SABIDURÍA E INTELIGENCIA ESPIRITUAL. Un conocimiento que transforma

IV Foro de Espiritualidad de Alcoy, marzo 2014

Una visión personal

 

Alicia Martínez

 

Me gustó que etimológicamente saber y sabor tengan el mismo origen. En el diccionario que consulté dicen que el sabor parte de la lengua y sube al cerebro y que el saber hace el camino contrario, parte del cerebro y baja a la lengua para decirse.

 

Y es gracioso, porque yo creo que en este Foro, precisamente, todo el tiempo se habló de otra forma de entender el saber, la sabiduría, otra forma que diríamos está aún poco reconocida, considerada o tenida en cuenta, pero emerge porque es necesario e inevitable que lo haga.

 

Estos foros de espiritualidad están al margen de los congresos de la sabiduría oficial, la que sale del cerebro para llegar a la lengua, y son diferentes. En ellos la gente se sonríe mucho, hasta se abraza. Se respira una especie de complicidad o hermanamiento yo diría que implícito, porque todos sabemos qué es lo que nos convoca. En estos foros hay sobre todo apertura. No es necesario que los ponentes estén de acuerdo, ni hay discusiones ni disputas, en todo caso todo es complementario, yo diría que hasta se potencian unos puntos de vista con los otros, se enriquecen. Esto es la primera expresión de sabiduría, creo yo.  Así que podríamos decir que el foro en sí, ya es una fuente de conocimiento, de esta forma nueva o por el contrario, la más antigua, pero olvidada, de entender el conocimiento.

 

Dice también el diccionario que la sabiduría es una habilidad que permite aplicar el conocimiento en la experiencia propia, y en este sentido, si creo que podríamos estar de acuerdo, y esto se recordó mucho en el Foro. La importancia de encarnarse en la experiencia, y no quedarse perdido en el ámbito de los conceptos. Saborear la manzana, y comérsela, nos puede proporcionar sabiduría, pero disponer de conocimientos sobre ella no nos permite disfrutar de su frescura, ni tampoco nutrirá nuestro cuerpo real.

 

Y es bonito que saber y sabor estén unidos en su origen, porque creo que eso se ha vivido en el foro, no solo hemos asimilado conceptos, sino que hemos saboreado de forma directa lo que puede ser la sabiduría.

 

No hemos escuchado que la sabiduría sea una habilidad del hombre, sino más bien, un desnudarse de nuestras habituales habilidades, que más bien se relacionan con cavilar, acumular, poseer, y dominar, para que en la desnudez y la intemperie de la vida, ella nos descubra el misterio de nuestro propósito verdadero.

 

Nos recordaron los ponentes muchas cosas, que en el fondo de nuestro ser todos sabemos, como por ejemplo que el conocimiento a través de conceptos, el de la mente analítica es un buen servidor, pero un peligroso amo.  Y en estos momentos es el paradigma dominante, ese tipo de saber es el que nos proporciona la visión que tenemos del mundo y de nosotros mismos. Al percibir el mundo de manera errónea, no sabemos lo que somos y por tanto tampoco lo que necesitamos para llegar a plenitud, aunque como somos plenos, buscamos reconocer esa plenitud aunque no sepamos como. Quizás esta inteligencia espiritual, más allá de los conceptos, nos oriente en esa dirección.

 

Pero no nos dieron recetas los ponentes, yo creo que más bien desvelaron, desnudaron desde distintas perspectivas los posibles velos de ignorancia que pudieran alejarnos de un saber que ya está en nosotros, que no tenemos que ir a buscar a ninguna parte, y que en todo caso, necesita de la confianza para adentrarse en el propio corazón.

 

Este es el primer foro al que asisto, no había pisado ningún ágora espiritual, porque la verdad es que tenía mis recelos, así que no puedo aportar una visión comparada del asunto. Creo que como decía fray Juan de la Cruz, cada uno saca de la fuente tal como lleve el vaso. Más bien creo que se trata de llevar el vaso que somos, la copa, bien limpia y vacía, que de llenarla de agua hasta los bordes.

 

No creo que se trate de ir a estos foros buscando respuestas, la verdad, o la sabiduría de los ponentes. Eso es inagotable, porque ¿cuando tendríamos bastante? No nos podemos hacer peregrinos de verdades ajenas, sino más bien permeables a nuestra propia verdad, y esa, la tenemos bien cerquita. No me llevé esta vez, como siempre he hecho, libreta para apuntar, pero quizás al no querer atrapar nada, pude apreciar la belleza de lo que se decía y desde donde estaba dicho.  No iba buscando nada y a lo mejor por eso me encontré con tanto.

 

Es muy enriquecedor escuchar a personas a las que la vida y el amor les llamó para que hicieran ese trabajo de ayudar en el despertar de otros, y la verdad es que, por mi parte, les estoy profundamente agradecida, pero tendremos que cuidarnos, como se dijo en el foro, de que no sea un conocimiento externo a nosotros lo que captemos, sino que podamos saborearlo en nuestros propios labios, que sepamos a lo que sabe lo que están diciendo.

 

La verdad es que tengo que reconocer que las ponencias que más me gustaron fueron las que estaban más desnudas de palabras, será porque estaba algo perezosa para escuchar conceptos, y más bien me pedía el alma captar otras vibraciones más calladas, pero de todo hubo.

