Semana 8 de octubre: ¿Libertad versus determinismo?

Cuando tratamos de resolver el enfrentamiento libertad versus determinismo, por lo que poco voy viendo, o mejor dicho, por lo poco que se me va regalando, nuestra respuesta dependerá radicalmente de dónde nos situemos para contestar a la pregunta.

Cuando nos situamos en el yo -en la persona separada- o estado mental, desde la identificación con la mente y sus mensajes, de entrada es habitual experimentar una sensación aparente de libertad de decidir, de control sobre las acciones o reacciones ante los eventos que nos suceden en el presente y de poseer también cierto control sobre los que nos aguardan en el futuro. Así, decidimos cerrar la puerta con llave en lugar de dejarla abierta, elegir la ropa que creemos nos sienta mejor, o beber agua y no coca-cola. Sin embargo, en una indagación más profunda, una posible explicación a estas acciones podría ser la de que hemos cerrado la casa porque creemos que es más seguro, elegimos la ropa creyendo que seremos mejor aceptados, más valorados por los demás, y seleccionamos agua porque creemos que es más saludable, por ejemplo.

Estas creencias mentales de las que tan seguros estamos son, pues, las que realmente controlan nuestras decisiones. Pero, ¿decidimos nuestras creencias libremente? Estas pueden tener su origen en experiencias previas, las opiniones de nuestros padres, el entorno, etc. Estos condicionamientos internos nos hacen, por tanto, repetir una y otra vez nuestras respuestas ante la vida aun sin ser conscientes de ello. De hecho, sin esas creencias grabadas en el subconsciente, nos resultaría imposible tomar decisiones desde la mente; quedaríamos paralizados en la eterna duda, pues la mente bien examinada nunca puede saber nada con certeza: ¿qué es mejor o qué es peor? En los acontecimientos dolorosos a menudo aprendemos más que en los placenteros, por tanto: ¿qué nos conviene? ¿Qué va a ocurrir en el futuro? La mente no sabe, solamente juega a saberlo, especula, pero es todo una ilusión, pues toda creencia es siempre relativa. Sin embargo, al no hacernos conscientes de ese relativismo mental, absolutizamos las creencias intentando que la realidad se ajuste a ellas, constituyendo nuestra principal fuente de sufrimiento: la distancia entre lo que es y lo que debería ser. En cambio, fuera del nivel mental, las cosas son lo que son, sin etiquetas ni juicios. Esto no quiere decir que la mente sea mala o dañina, que sería otro juicio mental más, sino solamente una herramienta adecuada para funcionar en el mundo de los objetos.

Si vamos todavía más lejos, al no tener ninguna certeza, el propio “yo” se convierte en otra creencia más, aunque la hayamos absolutizado aferrándonos a ella. De hecho, cuando silenciamos la mente y tomamos distancia de ella, este se diluye. Pero, incluso dándonos cuenta de ello, desde el estado mental la ilusión perdura debido a la gran inercia que llevamos y al refuerzo que esta idea recibe del exterior.

Otra pregunta interesante sería: ¿nuestros pensamientos son realmente nuestros o sencillamente aparecen? ¿Podemos saber lo que pensaremos el próximo minuto? ¿Sabía hace cinco minutos lo que iba a escribir en estas líneas o simplemente este texto se ha ido escribiendo? Si somos honestos, vemos que tampoco tenemos capacidad para pensar libremente. Luego si no podemos decidir sin condicionamientos y nuestros pensamientos no son libres, la conclusión aparente es que nuestra persona está completamente determinada.

Esta conclusión leída desde la mente puede producirnos cierto agobio. Sin embargo, al salir del estado mental y situarnos en el testigo o estado de presencia, la sensación del yo se diluye y desde ahí podemos, por ejemplo, mover conscientemente cualquier parte de nuestro cuerpo, caminar, sonreír, expresarnos corporalmente con total libertad en cada instante, con total espontaneidad. Fuera de la mente no se experimenta determinismo, sino todo contrario, “no hay quien controle”. Las acciones, los movimientos, brotan en un flujo incesante y espontáneo.

