«PÉRDIDAS Y COMPRENSIÓN. ¿CÓMO VIVIR LOS DUELOS?»

CONTEXTO

          Durante meses, con cuidado, esmero y un marcado interés pedagógico, mi querida Ana y yo nos dedicamos a preparar este libro, así como los encuentros en los que pensábamos ir desarrollando su contenido. Recuerdo la insistencia de Ana en que fuera un texto que ayudara a afrontar las pérdidas y que invitara a trabajar los duelos, para que las personas no quedaran “atascadas” en el dolor, sino que pudieran vivir tales situaciones como oportunidades de vida. Y me vuelve, una y otra vez, su pregunta ante cada situación difícil: “¿Qué tendré que aprender de esto?”.

          En todos aquellos meses estaba lejos de imaginar que la pérdida sería la de Ana y que el duelo habría de vivirlo yo. Una pérdida tan inesperada y repentina como brutal y violenta. Un duelo desgarrador en el que te sientes a punto de romperte por dentro. Y, sin embargo, una vez más, Ana tenía razón: “¿Qué tendré que aprender de esto?”.

          Si tuviera que escribir hoy este libro, sin duda podría transmitir vivencias personales de las que antes carecía: he aprendido bien que no es lo mismo hablar sobre el duelo que sentirse atravesado por él. Sin embargo, sigo considerando su contenido completamente válido y deseo que pueda ayudar a acoger las inevitables pérdidas y a vivir los duelos de manera constructiva, de cara a crecer en comprensión de lo que somos. Porque, en último término, eso es lo que se halla en juego: comprender que somos justamente aquello que nunca se puede perder. 

A Ana.

No es el cambio lo que produce sufrimiento, sino tu resistencia a él.
Buddha.

Me habría ido al fondo, si no hubiera ido al Fondo.
Søren Kierkegaard.

CONTRAPORTADA

Todo se ventila en la comprensión de lo que somos. Sin ella, naufragamos en la ignorancia, nos perdemos en la confusión y nos hundimos en el sufrimiento. ¿Qué tener en cuenta para que las pérdidas, no solo no nos hundan en el sufrimiento, sino que puedan abrirnos las puertas a la comprensión?

Si no queremos que envenenen nuestra existencia, con su carga de frustración, dolor y rabia, las pérdidas de todo tipo -de salud, de afectos, de dinero, de creencias o ideas muy arraigadas- requieren vivir un duelo consciente y lúcido. Solo así, sin negar el dolor que conllevan, pueden resolverse adecuadamente.

El autor analiza la inevitabilidad de las pérdidas, a la vez que muestra cómo vivir el duelo de las mismas, sorteando las trampas más frecuentes y proponiendo las actitudes más constructivas. Así vividas, las pérdidas se convierten en oportunidades de comprensión y de crecimiento, incluso en ganancia, regalándonos claves fundamentales para nuestro vivir cotidiano.

Editorial Desclée De Brouwer.

ÍNDICE

Introducción

1. Cuando llega la pérdida

Salud y muerte
Afectos y soledad
Dinero e inseguridad
Creencias y vacío de sentido

2. El proceso del duelo

No-evitación y no-identificación: la sabiduría de la aceptación
Las etapas del proceso
Trampas más frecuentes
Actitudes constructivas

3. Pérdidas, duelo y comprensión

Pérdidas y crisis: aprender a soltar
El duelo más allá de la razón
Vivir en la luz de la comprensión: dos claves o actitudes básicas
Primera clave: La Vida (la consciencia) es el único sujeto
Segunda clave: Decir sí a lo que viene

Epílogo: La sabiduría y el poder de la gratitud

******************************************

INTRODUCCIÓN

Dad palabras al dolor. La desgracia que no habla murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que le quiebra.
William Shakespeare.

De entrada, el término “duelo” aparece revestido de colores oscuros -hasta no hace mucho tiempo, el luto exigía un negro riguroso- y cargado de connotaciones negativas. Evoca pérdida y dolor. Y ambas realidades hacen aflorar nuestra vulnerabilidad, despiertan nuestros miedos y activan nuestras defensas. Y, sin embargo, una experiencia de duelo, elaborada de manera constructiva, puede convertirse en un momento decisivo de nuestra historia personal, en una oportunidad de comprensión y, por tanto, de liberación. Comprensión de lo que somos -más allá del dolor y de la pérdida- y liberación, tanto de la confusión o ignorancia que nublaba nuestra visión, como del sufrimiento inútil que envenenaba nuestra existencia.

