DONDE ESTÁ NUESTRO TESORO, ALLÁ ESTARÁ NUESTRO CORAZÓN

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

7 agosto 2022

Lc 12, 32-48

Dijo Jesús a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentra en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”. Pedro le preguntó: “Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?”. El Señor le respondió: “¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentra portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.

DONDE ESTÁ NUESTRO TESORO, ALLÍ ESTARÁ NUESTRO CORAZÓN

La sentencia de Jesús invita a poner luz en aquello que consideramos nuestro tesoro. ¿Qué es, en la práctica, más allá de las palabras, lo realmente importante para mí? Porque será eso lo que me movilizará, ya que ahí habré puesto también mi corazón.

Un modo simple de saber cuál es nuestro tesoro consiste en ver cómo reaccionamos ante las diferentes pérdidas o las frustraciones. Porque aquella pérdida o frustración que más me altere será un indicador inequívoco de que allí tenía puesto mi corazón. La explicación es simple: reaccionamos con mayor intensidad cuanto más valoramos aquello que perdemos. La alteración que nos produce una pérdida es directamente proporcional al valor que atribuimos al objeto perdido y al apego que vivíamos hacia él.

Por lo tanto, únicamente podremos liberarnos de los falsos “tesoros”, que terminan confundiéndonos y esclavizándonos, cuestionando, tanto el valor que atribuimos a las cosas, como nuestro apego a las mismas. Es claro que valor y apego son deudores del modo como nos vemos a nosotros mismos. Al crecer en comprensión de lo que soy, siendo consciente de que, en mi verdadera identidad, soy plenitud de consciencia, dejaré de atribuir un valor desproporcionado a lo que solo es un objeto. Y, en consecuencia, aflojará en la misma medida el apego que vivía hacia él.

Dicho brevemente: la comprensión relativiza tanto el valor como el apego. Porque desnuda a los objetos de su pretensión de ser “tesoros”, lo cual permite, a su vez, que nos liberemos del apego y pongamos nuestro “corazón” en lo realmente real.

¿Qué es lo que más valoro? ¿A qué estoy más apegado?

LA TRAMPA DE LA CODICIA

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

31 julio 2022

Lc 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno del pueblo a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Él contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”. Y dijo a la gente: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: «Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida». Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?». Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios”.

LA TRAMPA DE LA CODICIA

En cuanto deseo vehemente de posesión de cosas, bienes o riquezas, la codicia se caracteriza por la voracidad. Y la voracidad, a su vez, nace de un hambre insaciable que carece de límites y no se detiene ante nada en su afán depredador.

Codicia y voracidad esconden inseguridad de base -consciente o no-, que es la que se intenta paliar a base de la posesión de riqueza. Pero caen en la trampa de pensar que esta calmará el vacío percibido como amenaza.

En realidad, la trampa es doble: por una parte, no se advierte que el vacío que se teme es simplemente consecuencia de la identificación con el yo; por otra, se piensa que ese vacío puede ser colmado de manera eficaz.

El yo es vacío, en cuanto carece de consistencia propia. Por tanto, mientras dure la identificación con él, el vacío estará siempre presente. Sin embargo, al abrirnos a la comprensión de nuestra verdadera identidad, apreciamos que, más allá de ese nivel “personal”, somos plenitud.

El vacío es un pozo sin fondo imposible de ser colmado. De ahí que embarcarse en esa tarea implique entrar en una dinámica caracterizada por la voracidad, pero tan inútil y estéril como ansiosa.

La parábola de Jesús contrapone la codicia a “ser rico ante Dios”. Y tal indicación muestra el camino para salir de la ignorancia -fuente de la codicia y de la voracidad- y asumir una actitud y un comportamiento en coherencia con lo que somos, caracterizados por la confianza y la ofrenda.

“Ser rico ante Dios” significa vivir en la luz de la comprensión de lo que somos. En la metáfora, “Dios” es lo opuesto al “yo”. Si vivir identificados con el yo conduce a la codicia y la voracidad, vivir en la comprensión de nuestra verdadera identidad nos ancla en la confianza, en la libertad interior frente a miedos e inseguridades y en la ofrenda que nos lleva a compartir.

¿Vivo más en clave de voracidad o de ofrenda?

NEUROTECNOLOGÍA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL: FUTURO INMEDIATO

Entrevista de Manuel Asende a Rafael Yuste y Darío Gil, en El País, 5 enero 2022: https://elpais.com/ciencia/2022-01-05/tener-un-sensor-en-la-cabeza-sera-de-rigor-en-10-anos-igual-que-ahora-todo-el-mundo-tiene-un-telefono-inteligente.html

“Tener un sensor en la cabeza será de rigor en 10 años, igual que ahora todo el mundo tiene un teléfono inteligente”.

El neurocientífico Rafael Yuste y el ingeniero Darío Gil alertan en la Casa Blanca de la inminente llegada de dispositivos que conectarán el cerebro directamente con internet.