En mi opinión, la Totalidad, el YO, se expresa en la multiplicidad de las formas que lo constituyen -entre ellas nuestros yoes-, y desde el estado de presencia permitimos que esta expresión se haga a través de nosotros, haciéndonos además uno con ella. Desde ahí no tenemos libertad sino que somos Libertad. Esta forma de expresión de la Totalidad mediante el movimiento espontáneo de los seres es, a mi juicio, una de las maneras en que lo hace, pero también creo que los condicionamientos de los que hablábamos, todas las leyes físicas y biológicas que rigen el universo, la relación que existe de todo con todo, el instinto, los pensamientos, las emociones, el arte y quizá también incluso la aleatoriedad son otras maneras igualmente válidas en las que se expresa. En definitiva, no queda nada fuera, ni siquiera lo que nos es aún desconocido. No hay nada que condicione a la Totalidad, aunque sus formas analizadas por separado sí estén condicionadas igual que mi mano no es libre para hacer lo que quiera, sino que está condicionada al resto del cuerpo. El problema surgiría si mi mano tratara de reflexionar acerca de su libertad como ente independiente, ya que entonces se vería determinada, enjaulada, dependiente del resto. Cuando nos sintamos encerrados en el estado mental, la única salida posible es, por tanto, comprender y abandonarlo.

Lo que sí me parece legítimo es que desde la mente, desde la parte y no desde el todo, nos formulemos la pregunta, ahora ya curiosa y no angustiosa, sobre cuáles son las leyes que lo rigen todo y que rigen a nuestro pequeño yo, de qué parte del universo funciona mediante leyes matemáticas, qué parte es simple y pura espontaneidad, qué parte es aleatoriedad, etc. La ciencia, la intuición o la deducción mental tratan de ayudarnos en este cometido. Seguro que poco a poco vamos creciendo en comprensión de los entresijos de este “teatro” en el que nos encontramos inmersos. Pero no como otro instrumento de control, sino porque sí.

Javier Prieto Mateos

Semana 22 de octubre: EL YO Y LOS SENTIMIENTOS (II)

En forma de esquema, la gestión adecuada de los sentimientos podría expresarse de este modo: la actitud inteligente y constructiva se sitúa en el centro de dos extremos igualmente peligrosos: la represión y la reducción. La inteligencia emocional no reprime los sentimientos ni se reduce a ellos.

         La represión es siempre peligrosa y dañina. Porque reprime los sentimientos –los oculta, los camufla, los niega o los disimula-, pero no los elimina. Dado que un sentimiento es una carga de energía, la represión acarrea estas consecuencias nefastas: desgasta a la persona, al consumir no poca energía para mantener reprimido el sentimiento; provoca que el sentimiento aparezca por otra vía, particularmente el cuerpo, en forma de somatizaciones (“el cuerpo dice lo que la mente calla”); el sentimiento reprimido se convierte en un volcán tan peligroso como oculto, que en cualquier momento puede estallar de forma inesperada y violenta, haciendo verdad el dicho de que «quien se empeña en vivir como un ángel, termina comportándose como una bestia«.

         Ahora bien, en el extremo opuesto, la reducción no es mejor, ya que termina infantilizando y hundiendo a la persona. En efecto, al reducirme al sentimiento, no solo me convierto en una marioneta en sus manos, a merced de sus altibajos, sino que termino desconectado de mi verdadera identidad: esta es la mayor ignorancia, fuente de todo sufrimiento.

         La actitud sabia, por tanto, consiste en reconocer, aceptar y nombrar todos nuestros sentimientos, acogiéndolos desde nuestra identidad profunda, sin negarlos ni reprimirlos y sin dejarnos conducir por ellos.

         Todo sentimiento tiene “derecho” a vivir: es un “objeto” dentro de nuestro campo de consciencia; como tal, necesita ser reconocido y aceptado, sin demonizarlo: los sentimientos son moralmente neutros, ni “buenos” ni “malos”. Es una energía que siempre tiene una causa, aunque nos resulte desconocida. Al reconocerlos y aceptarlos, dejamos de resistirlos; solo entonces evitaremos fracturarnos.

         Pero si bien todo sentimiento tiene “derecho” a vivir, no es menos cierto que ningún sentimiento constituye nuestra identidad. De ahí que identificarnos con cualquiera de ellos nos introduzca en la confusión y la impotencia. Nos identificamos con ellos cuando somos incapaces de tomar distancia o, peor aún, los alimentamos con nuestras cavilaciones mentales o rumiaciones. Y todos tenemos experiencia de que, al alimentar cualquier sentimiento o pensamiento, terminamos dramatizando la situación, enjaulados dentro de sus propios barrotes.

Semana 22 de octubre: IMBÉCILES AUN MEDITANDO

¿PARA QUÉ SIRVE MEDITAR?
POR QUÉ SIGUES SIENDO UN IMBÉCIL A PESAR DE LA MEDITACIÓN

No te ofendas.