 

Se habló de la experiencia del Ser como fuente de toda sabiduría, por parte de Rafael Redondo, que más bien, como comentó un compañero de mesa, fue fuente de humildad y de trasparencia. Más que hablar, Rafael trasmitía desde todo su ser, el espíritu de la vida que se reconoce en la inocencia y la pureza, la de los niños. Rafael nos trasmitió que la verdadera sabiduría está en la desnudez y en la fragilidad de la experiencia humana y nos regaló toda la fuerza de la vivencia auténtica de la experiencia del Ser. Aportó que la verdadera inteligencia, la que nos enseña a vivir es la que es capaz, en nosotros, de abrazar la sombra y la flaqueza, para hacernos más íntegros, y realmente humanos.

 

Vicente Merlo nos dio la perspectiva de la gratitud ante el Misterio,  haciendo un hermoso e interesante repaso por muchas fuentes de conocimiento. Me quedé con la profundidad del lugar desde el que fueron dichas esas palabras, y con su acento en la gratitud, que es lo que aflora ante la verdadera sabiduría.

 

Sobre Mónica Caballé me permitiré expresar mi satisfacción de ver a una mujer en esa mesa, tengo que destacar su valentía de hablar de algo ciertamente difícil y delicado como la figura del maestro espiritual, y que tan necesario es en estos días en los que la falta de discernimiento es lo habitual. Fue un canto a la libertad y una invitación a buscar dentro y a poner atención a los peligros del camino.

 

Enrique Martínez Lozano nos trasmitió con claridad meridiana el valor de la sabiduría verdadera y nos enriqueció con todos sus matices. Nos habló de nuestras necesidades espirituales y como podíamos atenderlas, destacando la importancia de educar en sabiduría. La verdad es que no sé como se apaña para además de ser tan claro y hacer fácil lo difícil, trasmitir la fuerza del corazón y la experiencia que late tras cualquiera de sus palabras, y derramar encima, alegría y ternura a raudales, síntomas claros de esta inteligencia de la que hablamos, y que aportaron en general todos los ponentes.

 

Y por último dejé a Luis Paniagua, porque no tengo palabras para expresar lo que me aportó su música, o más bien diría que su alma. Sí sé que se me rindió el alma escuchando su lira,  que volvía a Casa al escucharla, y que supe que en ella, en nuestro Hogar, podemos despojarnos de todo afán, porque la vida ya cuida de nosotros.

 

Un improvisado visitante, poeta, Vicente Gallego, que nos acompañaba en el cierre, nos cantó a través de su poesía,  que la vida y la muerte son una misma cosa, pura luz, y que no hay nada que temer.

 

Humildad, gratitud, sinceridad,  libertad, belleza, sensibilidad, devoción, claridad, lucidez, y ausencia de temor, todos estos aspectos fueron aportados por los ponentes, porque forman parte de ellos, como de todos nosotros, y nos dan matices y rostros de lo que es la verdadera sabiduría, la que la vida ha depositado en cada uno de nuestros corazones.

 

Pero destacaría que fueron también magos, porque no sé como hicieron desaparecer la tarima que los elevaba sobre nosotros, haciéndose cercanos, disponibles, y revelando con ello que son realmente personas sabias.

 

La verdad es que podría parecer que el mundo en el que vivimos, y se planteó en varias preguntas, está cargado de problemas, injusticias, necesidades, y dudas sobre como posicionarnos ante todo ello. Podría parecer también que en estos foros «espirituales», andamos con la vista perdida en el infinito, hablando de cosas estupendas y volátiles, y que somos una especie de embobados, pero yo estoy convencida de que si de algo hay que hablar en este mundo nuestro, es de como despertar a la vida y al conocimiento verdadero, porque en ninguna otra parte está la revolución pendiente que acerque al hombre a si mismo, y por tanto, necesariamente a los demás.

 

Creo también que todo apunta a la emergencia de esta nueva inteligencia, por otra parte la más antigua, que nos habla de lo que realmente somos, de la ternura, del amor, de la desobediencia a lo establecido, de la libertad del hombre. Si realmente supieran lo revolucionario que es esto que se cuece en estos foros…bueno, pero en fin, no les demos ideas.

 

Y emerge necesariamente, porque igual que cada uno de nosotros está llamado a la plenitud, porque es el Ser revelándose desde dentro el que lo hace, lo «externo», que en realidad no es tal, sino un espejo, se transformará igualmente en un mundo pleno, lleno de sabor, del único sabor verdadero, el del amor.

 

Todo gratitud y también a las bellas personas que pusieron todo su amor en organizar el Foro. Ánimo con el siguiente.

 

Alicia Martínez

 

 

RELIGIÓN, ESPIRITUALIDAD, NO-DUALIDAD,,,

Entrevista realizada por Lala Franco,

publicada en Alandar 304 (enero 2014) 4-5.

 

(En la revista se publicó una versión abreviada por razones de espacio;

esta es la versión completa).

