COMPASIÓN EFICAZ

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

6 agosto 2023

Mt 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: “Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Jesús les replicó: “No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer”. Ellos le replicaron: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Les dijo: “Traédmelos”. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se lo dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

COMPASIÓN EFICAZ

Jesús no era un mago que fuera convirtiendo el agua en vino ni multiplicando, literalmente, los panes. A cualquier lector judío, el texto de Mateo -que comentamos hoy- le evocaba relatos antiguos, que se referían a la situación del pueblo en el desierto -tal como se narra en el Libro del Éxodo- o al poder de profetas como Eliseo. Textos, todos ellos, que requieren ser leídos en clave simbólica.

Este, en particular, gira en torno a la frase: “Dadles vosotros de comer”. De ese modo, se subraya un aspecto de la compasión que el evangelio reconoce como criterio de verdad de la misma. Según la tradición evangélica, solo puede hablarse con propiedad de “compasión” cuando esta se traduce en una acción eficaz en favor de la persona que se halla en necesidad.

Es la diferencia entre una persona simplemente sensible y otra compasiva: la primera puede conmoverse ante la necesidad o el sufrimiento de los demás, incluso sentir lástima, pero todo acaba ahí; la segunda, por el contrario, se siente movilizada y traduce su conmoción en una ayuda eficaz.

La expresión “Dadles vosotros de comer” se refiere tanto a situaciones individuales como colectivas y hoy incluso planetarias. En el corazón de un mundo sangrantemente dividido por la injusticia estructural y la creciente desigualdad entre ricos y pobres -personas y pueblos enteros-, resuena con más verdad y urgencia que nunca la palabra de Jesús, que apremia a ser conscientes de la realidad y a movilizarse a favor de la justicia más elemental: “Dadles vosotros de comer”.

TRAS UN DESPERTAR ESPONTÁNEO // Aliciah

“Aliciah (Alicia Casas Rubiol) tuvo un despertar espontáneo. Además de llevarla al silencio, la curó de las graves enfermedades que padecía. Ahora, Aliciah entrega su vida a lo que ella llama la «Sanación Silenciosa».
La experiencia del despertar es una, pero se da de manera diferente en cada ser humano que tiene la fortuna de rendirse a ella.
La experiencia del despertar realizada en Aliciah es prueba de que cualquier forma de vida puede ser o una celda o un camino hacia la libertad. Ella estuvo encerrada en la cárcel del sufrimiento hasta que el mismo dolor la llevó a la liberación.
Las creencias son murallas que erige el ego para protegerse. Hasta que no se derriban no podemos descubrir la grandeza que somos. El sufrimiento puede ser un gran aliado en el proceso de evolución y crecimiento, siempre que no luchemos contra él y aprendamos a soltarlo en el momento preciso” (Del Prólogo, de Jai Arumi).

Aliciah narra su experiencia en un librito –“La Sanación Silenciosa” (Kairós)-, escrito con Jai Arumi. Extraigo de él afirmaciones que, tal vez, para algunas personas puedan resultar evocadoras y provocar un camino de indagación, experimentación y comprensión. (En cada caso, pondré entre paréntesis el número de página correspondiente).

¿Hay algo en común en todas las personas en las que se ha realizado el despertar? “Todas coinciden en un punto: todas se rindieron. Todas se entregaron a lo que el presente les proponía. Todas aceptaron lo inaceptable” (9).

“La rendición es la llave que nos abre la puerta al Ser, al silencio, a la realidad última” (10).

“El sufrimiento necesita nuestro abrazo y nuestra aceptación para regresar a la unidad que es amor… En la aceptación aparece la bondad profunda de la existencia” (11).

“Ahora ya no miro, veo. Ya no escucho los pensamientos, solo oigo la voz de la realidad. Ya no quiero cambiar nada, solo rendirme a lo que acontece” (15).

“El problema nunca fueron mis circunstancias vitales, sino la interpretación que yo hacía de ellas y el rechazo que sentía ante los acontecimientos que llegaban” (16).

