LA PRIMACÍA DEL PRINCIPIO ÉTICO

Domingo III de Adviento

11 diciembre 2022

Mt 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”. Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta: él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti». Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”.

 

LA PRIMACÍA DEL PRINCIPIO ÉTICO

 

 “¿Eres tú el que ha de venir…?”. O cómo saber si un “camino espiritual” es acertado.

Todas las religiones han conocido el peligro de la absolutización. Con facilidad olvidan que son solo un camino y caen en la tentación de considerarse la meta (el absoluto), identificando su mensaje con “la verdad” y arrogándose la pretensión de dictar las normas adecuadas que todos deberían cumplir. En una palabra, colocan el “principio religioso” por encima del “principio ético”.

En el evangelio de Marcos (3,1-6) encontramos la descripción de esa trampa, que explica también el creciente conflicto entre Jesús y los representantes oficiales de la religión judía. Un sábado, en la sinagoga, los fariseos están al acecho para ver si Jesús cura a un enfermo, violando la ley. Y cuando eso ocurre, se confabulan con los herodianos para matarlo.

Los fariseos otorgan la primacía al “principio religioso”: lo que hay que salvar siempre, por encima de cualquier otra consideración, es la ley religiosa. Frente a esta exigencia, ayudar o sanar a un hombre enfermo carece de importancia. Impera el legalismo religioso.

Por el contrario, Jesús relativiza ese principio religioso para dar la primacía al “principio ético”. Consciente de la trampa religiosa y “apenado por la dureza de sus corazones”, plantea esta cuestión: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?”. Y es en esa clave desde donde proclama uno de sus principios más subversivos: “El sábado [la ley, la norma, la religión…] ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”.

Pero no es esa la única ocasión en que Jesús se manifiesta de ese modo. De hecho, la primacía del “principio ético” -no está la religión por encima de la ética, sino la ética por encima de la religión- recorre absolutamente todo el evangelio. Recordaré simplemente tres escenas.

Frente a quienes podían presumir de ser seguidores suyos (“Profetizamos en tu nombre, en tu nombre expulsamos demonios, en tu nombre hicimos muchos milagros”), Jesús es tajante: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21).

En el camino de Jerusalén a Jericó, quienes se encuentran con Dios no son el sacerdote ni el levita -fieles cumplidores de la ley religiosa-, sino el samaritano “hereje” que jamás pisaría el Templo. Y dirigiéndose al doctor de la ley que le había planteado la cuestión sobre qué hacer, Jesús, tras narrar esa parábola, le contesta tajante: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,25-37).

En la parábola conocida como “juicio de las naciones”, el criterio decisivo -lo que se pregunta a las personas- no es en qué han creído ni qué religión han tenido, sino qué han hecho en favor de los demás: “Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25,31-46).

En todos estos casos, se pone de manifiesto lo que constituyó probablemente uno de los rasgos más característicos y a la vez más provocativos de Jesús, el que terminó provocando su ejecución: afirmar que existe un camino para encontrarse con Dios que no pasa por el templo ni por la religión. El camino de la autorrealización o plenitud de vida se verifica en la acción a favor de los demás.

¿Qué prima en mi vida: el principio religioso o el principio ético?

CUANDO LA RELIGIÓN AMENAZA

Domingo II de Adviento

4 diciembre 2022

Mt 3, 1-12

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos. Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: «Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos»”. Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”.

 

CUANDO LA RELIGIÓN AMENAZA     

El pasado 16 de septiembre, Mahsa Amini, una joven iraní de 22 años, moría en circunstancias no aclaradas tras ser detenida por la “policía de la moral” (¡¡!!), por “llevar mal colocado su hiyab”.    

Es obvio que la “moral” que da nombre a ese cuerpo policial no es una moral genuina que buscara, por encima de cualquier otra cosa, el bien de todos los seres; se trata de una “moral” dictada por el poder teocrático de Irán -la perversión de la moral, por tanto-, con el objetivo prioritario de mantener el control sobre la población.

Todo régimen teocrático es autoritario y la religión, de manera especial cuando ha llegado al poder, utiliza la amenaza -y amenaza en nombre de Dios- como recurso de control y de sometimiento: “El hacha toca ya la base de los árboles… y el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego”.

