EL AMOR, NUESTRO MAESTRO INTERIOR

Comentario al evangelio del domingo 25 mayo 2025

Jn 14, 23-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.

EL AMOR, NUESTRO MAESTRO INTERIOR

En un comentario anterior traté de mostrar el amor como criterio de verdad. El amor constituye el test por antonomasia que nos permite verificar la verdad o no de lo que pensamos, decimos y hacemos.         

Y lo es, no por un capricho arbitrario, sino porque solo cuando se vive en amor, se tiene la garantía de vivir en la verdad de lo que somos, no girando en torno al propio ego, en una imaginaria consciencia de separatividad, creada por la mente, sino anclados en la consciencia de unidad, sabedores de compartir el mismo y único fondo de lo real.

“Maestro interior” es otro de los nombres de lo que realmente somos, ese fondo único que se manifiesta a través de la intuición como guía certera de nuestra existencia. Sabemos que la intuición no yerra nunca. Sin embargo, podemos errar nosotros al tomar como intuición lo que fuera solo una idea, un deseo o un capricho de nuestra mente. Pues bien, junto con otros que nos permitan detectarlas con lucidez, a la hora de discernir la verdad de la intuición, encontramos un criterio en el amor. Eso que me parece ser una intuición, ¿nace del amor, es decir, de la consciencia de unidad o, por el contrario, persigo algún interés con ello?

La intuición -a diferencia del razonamiento- siempre nos sorprende, se halla dotada de un dinamismo que impulsa a la acción y tiene el signo de la gratuidad o desapropiación. Su objetivo no es alimentar el ego, sino trascenderlo. Si resumimos todos esos rasgos en un solo solo, podría decirse así: la intuición nace del amor, entendido como certeza de no-separación. De ahí que, cuanto más vivamos de manera consciente el amor que somos, con mayor claridad notaremos que somos conducidos por la certera luz interior.

TODO OTRO ES NO-OTRO DE MÍ

Comentario al evangelio del domingo 18 mayo 2025

Jn 13, 31-35

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: y pronto lo glorificará). Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.

TODO OTRO ES NO-OTRO DE MÍ

¿Por qué me resulta tan difícil ver y vivir a la otra persona como no-separada de mí? O de otro modo: ¿qué me hace vivir encapsulado en los límites de mi personaje, ignorando la identidad común que compartimos?

La respuesta la encontramos en el momento evolutivo de nuestra especie y en el proceso de socialización.

Como especie, nos hallamos en una etapa del proceso evolutivo en el que no es fácil desidentificarse de la mente y, en consecuencia, del yo. En esta etapa sigue predominando el estado mental, que nos hace tomar como real solo aquello que la mente puede percibir. Y esta únicamente puede percibirnos como un yo particular, bien delimitado y separado de todo lo que no soy yo. Y donde hay identificación con el yo, hay miedo y tensión, ansiedad, insatisfacción, insaciabilidad y necesidad constante de auto-reafirmación.

Por lo que se refiere al proceso de socialización, es preciso entender que el niño es pura necesidad, en todos los sentidos. En concreto, para lo que aquí nos interesa, es necesidad de reconocimiento, de seguridad y de confianza. Cuando tal necesidad no encuentra respuesta adecuada, surgen de manera inevitable diferentes mecanismos de defensa -desde la agresión a la huida-, corazas de todo tipo, que fácilmente se convierten en una armadura rígida, la cual viene a constituir una segunda personalidad. Desde muy temprano, el niño se identifica con esa armadura porque piensa que, sin ella, corre peligro.

Si a eso se le añade el mensaje que recibe de todo su entorno y que le hace identificarse con su yo particular, se han creado las condiciones perfectas para que la persona se autoperciba como ese mero yo y viva amurallada, de una manera radicalmente egocentrada.

Dado que se trata de un error, no podremos dejar de advertir que algo chirría en nuestro interior. De entrada, no sabremos qué es, pero algo -en particular, el sufrimiento inútil- nos dice que vivimos equivocados. Será necesario todo un proceso de desaprender para poder comprender que, en nuestra identidad, no somos el yo con el que nos habíamos identificado, sino eso que observa o que es consciente de todos los movimientos cambiantes del yo, la consciencia una. Por lo que, al experimentarme como consciencia -llevando la atención a eso que, en “mí”, consciente-, descubro que esa consciencia que soy es lo que son en realidad todos los seres. La luz que brota de ahí contiene un mensaje inequívoco: si todo ser es no-otro de mí, solo acertamos cuando amamos.

UN DIOS SEPARADO NO EXISTE

Comentario al evangelio del domingo 11 mayo 2025

Jn 10, 27-30

En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno”.

UN DIOS SEPARADO NO EXISTE

Un mecanismo característico de la mente es la proyección, que la lleva a crear imaginarios antropocéntricos, es decir, dotados de rasgos humanos. En el campo religioso, tal mecanismo ha dado como resultado la creación de dioses (y diosas) a la medida humana. Dios aparecía así como un ser (o yo) separado, adornado con nuestras mismas cualidades, aunque en grado superlativo.

