SIERVOS INÚTILES

Comentario al evangelio del domingo 5 octubre 2025

Lc 17, 5-10

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor contestó: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «Enseguida, ven y ponte a la mesa?». ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo y después comerás y beberás tú?». ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros. Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer»”.

SIERVOS INÚTILES

De entrada, parece haber una doble razón para sublevarse ante la afirmación de que somos “siervos inútiles”. Por un lado, el sentimiento de nuestra propia autonomía y de la libertad que nos atribuimos; por otro, el recuerdo de dolorosas experiencias históricas en las que la persona se sintió aplastada, de un modo u otro, por un mensaje mal entendido de “negarse a sí mismo”. Con tales premisas, se entiende que el ser humano se rebele visceralmente ante afirmaciones de ese tipo. Y, sin embargo, si se mira bien, la verdad que encierra es innegable.

Lo que explica esta aparente contradicción no es otra cosa que la paradoja que nos constituye. En el plano de las formas -o psicológico-, desde la afirmación radical del valor de la persona, cualquier modo de sometimiento es insoportable. Pero eso no está reñido con el hecho de que, desde el plano profundo -o espiritual-, desde una comprensión que trasciende la mente, vengamos a reconocer que, en nuestra verdadera identidad, no somos el yo separado con el que solemos identificarnos y que presume de su libertad y autonomía, sino un mero cauce por el que la vida se expresa.

Yo y vida: he ahí las dos dimensiones de nuestra paradoja. O de otro modo: determinismo y libertad. Lo primero que reclama la paradoja es no olvidar ninguna de sus dos dimensiones, ya que tal olvido nos alejaría irremediablemente de nuestra verdad.

Somos vida expresándose y desplegándose en un yo particular. Un yo que se sostiene en la creencia en el libre albedrío, pero que, en realidad, no es sino un objeto que la vida -el único sujeto realmente real- dirige a su antojo. Tratarlo de “objeto” no significa negar su valor ni propugnar su descuido, sino sencillamente reconocerlo en el lugar que le corresponde.

Desde la comprensión, saberse “siervo inútil” significa reconocer la propia persona como un cauce de la vida, reconocimiento que se traduce de manera inmediata en desapropiación -el cauce no retiene el agua que lo recorre- y en gratitud -todo lo que te parece tener, en realidad, lo estás recibiendo de manera permanente-. Reconocerte como “siervo inútil” no niega tu valor ni aboga por ningún tipo enfermizo de autonegación. Al contrario, te hace comprenderte en tu verdad completa y te introduce, ahora sí, en el reino de la libertad incondicionada.

EL ENGAÑO DE UN YO HACEDOR

En un video reciente, publicado por el canal de YouTube -autodenominado “Divulgación” y titulado “No es que tú veas…, hay ver: no es que tú vivas…, hay vida; el resto es la mente reclamando autoría”-, se expone, en una síntesis sencilla, la falta de consistencia del yo:

“Todo el mundo dice: «Yo veo, yo escucho, yo siento». Pero, antes de que aparezca ese yo, ya estaba el ver, ya estaba el escuchar, ya estaba el sentir.

La mente se apropia de lo que ocurre y se sitúa como protagonista. Es su truco favorito: convertir el simple hecho de percibir, en la historia de un hacedor que percibe.

No es que haya alguien mirando el mundo; hay percibir y eso es todo. Pero la secuencia de pensamientos -esa narración incesante que se superpone a lo que ocurre- crea la ilusión de autor, un testigo personal que vive la vida y la controla.

Cuando ves que ese autor nunca ha estado ahí, no pasa nada nuevo. Lo que ya ocurría sigue ocurriendo. El corazón sigue latiendo, las nubes siguen moviéndose, las conversaciones siguen fluyendo.

La diferencia es que ya no está el parásito mental diciendo: «Yo lo hago» o «Me está pasando a mí». Y entonces, sin historia personal que sostener, lo que queda es simple, silencioso y obvio: la vida viéndose a sí misma sin nadie en el centro. Y eso es todo”.

EL RICO INNOMINADO Y ENTERRADO

Comentario al evangelio del domingo 28 septiembre 2025

Lc 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles se lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas». Pero Abrahán la contestó: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a la vez los males; por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre vosotros y nosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros». El rico insistió: «Te ruego, entonces, Padre, que mandes a Lázaro a casa de mi Padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento». Abrahán le dice: «Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen». El rico contestó: «No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán». Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto»”.

EL RICO INNOMINADO Y ENTERRADO

Algo que caracteriza a esta parábola son los contrastes que introduce. Mientras del pobre se nos dice que se llamaba Lázaro (El-eazar = Dios ayuda), el rico carece de nombre. Si del primero se afirma que “fue llevado al seno de Abraham” -el lugar de la vida-, del segundo se dice simplemente que “fue enterrado”.

El mensaje inmediato parece claro: quien no ve al otro como a sí mismo, ha perdido su identidad y se halla ya muerto en vida. Porque del rico no se dice que hiciera un daño positivo; simplemente, no vio -ni siquiera vio- a quien estaba a su lado padeciendo necesidad.

Vivimos en tanto en cuanto somos capaces de ver al otro como a nosotros mismos. Y eso no lo hacemos para “llegar al cielo” o evitar “el lugar de los tormentos”, sino porque se corresponde con la verdad de lo que somos.

Es nuestra ceguera la que nos hace crear abismos insalvables. Solo el amor, al ser coherente con nuestra verdad, construye puentes que nos permiten a todos transitar, sentirnos libres y vivir en plenitud.      

EL VALOR DE LA ASTUCIA

Comentario al evangelio del domingo 21 septiembre 2025

Lc 16, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido». El administrador se puso a echar sus cálculos. «¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa». Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi amo?». Este respondió: «Cien barriles de aceite». Él le dijo: «Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe “cincuenta”». Luego dijo a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?». Él contestó: «Cien fanegas de trigo». Le dijo: «Aquí está tu recibo: Escribe “ochenta”». Y el amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. Y yo os digo: “Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.

EL VALOR DE LA ASTUCIA

Las parábolas, como los sueños, no dicen lo que parece en una primera mirada. No importa el relato ni cabe una lectura literalista. Su objetivo es apuntar hacia un mensaje de sabiduría, que es preciso tener en cuenta.

En esta que leemos hoy se hace un elogio de la astucia, entendida como la capacidad de poner todos los medios a nuestro alcance para descubrir, llegar y permanecer en “casa”.

La casa es una metáfora de nuestro hogar interior, es decir, de nuestra verdad profunda. Y la parábola nos invita a cuestionarnos si, realmente, estamos poniendo todos los medios para habitarla conscientemente o, por el contrario, nos conformamos o resignamos en un “seguir tirando” que puede resultarnos más cómodo.

La astucia nos hace replantearnos la situación y lo que estamos haciendo en ella, nos moviliza, nos lleva a indagar y a poner todo nuestro empeño para llegar a comprender lo que somos y vivir en coherencia con ello.