IRSE EN PAZ

Fiesta de la «Sagrada Familia»

31 diciembre 2023

Lc 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo con lo escrito en la Ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor») y para entregar la oblación (como dice la Ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones»). Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres (para cumplir con él lo previsto por la Ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel”. José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

IRSE EN PAZ

El anciano Simeón, en este relato, es la representación del hombre sabio que, porque ha “visto”, puede decir con toda serenidad: “Ya me puedo ir en paz”. En un lenguaje teísta, el evangelista Lucas pone en boca de ese anciano que “mis ojos han visto a tu Salvador”, luz y gloria del pueblo.

Pero, ¿qué es el salvador, la luz y la gloria, sino aquello mismo que somos en nuestra verdadera identidad? Dejándonos llevar por el mecanismo de la mente y por lo que es posible plantear desde un nivel mítico de consciencia, creímos que podíamos ser salvados “desde fuera” por obra de alguien todopoderoso.

Pero la salvación no viene de fuera. Salvación, en latín, se dice salus y significa la salud plena, en todos los niveles: físico, mental, emocional, espiritual, planetario, universal. Es otro nombre de la plenitud que define lo realmente real, lo que es y lo que somos.

Entendida como viniendo desde fuera, la salvación sería fuente de alienación, en tanto en cuanto dependerías de otro para tu propia realización. Ese es el modo infantil de ver la realidad: el niño, en cuanto pura necesidad e impotencia, sabe que tiene que ser “salvado”, socorrido, desde fuera, absolutamente para todo.

Afirmar que no podemos ser salvados desde fuera no significa apostar por una actitud de orgullo o de autosuficiencia, como suelen pensar teólogos y personas religiosas. Porque en ningún momento se afirma que el sujeto de la salvación sea el pequeño yo. Dicho con más claridad: la salvación no es “algo” que el yo consiga; justamente al revés, es lo que somos, más allá del yo. Y lo descubrimos y lo vivimos solo en tanto en cuanto dejamos de identificarnos con nuestro yo. Es entonces cuando vemos la “salvación” y sentimos que podemos “irnos (vivir siempre) en paz”.

LA REALIDAD MATERIAL NO EXISTE // José Manuel Nieves

Demuestran por primera vez en laboratorio que la realidad no existe.
Se trata de la primera vez que un laboratorio real pone a prueba las extrañas teorías de la Mecánica Cuántica sobre el mundo que nos rodea.

José Manuel Nieves, en ABC, 06.03.2019.
https://www.abc.es/ciencia/abci-demuestran-laboratorio-realidad-objetiva-no-existe-201903041518_noticia.html

En nuestro mundo, la realidad es algo mucho más complejo y lleno de matices de lo que parece. De hecho, podríamos decir sin miedo a equivocarnos que los hechos objetivos no existen. La afirmación puede parecer extraña, pero un reciente experimento de Física Cuántica acaba de demostrar que la naturaleza misma de la realidad no es objetiva, sino que depende de quién esté mirando.

Bajo la dirección de Alessandro Fedrizzi, de la Universidad británica de Heriot-Watt, un equipo de investigadores ha conseguido, por primera vez, llevar a un laboratorio las viejas ideas teóricas sobre la esquiva naturaleza del universo cuántico, que constituye la base misma de todo lo que nos rodea pero que se rige por una serie de leyes muy diferentes de las que gobiernan el mundo a escala macroscópica. Los resultados, recién publicados en Arxiv.org, tienen profundas implicaciones sobre nuestra percepción de «lo que es real».

«El método científico -escriben los autores en su artículo- se basa en hechos, establecidos mediante mediciones repetidas y acordados universalmente, independientemente de quién los haya observado. Pero en la mecánica cuántica, la objetividad de esas observaciones no resulta tan clara».

El experimento involucra a cuatro observadores diferentes: Alice, su amiga AmyBob y su amigo Brian. La cosa empieza con Amy y Brian dentro de sus respectivos laboratorios. Una fuente externa, que no se encuentra en ninguno de los dos laboratorios, genera un par de fotones entrelazados. (El entrelazamiento cuántico es una suerte de «comunicación instantánea» según la cual, si dos partículas están entrelazadas, lo que le suceda a una será inmediatamente conocido por la otra, independientemente de la distancia a la que se encuentren).

