SOMOS LA VIDA, NO HAY LUGAR PARA EL TEMOR

         De las afirmaciones que hizo Jesús, cada vez me parece más luminosa aquella en que dijo: “Yo soy la Vida”.

         Es una palabra plena de sabiduría, que invita a salir de nuestra ignorancia básica y a reconocer la verdad profunda de esa expresión, aplicada a todos nosotros. Todos somos –y nunca podemos dejar de ser- Vida.

         La ignorancia radical es la que hace reducir nuestra identidad a nuestra personalidad, haciéndonos creer que somos un “yo particular”, separado de los demás y desgajado de la Vida.

         Esta creencia errónea es la fuente de todo sufrimiento, para nosotros mismos y para los demás.

 

         Al identificarnos con el “yo individual” y creernos separados, nos sentimos “enfrentados” a la Vida y, en cierto modo, amenazados por lo que nos pudiera ocurrir. Eso nos hace vivirnos a la defensiva y, con frecuencia, en el temor.

         Basados en la creencia (errónea) de la separación, dividimos todo lo que ocurre en “bueno” y “malo”, “positivo” y “negativo”, según los criterios del “yo particular” que creemos ser. Cuando sucede algo “positivo”, entramos en euforia; cuando, por el contrario, es “negativo”, nos sentimos frustrados.

         Al mismo tiempo, nos situamos ante la realidad en clave de exigencia y de “debería”. Vivimos habitualmente enfrentados a lo que es, en la convicción de lo que “debería” o “no debería” ser. Con ello, no hacemos sino generar sufrimiento inútil: porque no existe sufrimiento mayor que el de oponerse a lo que es.

 

         No hay liberación posible sin salir de aquella falsa creencia, es decir, sin comprensión (sabiduría).

         La sabiduría consiste en reconocer que no existe nada separado de nada. Y que no hay nada que no sea manifestación y expresión de la única Vida. Todo es Vida, que se despliega –se “disfraza”- en infinitas formas: el nacer y el morir, la salud y la enfermedad, el éxito y el fracaso, el “bien” y el “mal” –etiquetas mentales-…: todo son “formas” que la Vida adopta.

         Nosotros mismos somos la Vida, que ha adoptado una forma particular, en la personalidad concreta que tenemos. Pero la trampa consiste en creer que somos esa forma, en lugar de reconocernos como Vida.

         Cuando reconoces que eres Vida, ¿dónde queda el temor, la ansiedad, la frustración, el sufrimiento…? Quedarán como inercias de nuestro mundo mental y emocional, pero podremos salir de ellos con más facilidad. Porque no miraremos los acontecimientos ni las circunstancias –sean cuales fueren- desde el yo que creíamos ser, sino desde la Vida que somos.

         Visto desde ahí, caes en la cuenta de que todo lo que ocurra es expresión de la Vida: ¿cómo va a estar “mal”? La Vida no puede equivocarse.

         No cabe error alguno: lo que sucede, es lo que tiene que suceder. Nunca puedes equivocarte, porque lo que hagas es lo que la Vida está haciendo en ese preciso momento. Como recuerda con frecuencia Jeff Foster, no tienes un destino prefijado: tu camino –tu destino- es lo que sucede.

         Pero esto no puede verse ni entenderse desde la mente. Ella tiene sus propios parámetros, en la creencia de que es un hacedor independiente y autónomo, que puede actuar por su cuenta al margen de la Vida. Por eso, mientras alguien crea –y esta es la paradoja- que es un “yo particular” le resultará imposible comprender lo que se esconde detrás del “gran teatro del mundo”. Es necesario tomar distancia de la mente y a acceder a otro modo de ver –el “conocimiento silencioso” de sabios y de místicos- para percibir, sin duda alguna, que todo lo que captamos no es sino expresión multiforme de la Vida una, que es nuestra verdadera identidad.

 

         Todo lo que te ocurra –estar sano o estar enfermo, tener éxito o fracasar, sentirte mejor o peor, comprender o no comprender, aceptar o rebelarte…-, todo sin excepción es Vida. Y la Vida es todo. Míralo desde ahí. No creas que tu yo se siente amenazado; reconoce que la Vida que eres toma ahora esa forma concreta… Pero sigue siendo Vida, y siempre está a salvo. Todo es Vida en un despliegue multicolor. Si lo ves, eso es Vida que se manifiesta; pero si no lo ves, eso es también Vida que se manifiesta de forma diferente. Suceda lo que suceda y estés como estés, incluso en el lecho de muerte, solo hay Vida –es lo que eres- adoptando formas cambiantes.

 

         Por tanto, solo hay algo que podamos hacer: reconocernos en Ella y vivirnos desde Ella. La identificación con la mente y el con el yo –de donde venimos- tendrá mucha fuerza y a veces nos sorprenderemos aún creyendo que somos esa forma; sin embargo, la práctica nos hará diestros en reconocer nuestra verdadera identidad.

         A partir de ahí, ya no juzgaremos las cosas desde el yo, sino que únicamente veremos Vida en todo lo que se manifiesta.

         Dejaremos de repetir el error de tomarnos todo “personalmente”, creyendo que somos la “persona” separada o “yo particular” –esta es la causa de nuestro sufrimiento- y aprenderemos a no “personalizar” nada de lo que sucede.

Y entonces también podremos estar disponibles y desapropiados para permitir que la Vida fluya sin bloqueos a través de nosotros.

         Y lo que brota de ahí es Paz, Ecuanimidad y Compasión: la Vida que fluye en libertad…

 

Teruel, 25 enero 2015

¿CATECISMO O EVANGELIO?

¿CATECISMO O EVANGELIO?

 

 

         Este texto nace a raíz de algunas experiencias recientes vividas en encuentros con personas religiosas (católicas), que me habían pedido abordar el estudio de la figura de Jesús.

         En tales encuentros, se me ha ido haciendo cada vez más clara la dificultad que supone acercarse con limpieza a Jesús cuando se ha internalizado su imagen a través del catecismo aprendido. Y he podido constatar hasta qué punto el catecismo ha sustituido al evangelio y eso se ha convertido, en la práctica, en un obstáculo para acoger el mensaje de Jesús, por un doble motivo: porque el catecismo transforma la novedad del evangelio en doctrina anquilosada y porque tal doctrina resulta cada vez más difícil de asumir desde la sensibilidad que acompaña a nuestro momento histórico.