Si te molesta la palabra “imbécil” puedes reemplazarla por “persona cuya identidad gravita alrededor de un sistema neurótico de creencias llamado ego”.

La mayor decepción de nosotros los meditadores modernos es continuar siendo imbéciles a pesar de la práctica de meditación. El nirvana, la trascendencia del ego, la disolución de los miedos, la siempre presente no-dualidad. Todos los productos que te vendieron en el brochure de la meditación tal vez solo los acariciaste por breves momentos para luego volver al terrenal mundo de tus deseos y traumas.

La meditación no es inservible. Si no fuera por ella yo no estaría escribiendo esto y no sería consciente de que un gobierno clandestino comanda mis acciones el 99% de mi vida. A pesar de eso, conviene preguntarnos por qué seguimos gravitando al compás de las mismas acciones y creencias. ¿Por qué seguimos siendo terrenales? ¿Por qué sigues siendo un imbécil a pesar de la meditación?

  1. Porque reconocer que eres un imbécil es el primer signo de que la meditación funciona:El imbécil por lo general es el otro. Gracias a la meditación llegas a darte cuenta de que el imbécil eres tú y que la imbecilidad del mundo es un reflejo de tu propia imbecilidad.
  2. Porque el ego contraataca: El ego interpreta cualquier signo de lucidez como una amenaza a su existencia. Contrarresta fuertemente con una sofisticada ofensiva que te devuelve a tu estado tradicional de imbecilidad.
  3. Porque no te urge dejar de ser imbécil:Consentido por los placeres de la modernidad, te conformas con limosnas de felicidad pasajera basadas en seguridades ilusorias. Revertir décadas de imbecilidad requiere algo más que meditar 30 minutos diarios, pero tu nivel de sufrimiento no es lo suficientemente fuerte como para que te urja trascender.
  4. Porque meditar es sumergirse en tu imbecilidad: Contrario a la creencia popular, la meditación es mirarte al espejo y contemplar tu ego lo más cerca posible, no alejarse de él. Este descenso a los confines de tu fantasía personal traerá consigo la irresistible tentación de enamorarte más de ella…
  5. Porque confundes el fin con el medio:La meditación no es una pastilla que te quita el dolor de cabeza. Es un examen a tu psique para entender lo que provoca el dolor. Mirarla como “pastilla” no acelerará su efecto.
  6. Porque sigues rodeado de imbéciles:Me refiero a personas que no saben que son imbéciles. La ignorancia se contagia. Para perpetuar tu consciencia de ella has de relacionarte más con otras personas que también han descubierto su imbecilidad.
  7. Porque le das cualidades milagrosas a la meditación: En realidad no eres tan imbécil, lo que pasa es que piensas que si meditas mucho vas a tirarte pedos con olor a incienso. ¡No! Un estado meditativo se usa cuando vas al supermercado, cuando te peleas con tu pareja, cuando tienes problemas en la oficina. Meditar es ejercitar el arte de poner atención, no es una píldora milagrosa para tele-transportarte instantáneamente al samadhi.

No subestimes los efectos de largo plazo de la meditación, no te detengas, no medites para iluminarte, medita para ser un mejor imbécil. Un imbécil consciente de su imbecilidad. Ese es el primer paso para el fascinante viaje hacia la trascendencia.

Como dice una muy apreciada amiga del grupo de Facebook: “Sigo siendo imbécil pero voy más relajada”.

Alejandro Cervantes, https://alejandrocervantes.net

Semana 1 de octubre: EL YO Y LOS SENTIMIENTOS (I)

Sabemos que el yo (o ego) no es otra cosa que la identificación que la mente hace con sus propios contenidos. No es, por tanto, sino la suma de pensamientos y sentimientos, más o menos armonizados o integrados.

Creer que eso constituye nuestra identidad nos sume en la ignorancia y, simultáneamente, en el sufrimiento.

      Sin embargo, por otro lado, aunque no nos identifiquemos con ellos, necesitamos aprender a gestionar los sentimientos y las emociones de un modo adecuado. Es algo similar a lo que hacemos con el cuerpo: no se nos ocurre identificarnos con él, pero comprendemos que necesitamos atenderlo y responder adecuadamente a sus necesidades.

