Semana 28 de octubre: LA PREGUNTA POR DONDE EMPIEZA TODO

NO-DUALIDAD, MEDITACIÓN Y COMPROMISO

 III. La pregunta por donde empieza todo

“¿Quién soy yo?”.

He leído recientemente que “en el caso judeocristiano esta pregunta sobre ¿quién soy yo? no tiene mucha importancia, pues lo importante es preguntarse de modo relacional, para evitar el egocentrismo: ¿Cuál es tu voluntad?”.

Creo comprender lo que esa afirmación busca prevenir y proteger. Me parece que quiere prevenir el riesgo narcisista por el que nos ensimismamos, defendiéndonos de cualquier referencia externa. Y probablemente busca proteger la actitud de apertura y comunión con todo lo real.

Sin embargo, no me parece que el cuidado de esos valores exija soslayar la primera pregunta humana. Porque, desde mi punto de vista, la pregunta “¿quién soy yo?” no solo tiene una importancia decisiva, sino que, de no hacerla, no podemos evitar caer en meras creencias o ideas escuchadas a otros. Solo desde el dogmatismo –al aferrarnos a la idea preconcebida que tenemos acerca de nosotros mismos–, o si nos movemos en lo puramente conceptual, parece posible decir que “no tiene mucha importancia».

Pero lo meramente conceptual no conduce muy lejos, porque no salimos de la mente y sus construcciones («mapas mentales»). La respuesta conceptual a la pregunta «¿quién soy yo?» no sirve de mucho, de cara a liberarnos de la ignorancia y el sufrimiento. Por eso, me parece que solo quien se halla ahí –en el mundo de lo meramente conceptual– puede decir que tal pregunta “no tiene mucha importancia”: la respuesta no pasaría de ser otro concepto más –otra construcción de la mente–, nada auténticamente valioso. Sin embargo, la respuesta experiencial a esa misma cuestión contiene, encierra y sostiene toda la sabiduría.

¿Cómo pasar de lo “conceptual” a lo “experiencial”? Iluminando la mente (pensamiento) desde la consciencia (atención). El pensamiento desconectado de la consciencia tiene un recorrido corto y resulta peligroso. Conectado a (vivido desde) ella es vehículo de sabiduría y creatividad.

Por todo ello, la afirmación que citaba al principio de este texto me sorprende y me despierta un doble comentario. En primer lugar, me parece claro que, si no queremos quedar atrapados en creencias (construcciones mentales) previas e incuestionadas, que damos por válidas únicamente porque las hemos hecho nuestras, no hay conocimiento ni comprensión que no empiece por esta cuestión: ¿quién soy yo? Será solo esa respuesta experiencial –esa certeza– la que relativice todas las demás creencias. 

En segundo lugar, la otra pregunta (“¿Cuál es tu voluntad?”) encontrará también la respuesta adecuada una vez comprendida la primera. Si no nace de la comprensión de lo que somos, lo más probable es que esta segunda pregunta conduzca a algún tipo de alienación. Porque la respuesta a la misma tampoco pasará de ser otro concepto -otra construcción de la mente-, por más que el creyente apele a la «revelación divina».

Por el contrario, cuando comprendes que “tú” no eres el yo separado que tu mente piensa, sino la misma Vida que se expresa en esa forma particular, toda tu existencia no es sino una sumisión constante y gozosa a la Vida.

En lenguaje religioso, así se expresaba la máxima aspiración a la que podía aspirar el creyente: someterse a la voluntad de Dios. Sin embargo, el dualismo que habitualmente encerraba esa expresión hacía que con frecuencia terminara, como decía, en alienación. Superada la trampa dualista, recuperamos la validez de aquella intuición sabia: el “yo” en el que nos experimentamos temporalmente vive en sumisión profunda a la Vida que somos. Y aquí todo se muestra unificado: ahí se nos regala vivir en estado de presencia, es decir, en meditación permanente, y de ahí brota con fuerza el compromiso, tal como en cada persona haya de darse.

Ahí se superan las dualidades –espiritualidad/política, mística/compromiso, contemplación/acción– y la comprensión, siempre la comprensión, hace posible que nos vivamos de manera unificada, integrada y armoniosa, gozosa y comprometida.

