Semana 24 de mayo: TÚ ERES EL BIG BANG // Alan WATTS

Alan Watts, Más allá de la mente,
Tomado de: https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/wp-content/uploads/2020/02/T%C3%BA-eres-el-Big-Bang-Alan-Watts.pdf

No eres un ser independiente de la naturaleza, sino un aspecto o síntoma de la naturaleza. Como ser humano, la idea de crecer paralelamente a este universo es comparable a una manzana creciendo fuera de un manzano. Un árbol que da manzanas es un árbol con manzanas, al igual que un universo en el que habitan seres humanos es un universo con seres humanos. La existencia de personas pone de manifiesto el tipo de universo en el que vivimos, pero como estamos bajo la influencia de estos dos grandes mitos (el modelo creacionista y el modelo mecanicista del universo) experimentamos esa sensación de no pertenecer a este mundo. En el lenguaje común utilizamos la expresión «vine al mundo», pero no fue así: nosotros surgimos del mundo.

La mayoría de la gente tiene la sensación de ser algo que existe únicamente dentro de un cuerpo de huesos y piel, de ser una consciencia que observa a este ser, y cuando miramos a aquellos que se parecen a nosotros los consideramos personas solo si tienen un color de piel, una religión o lo que sea similar a la nuestra. Si nos damos cuenta, siempre que hemos decidido borrar del mapa a cierto grupo de personas nos hemos referido a ellas como si no fueran personas o no exactamente humanos, por lo que les hemos llamamos despectivamente monos, monstruos o máquinas, pero en ningún caso personas. Toda hostilidad que podamos sentir hacia otros y hacia el mundo exterior proviene de esta superstición (de este mito), de esta teoría sin fundamento alguno que reduce nuestra existencia a un mero saco de huesos y piel.

Me gustaría proponer una idea diferente. Partamos de la teoría del Big Bang, aquella que afirma que unos 13.000 millones de años atrás hubo una explosión primordial que esparció todas estas galaxias y estrellas por el espacio; digamos en pro del argumento que fue así, como si alguien hubiera cogido un bote de tinta y lo hubiera lanzado contra la pared; la tinta se hubiera esparcido por el impacto desde el centro hacia fuera, donde hubieran quedado en los extremos todas esas gotitas y formas abstractas. Del mismo modo, al comienzo de todo hubo una gran explosión que se expandió después por todo el espacio y, como resultado, ahora estamos aquí tú y yo sentados como seres humanos complejos y aislados en uno de los extremos de esa primera explosión.

Si piensas que eres un ser atrapado bajo tu propia piel, seguramente te definas a ti mismo como una floritura diminuta y compleja entre otras tantas allí fuera en el espacio. Quizás hace 13.000 millones de años fuiste parte de ese Big Bang, pero ahora ya no lo eres; ahora eres un ser aparte. Pero eso solo se debe a que te has distanciado de ti mismo, y todo depende, al fin y al cabo, de cómo te definas. Te propongo una idea alternativa: si hubo una gran explosión al principio de los tiempos, tú no eres el resultado de esa explosión al final del proceso. Tú eres el proceso.

Tú eres el Big Bang, tú eres esa fuerza original del universo manifestándose en lo que sea que seas en este momento. Tú te defines a ti mismo como señor o señora fulanita de tal, pero en realidad no dejas de ser esa energía primordial del universo que aún sigue en proceso. Lo que ocurre simplemente es que has aprendido a definirte a ti mismo como una entidad separada de todo.

Esta es una de las suposiciones básicas que deriva de los mitos que nos han hecho creer. Realmente estamos convencidos de que existen cosas por separado y sucesos por separado. Una vez le pregunté a un grupo de adolescentes cómo definirían la palabra «cosa». Al principio dijeron que «una cosa es un objeto», pero eso es un sinónimo, otra palabra diferente para referirnos a una «cosa». Pero entonces una chica avispada del grupo dijo «una cosa es un nombre», y dio en el clavo. Los nombres no forman parte de la naturaleza, sino del lenguaje, y en el mundo físico no existen los nombres ni tampoco las cosas por separado.

El mundo físico es ondulado. Nubes, montañas, arboles, gente; todo está en movimiento. Solo cuando los seres humanos empiezan a modificar objetos es cuando se crean edificios en línea recta en un intento de hacer del mundo un lugar estático. Y aquí nos encontramos, sentados en habitaciones con todas estas líneas rectas, aunque todos escapamos de aquí para seguir en movimiento.

Controlar algo que está en continuo movimiento es difícil. Un pez es escurridizo; si tratas de cogerlo, se escabulle fácilmente de tu agarre. Entonces, ¿cómo podríamos atraparlo? Utilizando una red. Del mismo modo, utilizamos redes para mantener este mundo en movimiento bajo control. Si quieres controlar algo que está en movimiento, tendrás que arrojar algún tipo de red sobre ello.

