Semana 11 de abril: LA FÍSICA CUÁNTICA Y EL TIEMPO // Carlo Rovelli

Entrevista de Lluís Amiguet a Carlo Rovelli, en La Contra, de La Vanguardia, 23.07.2020.

https://www.lavanguardia.com/lacontra/20200723/482471796474/somos-vibraciones-fugaces-entre-billones-de-estrellas.html

Carlo Rovelli, que concibió la física cuántica de bucles, publica el libro ‘¿Y si el tiempo no existiera?’.

“Somos vibraciones fugaces entre billones de estrellas”.

Querer saber o creer saber

  • Doctor Rovelli: ¿cree saber y envejece o quiere usted saber y rejuvenece?
  • Para empezar, con los años tengo menos ganas de romperlo todo. Pero yo creo que es al revés: son los jóvenes quienes creen que ya lo saben todo. Porque los mayores hemos ido descubriendo que no sabíamos nada. Cuando era joven, estaba mucho más seguro de mis opiniones. Pero no pierdo la curiosidad. Tengo el problema opuesto: debo esforzarme para contenerla; porque si no, leería todo, iría a todas partes y hablaría con todo el mundo y no acabaría nada. Por eso, a menudo, me sorprendo a mí mismo leyendo un libro que no tiene nada que ver con lo mío y me regaño: “Carlo, para ya, no puedes aprenderlo todo. Deja estar el librito”.

Describa el universo en cinco líneas.

Gran reto. El universo es un lugar inmenso y misterioso, lleno de maravillas insólitas y de una rara belleza. En él hay explosiones gigantescas, arabescos primorosos y arco iris con billones y billones de galaxias y billones y billones de estrellas. Cerca de una de esas estrellas se emiten unas vibraciones fugaces entre tantas: nosotros. Somos nosotros con nuestras ideas, sueños, alegrías y penas y nuestra contemplación atónita de la inmensidad. Somos apenas un destello.

Pero somos.

Somos y queremos saber.

¿Y si el universo fuera un caos del que no podemos saber más de lo que sabemos?

Todo es posible. Pero tendría guasa que fuera precisamente ahora el momento en que ya hemos comprendido todo lo que puede ser comprendido y que nos hubiéramos dado cuenta de que no podemos comprender más. Parece más probable que estemos en la misma situación de siempre: hay cosas que ya hemos entendido y otras que son difíciles de entender, pero las entenderemos.

¿Cuándo?

Es una pregunta que en puridad científica quiere decir también ¿dónde?

¿Por qué?

Mire: ahora tengo dos relojes: uno arriba y otro abajo. Son relojes que cuestan miles de euros por su exactitud. Pues bien, en el reloj de arriba el tiempo pasa más lento que en el de abajo. Y eso es una constatación de lo que observo ahora mismo; no es ninguna teoría.

¿El reloj de arriba está atrasado?

No. Está en otro lugar, es decir, otro tiempo. Otro lugar es otro tiempo. Si ahora pasáramos cerca de una estrella muy densa, el tiempo transcurriría más despacio hasta detenerse; y si nos acercáramos a un agujero negro, tan denso que lo absorbe todo, incluso la luz, el tiempo se detendría; el tiempo dejaría de transcurrir. El “ahora” es una dimensión tan local como el “aquí”; no es global.

¿Por qué nos cuesta tanto entenderlo?

También costó mucho a los clásicos entender que la Tierra giraba, porque sus ojos les decían que estaba quieta. Y hoy, desde cualquier satélite, la vemos girar en el espacio.

Hoy solo hay que creer a tus ojos.

Y, cuando un padre coja una nave espacial y cuando vuelva tras toda una vida de viajes, vea que su hijo es más viejo que él, nos daremos cuenta de que el tiempo es diferente en cada lugar. Y nos lo dirán nuestros ojos.

¿Estamos inmersos en espacio-tiempo?

Piense en una medusa hecha de espacio-tiempo que tiembla y se agita: nosotros estamos dentro. Si nos movemos, cambiamos de espacio y tiempo. Los militares que enviaron los primeros satélites GPS no se lo creían. Y pusieron en ellos dos medidores. El suyo, aún newtoniano; y el otro, con las correcciones de la relatividad de Einstein.

Menos mal.

Sí, porque ahora puede saber dónde está en su móvil gracias a los cálculos de Einstein.

¿Podría entonces ahora estar muerto arriba y vivo abajo?