Dos expertos españoles estuvieron a comienzos de noviembre en la Casa Blanca, en Washington, convocados por el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. El neurocientífico Rafael Yuste, catedrático de la Universidad de Columbia, y el ingeniero Darío Gil, director mundial del área de investigación de IBM, alertaron en la residencia del presidente estadounidense de la inminente llegada de un mundo en el que los ciudadanos se conectarán a internet directamente con el cerebro, mediante gorras o diademas capaces de leer el pensamiento. En ese hipotético porvenir, un algoritmo podrá autocompletar la imaginación, como ya hacen los programas informáticos de procesamiento de textos con las palabras. Los primeros dispositivos, todavía rudimentarios, podrían estar en 10 años a la venta en las tiendas de electrónica, según los cálculos de estos expertos.

Yuste, madrileño de 58 años, y Gil, madrileño nacido en Murcia hace 46 años, son dos de los protagonistas del último documental del cineasta alemán Werner Herzog, un recorrido por las asombrosas fronteras de la neurotecnología y la inteligencia artificial. La película, con el título provisional de El teatro del pensamiento, termina en Chile, el país que hace tres meses se convirtió en el primero en proteger la información cerebral de sus ciudadanos en su Constitución.

Pregunta. ¿Cuáles son las implicaciones de estas tecnologías?

Rafael Yuste. La implicación más importante es que va a cambiar la naturaleza del ser humano. Nos vamos a convertir en híbridos. Esto es una cosa que va a ocurrir sí o sí. No tengo ni la más mínima duda.

P. ¿Qué es ser híbrido?

R.Y. Ahora dependes de tu teléfono móvil para hacer cada vez más cosas: encontrar una calle, llamar, usar el calendario, la agenda telefónica, la calculadora… En realidad, lo único que hace el teléfono es conectarte a la red. Esta conexión, en vez de estar en el teléfono en el bolsillo, la vamos a tener directamente en la cabeza, por una interfaz cerebro-computadora. Estas interfaces serán posiblemente no invasivas y serán distribuidas de manera masiva a toda la población. Y esto trasladará una parte cada vez mayor de nuestro procesamiento mental al exterior. La memoria, por ejemplo. Una memoria externa nos mandará la información de vuelta. Y eso va a ser beneficioso en el sentido de que va a dar un acelerón a las capacidades cognitivas y mentales de los humanos. Ahora hay una brecha entre la gente que tiene acceso al mundo digital y la gente que no. Si no tienes teléfono móvil, empieza a ser complicado hacer cosas tan simples como ir al médico o hacer una transferencia de dinero. Pues esto va a ser una brecha mucho mayor. Habrá gente que estará aumentada y gente que no lo estará. Y eso cambiará la especie humana.

P. ¿De qué año estamos hablando?

R.Y. Depende. Será una cosa gradual. Primero llegarán dispositivos y aplicaciones que nos permitirán registrar y descifrar la actividad mental. Estamos hablando de 10 años.

P. ¿Con diademas o cómo?

R. Y. Con diademas, con gorras o con cascos. Las primeras aplicaciones importantes pueden ser, por ejemplo, para escribir mentalmente o para traducción simultánea. Imagina que llegas a un país, con tu diadema: piensas en tu idioma y tienes un altavoz que habla el otro idioma. Y, por supuesto, como la humanidad es lo que es, lo primero serán juegos y porno. Y luego, 10 años más tarde, yo creo que vendrán las tecnologías para introducir información en el cerebro, que siempre es más difícil. Y ahí ya será de verdad la aumentación mental. Si tú quieres acabar la frase en la que estás pensando, un algoritmo te la acabará, igual que ahora cuando estás escribiendo te la autocompleta. Imagina que te la autocompleta no solo con lo que quieres escribir, también con qué tienes que comprar en el supermercado, qué pareja quieres buscar, qué decir a la gente con la que estás hablando. Si ahora hablase con una persona y tuviera acceso a todo lo que ha hecho durante su vida, podría contarle otra cosa que le interese. Y, por supuesto, podría conducir o manejar mentalmente cualquier tipo de maquinaria. Yo digo que va a ser un nuevo renacimiento, porque la especie humana de repente salta hacia arriba, se conecta a computadoras cuánticas[ordenadores con una capacidad de cálculo muchísimo mayor]. Imagina una computadora cuántica ayudándote a decidir dónde tienes que invertir o qué carrera tienes que escoger. Estamos hablando de una especie humana muy distinta.

P. ¿Todavía con gorra o diadema o ya sería un dispositivo implantado en el cerebro?

R.Y. Depende. Un equipo de la Universidad de Stanford ha conseguido este añoque pacientes paralíticos, que no pueden hablar, escriban como si estuvieran escribiendo a mano, pero a base de pensar, con tecnología implantada. Ese problema, técnicamente, ya está solucionado. De aquí a 10 años, si hablamos de tecnología implantada, se podrá meter información de ida y vuelta. La tecnología implantada es muchísimo más potente, pero no la puedes vender en un supermercado, porque necesitas que un neurocirujano te la ponga. Siempre estará en el ámbito médico. El problema ético y social más gordo es la tecnología que no está implantada, la que no es invasiva, porque se puede comprar como si fuese electrónica de consumo, no está regulada, y puede llegar a toda la población.