Por extraño que pueda parecer, el ser humano tolera mal la pérdida. A pesar de que la evidencia cotidiana nos muestra de manera constante que todo el mundo de las formas es impermanente, solemos vivir absolutizando aquellas realidades a las que nos habíamos adherido, como si nunca las fuéramos a perder.

En lugar de reconocer la inexorabilidad de todo tipo de pérdidas y asumir de manera consciente el duelo que suponen, tendemos a rechazar lo evidente desde una actitud de resistencia, que no hace sino convertir el dolor inevitable en sufrimiento atormentado, tan inútil como estéril[1]. Y seguimos instalados en el rechazo de todo aquello que contraría nuestras expectativas, en guerra con la realidad, como si nuestro cerebro no admitiera la más mínima frustración. En cualquier caso, y sea lo que fuere de la programación cerebral, lo que parece innegable es el guion que rige el funcionamiento del ego y que puede formularse de este modo: “La vida tiene que responder a mis expectativas”.

Se trata, obviamente, de un guion marcadamente egocéntrico y narcisista que genera y alimenta una baja -o nula- tolerancia a la frustración. Pero en tanto no se desenmascare su engaño, no habrá salida posible, ya que, detrás del mismo, se da otro fenómeno que va a condicionar todo el proceso: nuestra identificación con el mundo de las formas.

Llamo “formas” a todo tipo de objetos -externos o internos, materiales o mentales/emocionales- que podemos observar. Pues bien, desde el inicio mismo de nuestra existencia se va produciendo una identificación con ellas: con el propio cuerpo, con los objetos que apreciamos, las relaciones, las emociones, los pensamientos… Una vez establecida esa identificación, es inevitable que la pérdida de cualquiera de esos objetos se vea como amenaza a la propia seguridad y, en último término, como muerte del yo. Al ver desaparecer aquello donde había puesto mi identidad, creeré que es mi propia identidad la que se va a diluir. No es extraño que, tras esa lectura, aparezca con fuerza la rebeldía violenta, la frustración amarga y el terror al vacío.

El hecho de que la impermanencia sea la ley que rige el mundo de las formas pone de manifiesto que el cambio y la pérdida, en todos los ámbitos, son consustanciales a ese mismo mundo. Antes o después, iremos perdiendo todo lo que hemos valorado.

Ante ese dato, quedamos inevitablemente inermes: tanto la impermanencia como la pérdida son inexorables. Y el dolor será, a lo largo de la existencia, nuestro inseparable compañero de camino. Carecemos de poder para impedirlo. Sin embargo, eso no significa que estemos condenados a la resignación estéril. Nuestro poder radica en el modo como vivir las pérdidas, es decir, en la manera como vivimos el duelo.

El duelo puede vivirse como una experiencia de desolación o una oportunidad de comprensión y de liberación. ¿Cómo acoger las pérdidas y vivir los duelos de una manera constructiva? Esta es la cuestión decisiva, ya que la misma circunstancia puede desembocar en hundimiento o en liberación. Y este es el objetivo del presente escrito: ayudar a vivir el inevitable duelo del modo más constructivo.

La vivencia adecuada del mismo comportará prestar atención a nuestro doble nivel: psicológico y espiritual. Lo cual se habrá de concretar en las claves y herramientas necesarias para vivir de manera constructiva todo el proceso generado por cualquier tipo de pérdida.

Será necesario atender nuestra dimensión psicológica teniendo en cuenta el propio proceso del duelo. Y será igualmente necesario e imprescindible iniciar un camino de indagación y de experimentación -ese es el camino espiritual- para liberarnos de la ignorancia que se halla presente siempre en todo sufrimiento.

Es la ignorancia la que nos lleva a atribuir a las formas -cuerpo, afectos, bienes, creencias…- una valoración desajustada. Y es también la ignorancia la que nos hace poner en ellas -de manera consciente o inconsciente- nuestra identidad. Pero, ¿no cambiaría algo decisivo si fuéramos capaces de ver las formas en su valor real y si reconociéramos que nuestra identidad no se ventila en ellas? ¿No viviríamos la pérdida y el duelo de otra manera?