 

         En este escrito, quiero ofrecer algunas claves acerca de:

  • la trampa (inconsciente) que ha reducido el evangelio al catecismo aprendido;
  • las consecuencias de la misma;
  • la comprensión de la figura de Jesús, más allá de la religión y de la Iglesia, lo cual está en plena sintonía con nuestro momento cultural y lo que parece ser el horizonte futuro: una espiritualidad trans-religiosa;
  • la capacidad de acoger la figura de Jesús, desde el modelo no-dual de conocer; desde ahí, todo se modifica; también lo relativo al modo de entender la llamada “divinidad” de Jesús y las afirmaciones dogmáticas acuñadas a partir del concilio de Nicea (del año 325).

 

         Soy consciente de que los católicos dan por supuesta una identidad fundamental entre evangelio y catecismo, hasta el punto de que les puede resultar extraño incluso el hecho mismo de que sea puesta en cuestión. Sin embargo, quizás sea bueno verlo con un poco de detenimiento, sin dar nada por supuesto.

 

         En esos encuentros recientes a los que me refería, algunos participantes expresaron que tenían que rechazar lo escuchado porque “querían defender el catolicismo”, y les parecía que el Jesús del que yo hablaba no era el Jesús “católico”. En un lenguaje más preciso, yo entendí que el criterio para descalificar lo que había expresado en el curso, acerca de la figura de Jesús, era lo que habían aprendido en el catecismo.

         Y aquí es donde, a mi modo de ver, radica la trampa: el Jesús que ha llegado hasta la inmensa mayoría de los cristianos es una imagen filtrada, adaptada, reducida y, literalmente, “domesticada”, por obra y gracia del catecismo.

         Todos los estudios serios sobre la figura de Jesús ponen en evidencia que el Jesús histórico tiene poco que ver con el Jesús del que se habla en el catecismo. Pero esto no debería sorprender: mientras Jesús fue un crítico implacable de la religión y de la autoridad religiosa, el catecismo no nace del evangelio, sino de la proyección de la mente religiosa, que imagina a un Dios a nuestra imagen y semejanza.

         Durante la existencia histórica del Maestro de Nazaret, se planteó un conflicto entre el Dios de la religión y el Dios que Jesús anunciaba. Como suele ocurrir, el poder salió aparentemente victorioso y el Dios de la religión terminó asesinando al Jesús de Dios.

         O dicho de otro modo: el catecismo presenta a un Dios “previsible”, acorde con las categorías de nuestra mente proyectiva; por el contrario, tal como escribiera Dietrich Bonhoeffer, “el Dios que se revela en Jesús pone del revés todo lo que el hombre religioso espera de Dios”.

         En el caso cristiano, la mente proyectiva se sirvió, primero, del genio religioso de Pablo –que convirtió en “religión” el mensaje sencillo y sabio de Jesús- y, más tarde, de las categorías de la filosofía griega –que habría de ser la matriz donde se gestaran los grandes dogmas del cristianismo-.

         Como resultado “natural” de todo ese proceso, se produjo una divinización, apropiación y  domesticación de la figura de Jesús que, de ser un judío sabio, un hombre profundamente espiritual (humano), portador de un mensaje universal de sabiduría y crítico de la religión, a través de una propuesta radicalmente subversiva, fue presentado como fundador de una religión más y, supuestamente, de la iglesia cristiana, tal como hoy la conocemos.

         Una vez producido el cambio, la visión de la teología (del catecismo) habría de convertirse, lógicamente, en el criterio último acerca de todo lo que podía decirse o no sobre la figura de Jesús. Todo aquello que no repitiera literalmente los dogmas cristológicos y que no asumiera la “imagen” de Jesús que había filtrado esa misma teología (y catecismo) quedaba automáticamente descalificado.

         Otra consecuencia no menor de aquella confusión es la que se palpa en la confesión de no pocas personas consagradas que reconocen haber sido adoctrinadas, pero no evangelizadas. Eso es exactamente lo que ocurre: el catecismo adoctrina y fomenta una religiosidad observante, basada en el cumplimiento, pero no lleva a conectar vitalmente con lo que fueron las actitudes profundamente humanas de Jesús.

 

         Todo ello, como decía, es consecuencia de haber absolutizado la teología heredada y el catecismo aprendido. Sin embargo, si se toma un mínimo de distancia de este, basta una aproximación simple al evangelio para constatar como evidente el contraste palpable entre los contenidos de uno y de otro. Sabiendo cómo funciona la mente humana y el papel que juegan las creencias, sobre todo dentro de una institución poderosa y autoritaria, no es difícil concluir que, si no se percibió antes aquella disonancia, fue debido sencillamente al mecanismo por el que los seres humanos tendemos a identificarnos con aquello que creemos.

         Con todo, si bien es cierto que el contraste entre catecismo y evangelio es evidente para cualquier lector atento, en nuestro actual momento histórico nos encontramos con dos elementos que facilitan una comprensión mayor

         En primer lugar, la nueva sensibilidad cultural parece percibir que estaríamos asistiendo al inicio del ocaso de las grandes religiones teístas. Nacidas en un momento histórico determinado –dentro de un nivel de consciencia mítico y en una sociedad caracterizada por un fixismo rígido-, no solo se revelan en “disonancia” con un nivel de consciencia más ampliado, sino incluso –en su forma tradicional- resultan irrelevantes en esta sociedad tecnológica avanzada y en constante innovación y cambio.

         Nadie duda de que, en una historia de luces y de sombras –como todo lo humano-, han aportado riqueza a la humanidad en su devenir histórico: fundamentalmente, han motivado y desarrollado la personalización –al hablar de un Dios “personal”- y han potenciado la dimensión ética del comportamiento humano, desde la exigencia de “imitar” a un Dios bueno.

         Sin embargo, parecen acumularse evidencias de que nos hallaríamos en un proceso de transformación o metamorfosis de lo religioso, a resultas de la cual la religión sería trascendida en la forma de una espiritualidad no dogmática, universal, inclusiva y no-dual.

         El segundo factor que favorece una aproximación más “limpia” a la figura de Jesús es el giro copernicano en nuestro modo de conocer, que constituye una de las mayores revoluciones a las que estamos asistiendo: se trata del paso del modelo mental de conocer al modelo no-dual (o “conocimiento silencioso”, del que los sabios y místicos de todas las tradiciones han dado siempre testimonio).

         Ambos factores abren, de una forma espléndida y luminosa, nuestra percepción del Maestro de Nazaret, al acercarnos a un Jesús más allá de las religiones, no “religioso” ni “católico” y, al mismo tiempo, “espejo” límpido de aquella misma y única identidad que todos compartimos.

