LA PALABRA (LOGOS), METÁFORA DE LO REALMENTE REAL

Comentario al evangelio del domingo 4 enero 2026

Jn 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Este es de quien dije: el que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”. Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

LA PALABRA (LOGOS), METÁFORA DE LO REALMENTE REAL

 “En el comienzo era la Palabra, y la Palabra era con Dios y la Palabra era Dios”: con esta proclamación solemne, se inicia el evangelio de Juan. Ahora bien, esta declaración es un eco casi exacto de un verso del Rig Veda: “En el comienzo era Brahman, con quien era la Palabra y la Palabra era realmente el supremo Brahman”. De hecho, la filosofía de la Palabra puede ser rastreada en sus diferentes formas y modificaciones, desde las antiguas Escrituras hindúes, pasando por las enseñanzas de Platón y los estoicos, hasta Filón de Alejandría y el autor del cuarto evangelio.

Palabra, Logos, Brahman… son términos que, más allá del origen geográfico o cultural de cada uno de ellos, apuntan a aquello que trasciende el mundo de las formas u objetos, aquello que, siendo lo único que permanece, es lo realmente real.

Con lo cual, la sabiduría ancestral no está proponiendo una creencia que asumir, sino una pista en la que indagar. ¿Qué es aquello que, en medio del cambio constante, permanece inmutable? ¿Qué es aquello que, en medio de variaciones de todo tipo, permanece siempre idéntico a sí mismo? Eso, solo eso, es lo único realmente real.

El problema surge cuando, llevados por el modo de funcionar de la mente, objetivamos esa realidad y, aun sin ser conscientes de ello, la convertimos en “algo”, en otra forma u objeto más, por más que lo llamemos “Dios” y lo escribamos con mayúscula. Lo realmente real es inobjetivable, carece de forma y no puede nombrarse adecuadamente. Únicamente puede percibirse y experimentarse como ese “más” que nos habita -constituye nuestra identidad última- y anhela vivirse en nosotros. Para percibirlo, necesitamos entrenarnos en silenciar la mente y ponernos a la escucha: ¿qué hay en mí más allá de todo aquello que puedo observar y nombrar?

“En todos nosotros -escribía José Saramago-, hay algo que no tiene [no puede tener] nombre. Eso es lo que somos”.