He nombrado los elementos que, de un modo u otro, se conjugan en la experiencia del duelo: impermanencia, pérdida, apego, frustración, vulnerabilidad, necesidades, miedos, ignorancia, sufrimiento, comprensión, liberación… Todo ello habrá de ser afrontado en estas páginas.

El objetivo es aprender a acoger todo lo que nos ocurre como oportunidad para crecer en comprensión de lo que somos y vivirnos en coherencia con ello, desde una serena y gozosa libertad interior. ¿Cómo nos situamos ante el hecho de la impermanencia?, ¿cómo vivimos las pérdidas?, ¿cómo afrontamos la frustración?, ¿qué hacemos con los inevitables duelos?… Las respuestas a todas esas cuestiones habrán de pivotar -no podría ser de otro modo- en torno a la comprensión de lo que realmente somos.

Por lo que se refiere a la forma, opto en esta ocasión -como en otros libros anteriores- por el tipo diálogo. Tal formato me permite recoger de un modo casi literal las cuestiones que me plantean con más frecuencia, a la vez que favorece avanzar en la exposición de los temas, volviendo sobre aquellos puntos que pudieron quedar no suficientemente desarrollados. Confío en que dicho formato haga el texto más accesible y, en consecuencia, facilite su comprensión.

Finalmente, deseo expresar mi gratitud a José Joaquín López-Hermoso quien, al saber que estaba elaborando este tema, me hizo llegar su “Trabajo Fin de Máster”, que me aportó valiosas referencias[2]. Muchas gracias.

————————————————————————–

[1] El psicólogo David RICHO, Las cinco cosas que no podemos cambiar. Y la felicidad que hallamos cuando lo aceptamos, Neo-Person, Madrid 2013, habla de “cinco cosas o hechos en nuestras vidas que no podemos cambiar y que luchar contra ellos, no aceptarlos, nos hace infelices”. Estos cinco inevitables determinismos o leyes inmutables de nuestro existir son: la primera, que todo cambia y acaba. La segunda, que las cosas no siempre suceden como las habíamos planeado. La tercera, que la vida o las cosas no siempre son justas. La cuarta, que el dolor forma parte de la vida. Y, la quinta, que la gente no siempre es amorosa y leal.

[2] J.J. LÓPEZ-HERMOSO, El duelo amoroso. La ruptura sentimental en la pareja. Herramientas para el counsellor. Trabajo final de “Máster en Intervención en duelo”, Madrid 2019 (inédito).

LA SABIDURÍA DESCONCIERTA

Domingo XXV del Tiempo Ordinario

24 septiembre 2023

Mt 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para la viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido». Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?». Le respondieron: «Nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña». Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros». Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno». Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injuria. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?». Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”.

LA SABIDURÍA DESCONCIERTA

Probablemente, todo aquello que no nos desconcierta no es sabio, sino adaptado a la medida del ego. Este exige, por ejemplo, que se pague a cada cual según las horas que ha trabajado. Por eso, cuando alguien afirma que todos reciben lo mismo, el ego se subleva y, si es religioso, tiene que hacer piruetas para asumir lo que dice el texto evangélico.

Lo que el texto dice, siendo radicalmente desconcertante e incluso desinstalador, es sumamente sencillo: el Fondo de lo real es Bondad (“¿vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”).

Es desintalador porque cuestiona el porqué de nuestras acciones. ¿Qué nos mueve?, ¿hacemos las cosas por el premio que esperamos conseguir?, ¿está nuestra vida basada en la idea del mérito y la recompensa?…

La parábola viene a decir que el premio no es el “denario”, sino el hecho mismo de estar vivos. Y que, si sabemos ver, todo está siendo ya regalo, aun en medio de desgarros que parecen partir el corazón.

El ego siempre hace las cosas en función de lo que espera conseguir. No es raro que se mueva por el protagonismo, la exigencia, la comparación y -cuando se ve frustrado- por el resentimiento. Ante la propuesta de la sabiduría, que le resulta nueva y sorprendente, suele experimentar incomodidad o malestar, cuando no abierto rechazo.

La sabiduría muestra otra forma de vivir, aquella en la que permitimos que la vida misma se exprese a través de nosotros. Hemos comprendido que no soy quien vive, sino que es la vida la que vive en mí y en todos nosotros. No estoy preguntándome todo el tiempo qué le pido a la vida -o exigiéndole lo que tendría que darme-, sino qué quiere vivir en mí.

