Comentario al evangelio del domingo 18 mayo 2025
Jn 13, 31-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: y pronto lo glorificará). Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.
TODO OTRO ES NO-OTRO DE MÍ
¿Por qué me resulta tan difícil ver y vivir a la otra persona como no-separada de mí? O de otro modo: ¿qué me hace vivir encapsulado en los límites de mi personaje, ignorando la identidad común que compartimos?
La respuesta la encontramos en el momento evolutivo de nuestra especie y en el proceso de socialización.
Como especie, nos hallamos en una etapa del proceso evolutivo en el que no es fácil desidentificarse de la mente y, en consecuencia, del yo. En esta etapa sigue predominando el estado mental, que nos hace tomar como real solo aquello que la mente puede percibir. Y esta únicamente puede percibirnos como un yo particular, bien delimitado y separado de todo lo que no soy yo. Y donde hay identificación con el yo, hay miedo y tensión, ansiedad, insatisfacción, insaciabilidad y necesidad constante de auto-reafirmación.
Por lo que se refiere al proceso de socialización, es preciso entender que el niño es pura necesidad, en todos los sentidos. En concreto, para lo que aquí nos interesa, es necesidad de reconocimiento, de seguridad y de confianza. Cuando tal necesidad no encuentra respuesta adecuada, surgen de manera inevitable diferentes mecanismos de defensa -desde la agresión a la huida-, corazas de todo tipo, que fácilmente se convierten en una armadura rígida, la cual viene a constituir una segunda personalidad. Desde muy temprano, el niño se identifica con esa armadura porque piensa que, sin ella, corre peligro.
Si a eso se le añade el mensaje que recibe de todo su entorno y que le hace identificarse con su yo particular, se han creado las condiciones perfectas para que la persona se autoperciba como ese mero yo y viva amurallada, de una manera radicalmente egocentrada.
Dado que se trata de un error, no podremos dejar de advertir que algo chirría en nuestro interior. De entrada, no sabremos qué es, pero algo -en particular, el sufrimiento inútil- nos dice que vivimos equivocados. Será necesario todo un proceso de desaprender para poder comprender que, en nuestra identidad, no somos el yo con el que nos habíamos identificado, sino eso que observa o que es consciente de todos los movimientos cambiantes del yo, la consciencia una. Por lo que, al experimentarme como consciencia -llevando la atención a eso que, en “mí”, consciente-, descubro que esa consciencia que soy es lo que son en realidad todos los seres. La luz que brota de ahí contiene un mensaje inequívoco: si todo ser es no-otro de mí, solo acertamos cuando amamos.