Me parece que, cuando esto falla, es posible que se nos estén colando miedos no resueltos, necesidades pendientes, intereses espurios, exigencias perfeccionistas o culpabilidades religiosas. En concreto, en el campo del compromiso y en el modo de entenderlo, me pregunto si no se ha infiltrado –se infiltra–, con demasiada frecuencia, algún tipo de mesianismo judeocristiano, que exige ir de “salvadores”, y la culpa católica, con su tendencia a censurar y culpabilizar indiscriminadamente.

Semana 28 de octubre: EL AMOR DE LA PRESENCIA CONSCIENTE (Jeff Foster)

Haz a un lado las viejas palabras: solo, aburrido, abandonado, mal querido, inútil, rechazado, feo, fracasado…, y lleva tu atención al cuerpo, a lo que está vivo, ahora.

          Invita a tu presencia consciente a este lugar herido, a este lugar que duele, que arde, a este tierno lugar, el lugar que se siente tenso y con una gran necesidad de ser amado en este momento, y solo hay este momento. Lleva tu presencia consciente hacia el vientre, el pecho, la garganta, la cabeza… Imbuye las sensaciones que hay allí con esta cálida presencia consciente…

          Deja que tu presencia consciente fluya… Deja que sature las hormigueantes, palpitantes, vibrantes, crudas, vivas sensaciones, permite que sean penetradas… Permite que lave cada sensación…

          E invita a tu respiración, también; deja que el sagrado aliento se mueva en las sensaciones, y en cada sentido de resistencia o contracción alrededor de ellas.

          Y recuerda: no estás tratando de desembarazarte de las sensaciones, ni de borrarlas, sino de darles la bienvenida, de darles su lugar…

          Y date cuenta que tú eres el espacio para esas sensaciones, para esas sensaciones que solo desean moverse, bailar, surgir y disolverse en su propio dulce tiempo.

          Y aquí no hay ninguna urgencia.

          Y nada ha salido mal, no ha ocurrido ninguna gran falla en el juego cósmico; este no es un mal momento en tu vida, ni la escena incorrecta de la película. Esto es vida, plena, presente y completa, e incluye cualquier sentido de insuficiencia, de limitación, de error, de inseguridad.

          Así como el suelo sostiene al cuerpo ahora, así como el cielo acoge todo el clima cambiante, la presencia consciente admite todos y cada uno de los momentos es sus amorosos brazos.

          Todos los pensamientos y sentimientos surgen para ser amados, aquí, para ser saturados con tu presencia consciente, para ser bendecidos por tu atención, porque la atención es la más grande de todas las bendiciones. 

Jeff Foster.

Semana 21 de octubre: COMPROMISO Y DESAPROPIACIÓN

NO-DUALIDAD, MEDITACIÓN Y COMPROMISO

 II. Compromiso y desapropiación

El compromiso fluye del amor desapropiado. Y este solo es posible en la comprensión experiencial de que somos uno.

Tal como los sabios nos han enseñado –recuerda Marià Corbí–, “la ley suprema del amor es el olvido del ego”[1]. Si no quiere caer en mistificaciones –trampas diversas y sutiles con las que el ego busca, de manera consciente o inconsciente, autoafirmarse–, el compromiso reclama la meditación para comprender que no somos el yo que nuestra mente piensa. Porque mientras perviva la creencia en el yo no será posible la desapropiación, ni el amor ni el compromiso gratuito. Como sigue desarrollando el propio Corbí en la obra citada, el compromiso no nace del yo, sino que “pasa” a través de él, porque está brotando del Amor que somos.

Al final, todo se ventila en la comprensión: desde el estado mental todo parece nacer del yo; por el contrario, en el estado de presencia se descubre que todo surge de la misma Presencia que somos y que el yo –que era considerado como la instancia central en el estado anterior– es únicamente un pensamiento o, dicho con más rigor, el resultado que se obtiene cuando la mente se apropia de la consciencia.

La sabiduría ha insistido siempre en la desapropiación o gratuidad como el signo de identidad del auténtico compromiso, como modo de prevenir la apropiación egoica con todas las trampas y engaños en los que introduce.

Vuelvo a recoger lo que escribía en una entrega anterior, hace apenas unas semanas: Tanto el taoísmo (“Nadie hace nada y, sin embargo, nada queda sin hacer”; “es el Tao quien actúa en los diez mil seres”) como el budismo zen (En todo lo que hagas, no hagas nada”) lo han expresado de manera contundente. Se está diciendo ahí que si eres “tú” el que (cree que) lo hace, la acción nacerá contaminada por la apropiación y, lo que es más grave, por la ignorancia que sostiene la creencia errónea de que hay un “yo” hacedor.

