Semana 9 de julio: LA CIENCIA Y LOS CIENTÍFICOS (II)

LA CIENCIA ES SABIDURÍA; LOS CIENTÍFICOS A VECES SON DOGMÁTICOS

II

        El dogmatismo –como la intolerancia- es una actitud que acecha constantemente a los humanos, hambrientos de seguridad. A falta de aquella seguridad que nace de la comprensión de lo que somos, es prácticamente inevitable que se proyecte a las propias “creencias” o ideas, a las que se identifica con “la verdad”.

        Tal fenómeno ha sido una constante en las religiones instituidas que, creyéndose en posesión de la verdad, descalificaban a todo disidente. Así nacieron, por ejemplo, en la Iglesia, el “Índice de libros prohibidos” o las listas de herejes cuyas opiniones eran condenadas en su integridad.

     Sin embargo, ese “tic” no es exclusivo de las religiones. Aparece en científicos fundamentalistas que hacen de la ciencia una pseudo-religión para, desde ahí, dedicarse a condenar, sin matices, todo aquello que no se corresponde con sus propios presupuestos.

        Es lo que puede apreciarse en la lista elaborada por la “Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas” (APETP), en la que se enumeran más de setenta y cinco –así etiquetadas- “terapias pseudocientíficas”, y que según ellos van de la acupuntura a la sonoterapia, incluyendo igualmente al ayurveda o el psicoanálisis, la osteopatía y la psicología transpersonal[i].

        Me parece que la salida de la trampa únicamente podrá venir de la mano de una formulación más completa y adecuada, que podría expresarse de este modo: “Todo lo demostrable científicamente es verdadero, pero no todo lo que es verdadero es demostrable científicamente”. O por decirlo de otro modo: aparte de lo “irracional” y lo “racional” –disyuntiva en la que estos científicos se mueven sin cuestionarla-, existe otra dimensión “trans-racional”.

      La misma formulación nos hace ver su frágil equilibrio: ¿cómo distinguir lo uno de lo otro? ¿Cómo saber si nos encontramos ante algo verdadero cuando no es científicamente demostrable? ¿Cómo evitar confundir lo que es “irracional” –erróneo y peligroso- con lo que es genuinamente “trans-racional” y, por ello, verdadero?

       Aceptar ese interrogante abierto requiere humildad, amor a la verdad y búsqueda honesta de la sabiduría. Es más cómodo desechar cualquier cosa que cuestione los supuestos previos…, pero más dogmático y, a la postre, caduco.

      Es lo que ocurre con algunos científicos que, aun sin reconocerlo, se ven desbordados por los nuevos avances científicos, que están dejando obsoletas afirmaciones anteriormente consideradas inmutables. Una vez más, es la misma ciencia la que nos vuelve a la humildad, cuando nos hace ver que apenas si conocemos un 4% de la realidad que sabemos que existe, o cuando nos muestra que las leyes por las que se regía la física clásica saltan por los aires desde la perspectiva de la mecánica cuántica. Si sabemos que, en última instancia, la realidad es energía e información –que el origen de la materia es inmaterial-, ¿cómo se puede seguir manteniendo sin rubor que solo es verdadero lo que hoy es científicamente demostrable?

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[i] http://www.apetp.com/index.php/lista-de-terapias-pseudocientificas/

Semana 9 de julio: EL YO Y LA TOTALIDAD

“Un ser humano es parte de un todo llamado por nosotros «universo», una parte limitada en el tiempo y el espacio. Él se experimenta a sí mismo, y a sus pensamientos como algo que lo separa del resto, pero esta es una especie de ilusión óptica de la conciencia.

Esta ilusión es como una prisión para nosotros, que limita nuestros deseos personales y nuestro afecto a unas pocas personas cercanas a nosotros. Nuestra verdadera tarea debe ser liberarnos de esta cárcel, ampliando nuestro circulo de compasión y nuestra custodia a todos los seres y a toda la naturaleza”.

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“El autentico valor de un ser humano depende, en un principio, de en qué medida y en qué sentido haya logrado liberarse del yo”.

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“La más hermosa experiencia que podemos tener es la del misterio. Quien no la conoce ni puede ya admirarse, es como si estuviera muerto”.