Enrique Martínez Lozano es escritor y conferenciante.  Psicoterapeuta y teólogo, se ha secularizado hace un año, lo que no ha cambiado un ápice la tarea a la que se dedica en exclusiva desde hace una década: el acompañamiento espiritual de grupos mediante el aprendizaje de la meditación en talleres y retiros por toda la geografía nacional. Autor de numerosos libros, escribe un comentario semanal del Evangelio en clave no-dual, que puede leerse en su web, y que envía gratuitamente a quien desee recibirlo. La espiritualidad es para él un viaje a la plenitud de nosotros mismos que nos convertirá en personas unificadas y compasivas. La espiritualidad es su tema. El tiempo y el papel se quedan escasos para contener el río de su pensamiento y su experiencia.

 

 

Enrique, ¿qué es la espiritualidad?

 

Por decirlo de un modo sencillo, “espiritualidad” hace referencia directa a la dimensión profunda de lo real. Podría añadirse que lo “espiritual” es todo lo real, en su “doble cara”: lo visible y lo invisible, lo manifiesto y lo inmanifestado…, pero no como dos realidades añadidas, sino como los dos rostros de lo único Real.

 

 

¿Podemos hablar de una inteligencia espiritual?

 

Indudablemente. Comprendo que haya personas a las que ese término les rechine, por diversos motivos, y que prefieran usar otro. Pero del mismo modo que no puede haber crecimiento humano sin el cultivo de la inteligencia emocional, tampoco es posible sin el cuidado de la “inteligencia espiritual”.

La espiritualidad es una dimensión humana tan básica y fundamental como la corporeidad, la afectividad o la sociabilidad. Su olvido supone una amputación grave de la persona.

Dicho de un modo más simple: del mismo modo que tenemos necesidades fisiológicas (somos cuerpo) y emocionales-afectivas (somos psiquismo), tenemos también necesidades espirituales que necesitamos conocer, gestionar y responder adecuadamente. Francesc Torralba ha escrito que “el ser humano, sea religioso o no, tiene unas necesidades de orden espiritual que no puede satisfacer ni desarrollar si no es cultivando la inteligencia espiritual”. Es así. Y, personalmente, constato que cada vez son más los padres y educadores que se hallan en esta búsqueda. Es necesario trabajar la “inteligencia operativa” y la “inteligencia emocional”. Pero si nos quedamos ahí, perpetuaremos el estado de “anemia” y, con él, la ignorancia acerca de quienes somos y el sufrimiento.

 

 

¿Cuáles son, según tu experiencia,  las aspiraciones del hombre de hoy en el terreno espiritual? ¿Hay sed de Dios?

 

Hay sed de interioridad, de profundidad, de silencio, de plenitud… Porque no se puede soportar demasiado tiempo la anemia. La búsqueda es expresión del hambre y de la sed de Aquello que no puede ser satisfecho con ningún objeto. “¿Dios?”. Siempre que no lo confundamos con la misma palabra ni con ninguna de nuestras imágenes mentales. El Maestro Eckhart decía, en el siglo XIII: “No tengas ningún dios pensado, porque cuando cambie tu pensamiento, ese dios caerá con él”. Y Charo Rodríguez, una poetisa amiga, escribe: “Solo el Dios encontrado, / ningún dios enseñado puede ser verdadero, / ningún dios enseñado. / Solo el Dios encontrado puede ser verdadero”.

Es comprensible que las personas vivan aferradas a imágenes de Dios con las que han convivido desde niños. Sin embargo, para que haya crecimiento espiritual, antes o después se hace imprescindible reconocer que son solo imágenes y dejar caer cualquier representación mental. Solo entonces, estamos disponibles para experimentar y saborear el Misterio. Y es que, como dijera el teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el ya lejano siglo XV, “Dios es lo no-otro de nada”.

 

 

A Dios, dices,  no lo podemos pensar, solo vivirlo. Pero, ¿cómo vivir a Dios?

 

Seamos o no conscientes de ello, Dios ya se está viviendo en todos nosotros, en todo lo que es. Un Dios “separado” es solo una proyección mental. Lo “dejamos vivir” sencillamente en la medida en que caemos en la cuenta de ello. Ahí mismo empezamos a percibir y vivir la no-dualidad.

“Vivir a Dios” es exactamente igual a “vivir nuestra verdadera identidad”. Y eso requiere, lógicamente, des-identificarnos del “yo” que creíamos ser. Por eso, puede decirse que el camino espiritual consiste en la desapropiación del yo, no por ningún tipo de voluntarismo ético, sino porque hemos comprendido que nuestra identidad es otra. Y, en “lo que somos”, no hay ningún tipo de dualidad con “lo que es”.

Eso es, por otro lado, lo que vivió Jesús, tal como lo expresa Jean Sulivan, en una de las frases que me parecen más hermosas sobre él: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre”. Eso es “vivir a Dios”.

 

 

Tú has llegado a la espiritualidad desde la psicología, afirmas. Y hablas continuamente de la no-dualidad. Psicología transpersonal, no-dualidad… son conceptos que hay que explicar a los no iniciados, y que tienen un significado grande en el terreno de la espiritualidad…

 

La no-dualidad es un “modo de conocer” y, por tanto, un modo de acercarnos a lo real y un modo de vivir, que me parece más ajustado que el “modo mental”. Más ajustado porque lo Real no puede ser sino uno-en-la-diferencia.