“La sensación de separación es un delirio… El mayor síndrome que yo padecía era la desconexión” (p.35.37).

“El Ser me ha enseñado que no existe el bien y el mal, sino el orden o el desorden” (38).

“La aceptación se ha instalado en mí. El agradecimiento llena mi vida” (38).

“Comprender la vida más allá del pensamiento significa aceptar todo lo incluido en el instante presente. No juzgar ni interpretar nada de lo que sucede” (45).

“No hay mayor acto de amor hacia el universo que rendirse a lo que la vida nos trae en el presente” (57).

“Cuando permitimos que la vida tome el mando, el orden que nos anima actúa” (60).

“No tengo propósito más allá de rendirme a lo que la vida me propone en el presente” (70).

“La Conciencia pura es un estado al que no puedes ponerle palabras… Ya somos Conciencia Pura, solo tenemos que tocarla” (75.76).

“Visto desde la cotidianeidad de la vida, el viaje del ser humano parece un sinsentido, una broma macabra… No le vemos ni pies ni cabeza porque lo miramos desde el pensamiento, y el pensamiento no sabe nada de la esencia del ser humano” (82).

“La rendición es el acto de entregar nuestra vida a la vida” (93).

“El libre albedrío es solo una manera más de intentar controlar la vida… Toda acción que implique individualidad ni existe ni tiene sentido… No hay nada separado, por lo tanto, el libre albedrío no tiene lugar” (102).

“Todo lo que nos sucede esconde un bien mayor. Esto es muy difícil de aceptar y de comprender desde el personaje; lo sé, porque yo he estado ahí” (107).

“Escuchar al ego, creer que yo tengo «mi dolor», que yo soy ese dolor, que yo soy mi historia personal es la causa de nuestro sufrimiento y del sufrimiento del mundo” (108).

“El silencio te proporciona una mirada limpia de la situación” (109).

“Nos parece que cuando nos miramos en el espejo nos reconocemos, pero en realidad no tenemos ni idea de quiénes somos” (114).

“En lo profundo nunca pasa nada. Sé que lo que digo es muy difícil de entender, porque cuando pasamos por situaciones complicadas duele mucho que alguien te diga que no pasa nada” (120).

Puede verse una entrevista con Aliciah y Jai Arumi en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=z7rZg74wCcc

EN BUSCA DEL TESORO

Domingo XVII del Tiempo Ordinario

30 julio 2023

Mt 13, 44-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y lo compra. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra. El Reino de los Cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien esto?”. Ellos le contestaron: “Sí”. Él les dijo: “Ya veis, un escriba que entiende del Reino de los Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo de lo antiguo”.  

EN BUSCA DEL TESORO

Seamos o no conscientes de ello, existir implica buscar, por más que, en ese recorrido, puedan darse todo tipo de actitudes, que van desde la apatía escéptica hasta la pasión ansiosa o la desesperanza.

De entrada, nos percibimos como seres que se definen por su necesidad y su carencia, por lo que empezamos dirigiendo nuestra búsqueda hacia el exterior: tiene que haber “algo”, en algún lugar, que colme mi necesidad y sacie mi anhelo. Y ahí, según las situaciones y condiciones de cada cual, se abre todo un abanico de opciones, en las que proyectamos la respuesta ansiada.

Sin embargo, toda esa búsqueda acabará en frustración, ya que, aun sin advertirlo, nos habíamos equivocado de dirección: no hay nada “ahí afuera” capaz de saciar nuestro anhelo.

Esto explica que, llegados a un momento determinado, tras haber padecido alguna que otra frustración y atravesado alguna que otra crisis, nos preguntemos si no será necesario cambiar la mirada, dirigiéndola hacia nuestro interior. En ese momento es cuando iniciamos el llamado “camino espiritual” (o, simplemente, profundo). Es el camino de “vuelta a casa”.