(Albert Einstein, Mis ideas y opiniones, Antoni Bosch editor, Barcelona 2011, p.23).

Semana 2 de julio: LA CIENCIA Y LOS CIENTÍFICOS (I)

LA CIENCIA ES SABIDURÍA; LOS CIENTÍFICOS A VECES SON DOGMÁTICOS

I

        El dogmatismo hace referencia a aquella actitud que asume determinadas opiniones como “verdades absolutas” y, por tanto, indiscutibles. De ese modo, se produce un sometimiento acrítico a ciertas creencias, formuladas frecuentemente de una manera simplista, que se suscriben de modo incuestionado.

       En este sentido, el dogmatismo es lo opuesto al librepensamiento y, en último término, a la búsqueda honesta de la verdad. Suele hacer pie en necesidades (inconscientes) de la persona, como son la seguridad y la autoafirmación.

        Habitualmente se ha relacionado el dogmatismo con la religión. La realidad, sin embargo, es que se presenta en cualquier ámbito de la existencia. Resulta cómodo “descansar” en la ilusión de que las propias creencias –sean las que sean- son verdaderas y, desde ellas, descalificar a quienes las cuestionan.

   La ciencia, entendida adecuadamente, es antidogmática. Movida por la búsqueda de la verdad, se define precisamente por su capacidad de apertura a lo real y, en consecuencia, por el cuestionamiento permanente de cualquier afirmación o postulado que se presente como “definitivo”. Cuando es tal, la ciencia se halla en una discusión constante de sus propios resultados. Abierta a la verdad, está dotada de sabiduría y de humildad.

      Sin embargo, no ocurre siempre lo mismo con los científicos que, a menudo, suelen identificarse con los descubrimientos adquiridos y aferrarse a ellos de una manera dogmática, a la vez que, paradójicamente, protestan contra el “dogmatismo” de quienes los cuestionan. Al analizar esa postura más de cerca, se advierte que el error se produce cuando los científicos se han identificado con un paradigma determinado, con un “marco de creencias” acerca de la realidad, al que sin darse cuenta han absolutizado. Esto es lo que sucedió en la cultura occidental, a partir del positivismo que desembocó en el cientificismo, según el cual solo es “verdad” aquello que puede ser demostrado en un laboratorio. Parece evidente que tanto el positivismo como el cientificismo son, simple y llanamente, posturas dogmáticas. Otorgan a sus adictos lo mismo que han prometido siempre los dogmas: seguridad en la propia postura, descalificación de lo diferente, sensación de “superioridad” (intelectual o moral), cesación de la búsqueda de una verdad mayor…

       El cientificismo aparece enarbolando el estandarte de la verdad, con el que dice encabezar la cruzada contra la irracionalidad, a partir de un postulado (dogmático) de base: todo lo que no es “científico” es irracional. Sin advertir que tal formulación es en sí misma acientífica –nunca podría ser demostrada-, sus seguidores aparecen como adalides de la ciencia y de la verdad, adoptando con frecuencia el tono y las maneras de auténticos “predicadores”. Parecen desconocer que, en el campo de las ideas, la intolerancia es indicio de dogmatismo.

Semana 2 de julio: EL ÁTOMO Y EL SUEÑO

Luis RACIONERO, en La Vanguardia, 2 junio 2017, p.24.

 

 

         El contenido filosófico y moral de los descubrimientos científicos que nos han llevado a la Luna aún no ha penetrado en la mentalidad de la gente, ni siquiera en la de muchos científicos, políticos y profesores. Se funciona aún con la mentalidad científica del siglo XIX, mecánica y materialista, cuando la física cuántica subatómica y la física relativista astronómica señalan claramente la caducidad de los esquemas mentales establecidos hace tres siglos por Newton y Descartes.

    La teoría cuántica, iniciada en 1900 por Max Planck, demuestra que la energía no se transmite de modo continuo, sino a saltos, en paquetes llamados quanta; en desarrollos sucesivos, el príncipe Louis de Broglie establece que un corpúsculo subatómico como el electrón es, a la vez, partícula y onda, cosa imposible para la lógica aristotélica con que aún nos movemos. Poco después, también en los años veinte, Heisenberg establecía el principio de indeterminación que señala la imposibilidad de determinar la trayectoria de una partícula subatómica. Con ello, el principio de causalidad, en que se asienta la mecánica newtoniana y nuestra manera de pensar actual, se tambalea y es preciso dar entrada a leyes de probabilidad. Pero hay más.

