Semana 18 de julio: A VUELTAS CON LA CONSCIENCIA // José Enrique Campillo

Entrevista de Irene Hernández Velasco a José Enrique Campillo, en El Mundo, 29 mayo 2021.
https://www.elmundo.es/papel/cultura/2021/05/29/60b0f137fc6c8326708b4612.html?fbclid=IwAR1TzrEOEDIaGFy0VtrAK5-

José Enrique Campillo, Cáceres 1948. Médico, catedrático emérito de Fisiología en la Universidad de Extremadura, Premio Nacional de Investigación 1989. En La consciencia humana (Arpa) analiza las bases biológicas, fisiológicas y culturales de ese escurridizo dispositivo.

La revista Science publicó en 2005 un ránking de las 125 preguntas más importantes para la humanidad a las que ciencia aún no ha sabido dar respuesta. La primera era «¿De qué está hecho el universo?», y la segunda «¿Cuál es la base biológica de la consciencia?». Quince años después, ¿sabemos algo nuevo?

No. Los físicos, los médicos y por supuesto los neurólogos siguen sin saber dónde está esa función tan específica que es la consciencia. Conocemos la inteligencia, conocemos cómo opera el cerebro, cómo escribimos, cómo hacemos cálculos, qué centros regulan todo eso… Pero la consciencia, ese sentido íntimo de que existimos, de que tenemos un pasado, un presente y un futuro, de que sabemos que vamos a morir, de que podemos creer en cosas que no existen como espíritus, todo eso tan exclusivamente humano no tenemos ni idea, ni idea, de dónde se produce.

¿No reside la consciencia en el cerebro, el motor del conocimiento?

Hay muchas sospechas, avaladas por investigaciones muy interesantes, que proponen que posiblemente no toda la consciencia se genere en el cerebro.

¿Entonces dónde se generaría?

No lo sabemos. Pero el corazón es por ejemplo un órgano que tiene miles de neuronas y muchas conexiones. Varios artículos, libros e incluso creo que una serie o película de Netflix hablan de que muchos trasplantados del corazón, después del trasplante, empezaron a tener gustos que antes no tenían, a pensar y a sentir cosas que antes no sentían. Cuando un médico cardiólogo se dedicó a investigar este asunto, se dio cuenta de que la mayor parte de los nuevos recuerdos y nuevas sensaciones que tenían los trasplantados del corazón correspondían a sensaciones que habían disfrutado en vida los donantes del corazón. Pero aparte de eso, hay también una posible conexión extracerebral y extracorporal en relación con la consciencia.

No sé si lo entiendo…

Se habla mucho hoy en día de la consciencia compartida, de la consciencia universal. Hay estudios interesantísimos realizados por la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, en el que se han repartido por el mundo unos 60 sensores capaces de captar actividad cerebral. Por así decirlo, esos sensores son captadores de variaciones de la consciencia cósmica, de la consciencia universal. Hay una página web del laboratorio de la universidad que hace estos estudios donde se señalan acontecimientos mundiales como los atentados contra las Torres Gemelas o la pandemia de coronavirus, y siempre, siempre se han asociado a cambios en la secuencia de unos y ceros que generaban estos artilugios, y que evidentemente se debían a la influencia de modificaciones de la consciencia a nivel global, a nivel universal. Hay muchos estudios que sugieren que la consciencia no es solo cosa del cerebro, sino que posiblemente ni siquiera se circunscriba al ámbito de nuestro cuerpo.

¿Es la consciencia lo que nos hace humanos, lo que más nos distingue del resto de seres vivos?

Sí, por supuesto. Es la característica fundamental, la más importante.

¿Los animales no tienen consciencia?

Hay una polémica bastante grande sobre si algunos animales, por ejemplo los simios, podrían tener consciencia. Pero se ha demostrado que no. Hay un libro muy curioso de un filósofo americano que trata este tema y se pregunta en el título cómo es ser un murciélago, porque lo difícil es saber qué es lo que siente un murciélago o un perro. El ordenador que constituye la cabeza de un perro o de otro animal similar es como si no tuviera el software, por así decirlo, con los sentimientos de la consciencia. Los animales pueden tener actividades mentales, pueden resolver problemas. Cuando yo investigaba tenía unas ratas a las que se les enseñaba a apretar una palanca para comer, y eso lo aprenden. Pero eso no es consciencia.

