«Estamos conectados con todo»
SINFONÍA DE LA CIENCIA
«Estamos conectados con todo»
SINFONÍA DE LA CIENCIA
Leía recientemente un comentario periodístico a propósito de las celebraciones navideñas. El autor se lamentaba de que, en el mundo actual, “nos faltan objetivos”. A la vez que denunciaba la superficialidad, la fiebre por el consumo y el individualismo de nuestra sociedad, citaba a Paul Tillich para afirmar que “la gran tragedia del hombre moderno es haber perdido la dimensión de profundidad”.
Paul Tillich (1886-1965) fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX. Y, en cierto modo, podría decirse que el leitmotiv de su obra es una insistente invitación a recuperar la que él llamaba dimensión de profundidad. Expresión, por cierto, con la que se refería al Misterio que las religiones han nombrado como “Dios”.
Sin duda, son ciertas las dos afirmaciones del gran teólogo germano-estadounidense, autor de libros tan interesantes como La dimensión perdida o El coraje de existir, aparte de su monumental Teología sistemática. Por una parte, salta a la vista la tendencia humana a instalarnos en la superficialidad –llámese “zona de confort” o simplemente comodidad- y, por otra, no es menos evidente la certeza de estar habitados por un anhelo que nos llama constantemente hacia la profundidad, de cualquier modo que se la nombre: nuestras raíces, nuestro ser…, en definitiva, nuestra “casa”.
Esa es la paradoja humana. Y, sin duda, entre ambos extremos –superficialidad y profundidad- nos debatimos, del modo que mejor sabemos y podemos.
Sin embargo, en el artículo al que me refería, el periodista, citando a otro teólogo –español en este caso-, afirmaba: “Las generaciones actuales no tienen ya el coraje de plantearse estas cuestiones [las preguntas acerca de nuestro origen y nuestro destino, nuestros valores y objetivos] con la seriedad y la hondura con la que lo han hecho las generaciones pasadas”.
Sin negar la primera parte de esa afirmación –los humanos estamos lejos aún de vivir en la consciencia de lo que somos-, la segunda, sin embargo, me parece poco ajustada, al idealizar tiempos pasados de los que no puede decirse, con rigor, que vivieran con más consciencia que nuestros contemporáneos.
Pareciera como si los sectores más conservadores sintieran añoranza de épocas anteriores, en las que se daba un mayor consenso social, cultural y religioso. Pero, en mi opinión, eso no significaba que nuestros antepasados se plantearan aquellas cuestiones fundamentales con mayor “hondura”, sino que sencillamente se adaptaban acríticamente a las creencias social y culturalmente aceptadas.
En ese sentido, es innegable que se ha producido un radical “cambio de paradigma”: del monolitismo anterior hemos pasado a una situación de pluralismo difícilmente imaginable hace solo unas décadas. Pero aun con la zozobra que suele acompañar tales movimientos, y con las ambigüedades propias de todo lo humano –incluidos los síntomas denunciados por el periodista-, parece que la humanidad camina hacia una consciencia cada vez mayor.
Tal vez, la llamada por Tillich “dimensión perdida” no sea otra cosa que nuestra verdadera identidad. Pero no llegaremos a ella a través del esfuerzo voluntarista, sino gracias a la comprensión. Comprensión que conecta con la propuesta que han hecho los sabios a lo largo de toda la historia (“conócete a ti mismo”) y que define lo que es el genuino “trabajo espiritual”: responder experiencialmente a la pregunta “¿quién soy yo?” y vivir en conexión con lo que realmente somos.
Desde ahí comprenderemos que todo lo demás –superficialidad, consumismo, individualismo- son solo pálidas compensaciones que tratan de aliviar el vacío de quien se halla lejos de casa, a la vez que “cantos de sirena” que distraen de lo verdaderamente importante: vivir lo que somos.
No somos el yo que se siente llevado a vivir de una manera egocentrada, girando en torno a sus intereses y generando mecanismos de defensa frente a sus miedos y necesidades –aunque tengamos que tener en cuenta todo ello-, sino la Plenitud una, que se está expresando temporalmente a través de esta “forma” (yo) que tenemos.