Vivir es fluir con la vida. Esto, que la mente asocia con pasividad, es el mayor motor de la acción, a la vez que fuente de creatividad. Porque en la práctica es vivir desde la comprensión de lo que somos y, en consecuencia, desde la gratuidad y el agradecimiento que dice: “no busco el denario; doy gracias por estar vivo”.

PERDÓN Y GRATUIDAD

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

17 septiembre 2023

Mt 18, 21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Y les propuso esta parábola: “Se parece el Reino de los Cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo». El señor tuvo lástima con aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo lo estrangulaba diciendo: «Págame lo que me debes». El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: «Ten paciencia conmigo y te lo pagaré». Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado!, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste, ¿no debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?». Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

PERDÓN Y GRATUIDAD

Algo me dice que esta parábola o, al menos, su final no proviene de Jesús. Quien pide perdonar “hasta setenta veces siete” (Mt 18,22) o quien dice que “Dios es bueno con los ingratos y los malvados” (Lc 6,35) no puede presentar a Dios como alguien que “entrega a los verdugos” al que comete una mala acción.

El final de la parábola casa bien con lo que suele ser la forma de funcionar del ego y su adhesión a la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente” y “el que la hace, la paga”). Tal como termina la parábola, el ansia justiciera del ego se apacigua porque el empleado injusto ha recibido el castigo que merecía.

El ego, pues, ha retorcido la parábola hasta hacer que la conclusión de la misma entrara en contradicción con el objetivo anunciado en el comienzo.

Tal contradicción suele pasar desapercibida habitualmente, porque las personas religiosas recurren a aquel “principio” según el cual “Dios es bueno, pero también justo”. Sin embargo, la cuestión nuclear sigue en pie: ¿dónde queda la novedad del mensaje de Jesús?, ¿qué se ha hecho de la gratuidad que constituye uno de los núcleos básicos de todo su mensaje?

El señor de la parábola debería saber que todo el mal que hacemos -también el que más nos subleva- es fruto de la ignorancia, que consiste en no saber lo que somos. Y que, visto en profundidad, el perdón significa comprender que no hay nada que perdonar.

Por todo ello decía que ese final de la parábola no pudo ser pronunciado por alguien que, según las palabras que Lucas pone en su boca, tras ser torturado y crucificado, fue capaz de decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y en definitiva -podríamos añadir en la misma línea- porque no saben lo que son. Todo lo cual no justifica, evidentemente, cualquier acción. Sin embargo, nos permite comprender -no justificar- a quien la hace y rescata la novedad limpia del mensaje de Jesús, caracterizado por la gratuidad.

NORMAS COMUNITARIAS Y REALIDAD ABIERTA

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

10 septiembre 2023

Mt 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

NORMAS COMUNITARIAS Y REALIDAD ABIERTA

El capítulo 18 del evangelio de Mateo contiene una serie de normas que habían de regir la vida comunitaria de aquellos primeros grupos de discípulos de Jesús que se iban constituyendo.

No son, por tanto, palabras del propio Jesús, sino una creación posterior, exigida por la situación. La constitución de cualquier grupo humano requiere normas que regulen su funcionamiento.

El problema aparece cuando las normas se absolutizan, otorgándoles valor por encima de las personas. Suele ser una tendencia habitual en grupos sectarios y, más en general, en comunidades impregnadas de autoritarismo, y dan lugar a un modo de vida legalista y moralista. Riesgos que no están ausentes en el texto que comentamos, que insta a considerar como “pagano” o “publicano” a quien no se ajuste a las normas.

Sea como sea el modo en que los diferentes grupos tratan de solventar la cuestión de su propio funcionamiento, lo que parece obvio es que tanto el legalismo como el moralismo mostrarán pronto sus efectos negativos: no solo porque se coloca la norma o la ley por encima de la persona -en contra de lo que el propio Jesús había advertido: “No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”-, sino porque se ignora el carácter abierto de lo real.

Que la realidad sea abierta significa que, en contra de lo que suele ser la rigidez mental -que casa mejor con actitudes legalistas y moralistas-, permite diferentes niveles de consciencia, de los que brotarán, lógicamente, lecturas y comportamientos diversos.