Y en eso nos basamos para medir el mundo, en redes llenas de agujeros de arriba abajo que nos ayudan a identificar dónde se encuentra cada movimiento. De esta manera es como conseguimos dividir el movimiento en partes. Esta parte del movimiento es una cosa, esta otra parte del movimiento es un suceso, y así es como hablamos sobre cada una de las partes como si estuvieran separadas entre sí. En la naturaleza, sin embargo, el movimiento no viene dado en «partes»; esa es solo nuestra forma de medir y controlar patrones y procesos. Si quieres comer pollo, para poder darle un mordisco primero tendrás que cortarlo, ya que no viene a bocados. De la misma manera, el mundo no viene dado en cosas ni sucesos.

Tú y yo tenemos la misma continuidad con el universo físico que una ola con el océano. Las olas del océano y la gente del universo. Pero nos han hipnotizado (literalmente) para que sintamos y percibamos que existimos como entidades separadas y atrapadas bajo nuestra propia piel. No nos identificamos con el Big Bang del principio, sino que creemos que somos el producto final; y eso nos tiene a todos aterrorizados. Creemos que nuestra ola va a desaparecer y que moriremos con ella, y no hay nada más terrible que eso. Como le gustaba decir a un sacerdote que conocí: «No somos nada. Pero algo sucede entre la sala de maternidad y el crematorio». Esa es la mitología bajo la cual nos regimos, y por eso nos sentimos todos tan infelices y desgraciados.

Algunas personas afirman que son cristianas, que van a la iglesia y que creen en el cielo y en el más allá, pero no es así. Solo piensan que deberían creer en eso, en las enseñanzas de Cristo, pero en lo que realmente creen es en el modelo mecanicista. La mayoría de nosotros pensamos igual, pensamos que somos algún tipo de casualidad cósmica o algún acontecimiento por separado que ocurre sólo entre la sala de maternidad y el crematorio y que cuando se apagan las luces, se acabó.

¿Por qué alguien pensaría de esta manera? No hay ninguna razón para pensar así, ni siquiera científica; es solo un mito, una historia inventada por personas para poder sentirse de cierta manera o para poder jugar a cierto juego. Pero a estas alturas, la supuesta existencia de Dios se vuelve cada vez más incómoda. Empezamos con la idea de Dios como alfarero, arquitecto o creador del universo, y eso no estuvo nada mal porque, a fin de cuentas, nos hizo sentir que la vida era importante, que teníamos un propósito y que había un Dios que se preocupaba por nosotros, y eso hizo que nos sintiéramos valiosos ante los ojos del Padre. Pero al cabo de un tiempo, cuando nos dimos cuenta de que Dios podía ver todo lo que hacíamos y sentíamos, incluso nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos, eso ya empezó a incomodarnos. Entonces, para poder liberarnos de ese sentimiento nos convertimos en ateos y comenzamos a sentirnos aún peor, porque cuando nos deshacemos de Dios nos deshacemos de nosotros mismos y pasamos a convertirnos en meras máquinas.

Cualquier buen científico sabe que cuando haces referencia al mundo externo te estas refiriendo tanto a ti como a tu cuerpo. Tu piel en realidad no te separa del mundo, sino que es un puente por el cual el mundo fluye hacia ti y tú fluyes hacia él.

Eres como un remolino: un remolino tiene forma definida, pero en ningún momento el agua permanece inmóvil. El remolino es fruto de la corriente, así como nosotros somos fruto del universo. Si te vuelvo a ver mañana, te reconoceré como el mismo remolino que vi ayer, pero que sigue en movimiento. El mundo entero se mueve a través de ti: rayos cósmicos, oxígeno, un bistec detrás de otro, la leche, los huevos y todo lo que comes. Todo fluye a través de ti; eres movimiento y el mundo te mueve.

El problema viene cuando no nos enseñan a pensar de esta manera. Los mitos que subyacen nuestra cultura y nuestro sentido común no nos han enseñado a sentirnos parte del universo, y por eso nos sentimos ajenos a él, como si fuéramos seres por separado enfrentándonos al mundo. Pero necesitamos sentir lo antes posible que cada uno de nosotros somos el universo eterno porque, de lo contrario, vamos a seguir volviéndonos locos, destruyendo el planeta y cometiendo suicidios colectivos cortesía de las bombas nucleares; y nada más. Aunque cabe la posibilidad de que haya vida en algún otro lugar de la galaxia, y quizás ellos sepan jugar de otra manera.