 

Desde el modelo mental, se enfatiza uno de esos dos polos, y así se habla de monismo (panteísmo) o dualismo; pero eso no hace justicia a lo Real; es solo una lectura mental.

 

Me parece que el paso del “modelo mental” al “modelo no-dual” –que se está empezando a dar ya en la filosofía, la psicología, la sociología, la hermenéutica…- constituye uno de los cambios más revolucionarios de nuestro momento histórico, por todas las consecuencias que aporta.

Es lo que siempre habían dicho los místicos. En la actualidad, lo dicen incluso los físicos cuánticos. Estoy preparando un libro, que probablemente salga en la próxima primavera, que se titula precisamente: “Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad”. El mismo trabajo en la preparación de ese libro me ha supuesto un gran enriquecimiento.

 

En cuanto a la psicología transpersonal,  llamada también psicología integral, es aquella que no olvida ninguna dimensión del ser humano. Cada vez somos más conscientes del empobrecimiento humano que supone el reducir la persona a una estructura psicosomática. La psicología transpersonal, nacida de la mano de la psicología humanista, nos hace caer en la cuenta de aquella dimensión más profunda –transmental, transegoica-, que no es otra que la dimensión espiritual.

 

 

¿No es el reconocimiento de la Presencia algo común a las tradiciones religiosas?

 

Efectivamente, más allá de las palabras que usemos –Presencia, Consciencia, Plenitud, Vacío, Dios…-, las religiones surgen habitadas por un mismo anhelo: desvelar el misterio de la existencia, responder a las preguntas: “¿quién soy yo?” y “¿qué sentido tiene todo esto?”, apuntar hacia el Misterio último –la Mismidad- de lo que es… La pena es cuando se absolutizan y remiten a ellas mismas –contra esta tendencia autorreferencial de la religión está hablando mucho el papa Francisco- o se enredan en palabras o creencias, a las que atribuyen un (imposible) valor absoluto.

Las religiones tienen tendencia a caer en una doble trampa: buscar el poder y confundir su creencia con la verdad. Justo lo opuesto a lo que enseñaba Jesús. Eso hace que aparezcan ante la gente con un aire de superioridad, que provoca cada vez más recelos, cuando no rechazo abierto.

En un movimiento de autodefensa, la religión esgrime que su creencia no es aceptada debido al relativismo actual. Pero, con frecuencia, el condenado “relativismo” no es sino una etiqueta descalificadora que usa quien no puede o no sabe convivir fácilmente con el pluralismo.

 

 

Es decir, que religión y espiritualidad no son identificables…

 

No; podemos considerar la religión como el “mapa, y la espiritualidad como el “territorio”; o en otra imagen clásica, la religión es la “copa”, mientras la espiritualidad es el “vino”. Mientras se percibe así, no hay ningún problema. Religión y espiritualidad no están identificadas, pero tampoco tienen por qué estar reñidas. El problema llega cuando las religiones  se olvidan de que son solo una construcción humana que busca “canalizar” el Anhelo, un medio al servicio de lo que somos. Cuando eso ocurre, la religión, en lugar de unir, separa y excluye. La espiritualidad, por el contrario, es siempre inclusiva, por una razón muy simple: porque constituye nada menos que el territorio de nuestra “identidad compartida”, más allá de los “mapas” que utilicemos. Esto explica también que pueda existir legítimamente una “espiritualidad religiosa”, al lado de una “espiritualidad laica” (Marià Corbí) o una “espiritualidad atea” (André Comte-Sponville). En mi opinión, las religiones están llamadas a vivirse como “servidoras” de la vida de las personas y de la espiritualidad.

 

 

¿Qué hay en la tradición religiosa católica para saciar la sed espiritual de que hablábamos al inicio?


Una profunda riqueza: la persona de Jesús de Nazaret; la sabiduría de los textos fundantes; una tradición ininterrumpida de experiencia mística, aunque en ocasiones haya quedado “nublada” o velada por aspectos institucionales que parecían ocupar y controlar todo; una tradición secular de humanización y entrega, al lado, sin embargo, de actitudes y comportamientos fanáticos, autoritarios, violentos, culpabilizadores y represores. La historia cristiana me parece un espejo patente de lo que es la ambigüedad de lo humano; o, expresado de otra forma, de lo que es capaz de hacer el ego incluso con lo más sagrado.

 

 

Hay muchas prácticas cristianas que ayudan a una rica experiencia interior… ¿no tenemos ahí un tesoro por redescubrir?

 

Sin duda, la tradición cristiana es un tesoro por redescubrir y, en algunos casos, incluso por estrenar, si confrontamos nuestra vivencia –y la de la Iglesia- con lo que fue Jesús de Nazaret.

En ese redescubrimiento, me parece que ha de ocupar un lugar esencial lo que fue el “camino” más característico de Jesús: la compasión hacia el ser humano en necesidad. Y, simultáneamente, toda la gran tradición contemplativa, que ha sido considerada habitualmente en la Iglesia como algo marginal. Esto me parece un enorme empobrecimiento.

 

 

Hablemos, pues, de meditación…

 

La meditación no es, en primer lugar, un método ni una práctica…, sino un modo de vivir o un modo de ser, un estado de consciencia, caracterizado precisamente por la no-dualidad.

