Comentario al evangelio del domingo 3 agosto 2025
Lc 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno del pueblo a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Él contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”. Y dijo a la gente: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: «Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida». Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?». Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios”.
CUANDO SOMOS NECIOS
Habitualmente, se utiliza el término “necio” como sinónimo de “estúpido”. De hecho, esa es una de las acepciones que presenta el Diccionario de la RAE. Sin embargo, en su etimología, alude directamente a la ignorancia más radical.
En latín, “nescio” es la primera persona del indicativo del verbo “nescire”, que significa no saber o ignorar. En consecuencia, el significado del término, en la parábola de Jesús, es obvio: quien se hace daño a sí mismo o hace daño a los demás es necio –“nescius”, en latín-, es decir, profundamente ignorante.
En nuestro medio cultural, por diferentes motivos, han terminado instalándose varias creencias completamente erróneas y de consecuencias funestas. Entre ellas, pueden destacarse tres: la creencia en la culpa, en la necesidad del castigo y en la maldad connatural al ser humano. Esta última -que hunde sus raíces también en otra creencia, nefasta en sus consecuencias: la del llamado “pecado original”- ha culminado en la extendida convención cultural de que el ser humano obra el mal porque es malo. De ese modo, se viene a concluir que el mal que percibimos a diario, en nosotros mismos y en los demás, y que llega a ser literalmente monstruoso en ocasiones, es fruto de la maldad humana.
Frente a esta creencia, las tradiciones sapienciales han afirmado que el ser humano se halla constitutivamente orientado hacia el bien. Y que cada persona, en todo momento, hace lo mejor que sabe y puede, de acuerdo con su mapa mental. El mal, por más grave que sea, es siempre hijo de la ignorancia, entendida esta en su sentido más radical y profundo, que hace referencia, no solo a no saber lo que se hace, sino a no saber lo que somos. De ahí que aquellas conocidas palabras que el evangelista Lucas pone en boca de Jesús crucificado, refiriéndose a sus verdugos -“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”-, significan, en realidad, “perdónalos porque no saben lo que son”. Esta es la ignorancia que nos hace vivir de manera necia, generando daño y sufrimiento, en nuestras relaciones interpersonales y en las relaciones entre países y pueblos, con tomas de decisiones crueles, inhumanas e incluso genocidas.