TALLERES DE MEDITACIÓN EN VERANO: Tiempo de barbecho

Como muchos y muchas sabéis, Ana María de las Heras había asumido la responsabilidad de animar los dos talleres de meditación en silencio del próximo mes de agosto, en Artieda (Navarra) y en Galapagar (Madrid).

Pero la situación acaecida a partir de la crisis del coronavirus aconseja suspender esos talleres, a la espera de poder vivirlos al año siguiente. 

Cuando la vida nos detiene, es tiempo de mirar «hacia adentro», habituarnos con nuestro mundo interior, para que así pueda luego florecer «hacia fuera», en beneficio de los demás. Es un tiempo de barbecho, dejando la tierra preparada y descansada, blanda y receptiva, para que pueda germinar en sus mejores frutos.

Aprovecho para reiterar la gratitud y el reconocimiento a Ana María por su servicialidad y bien hacer, y seguimos cuidando el «barbecho» hasta agosto de 2021.

PRESENCIA

Fiesta de la Ascensión

24 mayo 2020

Mt 28, 16-20

En aquel tiempo, los Once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

PRESENCIA

     Parece que, en este breve texto, se mezclan dos tipos de afirmaciones: la primera sería obra de la primera comunidad; la segunda, tal vez, podría remontarse al propio Jesús.

    La afirmación que habla del “pleno poder”, del mandato de “hacer discípulos” y del rito del bautismo no puede nacer sino de un grupo religioso que se cree poseedor de la verdad. Reconoce a su maestro como dotado de todo poder, asume una actitud proselitista para expandir lo que considera “la verdad” e institucionaliza un “rito de entrada” a la propia comunidad.

     Por lo que se refiere a la segunda –formulada en forma de promesa de presencia permanente–, podría haber nacido igualmente como expresión de la fe de aquella comunidad en la presencia viva de Jesús con ellos. Pero podrían ser también palabras auténticas de Jesús, consciente de que la muerte no rompe la comunión.

   Leído desde nuestra situación, no me parece difícil advertir que el texto, como cualquier otro, actúa de espejo que refleja rasgos de la condición humana, como nuestra tendencia a absolutizar lo propio o nuestro interés por ganar adeptos para nuestros proyectos o ideas.

     Pero, más allá de esos rasgos fácilmente reconocibles, que derivan con facilidad en actitudes más o menos dogmáticas o incluso fanáticas, la afirmación última encuentra un “eco” vibrante en nuestro interior, como si “algo” en nosotros supiera que lo que realmente somos es estable, transciende el tiempo y permanece inalterable.

  Todas las formas del mundo fenoménico son impermanentes, lo cual constituye una fuente inevitable de dolor, a la vez que nos exige desarrollar la capacidad de aprender a vivir en la impermanencia y en la incertidumbre que deriva de ella. Pero más allá de las formas, lo que somos –Lo que es, “Yo soy”– sencillamente es, Presencia pura de la que brotan y en la que se mueven todas las formas.

    La Presencia que somos transciende el tiempo…, “hasta el fin del mundo”. Si los discípulos, en su propio y legítimo “mapa” mental, encontraban fuerza en la creencia de que Jesús los acompañaba, en nosotros –en nuestro momento histórico– parece abrirse camino un salto cualitativo en la comprensión: vemos que no se trata de la “Presencia” de un ser separado que nos sostendría en todo momento, sino de la misma y única Presencia que constituye nuestra identidad más profunda.

    La sabiduría –el núcleo del camino espiritual– consiste en reconocernos y vivirnos en conexión con ella: más allá de nuestra “forma” concreta, con todos sus ingredientes –cuerpo, mente, psiquismo, circunstancias…–, sometida a la impermanencia y al dolor, somos pura Presencia, plena y ecuánime, que experimentamos –de nada sirve si solo es una creencia– en cuanto silenciamos la mente. La Presencia que somos la percibimos en el Silencio de la mente y del yo, en la toma de distancia del mundo de las formas.

¿Me entreno en el silencio que me pone en contacto con lo que realmente soy?

Semana 17 de mayo: RAZÓN Y EMOCIÓN // Ignacio MORGADO

Entrevista de Daniel Mediavilla al neurocientífico Ignacio Morgado, en El País, 17 de febrero de 2020: https://elpais.com/elpais/2020/02/12/ciencia/1581530476_648643.html

“La razón debería ser más fuerte que la emoción, pero necesita tiempo y no se lo damos”.

El investigador analiza cómo funcionan la motivación y el placer, por qué es tan difícil adelgazar o cómo el consumo de pornografía y el “procés” de Cataluña producen cansancios similares.