Al estar habitualmente identificados con la mente, necesitamos “ejercitarnos” en superar es inercia, y así poder descorrer el velo que nos impide reconocer nuestra verdadera identidad. En este sentido, meditar consiste en estar en el presente, acallar la mente y atender a lo que está aconteciendo. Son tres modos de expresar lo mismo, ya que esas tres cosas no pueden darse sino simultáneamente.

 

 

 

Eso me lleva a preguntarte por el prestigio de lo oriental, de lo budista en concreto. ¿Cuál es la razón de ese prestigio?

 

Primero, que contiene mucha sabiduría y mucha experiencia. No hace mucho tiempo, un budista me comentaba: “Entre nosotros, damos prioridad a la experiencia que conduce a la sabiduría, al «despertar»; vosotros, en cambio, dais preferencia a las creencias y a la sumisión a la autoridad religiosa”.

Pero hay otros factores: uno no menor consiste precisamente en el hecho de que, al venir nosotros de una tradición religiosa que parecía encerrada en creencias y mandamientos, hemos estado echando de menos el cultivo de la dimensión espiritual, de una forma experiencial.

Por otro lado, aunque es cierto que el Maestro Eckhart, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz son exponentes sublimes de la experiencia mística, ellos, a diferencia de los maestros de Oriente, no dan una “pedagogía” para avanzar por ese camino contemplativo.

Al mismo tiempo, nos hemos hecho conscientes, como decía antes,  de que toda religión no es sino un “mapa” que intenta desvelar el misterio del existir o apuntar hacia el “territorio” anhelado que somos. Al verlo así, no solo queda sanamente relativizada toda creencia, sino que aprendemos a contrastar los diferentes mapas con la riqueza que cada uno de ellos aporta. Estoy convencido de que el futuro de las religiones ha de ser el encuentro humilde entre ellas, en el que se descubran buscadoras humildes al servicio de la genuina espiritualidad: es lo que quería expresar al hablar de los “mapas” al servicio del “territorio”. En este sentido, me gustaría citar un libro que me parece muy valioso en todo este campo del llamado “diálogo interreligioso”. Es el libro de un experto, Javier Melloni,  que lleva por título: “Hacia un tiempo de síntesis”.

 

 

El “mindfulness”, tan actual, ¿es lo mismo que la meditación?

 

Se suele decir que el mindfulness ha significado el descubrimiento de la meditación por parte de la psicología y la psiquiatría. Tanto es así, que en la última década, la cuestión más investigada dentro del campo psicológico, en Estados Unidos, ha sido la eficacia del mindfulness para el trabajo terapéutico.

Con todo, en rigor, siendo una muy buena noticia el interés de la psicología por ello, no es exactamente lo mismo que la meditación. El mindfulness o atención plena puede entenderse como una herramienta terapéutica que favorece la unificación e integración psicológica de la persona. Pero la meditación –repito, hablando con rigor-, si bien es imposible vivirse in “atención plena”, es otra cosa; como decía antes, es un estado de consciencia, caracterizado por  la no-dualidad.

 

 

¿Cómo cultivar la espiritualidad, cuál es tu propuesta para avanzar en el camino espiritual?

 

La respuesta también es sencilla: creciendo en consciencia de quienes somos. Al final, todo se ventila en la respuesta adecuada a esta pregunta: “¿quién soy yo?”. Mientras la respuesta sea inadecuada, permaneceremos en la ignorancia y el sufrimiento –aunque seamos personas muy “religiosas”-; por el contrario, la respuesta adecuada, liberándonos de ello, tiene sabor de plenitud.

Lo que ocurre es que la respuesta no puede venir desde la mente (el modelo mental de conocer) porque, al ser una parte de lo que somos, su respuesta es inevitablemente reductora; nos hace creer que somos apenas una estructura psicofísica, un “yo individual”; es decir, reduce nuestra identidad al “yo-idea”. Cuando se trabaja a partir de esa creencia, todo –el mismo trabajo psicológico e incluso la propia vivencia religiosa- resulta empobrecido.

La respuesta adecuada no puede ser resultado de un razonamiento o de una elaboración conceptual. Porque no podemos ser nada que podamos pensar, ya que todo lo pensado necesariamente es un objeto (mental). Únicamente podemos conocer lo que somos…, cuando lo somos. Y para ello necesitamos silenciar la mente, y así acceder a una experiencia directa, inmediata y autoevidente de nuestra verdadera identidad.

Aquí se da una hermosa y profunda paradoja: ni podemos pensar lo que somos, ni somos lo que podamos pensar. Una paradoja que encuentra un atractivo paralelismo en lo que nos dice la física cuántica: “lo que vemos no es real, y lo real no podemos verlo”.

El camino espiritual no es otra cosa que reconocer quiénes somos y vivirnos conectados a ello. A esto las tradiciones espirituales le han llamado “despertar”, un estado de consciencia que se caracteriza por la sabiduría (comprensión) y la compasión.

EL CAMINO DE LA SABIDURÍA. Meditación y simplicidad

EL CAMINO DE LA SABIDURÍA

Meditación y simplicidad 

 todo pasa

A medida que crecemos –de hecho, si no me equivoco, es un signo de crecimiento espiritual-, vamos aprendiendo la sabiduría de la simplicidad. Todo es más simple de lo que pensábamos.