La fuente externa, pues, envía uno de los dos fotones entrelazados a Amy y el otro a Brian. A continuación, Amy crea en su laboratorio un segundo par de fotones entrelazados: uno de sistema y otro de prueba. Amy utiliza el fotón de prueba para medir el estado del fotón que recibió de fuera del laboratorio, e imprime el resultado en el fotón de sistema a través de entrelazamiento cuántico. En los anteriores experimentos teóricos, la medición de Amy solo se almacena en su memoria. Pero en el experimento real de los investigadores, el resultado se almacena en el fotón de sistema, lo que le convierte en «el observador».

Una vez que Amy ha llevado a cabo sus mediciones, envía tanto el fotón original (el que recibió de fuera) como el de sistema a su amiga Alice. En este punto, Alice puede hacer dos cosas: O bien medir por su cuenta el fotón que llegó de fuera, (medición A0) que sería algo similar a preguntarle a Amy por sus resultados, o bien dejar que los dos fotones recibidos interfieran entre sí y hacer sus propias mediciones sin preguntar nada a Amy (medición A1).

Mientras tanto, Brian está haciendo exactamente lo mismo con el otro fotón original, y Bob, que está en su propio laboratorio, tiene las mismas opciones que Alice para conocer los resultados de Brian: o bien preguntarle (B0), o bien medirlos por sí mismo (B1).

Si todo esto parece confuso, la lógica subyacente puede parecerlo aún más. De hecho, según la Mecánica Cuántica, los resultados A1 y B1 (los establecidos por su cuenta por Alice y Bob en sus laboratorios) podrían estar en desacuerdo con A0 y A1 (los establecidos por Amy y Alice). Y esto, que parece una locura, se puede verificar fácilmente ejecutando una y otra vez el experimento, con Alice y Bob haciendo sus elecciones al azar y calculando después las probabilidades promedio de los resultados.

¿Existen los hechos objetivos?

Según explican los investigadores, el proceso implica hacer tres suposiciones diferentes. La primera es que Alice y Bob tienen completa libertad para elegir cómo hacen sus mediciones. La segunda es que la elección de Alice no influye en los resultados de Bob y viceversa. Y la tercera, que en el mundo existen hechos que son independientes del observador. En palabras de Fedrizzi, «los datos que se obtienen tras una medición concreta deberían ser objetivos, un hecho en el que todos los observadores deberían ponerse de acuerdo».

Si las tres suposiciones fueran correctas, el cálculo de probabilidades no debería ser superior a 2. Pero el experimento real arrojó un valor de 2,47. Lo cual implica que los tres supuestos anteriores, o por lo menos alguno de ellos, son erróneos.

Según los experimentos teóricos anteriores, incluso si asumimos como correctos los dos primeros supuestos, los resultados contradictorios pueden seguir produciéndose. Por eso, según Fedrizzi, «una forma natural de resolver la cuestión es considerar que no existen hechos objetivos». En decir, que el tercer supuesto es falso.

El experimento podría tener inmensas implicaciones en nuestra comprensión de la auténtica naturaleza de la «realidad cuántica», que depende en gran medida de cómo interpretemos las teorías. Según Fedrizzi y sus colegas, su trabajo favorece las interpretaciones que sostienen que los resultados de todos los experimentos son subjetivos.

Al mismo tiempo, el experimento cuestiona también los principios generales de la famosa interpretación de Copenhague, según la cual las propiedades de un sistema cuántico no existen hasta que son observadas, momento en el que se convierten en realidades objetivas, iguales para todo el mundo. El trabajo de Fesdrizzi y sus colegas niega incluso la interpretación de los universos paralelos, según la que todos los resultados posibles de una medición concreta son reales y objetivos, pero cada uno en un Universo diferente.

Se trata, como se ha dicho, de la primera vez que los trabajos teóricos del pasado sobre la naturaleza de todo lo que existe se llevan a un laboratorio real. ¿Existe una realidad objetiva? El experimento sugiere con fuerza que no. Ahora, saque sus propias conclusiones…

«NO TEMAS»

Domingo IV de Adviento

24 diciembre 2023

Lc 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracias, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible”. María contestó: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y la dejó el ángel.

“NO TEMAS”

En un mundo en el que parece que las amenazas se multiplican y el miedo se propaga y amplifica, es bueno volver al silencio de la mente para escuchar en nuestro interior la voz que dice: “No temas”.