         Si el engaño primero y radical en que se basa el modelo mental es la creencia de que todo está separado de todo –y, sobre esa creencia errónea, se articuló la creencia dogmática en Jesús como un Dios separado-, el modelo no-dual nos permite percibir el equívoco y nos abre a reconocer la no-separación, la interrelación de todo en una admirable unidad dentro de las diferencias. Jesús deja de verse como un ser separado para ser comprendido como aquel hombre sabio que “vio” y vivió lo que somos todos.

         Desde esta nueva perspectiva, la imagen de Jesús que presentan los dogmas, la teología clásica o el catecismo resulta de una pobreza raquítica, desfigura su rostro y vacía de contenido su mensaje, hasta convertirlo en una creencia rutinaria para consumo exclusivo de quienes han decidido creer en él.

 

         Llegados a este punto, toca vivir el respeto hacia los otros y el cuestionamiento lúcido hacia uno mismo.

         Con frecuencia, en los ambientes católicos, al cuestionar la imagen de Jesús, aprendida en el catecismo, se producen malestares e incluso “escándalos”. Ante esta primera reacción, la autoridad religiosa se posiciona en defensa de quienes discrepan, porque también ella comparte la misma imagen de Jesús.

         Es llamativo, sin embargo, que la descalificación tome una forma “autoritaria”. Es decir, no se aportan argumentos de valor; son, sencillamente, de autoridad: “el catecismo no puede ser cuestionado”.

         Es significativa también la actitud que subyace: no se sabe bien si lo que interesa es conocer limpiamente a Jesús… o, más bien, fortalecer las creencias que ya se tenían acerca de él y “defender el catolicismo”.

         Llama igualmente la atención la insistencia en hablar de un Jesús “católico”, sin caer en la cuenta de que esa misma denominación está ya dando por supuesta una “apropiación” y “domesticación” de la figura del Maestro de Nazaret absolutamente indebida. 

         En resumen, pareciera como si lo que realmente interesara no fuera un conocimiento real de Jesús, sino demostrar que Jesús es tal como ellos lo creen y que, además, es “nuestro”.

         Frente a ello, hoy parece incontestable históricamente que Jesús no “fundó” la Iglesia ni tampoco creó una nueva religión –su mensaje no coincide con la doctrina “católica”-, sino que ofreció y vivió un mensaje de sabiduría que, con frecuencia, la misma religión que dice fundamentarse en él ha encorsetado y empobrecido, convirtiéndolo en una creencia rutinaria y alejada de la vida.

         Soy consciente de que, ante estas afirmaciones, el católico suele argüir repitiendo aquellas palabras que el evangelio de Mateo pone en boca de Jesús, dirigiéndose a Simón: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).

         Sin embargo, para la exégesis más rigurosa, tales palabras –exclusivas de Mateo- no pertenecerían a Jesús, sino que recogerían el sentir de la comunidad del propio evangelista; comunidad que reconocía a Pedro como figura legitimadora. La segunda parte de la afirmación –nacida también dentro de aquella comunidad y referida a ella misma- no puede ser sino una expresión de deseos. Mal que le pese a nuestra mente y por más frustrante que resulte para la necesidad de seguridad de nuestro ego, todas las formas son impermanentes y, por tanto, transitorias: la Iglesia también pasará. Lo único que permanece es Aquello que es y que, por ello mismo, somos.

 

         ¿Y el catolicismo? Constituye sin duda una imponente construcción religiosa, que ha aportado innegables riquezas de humanidad, a la vez que ha generado mucho sufrimiento.

         Ha tratado de dar respuesta al misterio del existir –eso es una religión-, en unas determinadas coordenadas espaciotemporales. Ese es su mérito y su límite. Como “mapa” que ofrece pistas para entrar en el “territorio”, es válido y legítimo, dentro de los límites de todo lo humano. El problema surge cuando el mapa se absolutiza y se erige en criterio último de verdad: entonces la religión se hace indigesta y peligrosa.

         El catolicismo se absolutiza y hace daño –como cualquier otra religión- cuando piensa que con él ha llegado el “culmen” de la verdad y que cualquier otra doctrina debe juzgarse a su luz. O cuando se considera como la “religión definitiva”, sin advertir que esa misma creencia lo único que revela es el nivel de consciencia mítico de quien la sostiene. Como cualquier otra forma histórica, también el catolicismo será superado y trascendido.

         En una homilía reciente (31 de diciembre de 2014), el papa Francisco -que, por otra parte, tanto está haciendo por «volver» al evangelio- expresaba lo siguiente: “Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo”.

         Me parece que esa frase –una de las más desafortunadas que le he oído al actual papa, y que se inscribe dentro de la teología más conservadora y etnocéntrica (eclesiocéntrica)- no solo no hace justicia a la realidad, sino que encierra un engaño peligroso, al reducir la figura de Jesús a la interpretación dogmática que la Iglesia hace de la misma.

         Indudablemente, Jesucristo puede quedar reducido a una idea, una moral y un sentimiento. Pero también a una interpretación religiosa y excluyente, que reduce y tergiversa su figura. Sin embargo, cabe una aproximación más ajustada a la historia y más fiel al propio mensaje de Jesús. Toda lectura es ya una interpretación –no puede ser de otro modo- y pensar que las interpretaciones únicamente las hacen los otros es caer en un error de bulto, que no favorece crecer en la verdad. En cualquier caso, la clave para comprender nuestras aproximaciones a la figura de Jesús pasa, de una manera radical, por el paradigma en el que cada cual nos encontramos y, más básicamente aún, por el modelo de cognición que utilizamos, como he expresado más arriba.

         En el aspecto concreto que nos ocupa, es legítimo que el catolicismo diga remontarse a Jesús. No lo es, sin embargo, que pretenda monopolizarlo o que exija imponer la suya como la única interpretación válida de la historia del nazareno: Jesús siempre trascenderá cualquier cuerpo dogmático en torno a su figura.

         Intuyo que, antes o después, las religiones están llamadas a reconocerse como “mapas” –valiosos y limitados-, que no tengan otra pretensión que la de favorecer y facilitar que las personas vivan su verdad más profunda –eso es la “dimensión espiritual”-, en un proceso en el que las mismas religiones irán desapareciendo, trascendidas en una espiritualidad abierta, inclusiva, experiencial…, es decir, radicalmente humana.

