Semana 28 de mayo: «NOSOTROS» Y «ELLOS» (I)

“NOSOTROS” Y “ELLOS”.

EL ESQUEMA DE LA INTOLERANCIA Y EL FANATISMO

“La intolerancia es la angustia de no tener razón”
(Andréi Sajarov, físico nuclear y Premio Nobel de la Paz 1975).

  I

El psiquiatra y estudioso de la mente Daniel Siegel, en uno de sus libros, cuenta un antiguo chiste judío, que bien puede servir de pórtico a las reflexiones que siguen. Cuando fue rescatado, un hombre que había estado veinte años viviendo en una isla desierta, preguntó a los rescatadores si les gustaría ver las estructuras que había construido. Les enseñó su modesto hogar en un pequeño valle, una biblioteca, un templo en lo alto de la colina, una zona para hacer ejercicio al pie de la misma, y otro templo cerca de la playa. Cuando los rescatadores le preguntaron por qué había construido dos templos siendo el único habitante de la isla, la respuesta fue inmediata: “¡Porque nunca sería miembro de otro templo!”[i].

El guion que rige cualquier actitud intolerante es sumamente simple: consciente o inconscientemente, divide a la humanidad en dos grupos que considera radicalmente enfrentados. De una parte, estaríamos “nosotros”, que nos hallamos en la verdad y somos merecedores de atención y cuidado, de respeto e incluso admiración; de la otra, se encontrarían “ellos”, quienes están forzosamente equivocados porque pertenecen a un grupo que no tiene arreglo.

Con frecuencia aparecen campañas en las que esta dinámica se muestra con total claridad. Nombraré solo dos hechos recientes que han producido un eco notable en la sociedad.

La asociación “Hazte Oír” sacaba a la calle un autobús en el que, bajo apariencia de “neutralidad” biológica –“los niños tienen pene, las niñas tienen vulva”-, transmitía un rechazo condenatorio a lo diferente, sin ser conscientes del dolor que tal rechazo provoca en personas transexuales. Como si todo aquello que atenta contra las propias creencias o posicionamientos fuera erróneo y hubiera que descalificarlo y eliminarlo. En el fondo, lo que late es muy simple: “puesto que «nosotros» estamos en la verdad, «ellos» están en el error”.

Por las mismas fechas, en un desafortunado e incluso torpe programa de EiTB (Euskal Irrati Telebista, la cadena de radiotelevisión pública vasca), se hablaba despectivamente de “los españoles” –a quienes se tachaba de “fachas”, “paletos”, “chonis” y “atrasados”, además de “mongolos”-, en contraposición con “nosotros” –los “privilegiados” miembros de un pueblo “superior”-. Bastaría un mínimo de distancia para observar, no solo que tales percepciones únicamente pueden nacer de una consciencia mítica (tribal), sino que, irónicamente, se proyecta –y, por tanto, se percibe- en los otros justamente aquello que se da –reprimido e inconsciente- en uno mismo. Siempre ha sido un recurso fácil el del “chivo expiatorio” para condenar fuera lo que no se quiere aceptar como propio. Una vez más, la misma dinámica: “ellos” frente a “nosotros”.

Por lo que se refiere al campo religioso, tendría que alertar el hecho de que cada grupo asume la convicción de que cree en la “verdad”, mientras que son solo todos los demás los que creen en supersticiones. De ese modo, lo que para una comunidad religiosa es una verdad incuestionable, para otra no pasa de ser una superstición insostenible. Hasta ahí llega el etnocentrismo mítico.

En un marco más amplio, resulta profundamente significativo que en muchas culturas se haya reservado el término “humanos” para referirse exclusivamente a los miembros del propio grupo o etnia. Los otros eran no-humanos o menos humanos, por lo que se justificaba de entrada cualquier acción que se pudiera emprender en su contra. La posible empatía quedaba de ese modo cortada de raíz.