Las personas sabias, sin embargo, siempre han afirmado otra cosa. Lo que vivió el propio Jesús –“El Padre y yo somos uno”–, lo han vivido los místicos, aunque pocos lo hayan expresado de ese modo. Recojo algunas afirmaciones destacadas: “El fondo de Dios y mi fondo son el mismo fondo” y “Dios y yo somos uno” (Maestro Eckhart); «Amor [así acostumbraban nombrar a Dios las beguinas] y esas Almas son una misma cosa y no dos” (Marguerite Porète); “Mi yo es Dios: no me conozco otra identidad que Dios” (Santa Catalina de Génova); “¡Vedlo! Soy Dios. ¡Vedlo! Estoy en todas las cosas. ¡Vedlo! Hago todas las cosas” (Juliana de Norwich); “En mi ser esencial, Yo, por naturaleza, soy Dios” (Jan van Ruysbroeck).

Pero, por lo general, los seguidores de Jesús no comprendieron el mensaje que se lee en el evangelio de hoy. Lo que hicieron fue “divinizar” a Jesús y pensar que una afirmación de ese tipo únicamente podía referirse a él, ignorando algo básico desde la comprensión no-dual: lo que es Jesús, lo somos todos.

Hace poco tiempo recibí un correo de un hombre a quien no conozco, en el que, refiriéndose a los años de su juventud pasados en un seminario, expresaba lo siguiente: “Lógicamente de esto hace muchos años, pero en mi interior no veía a Dios como una persona distinta a nosotros sino todo lo contrario, pero no podía decirlo ni insinuarlo en aquellos entornos… Pero yo creía que Dios no podía ser alguien tan distante y distinto a nosotros mismos. Sentía lo mismo que tú expresas en tus libros, pero no le sabía poner nombre: NO DUALIDAD”.

Un dios separado no existe, porque en la realidad no existe separación alguna. Esto es un dato reconocido por la filosofía (piénsese en Alfred Whitehead) y por la misma ciencia (la física cuántica y su principio de interrelación: los experimentos del premio Nobel de física en 2022, Alain Aspect y las explicaciones de Carlo Rovelli). No existen cosas (separadas), sino procesos, es decir, interrelación absoluta. Nada puede quedar fuera de la única Totalidad. Todo es relación, es decir, todo es amor.

EL AMOR, CRITERIO DE VERDAD

Comentario al evangelio del domingo 4 mayo 2025

Jn 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dijo: “Me voy a pescar”. Ellos contestaron: “Vamos también nosotros contigo”. Salieron y se embarcaron, y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Ellos contestaron: “No”. Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al salir a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dijo: “Traed de los peces que acabáis de coger”. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes; ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: “Vamos, almorzad”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer dijo Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dijo: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”.

EL AMOR, CRITERIO DE VERDAD

En alguna tradición amerindia, se indicaba que “si no quieres errar, toma el camino de la compasión”. En realidad, todas las tradiciones espirituales han señalado el amor como criterio de verdad. El Buddha resumía su mensaje en estas palabras: «Hacer el bien, evitar el mal y purificar el corazón». Por su parte, Jesús de Nazaret, remitiéndose a su propia experiencia (“Amaos unos a otros como yo os he amado”), indica el mismo camino: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Sin embargo, en la práctica, las religiones han solido utilizar otros criterios bien diferentes: el cumplimiento de las normas, la obediencia, la autoridad, el interés de la propia institución religiosa, el poder jerárquico, el beneficio…

En el ámbito espiritual ha ocurrido algo parecido. Parecía valorarse, por encima de todo, el supuesto nivel de “iluminación” de las personas, su conocimiento, su carisma, el número de seguidores o discípulos, las obras que llevaban a cabo…

La experiencia, sin embargo, nos muestra que cualquiera de esos criterios puede resultar engañoso y perjudicial, porque todos ellos se prestan con facilidad a ser utilizados e incluso retorcidos por el ego. Con las mejores palabras y las más sofisticadas justificaciones, el ego busca siempre su propio beneficio, apropiándose de todo aquello que pueda dotarlo de una sensación de ser “alguien” o de ser “más que” los demás.

De ahí que el criterio de verdad, aquel que desnuda o desenmascara cualquier autoengaño, solo puede ser el amor. Porque el amor, al tiempo que nos sitúa en la consciencia de unidad -amar es certeza de no separación-, requiere que el yo se haga a un lado, se quite de en medio. El amor es la fuerza que nos desegocentra y solo quien vive desegocentrado se halla en la verdad.

Tenía razón aquel monje del desierto cuando, al preguntarle un discípulo por una clave para no equivocarse en el camino espiritual, le contestó: “Estarás seguro de no engañarte en el camino espiritual cuando no juzgues nunca a nadie”.

Y acertaba también de pleno el anónimo autor de La nube del no saber, en el siglo XIV, cuando escribía: “Con respecto al orgullo, el conocimiento puede engañarnos con frecuencia, pero el afecto delicado y dulce no te engañará. El conocimiento tiende a fomentar el engreimiento, pero el amor construye. El conocimiento está lleno de trabajo, pero el amor es quietud”.