Los humanos necesitan sentirse libres, creer que pueden elegir esforzarse para conseguir el trabajo soñado, que perder unos kilos o dejar de beber alcohol está a su alcance con la fuerza de voluntad adecuada o que cambiarán sus inclinaciones políticas si se les ofrecen buenos argumentos. Pero por debajo de esa sensación de control de la propia vida, en lugares del cerebro desconocidos hasta hace poco, se encuentran mecanismos que hacen dudar de que la libertad es lo que nosotros creemos o, incluso, de su misma existencia.

Ignacio Morgado (San Vicente de Alcántara, Badajoz, España, 1951) ataca con pasión los entresijos de la neurociencia que explican por qué a veces es tan difícil hacer lo que sabemos que es mejor para nosotros, cuáles son los mecanismos que explican cómo aprendemos o incluso el motivo de que con la edad se busque menos el placer aunque se mantenga la capacidad para disfrutarlo. En una sala del centro cultural CaixaForum, sentado en unos bancos desde los que se ve el paseo de Recoletos de Madrid, el catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona responde a las preguntas sobre deseos, placer, sexo, drogas e incluso política.

Pregunta. Si miramos la historia de la humanidad, vivimos en una época rara, en la que en los países desarrollados podemos satisfacer el hambre cuando queremos o tenemos acceso a incentivos sexuales inagotables como la pornografía. ¿Puede que esa accesibilidad aturda los mecanismos que hacen funcionar el deseo, que necesitemos condimentos más intensos para disfrutar de la comida o que perdamos interés en el sexo?

Respuesta. Absolutamente todas las motivaciones dependen del cerebro, y eso significa que todas las motivaciones se producen cuando hay un trabajo fisiológico que implica la síntesis de unas determinadas sustancias. La activación de determinadas neuronas para que produzcan determinadas respuestas eléctricas. Esa capacidad del cerebro, si la exprimes mucho, se degrada. Se producen fenómenos de habituación y de adaptación. Las neuronas que tienen que trabajar para que tú sientas una determinada motivación pierden capacidad de funcionamiento, o bien porque ellas mismas pierden capacidad para responder con impulsos nerviosos, que son los que, en definitiva, van a generar la motivación, o bien porque pierden capacidad las glándulas que fabrican las hormonas que activan esos circuitos. Si una persona se somete a la pornografía con muchísima frecuencia, cada vez le va a estimular menos. Llegará un momento en que le aburra. El cerebro humano es muy sensible a la novedad, al cambio, y la persona que se somete cada día a la pornografía está anulando la novedad.

Hay una sustancia que es la dopamina, que es básicamente la hormona de la motivación. La activación de la dopamina genera la motivación, las ganas de buscar el placer, el gusto. Lo que nos gusta es la novedad del cambio. Cuando tú te mueves en un ambiente sin novedad, aburrido, idéntico, sin cambios, se segrega mucha menos dopamina y por tanto tu motivación decrece. En mi libro “Deseo y placer”, hago mucho esa distinción porque es muy importante. Una cosa es el placer y otra cosa es la motivación para buscarlo. La gente mayor pierde motivación para buscar el placer, pero pierde mucho menos la capacidad de experimentarlo. Si a tu padre o a tu madre les dices: vamos a un restaurante o a un concierto, es posible que te digan que no tienen ganas, pero si les convences, después te suelen decir que les ha encantado la experiencia. Pero no tienen la motivación que tiene la gente más joven para ir. Por eso yo recomiendo mucho que la gente mayor se mueva y busque novedades de todo tipo, incluso viendo la televisión, incluso siguiendo una serie de Netflix, lo que sea. Cambio, cambio. La novedad dispara la dopamina del cerebro.

Hubo un tiempo en que creíamos que la dopamina era el neurotransmisor del placer. Yo lo explicaba en mi clase y mis compañeros también, que cuando experimentabas placer es porque se había disparado la dopamina. Hoy sabemos que la dopamina dispara las ganas de buscar placer, pero no el placer. El placer depende más de encefalinas, de endorfinas y de otros tipos de moléculas que son muy ubicuas en todo el cerebro.

Pregunta. La cocaína es una de las drogas ilegales que más éxito tiene en nuestra sociedad, y es una droga que aumenta la dopamina en el cerebro que, por lo que dice, no produce placer sino que solo impulsa la búsqueda, algo que puede producir más desazón que otra cosa.

Respuesta. Nuestra sociedad valora mucho esa motivación, a veces incluso por encima de la satisfacción de los deseos. Algo muy interesante es que las motivaciones son altamente deseables cuando tú puedes satisfacerlas. Cuando sabes que vas a poder comer, tienes ganas de tener mucha hambre, pero si supieras que no vas a poder comer porque estás prisionero en una cárcel o porque estás perdido en un desierto, lo último que quisieras es tener hambre. Las motivaciones se vuelven un infierno cuando no hay posibilidad de satisfacerlas.