         La alternativa, por tanto, pasa por abrirse a la espiritualidad que, aun valorando lo que las religiones han aportado, sin embargo las trasciende. Y mientras estas ofrecen creencias que parecían prometernos seguridad, aquella nos ancla en la certeza de lo que somos, llenándonos de luz y ensanchando nuestro corazón hasta poder decir –como Jesús- que “todos somos uno”.

         Tal postura conecta mejor con la intuición y la propuesta de Jesús, con su carácter universal e inclusivo, con su sabiduría que no conoce fronteras y con su visión no-dual de lo real.

         Cada día tenemos más claro que, así como las creencias en Dios dificultan experimentarlo, la adhesión al catecismo impide el acceso abierto al evangelio, porque este –sin que la persona lo advierta- ha sido ya previamente filtrado por aquel.

 

Postdata:

 

         Después de haber enviado este artículo a un grupo, una lectora atenta me hace llegar el siguiente texto del papa Francisco, que yo desconocía. Lo transcribo a continuación, porque estas me parecen unas palabras realmente “inspiradas”. Dice así:

 

No es necesario creer en Dios para ser una buena persona. En cierta forma, la idea tradicional de Dios no está actualizada. Uno puede ser espiritual pero no religioso. No es necesario ir a la iglesia y dar dinero. Para muchos, la naturaleza puede ser una iglesia. Algunas de las mejores personas en la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre”.  

 

(A quien desee profundizar en las cuestiones aquí apenas apuntadas, le sugiero la lectura del libro que acabo de escribir y que, en breve, publicará la editorial PPC, con el título: “Cristianos más allá de la religión. Cristianismo y no-dualidad”).

 

Teruel, 12 enero 2015.

MIS «RECORDATORIOS»

Adicciones y engaño

Quiero compartir con vosotros y vosotras tres textos, que leo cada día, y que me sirven de “recordatorio” de aquello de donde no quiero escapar…, aunque en realidad el “escape” es imposible porque —lo veamos o no, lo sepamos o no— ya somos aquello de lo que pensamos habernos alejado. Pero, como os decía, me viene bien recordármelo.

Ya eres lo que estás buscando

          

         

 

 

 

 

 

 

Los textos son los siguientes:

 

 1. “YO SOY” (Helen Mallicoat)

 

“Estaba lamentándome del pasado y temiendo el futuro… De repente «mi Señor» estaba hablando: «MI NOMBRE ES YO SOY».

Hizo una pausa. Esperé. Él continuó:

Cuando vives en el pasado, con sus errores y pesares, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es Yo fui.

Cuando vives en el futuro, con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es yo seré.

Cuando vives en este momento, no es difícil. Yo estoy aquí. Mi nombre es YO SOY”.

 

Paz

 

            La religión teísta, con la expresión “mi Señor”, se refiere a la divinidad. Lo cual es absolutamente legítimo. Sin embargo, me parece más ajustado afirmar la no-separación de todo, por lo que tal expresión puede entenderse como otro nombre de aquel Fondo común que compartimos todos los seres, y que, aun sin agotarse en las formas, constituye el núcleo de todas ellas. En ese sentido, la citada expresión nos remite a nuestra identidad más profunda, que puede nombrarse también como “Yo Soy”.

          Esta lectura no-dual nos revela algo profundo. Cuando perdemos la consciencia del momento presente, nos alejamos de quienes somos. Por el contrario, en cuanto acallamos la mente y venimos al aquí y ahora, escuchamos en nuestro interior a nuestra verdadera identidad –nuestro “Señor interior”- que nos susurra: “Yo soy”, todo está bien.

 

 

2. ACEPTAR LO QUE VENGA  (Papaji)

 

La Esencia de la Destreza es esta: Lo que sea que venga, déjalo venir; lo que se quede, déjalo estar, lo que se va, déjalo ir.

Quédate callado, y adora al Ser.

Esta es la esencia de vivir hábilmente en la apariencia del mundo.

Durante todas las actividades de la vida recuerda siempre que tú eres el Ser.

La manera de vivir una vida feliz es aceptar cualquier cosa que venga, y lo que no viene, que no te importe.

 

3. “Somos personitas, cada una con su penita”.

 

               Siento no acordarme del nombre de la chica a quien escuché esta frase, en una entrevista reciente. Solo recuerdo que tiene una voz extraordinaria y, acompañada a la guitarra por un muchacho, canta desde una profunda y exquisita sensibilidad.

          Mientras la entrevistaban, estaba yo atendiendo otras cosas. Pero esas palabras suyas me detuvieron y atraparon. Me sonaron, en su sencillez no exenta de humor, a “palabra inspirada” –inspirada es aquella palabra que nos silencia por dentro y produce un movimiento de desegocentración– y se me quedaron grabadas. Lo que me detuvo fue su “carga” de humildad y de invitación a la compasión.

 

          Y nos encontramos, una vez más, con la paradoja, que me parece bueno noTERNURA olvidar: es verdad que somos Plenitud…, pero no lo es menos que tal Plenitud se expresa en estas formas concretas –frágiles y necesitadas de compasión- que palpamos a diario. Lo uno y otro, en un abrazo no-dual que, finalmente, nos unifica en el Ser.

 

          Es lo que, una y otra vez, nos recuerda el sabio, también humilde y divertido, que es Fidel Delgado. De entre los numerosos videos suyos que pueden encontrarse en YouTube, os recomiendo ver este, cuyo enlace os dejo:

https://www.youtube.com/watch?v=_NpmCPsoLfE

          Está aquíSomos –dice Fidel- “seres-humanos”: en cuanto “humano”, soy una forma transitoria, sumamente vulnerable y amenazado de muerte, y por eso lleno de inseguridad y de miedos; sin embargo, en cuanto “ser”, soy una realidad ilimitada y siempre segura.

 

          Esta es nuestra paradoja, que no conviene olvidar, si no queremos perdernos en la confusión: somos “ambas identidades”. Y tal paradoja encuentra una admirable convergencia con lo que ha visto la física cuántica: el Todo se halla en cada parte.

 

          La paradoja –omnipresente en toda la realidad- expresa una doble verdad, que es también en sí misma paradójica: que toda la realidad manifiesta es polar –no existe nada sin su polo opuesto- y que esa aparente contradicción solo queda resuelta en un lugar “superior”, que abraza ambos polos en una unidad mayor. A este abrazo o unidad englobante que no destruye las diferencias es a lo que llamamos “no-dualidad”.