 

Descubrimos, por fin, que la mente tiende a complicar todo. Y lo hace, porque pretende que la realidad entre dentro de sus reducidos esquemas. Lo cual provoca una constricción reductora que solo genera confusión y sufrimiento.

 

Porque, cuando eso ocurre, en lugar de alinearnos con la Vida, permitiendo que fluya, intentamos controlarla, para que se ajuste a los patrones que nuestra mente ha hecho de las cosas, a sus etiquetas de lo que “debería” o “no debería” ser.

 

El resultado solo puede ser uno: en lugar de fluir con la Vida, conducidos por su Sabiduría, la bloqueamos. Porque, cuando la mente se absolutiza y se erige en criterio último de funcionamiento, en realidad se convierte en un “tapón” que impide el flujo.

En el reciente Foro de espiritualidad de Zaragoza, Marta Schröder utilizó una imagen que me parece acertadísima. Según ella, la mente es como una fábrica de churros, y opera de un modo similar al de cualquier otro órgano. Así como los pulmones funcionan día y noche, cuando somos conscientes de ello y cuando no, la mente también genera pensamientos sin cesar. Cuando el “gerente” de esa “fábrica de churros” se halla presente, la fábrica produce los churros que al gerente le interesan (esa es la “mente funcional”, a nuestro servicio); pero, cuando el gerente se ausenta, la fábrica sigue igualmente produciendo más churros, ahora de acuerdo con las máquinas con que cuenta. Tales “máquinas” son las creencias grabadas en nuestro cerebro desde el inicio de nuestra historia personal. Según como sean, la fábrica producirá churros de diverso tipo: de celos, de envidia, de ira, de resentimiento, de timidez, de miedo, de angustia… Es inevitable. Pero, aun con todo, el problema no radica en que la mente produzca churros por su cuenta y sin parar, sino en el hecho de que “nos los comemos todos”, es decir, nos creemos todos esos pensamientos y funcionamos de acuerdo con ellos. Esta es la “mente pensante”, convertida en dueña de nuestra existencia. De ese modo, el mejor de los siervos se ha transformado en el peor de los amos.

 

A todo ello hay que añadir una dramática ironía: la mente ansía controlar todo; la realidad, sin embargo, es que eso es solo una ficción que ella misma alimenta. La mente no controla absolutamente nada ; si realmente controlara, tal como ella se imagina, ¿no haría tiempo que habríamos modificado muchas cosas? En resumen: vive en un engaño constante y nocivo.

 Todo pasa por algo

 

Paralelamente, al ego le encanta el drama. Es lógico: el ego no es otra cosa que la “personalización” de la mente. La mente absolutizada (la llamada “mente pensante”) crea la ficción del ego.

 

Al ego le encanta el drama, porque vive gracias ello. Mientras alimenta cualquier tipo de cavilación, el ego adquiere y alimenta una cierta sensación de existir, en la que se enroca, y a la que no está dispuesto a renunciar. Al contrario, dispone de una batería enorme de mecanismos para crear, sostener, alimentar y prolongar indefinidamente el drama…, sin ser consciente de que él es su único autor, y que eso solo genera sufrimiento inútil y estéril.

 

Cavilación, dramatización, justificación, culpabilización, victimismo, comparación, juicio, condena, descalificación, enfrentamiento, afán de superioridad, necesidad de tener razón… Todos ellos, mecanismos que hacen que el ego se sienta existente y poderoso; la trampa mortal que nos acecha constantemente.

 

En esa dinámica, puede llegar a extremos tan absurdos como pensar que “tener razón” es más importante que “ser feliz”; o que “agradar a los demás” es mejor que “ser fiel a sí mismo”.

 

La atracción del ego por el drama explica, entre otras cosas, el éxito de los programas llamados “del corazón”, los “reality shows” y cosas similares. Todos ellos ponen en evidencia los egos de quienes los realizan… y de quienes los ven.

 

¿Es posible salir de ese engaño? Con frecuencia, parece que la salida de todo ello requiere experimentar el sufrimiento, que suele venir de la mano del desengaño.

 

En ese caso, bienvenido des-engaño, que nos saca de la mentira en que estábamos instalados. Si estamos un poco atentos, podrá constituir una hermosa oportunidad para salir de aquella ilusión y, si hay suerte, rendirnos a la sabiduría de lo que es.

 

A partir de ahí, se nos va regalando descubrir que existe una Sabiduría que es más que el pensamiento, el razonamiento, los conceptos, las ideas y las creencias… Empieza a emerger en nosotros la sabiduría del no-pensamiento, como lugar de luz y de descanso, de gozo y de paz, de unidad y compasión.

 

Un lugar al que, ciertamente, no podemos llegar pensando, sino justamente al trascender el pensamiento. Ese lugar es sabiduría y descanso porque constituye nada menos que nuestra verdadera identidad. Ese “lugar” es un estado de consciencia, en el que, finalmente, reconocemos nuestro verdadero rostro: es nuestro hogar, en el que nos hallamos no-separados de nada.

 

No lo podemos pensar ni controlar; únicamente podemos saborearlo. Y es ese mismo saboreo el que florece en sabiduría: la sabiduría de reconocer nuestra verdadera identidad y de vivir en conexión con ella. Dejamos de seguir las pautas y exigencias del ego –egocentradas y descalificadoras, etiquetadotas y dualistas-, para consentir a lo que es, desde la más dulce desapropiación.