En otro tiempo, las personas pensaban que esa voz provenía de un dios separado que, como buen “padre”, cuidaba de nosotros e iba dirigiendo la barca de nuestra existencia. Era una forma de expresarlo. Sin embargo, el cambio cultural y, en particular, la revolución cognitiva que caracteriza a nuestro tiempo, va haciendo caer aquellas imágenes, potentes en otro tiempo, pero disonantes en el nuestro.

La voz que nos invita a no tener miedo -a confiar- no viene de ningún dios ni se dirige a alguna persona «elegida». Es una voz que nos habita y que se halla disponible para nosotros en todo momento. Solo precisamos estar atentos a ella, acallando el ruido mental y permaneciendo en silencio.

No tienes que creer nada, puedes experimentarlo por ti mismo. Si en este mismo momento, tu mente entra en silencio, ¿queda algún miedo? Claro que existen amenazas objetivas de las que necesitamos protegernos. Y el miedo es una alarma valiosa que nos avisa y previene. Pero no estoy hablando de esas amenazas objetivas ni de esos miedos saludables. Me refiero al miedo enfermizo que nos hace vivir asustados y temerosos. Este miedo es creado por la mente, se alimenta a sí mismo y construye escenarios fantasmagóricos que nos terminamos creyendo y que envenenan toda nuestra existencia y nuestras relaciones.

Frente a este tipo de miedos, nuestro maestro o maestra interior nos sigue repitiendo: “No temas”. No temas, porque lo que realmente eres se halla siempre a salvo.

TESTIGOS DE LA LUZ

Domingo III de Adviento

17 diciembre 2023

Jn 1, 6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él contestó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?”. Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor» (como dijo el profeta Isaías)”. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

TESTIGOS DE LA LUZ

Me encanta la expresión “ser testigos de la luz”. Y para entenderla adecuadamente me parece imprescindible recurrir, una vez más, a la paradoja que somos. En nuestra identidad somos luz, del mismo modo que somos verdad, bondad y belleza. Sin embargo, fácilmente el ego tiende a apropiarse e incluso a presumir de todo ello. De ahí que sea importante reconocer que, en el plano psicológico o de nuestro personaje (yo), no hay nadie que sea sujeto o poseedor de la luz: únicamente podemos ser testigos de ella. Ocurre igualmente con la vida: ningún yo es sujeto de la vida -ni de la verdad, ni de la bondad, ni de la belleza-; en ese plano somos únicamente cauces o canales por los que la vida, la verdad, la bondad o la belleza se expresan.

Ser testigos de la luz no es algo que se improvise, como tampoco obedece a cálculo alguno. Requiere, fundamentalmente, dos condiciones: conexión consciente con la luz y desapropiación.

Solo puede ser testigo de la luz quien vive en la luz. Pero no se trata, como alguien podría pensar, de alcanzar un ideal de perfección, sino de vivir en verdad: en la verdad de lo que somos, más allá del yo y de la mente, aceptando o abrazando nuestra realidad completa.

Dicho de modo más simple: uno no es testigo de la luz porque sea “perfecto” -algo incompatible con el ser humano-, sino porque es “completo”, es decir, verdadero, humilde, transparente…, ya que esas son las condiciones que posibilitan que la vida, la verdad, el amor, en definitiva, la luz, fluyan e iluminen, aun sin darnos cuenta, a nuestro alrededor.

No «hay que…», ni «se debe…», ni «tenemos que»… ser testigos de la luz. Ese lenguaje moralista produce efectos no deseados, porque fomenta la imagen ideal y, en último término, constituye un sabroso alimento para el ego. La vela encendida no se preocupa por alumbrar ni presume de ello; va en su naturaleza. La persona sabia no se “exige” ser luz, ni tampoco se la apropia; simplemente, la luz pasa a través de ella. No te preocupes por brillar; vive, sencillamente, lo que eres.

«EL UNIVERSO ES INMATERIAL, MENTAL Y ESPIRITUAL» // Alejandro Férnández Gallardo

https://pijamasurf.com/2016/12/el_universo_es_inmaterial_mental_y_espiritual_concluye_fisico/

El profesor de física y astronomía de la universidad Johns Hopkins, Richard Conn Henry, llegó a esta conclusión que parece asombrosa para la ciencia, pero en realidad es bastante lógica si se comprenden las implicaciones de la mecánica cuántica.