 

          Polaridad y no-dualidad, por tanto, no solo no se excluyen entre sí, sino que explican el carácter paradójico de lo real. Podemos ver lo real como una infinidad de “puntos” separados que, en un nivel más profundo, son una y la misma realidad que están expresando. Si absolutizáramos el valor de los “puntos” en sí mismos, estaríamos ignorando justamente aquello que los explica y les da consistencia. Solo cuando los vemos como expresiones del Todo único, alcanzamos la compresión adecuada, integrada y holística. Pero eso requiere que nos situemos en otro “lugar” desde el que es posible una perspectiva global, un “nuevo modo” de ver.

 

            Al aplicar todo ello a nuestro caso, descubrimos que somos, a la vez, la “parte” –un “punto” particular de la única “red”: el yo individual- y somos, más profundamente, el “Todo” –la “red” completa: el Yo Soy universal-.

 

          Si nos reducimos al yo, todo será confusión y sufrimiento. Solo cuando advertimos nuestra identidad ilimitada, somos capaces de comprender el “juego” de la Vida, que no consiste en otra cosa sino en el despliegue admirable del Ser en cada una de las infinitas formas que lo expresan, en una hermosa e inequívoca no-dualidad. El “Yo Soy” uno se disfraza y “juega” en cada yo individual.

 

          Si nos percibimos únicamente como yoes individuales (o “puntos” aislados en todo el conjunto), serán inevitables la soledad, el miedo y la ansiedad, la comparación, la confrontación, el juicio, la descalificación del otro… Si, por el contrario, tenemos la lucidez suficiente para colocarnos en aquel “lugar” donde los “puntos” son trascendidos, la comprensión y la compasión serán inevitables: porque todo otro, en el nivel más profundo y en el sentido más verdadero, soy también yo mismo.

 

          Con todo ello, me parece claro que vivir ajustadamente esa realidad paradójica que somos requiere consciencia –para no olvidar nunca lo que somos de fondo, aquella realidad ilimitada y siempre a salvo- y compasión –para amar la forma frágil y vulnerable, en que se está expresando de modo transitorio-.

 

          En realidad, la consciencia (o sabiduría) y la compasión son las dos caras de la misma realidad y de la misma actitud. Así lo han expresado los sabios, con cuyas palabras os dejo:

 

El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice: «Yo soy nada». Entre ambos fluye mi vida(Nisargadatta).

La compasión ve al Uno en los muchos, la sabiduría ve a los muchos en el Uno (Frances Vaughan).

La gran compasión que surge de la experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del universo (Willigis Jäger).

 

 

Para concluir:

 

         El camino es simple: anclarnos en nuestra verdadera identidad, aquello que permanece cuando todo lo demás cambia: ¿qué es lo único que no ha cambiado en mí, a lo largo de mi existencia temporal? Han cambiado mi cuerpo, mis pensamientos, mis sentimientos, mis reacciones… Solo una cosa permanece: la pura consciencia de ser, que puede expresarse como “Yo Soy”. Ese es el Fondo último de cada ser y de todo lo Real.

             Si lo único que permanece siempre es la consciencia, se comprende –y aquí se da otra elegante coherencia- que nuestra única certeza sea esta: la certeza de ser. Como escribe Juan Carlos Savater, no necesitamos ninguna experiencia de “iluminación”; basta anclarnos en esa certeza innata y atestiguar su verdadera naturaleza invulnerable y eterna. “Anterior a la idea de ser tal o cual persona, anterior a cualquier tipo de razonamiento o pensamiento, hay una innata «certeza de ser». Una desnuda o pura consciencia que es y sabe que es. Esta es siempre, no la mayor, sino verdaderamente nuestra única e incuestionable certeza” (J.C. SAVATER, La certeza de ser, La Trompa de Elefante, Madrid 2012, p.35).

              Permanece todo el tiempo que puedas, a lo largo de todo el día, en la única certeza: la certeza de ser.

Descansar confiadamente en Lo que es

           

           Algo similar es lo que recomendaba el sabio Nisargadatta:

 

“Rechace todos los pensamientos excepto uno: “Yo soy”, la mente se rebelará en el comienzo, pero con práctica, paciencia y perseverancia, cederá y se mantendrá en calma. Una vez que usted esté en calma, las cosas comenzarán a suceder espontáneamente y de forma totalmente natural, sin ninguna interferencia de su parte.

No se preocupe por nada que usted quiera, piense o haga, sólo permanezca establecido en el sentimiento-pensamiento “Yo soy”, enfocando “Yo soy” firmemente en la mente. En el momento que usted se desvíe, recuerde: todo lo que es perceptible y concebible es pasajero, y solo el “Yo soy” permanece.

Después de todo, el único hecho del que usted está seguro es de que “usted es”. El “Yo soy” es seguro, el “yo soy esto” no lo es.

Yo solía sentarme durante horas 6 seguidas, solamente con el “Yo soy” en mi mente, y pronto la paz, la dicha y un profundo amor que todo lo abarca llegaron a ser mi estado normal.

Independientemente de lo que suceda, únicamente desvíe su atención lejos de ello y permanezca en el sentimiento “Yo soy”. Parece simple, y hasta ordinario, ¡pero funciona!”.

 Consciencia e inconsciencia

 “Aquellos que ven la luz en sí mismos nunca necesitarán dar vueltas como satélites alrededor de otros” (Michael Michalko).

Teruel, 2 junio 2014.

 

SABIDURÍA E INTELIGENCIA ESPIRITUAL. Un conocimiento que transforma

IV Foro de Espiritualidad de Alcoy, marzo 2014

Una visión personal

 

Alicia Martínez

 

Me gustó que etimológicamente saber y sabor tengan el mismo origen. En el diccionario que consulté dicen que el sabor parte de la lengua y sube al cerebro y que el saber hace el camino contrario, parte del cerebro y baja a la lengua para decirse.

 

Y es gracioso, porque yo creo que en este Foro, precisamente, todo el tiempo se habló de otra forma de entender el saber, la sabiduría, otra forma que diríamos está aún poco reconocida, considerada o tenida en cuenta, pero emerge porque es necesario e inevitable que lo haga.