¿Y qué es la consciencia exactamente?

Hay mucha confusión en general sobre qué es la consciencia. La primera confusión es que mucha gente confunde conciencia con consciencia. Y según la Real Academia de la Lengua son cosas diferentes. Conciencia tiene que ver con la moral, con el pecado, con lo que está bien y lo que está mal, es el examen de conciencia que hacen los católicos antes de confesarse. La consciencia es ese sentimiento de que estamos vivos, de que existimos. Y ese sentimiento no lo compartimos con los animales, porque la mayor parte de los animales no tienen consciencia de futuro ni de pasado, los perros que ahora son grandes no recuerdan por ejemplo lo bien que lo pasaron tal día cuando eran cachorros… Los animales no tienen el software capaz para albergar ese tipo de sentimientos. Por eso no hay que confundir inteligencia, mente, y actividad mental con consciencia. Son cosas diferentes.

En su libro pone un ejemplo muy ilustrativo hablando del ajedrez de lo que es actividad cerebral y lo que es consciencia…

Sí. Jugar al ajedrez una mañana con un amigo es actividad cerebral. Eso lo puede emular un ordenador, incluso con ventaja. Pero si yo juego esa partida a la semana siguiente de morirse mi abuelo, que fue quien me enseñó a jugar al ajedrez y con quien jugaba todos los fines de semana una partida, le voy a añadir a esa partida un sentimiento de pena, de añoranza, de recuerdo. Eso es consciencia.

¿Los ordenadores pueden reproducir la consciencia?

No. El sentimiento del que le hablaba en el ejemplo del ajedrez no lo puede emular, de momento, ningún ordenador. Ni siquiera los ordenadores cuánticos, porque sus algoritmos no son capaces de reproducir una actividad tan íntima y profunda como son los sentimientos, la imaginación. Un profesor americano dice que la consciencia son pensamientos que se mueven en el espacio y en el tiempo. En el libro cuento por ejemplo que una noche estuve viendo hasta tarde en televisión el rover, el vehículo que está en Marte dando paseos. Me acosté emocionado con eso, y cuando estaba en la cama hice un ejercicio mental divertido: me imaginé que de repente salía de mi casa, daba un salto y me plantaba en la superficie de Marte. La consciencia permite que yo, en pijama y metido en la cama, me imagine que doy un salto y llego junto al vehículo rover en plena superficie marciana. Eso son actividades única y exclusivamente de la consciencia, no es la mente, no es la inteligencia, no es la habilidad. Un ordenador puede tocar el violín, pero la emoción que le pone un violinista, y que es consciencia, el ordenador no la tiene. La consciencia es una cosa totalmente desconocida que el día que seamos capaces de dominar nos va a cambiar la vida.

¿La consciencia muere al morir nosotros?

Ya hay físicos cuánticos que hablan de inmortalidad cuántica. Los huesos se pueden pudrir, pero el artilugio que sostiene la parte más íntima de nosotros mismos, eso persiste en algún formato. Los religiosos pueden pensar en el cielo o en el infierno, en que se transmigran en otro ser vivo… Yo lanzo la hipótesis «smartphone» de la consciencia. Lo mejor de nuestro teléfono móvil no está en el aparato, está en una nube, en un lugar misterioso de donde te lo puedes bajar. Si este teléfono que yo ahora tengo entre las manos lo tiro contra el suelo y lo rompo, los vídeos de mis nietas y las fotos están en la nube, las puedo rescatar, aunque mi móvil haya muerto. Esa idea tiene muchos seguidores hoy en día y se llama inmortalidad cuántica. Y todas las cosas que están diciendo los cuánticos respecto a la consciencia lo averiguan con las mismas matemáticas que usan para poner en marcha todos los artilugios que hacen que funcionen los teléfonos móviles.

Pero si la consciencia nos puede sobrevivir. ¿No sería entonces el alma?

