CONFIAR AUN EN MEDIO DE LA MAYOR INCERTIDUMBRE
Comentario al evangelio del domingo 16 noviembre 2025
Lc 21, 5-19
Algunos ponderaban la belleza del Templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está por suceder?”. Él contestó: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: «Yo soy» o bien «el momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida”. Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres y parientes y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
CONFIAR AUN EN MEDIO DE LA MAYOR INCERTIDUMBRE
Vivimos tiempos inciertos. Aunque lo más probable es que la incertidumbre haya sido -sea- una constante en la historia de los humanos, por más que en cada época se viva la sensación subjetiva de haberse incrementado.
La incertidumbre nos inquieta porque sentimos amenazada la seguridad, al verse esfumada nuestra supuesta capacidad de control. El control nos resulta tan querido, precisamente, porque creemos que nos garantiza seguridad, al tiempo que otorga al yo una sensación de autoafirmación e incluso, en ocasiones, de autosuficiencia.
Mientras las cosas se desarrollan más o menos de acuerdo a nuestros planes y expectativas, la ilusión se sostiene y nos sentimos cómodos. Sin embargo, basta cualquier contratiempo para sentir que todo puede saltar por los aires en el momento más inesperado.
Las experiencias de incertidumbre -o, más ampliamente, de frustración- pueden convertirse en oportunidades para desmontar la falsa ilusión del yo, al reconocer que no controlamos absolutamente nada. Como tantas otras, y por más que sigamos aún aferrados a ella, la del control es una falsa creencia, solo real en nuestra imaginación.
El reto consiste en vivir en medio de la incertidumbre desde la confianza. Tal vez hayamos de empezar por reconocer que la confianza no nace del control sobre la realidad, como nuestra mente puede pensar. Mientras se mantenga esta creencia nos veremos obligados a concluir que, aparecida la incertidumbre y perdido el control, la confianza es radicalmente imposible. Pero no es así. La fuente de la confianza no es lo que ocurre, sino lo que somos. La confianza se halla siempre a salvo, justamente porque no pertenece al mundo de las formas -no es un mero estado de ánimo que experimentamos cuando todo parece irnos bien-, sino al Fondo último que sostiene todo lo real. La confianza es una con la realidad, la quietud de fondo omnipresente aun en medio de cualquier oleaje; es un estado de ser.
Semana 9 de noviembre: Para caer en la cuenta…
CLAVES PARA LIBERARTE DE LA CULPA. Entrevista con María Olid
LA VIDA NO MUERE
Comentario al evangelio del domingo 9 noviembre 2025
Lc 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida hombres y mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles de Dios, porque participan de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.
LA VIDA NO MUERE
El mecanismo psicológico de la proyección, que ha llevado al ser humano a crear dioses a su propia medida, le ha hecho igualmente configurar un “más allá” de la muerte, de acuerdo a sus propias expectativas. De este modo, el cielo o paraíso parecían ser una mera continuación de esta existencia, liberada por fin del sufrimiento.
Un mayor conocimiento de nosotros mismos y de nuestros modos mentales de funcionar nos hace necesariamente más cautos, desconfiando de aquello que guarde parecido con lo que es (o puede ser) obra del mecanismo proyectivo.
En ese sentido, me parece importante distinguir entre lo que es mera proyección, nacida del deseo -o de la otra cara de este, el miedo-, y el Anhelo que nos habita y que, a diferencia de aquel, se caracteriza por la desapropiación.
En realidad, el Anhelo no busca nada para el yo, ni siquiera su propia perpetuación. Tampoco cae en la trampa de crear narrativas que lo tranquilicen. El Anhelo no es sino la voz de la vida que se expresa en nuestro interior, recordándonos que somos vida, y que la vida no muere. Todo lo demás no pasan de ser constructos mentales carentes de fundamento real.
El sujeto de la proyección, creador de expectativas y fabricante de mundos imaginarios, es solo el yo -necesitado y asustado-, en su afán de asegurar su propia pervivencia. Por eso, en la medida en que nos desidentificamos de él, porque hemos comprendido que no constituye nuestra verdadera identidad, el miedo desaparece y dejamos incluso de plantearnos preguntas sobre qué hay después de la muerte.