 

Estos foros de espiritualidad están al margen de los congresos de la sabiduría oficial, la que sale del cerebro para llegar a la lengua, y son diferentes. En ellos la gente se sonríe mucho, hasta se abraza. Se respira una especie de complicidad o hermanamiento yo diría que implícito, porque todos sabemos qué es lo que nos convoca. En estos foros hay sobre todo apertura. No es necesario que los ponentes estén de acuerdo, ni hay discusiones ni disputas, en todo caso todo es complementario, yo diría que hasta se potencian unos puntos de vista con los otros, se enriquecen. Esto es la primera expresión de sabiduría, creo yo.  Así que podríamos decir que el foro en sí, ya es una fuente de conocimiento, de esta forma nueva o por el contrario, la más antigua, pero olvidada, de entender el conocimiento.

 

Dice también el diccionario que la sabiduría es una habilidad que permite aplicar el conocimiento en la experiencia propia, y en este sentido, si creo que podríamos estar de acuerdo, y esto se recordó mucho en el Foro. La importancia de encarnarse en la experiencia, y no quedarse perdido en el ámbito de los conceptos. Saborear la manzana, y comérsela, nos puede proporcionar sabiduría, pero disponer de conocimientos sobre ella no nos permite disfrutar de su frescura, ni tampoco nutrirá nuestro cuerpo real.

 

Y es bonito que saber y sabor estén unidos en su origen, porque creo que eso se ha vivido en el foro, no solo hemos asimilado conceptos, sino que hemos saboreado de forma directa lo que puede ser la sabiduría.

 

No hemos escuchado que la sabiduría sea una habilidad del hombre, sino más bien, un desnudarse de nuestras habituales habilidades, que más bien se relacionan con cavilar, acumular, poseer, y dominar, para que en la desnudez y la intemperie de la vida, ella nos descubra el misterio de nuestro propósito verdadero.

 

Nos recordaron los ponentes muchas cosas, que en el fondo de nuestro ser todos sabemos, como por ejemplo que el conocimiento a través de conceptos, el de la mente analítica es un buen servidor, pero un peligroso amo.  Y en estos momentos es el paradigma dominante, ese tipo de saber es el que nos proporciona la visión que tenemos del mundo y de nosotros mismos. Al percibir el mundo de manera errónea, no sabemos lo que somos y por tanto tampoco lo que necesitamos para llegar a plenitud, aunque como somos plenos, buscamos reconocer esa plenitud aunque no sepamos como. Quizás esta inteligencia espiritual, más allá de los conceptos, nos oriente en esa dirección.

 

Pero no nos dieron recetas los ponentes, yo creo que más bien desvelaron, desnudaron desde distintas perspectivas los posibles velos de ignorancia que pudieran alejarnos de un saber que ya está en nosotros, que no tenemos que ir a buscar a ninguna parte, y que en todo caso, necesita de la confianza para adentrarse en el propio corazón.

 

Este es el primer foro al que asisto, no había pisado ningún ágora espiritual, porque la verdad es que tenía mis recelos, así que no puedo aportar una visión comparada del asunto. Creo que como decía fray Juan de la Cruz, cada uno saca de la fuente tal como lleve el vaso. Más bien creo que se trata de llevar el vaso que somos, la copa, bien limpia y vacía, que de llenarla de agua hasta los bordes.

 

No creo que se trate de ir a estos foros buscando respuestas, la verdad, o la sabiduría de los ponentes. Eso es inagotable, porque ¿cuando tendríamos bastante? No nos podemos hacer peregrinos de verdades ajenas, sino más bien permeables a nuestra propia verdad, y esa, la tenemos bien cerquita. No me llevé esta vez, como siempre he hecho, libreta para apuntar, pero quizás al no querer atrapar nada, pude apreciar la belleza de lo que se decía y desde donde estaba dicho.  No iba buscando nada y a lo mejor por eso me encontré con tanto.

 

Es muy enriquecedor escuchar a personas a las que la vida y el amor les llamó para que hicieran ese trabajo de ayudar en el despertar de otros, y la verdad es que, por mi parte, les estoy profundamente agradecida, pero tendremos que cuidarnos, como se dijo en el foro, de que no sea un conocimiento externo a nosotros lo que captemos, sino que podamos saborearlo en nuestros propios labios, que sepamos a lo que sabe lo que están diciendo.

 

La verdad es que tengo que reconocer que las ponencias que más me gustaron fueron las que estaban más desnudas de palabras, será porque estaba algo perezosa para escuchar conceptos, y más bien me pedía el alma captar otras vibraciones más calladas, pero de todo hubo.

 

Se habló de la experiencia del Ser como fuente de toda sabiduría, por parte de Rafael Redondo, que más bien, como comentó un compañero de mesa, fue fuente de humildad y de trasparencia. Más que hablar, Rafael trasmitía desde todo su ser, el espíritu de la vida que se reconoce en la inocencia y la pureza, la de los niños. Rafael nos trasmitió que la verdadera sabiduría está en la desnudez y en la fragilidad de la experiencia humana y nos regaló toda la fuerza de la vivencia auténtica de la experiencia del Ser. Aportó que la verdadera inteligencia, la que nos enseña a vivir es la que es capaz, en nosotros, de abrazar la sombra y la flaqueza, para hacernos más íntegros, y realmente humanos.

 

Vicente Merlo nos dio la perspectiva de la gratitud ante el Misterio,  haciendo un hermoso e interesante repaso por muchas fuentes de conocimiento. Me quedé con la profundidad del lugar desde el que fueron dichas esas palabras, y con su acento en la gratitud, que es lo que aflora ante la verdadera sabiduría.

 

Sobre Mónica Caballé me permitiré expresar mi satisfacción de ver a una mujer en esa mesa, tengo que destacar su valentía de hablar de algo ciertamente difícil y delicado como la figura del maestro espiritual, y que tan necesario es en estos días en los que la falta de discernimiento es lo habitual. Fue un canto a la libertad y una invitación a buscar dentro y a poner atención a los peligros del camino.

 

Enrique Martínez Lozano nos trasmitió con claridad meridiana el valor de la sabiduría verdadera y nos enriqueció con todos sus matices. Nos habló de nuestras necesidades espirituales y como podíamos atenderlas, destacando la importancia de educar en sabiduría. La verdad es que no sé como se apaña para además de ser tan claro y hacer fácil lo difícil, trasmitir la fuerza del corazón y la experiencia que late tras cualquiera de sus palabras, y derramar encima, alegría y ternura a raudales, síntomas claros de esta inteligencia de la que hablamos, y que aportaron en general todos los ponentes.

 

Y por último dejé a Luis Paniagua, porque no tengo palabras para expresar lo que me aportó su música, o más bien diría que su alma. Sí sé que se me rindió el alma escuchando su lira,  que volvía a Casa al escucharla, y que supe que en ella, en nuestro Hogar, podemos despojarnos de todo afán, porque la vida ya cuida de nosotros.

