Semana 12 de enero: ESCUELA Y CEREBRO // Salman KHAN

“LA ESCUELA TRADICIONAL NO RESPONDE AL FUNCIONAMIENTO DEL CEREBRO”

 Salman Khan, matemático, fundador de la Academia Khan, premio Princesa de Asturias de Cooperación 2019.

Datos tomados de el diario El País, 16 octubre 2019. https://elpais.com/sociedad/2019/10/15/actualidad/1571167287_185798.html

No hay que limitar a los niños con nuestro propio aprendizaje. Han nacido en otro tiempo. Khan, matemático, ingeniero eléctrico e informático formado en Harvard y el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) se estrujó el cerebro para dar con una nueva pedagogía que ayudara a una de sus sobrinasprimas de 12 años a entender las matemáticas. Lo consiguió. “Sin prejuicios ni hábitos adquiridos”, cuenta, porque él nunca había sido docente. Descubrió que la clave era buscar las conexiones con otras áreas. Así identificó el “gran fallo” de la escuela tradicional: el contenido se imparte fragmentado, en temas autoconclusivos. Con todas las conexiones cortadas.

Khan ha conseguido convulsionar el panorama educativo. Desde que creó en 2009 la Academia Khan, una plataforma online gratuita de aprendizaje y sin publicidad (sin ánimo de lucro), más de 72 millones de personas de todo el mundo han seguido alguna de sus 7.000 lecciones en vídeo, unas 100 horas de contenidos que abarcan desde la aritmética básica a la Revolución Francesa. Son distintivos de su modelo pedagógico los llamados mapas de contenidos, un software que encuentra conexiones entre los temas y genera ejercicios de forma automática.

“Es más fácil entender una idea si la puedes relacionar con otra que ya conoces”. Pone un ejemplo; la genética se estudia en Biología y el cálculo de probabilidades en Matemáticas, cuando las dos están estrechamente relacionadas. “Son divisiones que limitan la comprensión y dan una imagen errónea de cómo funciona el universo”, dice en alusión a su libro La escuela del mundo, una revolución educativa (Ariel), donde hace una crítica feroz del sistema educativo.

En su opinión, esa forma de enseñar marca la diferencia entre memorizar una fórmula para un examen —lo que sucede hoy en la escuela— o interiorizar la información y ser capaz de aplicarla una década más tarde.

Si los estudiantes no aprenden a su ritmo, acumulan vacíos

“La escuela tradicional no responde al funcionamiento del cerebro, las redes neuronales funcionan con la asociación de ideas, no con temas estancos”, recalca. Mientras enseñaba matemáticas a su prima Nadia en 2004, dedujo que esta se había perdido la clase en la que se explicó la conversión a unidades. Desde ahí, la niña no levantó cabeza en la asignatura. “Ese es otro de los problemas del aula actual, la mentalidad de que hay que seguir con el temario, respetar el calendario. La repetición es básica para el aprendizaje y en un aula normal no se retrocede hasta que todos los alumnos comprenden; algunos se quedan por el camino”. Porque cada uno, afirma, tiene un ritmo de aprendizaje distinto. “Y si no aprenden a su ritmo, acumulan vacíos”.

El pensamiento analítico es necesario para sobrevivir

Su diagnóstico es que la humanidad está viviendo un punto de inflexión que solo se produce cada 1.000 años, circunstancia que debe propiciar el surgimiento de nuevos modelos educativos sobre una base científica: los “mejores teóricos” de la educación han concluido que la capacidad de atención de los estudiantes oscila entre los 10 y los 18 minutos. Las clases continúan siendo de más de 50 minutos. “¿Por qué esos hallazgos no se han aplicado? El sistema tiende a no hacer caso a hechos biológicos indudables”, remarca en su libro.

¿A qué época se remonta el actual sistema educativo que tanto se resiste al cambio? Khan no duda en su respuesta. El origen de los estándares actuales, “que potencian un aprendizaje pasivo basado en la escucha”, se instauraron en la Prusia del siglo XVIII, con el propósito de formar “ciudadanos leales y dóciles” que aprendieran a someterse a la autoridad de los profesores, los progenitores, la Iglesia y el rey. “Se perseguía acortar el pensamiento independiente, pero ahora vivimos una revolución sin precedentes de la información y esa fórmula ya no vale: el pensamiento analítico es necesario para sobrevivir”.

Para Khan otro de los grandes problemas es que las familias buscan la mejor educación para sus hijos y, en muchas ocasiones, se olvidan del interés y el bienestar de los niños del bloque de enfrente. “Ser egoísta es inherente a la naturaleza humana, pero no es aceptable que solo el 1% de la población entienda lo que está pasando y tenga las herramientas para sobrevivir. Si no perseguimos la educación del vecino, el sistema democrático no funcionará y estaremos permitiendo que surjan los extremos”, concluye.

EXPERIENCIAS DE COMPRENSIÓN

Fiesta del Bautismo de Jesús 

12 enero 2020

Mt 3, 13-17

En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu Santo bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

EXPERIENCIAS DE COMPRENSIÓN

          Para algunos exegetas, lo vivido por Jesús al ser bautizado por Juan fue una experiencia de comprensión (iluminación), en la que habría comprendido vivencialmente su identidad de “Hijo amado”. El conjunto de símbolos que acompañan el relato –“cielo abierto”, “paloma”, “voz del cielo”– parecen apuntar en esa dirección. No tenemos datos de lo ocurrido en sus años anteriores –tal vez hubiera sido discípulo del Bautista– pero, a partir de aquella experiencia, inicia decididamente lo que se conoce como su “vida pública”, que lo habría de llevar de Galilea a Jerusalén.