El alma es un concepto más amplio. El alma, en el modelo Smartphone, incluiría también la batería, la hora, la linterna que puedo encender si me quedo a oscuras… El alma para los filósofos griegos era lo que nos mueve. Una parte pequeña del alma, fundamental y exclusiva del ser humano, sería la consciencia. Y esa consciencia, con las cualidades tan especiales que tiene, posiblemente perviva en algún tipo de formato.

Decía antes que es posible que haya una conexión extracorporal en relación con la consciencia. ¿Me lo explica?

Nosotros estamos conectados con todo. Los átomos son inmortales, los átomos solo mueren en las explosiones nucleares. Y todos los átomos que nosotros tenemos, que forman nuestro cuerpo, son de segunda mano. Y todos los átomos que tenemos, todos, proceden de alguna estrella que explotó en su día. Por lo tanto, estamos todos conectados a nivel cuántico, por así decirlo. Esa conexión existe. Los propios físicos hablan de campos cuánticos y de que eso existe. Es como si estuviéramos conectados por hilos. Esa atracción que sentimos por alguien, esas conexiones mágicas que establecemos con una persona a la que de repente conocemos, cuando te equivocas al marcar un número de teléfono y te conectas con una persona con la cual se establece una relación que puede cambiarte la vida… Todo ese tipo de cosas nos indicarían cómo la actividad de nuestras consciencias modificaría una especie de espacio o campo que tenemos a nuestro alrededor o incluso a grandes distancias. La gravedad, por ejemplo, sabemos que es una deformación del espacio/tiempo, como demostró Einstein. Sería algo parecido a eso, algo que nos permitiría conectarnos a distancia, sin que nos demos cuenta, y que llamamos casualidades; todo ese tipo de cosas que no nos podemos explicar y que en todas las encrucijadas de la vida han hecho que tomáramos una u otra dirección.

La consciencia sería responsable de algunas de las grandes cosas de los seres humanos: la empatía, el altruismo, el amor, la espiritualidad… Pero también estaría detrás de cosas tan terribles como la crueldad, ¿no?

Los seres humanos son los animales más crueles que existen. Todos los animales matan a sus presas simple y exclusivamente por necesidad, y además con el mínimo sufrimiento. Un león se abate sobre una cebra, le pega una dentellada en el cuerpo y la mata instantáneamente. Pero nosotros no, nosotros los seres humanos somos capaces de crueldades espantosas: de crucificar, de empalar, de quemar, de torturar, de arrasar poblaciones enteras… Eso es única y exclusivamente producto de nuestra consciencia, porque es una actividad que se mueve en el espacio y en el tiempo, que es lo que caracteriza a nuestra consciencia. Así que desgraciadamente, la crueldad es típicamente humana y es un producto de nuestra consciencia. Como también lo es el altruismo, el que un chico que va en monopatín se enfrente a unos terroristas al ver que están apuñalando a una chica y muera en el intento.

¿La consciencia también cree en cosas que no existen?

Sí, en cosas que no existen o que no somos capaces de ver. Si yo voy, por ejemplo, por el campo y veo que me sobrevuela un avión a gran altura, mi consciencia me permite imaginarme que dentro de ese avión va un montón de gente, disfrutando algunos del viaje, otros comiendo, otros viendo una película, algunos esperanzados por ver a su familia… Todo eso lo puedo imaginar e incluso verlo con mi consciencia. Pero ¿qué percepción tiene de ese avión y de la vida que hay en su interior la hormiga que acabo de evitar pisar, y que es tan real como el propio avión? Una de las cosas que hace la consciencia, y que la mayoría de la gente desconoce, es que se inventa el mundo en el que vivimos. Porque en el mundo en el que estamos ahora mismo viviendo no tiene nada que ver la realidad con lo que nosotros vemos.

No entiendo…

Ya lo dijo el obispo Berkeley en el 1710, en esa frase que ahora está tan de moda: «Si un árbol cae en un bosque y nadie está allí para oírlo, ¿hace algún ruido?». No, no hace ruido, porque el sonido es una vibración que nuestros sentidos captan a través del oído, y si al caer el árbol no hay alguien cerca de él no hay ruido. Del mismo modo, todo lo que usted está viendo ahora mismo a su alrededor es falso. No existe en absoluto en la forma en la que usted lo está viendo. La consciencia inventa un mundo cuántico de átomos, de partículas, de fotones y de energía para nuestro uso particular.