Eso ya es cuántico. La mecánica cuántica demuestra que las partículas elementales no están aquí, sino que pueden estar aquí y allá.

¿Lo que es está en dos sitios a la vez?

Porque las partículas de la materia que también nos forma a nosotros no están quietas en un sitio, sino que son saltos de una interacción a otra.

¿Pero por qué la realidad parece fija?

Es otra ilusión, como la de ver a la Tierra plana y quieta cuando gira. Es como un lago, que nos parece quieto, pero al microscopio veremos que está hecho de moléculas en constante agitación.

Eso suena muy hippy.

Es que el universo no está hecho de materiales sólidos regidos por leyes invariables, sino de ondas, vibraciones, energías que interactúan constantemente. Hoy intentamos aunar la relatividad y la cuántica. Y yo participé en la teoría de bucles que lo explica.

¿El universo es tan feo como en el modelo estándar con docenas de partículas?

A mí ya me parece armónico que cuanto vemos sea la combinación de solo unas docenas de partículas. Pero, sí, tal vez alguien un día encuentre un orden en ellas. Yo trabajo ahora en la comprensión de las propiedades cuánticas de espacio y tiempo. Aunque es cierto que la teoría general de la relatividad es más bella que el modelo estándar y es una de mis razones para trabajar en ella.

¿Se le ha hecho largo el confinarse?

No confundamos el tiempo de nuestra percepción con el de la física.

¿El dinero público para buscar vida extraterrestre mejor gastarlo en otra cosas?

Nuestra galaxia es tan inmensa que es muy improbable que la vida en la Tierra sea algo único o siquiera especial. Encontrar vida extraterrestre sería tan relevante, al menos, como los descubrimientos de Copérnico o Darwin. Invertir en descubrirla es mucho más rentable que la mayoría de investigaciones científicas en curso.


Libros de Carlo Rovelli:

  • Siete breves lecciones de física.
  • La realidad no es lo que parece. La estructura elemental de las cosas.
  • El orden del tiempo.

¿CREER?

Domingo II de Pascua

11 abril 2021

Jn 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de sus clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomas: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

¿CREER?

 Los relatos de apariciones tienen por objeto alimentar y sostener la fe de los discípulos en la presencia de Jesús resucitado. Son, por tanto, construcciones catequéticas, adaptadas a cada comunidad, elaboradas con aquel objetivo. En ese sentido, constituyen textos fundacionales que habrían de marcar el recorrido de las comunidades.

 El hecho de que sean catequesis obliga a hacer una lectura de las mismas en clave simbólica. No tratan de narrar una crónica histórica, sino de transmitir un contenido de fe o creencias.

 Lo que ocurre es que, en nuestra cultura, las creencias no gozan de mucha credibilidad. Hemos aprendido que todas ellas son construcciones mentales y que tienden a absolutizarse con demasiada facilidad, con el peligro que ello comporta.

 A través de ellas, los humanos han tratado de alcanzar seguridad, aliviar sus miedos y fortalecer su sentido de pertenencia a un grupo. Cumplían, por tanto, una función psico-social de primer orden. Pero los riesgos no eran menores: separación, enfrentamiento, cerrazón, dogmatismo, fanatismo, proselitismo…

 Al reconocer que son solo constructos mentales, quedan automáticamente relativizadas. Dejamos de “poner la fe” en ellas y, como mucho, las entendemos como “mapas mentales” que apuntan a algo que trasciende la mente y que habremos de verificar en nuestra experiencia. Porque, si contienen verdad, necesariamente están hablando de todos nosotros. Y eso es precisamente lo que nos invitan a buscar: la verdad de lo que somos…, más allá de las ideas o creencias que tenemos. Con lo cual, no es extraño que a lo largo del camino veamos cómo van cayendo todas ellas. Y, al caer, nos queda una única certeza: la certeza de ser.

 Se produce entonces un fenómeno paradójico y sumamente ilustrativo: al caer las creencias, crece la libertad interior y la lucidez. Como si hubiera caído un corsé que nos constreñía y eso nos hubiera permitido iniciar un camino de autoindagación.

¿Qué valor doy a las creencias?

Semana 4 de abril: INTEGRACIÓN // Esther Fernández Lorente

“Integración no significa perfección, significa no excluir nada” (Frank Ostaseski).