 

Un improvisado visitante, poeta, Vicente Gallego, que nos acompañaba en el cierre, nos cantó a través de su poesía,  que la vida y la muerte son una misma cosa, pura luz, y que no hay nada que temer.

 

Humildad, gratitud, sinceridad,  libertad, belleza, sensibilidad, devoción, claridad, lucidez, y ausencia de temor, todos estos aspectos fueron aportados por los ponentes, porque forman parte de ellos, como de todos nosotros, y nos dan matices y rostros de lo que es la verdadera sabiduría, la que la vida ha depositado en cada uno de nuestros corazones.

 

Pero destacaría que fueron también magos, porque no sé como hicieron desaparecer la tarima que los elevaba sobre nosotros, haciéndose cercanos, disponibles, y revelando con ello que son realmente personas sabias.

 

La verdad es que podría parecer que el mundo en el que vivimos, y se planteó en varias preguntas, está cargado de problemas, injusticias, necesidades, y dudas sobre como posicionarnos ante todo ello. Podría parecer también que en estos foros «espirituales», andamos con la vista perdida en el infinito, hablando de cosas estupendas y volátiles, y que somos una especie de embobados, pero yo estoy convencida de que si de algo hay que hablar en este mundo nuestro, es de como despertar a la vida y al conocimiento verdadero, porque en ninguna otra parte está la revolución pendiente que acerque al hombre a si mismo, y por tanto, necesariamente a los demás.

 

Creo también que todo apunta a la emergencia de esta nueva inteligencia, por otra parte la más antigua, que nos habla de lo que realmente somos, de la ternura, del amor, de la desobediencia a lo establecido, de la libertad del hombre. Si realmente supieran lo revolucionario que es esto que se cuece en estos foros…bueno, pero en fin, no les demos ideas.

 

Y emerge necesariamente, porque igual que cada uno de nosotros está llamado a la plenitud, porque es el Ser revelándose desde dentro el que lo hace, lo «externo», que en realidad no es tal, sino un espejo, se transformará igualmente en un mundo pleno, lleno de sabor, del único sabor verdadero, el del amor.

 

Todo gratitud y también a las bellas personas que pusieron todo su amor en organizar el Foro. Ánimo con el siguiente.

 

Alicia Martínez

 

 

EL CAMINO DE LA SABIDURÍA. Meditación y simplicidad

EL CAMINO DE LA SABIDURÍA

Meditación y simplicidad 

 todo pasa

A medida que crecemos –de hecho, si no me equivoco, es un signo de crecimiento espiritual-, vamos aprendiendo la sabiduría de la simplicidad. Todo es más simple de lo que pensábamos.

 

Descubrimos, por fin, que la mente tiende a complicar todo. Y lo hace, porque pretende que la realidad entre dentro de sus reducidos esquemas. Lo cual provoca una constricción reductora que solo genera confusión y sufrimiento.

 

Porque, cuando eso ocurre, en lugar de alinearnos con la Vida, permitiendo que fluya, intentamos controlarla, para que se ajuste a los patrones que nuestra mente ha hecho de las cosas, a sus etiquetas de lo que “debería” o “no debería” ser.

 

El resultado solo puede ser uno: en lugar de fluir con la Vida, conducidos por su Sabiduría, la bloqueamos. Porque, cuando la mente se absolutiza y se erige en criterio último de funcionamiento, en realidad se convierte en un “tapón” que impide el flujo.

En el reciente Foro de espiritualidad de Zaragoza, Marta Schröder utilizó una imagen que me parece acertadísima. Según ella, la mente es como una fábrica de churros, y opera de un modo similar al de cualquier otro órgano. Así como los pulmones funcionan día y noche, cuando somos conscientes de ello y cuando no, la mente también genera pensamientos sin cesar. Cuando el “gerente” de esa “fábrica de churros” se halla presente, la fábrica produce los churros que al gerente le interesan (esa es la “mente funcional”, a nuestro servicio); pero, cuando el gerente se ausenta, la fábrica sigue igualmente produciendo más churros, ahora de acuerdo con las máquinas con que cuenta. Tales “máquinas” son las creencias grabadas en nuestro cerebro desde el inicio de nuestra historia personal. Según como sean, la fábrica producirá churros de diverso tipo: de celos, de envidia, de ira, de resentimiento, de timidez, de miedo, de angustia… Es inevitable. Pero, aun con todo, el problema no radica en que la mente produzca churros por su cuenta y sin parar, sino en el hecho de que “nos los comemos todos”, es decir, nos creemos todos esos pensamientos y funcionamos de acuerdo con ellos. Esta es la “mente pensante”, convertida en dueña de nuestra existencia. De ese modo, el mejor de los siervos se ha transformado en el peor de los amos.

 

A todo ello hay que añadir una dramática ironía: la mente ansía controlar todo; la realidad, sin embargo, es que eso es solo una ficción que ella misma alimenta. La mente no controla absolutamente nada ; si realmente controlara, tal como ella se imagina, ¿no haría tiempo que habríamos modificado muchas cosas? En resumen: vive en un engaño constante y nocivo.

 Todo pasa por algo

 

Paralelamente, al ego le encanta el drama. Es lógico: el ego no es otra cosa que la “personalización” de la mente. La mente absolutizada (la llamada “mente pensante”) crea la ficción del ego.

 

Al ego le encanta el drama, porque vive gracias ello. Mientras alimenta cualquier tipo de cavilación, el ego adquiere y alimenta una cierta sensación de existir, en la que se enroca, y a la que no está dispuesto a renunciar. Al contrario, dispone de una batería enorme de mecanismos para crear, sostener, alimentar y prolongar indefinidamente el drama…, sin ser consciente de que él es su único autor, y que eso solo genera sufrimiento inútil y estéril.

 

Cavilación, dramatización, justificación, culpabilización, victimismo, comparación, juicio, condena, descalificación, enfrentamiento, afán de superioridad, necesidad de tener razón… Todos ellos, mecanismos que hacen que el ego se sienta existente y poderoso; la trampa mortal que nos acecha constantemente.

 

En esa dinámica, puede llegar a extremos tan absurdos como pensar que “tener razón” es más importante que “ser feliz”; o que “agradar a los demás” es mejor que “ser fiel a sí mismo”.

 

La atracción del ego por el drama explica, entre otras cosas, el éxito de los programas llamados “del corazón”, los “reality shows” y cosas similares. Todos ellos ponen en evidencia los egos de quienes los realizan… y de quienes los ven.