Pero, volviendo su ejemplo anterior, cuando pasa un avión por el cielo todos vemos un avión…

¿Y usted cómo sabe que estamos viendo todos lo mismo? El propio Einstein decía: «Cuando no miro la Luna, la Luna no está allí». A su ordenador, a través del wifi o de la fibra óptica, solo entran unos y ceros, nada más, millones de unos y ceros. Pero el ordenador tiene un software que transforma ese galimatías de unos y ceros en imágenes, en texto, en figuras… Exactamente lo mismo hace la consciencia. A nosotros, lo que nos llega son prácticamente señales informáticas en código binario, unos y ceros. Nuestros órganos de los sentidos actúan como tarjetas gráficas, como el software del ordenador, y cogen todo ese barullo de unos y ceros en forma de vibraciones del aire y lo transforman en sonido, en luz si son en forma de fotones… Los órganos de los sentidos transforman esos unos y ceros en algo que nos permita vivir. Una de las funciones de la consciencia es precisamente inventarse el mundo para nosotros. Ya lo dijo Berkeley y lo han dicho muchos filósofos. Y el científico estadounidense Robert Lanza, en su libro «Biocentrismo», llega a decir que ni siquiera existe el tiempo y el espacio.

¿Entonces cada uno podríamos ver un mundo diferente?

Sí. Yo puedo decirle que el cielo que veo ahora mismo es azul, pero ¿qué es azul? Yo llamo azul a unos fotones con una determinada longitud de onda que mis células de la retina procesan y hacen que la corteza occipital de mi cerebro lo vea de color azul. Pero el color azul que yo veo seguramente no sea el mismo que ve usted. Un niño nace y no ve, un niño tiene que aprender a ver. Es mentira eso que cuentan las típicas películas de la chica de familia humilde, ciega de nacimiento, de la que se enamora un chico rico que le consigue un médico oftalmólogo buenísimo, que cobra un pastón, y que la opera; y que cuando a la chica le quitan los apósitos ésta ve. No, esa chica no ve nada, tiene que aprender a ver, tiene que aprender a interpretar los fotones que le llegan a la retina para componer imágenes. Y aún hay otra cosa…

¿Qué?

Los átomos están vacíos en un 99%, así que las cosas que tocamos y percibimos como duras no lo son. Usted está ahora mismo sentada. Sin embargo, hay un espacio de unos angstroms entre su posadera y el asiento, porque los electrones de los átomos se repelen entre sí. Y lo mismo ocurre cuando se toca a alguien: los electrones de los átomos se repelen, y esa repulsión hace que se deforme la piel, y al deformarse la piel pone en marcha unos receptores que transforman esa sensación de repulsión electromagnética en sensación táctil. De eso no hay ninguna duda. Si ahora mismo se estropeara mi sistema y yo viera la gente como realmente es, como una fuente de fotones y de partículas, como un batiburrillo de átomos moviéndose, saldría corriendo, sería terrorífico.

¿Se llegará alguna vez a entender la consciencia, dónde está, cómo funciona?

Se están haciendo esfuerzos. Todo el funcionamiento del sistema nervioso se resolvió con la electricidad y con la física. Pero la consciencia no se explica con eso. Los físicos cuánticos están realizando unos trabajos impresionantes. Sin embargo, mientras que yo puedo coger la pata de una rana, conectarle un cable a un nervio de la pata de la rana, ver si la pata se contrae y luego estudiar eso y traspasarlo a los seres humanos, con la consciencia no se puede hacer, porque no existe en los animales. Entre que no hay mucho interés médico y lo dificilísimo que es estudiar la consciencia, no hay muchos avances. Pero se están haciendo esfuerzos. Solo la física cuántica va a resolver el problema.

DESCANSO

Domingo XVI del Tiempo Ordinario

18 julio 2021

Mc 6, 30-34

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús. Y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y sintió compasión de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

DESCANSO

  Hay diferentes formas de cansancio: el que es resultado de un trabajo físico o mental, el provocado por situaciones de sobreexigencia o estrés, el que es consecuencia de un malestar psíquico debido a alguna tensión o fractura interna que requiere un gasto considerable de energía, el derivado de la cavilación o rumiación mental…

  Todos los tipos de cansancio psíquico o mental demandan cuidado y reclaman tomar medidas adecuadas, sobre todo, para ir quitando las causas que se hallan en su origen.