Lo que sucede es que la dinámica de ese camino se va a ver modificada de manera sustancial. Tal vez, aunque sea en nuestro interior, todavía sigamos buscando, en la creencia errónea de que el “tesoro” es algo diferente a lo que ya somos. De nuevo, serán necesarias frustraciones y crisis, hasta llegar a comprender que, en lo profundo, somos ya eso que andamos buscando.

El tesoro siempre había estado aquí, pero éramos incapaces de reconocerlo. No había que conquistarlo, sino simplemente descubrirlo. Es entonces cuando toda búsqueda cesa -más aún, descubres que la propia búsqueda te alejaba del tesoro, porque te estabas diciendo que este se hallaba en “otro lugar”-. Lo que ha quedado es un “caer en la cuenta” de lo que realmente somos, más allá de la forma en que nos manifestamos.

Y lo que somos -lo que alienta, impulsa, sostiene y constituye nuestra persona- es aquello que sostiene a todos los seres, aquello de lo que, en último término, está hecho todo lo real. Somos consciencia pura, plenitud de presencia. A partir de ahí se abrirá un camino de integrar lo reconocido y dejarnos vivir en coherencia con ello. Pero habrá cesado la ignorancia original y la ansiedad insaciable.

Y comprendemos entonces la sabiduría que encierran las palabras de Nisargadatta: “Deja de buscar; déjate encontrar”.

ERES PERFECTO/A TAL COMO ERES // Yongey Mingyur Rinpoche

https://www.nodualidad.info/articulos/eres-perfecto-tal-como-eres.html?s=09

¿Por qué te sientes mal contigo mismo cuando eres naturalmente consciente, amoroso y sabio? 

El mundo moderno se ha enamorado de la práctica de la meditación. Meditadores sonrientes adornan las portadas de las revistas. Los CEO están llevando el mindfulness al lugar de trabajo. Incluso estamos enseñando a los niños a meditar en la escuela. Al ver todas estas imágenes y escuchar las historias, sería fácil pensar que la meditación es simplemente sentarse en una determinada postura siguiendo una determinada técnica.

Pero el verdadero poder de la meditación no está en el método. Está en que cambia nuestra perspectiva. En el budismo Mahayana, llamamos a esto «la visión». La visión no es una técnica. Se trata de cómo nos vemos y cómo nos relacionamos con nuestros propios pensamientos y emociones. Sin un cambio en nuestra visión, incluso las técnicas de meditación más poderosas solo reforzarán los viejos patrones y hábitos.

La visión esencial de la naturaleza de Buda es tan profunda como simple: Tú eres perfecto, tal como eres, en este mismo momento.

El problema con esta visión es que no nos parece real. Centrándonos en las negatividades que oscurecen nuestra naturaleza de Buda, parece que no podemos experimentarla por nosotros mismos.

Yo no podía.

Crecí en medio del Himalaya, justo al pie del monte Manaslu, la octava montaña más alta del mundo. Mi familia estaba repleta de grandes meditadores y yo mismo fui reconocido como un lama reencarnado, conocido en el Tíbet como un tulku, cuando tenía solo unos pocos años. Nací en un cuento de hadas.

Pero eso era solo superficialmente.

A pesar del hermoso entorno en el que crecí y de la familia cariñosa y los modelos espirituales que me rodearon, mis primeros años estuvieron llenos de ansiedad. Tenía siete años cuando comencé a tener ataques de pánico. El pánico me siguió como una sombra durante la mayor parte de mi infancia.

Esto fue casi al mismo tiempo que comencé a escuchar sobre la naturaleza de Buda. Mi padre, un famoso maestro de Dzogchen, me contó sobre la visión de la naturaleza de Buda, pero no lo creí. Al menos, no creía que fuera verdad para mí. Mi realidad era el miedo y el pánico; la naturaleza de Buda sonaba como una fantasía. Era la experiencia de otra persona, no la mía.

