Decía un filósofo recientemente que todo aquello que nazca del ego, aun con la mejor intención, no conseguirá sino incrementar la locura del mundo. Porque el ego (yo) imprime necesariamente su propio sello, hecho de deseos y miedos, que antes o después harán acto de presencia. Se trate de un “yo cómodo” o de un “yo comprometido”, ninguno de ellos transformará la realidad; ambos son narcisistas –yo es sinónimo de narcisismo- y no podrán llevarnos más allá de su propia irrealidad.
Por tanto, todo aquello que no nos ayude a desidentificarnos del yo, gracias a la comprensión de que no somos él, tendrá un recorrido muy corto. Y, con frecuencia, no hará sino alimentar el ego y reducir nuestra visión y nuestro comportamiento a su medida.
Mucha gente religiosa se pregunta qué ha sucedido para que, a la vez que aumenta la desafección hacia la institución religiosa o la religión en general, crezca intensamente la búsqueda espiritual. Algunos llegan incluso a señalar el narcisismo como origen de una búsqueda que caracterizan como “intimista” o egoica.
Sin embargo, quienes se comprometen en un camino espiritual aprenden pronto que la búsqueda ni es cómoda ni es intimista, sino que supone una revolución que trastoca a la persona por entero, desnudándola de todo aquello a lo que se había aferrado y abriéndola a los otros y a lo otro. En mi opinión, entre muchos factores de diverso tipo que no es posible ahora enumerar, un motivo no menor que explica el “deslizamiento” desde la religión institucional hacia la espiritualidad no religiosa tiene que ver con el “contenido” que ofrece la propia religión: pareciera que hemos llegado a un punto en que las personas no desean aprender el catecismo –apoyarse en un sistema de creencias que sostienen al yo-, sino experimentar la verdad.
Pero es justo aquí donde me parece advertir una mayor dificultad precisamente para personas religiosas. La adhesión a sus creencias, que han identificado con “la verdad”, les hace difícil, si no imposible, la apertura limpia y desnuda a la misma. Quien cree poseerla –en la idea, además, de que es “revelada”- se está negando, de hecho, la misma posibilidad de hallarla.
Algo parecido puede ocurrir con el “compromiso”. Con frecuencia, la persona religiosa da por hecho que es “comprometida”, por lo que no es fácil que ponga en cuestión su vivencia.
Finalmente, el camino espiritual requiere de un despojo, desapropiación o desidentificación progresivos. Ciertamente, esto resulta una tarea sumamente ardua para una personalidad narcisista. Pero también aquí la persona religiosa encuentra un hándicap inconsciente, que consiste en el hecho de dar por supuesto que ella ya ha vivido aquella renuncia. Con lo cual, es probable que permanezca aferrada a la “seguridad” que le aportan sus creencias y se cierre a lo que el camino espiritual requiere.
Por todo ello, más allá de discusiones teóricas, me parece que lo realmente decisivo se juega en crecer en comprensión de lo que realmente somos.
Será esa misma comprensión la que nos haga ver la realidad y nuestras antiguas creencias con una luz nueva. El camino pasa por la desidentificación del yo y de sus apegos, conectando con nuestra verdadera identidad, aquella en la que nos reconocemos uno con todos los seres. De la comprensión brotará el compromiso en forma de compasión.
Lo que me parece claro es que lo importante no son las creencias –o no creencias- que cada cual pueda tener, sino el nivel de consciencia desde el que nos vivimos. La pregunta decisiva, por tanto, no es ¿qué creencias tengo?, sino ¿desde dónde me vivo?
Si vivo desde la mente, poco importa que adopte unas creencias u otras; no habré salido del estado mental, caracterizado por una creencia errónea acerca de quien soy. Solo si soy capaz de tomar distancia de la mente, podré vivir en un estado de presencia: habré salido de la consciencia de separación radical para experimentar la consciencia de unidad con todo y con todos. Esto es lo que permite superar el narcisismo porque, a diferencia de lo que ocurre en el estado mental, en el estado de presencia el yo se disuelve por completo. Ello significa que jamás podremos resolver el narcisismo desde la mente, sino tomando distancia de ella, hasta reconocer que no somos el yo que la mente piensa, sino la presencia (consciencia) que compartimos con todos los seres.