P. En la Casa Blanca están interesados en los riesgos de este futuro.

Darío Gil. Hay un deseo de avanzar en la neurotecnología en sí misma, para usos muy positivos: en personas con discapacidad, paralíticos, gente que tiene una necesidad desde el punto de vista médico. Y luego puede haber también aplicaciones que no son tan controvertidas, pero hay que pensar en cómo las vamos a gestionar y regular, sobre todo la parte que es un producto electrónico de consumo. Uno se puede imaginar consecuencias muy negativas: en la libertad de expresión o en la libertad de conciencia, por ejemplo. Podemos imaginar interrogatorios en países sin ninguna protección de derechos, con la posibilidad de extraer conocimiento directamente de ti. Puede ocurrir en los años venideros. Nosotros creemos que tiene que haber un diálogo, no solo social, también a nivel de gobiernos, que defina el uso de este tipo de tecnologías, para guiarlas por un camino positivo.

P. ¿Ustedes creen que se van a leer los pensamientos sí o sí?

D.G. Sí, es cuestión de tiempo. Desde el punto de vista invasivo, sabemos que es posible.

P. ¿Y con una gorra también?

R.Y. Antes o después. La neurociencia avanza imparablemente y el pensamiento está generado por el cerebro. Cuanto más descodifiquemos el cerebro, más descifraremos la actividad mental. La cuestión no es blanco y negro, es un continuo. Ahora mismo con una gorra puedo averiguar si estás despierto, si estás dormido, si estás atento. Con un casco, mejor. Podría saber qué partes de tu cerebro se están activando: la visual, la de las emociones, la sensorial. Eso hoy. En 10 años, posiblemente podrás escribir a máquina [con la mente].

P. ¿Cómo sería esa hipotética unión cerebro-ordenador cuántico? ¿Qué podría hacer un humano?

D.G. Vamos a conectar el cerebro a sistemas de computación externos. No es solo qué va a pasar con la inteligencia artificial o qué va pasar con la computación cuántica o qué va a pasar con el mundo de cálculos precisos, sino qué va a pasar con la combinación de todo ello. Si tienes una hiperaceleración de la capacidad de computación y la conectas de manera muy simbiótica con el ser humano, es una explosión cámbrica. La computación te va a ayudar a expandir tu conocimiento, tu memoria, tu capacidad de cálculo, de hablar diferentes idiomas, de entender procesos físicos. Imagínate que quieres diseñar una nueva batería para el coche eléctrico: va a expandir tu capacidad de imaginar nuevas moléculas, por poner un ejemplo.

R.Y. Los humanos siempre tenemos miedo a lo que no conocemos. Cuando entras en una habitación oscura siempre estás un poco preocupado por si hay un monstruo. En este caso, yo tranquilizaría a la gente. Lo que viene es una revolución positiva. La ciencia y la tecnología son las mejores herramientas que tiene la humanidad para solucionar cualquier problema. Yo pienso sinceramente que esta será otra herramienta que han hecho los humanos, igual que el fuego, la rueda, el carro, la imprenta y la energía nuclear, herramientas que nos han dado un empujón hacia el futuro y hemos acabado en una situación mucho mejor que antes. Yo creo que esto será igual. Miraremos hacia atrás y pensaremos que antes éramos un poco primitivos.

P. Un experimento en EE UU en 2016 logró averiguar que una persona estaba pensando en una cuchara. ¿Eso ya se puede hacer hoy?

R.Y. La respuesta es sí. No es fácil, te tienen que meter en un buen escáner de hospital. Pero, desde hace ocho años, si piensas en una imagen, se quedan cada vez más cerca de averiguar esa imagen. Te van enseñando fotos y con cada una te hacen un escáner del cerebro, para ver qué partes se activan. Y luego te piden que pienses en una de las fotos que te han enseñado. Piensas en la foto de la cuchara y, como ya saben cómo responde el cerebro, saben que estás pensando en una cuchara. Si te piden que pienses en un cuchillo, aunque no te hayan enseñado un cuchillo, se activa una zona que puede ser la de la cuchara y otra zona de un arma. Entonces pueden averiguar que estás pensando en una cuchara que no es una cuchara. Se van acercando cada vez más. Y eso es hoy.

D.G. Si tienes miles de millones de frases y buscas las correlaciones entre las palabras, puedes empezar a hacer sistemas de predicción del lenguaje con muchísima fidelidad gracias a la inteligencia artificial. Las señales que existen en nuestro cerebro tienen una complejidad extraordinaria, pero podemos utilizar redes neuronales[modelos artificiales que intentan emular el procesamiento de la información del cerebro humano] para extraer las correlaciones, aunque no lo entendamos de manera causal. Conforme mejore la computación, la capacidad de cálculo, la fabricación, los semiconductores, los sensores y demás, seremos capaces de descifrar cosas cada vez más sofisticadas en el cerebro. Y luego está la estadística. Si hay muchas personas conectadas a este tipo de sensores —algunos más invasivos y otros menos—, al final puedes predecir cosas aunque sea un sensor más rudimentario.