Cuando aprendí a meditar por primera vez, esperaba que me ayudara a deshacerme de todos mis defectos y deficiencias. Todos los demás que conocía parecían tan tranquilos y confiados, pero yo estaba lleno de ansiedad. Me atraía la meditación porque me imaginaba a un nuevo y mejorado yo. Uno sin miedo y ansiedad. Uno que no fuera tan sensible y fácilmente abrumado.

Intenté e intenté meditar en mi camino hacia la libertad. La meditación se convirtió en mi arma en mi batalla contra mi propia mente. Pero no funcionó. Hubo momentos en que mi mente estaba tranquila y el pánico parecía desaparecer, pero luego resurgiría con aún más fuerza, y cualquier pequeña cantidad de confianza que había desarrollado se desvanecía como la niebla.

El gran avance llegó cuando finalmente me rendí. Había estado luchando contra mis emociones durante tanto tiempo, con tan poco éxito, que finalmente me permití considerar una nueva posibilidad: tal vez yo no podía ser reparado, no porque tuviera un defecto fundamental, sino porque no estaba roto.

Así que dejé de jugar el viejo juego y comencé uno nuevo. En lugar de luchar contra mi pánico y alejar mis pensamientos temerosos y ansiosas expectativas, los dejé entrar. No me concentraba en ellos, pero no los ignoraba. Dejé todo el «hacer» y finalmente me di permiso para simplemente «ser».

Me gustaría decir que entonces fue cuando la tierra tembló y los cielos se abrieron, pero al principio, dejar de lado el impulso de estar siempre «haciendo» algo era incómodo y desconocido. Mis impulsos no desaparecieron, pero los dejaba entrar y salir sin seguirlos, incluso el impulso de «meditar». Ni siquiera estaba haciendo eso. Yo solo estaba allí.

Era tan simple y ordinario, pero fue un cambio radical: ya no estaba intentando ganar el viejo juego.

En este momento de dejar ir, comencé a ver que había perdido completamente el punto de la meditación. En mi búsqueda interminable para mejorar el momento presente, me estaba cegando a lo que ya estaba ahí, y siempre está. La Naturaleza de Buda. Nuestra perfección inherente. Nuestra verdadera naturaleza.

Como lo demuestra mi experiencia, no es fácil dejar de lado la opinión de que somos fundamentalmente defectuosos. Recibimos tantos mensajes en nuestra vida cotidiana que nos dicen exactamente lo contrario. No somos lo suficientemente inteligentes, lo suficientemente hermosos o lo suficientemente exitosos. Si pudiéramos trabajar más duro, comer más saludablemente o estar un poco menos estresados, entonces tal vez, solo tal vez, finalmente nos sentiríamos bien.

La suposición básica en todos estos mensajes es que no somos lo suficientemente buenos, y tal vez nunca lo seremos. No importa lo que logremos en la vida, cómo nos veamos o cuán lejos subamos la escalera del éxito. Siempre hay algo que falta.

Si no cuestionamos esta suposición, la meditación puede convertirse fácilmente en una forma sutil de agresión. Podríamos tener éxito en calmar las aguas turbulentas de la mente por unos momentos fugaces, pero terminaremos reforzando el viejo hábito de ver solo nuestros defectos. Al igual que todo lo demás en la vida, no importa lo que hagamos y no importa cuánto lo intentemos, siempre habrá otra colina más para escalar. No hay forma de ganar en este juego.

La Naturaleza de Buda no es una manera mejor de jugar el mismo juego de siempre. Es un juego completamente diferente. El principio de la naturaleza búdica nos invita a explorar nuestra experiencia de una manera nueva, no con el objetivo de corregir lo que está mal, sino de darnos cuenta de lo que siempre ha estado bien.

Nuestra conciencia sin esfuerzo

Una de las primeras cualidades de la naturaleza búdica que me presentaron mis maestros fue la conciencia. La conciencia es como un hilo que atraviesa cada experiencia que tenemos. Nuestros pensamientos y emociones cambian constantemente. Nuestras reacciones y percepciones van y vienen. Sin embargo, a pesar de estos cambios, la conciencia siempre está presente. Está abierta y acomodada como el cielo, inmensamente profunda y vasta como el océano, y estable y duradera como una montaña.