         El concepto de ondas de materia o partículas que son ondas, formalizado por Schrödinger siguiendo a De Broglie, ha completado el proceso de desmaterialización de la materia. Al refinarse los aparatos para penetrar más allá de donde alcanza la vista, hacia los pequeñísimos fenómenos subatómicos, se ha descubierto que la materia no está hecha de bolitas sólidas, duras y tangibles, sino que esto es una mera ilusión debida al limitado poder de discernimiento de los conos y bastones en la pupila o de las células y neuronas táctiles. La realidad es mucho más fina, compleja y fugitiva que la filtrada imagen que nos dan de ella los sentidos. La sustancia de que están hechos protones, electrones y demás partículas es algo parecido a la tela con que se tejen los sueños.

       Se cumple, pues, cómo no, la genial premonición del poeta, en aquellas líneas de Shakespeare, al final de La tempestad, cuando Próspero disuelve con su varita mágica el encanto del escenario y advierte a los hechizados espectadores: “Nuestras peripecias terminan aquí: estos, nuestros actores, como ya os advertí, eran espíritus y se funden en el aire, en el sutil aire, y como la fábrica de esta visión se disolverán, no dejando tras de sí ni las trazas: estamos hechos de la materia de los sueños y nuestra minúscula vida envuelta en ellos”. Y Píndaro: “La sombra de un sueño es el hombre”.

         Curiosamente, si nos fijamos en la estructura formal del inconsciente, tal como Freud la ha tipificado por su análisis de sueños, alucinaciones y fenómenos parecidos, no podemos evitar sorprendernos ante la increíble semejanza entre ciertos aspectos de la psicología del subconsciente y la estructura del mundo subatómico. La disolución del principio de causalidad es común en el sueño y en los átomos. En el sueño volamos fuera de espacio, tiempo, causa y efecto, y lo absurdo parece plausible. Exactamente lo mismo sucede con las partículas en el mundo subatómico: hay electrones con tiempo negativo, es decir, que vienen del futuro, según dedujo Feynman, y hay partículas mellizas, según comprobó Alain Aspect, que quedan afectadas inmediatamente y a distancia por lo que le sucede a la otra. Los experimentos de Thomson hicieron pasar, aparentemente, un electrón por dos agujeros al mismo tiempo (sobre lo cual comentó Cyril Burt: “Es más de lo que puede hacer un espíritu”).

        En esa segunda mitad del siglo, la evolución de la física toma un giro todavía más surrealista: John A. Wheeler, de Princeton, propone la existencia de “agujeros negros”, hipotéticos pozos en el espacio intergaláctico donde la masa de una estrella apagada, que ha sufrido colapso gravitacional, se precipita a la velocidad de la luz, desapareciendo de nuestro universo. En estos apocalípticos sumideros del espacio, las ecuaciones de la teoría de la relatividad generalizada deducen que la curvatura del espacio se hace infinita, el tiempo se para y las leyes de la física se invalidan. La malla de incompatibilidades a la razón aristotélica que se da en los sueños resulta ser la más pura normalidad en los procesos subatómicos y galácticos.

      Lo que la física moderna ha revelado, pero la sociedad aún no ha mentalizado, es que en el nivel microscópico, los criterios de realidad son fundamentalmente diferentes de los que aplicamos en nuestro nivel; dentro del átomo nuestros conceptos de espacio, tiempo, materia y causa no son válidos y la física se convierte en metafísica con un inesperado sabor a misticismo.

       La dicotomía cuerpo/espíritu es exactamente tan real y verosímil, o irreal y absurda, como la dicotomía, observada en el laboratorio, materia/onda. La física subatómica se mueve hacia el mismo sistema de categorías no espaciales, no temporales y no causales que el psicoanálisis descubre en el estudio del subconsciente. El modelo del universo que se tenía en el siglo XIX está anticuado y, dado que la mismísima materia ha sido desmaterializada, el materialismo ya no puede considerarse como una filosofía científica. Creo que por esta confluencia del átomo con el sueño puede hacerse real el mundo de la inteligencia artificial y del robot humano.