  El descanso requiere armonizarse y retirarse. La armonía consigo mismo es unificación y paz interior, sin las que es imposible descansar. Retirarse significa, sobre todo, y sin negar la importancia de alejarse por un tiempo del lugar y de las actividades habituales, tomar distancia de la mente pensante y de sus cavilaciones.

  En ese sentido, retiro es sinónimo de silencio de la mente y del ego. Y gracias a ese silencio, no solo nos sentimos más descansados -porque cesa la resistencia y nos alineamos con lo que es-, sino que accedemos a nuestra dimensión profunda (espiritual), donde experimentamos que, aun en medio de todo lo que nos sucede, somos Descanso. Y aquí es necesario escribirlo con mayúscula. Porque comprendemos -y podemos experimentar- que el descanso del que hablamos no es solo “algo” a cuidar y disfrutar, sino otro nombre de nuestra verdadera identidad.

  Con ello -no podía ser de otro modo-, se nos hace presente nuestra paradoja: somos Descanso estable y somos, también, seres limitados y frágiles, que se cansan con facilidad. La sabiduría (o espiritualidad) consiste en articular adecuadamente este doble nivel, y ello requiere, desde mi perspectiva, ejercitarse en la práctica meditativa, como herramienta en la que nos disponemos a experimentar el silencio y el Descanso que somos.

   Este descanso no solo repara, sino que nos sitúa en el buen lugar, desde el que podremos dejar que la vida fluya en todas las direcciones.

¿Cómo vivo y qué es el descanso para mí?

Semana 11 de julio: PASIVA REFLEJA // Esther Fernández Lorente

〈Introducción:
Este poema de Esther expresa con «agudeza» lo que ocurre cuando se empieza a hacer la luz en nosotros. Es así, y lo expresa (se expresa en ella) con acierto. No en vano, los místicos siempre empezaban a usar esta «pasiva refleja» -ni impersonal, ni posesiva; ¿transpersonal?- en cuanto se les regalaba ver algo….

Hay un “se” que está creciendo en mí.

Se oyen palabras desconocidas,
se comprenden significados nuevos,
se deja caer el miedo y se hace la confianza,
se ve luz en los cuartos cerrados,
se ve más luz en los cuartos abiertos.
Se percibe la calma, a veces, en la tormenta.
Se toca la calma, se mueve en lo profundo,
sí, cada vez más y más y más en el centro.
Se pintan los huecos de colores distintos,
se valora cada color, con su propio matiz,
se acepta el ocre, también el gris y el negro…

Parece algo impersonal, es así, y no consigo
poner nombre al sujeto de tanta vida,
encontrar la palabra precisa para
atraparlo y exponerlo en la pared de “lo mío”.
Siempre es más, siempre es distinto y el mismo,
todo y uno, está más allá
y plenamente aquí, fuera y dentro.

Mi yo se apropia del “se” y lo siente reflexivo,
es él el que se busca, se encuentra,
se trabaja, se enciende y se apaga,
se mira y se remira constante en el espejo.
¡Pobre imagen largamente sostenida
que no alcanza a comprender la simplicidad
de soltar las riendas y vivir el juego!

Pero es pasiva la voz que conjuga mi existencia.
Ese “se” va extendiendo su espacio sin que pueda,
ni siquiera, con los “mis” estorbar el hecho:
canal de la bondad,
canal de la verdad,
canal de la belleza,
soy encontrada, rendida, bendecida, transitada,
llevada y recibida por las manos del Amor.
Es pasiva refleja la voz que escucho.
Se despliega, en ese “se”, el Silencio.

Esther Fernández Lorente.

LIGEROS DE EQUIPAJE

Domingo XV del Tiempo Ordinario

11 julio 2021

Mc 6, 7-13

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

LIGEROS DE EQUIPAJE

  En su radicalidad, estas palabras de Jesús apuntan a uno de los signos más claros de la espiritualidad. Cuando alguien se vive en profundidad, comprende que todo es gracia; esa comprensión se transforma en gratitud y se manifiesta en gratuidad. Quien sabe que todo lo ha recibido gratis, deja que todo fluya a través de él.

