nos coloca en el lugar adecuado, es decir, en la verdad de lo real: nuestra identidad profunda no es el “yo”, que puede sentirse descolocado por lo que sucede, sino la consciencia, vida o totalidad. Tiene lugar así un “círculo virtuoso”: cuando estamos situados en la verdad de lo que somos, la gratitud fluye espontánea; y cuando vivimos la gratitud incondicional, esta nos coloca en la verdad de lo que somos.

La gratitud, comprendida en profundidad, no nace únicamente cuando todo nos va bien o cuando alcanzamos una meta soñada. La gratitud no se halla a merced de lo que nos ocurre, porque en realidad no es (solo) una actitud que podamos vivir y cultivar. Gratitud es lo que somos.

La gratitud brota de la gratuidad, de la comprensión experiencial de que todo es gracia. Este es el motivo por el que las personas sabias han invitado a dar gracias por absolutamente todo lo que pudiera suceder.

Sin embargo, esta propuesta sabia no es asumible para el ego, que divide la realidad en “buena” y “mala”. A partir de ahí, puede dar gracias cuando ocurre algo “bueno”, pero se frustra y sufre cuando le adviene lo que etiqueta como “malo”.

La lectura adecuada y la vivencia de la gratitud incondicional requiere dos condiciones que, en cierto modo, corren paralelas: la comprensión no-dual y el reconocimiento de que, en nuestra identidad profunda, somos gratitud.

La comprensión no-dual nos permite ver la realidad no troceada ni fragmentada por nuestras etiquetas, al mismo tiempo que nos hace reconocer que lo realmente real -nuestra verdadera identidad- se halla siempre a salvo, más allá de lo que nos ocurra. Todo es uno y todo lo que sucede forma parte de ese único entramado. Todo nace del Fondo último (consciencia, vida) que sostiene y constituye todas las formas. Alineados con ese Fondo, porque hemos descubierto que es nuestra verdadera identidad, la gratitud brota de manera espontánea, junto con el sí a lo que es.

Esto no significa que nuestra mente y nuestra sensibilidad no se rebelen ante determinadas situaciones hasta el punto de resultarnos imposible vivir la gratitud. Todo esto forma parte de nuestra propia constitución psicológica, pero no niega la verdad de la armonía última de lo real.

La vivencia o no de la gratitud constituye, además, un test de la madurez humana. La ausencia de gratitud mostraría la identificación con el ego -y la consciencia de separatividad- que, de modo narcisista, exige que la realidad responda a sus expectativas. Por el contrario, la gratitud sostenida es señal de comprensión experiencial de quien vive en la consciencia de unidad.

Y un último apunte: gratitud no significa resignación ni indolencia. Como ocurre cuando se vive la aceptación, la gratitud -desde la misma consciencia de unidad de donde nace- movilizará a la persona para hacer todo lo que tenga que hacerse. El comportamiento sabio es siempre paradójico: abandono (confianza, rendición, gratitud) y acción.

¿Qué ocupa más lugar en mi vida: la queja o la gratitud?