Semana 7 de febrero: LAS CREENCIAS SON MAPAS MENTALES

EUTANASIA, CREENCIAS Y VERDAD

4. LAS CREENCIAS SON MAPAS MENTALES

Me parece que la frontal oposición religiosa a la eutanasia nace de la creencia según la cual la vida pertenece a Dios de manera exclusiva y solo él puede decidir cuando acaba.

          Desde mi particular perspectiva, tal creencia adolece de una imagen de la divinidad que nació hace unos milenios en un nivel de consciencia determinado, pero que, a los ojos de muchos de nuestros contemporáneos, resulta no solo antropomórfica, sino incluso infantil. Por ella se atribuye a Dios el modo como los humanos entendemos, tanto la propiedad y el “dominio”, como la voluntad, olvidando que ese dios antropomorfo no es sino una construcción y proyección de la propia mente.

          Con todo, mientras aquella imagen se asume, la conclusión solo puede ser una: si Dios es el dueño de toda existencia y el único administrador de nuestro destino, decidir poner fin a la misma es siempre y sin excepción un pecado gravísimo contra el “único dueño”, en cuanto rebeldía de la criatura contra el creador.

          Desde aquella creencia, se tildará de “asesinos” a quienes de una u otra forma promuevan la eutanasia. Sin más argumentación y sin posibilidad de poner mínimamente en duda la propia postura.

       ¿Dónde radica el hecho que hace imposible diálogo? Me parece que la respuesta es simple: la absolutización de la creencia, pretendiendo que sea aceptada de manera axiomática e incuestionable. ¿Cómo podría ser posible el diálogo con quien se considera en posesión de la verdad, de una “verdad” que presume, además, de haber sido revelada por Dios mismo?

        Desde una comprensión más amplia, parece que, en ese discurso, se produce un salto inadecuado en el momento preciso en que se identifica lo que es una creencia con la verdad misma.

          Se olvida entonces que toda creencia es solo un constructo mental, una idea determinada a la que se ha dado adhesión. Una creencia no es un hecho, como tampoco es una verdad caída del cielo. Es, sencillamente, una lectura determinada que un conjunto de personas han asumido como verdadera.

          Ahora bien, una vez asumida, una creencia parece otorgar una potente sensación de seguridad –como veremos más adelante–, por lo que no resultará fácil cuestionarla. De hecho, cuestionar nuestras creencias más arraigadas requiere mucho coraje… y mucha humildad, porque implica aceptar que hemos podido estar equivocados toda la vida.

      Eso explica que, en lugar de cuestionarlas o de relativizarlas, se adopten posicionamientos que nacen, no tanto de la búsqueda honesta de la verdad, cuanto de la necesidad de sostener la propia creencia.

          La búsqueda de la verdad resulta en la práctica imposible cuando alguien se cree ya en posesión de la misma. En tal caso, no puede buscarse sino, como mucho, desear “comunicarla” a los demás, a quienes no la conocen o comparten. No es extraño que las diferentes confesiones religiosas hayan acentuado su llamada “dimensión misionera” e incluso el proselitismo, nacido de la convicción de que debían aportar “la verdad” al mundo.

        Frente a la absolutización de la creencia y a la pretensión de poseer la verdad, parece evidente que la búsqueda honesta de la verdad implica renunciar –poner entre paréntesis– a toda creencia previa.

        No se discute la legitimidad de que cada persona mantenga las creencias que desee; lo que se cuestiona es que cualquier creencia pretenda absolutizarse y presentarse como si fuera la verdad misma, en un salto que parece a todas luces inadecuado.

       Porque la verdad no es un concepto o un conjunto de conceptos donde estuviera expresada y delimitada. Los conceptos –las ideas, los dogmas, las creencias– no son nada más que interpretaciones mentales recibidas de –o escuchadas a– otros. Pensar es barajar esas opiniones de mil maneras diferentes. Pero a la verdad no llegaremos nunca pensando, sino acallando el pensamiento, tal como expresara con acierto Jiddu Krishnamurti: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”.