Pregunta. Hablando del tema de las motivaciones, qué es mejor para buscar la felicidad, ¿seguir el lema de Adidas que dice Impossible is nothing (nada es imposible) o la idea de Homer Simpson de que es mejor enterrar el listón para que superarlo con éxito no requiera ningún esfuerzo?

Respuesta. Los guionistas de esa serie tienen una inteligencia brutal. Es verdad, eso es cierto. Mover el listón es una forma también de lograr el éxito. Eso forma parte también de la inteligencia emocional.

Pregunta. Nuestra biología también puede condicionar nuestras inclinaciones políticas. A veces podemos escuchar un argumento que desde el punto de vista racional nos parece bueno, pero después, porque un determinado político nos cae mal o una forma de plantear las ideas nos disgusta, lo rechazamos o nos negamos a considerarlo.

Respuesta. Continuamente nos influyen emoción y razón. Desde el punto de vista biológico, la única manera de que funcionara por su cuenta la razón sin que interviniese la emoción sería en una persona con daño cerebral, que tuviese separadas las conexiones entre emoción y razón. Hay una permanente influencia de nuestros sentimientos en la forma de razonar. Tú le perdonas más los errores a un político al que le tienes simpatía y al revés. Y después, el razonamiento implica el desarrollo de una serie de emociones que a continuación, como una pescadilla que se muerde la cola, afectan nuevamente a tu razonamiento.

Son unos bucles de emoción y razón donde el objetivo último, y el que nos hace sentirnos a gusto con nosotros mismos, es que nuestros razonamientos y nuestros sentimientos vayan por el mismo lado. Lo que tú me estás diciendo es un ejemplo de desequilibrio emoción-razón, que es la clave del estrés. Si tienes estrés, busca en qué faceta de tu vida hay un desequilibrio. Suelo tener estrés porque en alguna faceta de mi vida quiero más de lo que puedo. Tener mucho trabajo no causa estrés. Lo que lo causa es que te hayas propuesto hacer mucho más trabajo o que te hayan exigido mucho más trabajo del que tú racionalmente puedes hacer.

La gente tiene que combinar en el debate político sus emociones con sus razonamientos y las influencias son mutuas y muy fuertes. Si yo evalúo a un joven de la edad de mi hijo, me va a costar resistir la tentación de darle mejor nota. Lo que pasa es que no nos gusta decir que nos conducimos emocionalmente, que hemos votado al que nos cae mejor y no al otro porque te cae fatal. El argumento más fuerte siempre es el emocional. La razón tendría que ser siempre más fuerte que la emoción, porque realmente es más poderosa. Pero necesita tiempo y no se lo damos. La emoción es fuerte enseguida. Te dicen algo que te suena a insulto o a inconveniencia y se te dispara la emoción. Pero si cuentas hasta diez, lo evitarías. Pero en una persona sana, la vida humana es emoción y razón, conjuntamente.

Pregunta. Hablaba antes de que estar expuesto a estímulos como el sexo o algunos fármacos que con mucha frecuencia crean una habituación. ¿Pasa esto con la política? ¿Es posible que la necesidad de llamar nuestra atención, que ya está un poco mermada por el bombardeo continuo de información, explique el éxito de algunos discursos extremistas y de la política espectáculo?

Respuesta. Un ejemplo clarísimo lo tenemos en Cataluña. El cansancio que hay con el procés, que ha sido muy espectacular en muchos momentos y mucha gente lo ha vivido con un apasionamiento grande. El apasionamiento con que se vive está cayendo en picado. Eso no quiere decir que vaya a desaparecer la gente que quiere la independencia, pero ese globo pasional se está desinflando. Tengo amigos que son independentistas y durante unos cuantos años recibíamos continuamente correos electrónicos que decían: ya está hecho, ya es el año de la independencia. Al año siguiente, este sí que sí, y un año después, igual. Si cada año era el año de la independencia que al final no llegaba nunca, se produce una habituación, un agotamiento.

Pregunta. ¿La legalidad o ilegalidad de determinadas sustancias en nuestra sociedad está relacionada con sus efectos y con el daño que pueden provocar a quien las tome?

Respuesta. Con las motivaciones ocurre con mucha frecuencia que una motivación inicialmente incentiva, es decir, algo que consumes para obtener placer, acaba por convertirse en una motivación homeostática, en algo que consumes no para obtener placer, sino para evitar sentirte muy mal. Un clásico es que empiezas a fumar por el placer que te produce, pero si te vuelves adicto, llega un momento en que fumas porque si no te sientes fatal.