Y es aquella misma sabiduría la que trasluce en las palabras de Jesús de Nazaret: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”. Palabras que no inducen a ningún tipo de falsa humildad –que suele esconder un orgullo soterrado–, sino que invitan a la comprensión de que “tú” no haces nada, que no hay “nadie” que haga nada; todo, sencillamente, se hace y, cuando no caemos en la trampa primera de identificarnos con el ego, fluye a través de nosotros.

Pero la mente no puede captar la verdad de la paradoja, puesto que la ve como mera contradicción. Es en el silencio de la mente –en el estado de presencia que nos regala la meditación o contemplación–, en el que germina la comprensión, donde se ve que la paradoja era solo una “contradicción aparente” y que aquellos que parecían polos opuestos son en realidad complementarios. Con lo cual, somos remitidos a una cuestión decisiva: ¿qué experiencia tengo de Silencio mental? Otra paradoja: silencio y palabra van unidos; el silencio sin palabras (sin mente) deriva fácilmente en mutismo inane, pero la palabra (mente) sin Silencio se reduce a mero blablablá.

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[1] M. CORBÍ, El camino interior más allá de las formas religiosas, CETR, Barcelona 2013, p.221. Este recomendable libro se halla disponible en: https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/wp-content/uploads/2018/08/eBook-en-PDF-El-camino-interior-mas-alla-de-las-formas-religiosas.pdf

Semana 21 de octubre: FRUTOS DE LA GRATITUD

Elena Sanz, en el diario El Mundo, 5 de septiembre de 2018.
http://www.elmundo.es/vida-sana/bienestar/2018/09/05/5b8916a9468aebc6198b4674.html

Cuando en la última edición de los premios Goya Isabel Coixet subió al escenario para recoger el premio al mejor guion adaptado por ‘La librería’, consiguió que el público prorrumpiera en aplausos y vítores con la frase que cerraba su discurso. «Sobre todo, gracias a mi madre, porque cuando yo era pequeña y me escaqueaba de las cosas de casa y no fregaba, mi padre se ponía un poco enfermo, pero mi madre siempre le decía: tú deja a la niña que lea, que para algo le servirá», concluía la cineasta española, visiblemente emocionada.

Es de bien nacidos ser agradecidos, dice el refranero en apoyo a la actitud de Coixet. Y de personas sanas, se podría añadir sin temor a exagerar. Como la envidia, la cooperación, la admiración o los celos, la gratitud es un aspecto cotidiano de la interacción social. Sólo que ser agradecidos, además, tiene beneficios a corto y a largo plazo en quien lo experimenta. Diversos estudios indican que la gratitud mejora la respuesta del organismo frente a las enfermedades, nos hace más resistentes a la inflamación y a los fallos cardíacos, ayuda a conciliar el sueño y a dormir a pierna suelta, reduce el estrés y la ansiedad, aumenta la satisfacción vital, dispara el optimismo e incrementa las ganas de hacer ejercicio físico.

A esta larga lista de bondades se le suma que, cada vez que nos paramos a expresar por qué nos sentimos agradecidos, en la sesera se dispara la producción de dopamina y serotonina. Con un efecto equiparable, dicen, al de ciertas píldoras antidepresivas. Pero más duradero. Basta escribir una sencilla carta de agradecimiento para que nuestro cerebro experimente cambios que pueden durar hasta tres meses. Ahí es nada.

EXPLICACIÓN CIENTÍFICA

Para dar con las bases neurológicas y fisiológicas del poderoso efecto de la gratitud, Glenn Floss, Antonio Damasio y otros neurocientíficos de la Universidad de California del Sur (EEUU) diseñaron hace un par de años un interesante experimento. Habían tenido acceso al mayor repositorio de testimonios filmados de supervivientes del Holocausto, y decidieron seleccionar aquellos en los que los protagonistas destacaban haber recibido ayuda o regalos de extraños que en muchos casos marcaron la diferencia entre la vida o la muerte. Unas veces era un simple mendrugo de pan. Otras, un escondite que le ofrecía un completo desconocido para ponerse a salvo durante las cacerías nazis. Eran acciones que generaban un sentimiento de agradecimiento infinito. Con esas historias en la mano, redactaron en segunda persona aquellas experiencias sin saltarse ni un detalle y le pidieron a una serie de sujetos que imaginaran, a día de hoy, que ellos eran los receptores de esa ayuda. Mientras lo hacían, se pusieron a escudriñar sus seseras con un escáner.