P. ¿Podría existir un dispositivo que pasa como un detector de metales por detrás de tu cabeza y lee lo que estás pensando? ¿O es inconcebible?

R.Y. Físicamente, las señales son tan débiles que tienes que tener el sensor justo pegado al cráneo, por ahora. No digo que no pueda ser así en el futuro. En los próximos 5 o 10 años tendrá que ser una gorra o una diadema. Tener un sensor en la cabeza será de rigor en 10 años, igual que ahora todo el mundo tiene un teléfono inteligente porque, si no lo tienes, te quedas atrás. Será una cosa muy común. Tener el sensor en la cabeza te permitirá hacer grandes cosas, pero en principio perderás también el control de los datos mentales.

P. Facebook y Google están en ese negociode conectar el cerebro a ordenadores.

R.Y. Están todas las grandes compañías tecnológicas y muchas otras nuevas. Están surgiendo como setas, porque piensan que va a ser el nuevo salto tecnológico. Están metiéndose también [los empresarios estadounidenses] Elon Musk, Bryan Johnson… Quieren ser los primeros. En el rodaje del documental de Herzog, cuando estuvimos en Seattle, cenamos con el vicepresidente y jefe de inteligencia artificial de Google. Nos enseñó una demostración de su nuevo asistente personal, que según él pasa el test de Turing: no puedes saber que no es una persona. Estuvimos conversando con este programa y fue asombroso. Fue como una conversación con una persona inteligente y, además, cultísima, porque tiene acceso a toda la información del mundo. Yo me quedé de piedra, porque me dio la impresión de que vamos a tener un asistente de estos en la mesa, a la hora de cenar con la familia. Y, por un lado, será buenísimo, porque será como una ventana al mundo.

D.G. Ahora se está haciendo mucho. Generas sistemas de lenguaje natural. En los últimos años trabajábamos con las redes neuronales para temas de clasificación, como el reconocimiento de imágenes. Pero ahora se están creando modelos generativos: crean un texto, crean diálogos, pueden crear imágenes. La reflexión es: ¿qué es un lenguaje? Un lenguaje es, por supuesto, el idioma, pero también puede ser los sistemas de la química o los entornos de programación. Nosotros hemos utilizado estos modelos para crear moléculas químicas. En el futuro, la inteligencia artificial te va a ayudar a escribir el software, igual que estamos viendo sistemas de autocompletar una frase.

R.Y.Es la tormenta perfecta. Por un lado viene la inteligencia artificial, con estos algoritmos que pasan la prueba de Turing y los vas a tener diciéndote lo que tienes que hacer. Y esto lo conectas con el cerebro. La conexión que tenemos ahora con el algoritmo de inteligencia artificial, en el teléfono móvil, es todavía torpe: con mis deditos, mirando. Imagínate conectar esto con el cerebro humano. Es un estallido con repercusiones fortísimas y muy profundas: científicas, médicas, sociales, económicas y también de seguridad nacional. Por eso nos llamaron desde la Casa Blanca. Es inevitable que ocurra, sinceramente. Es el progreso y será para bien, en general, pero tendrá unas consecuencias profundísimas.

P. Cuando hablan de implicaciones para la seguridad nacional, ¿qué están imaginando?

R.Y. Nosotros nunca pensamos en esto, pero los del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos nos llamaron por primera vez hace un año, porque se habían enterado de que China estaba intentando fusionar la inteligencia artificial con la neurotecnología y querían una reunión para informarles sobre todo lo que sabemos sobre neurotecnología en China. Yo no soy un experto en seguridad nacional, pero he oído que les preocupa que los analistas tengan interfaz cerebro-computadora para conectarse directamente a bancos de datos. Si tienes acceso a todo lo que se está diciendo hoy en Afganistán o en Siria, ¿cómo puedes identificar lo que te interesa? Es un problema gordísimo. Y es muy posible que sea solventado con mayor rapidez si conectas a la persona directamente a la red. Otras implicaciones, por supuesto, son las armas robóticas, los conductores de dron conectados entre sí…

P. ¿Directamente cerebro-dron?

R.Y. Varios cerebros con un dron. Sería una posibilidad que podría mejorar la precisión. También están las armas hipersónicas, que se están fabricando en Rusia y en China y acortan el tiempo de reacción para una guerra nuclear a 15 segundos. La respuesta a ese riesgo es tener unos sistemas de inteligencia artificial que, en menos de 15 segundos, puedan decidir si [el ataque] es de verdad o no.