La nicotina es una droga con un poder adictivo brutal. Cometimos durante mucho tiempo el error de considerar que el tabaco era un hábito. La gente, cuando decía que era un hábito, le estaba restando importancia a lo que hay debajo, que es la adicción. Eso significa que tu biología cerebral, por no hablar del resto del cuerpo, cambia, y en ese momento ya estás enganchado. Tus neuronas necesitan esa sustancia para funcionar. La adicción al alcohol también es brutal. El alcohol y la heroína son dos de las grandes drogas que producen una dependencia tremenda.

Pregunta. Dice que las motivaciones homeostáticas, las que nos impulsan a hacer cosas que necesitamos para sobrevivir como comer o beber, son más fuertes que las incentivas como el deseo sexual, que nos permiten vivir sin satisfacerlas. El hambre, como se ve con la epidemia mundial de obesidad, se está convirtiendo en una motivación peligrosa y difícil de controlar. Jeffrey Friedman, el descubridor de la leptina, que se conoce como hormona de la saciedad, dice que aunque tenemos la sensación de que el peso es algo que puedes controlar con fuerza de voluntad, si haces un análisis con mucha gente para ver la capacidad real de controlarlo, el peso era solo un poquito más controlable que la estatura, que pedir a un obeso que sea delgado no es mucho menos descabellado que pedirle a una persona de 1,80 que pierda diez centímetros.

Respuesta. Muy buen ejemplo. No lo había oído nunca, pero es muy bueno. Demuestra lo difícil que es controlar el peso. El problema a la hora de adelgazar es que hay muchos mecanismos que están controlando el hambre en el hipotálamo. El hipotálamo es más pequeño que un garbanzo, pero ahora extrae de ese garbanzo la cabeza de un alfiler y eso es el núcleo arqueado, porque tiene esa forma. Ese pequeño núcleo en forma de arco tiene millones de neuronas de dos tipos, unas que cuando se activan te hacen sentir hambre y otras que cuando se activan te hacen sentir saciedad. Ahí, a ese pequeño arco del hipotálamo, llegan por la sangre hormonas como la leptina, la insulina y otras hormonas, que son las que hacen que el balance entre esos dos núcleos de saciedad y hambre esté controlado.

Esas hormonas, la leptina, la insulina, la grelina… están midiendo la energía que hay en el cuerpo. Cuando detectan que cae la energía corporal, van al cerebro y dicen: Pon en marcha el hambre para recuperar energía, o detén el gasto disminuyendo el esfuerzo físico si sucede lo contrario. Son nuestras hormonas las que van a condicionar el funcionamiento del cerebro.

El cerebro y los mecanismos que la evolución biológica ha desarrollado son complejos, complementarios y sinérgicos, y por eso es tan difícil controlar el hambre. Porque si tú activas con una medicación uno de esos mecanismos para reducirla, otro de los mecanismos que tenemos en compensación se activa para intentar evitar esa reducción que tú has producido con un medicamento. Los laboratorios farmacológicos están haciendo un esfuerzo impresionante para conseguir un fármaco de ese tipo.

EL ESPÍRITU QUE SOMOS ES AMOR

Domingo VI de Pascua

17 mayo 2020

Jn 14, 15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.

EL ESPÍRITU QUE SOMOS ES AMOR

     El cuarto evangelio nombra al Espíritu como “Defensor” (“Paráclito”, si se traduce literalmente del griego) y afirma algo completamente novedoso: “vive en vosotros y está con vosotros”.

          Es así: el Espíritu –otro nombre para referirse a Aquello que está más allá de todos los nombres– constituye sencillamente nuestra más profunda identidad. Nuestra existencia no es sino el despliegue del Espíritu, viviendo en cada uno y cada una de nosotros una aventura humana.

          Tal reconocimiento no significa –como alguien a veces critica– una inflación del ego sino, más bien al contrario, su disolución. Porque no se está identificando al yo con el Espíritu, sino afirmando que el Espíritu es la identidad real que transciende por completo el yo, desegocentrándonos por completo.

          En cuanto salimos de la hipnosis que nos lleva a creer que somos el yo separado, se abre paso en nosotros la comprensión que nos permite ver lo único realmente real, “Eso” que, siendo lo más transcendente, es a la vez lo más íntimo. Y Eso es lo que somos.

          Y “Eso” –lo nombramos en neutro con el fin de evitar el riesgo de apropiación o de identificación con cualquier forma– no es algo impersonal, frío o amorfo. Eso es amor. No el amor en cuanto sentimiento o emoción que nace y muere en el nivel sensible de la persona y se halla, por tanto, sometido a los vaivenes inexorables de todo lo impermanente, sino el amor en cuanto certeza de no separación.