 

 

Y, ¿qué tiene que ver con todo ello la práctica de la meditación?  Me parece que puede apreciarse desde una doble perspectiva.

 

Por un parte, la práctica de la meditación, al ejercitarnos en acallar la mente, nos hace más libres frente a sus demandas; favorece que dejemos de identificarnos con el ego (o yo) que la propia mente había creado; y posibilita que experimentemos nuestra verdadera identidad y vivamos en conexión con ella.

 

Por otra, la propia práctica de la meditación se irá haciendo cada vez más sencilla, más simple, más descansada y sabia. Poco a poco, iremos percibiendo lo que siempre han enseñado los maestros espirituales: meditar es estar, permanecer, descansar en el no-pensamiento, vivir en lo que es, contemplar sin objeto

 

¿Dónde estamos, permanecemos, descansamos, vivimos…? En la Atención desnuda, es decir, en la Consciencia que somos, que se muestra como Sabiduría y Compasión.

 

Cuando sabemos “estar” ahí, todo lo demás –como dijera el sabio maestro Jesús- “se nos dará por añadidura”. Porque eso que somos es Plenitud y se halla siempre a salvo. Seguirán ocurriendo sucesos de todo tipo y color, se turnarán las “nubes” con los “claros”, y los días felices con los tormentosos…, pero nada de eso afecta negativamente a quienes realmente somos. Podemos estar siempre “en casa”, en ese “hogar” que constituye nuestra verdadera identidad, y donde no estamos separados de nada.

 

         Ahí, ya no es la mente la dueña de casa, sino una servidora eficaz al servicio de la Sabiduría. Ahí, tampoco es el ego quien dicta sus leyes ni guía el comportamiento. Ha emergido una identidad desapropiada y unificadora, la Consciencia que todos somos, que nos hace percibirnos como células de un único organismo, el único “Yo Soy” en el que se han reconocido Jesús y todos los sabios que nos han precedido.

Teruel, 24 diciembre 2013

¡FELIZ NAVIDAD!…, ¡FELIZ “NACIMIENTO” A QUIENES YA SOMOS!

DESPERTAR A QUIENES SOMOS

DESPERTAR A QUIENES SOMOS

 

 Al vaciarte del yo, descubres la Plenitud que eres

Con qué facilidad,

debido a la inercia de tantos años,

me identifico con lo que no soy

y me reduzco a una identidad aparente:

la de mi pequeño yo,

simple manojo de deseos y miedos,

etiquetador permanente,

que pone su dicha en lo superficial,

en que las cosas le vayan “bien”,

según su particular y estrecho criterio.

 

Por eso, cuando le van “mal”,

se desespera, se irrita o se angustia,

creando resistencias

con las que no logra

sino incrementar el sufrimiento.

 

Y siempre así…,

hasta que aprenda a “rendirse”,

a no-evitar, a no-resistir.

 

Pero ese aprendizaje no está al alcance del yo.

Solo es posible cuando experimentamos

que no somos él

y nos abrimos y nos percibimos

como Espacio Consciente,

Vida Amorosa,

Presencia Segura…

 

Solo entonces descubrimos,

con tanto gozo como sorpresa,

que todo está bien,

que todo es como tiene que ser,

y que nada de ello afecta a quienes Somos.

 

No es un discurso de justificación;

tampoco de sumisión,

ni de pasividad o resignación.

Es, sencillamente, la percepción de lo real

desde “otro nivel”.

 

Habremos de hacer lo que tengamos que hacer,

pero desde el “lugar” adecuado,

la consciencia clara de quienes somos.

 

Anclados en ella,

caerán etiquetas,

perderán peso miedos y deseos,

observaremos serenamente los vaivenes y altibajos,

y podremos dejar fluir todo…

Viene lo que tiene que venir.

En la Presencia que somos,

todo está bien:

todo es un despliegue admirable de lo Real,

un juego sorprendente de la Consciencia.

 

El actor tiene que hacer su papel,

pero nunca olvida que su identidad es otra.

 

Tenemos papeles en esta gran representación,

pero ojalá no olvidemos que no somos ellos.

 

Somos Aquello que está detrás de todos los papeles,

Eso que queda cuando la mente se silencia,

Espacio consciente,

Vida amorosa,

Presencia segura.

 

Las religiones lo han nombrado con la palabra “Dios”,

y las personas religiosas más sabias

han sabido “perderse” tanto en él,

que han llegado a “anegar” su yo.

Y en esa “pérdida”,

como decía Jesús,

se han “encontrado” definitivamente

en su verdadera identidad.

Acabó la tiranía del yo

y emergió el horizonte de luz.

 

Es lo que ocurre cuando,

en una perspectiva no-dual,

acallada la mente,

“tocamos” y saboreamos

la Plenitud que somos

y en la que nos reconocemos:

hemos despertado,

hemos empezado a vivir.

 

Teruel, 4 noviembre 2013 

PARA CUANDO SUFRAS (Vicente Simón)

PARA CUANDO SUFRAS

 

 

Date un respiro cuando sufras.

Date un respiro.