D.G. La convergencia de tecnologías multiplica el progreso y las consecuencias. No hay que hacer solo un análisis de la progresión lineal de cada tecnología de manera independiente: los semiconductores van por ahí, la miniaturización va por ahí, la inteligencia artificial va por ahí, la neurotecnología va por ahí, la computación cuántica va por ahí. Lo que la gente percibe menos es lo que pasa con la intersección, cuando combinas una tecnología con otra y con otra. Eso es menos fácil de predecir. Ahí es cuando se ven avances exponenciales sin que la gente lo anticipe. Estamos intentando que se entienda la importancia de estas tecnologías, que el mensaje llegue al mayor nivel de decisión. Son áreas importantísimas a la hora de invertir y estar en la vanguardia. Y las sociedades democráticas tenemos que decidir qué queremos. La tecnología tiene unas tendencias y va avanzando, lo cual no quiere decir que sea imposible de guiar. Ya ha habido ejemplos en tecnologías anteriores, como la nuclear o la biotecnología, con las que se han desarrollado todo tipo de normativas y sistemas de autogestión para decir: “Por este camino, menos, y si vas tienes que pasar un comité ético”. Que no sea todo el salvaje Oeste.

P. La dictadura china y la norcoreana fabrican bombas atómicas y no pasa nada, aunque haya comités.

R.Y. Yo creo que no es verdad que no pase nada. Hay consecuencias muy graves. Algunos estados están aislados. Y no todo el mundo que quiera se puede hacer las bombas en el garaje. Se han establecido muchísimas limitaciones y hay consecuencias muy serias, lo cual no quiere decir que sea un sistema perfecto. Nosotros no luchamos por la perfección. En el mundo de la ciencia y la tecnología, si vas solucionando más problemas de los que vas generando, por lo menos es un vector de progreso. Nosotros lo que defendemos es que haya un diálogo mucho más activo sobre estas tecnologías, con científicos, empresas, universidades, con el gobierno, para planificar escenarios y anticiparnos. Los gobiernos no controlan la tecnología. Esa es la realidad. Tenemos que inventar otra manera de colaborar con los diferentes actores que son responsables de la creación de esta tecnología. ¿Cuál es el G7 de la tecnología? No van a ser solo ministros y presidentes hablando unos con otros. Necesariamente va a involucrar al sector de ciencia y tecnología que no es parte del gobierno.

P. Podrían estar IBM, Google, Facebook…

D.G. Muchas compañías tecnológicas, universidades, centros científicos. Requiere otra serie de actores alrededor de la mesa dialogando y aportando ideas. Y eso hay que inventarlo, igual que hemos inventado otras instituciones en el pasado. Nosotros creemos que la neurotecnología es un buen ejemplo a la hora de empezar a definir por qué es necesario este tipo de diálogo. Con las cosas tecnológicas, la gente muchas veces no sabe de lo que hablamos. La neurotecnología puede leer lo que está en tu cerebro y también escribir algo en tu cerebro. Tiene unas implicaciones que todo el mundo puede sentir. Si somos capaces de iluminar un área con claridad, seremos más capaces de iluminar otras áreas.

R.Y. Proponemos que la neurotecnología sea la punta de lanza para una discusión más profunda sobre cómo encajar la tecnología en el mundo. Como la neurotecnología toca la fibra del ser humano directamente, muchos pensamos que lo lógico es que la respuesta social sea encajar la neurotecnología en unos derechos humanos existentes o por diseñar. Y, con esta pieza más o menos encajada, puedes mirar con una nueva perspectiva las otras tecnologías, como la inteligencia artificial, que ahora mismo están muy embarradas y es difícil lidiar con ellas.

P. Un día de 2018 la humanidad se desayunó que ya se habían creado niñas modificadas genéticamentecon la técnica CRISPR en China y se creó un comité internacional sobre manipulación genética para decidir qué estaba bien y qué estaba mal. Ustedes sugieren hacerlo con la neurotecnología antes de que ocurra una salvajada.

D.G. Sí, yo creo que uno se puede imaginar el futuro. No es imposible anticipar qué cosas se pueden hacer.

P. Anticipen. ¿Cuál será el escenario en 20 años?

D.G. Sabemos que existen unas señales en nuestro cerebro que se pueden descifrar y también que se pueden inyectar nuevas señales. Sabemos que eso se puede hacer de manera invasiva. La gente conduce coches pensando. Es impresionante lo que puedes hacer. Uno puede anticipar una serie de progresos científicos y tecnológicos por los que lo que a día de hoy es invasivo ya no lo sea.

P. ¿Hablamos de medio siglo? ¿20 años? ¿10 años?

D.G. Algunas cosas importantes pueden pasar de aquí a 10 años. Hay muchas empresas trabajando en ello. Es algo que vamos a ver en nuestras vidas. Y antes de llegar a ese camino hay que empezar a pensar de manera sofisticada sobre este tema. Con [la técnica de edición genética] CRISPR hay comités éticos, para ver qué tipos de experimentos se pueden realizar. Pero nadie habla de la neurotecnología. Al principio será un videojuego o se utilizará para escribir más rápido, pero conforme pase el tiempo se agregarán datos de millones o miles de millones de personas. La privacidad de tus pensamientos puede que esté en cuestión y puede que haya oportunidades de manipulación. Anticipando ese futuro, hay que ver cómo guiarlo.