          Por eso, tal como se expresa en el relato que estoy comentando, todo es amor: estamos todos en todos (“vosotros conmigo y yo con vosotros”) y vivimos en el amor: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.

          Más allá del tono moralista e incluso excluyente del autor del evangelio –“el que acepta mis mandamientos y los guarda”–, lo que resalta el texto es simple y sublime a la vez: todo es amor. Somos amor que abraza toda la realidad, incluyendo nuestra propia persona.

¿Dejo vivir el amor que soy?

Semana 10 de mayo: PROBLEMA GLOBAL, CAMBIOS GLOBALES

VIVIR EN TIEMPOS DE PANDEMIA (y 3)

PROBLEMA GLOBAL, CAMBIOS GLOBALES

       Una pandemia no conoce fronteras. El coronavirus es un problema colectivo que requiere respuestas compartidas y que vayan hasta la raíz. Respuestas que es urgente comprender y poner en marcha. La filósofa alemana Carolin Emcke afirma que su mayor inquietud es “que no aprendamos nada de la crisis”, de una crisis que está poniendo de manifiesto “que el Estado no puede retraerse infinitamente de su responsabilidad, que hacen falta infraestructuras públicas, bienes públicos, una orientación hacia el bien común. Me preocupa sobre todo que el aprendizaje que estamos haciendo, doloroso y amargo, caiga en el olvido cuando todo haya pasado. Que reconstruyamos nuestras sociedades con las mismas injusticias, la misma inestabilidad”.

          Tal como yo lo veo, la crisis del coronavirus, afectando a todo el planeta, constituye una llamada de atención sobre lo que venimos haciendo y una invitación grave a modificar nuestra acción colectiva.

Una llamada de atención

          Sin ánimo de ser exhaustivo, la presencia del coronavirus nos alerta de tres errores: el maltrato infringido al planeta, la injusticia de un sistema económico que mantiene en la pobreza a una masa ingente de personas y un estilo de vida marcado por un afán de crecimiento tan ilimitado como irresponsable e injusto, el estrés y el consumo desenfrenado.

     Algo estamos haciendo muy mal cuando nos hemos acostumbrado a convivir con una desigualdad sangrante entre los seres humanos, adormeciendo nuestra conciencia para asumir como “inevitable” lo que no es sino consecuencia de un sistema socioeconómico estructuralmente injusto. Tal vez porque tememos que si cuestionamos este sistema nos veríamos perjudicados nosotros mismos.

          Algo estamos haciendo muy mal cuando no somos capaces de poner freno efectivo al daño ecológico. Parece que los gobiernos no se atrevieron a tomar medidas eficaces que frenaran el calentamiento global porque ello habría supuesto un descenso del PIB en torno al 2%. Pues bien, los efectos de esta pandemia pueden provocar que en Europa esa caída, según datos de la Comisión Europea y del FMI, sea superior al 7,5%. (Por lo que se refiere a nuestro país, el descenso en el primer trimestre ha sido del 5,2%, y el Banco de España pronostica para este año una caída entre el 6,6 y el 13,6%). La escritora brasileña Eliane Brum ha escrito lo siguiente: “El efecto de la pandemia es el efecto concentrado y agudo de lo que la crisis climática está produciendo a un ritmo mucho más lento. Es como si el virus nos hiciera una demostración de lo que viviremos pronto”.

         La crisis del coronavirus es también una bofetada a nuestra arrogancia. El periodista y bertsolari vasco Xabier Euskitze ha sabido expresarlo poéticamente, con tanta verdad como crudeza. Tras constatar nuestra impotencia ante el virus, escribe: “Mientras tanto, la vida sigue. Y es hermosa. Únicamente ha recluido en jaulas al género humano y creo que quiere enviarnos un mensaje. Es este: «No sois necesarios. El aire, la tierra, el agua y el cielo están bien sin vosotros. Cuando regreséis no olvidéis que sois mis invitados y no mis dueños»”.

          ¿Hasta cuándo seguiremos los humanos manteniendo un sistema que agudiza la desigualdad entre nosotros y que agrede violentamente al planeta?

          A veces se escucha que “de la crisis saldremos mejores”. No lo veo tan sencillo. La experiencia nos dice que los cambios que nacen del miedo duran poco, solo hasta que pasa la percepción de la amenaza.

          Para que se produzca un cambio efectivo se requiere que, además de la crisis que revela nuestros engaños, crezca la comprensión de lo que estamos haciendo –a partir de la cual podamos reorientar nuestras acciones– y, más aún, la comprensión profunda de lo que somos. En una palabra, el cambio real únicamente puede venir de una transformación de la consciencia, en concreto, del paso de la errónea consciencia de separación que gira en torno al yo o ego a la consciencia de unidad en la que nos reconocemos compartiendo la misma identidad. No conozco motivación más poderosa para vivir la fraternidad que el reconocimiento de que compartimos la misma identidad, no en un sentido metafórico, sino absolutamente real.