La conciencia no mejora cuando tenemos un pensamiento inspirado o una emoción sublime. No empeora cuando somos completamente neuróticos. La conciencia simplemente es. No es algo que hacemos. Es lo que somos.

Dado que la conciencia siempre está ahí, lo único que debemos hacer es reconocerla. No necesitamos mejorarla, y no podríamos incluso si lo intentáramos.

El mayor desafío con la conciencia es que está tan cerca que no la vemos. Es tan ordinaria que no la creemos. Es solo presencia consciente sin esfuerzo.

¿Quién está leyendo esto ahora? ¿Quién está teniendo esta experiencia? Es la conciencia. Esta conciencia es quien tú eres ahora, en este mismo momento.

Hagamos una breve práctica para experimentar esta conciencia sin esfuerzo:

Antes de seguir leyendo, haz una pausa por un momento.
Deja de hacer por un momento y permítete ser.
No medites en la respiración… solo respira.
No medites en el sonido… solo escucha.
Ahora no hagas nada. Solo sé aquí.
Lo que sea que este momento te depare, simplemente vívelo tal como es.

La conciencia misma es total y completa. Siempre está aquí y puede acomodar cualquier cosa. Puedes hablar, puedes moverte, incluso puedes leer, como estás ahora. Todo esto está sucediendo dentro de la conciencia.

Nuestro amor y compasión natural

Esta presencia sin esfuerzo no es un estado en blanco y sin vida. Está vivo y profundamente comprometido con el mundo.

Cuando simplemente estamos presentes con lo que sucede dentro y alrededor de nosotros, surge un sentido natural de amor y compasión. Al igual que la conciencia, estas cualidades no son algo que tengamos que desarrollar o cultivar. Son cualidades permanentes de nuestra verdadera naturaleza.

Las semillas de la compasión están presentes en nuestro simple deseo de evitar el dolor y la incomodidad. El amor está presente en el movimiento hacia la felicidad y la realización. En cada momento experimentamos estos movimientos. Cuando cambiamos nuestra postura o parpadeamos para evitar molestias, expresamos compasión. Cuando disfrutamos de un sorbo de agua o respondemos a la sonrisa de un amigo, experimentamos amor.

El amor y la compasión están presentes cuando menos esperamos que lo estén. Incluso están presentes dentro de emociones dolorosas como el miedo y la ira, ya que estas reacciones están enraizadas en el impulso de evitar el dolor y la incomodidad y experimentar felicidad y bienestar. Estaban presentes en mis ataques de pánico. No quería sufrir más. Quería sentirme a salvo y seguro. Simplemente no sabía dónde mirar. Pero lo que no vi fue que el instinto de ser feliz y libre de sufrimiento siempre estuvo ahí.

Haz una pausa por un momento y ve si puedes sentir estas cualidades.

¿Sientes el impulso de alejarte del malestar o evitar cualquier cosa desagradable?
Solo date cuenta de eso.
Ese sentimiento es compasión.
¿Puedes sentir el deseo de experimentar felicidad, satisfacción o simplemente sentirte completo?
Descansa un momento y mira lo que notas.
Ese movimiento sutil hacia la felicidad es amor.

Cuando hayas terminado de leer esto y continúes con tu día, observa estas cualidades en otras personas también. Son como los rayos del sol. Mientras la conciencia esté presente, el amor y la compasión también están presentes.

Nuestra sabiduría innata

Otra cualidad esencial de nuestra naturaleza de Buda es la sabiduría. Cada uno de nosotros tiene una visión o percepción profunda. Puede que no siempre lo notemos, pero está ahí.

Todos estamos buscando desesperadamente algo. No siempre sabemos qué es, pero sentimos que falta algo. Así que seguimos mirando y buscando.