Letra: Nicolás de Torres
Música: Curioso Periplo
Rap: Pedro Pastor
Voz y guitarra: Nicolás de Torres
Voz: Pedro Pastor
Saxo: Carlos Paniagua
Bajo: Pablo Estrella
Guitarra solista: Julen Urbieta
Coros: Lorién López de San Román y Ángela de Guevara
Percusión: Miquel Ferrer
Yo hoy vengo sin nada,
dejé la casa y las viejas palabras atrás.
No traigo consignas ni consejos,
desnudo frente al viento eterno de la tempestad.
No traigo lucha, no traigo perdón,
no traigo risa, ni desesperación.
Solo traigo un silencio muy dentro,
desnudo desde el fuego abierto de mi corazón.
Y de tan vacío que vengo ya no encuentro mi dolor.
Y de tan vacío que vengo, ni frio ni calor.
Y de tan vacío que vengo detengo el tiempo alrededor.
Y de tan vacío que vengo libre, libre.
Y es que la llama brilla dentro,
con cada gesto exploro mi libertad.
Pero hay que andarse muy atento
un pequeño soplido la puede apagar.
Brilla la llama de la libertad,
un mundo nuevo está por descubrir.
Brilla la llama de la libertad,
pero hay que estar dispuesto a morir.
Y morir y morir, para cambiar,
y callar y callar, reinventar, escuchar.
Tantas cosas tienen que caer.
Y es que la llama brilla dentro,
con cada gesto exploro mi libertad.
Pero hay que andarse muy atento
un pequeño soplido la puede apagar.
Brilla la llama.
Brilla la llama, la maravilla.
Brilla la llama.
Brilla la llama, la maravilla.
La llamada de las almas a estallar.
Interiorizar, avivar la vida,
tratar de empezar a empezar a trazar…
El mundo fresco, el oxígeno nuevo,
nuestros cuerpos desnudos al tiempo.
Dispuestos, sinceros, expuestos al fuego.
El ego lejos y en los ojos los espejos
descubren caminos, disuelven las dudas.
Las luces nos hacen de guía.
Me acuna la luna y se acuesta en la cresta
de la gravedad.
Despertar subiendo al cielo del amanecer.
Tantas cosas tienen que caer.
Y de tan vacío que vengo ya no encuentro mi dolor.
Y de tan vacío que vengo, ni frio ni calor.
Y de tan vacío que vengo detengo el tiempo alrededor.
Y de tan vacío que vengo libre, libre.
Otras canciones de “Curioso Periplo”: “Hueco”, “Niño de cristal”, “Respira”…
Hace apenas unas semanas, el Museo Americano de Historia Natural colgó en la red este espectacular vídeo, una reconstrucción informática que muestra un «viaje» desde la superficie de la Tierra hasta los límites del universo conocido.
Desde su publicación, casi dos millones de personas lo han visto ya en la web del museo, pero en España este excepcional trabajo sigue siendo prácticamente desconocido.
Lo que hace que este vídeo sea único y diferente a la mayoría de los que se han hecho hasta ahora es que todo lo que en él aparece está basado en datos reales. Es decir, que no se trata de un vídeo «artístico» realizado según simples criterios estéticos, sino de una auténtica reconstrucción, pieza a pieza, de todo lo que sabemos sobre el universo en que vivimos.
Todo, desde las trayectorias de los satélites que orbitan la Tierra, hasta la posición de todas las estrellas, galaxias o lejanísimos quasares, está basado exactamente en los datos que tenemos sobre cada uno de esos objetos. O para ser más precisos, en los datos del Sloan Digital Sky Survey, que componen la que quizá sea la visión más completa del universo de que disponemos hasta el momento. A pesar de todo, y debido a la posición geográfica en la que se encuentra el telescopio de dos metros y medio del Apache Point Observatory, en Nuevo México, que es el que utiliza el Sloan Digital Sky Survey, existen zonas «oscuras», es decir, áreas del universo que el telescopio, físicamente, no puede observar. Por eso, en el vídeo, la distribución de las galaxias observadas tiene la forma de dos conos unidos por la punta (el punto de unión es la Tierra), y el resto aparece en negro.