Una invitación grave al cambio

          El problema global requiere un cambio global: en las prioridades políticas, fortaleciendo los sectores básicos –alimentación, educación, sanidad, renta mínima…–, en el sistema socioeconómico –para superar el neoliberalismo depredador en aras de una economía centrada en la persona–, en el terreno ecológico –situando la lucha contra el cambio climático en el centro de cualquier programa de recuperación–, en el estilo de vida –pasando del derroche a la austeridad, del individualismo a la cooperación, del estrés a la serenidad–…

          Se hace necesaria una atención privilegiada a las personas y colectivos más vulnerables y a quienes se van a ver más afectados por los efectos de esta situación.

          La crisis está mostrando que solo saldremos adelante en la medida en que seamos capaces de trabajar unidos. Es cierto que, como nos ocurre cuando somos víctimas del miedo, la amenaza puede activar un comportamiento narcisista del “sálvese quien pueda”. Pero esas actitudes tienen un recorrido muy corto.

          Ahora bien, todos estos cambios solo serán posibles en la medida en que crezcamos en una consciencia de unidad. Lo cual requiere, a su vez, ir superando el narcisismo, individual y colectivo, para que emerja una actitud solidaria.

          Tal consciencia de unidad se pone de relieve en las crisis, plasmándose en muestras de solidaridad, servicio, entrega… Necesitamos hacerla más explícita para que provoque un cambio duradero en nosotros, que oriente nuestras actitudes y comportamiento hacia una solidaridad efectiva.

Del narcisismo a la solidaridad

          Los expertos señalan que vivimos en una cultura marcadamente narcisista. Lo cual parece confirmarse cuando dirigimos la mirada hacia gran parte de los líderes políticos en la mayor parte del mundo. Si, en una forma u otra, los políticos son un reflejo de la sociedad en la que aparecen, el retrato no deja lugar a dudas.

          El narcisismo funciona como un mecanismo de defensa que busca protegernos de nuestra propia inseguridad y que, en su vertiente neurótica, hace que la persona y los colectivos vivan girando constantemente en torno a sus necesidades, sus miedos y sus intereses.

          En este sentido, el narcisismo es el reverso de la consciencia de unidad. Una personalidad narcisista es incapaz de sentir empatía y compasión: ¿cómo habría de vivir solidaridad? Las sociedades narcisistas buscan protegerse y asegurar su propio bienestar por encima de cualquier otro objetivo y a costa, si es necesario, del sufrimiento de otros.

          Con lo cual, el cambio global al que nos invita esta crisis solo será posible si nace de una nueva consciencia colectiva, de la comprensión de la unidad que somos.

          En lenguaje espiritual, eso significa reconocer que cada cual nos estamos experimentando en una persona única e irrepetible, pero que nuestra identidad es solo una y la misma. Así como todas las gotas son solo formas que el agua adopta, nosotros somos igualmente formas en las que la consciencia –vida o presencia consciente– se despliega. Por eso puede afirmarse con razón que no somos iguales, pero somos lo mismo. Nos falta integrarlo experiencialmente y vivir en coherencia con ello.

          Si me reduzco a la “gota”, es probable que vea a todas las demás como rivales y eso me lleve a protegerme, aislarme o imponerme sobre ellas. Si, por el contrario, me reconozco como “agua”, sentiré que lo que le sucede a cada gota me está sucediendo a mí mismo.

          La creencia de que somos un yo separado nos encierra y mantiene en el miedo. La comprensión de que compartimos la misma identidad –el paso de la consciencia de separatividad a la consciencia de unidad– nos expande, modifica radicalmente nuestra mirada y da un giro de ciento ochenta grados a nuestro modo de tratarnos y de actuar en el mundo.

          ¿Qué somos? –se preguntaba el sabio Raimon Panikkar–: ¿la gota de agua o el agua de la gota? La respuesta adecuada solo puede ser una: las dos cosas. Aunque de una forma asimétrica, si se me permite la imagen. La “gota” es nuestra personalidad; el “agua”, nuestra identidad.

          Dicho con otra metáfora: somos agua con un contorno delimitado. La identidad es el agua (H2O) pero, siendo agua, nos estamos experimentando en el “contorno” concreto de nuestra persona.

          La sabiduría consiste en vivir en la forma –como personas– desde la conexión profunda con lo que realmente somos. Esa es la consciencia de unidad, de donde brota empatía, compasión, solidaridad, comunión…, la única “tierra” de donde habrán de brotar una sociedad y una humanidad nuevas.