R.Y. Es lo que llaman el dilema de Collingridge: cuando sale una tecnología nueva no sabes bien para qué se va a utilizar, pero es muy fácil regularla. En cambio, cuando ya se ha implantado en la sociedad conoces perfectamente bien las consecuencias negativas, porque ya llegas tarde. En el caso de la neurotecnología, sobre todo fusionada con la inteligencia artificial, está clarísimo lo que nos viene. Son cosas que ya sabemos hacer en animales. Y si se puede hacer en animales hoy, antes o después se va a hacer en humanos. ¿Por qué esperar a que sea demasiado tarde? Esto va al corazón de lo que es un ser humano, a nuestra mente.

P. Si se sentaran directamente con el presidente estadounidense, Joe Biden, o con el español, Pedro Sánchez, ¿qué leyes nuevas les sugerirían? Ustedes han propuesto tratar los datos cerebrales como si fueran un órgano más, como un riñón.

R.Y. Yo les diría a Biden y a Sánchez que de vicepresidente tengan a un científico o a una científica. Si la mano derecha de un presidente de gobierno es la economía, la mano izquierda tiene que ser la ciencia. Borges decía que es muy importante pensar no solo en lo que ocurre, sino en lo que no ocurre. Así te das cuenta de lo que falta. Y yo echo en falta una vicepresidencia científica.

D.G. La tecnología está avanzando a tal velocidad y sus consecuencias son tan amplias que debería ser una parte fundamental de cómo se gestionan los gobiernos, de cómo se hacen alianzas entre países. Hay alianzas comerciales o militares entre países. A mí no me cabe ninguna duda de que la siguiente generación de alianzas va a ser científico-tecnológica. Eso va a tener una serie de consecuencias muy importantes: qué haces tú, con quién colaboras, con quién no, quién tiene acceso y quién no. ¿Qué consecuencias hay si violas un acuerdo de tecnología y te pasas de la raya siete pueblos? Todo esto va más allá de aprobar esta ley o esta otra. Hay que incorporarlo como un elemento central en las preocupaciones de cada una de nuestras instituciones. Ya está pasando en las empresas. Hoy las empresas son las que hacen más la tecnología. Puedes estar en el sector del automóvil, pero es que en el futuro los coches van a ser ordenadores con ruedas. Esto que ya está transformando las industrias también va a transformar los gobiernos.

EL YO Y LA ORACIÓN DE PETICIÓN

Domingo XVII del Tiempo Ordinario

24 julio 2022

Lc 11, 1-13

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando oréis, decid: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación»”. Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: «Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle». Y, desde dentro, el otro le responde: «No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos». Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. 

EL YO Y LA ORACIÓN DE PETICIÓN

Una vez que nos hemos identificado con el yo, no podemos perseguir otra cosa que no sea sobrevivir y perpetuarnos: así se explica el miedo a la muerte.

Consciente de su propia vulnerabilidad, por más que se esfuerce en disfrazarla, el yo vive “atrapando” y suplicando y, cuando es religioso, hace de la oración de petición su último asidero al que amarrar su confianza, con un único objetivo: sostenerse y perpetuarse.

La trampa se halla en el mismo inicio, al no ser conscientes de que nos estamos identificando con algo que no somos y proyectando en ese yo nada menos que nuestra identidad.

Lo que llamamos “yo” es solo un objeto -nuestra “personalidad”-, pero en ningún caso lo que realmente somos. Todos tenemos una consciencia inmediata y autoevidente de ser “sujetos”. Por tanto, identificarnos con algo que es “objeto” hace que nos encerremos en un laberinto de confusión que es un callejón sin salida.

Si queremos avanzar en la indagación rigurosa, sin dar por supuesto lo que hemos aprendido desde niños y hemos asumido de una manera crédula y acrítica, hay una pregunta que puede orientar nuestra búsqueda: ¿cómo distinguir lo que es objeto de lo que es sujeto?

Objeto es todo aquello que podemos observar, delimitar, pensar y nombrar adecuadamente: puede ser material o mental, externo o interno. Por el contrario, sujeto es Eso que es consciente de los objetos, y que no puede ser observado, pensado ni nombrado con propiedad. Porque carece de límites, trasciende por completo la mente.

Como “práctica” de indagación, puedes probar lo siguiente: habitualmente vivimos depositando nuestra atención en los objetos (externos o internos). Pues bien, prueba a poner la atención, no en los objetos, sino en Eso que es consciente de ellos. ¿Qué descubres?

Al comprender, dejamos de identificarnos con el yo -que solo es un objeto observable- y nos reconocemos en Eso que es consciente. Esta comprensión nos permite percibir también nuestra paradoja: somos consciencia -identidad- que se expresa en una forma concreta -personalidad-. En cuanto yo, nos percibimos limitados, frágiles, vulnerables, impermanente: de aquí nace nuestra necesidad de ayuda. Sin embargo, en nuestra verdadera identidad, somos plenitud ilimitada.