En total, el trabajo comprende casi un millón de galaxias y más de 120.000 quasares. El viaje, que comienza en el Himalaya, termina en el límite mismo de lo que podemos observar con los instrumentos más potentes de que disponemos, los “ecos” del Big Bang, a 13.700 millones de años luz de distancia, y sirve para que todos nos demos cuenta, de una forma directa y visual, de lo insignificantemente pequeño que es nuestro mundo, incluso nuestra galaxia, si se compara con todo lo que hay «ahí fuera»…
Desde hace unos años, son cada vez más las voces, desde dentro del campo cristiano (también católico), que ponen en cuestión la lectura literal de las creencias, propugnando incluso un cristianismo post-religioso y pos-teísta. En semanas pasadas, ofrecí aquí textos de María López Vigil[1] y de Santiago Villamayor[2]. Son solo dos muestras que se inscriben en un movimiento más amplio, en el que es obligado citar al jesuita Roger Lenaers[3] y al obispo anglicano John Shelby Spong[4].
Se trata, a mi modo de ver, de las repercusiones inevitables del llamado “cambio de paradigma” que se produce en el paso de la Pre-modernidad a la Modernidad y Post-modernidad.
Desde un nivel mítico de consciencia, las creencias –con las que se ha crecido y que han estado vigentes durante siglos- se aceptan en su literalidad; los cuestionamientos, si los hay, son parciales y minoritarios.
Sin embargo, una vez superada la consciencia mítica, desde el nuevo nivel racional, aquellas mismas creencias que antes habíamos aceptado sin dificultad, empiezan a resultar literalmente inasumibles.
Eso explica que, antes o después, de manera inevitable, se haga presente la crisis: una mente “moderna” no puede aceptar, en su literalidad, los dogmas del catecismo. Ahí es donde juegan su papel los escritos citados.
Sin embargo, me parece que el cuestionamiento no termina en ese punto. Las discusiones acerca del llamado “cambio de paradigma” –teísmo o posteísmo- se mueven todavía en el ámbito mental. Y ese ámbito pertenece al nivel de lo “aparente”, no de lo realmente real. Por ello, me parece que la crisis está llamando a ir un poco más lejos: a trascender la mente, o dicho con más precisión, a pasar del modelo mental de conocer al modelo no-dual.
Y eso no nace de ninguna moda, sino de una constatación decisiva: la mente es incapaz de ver la realidad. No percibe sino el mundo que ella misma construye. Lo que ella elabora –en cualquiera de los campos del saber, incluido el religioso- es “verdadero” en ese nivel mental, pero no real. Lo real trasciende la mente. Más aún: se requiere aprender a silenciarla si queremos ver más allá de sus propias construcciones.
Ninguna idea ni creencia puede ayudarnos a vivir lo que somos, porque todas ellas nos mantienen en el nivel de lo aparente, es decir, en aquello que no somos. De ahí que sea necesario soltar todas si queremos llegar a nuestra verdad más profunda. Las creencias nos alienan porque nos hacen esclavos de una “idea” determinada, que es únicamente una construcción mental. Pero además nos confunden, porque nos mantienen prisioneros de un concepto que pretende definirnos. Sin embargo, lo que realmente somos se halla más allá de las creencias, ya que no somos nada que pueda ser pensado o nombrado: todo ello no serían más que “objetos” dentro de la espaciosidad que somos. Somos Eso que queda cuando soltamos todos los pensamientos y todas las creencias.
Para la mente, la realidad es un conjunto o una suma de objetos separados. Trascendida la mente, se percibe que lo real es no-separado. La realidad es no-dual. Y es esta comprensión la que nos permite acceder a lo realmente real, a la vez que nos hace captar la irrelevancia de las anteriores discusiones mentales.
Es innegable que, desde la comprensión de la no-dualidad, seguiremos cuidando –ocupándonos de- este mundo, pero cesará la identificación con las construcciones mentales de cualquier tipo. Respetaremos todas ellas, pero las miraremos como quien contempla los sueños que tuvo la noche anterior. Lo que realmente somos no se ventila en el nivel mental; es uno con todo lo que es y se halla siempre a salvo, más allá de la “forma” que tenemos y de las circunstancias que nos “toquen” vivir.