 Esto no significa demonizar el dinero ni renunciar a una remuneración adecuada, aunque impide hacer “negocio”, particularmente con todo lo que tenga que ver con la espiritualidad.

 La vivencia espiritual hace posible vivir la experiencia de estar siendo recibido y regalado en permanencia. De ahí brotan una actitud y un comportamiento caracterizados por la desapropiación -en la que insiste el texto que estoy comentando y que han recalcado todos los maestros y maestras espirituales-, un rasgo diametralmente opuesto a la pulsión acaparadora que rige en nuestra cultura.

 La espiritualidad permite pasar del tener al compartir, del poder al servir, del tener al ser. Y todo ello, no en virtud de un imperativo ético, sino como fruto de la comprensión.

 La comprensión profunda -otro sinónimo de la espiritualidad- se despliega en una triple dirección, que puede resumirse en tres palabras: plenitud, fluir y fraternidad.

 Regala una vivencia de plenitud, porque permite comprender y saborear lo que realmente somos, más allá del yo en el que temporalmente nos experimentamos. Somos pura presencia consciente -plenitud de presencia-, y lo saboreamos en el silencio de la mente. Espiritualidad es experiencia de plenitud.

  A partir de ahí, comprendemos que la vida fluye a través de nuestra “forma” o persona concreta. No tenemos la vida ni nos la apropiamos, sino que permitimos que fluya en nosotros, a la vez que aprendemos y agradecemos el hecho de vivirnos como cauce, que busca ser cada vez más limpio y desapropiado. Espiritualidad es vivir diciendo sí a lo que la vida nos trae.

 En paralelo, la misma comprensión que nos ancla en el centro donde experimentamos la plenitud nos hace ver que ese centro es compartido con todos los seres, que la identidad es común. La consecuencia es clara: todo otro soy yo; más allá de nuestras diferencias, somos lo mismo. Por tanto, si todo otro es no-otro de mí, la fraternidad constituye una dimensión constitutiva de lo que somos. Espiritualidad es fraternidad.

 Plenitud, fluir, fraternidad: brotan de la comprensión y vivencia de lo que somos, implican un proceso de desidentificación del ego y dejan en la persona un sabor de gratuidad.

¿Qué produce en mí la vivencia espiritual?

SOMBRA

Domingo XIV del Tiempo Ordinario

4 julio 2021

Mc 6, 1-6

En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que le oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí?”. Y desconfiaban de él. Jesús les decía: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.

 SOMBRA

  La desconfianza suele ser un mecanismo de defensa, que fácilmente adopta la forma de desprecio, como en este caso, y de descalificación gratuita.

 Como tantos otros mecanismos de ese tipo, pretende defender, en realidad, del propio malestar, probablemente no confesado y ni siquiera reconocido. Es como si, al descalificar al otro, me “calificara” a mí mismo. En este sentido, la desconfianza, el desprecio y la descalificación suelen ser síntomas y, por tanto, mensajeros de la propia sombra no reconocida ni aceptada. Ello explica que, habitualmente, vayan acompañados de acritud. Es sabido que la sombra se detecta porque aparece crispación, según la conocida ley: todo aquello que me crispa está en mí.

  Para salir de ese laberinto mortal, la puerta se halla en la aceptación de toda nuestra verdad, sin disimularla, maquillarla ni negarla. Porque la sombra no es mala; solo se convierte en algo hostil cuando la ignoramos y no la tenemos en cuenta. “La sombra solo resulta peligrosa ­-decía el psiquiatra Carl Jung- cuando no le prestamos la debida atención”.

  Si, en lugar de dejarme llevar por ella, en actitudes defensivas y descalificadoras, la acepto, reconociendo mis sentimientos, notaré que la sombra, antes temida y rechazada, me humaniza, me baja del pedestal al que me había subido mi ego neurótico y me hace humilde. Solo ese camino nos regala la paz, que únicamente podemos encontrar cuando abrazamos toda nuestra verdad.