       La comprensión de que hablamos aquí no es mental o conceptual, sino experiencial o vivencial. Cuando ocurre, la mente queda silenciada y se abre ante la persona una “visión” inédita, que queda grabada en ella de manera definitiva. Es como si, por un momento, se hubiera descorrido un velo y se hubiera hecho manifiesto lo que realmente es, detrás de todo el universo de formas que percibimos a través de los sentidos y que modula la mente.

          Se trata de experiencias transpersonales (transmentales), que se hacen presentes de manera imprevista y modifican radicalmente el “modo de ver” al que la persona estaba habituada. Pueden ser fugaces –como chispazos de luz– o más duraderas, pueden situar a la persona definitivamente en esa “nueva consciencia” o no ser estables. En cualquier caso, marcan un punto de inflexión, un antes y un después, en la vida de quien las ha vivido.

          Me parece que lo habitual es que, tras la experiencia, sigan pesando las inercias mentales –la idea de ser un yo separado, los mecanismos anteriores…– y los condicionamientos psicológicos –que recluyen en el egocentrismo y narcisismo–. Pareciera como si, a pesar de la comprensión luminosa, siguiéramos siendo movidos por el cableado neuronal que arrastrábamos anteriormente.

          Ante ello, se impone la necesidad de comprometerse en un proceso de reeducación, gracias al cual podamos integrar en el cuerpo y en la mente, en las células y en las neuronas, la comprensión que se nos regaló vivir. Tal proceso implica adiestrarse en el “paso” de la creencia de lo que pensamos ser –un yo separado– a la certeza de lo que realmente somos: uno/una con la Vida.

          Del mismo modo que recurrimos a la reeducación corporal (rehabilitación) o psicológica, para “ajustar” nuestro cuerpo o nuestro psiquismo, parece sabio adiestrarse, de modo constante, en vivir en conexión con lo que se nos ha regalado vivir.

¿Me ejercito en salir de la inercia mental que me mantiene en la creencia de ser un yo separado para vivir en conexión con la vida que realmente soy?

EN EL PRINCIPIO ERA LA VIDA

Domingo II de Navidad 

5 enero 2020

Jn 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Este es de quien dije: el que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”. Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

 EN EL PRINCIPIO ERA LA VIDA

          El evangelio más antiguo –Marcos– se inicia con el relato del bautismo de Jesús por parte del Bautista. Mateo y Lucas narran el nacimiento. El cuarto evangelio, que se escribe mucho más tardíamente, se remonta al “principio”. Y se abre con un grandioso prólogo-himno al Logos, la Palabra o la Vida.

          “Principio” no significa comienzo histórico, sino que remite a lo que está más allá de la historia, más allá del tiempo, a la atemporalidad o eternidad. En una palabra, el “principio” del que se habla aquí es el no-tiempo, el eterno presente inalterable.

                Me resulta profundamente significativo que hoy sea la misma ciencia la que nos advierta del engaño de nuestra mente. «Una de las teorías de la física cuántica -afirma la reconocida física y divulgadora científica Sonia Fernández-Vidal en una entrevista reciente- dice que el tiempo no fluye como un río, sino que, como ocurre con el espacio, todo está ahí fuera ya, desde lo que ha pasado a lo que tiene que pasar. Aunque nosotros lo vivamos como un fluir continuo”.

          Estamos tan habituados e incluso identificados con las formas que nos resulta difícil transcenderlas. Nuestra mente no puede salir de las referencias espacio-temporales: para ella, todo sucede en un tiempo y en un lugar determinados. Por eso, incluso cuando habla de “eternidad”, la imagina como un “tiempo prolongado” que no acabaría jamás.

          Sin embargo, más allá de las categorías espacio-temporales, fruto por otro lado de la propia mente, como descansando o sostenidas por ella, permanece la Presencia que no tiene principio ni fin. Lo que es –lo que somos– transciende el tiempo y el espacio. Por esa razón, para entrar en conexión con ello necesitamos acallar la mente –silenciar el yo– para poder ser introducidos en el Silencio consciente que somos.

      Cualquier palabra que utilicemos resultará inadecuada: Presencia, Silencio consciente, Vida… Pero todas ellas apuntan hacia Aquello que transciende el tiempo y el espacio, a lo que “es desde el principio”, a lo que somos en profundidad: lo no nacido y que nunca morirá.

          El autor del evangelio presenta a Jesús como aquel que da a conocer ese misterio último, que se ha nombrado como “Dios”. Se trata, evidentemente, de la profesión de fe de aquella comunidad, que cree en Jesús como el “revelador” de la Divinidad. Y es cierto que en Jesús puede advertirse lo que sucede en una persona cuando se vive desde la comprensión de lo que somos. Por eso podemos reconocerlo como un espejo nítido en el que nos vemos reflejados. Pero no hay nada que no sea “reflejo” de aquella misma vida. Todas las formas que existen no son sino disfraces en los que la Vida se oculta. Por eso, las palabras que este evangelio pone en boca de Jesús –“Yo soy la vida”– constituyen la revelación suprema de lo que somos todos. No somos un yo separado que tiene vida; somos Vida –Presencia atemporal desde “el principio”– que se está experimentado en estas personas.

¿Me abro a comprenderme como “Vida” habitando una forma temporal?