La sabiduría es la compañera constante de toda esta búsqueda interminable. En algún nivel profundo, sabemos cuándo estamos buscando en el lugar correcto. Y cuando nos entregamos a un viejo hábito, sabemos cuándo nos estamos desviando. No siempre escuchamos esa voz, pero está ahí. Somos como un pájaro, volando de árbol en árbol buscando nuestro nido. Conocemos el hogar cuando lo encontramos, y mientras no estemos allí, sabemos que tenemos que seguir buscando.

Cuando comenzamos a cambiar del hacer al ser, comenzamos a sentir esa sensación de estar finalmente en casa. Podemos dejar de lado la búsqueda y relajarnos. Nadie necesita decirnos esto cuando sucede. Ese conocimiento intuitivo es sabiduría. Cada pensamiento, cada emoción y cada impulso están enraizados en esa sabiduría. Solo necesitamos reconocerla.

Siendo la Naturaleza de Buda

Si la conciencia, la compasión y la sabiduría fueran cualidades que pudiéramos alcanzar o desarrollar, tendría mucho sentido hacer algo para cultivarlas. Pero no tenemos que cultivarlas porque son parte de nuestra naturaleza básica. Ya las tenemos.

Cualquier intento de cambiar, arreglar o mejorar lo que está sucediendo en el momento presente refuerza la vieja creencia de que nos falta algo. Por otro lado, si no hacemos nada, estamos justo donde comenzamos. Nada cambiará.

La clave de esta paradoja es el reconocimiento. La naturaleza de Buda no es algo que hacemos, pero es algo que debemos reconocer.

Una manera simple de explorar esto en tu práctica de meditación es hacer una pausa de vez en cuando para simplemente ser. Si tu meditación habitual es enfocarte en la respiración, deja la meditación de vez en cuando y simplemente sé. No controles tu atención de ninguna manera. La atención es como una brisa; la conciencia es como el cielo mismo. No necesitas calmar la mente. La conciencia ya está en calma.

Cualquier pensamiento y sentimiento que surja déjalo ser. No hay una sola experiencia que pueda obstaculizar la conciencia. Solo deja que todas sean/estén ahí, y observa que la conciencia siempre está ahí también. Si eres consciente de tu conciencia, es suficiente.

Esto parecerá extraño al principio. Incluso puede ser inquietante, y es casi seguro que experimentarás el residuo del impulso de hacer. Eso es normal. A medida que te vayas familiarizando con esta cualidad de ser, comenzarás a ver que la compasión y la sabiduría están aquí. Te darás cuenta de que nunca serás más perfecto de lo que eres ahora, en este mismo momento.

Yongey Mingyur Rinpoche.

CUANDO LA RELIGIÓN AMENAZA

Domingo XVI del Tiempo Ordinario

23 julio 2023

Mt 13, 24-30

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo: pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?». Él les dijo: «Un enemigo lo ha hecho». Los criados le preguntaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». Pero él les respondió: «No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero»”.

CUANDO LA RELIGIÓN AMENAZA

Indudablemente, el surgir de las grandes religiones -no hace más de siete mil años- constituyó un momento importante en la evolución de nuestra especie: se desarrollaron ahí capacidades simbólicas, organizativas, relacionales, en definitiva, se creció en el proceso de humanización.

De la misma manera, resulta igualmente innegable la capacidad de la religión para movilizar a las personas y despertar lo mejor de ellas mismas, en forma de solidaridad, compasión, servicio, amor… Esto se produce cuando religión y humanización caminan en paralelo.

Sin embargo, a lo largo de la historia, la religión no solo no ha estado libre de perversiones -todo lo humano puede ser ambiguo y, tal como rezaba el adagio latino, “corruptio optimi pessima” (la corrupción de lo mejor se convierte en lo peor)-, sino que ha generado sufrimiento tan intenso como inútil.

Eso se ha producido siempre que, en un contexto social determinado, la religión se hizo fuerte, adquiriendo un lugar de dominio y detentando un poder más o menos absoluto.