En un multicitado artículo publicado en el 2005 en la revista Nature, el profesor de física y astronomía de la Universidad Johns Hopkins, Richard Conn Henry, concluye que el universo «es inmaterial, mental y espiritual». Sobra decir que su afirmación resulta polémica y un tanto extraña al ser publicada en la revista Nature, una especie de institución del paradigma científico materialista dominante. Desglosemos un poco el artículo de Conn Henry, el cual puede leerse aquí en español o en su formato original en Nature.

La tesis de Conn Henry se basa en que, a diferencia de los postulados de la física clásica que han modificado nuestra visión de mundo -como el establecer que la Tierra gira alrededor del Sol-, los postulados de la física cuántica que han sido comprobados no han sido igualmente asimilados a nuestra perspectiva, quizás porque son aún más radicales que los de Copérnico, Galileo o Newton, ya que necesariamente sostienen que no existe un universo material independiente de nuestra mente. Sobre esto Conn Henry escribe:

La más reciente revolución de la física de los últimos 80 años todavía no ha transformado el conocimiento general del público de manera similar. Aun así, una comprensión correcta de la física era accesible incluso a Pitágoras. De acuerdo con Pitágoras, “los números son todas las cosas”; y los números son mentales, no mecánicos. De la misma manera, Newton se refirió a la luz como “partículas”, sabiendo que este concepto era una “teoría efectiva”, útil si bien no verdadero. Como reconoció el biógrafo de Newton, Richard Westfall: “La causa última de ateísmo, aseguró Newton, es ‘esta idea de que los cuerpos tienen, por decirlo así, una realidad completa, absoluta e independiente en sí mismos’”. Newton conocía el fenómeno de los anillos de Newton y no le preocupaba lo que trivialmente se conoce como “dualidad onda-partícula”.

El párrafo anterior requiere un breve comentario. No se sugiere que Newton conocía la dualidad onda-partícula, tal cual como ha sido revelada en la física cuántica (donde la luz se comparta como onda o partícula según la medición que se realiza). Newton estaba en contra de la noción cartesiana de que la materia existe de manera separada e independiente; creía que la materia dependía de Dios y que no podíamos conocer su esencia, solo podíamos describirla (es en esto que existe una similitud). Hay que recordar que Newton fue un teólogo y un alquimista y creía que la materia era animada por un solo principio espiritual.

Siguiendo con el artículo, Richard Conn Henry afirma que la mecánica cuántica resolvió a grandes rasgos el problema de la naturaleza del universo, la cual es mental, esto en tanto que no podemos probar que exista la materia más allá de nuestra observación de la misma. Parafraseando a Heisenberg, no observamos la naturaleza, sino solo la naturaleza expuesta a nuestro método de interrogación.

De acuerdo con James Jeans: “el caudal de conocimiento se dirige hacia una realidad no-mecánica; el universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina. La mente ya no es semejante a un intruso accidental en el reino de la materia… más bien deberíamos recibirla como la creadora y regente del reino de la materia”. Pero los físicos aún no han seguido el ejemplo de Galileo y no han convencido a todos de las maravillas de la mecánica cuántica. Como lo explicó Arthur Eddington: “Es difícil para el físico realista aceptar la visión de que el sustrato de todo es de índole mental”.

Luego, Conn Henry explica que las llamadas partículas no son realmente cosas en sí, sino solamente un concepto, una herramienta lingüística, una narrativa que superimponemos al mundo. Cita a Michael Frayn, autor de la obra de teatro Copenhague, sobre Niels Bohr y su interpretación de la mecánica cuántica: «ni las historias ni las narrativas son elementos independientes del universo, sino conceptos humanos, tan subjetivos y restringidos en su punto de vista como en el acto de la observación”.

Nos repetimos ciertas narrativas y les proyectamos un carácter de solidez y estabilidad para encontrar sentido en el mundo. El mismo Bohr había sugerido que si entendiéramos la mecánica cuántica, el mundo en el cual estamos parados se estremecería, y es por ello que sigue existiendo una cierta resistencia a adoptar la visión que se deriva de la mecánica cuántica, la cual literalmente cuestiona la solidez del suelo en el que estamos parados. Hay una especie de divorcio entre la perspectiva de la realidad de la física cuántica y la realidad que experimentamos comúnmente, lo cual no tiene que explicarse diciendo que la mecánica cuántica no debe aplicarse al mundo macroscópico clásico, sino que puede explicarse justamente como un efecto de que el universo es mental: su solidez es una proyección de nuestras creencias.