  Y, al encontrarnos en la aceptación de toda nuestra verdad, habremos “encontrado” también a los otros. Porque la sombra aceptada y abrazada nos unifica y nos hace compasivos. Como diría el propio Jesús, cuando vemos la “viga” en el ojo propio podemos comprender la “mota” en el ojo del hermano (Mt 7,3). De ese modo, la energía antes devoradora se convierte en energía sanadora.

¿Sé que mi acritud y juicio o descalificación del otro es síntoma de mi sombra no reconocida ni aceptada?

POSTEÍSMO Y NO-DUALIDAD (y IV)

POSTEÍSMO Y NO-DUALIDAD. UN CAMBIO DE PARADIGMA

y IV. NO-DUALIDAD

Hace poco recibí un correo de una persona que me decía: “Creo que entiendo lo que es la no-dualidad, pero no la puedo razonar”. La mente no puede “razonar”, ni siquiera entender la no-dualidad, porque ella misma es dual. Pensar implica, además de objetivar, “separar” el sujeto conocedor del objeto conocido. Ahí nace el “yo” y la mente termina pensando que la realidad es una suma de objetos separados, porque así es como ella la percibe.

La no-dualidad no puede, por tanto, ser pensada. Lo más que podemos alcanzar, a través de la mente, es reconocer que tal planteamiento, no solo no carece de sentido, sino que posee una poderosa potencia explicativa. Nada más. La no-dualidad puede percibirse, no razonando, sino justamente en el silencio de la mente: sea porque se ha vivido una experiencia de comprensión en la que el pensamiento queda completamente suspendido, sea gracias a una práctica del silencio de la mente, que nos permite ver desde “otro” lugar.

Alguien ha escrito también que “el planteamiento de la no-dualidad parece contradecir toda la experiencia humana”. Así es, tal como “parecía” contradecirla el heliocentrismo a quien estaba anclado en la “evidencia” de que el sol giraba alrededor de la tierra.

Sin embargo, incluso la física moderna afirma la interrelación, hasta el punto de que el físico Carlo Rovelli se atreve a escribir: “El aspecto relacional de todas las variables físicas es uno de los descubrimientos básicos de la mecánica cuántica”. Si pudiéramos adentrarnos progresivamente en lo más minúsculo de la materia -del organismo a los órganos, de estos a las células, de ahí a las moléculas, de las moléculas a los átomos, de los átomos a las partículas subatómicas…-, lo que descubriríamos al final del recorrido serían ondas de vibración, cuerdas vibrantes y campos cuánticos. Todo ello apunta hacia un Vacío originario, matriz de todas las formas. Lo cual le ha llevado al filósofo postmaterialista Jordi Pigem a escribir que “la base de la realidad no es la materia, es la consciencia”. En la misma línea, el gran físico cuántico James Jean afirmaba que “el universo material se deriva de la consciencia, y no al revés”. Y el astrofísico Richard Conn Henry: “El universo es inmaterial, mental y espiritual”. Con lo cual, el planteamiento de la no-dualidad no parece ya tan “contradictorio” con la realidad como algunos pensaban.

Sin querer extenderme demasiado, deseo simplemente puntualizar algunas cuestiones relativas a la no-dualidad que suelen ser tergiversadas con frecuencia. Probablemente por la misma razón por la que no puede ser “razonada”. Cuando se pretende entender la no-dualidad desde la mente, es imposible captar su significado.

Los puntos que deseo clarificar son aquellos que, a mi modo de ver, con mayor frecuencia son mal entendidos:

  • La no-dualidad no niega las diferencias. Lo que afirma es que diferencia no es sinónimo de separación. Somos diferentes, pero somos lo mismo. La realidad es un despliegue de formas diferentes, pero todas ellas no son sino “formas” surgiendo de un mismo fondo y compartiendo una misma identidad profunda.
  • La no-dualidad no niega el mundo de las formas; al contrario, lo característico de la no-dualidad es la afirmación de ambos polos de lo real. Asume un doble principio: el de exclusión (“yo no soy mi cuerpo, ni mi mente, ni mi psiquismo…”) y el de inclusión (“pero soy también mi cuerpo, mi mente, mi psiquismo…”). En el caso humano, se articula con sabiduría la personalidad (o yo) con y desde la identidad (consciencia). En la vivencia adecuada de esa articulación consiste la sabiduría.
  • La no-dualidad no niega el proceso, sino que reconoce la paradoja. Si bien es cierto que, desde el plano profundo -más allá de las formas- todo es ya -todo, simplemente, es; somos plenitud-, esto no niega que, en el plano fenoménico o de las formas, todo es procesual o secuencial. Lo cual puede resumirse de manera sintética en esta afirmación: estamos en proceso -como personas- de llegar a ser aquello que ya somos -en nuestra identidad profunda-.
  • La no-dualidad no niega la acción ni el dinamismo de comprometerse. Al contrario, no-dualidad es amor y sinónimo de compromiso. Y es así porque la comprensión no-dual, al situarnos en la verdad de lo que somos, sin negar nada de lo que nos constituye, me hace reconocer que todo otro es no-otro de mí. Es lo que aprecio en Jesús de Nazaret: fue esta comprensión la que guio su actitud (“lo que le hacéis a otro, me lo hacéis a mí”) y su comportamiento, caracterizado por la más genuina compasión, que viene siempre de la mano de la comprensión. Con lo cual, el compromiso urge, pero naciendo del lugar adecuado: no del voluntarismo ni del dualismo -con las trampas que esto encierra-, sino de la comprensión. No hay un yo que se comprometa, pero eso no conduce a la pasividad, inactividad o indolencia narcisista, porque somos consciencia comprometida; al comprenderlo, empezamos a vivirnos desde nuestra verdadera identidad.

La no-dualidad da razón de la paradoja de lo real: todo son diferencias y, a la vez, todo es uno; lo Uno expresándose en lo Múltiple. Nosotros mismos nos vemos y vivimos como diferentes, pero ojalá nos comprendamos como unidad, y podamos vivirnos en coherencia con ello. Esa es nuestra paradoja: cada cual nos experimentamos en una personalidad diferente, pero compartimos la misma y única identidad. Es precisamente esta comprensión la que hará posible una transformación radical en nuestro estado de consciencia.

No-dualidad es unidad-en-la-diferencia, abrazo de todas las formas en un fondo único, común y compartido, que constituye el “núcleo” de todo lo que es. Nos experimentamos en una forma determinada y diferente a todas las demás, pero somos “Eso” que alienta toda forma, Plenitud de presencia, Vida, Amor…

En síntesis, la comprensión no-dual, una vez que se ha superado la inercia de la mente -similar a las inercias que mantenían a la humanidad en antiguas creencias absolutizadas-, nos atrae poderosamente, porque refleja nuestro Anhelo más profundo, aquel que nos llama de vuelta a “casa”.

Nuestro drama consiste en vivirnos ignorantes y alejados (alienados) de lo que realmente somos, identificados con el yo y la mente pensante. El desafío pasa por silenciar la mente y atrevernos a mirarnos desde “otro lugar”, el lugar del no-pensamiento. Cuando se trasciende el pensamiento -sin renunciar nunca a la mente funcional ni a la lucidez crítica-, se advierte que no hay nada que conseguir ni nada que falte; no hay confusión, no hay yo y no hay que preocuparse por el nacimiento o la muerte. Estamos -siempre hemos estado- en “casa”. Desde esa comprensión vivimos el plano de las formas o del yo, en todas las dimensiones (psicológica, relacional, social, política, ecológica…). Lo que las religiones llamaban “Dios” -en consonancia con un determinado momento de la consciencia humana- es lo que ahora descubrimos como nuestra “casa”, la identidad una y última que nos constituye -consciencia, presencia, vida…- y el fondo luminoso (“Dios”/“dev” significa “luz”) de todo lo que es.

Lo que llamamos “Dios” no puede ser un Ser separado -¿cómo podría haber algo separado de lo real?-, sino un estado de ser. Más aún: la idea de un dios separado no puede ser sino factor de división, porque se piensa la divinidad como “un tercero” entre tú y yo. Por el contrario, al comprenderla como el Fondo común de todos los seres -nuestra identidad última-, la percibimos como la mayor fuerza de cohesión.

Por todo esto decía que, con la superación del teísmo, no se pierde nada valioso; se crece en comprensión y en plenitud de vida.