En tales situaciones, la religión ha implementado mecanismos poderosos que han tenido como objeto controlar las conciencias para forzar que la población se sometiera a su propio proyecto. Aquí han ocupado un lugar preponderante las amenazas, los castigos y el sentimiento de culpa -tan omnipresente como nocivo-, sostenido todo ello por un “corpus” doctrinal, que se presentaba como incuestionable.

En las épocas de mayor poder religioso, ese cuerpo doctrinal adoptó la forma de absolutismo, tanto cognitivo como moral. La institución, que se consideraba a sí misma como poseedora de la verdad absoluta, se erigía igualmente como juez inapelable y, llegado el caso, como implacable verdugo.

La religión podía, por ejemplo, etiquetar a personas y comportamientos como “trigo” o “cizaña” -por utilizar la imagen de la parábola de Jesús- pero, en lugar de reconocer que ambas realidades se dan siempre de forma inseparable -tal como había sugerido el propio Jesús en la citada parábola-, promovían la condena e incluso la extirpación de todo aquello que, según su particular criterio, se consideraba “cizaña”. No es extraño que asistamos ahora a todo un proceso de desafección religiosa y rechazo de la religión institucional. Desafección y rechazo provocados, no solo por actitudes y comportamientos autoritarios, sino por creencias míticas que resultan inasumibles para la conciencia moderna.

Tampoco es casual que la perversión que he mencionado se produjera siempre en situaciones de poder cuasi omnímodo, porque este, que únicamente busca perpetuarse e imponerse, no se lleva nunca bien con la verdad.

TODOS ESTAMOS SEMBRADOS

Domingo XV del Tiempo Ordinario

16 julio 2023

Mt 13, 1-23

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por la falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga”. Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les contestó: “A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure». Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador. Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno”.

TODOS ESTAMOS SEMBRADOS

(«Estar sembrado»: expresión coloquial para indicar que una persona ha sido especialmente acertada, ocurrente, ingeniosa o graciosa con su forma de hablar o actuar).

La interpretación habitual de esta parábola -como la de tantas otras- se halla condicionada por un marcado dualismo: un dios separado hace llegar su palabra a los humanos, quienes serían responsables de hacerla o no fructificar. ¿Es posible leerla con otra clave, desde un marco no dualista? ¿Hacia dónde apuntaría, en ese caso, su contenido?

Cuando se comprende que nuestro “Fondo” es uno y el mismo que el Fondo de todo lo que es -que el Fondo de lo real solo es uno y compartido: aquello que las religiones han llamado “Dios” y lo han imaginado como un ser separado-, la lectura se modifica radicalmente. Y, por lo que se refiere a nosotros mismos, alcanzamos a percibir nuestra naturaleza paradójica, los dos niveles que nos constituyen: la personalidad (nivel psicológico) y la identidad (nivel profundo o espiritual).

En el plano de la personalidad, aparecemos como seres frágiles, vulnerables y, en último término, impermanentes: formas transitorias e incluso fugaces. La identidad -el “Fondo” al que he hecho referencia-, sin embargo, es consciencia pura, plenitud de presencia. Con lo cual, podría decirse que somos la consciencia una que se despliega en una forma (o persona) particular. Podemos así comprendernos -de nuevo la paradoja- como realidad plena que, a la vez, se despliega en un proceso histórico: plenitud que notamos, al mismo tiempo, como potencialidades que buscan materializarse; aspiraciones que anhelan tomar cuerpo. Por decirlo metafóricamente, como personas, nos descubrimos habitados por “semillas” que aspiran a fructificar.

En ese mismo sentido, podemos decir que el Fondo último se visualiza en nosotros como dinamismo fecundo, sabio y poderoso que, en condiciones adecuadas, florece en belleza, verdad y bondad. Para ello, todo el conjunto de condiciones requeridas ha de posibilitar que la persona pueda vivirse en una consciencia de unidad, en una actitud de aceptación profunda, de rendición a lo que es, de alineamiento y docilidad a la vida, de vivir diciendo sí, o más exactamente, dejando que la vida pueda vivirse en ella.