 

¿Es posible salir de ese engaño? Con frecuencia, parece que la salida de todo ello requiere experimentar el sufrimiento, que suele venir de la mano del desengaño.

 

En ese caso, bienvenido des-engaño, que nos saca de la mentira en que estábamos instalados. Si estamos un poco atentos, podrá constituir una hermosa oportunidad para salir de aquella ilusión y, si hay suerte, rendirnos a la sabiduría de lo que es.

 

A partir de ahí, se nos va regalando descubrir que existe una Sabiduría que es más que el pensamiento, el razonamiento, los conceptos, las ideas y las creencias… Empieza a emerger en nosotros la sabiduría del no-pensamiento, como lugar de luz y de descanso, de gozo y de paz, de unidad y compasión.

 

Un lugar al que, ciertamente, no podemos llegar pensando, sino justamente al trascender el pensamiento. Ese lugar es sabiduría y descanso porque constituye nada menos que nuestra verdadera identidad. Ese “lugar” es un estado de consciencia, en el que, finalmente, reconocemos nuestro verdadero rostro: es nuestro hogar, en el que nos hallamos no-separados de nada.

 

No lo podemos pensar ni controlar; únicamente podemos saborearlo. Y es ese mismo saboreo el que florece en sabiduría: la sabiduría de reconocer nuestra verdadera identidad y de vivir en conexión con ella. Dejamos de seguir las pautas y exigencias del ego –egocentradas y descalificadoras, etiquetadotas y dualistas-, para consentir a lo que es, desde la más dulce desapropiación.

 

 

Y, ¿qué tiene que ver con todo ello la práctica de la meditación?  Me parece que puede apreciarse desde una doble perspectiva.

 

Por un parte, la práctica de la meditación, al ejercitarnos en acallar la mente, nos hace más libres frente a sus demandas; favorece que dejemos de identificarnos con el ego (o yo) que la propia mente había creado; y posibilita que experimentemos nuestra verdadera identidad y vivamos en conexión con ella.

 

Por otra, la propia práctica de la meditación se irá haciendo cada vez más sencilla, más simple, más descansada y sabia. Poco a poco, iremos percibiendo lo que siempre han enseñado los maestros espirituales: meditar es estar, permanecer, descansar en el no-pensamiento, vivir en lo que es, contemplar sin objeto

 

¿Dónde estamos, permanecemos, descansamos, vivimos…? En la Atención desnuda, es decir, en la Consciencia que somos, que se muestra como Sabiduría y Compasión.

 

Cuando sabemos “estar” ahí, todo lo demás –como dijera el sabio maestro Jesús- “se nos dará por añadidura”. Porque eso que somos es Plenitud y se halla siempre a salvo. Seguirán ocurriendo sucesos de todo tipo y color, se turnarán las “nubes” con los “claros”, y los días felices con los tormentosos…, pero nada de eso afecta negativamente a quienes realmente somos. Podemos estar siempre “en casa”, en ese “hogar” que constituye nuestra verdadera identidad, y donde no estamos separados de nada.

 

         Ahí, ya no es la mente la dueña de casa, sino una servidora eficaz al servicio de la Sabiduría. Ahí, tampoco es el ego quien dicta sus leyes ni guía el comportamiento. Ha emergido una identidad desapropiada y unificadora, la Consciencia que todos somos, que nos hace percibirnos como células de un único organismo, el único “Yo Soy” en el que se han reconocido Jesús y todos los sabios que nos han precedido.

Teruel, 24 diciembre 2013

¡FELIZ NAVIDAD!…, ¡FELIZ “NACIMIENTO” A QUIENES YA SOMOS!

DESPERTAR A QUIENES SOMOS

DESPERTAR A QUIENES SOMOS

 

 Al vaciarte del yo, descubres la Plenitud que eres

Con qué facilidad,

debido a la inercia de tantos años,

me identifico con lo que no soy

y me reduzco a una identidad aparente:

la de mi pequeño yo,

simple manojo de deseos y miedos,

etiquetador permanente,

que pone su dicha en lo superficial,

en que las cosas le vayan “bien”,

según su particular y estrecho criterio.

 

Por eso, cuando le van “mal”,

se desespera, se irrita o se angustia,

creando resistencias

con las que no logra

sino incrementar el sufrimiento.

 

Y siempre así…,

hasta que aprenda a “rendirse”,

a no-evitar, a no-resistir.

 

Pero ese aprendizaje no está al alcance del yo.

Solo es posible cuando experimentamos

que no somos él

y nos abrimos y nos percibimos

como Espacio Consciente,

Vida Amorosa,

Presencia Segura…

 

Solo entonces descubrimos,

con tanto gozo como sorpresa,

que todo está bien,

que todo es como tiene que ser,

y que nada de ello afecta a quienes Somos.

 

No es un discurso de justificación;

tampoco de sumisión,

ni de pasividad o resignación.

Es, sencillamente, la percepción de lo real

desde “otro nivel”.

 

Habremos de hacer lo que tengamos que hacer,

pero desde el “lugar” adecuado,

la consciencia clara de quienes somos.

 

Anclados en ella,

caerán etiquetas,

perderán peso miedos y deseos,

observaremos serenamente los vaivenes y altibajos,

y podremos dejar fluir todo…

Viene lo que tiene que venir.

En la Presencia que somos,

todo está bien:

todo es un despliegue admirable de lo Real,

un juego sorprendente de la Consciencia.

 

El actor tiene que hacer su papel,

pero nunca olvida que su identidad es otra.

 

Tenemos papeles en esta gran representación,

pero ojalá no olvidemos que no somos ellos.

 

Somos Aquello que está detrás de todos los papeles,

Eso que queda cuando la mente se silencia,

Espacio consciente,

Vida amorosa,

Presencia segura.

 

Las religiones lo han nombrado con la palabra “Dios”,

y las personas religiosas más sabias

han sabido “perderse” tanto en él,

que han llegado a “anegar” su yo.

Y en esa “pérdida”,

como decía Jesús,

se han “encontrado” definitivamente

en su verdadera identidad.

Acabó la tiranía del yo

y emergió el horizonte de luz.

 

Es lo que ocurre cuando,

en una perspectiva no-dual,

acallada la mente,

“tocamos” y saboreamos

la Plenitud que somos

y en la que nos reconocemos:

hemos despertado,

hemos empezado a vivir.

 

Teruel, 4 noviembre 2013