Al comprenderlo, dejamos de ligar nuestra suerte y nuestro destino al yo. Y caemos en la cuenta de que el objetivo de la existencia no es perpetuar el yo, sino liberarnos de la identificación con él. El yo, en cuanto forma impermanente, está destinado a desaparecer; la consciencia permanece. Cae la oración de petición; vive la aceptación y alineación con la vida.

¿Hasta dónde vivo identificado con el yo?

LA GENERACIÓN DEL DESHIELO // Ecequiel Subiza

Prefacio al libro «Profundidad humana, fraternidad universal. La espiritualidad no-dual», Desclée De Brouwer, Bilbao 2022, pp. 19-24.

Los nacidos, mujeres y hombres, hacia la mitad del siglo pasado formamos una generación especial. Es la que ha pasado de vivir entre penurias y ataduras de todo tipo en los años cincuenta, a instalarse en el cambio. Si hoy hablamos de una sociedad y de una forma de vida líquidas, podemos afirmar que nuestra generación ha sido el deshielo que la ha hecho posible.

No sé si, en aquellos años, se plantaron semillas de futuro o si empezaron a despuntar las flores germinadas en el sufrimiento tremendo de las guerras de la primera mitad del siglo.

En todo caso, somos la generación del cambio: para muchos de nosotros y nosotras, la fecha clave es mayo del 68, que centra en la revuelta de París las ansias y anhelos de aquella juventud que afirmaba: “seamos realistas, pidamos lo imposible”.

Los años sesenta son ricos en acontecimientos significativos:

La religión católica, fundamental en esta parte del mundo, se había visto sacudida por el Concilio que acabó en 1965 y que fue “convenientemente domesticado” en las décadas posteriores.

Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, entre otros muchos, impulsaban el existencialismo como filosofía que confrontaba la existencia con la esencia.

El ruido de los tanques en una noche de agosto del 68, tan estremecedoramente narrado en la película “La insoportable levedad de ser”, rompía la Primavera de Praga y con ella el sueño de un socialismo real más consecuente.

Hubo muchos autores, sobre todo teólogos protestantes, que reflexionaban sobre el cambio que se abría camino. Harvey Cox publicó en 1965 su obra “La Ciudad secular”, que alcanzó ventas superiores al millón de ejemplares. El paradigma de la secularización, que nace en estos momentos, tiene en su germen mucho de lo que hemos vivido décadas más tarde con la evolución de lo religioso. Una visión del mundo está decayendo, fruto de la diferenciación y autonomización de la sociedad y la religión. Empieza a descender el número de creyentes y de practicantes de la religión. Se desvía, a nivel social y cultural, la atención del mundo sobrenatural hacia el interés por los asuntos de este mundo.

H. Cox dice al principio de su obra: «El surgir de la civilización urbana y el colapso de la religión tradicional son los dos mojones principales de nuestra era; son también movimientos íntimamente ligados». Es lo que Bonhoeffer llamó, ya en 1944, «la mayoría de edad del hombre».

La sociedad, el mundo, ya no estaban bajo la tutela y/o vigilancia de la religión, de las iglesias, y por eso nos preocupaba y mucho lo político y todas las causas que en ello se juegan. Y junto a nuestros libros de teología, ya bastante plurales, empezamos a estudiar sociología, marxismo, a valorar todas las revoluciones posibles, a perseguir todas las causas nobles que creíamos podían ayudarnos a cambiar el mundo. Todo ello formaba parte de la utopía, el mundo nuevo que, aunque inalcanzable, era el motor de la vida.

En las paredes de la colina de Montmartre de París, se podía leer “Dieu est noir et femme”. Afirmar que Dios no pertenece a la raza blanca o al género masculino, puso en solfa la imagen imperturbable de Dios que hasta entonces teníamos. Creo que esta relativización de lo que puede ser Dios es decisiva para entender el declive, incluso la desaparición, de las religiones.

Se confirmaba la muerte de Dios anunciada por Nietzsche. Al menos del dios del mito, del dogma, del dios antropomorfo, del dios administrador de nuestras vidas y dueño de nuestros destinos.

Vivimos con estas pasiones, con estos anhelos, nuestra mejor juventud.

Muchos de nosotros, en aquellos momentos, optamos por seguir en la Iglesia o al menos en los aleros de su tejado, tratando de combinar las nuevas ideas, los nuevos conceptos con el compromiso social y político en sus muchas facetas.

El lógico sucederse de las estaciones cambió en este momento y tras la primavera no llegó el verano, vino el invierno. En lo religioso se produjo una involución. Duró años. Iniciada ya la segunda década del siglo XXI no se ha superado del todo. Se desactivaron los frutos del cambio conciliar y se sofocaron todos los movimientos o doctrinas que impulsaban el cambio, la liberación, la salvación integral de las personas.

Pero hace como diez, quince o veinte años, primero soñamos y después nos pusimos a ello: podíamos salir del letargo, de las dependencias, de las alienaciones, si dábamos los pasos adecuados. Así lo vivimos al menos en muchos ambientes del sur de Europa. Había que tirar el agua sucia de la bañera.