      La gestión adecuada de pensamientos y de sentimientos nos permite la integración del psiquismo, con todo lo que se deriva de ello. Una integración armónica favorece el gusto de vivir, la serenidad, la apertura, el amor… Por el contrario, la carencia de integración se manifiesta como neurosis o psicosis y lleva a funcionamientos y mecanismos más o menos destructivos y siempre dolorosos.

       En resumen, el yo es únicamente una ficción mental; pensamientos y sentimientos son algo que tenemos, no lo que somos. Sin embargo, es necesario cuidar nuestro psiquismo. Solo en este sentido podría hablarse del “yo”, no como identidad, sino como el centro operativo de la vida cognitiva y emocional de la persona.

         ¿Qué hacer, pues, con los sentimientos? La primera dificultad que encontramos consiste en el no fácil diálogo entre la “razón” y el “corazón”; dificultad que tiene una base neurológica en el “contraste” entre el cerebro límbico (emocional) y el cerebro cognitivo (neocórtex).

         Debido a ello, se puede caer en una doble trampa. En un caso, las emociones pueden desbordarnos, hasta el punto de bloquear el discernimiento lúcido e incluso la libertad ante ellas: es lo que conocemos como “cortocircuito emocional” o “secuestro cerebral”, y es lo que ocurre, por ejemplo –aunque no solo-, en los diferentes casos de estrés postraumático. En el otro, la mente bloquea y reprime los sentimientos, a causa de miedos, prohibiciones o sufrimiento: se produce entonces una especie de “asfixia cognitiva”, con dos consecuencias nocivas: la persona queda “cortada” de su mundo interior y crece la probabilidad de cualquier tipo de somatización, como único medio que les queda a los sentimientos para expresarse.

         Frente a esa doble trampa, es necesario el cuidado de la inteligencia emocional, por la que entendemos la capacidad para identificar, comprender, razonar y gestionar las emociones, pasando de la lejanía e ignorancia a una consciencia cada vez más lúcida de los propios estados emocionales, sus causas y su gestión adecuada.

Semana 1 de octubre: SOBRE EL HÁBITO DE QUEJARSE

PROTESTAR HACE DAÑO AL CEREBRO: UNA ESPECIALISTA DA CONSEJOS PARA HUIR DE ESTE HÁBITO

Descubre porqué, cuanto más protestas, más refuerzas ese mecanismo de «protesta» en tu cerebro.

Escuchar a alguien protestando seguramente te provoque ganas de salir huyendo de la persona malhumorada. La ciencia explica que una cascada de reclamaciones, además de llenar los oídos, afecta negativamente a tu cerebro y al funcionamiento de tu cuerpo. Peor: si eres tú la persona que tiene la costumbre de criticar a todo y a todos, el efecto también se aplica a tu salud mental.

Pero parece que la costumbre de protestar acaba formando parte de nuestra vida una y otra vez, ¿verdad? Para evitar (o reducir) los daños, entrevistamos a la coach de alta performance y productividad Patricia Marinho, que enseña cómo debemos lidiar con las ganas de protestar, y ofrece consejos prácticos para levantar el ánimo de quien solo ve la vida en tonos grises. Entre otros consejos, enseña la “regla del agua” para mantener el optimismo cada día. ¿Qué tal probar?

¿Por qué protestar afecta negativamente al cerebro?

El divulgador y científico de la computación Steven Parton publicó un texto en el sitio Curious Apes sobre cómo el hecho de protestar puede acabar con tu bienestar y el de los que te rodean, afectando directamente al cerebro de los individuos.

Él explica que, con cada pensamiento que tenemos, nuestro cerebro se remodela, alterando la construcción física de la realidad. Esto sucede porque el puente que se forma entre las células nerviosas (las neuronas) acaba estrechándose cada vez más para producir ese pensamiento.

“A lo largo de tu cerebro hay una colección de sinapsis separadas por un espacio vacío llamado espacio sináptico. Siempre que tienes un pensamiento, una sinapsis dispara un producto químico a través del espacio hacia otra sinapsis, construyendo así un puente por el que puede pasar una señal eléctrica, llevando consigo la información relevante que estás pensando”, detalla.

Sinapsis

“Cada vez que esa carga eléctrica se pone en marcha, las sinapsis disminuyen la distancia que la carga eléctrica tiene que atravesar. Por tanto, el cerebro está religado en su propio circuito, y se altera físicamente para hacer más fácil la realización de las sinapsis adecuadas –y esto hace que el pensamiento, en resumen, se produzca más fácilmente”.