Todo se integra, aunque, a veces, me cueste verlo.
Nada está excluido de la danza de la vida:
el puño apretado de la rabia,
la mano abierta de la acogida,
el vuelo de los dedos de la delicadeza,
tristeza en la cabeza que se inclina.

Ojos de sorpresa y salto alegre,
irrupción de torpe escorzo en la mentira
cuando el temor se abre a la amenaza
y el amor cicatriza cada herida.

Bailan los labios con el beso apasionado,
rugen las entrañas con la ira,
el miedo agarrota el nuevo paso,
los cauces se estrechan y atoran con la envidia.

Besa la calma el pétalo caído,
la confianza descansa desprendida,
mientras Narciso reclama todas las miradas
y la humildad se expresa en cada sima.

Desciende la introspección por las venas,
la evitación escapa, va con prisa.

Todo se integra en el sí de nuestro abrazo,
la concordia se entrelaza con justicia,
el aislamiento se tiñe de soberbia
y la belleza estalla en cada línea.

Todo está aquí, aceptado, nada sobra,
cada pieza encaja, es a medida,
luces y sombras danzan en este hermoso cuadro,
Hoy lo contemplo y me siento bendecida.

Esther Fernández Lorente.

MORIR, ENTREGARSE A LA VIDA

Domingo de Pascua

4 abril 2021

Mc 16, 1-8

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro?”. Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: “No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”. Ellas salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.

MORIR, ENTREGARSE A LA VIDA

  El relato del evangelio termina de manera abrupta y en cierto modo contradictoria con el mensaje que pretende transmitir. Les anuncian la resurrección de Jesús, les piden que lo transmitan a los discípulos, pero ellas tenían tal miedo que “no dijeron nada a nadie”.

  No sabemos si, con ese final, el autor del evangelio quiso justificar algunos silencios de primera hora. Pero lo cierto es que el miedo se halla directamente relacionado con la muerte.

  Probablemente todos nuestros miedos sean expresión del miedo radical a la muerte. Se despiertan siempre que tememos perder algo y, en definitiva, la muerte, para el yo, significa perderlo todo.

  Algo parece claro: todo lo que nace habrá de morir, y todo lo que aparece, desaparecerá. Es la ley de la impermanencia que rige el mundo de las formas.

  Sin embargo, desde que tenemos noticia, entre los humanos siempre se ha sostenido la idea de que habría de existir algo más allá de la barrera de la muerte. Lo que ocurre es que, con frecuencia, aquella idea (o intuición) se plasmó en imágenes que no eran sino proyección de la vida que conocemos. Hasta el punto de que, en algunos casos, parecía como si la muerte no fuera sino la prolongación del yo, que entraría a vivir así en la eternidad. Sin advertir que, a pesar del temor que la muerte le pueda producir, el yo no podría tolerar un tiempo sin final: una existencia sin límite temporal sería su peor condena.

  Si la muerte es el final de las formas, eso significa que lo único que no muere es aquello que nunca nació, lo sin-forma. Lo que, en nuestro caso, llamamos “identidad”, la sustancia ultima de lo real, Aquello que somos, más allá del cuerpo, de la mente y del yo.

  A mayor identificación con el yo, más miedo a la muerte. En la medida en que crece la comprensión de lo que somos, tal temor desaparece: el yo se ve simplemente como una “forma” que aparece en la espaciosidad atemporal e ilimitada que somos. Cambia o desaparece la forma, permanece la espaciosidad; termina la personalidad, permanece la identidad.

  Somos vida. Pero, frente a la omnipresente trampa de la apropiación, parece necesario insistir en que el sujeto de esa frase no es el yo. De ahí que, hablando con propiedad y rigor, no habría que decir “Yo soy vida”, sino “La vida es yo”. No hablamos de un yo que viviera eternamente, sino de otra identidad que trasciende al yo. En síntesis, la muerte nos pone de manifiesto que no somos el yo que pensamos ser -y que tiembla, con razón, ante la muerte-, sino la vida que se está experimentando temporalmente en este yo, pero que no se reduce en absoluto a él.

¿Cómo me sitúo ante la muerte? ¿Y ante la vida?