Las imágenes ofrecidas por la resonancia magnética no dejaron lugar a dudas. En todos los casos, la gratitud activaba la corteza prefrontal medial en áreas relacionadas con el razonamiento moral, recompensa y la cognición social. «En el lóbulo frontal, justo donde los dos hemisferios se encuentran», aclaraba Glenn Foss. Lo que es más, la intensidad con la que se encendían las neuronas era mayor cuanto más agradecimiento expresaba el sujeto al ponerse en la piel de aquellos supervivientes del Holocausto.

Lo que también quedó patente para Foss y sus colegas es que los mecanismos de la gratitud no coinciden con los de la felicidad. Y es normal. La gratitud es distinta de la dicha porque surge a partir de las acciones de otro individuo. Acciones, normalmente, generosas. Agradecer es reconocer lo que otros nos dan. Por lo tanto, mientras podemos experimentar felicidad de manera solitaria, se necesitan al menos dos personas para sentirse agradecido. Es una experiencia intrínsecamente social. Por eso las neuronas que se activan con la gratitud coinciden con las que nos generan placer al socializar. Y están conectadas con otras que regulan la emoción a un nivel básico, incluyendo los niveles de dolor, estrés o el ritmo cardíaco.

MÁS AUTOCONTROL

Para más inri, otra investigación realizada desde las universidades de Harvard, California y Northeastern demostraba que experimentar gratitud reduce la impaciencia y aumenta el autocontrol. Una combinación infalible para conseguir lo que nos proponemos, tomar decisiones adecuadas y serenas, y resistirnos a hábitos dañinos como el tabaco o el consumo de alimentos que causan obesidad.

Si además de sentirnos agradecidos, pronunciamos la palabra «gracias», el impacto es todavía mayor, según sacaba a la luz el año pasado la revista Review of Communication. Especialmente en lo que concierne a las relaciones con los demás. Existen pruebas indiscutibles de que nuestras relaciones personales mejoran de una forma cualitativa cuando no escatimamos a la hora de dar las gracias. «Del mismo modo que periódicamente estimulamos nuestro sistema inmune con ayuda de vacunas», proponen Stephen M. Yoshimura y sus colegas, «deberíamos darle un empujón a nuestras relaciones expresando sistemáticamente gratitud».

Semana 14 de octubre: MEDITACIÓN Y COMPROMISO

NO-DUALIDAD, MEDITACIÓN Y COMPROMISO

 I. Meditación y compromiso

Deseo abordar brevemente algunas cuestiones que me parecen básicas, de cara a seguir creciendo en comprensión para vivir cada vez más lo que somos.

Me ha surgido el movimiento interior a hacerlo cuando he leído una crítica sobre el modo en que hablo de la no-dualidad.

No busco polemizar, tampoco discutir afirmaciones que malinterpretan radicalmente lo que digo, ni siquiera detenerme en las descalificaciones, algunas de ellas graves (se me acusa de “miopía”, “enfermedad zen o quietismo”, “narcisismo espiritual”, “errónea comprensión de la nodualidad”; incluso de negar la transcendencia (¡!), cuando todo lo que expreso se basa en la certeza de que toda forma está transida por el Misterio que, siendo la dimensión profunda de lo real, nos transciende…), sino solo ofrecer algún elemento para clarificar aquellas cuestiones a las que me refería. (Con todo, no dejo de preguntarme por qué resulta tan difícil ofrecer el propio planteamiento sin descalificar a quien propone otro diferente. Me entristece la superficialidad con que se deforma y desfigura el planteamiento ajeno, ignorando matices decisivos y, finalmente, no deja de sorprenderme la prontitud con la que alguien se arroga el derecho a otorgar credenciales de «no-dualidad» o de «pseudonodualidad» a tenor de su propio mapa mental).

1. Meditación. La meditación no es un medio para alcanzar la iluminación. En realidad, hablando con rigor, “meditación” es un estado de consciencia caracterizado por la no-dualidad. Y la práctica meditativa no es un fin en sí misma, tampoco un medio para iluminarse, ni mucho menos para alcanzar un bienestar sensible o alguna paz cómoda en un refugio hecho a medida. No. La práctica meditativa es un entrenamiento para vivir lo que somos, en todas las dimensiones de nuestra existencia. Pero lo realmente importante no es la práctica, sino la vida. Como le gusta decir al monje vietnamita Thich Nhat Hanh, “no practicamos por el futuro, ni para renacer en un paraíso, sino para ser paz, para ser compasión, para ser gozo en este instante”.