Te lo mereces,

tú y el universo que te acoge.

 

No te vas a romper,

puedes sufrir.

Todos lo hacen

por un tiempo.

 

Piensa que sufrir

es humano,

y te hace más humano todavía.

Nunca sufres solo.

 

Pero date cuenta

de que estás sufriendo,

ahora mismo,

en este irrepetible momento.

 

Y acuérdate,

que como humano que eres,

también puedes amar.

Entonces, date amor y consuelo.

 

Eres una criatura que sufre.

Eres una criatura que ama.

Y esa criatura que ama

puede consolar a la criatura que sufre.

 

No dejes de hacerlo.

Ama al que sufre, alívialo.

Y, si ahora, el que sufre eres tú,

consuélate, queriéndote tal como eres.

 

Vicente Simón

www.mindfulnessvicentesimon.com

www.mindfulnessyautocompasion.org

 

CUANDO EL YO SUFRE

El yo, al no ser sino un manojo de deseos y miedos, está condenado a sufrir.

 

Ego-mono.2

 

Sabemos que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Por “dolor” entendemos el hecho bruto, sea físico o emocional, que se experimenta tal como aparece, sin resistencia ni añadidos mentales.

Ese dolor se transforma en sufrimiento, bien cuando lo resistimos (en lugar de aceptarlo), bien cuando añadimos sobre él cualquier “historia mental”.

En un caso u otro, sufrimos únicamente cuando –y porque- nos identificamos con el yo o ego. De hecho, como alguien ha escrito, “la desgracia solo significa que las cosas no encajan con tus deseos”.

La consciencia de lo que nos ocurre no sufre ni se ve afectada. Solo sufre el yo: y creemos que sufrimos nosotros porque lo hemos tomado como si fuera nuestra identidad. A partir de ahí, todo lo que le ocurre al yo, pensamos que nos ocurre a nosotros.

Por eso, detrás de todo sufrimiento, hay un pensamiento erróneo que estamos creyendo como si fuera verdadero. Averígualo por ti mismo/a: cuando sufro, ¿qué pensamiento hay detrás, que me estoy creyendo como si fuera verdadero?

El “primer” pensamiento erróneo no es otro que el de identificarnos con el yo. Y, con él, la creencia en que soy un ser separado de todos y de todo. A partir de ella, se pueden encadenar infinidad de pensamientos erróneos que generarán sufrimiento permanente.

Dentro de esos pensamientos erróneos, hay tres que podemos considerar particularmente graves:

  • La idea de que yo tengo el control sobre lo que me ocurre; por eso, me afano y preocupo como si realmente dependiera de mí. En realidad, es solo una falsa creencia: si realmente tuviera el control, ¿no habría logrado ser feliz hace tiempo? Por eso, lo que realmente mantenemos es la ilusión de que llevamos las riendas. Por otro lado, si el yo o ego es una ficción mental, ¿quién sería el sujeto de ese supuesto control?
  • La exigencia mantenida de que las cosas deberían ser como yo quiero. Aquí se arraigan todos los “debería” y “no-debería”, que no son sino fuente de sufrimiento para nosotros mismos y para los demás.
  • Y el hecho de discutir con lo que es. Tal discusión no es otra cosa que resistencia al presente. Y no puede haber tal resistencia sin generar sufrimiento.

 

Por eso, frente a esos pensamientos erróneos, con frecuencia profundamente arraigados en nuestras mentes, el camino de salida se formula de una manera simple, aunque, debido a aquella inercia mental, nos resulte arduo vivirlo en la práctica. La actitud sabia puede formularse con estas palabras: Ama lo que es. (Título del recomendable el libro de Byron KATIE, Amar lo que es. Cuatro preguntas que pueden cambiar tu vida, Urano, Barcelona 2002).

 

No se trata de una actitud indolente, indiferente o pasotista. Es una actitud sabia, que consiste alinearse con lo real. Y, de un modo paradójico, solo al alinearnos con el momento presente –lo que es- encontramos la paz y brota en nosotros la acción adecuada, libre de ego, que tengamos que llevar a cabo. Pero la sabiduría parece que empieza siempre por la aceptación profunda o rendición a lo que es.

 

Al alinearnos con el presente, al amar lo que es, cesa el sufrimiento, pero queda el dolor.

¿Qué hacer con él? La actitud adecuada se expresa en dos actitudes que han de ser vividas simultáneamente: la no-evitación y la no-identificación. Es decir, se trata de acoger el dolor, permitirle que esté, pero sin reducirse a él.

Del mismo modo que cuidamos el cuerpo, pero no se nos ocurre identificarnos con –reducirnos a- él, así también cuidamos nuestro psiquismo, pero tampoco nos identificamos con él.

Dicho con más precisión: El Amor que somos acoge al psiquismo (yo o ego) que tenemos. Las prácticas de amor hacia uno mismo, el encuentro con el propio niño o niña interior, el cuidado por permanecer en momento presente, la destreza para tomar distancia de la mente y no enredarnos en etiquetas mentales ni en movimientos emocionales… nos ayudarán a permanecer anclados en nuestra verdadera identidad –la Consciencia ilimitada y amorosa- y, así, llevar a cabo una higiene saludable del dolor que aparezca, sin transformarlo en sufrimiento.