A partir de esta comprensión, todo lo que percibíamos desde la mente queda radicalmente modificado: tanto cualquier idea sobre Dios o el mundo como la percepción de nuestra identidad. Al “despertar” del “sueño mental” abrimos los ojos a la realidad. Discusiones que nos parecían decisivas se muestran ahora como completamente irrelevantes. Hemos comprendido que somos uno con la Vida –con Lo que es- y no queda otra cosa que “dejarse vivir” o fluir con ella, en la certeza de que ahí brotará en todo momento la acción adecuada. Por decirlo brevemente: cae toda elucubración mental, queda simplemente ser.
En el nivel mental era inevitable el cambio al que me refería en el inicio. Y está bien que así sea: forma parte del “juego” de la representación o –si se prefiere- del despliegue de la consciencia una. No se niega nada de ello. Pero se trata de no reducirnos a ese “sueño”, sino de ser conscientes de nuestra verdadera identidad.
En las discusiones en torno a los diferentes paradigmas no se sale de la mente. Podrán elaborarse ideas más o menos “acertadas”, filosofías o teologías más o menos “avanzadas”, pero se permanecerá encerrado en la “jaula” mental.
Salir de ella requiere, tal como lo veo, un “salto cualitativo”. No se rechaza el lugar de la mente ni mucho menos la razón crítica –irrenunciable si queremos evitar la caída en la irracionalidad-, pero se la ve sencillamente como lo que es: una herramienta adecuada para la función que puede desarrollar en el mundo de los objetos. El “salto” al que me refiero nos saca del sueño, liberándonos de la confusión y del sufrimiento: hemos caído en la cuenta de que estamos –y siempre hemos estado- en “casa”. Más aún: somos esa misma “casa” que siempre –también a través de la mente y en medio de nuestros “sueños”, elucubraciones y discusiones- habíamos buscado[5].
_________________________________________________________________________
[1] M. LÓPEZ VIGIL, Bienaventurados los ateos porque encontrarán a Dios: https://www.enriquemartinezlozano.com/semana-28-de-agosto-bienaventurados-los-ateos/
[2] S. VILLAMAYOR, ¿Qué puede aportar hoy el mensaje del evangelio en nuestra cultura y sociedad?: https://www.enriquemartinezlozano.com/semana-8-de-enero-evangelio-y-cultura/
[3] R. LENAERS, Otro cristianismo es posible. Fe en lenguaje de modernidad, Abya Yala, Quito 2008; ID., Aunque no haya un Dios ahí arriba. Vivir en Dios, sin dios, Abya Yala, Quito 2013.
[4] J.S. SPONG, La resurrección, ¿mito o realidad?, Mr Ediciones, Barcelona 1996; ID., Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, Abya Yala, Quito 2011; ID., ¿Vivir en pecado?, Águeda Domingo, Madrid 2013.
[5] A quien se sienta interesado en esta cuestión, puedo sugerirle una doble lectura: un texto que he puesto, tanto en la web como en facebook, en 11 entregas, con el título: “Cuando caen las creencias: ¿vacío o liberación?”; puede verse la primera de esas entregas en: https://www.enriquemartinezlozano.com/semana-19-de-junio-la-encrucijada-religiosa/; y un libro recientemente publicado (“La dicha de ser. Vida cotidiana y no-dualidad”, Desclée De Brouwer, Bilbao 2016), en el que me refiero a las “resistencias ilustradas a la no-dualidad”, proponiendo claves para poder transcenderlas.
“Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede pensar con el pensamiento y sin embargo es por lo que el pensamiento piensa, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede ver con los ojos y sin embargo es por lo que los ojos ven, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede oír con el oído y sin embargo es por lo que el oído oye, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede respirar con el aliento de la vida y sin embargo es por lo que ese aliento respira, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran”.
Kena Upanisad (I,5-9), en: Upanisad. Con los comentarios advaita de Śankara (edición de Consuelo Martín), Trotta, Madrid 2001, pp. 44-46.