Junto a esa capacidad cerebral, está el hecho de que las sinapsis que tienes más fortalecidas definen tu personalidad. A fin de cuentas: ese pensamiento que se repite más dentro de tu cabeza refuerza los puentes dentro de la red de tus neuronas.

“A través de la repetición del pensamiento, el par de sinapsis que representa sus inclinaciones se acerca cada vez más, y cuando surge el momento oportuno para que puedas formar un pensamiento, el pensamiento que gana es el que tiene menos distancia para viajar”.

Esto significa que, cuanto más protestas, más refuerzas ese mecanismo de “protesta” en tu cerebro.

Aceptación/disgusto

Steven apunta a otro factor que hace que las protestas, a veces, destruyan nuestro cerebro: la dualidad entre la aceptación y el disgusto, el amor y el miedo, el optimismo y el pesimismo. En una experiencia personal, el autor resolvió seguir, frente a situaciones buenas y malas, el precepto de “agradecer la experiencia y la lección”.

“La naturaleza aprecia el caos, y nuestro cerebro no es diferente. Por eso es importante subrayar que esta, obviamente, no es una práctica a prueba de idiotas que erradique completamente la negatividad de tu conciencia. A veces, la emoción es muy fuerte, y el par de sinapsis que llama la carga química será el negativo”, relata.

“Pero, como cualquier músculo, si quieres ejercitar esas sinapsis ‘amorosas’, encontrarás una nueva fuerza innata que hará que el mundo brille con más frecuencia. También te darás cuenta de que eres mucho más feliz gracias a  tu bienestar”.

Escuchar las protestas de los demás

Cuando escuchas mucho bla-bla-bla negativo, tu cerebro se relaciona con la otra persona en virtud de las “neuronas-espejo”.

En esta experiencia, la empatía con el otro hace que intentemos sentir la emoción que está sintiendo –y en ese momento, literalmente, “intercambias energías negativas” con tu interlocutor.

Qué hacer para evitar la negatividad

Patricia Marinho nos da 8 consejos de comportamiento para escapar de la gente “protestona”. Si eres una persona así, la especialista también orienta sobre la mejor manera de cambiar tu forma de ver las experiencias en la vida:

  1. “Somos el resultado de las cinco personas con las que más nos relacionamos”

“Si estás junto a personas que solo protestan, en breve te convertirás en alguien así también”, comenta Patricia.

  1. La palabra tiene mucho poder

“Si estás en medio de una crisis y dices que estarás así hasta finales de año, así será”, comenta la especialista. “Lleva optimismo a la conversación: ‘existe una crisis, sí. Pero ¿qué vamos a hacer para cambiar?”.

  1. Procura estar al lado de personas que son altruistas y optimistas

“Un ancla constituye solo el 10% del peso de la nave, y sin embargo, basta para detenerla. No dejes que nadie sea ancla para ti”.

  1. Protestar es un hábito y, por ello, puede cambiarse

“Nuestro cerebro tarda 21 días en entender que creamos un hábito. Después, se convierte en rutina”. Por eso, evita mantener actitudes negativas, como respuestas duras y mal humor.

  1. Intenta cambiar de tema cuando una persona se pone a protestar

“Si dices ‘buenos días’ y esa persona responde ‘¿buen día de qué?’; pídele que respire hondo y que diga que el hecho de estar vivo ya es motivo para un buen día”.

  1. Si alguien protesta a tu lado, no hagas coro a la crítica

“Ella habla mal de alguien y tú hablas bien. Un día, esa persona cambiará de comportamiento”, pondera la coach.

  1. Cambia de tema siempre que te sientas arrastrado por las energías negativas del interlocutor

Si la persona protesta de algo, pregunta algo como “¿viste que el cielo está despejado?”, para forzarla a cambiar de asunto.

  1. No intentes corregir a esa persona

Frases del tipo “solo saber protestar” o “hablas muy mal” no funcionan, según la coach. “Cuando alguien hace una crítica, responde con algo positivo”.

Consejo de oro: la regla del agua

La coach sugiere un hábito a las personas que tienen la costumbre de protestar siempre. “Lleva una botellita de agua, y cada vez que pienses en hablar mal de algo, bebe agua y mantén el líquido en la boca”, explica. “Es un consejo que da beneficio a la salud del cuerpo y la mente”.

Fuentehttps://es.aleteia.org/2017/08/29/protestar-hace-dano-al-cerebro-un-especialista-da-consejos-para-huir-de-este-habito/