A partir de ahí, se inocula el miedo y la culpa, con tal eficacia que llegan a formar parte del imaginario de la propia población que, casi sin advertirlo, interioriza, no solo las normas morales impuestas, sino las amenazas y castigos, así como los sentimientos de miedo y de culpa que conllevan. Hasta el punto de que ven la amenaza como algo necesario. En este sentido, recuerdo una ocasión en la que -ejerciendo aún el ministerio, en un funeral- hablé del “perdón gratuito e incondicional” de Dios. A la salida, me esperaba una mujer joven que, “desde la fe”, sentía que debía recriminarme por este motivo: si no hay amenaza de castigo, la gente no se comportaría bien. Me di cuenta de que sus “buenas intenciones” no podían disimular un infantilismo proyectado, que lleva a ver a las personas como niños pequeños que necesitan de la amenaza y del castigo para no desviarse del “buen camino”.

La religión -como el poder- recurre a la amenaza y al castigo porque, más allá de todas las justificaciones con que se quieran ocultar sus intenciones, lo que está buscando es imponer su “verdad” y proteger su situación de dominio.

Pero el miedo y la culpa terminan envenenando a la persona por lo que, antes o después, esta se verá conducida a la rebeldía activa, la desafección o el resentimiento reprimido. Jesús retrató magistralmente estas actitudes en la parábola del “hijo pródigo” -o “los dos hijos”- (Lc 15,11-32): el menor se rebela y escapa; el mayor cumple todas las normas, pero alimenta un resentimiento hostil. En contraste con estas actitudes, el padre muestra el único camino de salida posible: el respeto a la libertad de cada hijo y la oferta de una visión que trasciende absolutamente cualquier miedo, cuando afirma: “Todo lo mío es tuyo”.

¿Sé liberarme del miedo y de la culpa?

 

NO ME TRABAJO, ME ATIENDO // Esther Fernández Lorente

No me trabajo hace tiempo: eso, para mí, era tratar de ser feliz
alcanzando mi yo ideal. Me atiendo: eso, para mí, es estar atenta a lo
que se mueve, a lo desconocido, a lo que se me regala en todo, no
rechazando nada. ¡Es la gran aventura! “Trabajarse”, tal y como yo
lo he vivido, es buscar lo conocido y lo previamente proyectado a
toda costa, vivir en el futuro. “Atenderse” es presenciar lo que se da,
transitar lo que hay y vivir la aventura de la pasividad más activa. “No
me trabajo, me atiendo”. EFL.

No me trabajo a mí misma,
aunque, tal vez, suene hueco.
Durante años busqué,
con el cincel y el martillo,
ser la que veo en mis sueños,
con la bondad de la tierra,
la belleza de la luna
y la levedad del viento.

No pudo ser, solo noche
sin estrellas en mis manos,
la ansiedad entre los dientes
chocando por no llegar,
por nunca llegar a tiempo.

No pudo ser, solo culpa
al regresar, cada tarde,
al inicio, masticando,
como quien no sabe andar,
lo inútil del esfuerzo.

No me trabajo a mí misma,
únicamente, me atiendo.
Me observo, curiosamente,
acojo cada sonrisa,
acaricio cada pena,
nadando entre mi corriente
o quemándome en mi fuego.
Doy espacio a lo que pasa,
me escapo y vuelvo a la vida,
me encrespo en la tormenta
y me amanso en el centro.

Dejo ser lo que ya soy:
buena, como es la tierra,
hermosa como la luna,
leve y firme como el viento.

Acepto nudos que bloquean
el paso de tanta vida,
esos patrones tan rígidos
que llevo hace tiempo puestos.

Sin juicios ni culpas miro
y, al mirar libre, comprendo
y, al comprender se desatan
poco a poco esos nudos
con la luz que nace de ellos.

Es tan sencillo y calmado,
con tanto amor a mí misma,
mirar sin etiquetarme,
gozar de la honestidad
y dejarme ser sin miedo,
que descanso y amo más
también a todos los seres
sin forzarme para hacerlo.

Agradezco el camino,
la búsqueda y los intentos
para entender que es así,
no me trabajo, me atiendo

Esther Fernández Lorente

EL LADRÓN QUE ABRE UN BOQUETE EN NUESTRA CASA

Domingo I de Adviento

CICLO «A»

27 noviembre 2022

Mt 24, 37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del Hombre pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

 

EL LADRÓN QUE ABRE UN BOQUETE EN NUESTRA CASA

          Con una metáfora, Jesús lanza una invitación llena de sabiduría: ¡vive con atención para evitar que el ladrón abra un boquete en tu casa!

          Ante tal aviso, lo primero que surge es preguntarnos: ¿de qué ladrón habla?, ¿quién es ese “ladrón”?