Los físicos evitan la verdad porque la verdad es tan ajena a la física cotidiana. Una forma común de evitar el universo mental es invocar “decoherencia cuántica”, la noción de que “el ambiente físico” es suficiente para crear realidad, independiente de la mente humana. Sin embargo, la idea de que cualquier acto irreversible de amplificación es necesario para colapsar la función de onda está equivocada: en experimentos “tipo Renninger”, la función de onda es colapsada simplemente por tu mente humana al no ver nada. El universo es puramente mental.

[…] El mundo es mecánico-cuántico: debemos aprender a percibirlo como tal.

No parece que estemos listos para asumir la visión cuántica de la realidad; sin embargo, algunas culturas menos materialistas han concebido algo similar, como ocurre con el budismo mayahana (y vehículos superiores como el vajrayana y el dzogchén), donde se enseña que se deben ver todos los fenómenos como si fueran sueños, en tanto que no tienen una realidad sustancial independiente a la mente. Asimismo, algunas corrientes del hinduismo, como el vedanta o el tantrismo de Cachemira conciben el mundo como solamente consciencia. Así que es posible que, si dejamos de identificarnos con nuestros conceptos y no nos aferramos a nuestras proyecciones, podríamos encontrar soltura y libertad e incluso la dicha de la ligereza, si bien el suelo primero parecería temblar y podríamos sucumbir al terror. Conn Henry concluye:

Una ventaja de corregir la percepción de la humanidad sobre el mundo es la alegría resultante de descubrir la naturaleza mental del universo. No tenemos idea de lo que implica esta naturaleza mental, pero lo más grande, es que es verdad. Más allá de adquirir esta percepción, la física ya no puede ayudar. Puedes hundirte en el solipsismo o en el deísmo, o en algo más si lo puedes justificar, pero no le pidas ayuda a los físicos.

Hay otra ventaja de ver el mundo como mecánico cuántico: quien haya aprendido a aceptar que no existe nada sino las observaciones, se encuentra mucho más adelantado que sus colegas, que trastabillan a través de la física esperando encontrar “qué son las cosas”. Si podemos “hacer un Galileo” y lograr que la gente crea la verdad, descubrirán que la física es muy simple.

El universo es inmaterial, mental y espiritual. Vive y disfruta.

Por supuesto, sería completamente dogmático y poco inteligente asumir que esto es verdad simplemente porque lo dice un físico -especialmente cuando muchos otros físicos dicen lo opuesto-. Sin embargo, rescatamos la interpretación de Richard Conn Henry porque creemos que en ella existe un argumento bastante lúcido y libre del dogma materialista que predomina en la física. Es decir, es una conclusión natural de lo que ha descubierto la física cuántica cuando se analiza filosóficamente; más allá de que cuando se mezcla la filosofía con la mecánica cuántica inmediatamente los científicos hablan de seudociencia y demás argumentos peyorativos que revelan un deje de fundamentalismo (a diferencia de lo que creen algunos científicos, no vivimos en la objetividad; todo lo que tenemos es nuestra experiencia subjetiva y por lo tanto es indispensable darle sentido desde ahí a la ciencia). La proposición más clara en un sentido meramente lógico que podemos hacer es que la mecánica cuántica muestra que la materia, sus componentes básicos, no existen de manera independiente de nuestra observación, es decir son relativos a nuestra percepción mental y por lo tanto no tienen una existencia absoluta. Asimismo, las cosas que llamamos los ladrillos fundacionales del mundo -los átomos- en realidad no son cosas, sino algo más misterioso, que Heisenberg describió en alguna ocasión como tendencias o posibilidades. Y en su libro Physics and Philosophy: «De hecho, las unidades más pequeñas de la materia no son objetos físicos en el sentido ordinario; son formas, ideas, que pueden expresarse sin ambigüedad solo en el lenguaje matemático». La realidad está más allá de una descripción científica que la divide en sujeto y objeto: «los conceptos científicos cubren siempre sólo un aspecto muy limitado de la realidad, la otra parte que no ha sido entendida todavía es infinita». En palabras de Bohr: «Creo que la división del mundo en objetivo y subjetivo es arbitraria. El hecho de que las religiones a lo largo del tiempo hayan hablado con imágenes, parábolas y paradojas significa solamente que no hay otra forma de asir esas realidades a las que se refieren». Quizás debemos asumir, como sugirió John Wheeler, que el esquema sujeto-objeto es muy limitado y por lo tanto entender que el universo es participativo o, usando un término budista, coemergente.