2. Compromiso. “La justicia y la compasión –se afirma en esa crítica– no son valores relativizables”. Totalmente de acuerdo. Pero, a no ser que caigamos en la arrogancia de identificar la justicia y la compasión con nuestro modo particular de entenderlas, habremos de admitir que nuestras ideas acerca del compromiso son inexorablemente relativas. De lo contrario, nos veríamos abocados a un absolutismo –ahora en nombre de algo tan sagrado como el “compromiso”, la justicia o la compasión– siempre indigesto y al final peligroso. Es necesario relativizar el modo como lo entendemos y el “lugar” desde donde lo vivimos. Porque el compromiso –nuestro modo de plantearlo– también puede ser profundamente tramposo. Lo es cuando, consciente o inconscientemente, nace del ego y lo alimenta. En ese caso no hará sino perpetuar la ignorancia y aumentar la locura del mundo. El compromiso genuino nace de la comprensión y se vive en la desapropiación. Por eso, el simple hecho de pensar que “yo tengo razón” o de arrogarme el poder de dictaminar qué es y qué no es compromiso, tendría que hacerme ver dónde estoy y desde dónde hablo.

Aparte de constituir un rasgo claro de narcisismo, la necesidad de “tener razón”, aunque se disfrace de “preocupación por la defensa de la verdad o del bien”, como suele hacer el poder religioso, oculta un doloroso sentimiento de inseguridad afectiva.

Por lo demás, el compromiso que tiene al “yo” como sujeto puede caer en equívocos peligrosos. Porque, como decía no sin humor Antonio Blay, “líbrete Dios de mi idea de bien para ti”.

Semana 14 de octubre: IMPERSONALIDAD Y PSEUDO-IDENTIDAD (Mónica Cavallé)

Para nosotros, occidentales, la palabra “impersonalidad” suele tener evocaciones negativas.

Puesto que hemos concedido un valor absoluto a nuestra personalidad, asociamos la palabra “impersonal” a la anulación de lo que más estimamos: nuestra persona, nuestra individualidad.

Efectivamente, la palabra “impersonalidad” tiene una acepción negativa: denominamos así a aquello que diluye la persona, que “despersonaliza”. Pero esta palabra puede tener otra acepción, la que ha tenido para la sabiduría; en este segundo sentido no es sinónimo de “infra-personal” sino todo lo contrario, de “trans-personal”; no alude a aquello que niega o diluye la persona, sino a lo que la supera –sin negarla- porque es más originario que ella.

La sabiduría nos dice que lo impersonal es el sustrato y la realidad íntima de lo personal; que no lo excluye, sino que lo sostiene; que, por eso, para ser plenamente personales tenemos que ser plenamente impersonales.

[…]

Es dejar de otorgar un valor absoluto a lo que llamamos “mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, mis acciones, mi vida, mi persona…”; comprender lo ridícula y miope que es nuestra tendencia a hacer que el mundo orbite en torno a nuestro limitado argumento vital –el definido por nuestro yo superficial-.

Equivale a cesar de dramatizar nuestras experiencias, de ver el mundo como el mero telón de fondo de dicho drama, y a las demás personas como los actores secundarios del mismo.

Es sentir que las alegrías y los dolores de los demás son tan nuestros como nuestros dolores y alegrías, que el cuerpo cósmico es tan nuestro como nuestro propio cuerpo; desistir de ser los protagonistas de nuestra particular “novela” vital, para convertirnos en los espectadores maravillados, apasionados y desapegados a la vez, del drama de la vida cósmica, del único drama, de la única Vida.

El Testigo nos sitúa directamente en el foco central de nuestra identidad. Ahí somos presencia lúcida, atenta, consciente, que es una con todo lo que es. Esta Presencia lúcida que constituye nuestra Identidad central es la misma en todo ser humano. Es nuestra Identidad real, pues es lo permanente y auto-idéntico, mientras que nuestro cuerpo-mente no hace más que cambiar.

Esa Identidad central nada tiene que ver con la pseudoidentidad que depende de algo tan frágil y fraudulento como la memoria.

(Mónica CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Oberon, Barcelona 2002, pp.213-214; editada posteriormente en Kairós, Barcelona 2011).