Esto no significa caer en un relativismo vulgar para el que todo vale lo mismo y que justifica cualquier cosa, sino reconocer el modo abierto como se expresa lo real. No todo vale igual, pero cada persona tiene un camino propio que recorrer. Caminos bien diferentes que, sin embargo, tienen cabida y son acogidos dentro de la realidad, esencialmente abierta.

Sin embargo, el nivel mítico de consciencia -que, en mayor o menor medida, pervive en todos nosotros- impide verlo. Porque para ese nivel, solo existe una verdad -la propia- y un único modo correcto de ver y de hacer las cosas. Solo un nivel de consciencia pluralista y aperspectivista regala una mirada omnicomprensiva, respetuosa, tolerante y constructiva.

GRACIAS INMENSAS / MILA ESKER

Me siento colmado y desbordado de gratitud ante vuestra cercanía amorosa -tras la partida de Ana-, que me llega a través de todos los medios. Emocionado ante tantas expresiones de amor, apoyo e incluso ayuda concreta. Recibo y acojo cada palabra, cada deseo, cada gesto, percibiendo el amor que lo sostiene, como si fuera un “guiño” de Ana queriendo regalarme paz.

Desearía poder contestar a cada uno, a cada una, de manera personal, como acostumbro hacer -me parece que nunca he dejado un correo o un mensaje sin respuesta-, pero en esta ocasión me resulta literalmente imposible. Así que quiero haceros llegar desde aquí un abrazo sentido y sostenido, de la misma manera que vuestra presencia me ayuda a sostenerme a mí. ¡GRACIAS infinitas!, ¡Eskerrik asko!

Y me gustaría compartiros el regalo que estoy viviendo y que no es otro que la sensación densa, prolongada y liberadora de la presencia de Ana. Su presencia despierta mi gratitud y atenúa el dolor de su ausencia física. Su sonrisa hace que se dibuje otra espontánea en mi rostro. Tal como lo siento, ha sido la gratitud la que me ha ido haciendo sentir, de manera inimaginable, intensa y profunda su Presencia, grabando su sonrisa en lo más profundo de mí. Ella me sostiene. Y, acompañándome de ese modo, me regala aprender, no solo a sentirla de un modo nuevo -es «otra forma» de presencia-, sino a vivir compartiendo con ella de manera consciente todo lo que vivo. En ello estoy, en lo que percibo como un aprendizaje continuo…

Desde que empezamos a compartir la vida, hacíamos con frecuencia una práctica -la vivíamos como práctica meditativa-, que le gustaba mucho y que ella llamaba “una de miradas”. Consistía en sentarnos frente a frente y, simplemente, mirarnos, acogiendo todo lo que ahí pudiera surgir.

Pues bien, estos días hago esa misma práctica ante una fotografía suya en la que mira de frente. Y al permanecer mirando su fotografía, me parece notar cómo su rostro va cambiando de expresión -sin duda, el recuerdo de lo que ocurría en aquellos momentos- pero, sobre todo, experimento cómo “su” mirada y “mi” mirada, poco a poco, se transforman en una sola y única mirada. Acallados los “yoes”, solo hay mirada y silencio, silencio sonriente y cómplice, solo presencia gozosa. 

Hay todavía momentos a lo largo del día en que el dolor de su ausencia física me muerde violentamente, y otros en los que la angustia de no tenerla recorre todo mi cuerpo, inundando la boca y el estómago. Aparecen también oleadas de soledad y tristeza que, aunque apaciguadas por la aceptación y el silencio, pueden permanecer un tiempo como trasfondo apenado, y que necesitan un tiempo de llanto para ser evacuadas.

Esta situación me está mostrando en toda su crudeza la paradoja que somos: cómo es posible sentir un vacío lacerante que se despierta en cada rincón de la casa, en cada calle y en cada camino que recorríamos -un vacío que me oprime el pecho y se agudiza al reverberar las palabras que me repetía continuamente: “No sabes bien cuánto te quiero”- y, al instante, sentir su presencia plena y amorosa asegurándome que “todo está bien”. En esa paradoja me muevo: entre la angustia, que en ocasiones parece insoportable, de mi organismo cuerpo-mente-psiquismo (lo que llamamos el «yo») y la plenitud atemporal que somos.

¡Claro que hay momentos de vacío y de pena, de desgarro y de llanto -oleaje inevitable, consecuencia de lo que ha sucedido-, pero todo es Plenitud, solo la Vida es y todo es Vida!