          La enseñanza religiosa lo ha personificado en la figura del demonio, del que en la carta de Pedro se dice que “anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pe 5,8). Se trata de una lectura mítica, que es necesario leer en clave simbólica. La idea de un demonio “personal” que estaría empeñado en frustrar el “plan de Dios” es solo otro mito más.

          Tal vez, el modo más sencillo para identificar al ladrón del que aquí se habla pase por preguntarnos cuál es el “boquete” que puede abrir en nuestra casa (o persona).

          Un boquete se abre para penetrar en la casa, ocuparla y sustraer todo lo que hay de valor en ella. Pues bien, aquello que puede robar nuestro tesoro (desconectar de nuestra identidad) y hacernos vivir alienados de nosotros mismos, en la oscuridad, la confusión y el sufrimiento no es otra cosa que la ignorancia. La ignorancia es el ladrón.

          La ignorancia no tiene que ver con la falta de instrucción o de erudición -siempre ha habido personas analfabetas profundamente sabias-, sino que se refiere a una cuestión absolutamente nuclear: desconocer y vivir alejados de lo que somos.   

           La invitación de Jesús, así entendida, coincide plenamente con la que siempre han propuesto las personas sabias: vivir con sabiduría, vivir en la comprensión. Si la ignorancia es el desconocimiento de lo que somos -que lleva a vivir en la confusión y el sufrimiento-, la comprensión nos lleva a reconocernos en nuestra verdad profunda, es decir, nos trae a “casa”.

          La ignorancia abre un boquete en nuestra persona por donde sentimos que se nos escapa la vida. La comprensión ilumina nuestra persona, posibilitando una existencia llena de paz, ecuanimidad, gusto, sentido, plenitud…

          Para hacer frente al “ladrón” y favorecer la comprensión liberadora, es necesario -como señala el texto- “estar en vela”, es decir, alimentar algunos cuidados prioritarios: el amor a sí mismo/a frente a la distancia o el auto-reproche, la atención frente a la mente pensante y cavilosa, el silencio de la mente y del ego, el amor y deseo de bien para todos los seres, la aceptación profunda y la gratitud ante todo lo que la vida nos trae… Estos cuidados preparan el camino a la comprensión y mantienen a salvo la “casa”.

¿Puedo decir que vivo con atención? ¿Qué cuido prioritariamente?

UN REY DESNUDO

Fiesta de «Cristo Rey»

20 noviembre 2022

Lc 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados ofreciéndole vinagre diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. 

UN REY DESNUDO

La ejecución de Jesús viene relatada bajo el reconocimiento de su realeza, tal como proclamaba el supuesto letrero colocado en la cruz: INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos). Con ello, sin duda, los autores de los textos evangélicos perseguían un objetivo teológico: mostrar a su Maestro como el Mesías Rey esperado.

La realidad, sin embargo, más allá de ese objetivo, proclamaba a gritos la paradoja presente en ese “rey”: despreciado, condenado, ejecutado…, absolutamente desnudo. Desnudo de cualquier cosa a la que poder aferrarse.

De ese modo, el texto nos introduce en la comprensión de lo que es la “realeza”, nuestra verdadera identidad: aquello que realmente somos es lo que queda cuando hemos sido “desnudados” de todo lo demás.

Desde esta clave, Jesús aparece como el hombre sabio que ha sabido vivir “desnudo” hasta el final. Desnudo de apetencias de tener, poder o aparentar. Pero desnudo, sobre todo, de la identificación con el yo. Y ello fue posible porque vivió en la comprensión de ser -tal como se recoge en el evangelio de Juan- “uno con el Padre”, o “todas las cosas” -como se lee en el evangelio de Tomás-.

Es precisamente esa comprensión la que le otorga autoridad para asegurar vida y decirle al compañero de suplicio: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

El camino de la sabiduría -el camino de la vida- es un camino de desnudez, de soltar todo lo que no somos para vivir en conexión consciente con lo que realmente somos. Porque, con frecuencia, solemos funcionar justo al revés: nos tomamos por lo que no somos, ignorando lo que somos. No es extraño que, como consecuencia, nos veamos perdidos en la confusión y atascados en el sufrimiento.

La liberación viene de la mano de la comprensión. Y en ese camino incluso el sufrimiento puede ser un “aliado” para desnudar nuestras falsas creencias y, a través del silencio de la mente, llevarnos a saborear nuestra genuina “realeza”.

¿Vivo la existencia como un proceso de desnudez?