Semana 28 de marzo: CUANTO TODO SE TAMBALEA // Jordi CATALÁ

Cuando siento que todo se tambalea
es el momento de apostar por la Vida.
Absolutamente, sin reservas.
No es ella quien está contra mí,
soy yo quien creo estar separado de ella.
Y, desde esta creencia errónea,
me construyo a medida todo un mundo de dicotomías:
yo y la prisión de mi cuerpo,
yo y mis pensamientos,
yo y mis emociones
yo y mis percepciones,
yo y los demás
yo y el mundo
yo y la vida
yo y Dios …
 

Y es de esta percepción extorsionada que nace
la rivalidad,
la insuficiencia,
la escasez,
la angustia,
la desesperación,
el miedo a la muerte,
y todo se tambalea.
 

Cuando apuesto sin reservas por la Vida,
estalla la burbuja del engaño
y sé que soy uno con Ella,
con la única Vida posible
manifestada en un cuerpo,
en unos pensamientos,
en unas emociones,
en unas percepciones,
en otros yo,
en un mundo,
en una Presencia
a quien, a cada instante,
puedo llamar con verdad:
¡Amor mío, Vida mía!

Jordi Catalá.

EL SILENCIO DE JESÚS

Domingo de Ramos

28 marzo 2021

Mc 15, 1-39

Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Él respondió: “Tú lo dices”. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: “¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan”. Jesús no contestó nada más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó: “¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó d<e nuevo la palabra y les preguntó: “¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?”. Ellos gritaron de nuevo: “Crucifícalo”. Pilato les dijo: “Pues ¿qué mal ha hecho?”. Ellos gritaron más fuerte: “Crucifícalo”. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: “¡Salve, rey de los judíos!”. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “La Calavera”), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: “Lo consideraron como un malhechor”. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz”. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo: “A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: “Eloí, Eloí, lamá sabaktaní” (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Mira, está llamando a Elías”. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo: “Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo”. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.

EL SILENCIO DE JESÚS

  En el relato del proceso que culminaría en muerte, llama la atención el silencio de Jesús, apenas roto por una primera respuesta simple y las llamadas “siete palabras”, ya en la cruz; palabras que, seguramente, fueron creadas con posterioridad por los propios evangelistas.

 Sabemos que el silencio puede nacer de distintos “lugares” y encerrar actitudes muy diferentes: del miedo al desprecio, de la cerrazón a la ira contenida. Sin embargo, en una persona sabia como Jesús, el silencio parece estar dotado de una doble intencionalidad: por una parte, significa acallar la mente al haber comprendido la imposibilidad de entender lo que está sucediendo desde el plano mental; por otra, implica una actitud aceptación profunda y de rendición consciente a lo que es.

 Es, con seguridad, el silencio más elocuente: no hay discusión, justificación ni reproche; no hay gemidos de necesidades ni gritos de condena. El yo está acallado. La persona está anclada y viviéndose desde “otro lugar”. Un lugar que se rige por parámetros completamente distintos a aquellos con los que se maneja el ego.

 Tal silencio es elocuente porque no es un mero gesto o comportamiento, sino que manifiesta un estado de ser, en el que la persona, transcendida la identificación con el yo, se comprende y se vive desde su (nuestra) verdadera identidad, ahí donde somos y nos reconocemos en unidad con todo lo que es.

 Decir que el silencio es un estado de ser equivale a afirmar que, en lo profundo, más allá de la locuacidad del mundo mental y su jungla de palabras, pensamientos, emociones y deseos, somos silencio consciente.

 En el estado mental nos debatimos constantemente porque no hacemos sino girar en torno al yo, con sus miedos y sus necesidades, sus frustraciones y sus anhelos… Y el yo siempre va a necesitar explicar, justificar, gritar, condenar, suplicar. Es su modo de funcionar.

 Sin embargo, cuando acallamos la mente y se silencian los pensamientos –cesa nuestra identificación con ellos–, se abre ante nosotros –cada cual puede experimentarlo– una espaciosidad silenciosa que permite la entrada al estado de presencia, en el que se modifican por completo nuestras referencias anteriores. Desde ahí, todo se ve y se vive de manera radicalmente distinta.

 Es un estado de quietud y de luz, de ecuanimidad, de paz y de plenitud. Seguimos notando en nuestra persona todo aquello que la afecta, sigue habiendo sensaciones de todo tipo y movimientos mentales y emocionales. Pero estamos en ese “otro lugar” que, en realidad, es nuestra “casa”, Aquello que somos en profundidad.

 El silencio del sabio queda reflejado –hasta donde el lenguaje puede hacerlo– en estas palabras de Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”.

¿Cuál es mi experiencia de silencio?