A nivel más local, puedo atestiguar que muchos y muchas evolucionamos hasta dar el paso y abandonar la Iglesia. Pero el anhelo y nostalgia estaban bien vivos. Necesitábamos nuevas claves interpretativas, renovar nuestra cosmovisión, incorporar los nuevos conocimientos, reinterpretar el humanismo, la salvación, la historia, el cambio social.

Silencio, contemplación, meditación sobreviven en formas no tan alejadas de las anteriores. La búsqueda se hace interior, personal, en el pequeño grupo como máximo. Empezamos a leer y escuchar distintas voces. Y a meditar…

Ahí, precisamente ahí, la vida nos presentó a Enrique Martínez Lozano: con paciencia, con respeto, nos fue hablando de la comprensión y la compasión, de la Realidad, de la no-dualidad, de lo transpersonal. Poco a poco, en un despertar, prolongado o no en el tiempo, las creencias se fueron sustituyendo por la reflexión sobre nuestra identidad humana y la experiencia personal de la misma.

Se alumbra entre nosotros, en libertad, una nueva forma de entender la vida en profundidad. La salvación, tan ansiada, ahora es sencillamente comprensión de lo que somos. Nuestra identidad es común. “Somos distintos, pero somos Uno”, es la clave.

Enrique entreteje psicología con espiritualidad y lo hace vida en su propia vida de cada día. Se podrán discutir sus propuestas, pero las avala con su vida. Va moldeándose a sí mismo en base a lo que descubre en su indagación interior.

Frente a muchas de las propuestas actuales, Enrique no quiere erigirse en maestro ni forma en torno a sí grupos o movimientos especiales. Ni escuelas de ningún tipo. Tampoco su actividad busca alojo en la “industria de la espiritualidad”. Vive alejado del dinero y de sus prebendas. Atento a la Realidad y la Vida, va evolucionando. No se estanca en los pasos dados o en los caminos recorridos.

En este sentido, creo que el libro que nos presenta ahora Enrique aporta nuevos hitos en el ya largo camino recorrido. Hay palabras que se van enriqueciendo y otras logran su sentido más pleno. Es el caso de la palabra “paradoja”, que adquiere centralidad como dimensión básica de lo real. Pero más importante es la definición de espiritualidad. Ya teníamos asumido que no hay distintas espiritualidades. Hay distintas religiones, distintas ramas en cada religión, distintas tradiciones de sabiduría, pero espiritualidad solamente hay una. Y no es un campo de la inteligencia. Es mucho más que la “inteligencia espiritual”.

El problema es que la palabra “espiritualidad”, por su acumulado uso histórico, se ha hecho muy polisémica y genera equívocos. Se ha tratado de sustituirla por otras más adecuadas, cayendo, a veces, en casi definiciones.  Por todo ello nos parece acertado que Enrique utilice como sinónimo la palabra “profundidad”. Su uso, sin duda, acota mucho mejor cuanto queremos decir cuando hablamos de espiritualidad.

Pero este libro nos fija otros términos que ya nos eran urgentes. Y me fijo, por brevedad, solamente en tres: política, compasión y víctimas.

Nosotros, los del 68, los que fuimos militantes de base en la misma Iglesia o en otras organizaciones sociales, no nos habíamos olvidado de lo político.

La profundidad es compasión, es amor. Pero el amor tiene, siempre ha tenido, una dimensión social y universal. No tiene límites espaciales. Por eso el amor se hace compromiso cuando se transforma en acción y en acción política.

La intuición, la certeza de la unidad transpersonal, del Uno que somos, nos impulsa hacia la igualdad. Pero para que la igualdad se transforme en fraternidad son necesarias la justicia y la libertad. Y eso es política. La política denostada por muchos, entre otros por la propia Iglesia, como algo negativo. 

“Todo otro es, en realidad, no-otro de mí”, afirma Enrique. No hay nadie que nos sea ajeno.

Este libro que vamos a leer es fruto de una apuesta por el diálogo con quienes, desde posiciones religiosas, afirman que la espiritualidad no-dual se olvida de la política, del bienestar social, de las víctimas al fin. Es cuando menos curioso, desde nuestro punto de vista, que lo hagan desde dichas posiciones.

Ojalá que la iglesia católica se abriera a un diálogo sincero con las nuevas formas de entender la vida en general y la humanidad en particular.

No, no nos olvidamos de las víctimas. En la no-dualidad muchos hemos encontrado una interpretación plausible del dolor, del sufrimiento y de lo que cada día viven las víctimas.

El ser humano vive entre el anhelo y la memoria. De la fusión de ambas cosas surge la nostalgia del futuro, la emoción que nos trae el pre-sentimiento de nuestra casa.

Por eso, desde la no-dualidad, desde la espiritualidad o profundidad laica, seguimos pidiendo lo imposible: Igualdad, justicia, libertad, fraternidad, paz.

Por este orden.

Ecequiel Subiza.