Comentario al evangelio del domingo 8 junio 2025
Jn 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
VIVIR EN EL GOZO
La tradición cristiana afirma que el gozo es el gran don del Espíritu. De hecho, algunos de los primeros escritores cristianos nombraban al Espíritu como “El gozo de Dios”. Lo que no queda tan claro es el modo como llegar a vivirlo o las condiciones que se requieren para estar disponibles al mismo.
De entrada, me parece que la condición básica para acceder al gozo es el silencio de la mente. Sin estar acallada, la mente nos sitúa de manera automática en el modo hacer. Pero el gozo no se halla en lo que hacemos, sino en lo que somos. Y únicamente vivimos en modo ser en la medida en que nuestra mente permanece silenciada.
No es difícil comprobar que la mente se halla habitualmente en conflicto con la realidad, porque nunca termina de estar satisfecha. Desearía más bien que las cosas fueran de otro modo. Siempre gira con la idea de que tendría que añadir o quitar algo a cualquier circunstancia que le toca vivir. Por ese motivo, no puede nunca parar: el no-gusto con lo real la lleva a estar todo el tiempo deseando modificarlo. Lo que consigue con ello no es sino aumentar la ansiedad, la insatisfacción y, finalmente, el estrés, que la aleja de la paz y del gozo.
Sin embargo, todos podemos también experimentar que, en nosotros, por debajo de toda esa hiperactividad mental, hay un “lugar” al que le basta con, simplemente, ser. No necesita estar haciendo constantemente, porque no está en conflicto con nada. Sencillamente, es.
Y se descubre entonces una paradoja admirable. Cuando vivimos en modo ser, no se cae en la inactividad. Desde ahí, constatas que aumenta el dinamismo y la creatividad. Pero constatas también que no nacen ya de la ansiedad y del conflicto con la realidad, sino desde la fuente misma de la vida que se despliega armoniosamente.