Desde la creencia que tiende a identificarme con el yo, esto suena a locura y desvarío. El yo tiene bien delimitado lo que es «bueno» o «malo» para él y no admite el menor cuestionamiento sobre ello. Pero basta soltar aquella creencia errónea, acallando la mente pensante, para caer en la cuenta de que todo, sencillamente, es. Y Eso que es -Plenitud, Consciencia, Vida…-, es lo que somos. «Ahí», Ana y yo somos lo mismo.

Eso que se me va regalando hace que, aun en medio de la vulnerabilidad y de los miedos que la acompañan, se vaya abriendo ante mí el camino de la paz. Ese es el regalo cotidiano de Ana: su mirada profunda y luminosa y su sonrisa juguetona pacifican mi sensibilidad alborotada, me conducen a la profundidad, relativizan tantas cosas… y me hacen mejor persona. Y por si me olvidara, aparte su sonrisa profunda y serena que me habita, descubro «guiños» suyos por doquier, señales para mí inequívocas de su presencia cuidadora. Todo ello está produciendo la «magia» de poder vivirme en un «diálogo» constante con ella… y sus «bromas». Me llena de tanta Gratitud su presencia luminosa…

Gracias también de corazón a cada una y cada uno de vosotros, cada cual con su modo particular de expresar el afecto y el apoyo. Recibid este mensaje como si fuera un abrazo “personalizado” y único. Es lo que quiere ser y lo que vivo en mi corazón. Os abrazo.

Zizur Mayor, 27 de agosto de 2023.

EL EGO ANTE EL DOLOR

Domingo XXII del Tiempo Ordinario

3 septiembre 2023

Mt 16, 21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparle: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”. Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. Entonces dijo a los discípulos: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”.

EL EGO ANTE EL DOLOR

El guion por el se rige el ego es muy simple: “La vida está ahí para responder a mis expectativas”. A partir de ese axioma, traza una línea divisoria entre aquello que le agrada y aquello que lo frustra. Mientras trata de aferrar lo primero por todos los medios, rechazará con la misma fuerza lo segundo. Nace así la conocida como “ley del apego y de la aversión”. Y así discurrirá la existencia del ego, entre el apego insaciable y el rechazo airado.

Con tales premisas, resulta sencillo entender que para el ego será “bueno” aquello que le agrada y “malo” aquello que lo amenaza; será “verdadero” aquello que lo sostiene y fortalece y “falso” aquello que lo pone en peligro.

En consecuencia, lo más temido por el ego es el dolor y la muerte. Mientras el primero hace aflorar su vulnerabilidad dolorosa, la segunda significa su final. ¿Cómo podría no temerlos? Y dado que, en último término, no se pueden evitar, tratará de ocultarlos o incluso de vivir como si no existieran. Desde el ego no hay salida posible.

Y se produce una paradoja inesperada, sabiamente denunciada por Jesús: cuanto más queremos que el ego esté a salvo, más estamos perdiendo la vida. Y la perdemos porque nos hemos encerrado en la ignorancia de base, olvidando que no somos el ego -con el que nos habíamos identificado, viviendo según sus criterios-, sino la vida misma que se halla siempre a salvo.

Todo ello no niega la dureza del dolor ni el desgarro que, en ocasiones, puede llegar a producir, como cuando se te parte el corazón por una pérdida y te ves envuelto en completa oscuridad. Ante el dolor de las personas, necesitamos descalzarnos, en actitud de respeto y compasión eficaz. Cuando nos alcanza a nosotros mismos, tal vez -aun en medio de la secuencia de oleajes que se suceden y parecen arrasar con todo- podamos abrirnos al silencio y, desde él, a la Vida y al Amor que somos en profundidad, y que sostienen el dolor despertado. Sin duda, la sabiduría se halla en el Silencio de la mente. Y, con ella, la comprensión experiencial de lo que somos.

“Perder la vida por mí” significa morir a la identificación con el ego -a esa creencia errónea- porque hemos comprendido que no somos el ego, sino el “Yo soy” (el “mí”, que nombra Jesús)) que constituye el Fondo último de todo lo que es.

El trabajo de desidentificación del ego requiere silencio mental. Porque solo acallando el griterío de la mente y sus discursos aprendidos y repetitivos, podremos acceder a “aquello” que no tiene nombre, pero que percibiremos nítidamente en nuestro interior…, cuando mantenemos el silencio consciente.