A este propósito, el historiador israelí Yuval Noah Harari, en un libro sumamente interesante, escribe:

“La evolución ha convertido a Homo sapiens, como a otros animales sociales, en un ser xenófobo. Instintivamente, los sapiens dividen a la humanidad en dos partes: «nosotros» y «ellos». Nosotros somos personas como tú y yo, que compartimos idioma, religión y costumbres. Nosotros somos responsables los unos de los otros, pero no responsables de ellos. Siempre hemos sido distintos de ellos, no les debemos nada. No queremos ver a ninguno de ellos en nuestro territorio, y nos importa un comino lo que ocurra dentro de sus fronteras. Ellos apenas son humanos. En el lenguaje de los dinka del Sudán, «dinka» significa sencillamente «personas». Los que no son dinka no son personas. Los enemigos acérrimos de los dinka son los nuer. ¿Qué significa la palabra «nuer» en el idioma de los nuer? Significa «personas originales». A miles de kilómetros de los desiertos del Sudán, en las frías y heladas tierras de Alaska y el nordeste de Siberia, viven los yupik. ¿Qué significa «yupik» en el lenguaje de los yupik? Significa «personas originales»[ii].

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[i] D.J. SIEGEL, Viaje al centro de la mente, Paidós, Barcelona 2017, p.226.

[ii] Y.N. HARARI, Sapiens: De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, Debate, Barcelona 2014, p.219-220.

Semana 28 de mayo: QUERER O MATAR A LA TORTUGA

La foto de la tortuga me ha recordado un cuento que Tony de Mello aplicaba al amor: Un niño sintió que se le rompía el corazón cuando encontró, junto al estanque, a su querida tortuga patas arriba, inmóvil y sin vida. Su padre hizo cuanto pudo por consolarlo: «No llores, hijo. Vamos a organizar un precioso funeral por la señora Tortuga. Le haremos un pequeño ataúd forrado en seda y encargaremos una lápida para su tumba. Luego le pondremos flores todos los días y rodearemos la tumba con una cerca». El niño se secó las lágrimas y se entusiasmó con el proyecto. Cuando todo estuvo dispuesto, se formó el cortejo –el padre, la madre, la criada y, delante de todos, el niño- y empezaron a avanzar solemnemente hacia el estanque para llevarse el cuerpo, pero este había desaparecido.

         De pronto, vieron cómo la tortuga emergía del fondo del estanque y nadaba tranquila y gozosamente. El niño, profundamente decepcionado, se quedó mirando fijamente al animal y, al cabo de unos instantes, dijo: «Vamos a matarlo». La consecuencia que saca Tony no puede ser más reveladora: «En realidad, no eres tú lo que me importa, sino la sensación que me produce amarte».

         Vivimos, hoy más que nunca, a golpe de impacto. Si el telefilm no tiene bastante sangre, cuerpos destrozados, dosis suficientes de sexo y una música y ritmo trepidantes, es “lento, aburrido, plano”. Si para el fin de semana no hay plan fuera de casa, o las vacaciones son en el pueblo o fuera del ruido del complejo turístico, nos resulta tiempo perdido. Y así el silencio del día a día, el sentir pasar el tiempo, la charla sosegada, nada tienen que hacer ante el frenético estar colgado del Smartphone o la Tablet.

         Hemos convertido los acontecimientos de la vida en otra droga más o menos blanda. No amamos a las personas, el paisaje y la vida (la tortuga) si estos no nos hacen descargar adrenalina, sino las sensaciones más o menos trepidantes que nos provocan. Y estamos dispuestos a acabar con ellas (matar a la tortuga, a la que decíamos amar) para volvernos a “sentir vivos” a base de descargas provenientes del exterior: un divorcio, una aventurilla sexual, un deporte de riesgo, una litrona, un intercambio de parejas, qué sé yo.

         La desconexión con lo quieto y lo profundo de nosotros mismos provoca muchas locuras en la gente de hoy. Pues la alegría no está en el qué sino en el cómo. No en el correr ni huir ni en la vorágine de sensaciones, sino en el saborear el mar que desde siempre llevamos dentro. Así lo expresaba Ignacio de Loyola: «No el mucho saber harta y satisface en ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente».

Pedro Miguel LAMET, en Revista 21 (agosto-septiembre 2014) p.55.

Semana 21 de mayo: EGO Y COMPROMISO (y V)

EL EGO SE APROPIA TAMBIÉN DEL COMPROMISO (y V)

Estado mental y estado de presencia

        De la apropiación no saldremos a través de la reflexión ni del voluntarismo, sino gracias a la comprensión. 

    Desde nuestra perspectiva, la consciencia evoluciona. En ese sentido, hablamos de estados y estadios o niveles, así como de “transformación” o “expansión” de la consciencia. Pero eso es así únicamente desde nuestra perspectiva. En realidad, la consciencia no evoluciona –es lo único permanente y estable frente al cambio e impermanencia de todas las formas-; lo que cambia es la percepción que nuestra mente tiene de la misma, por lo que hablamos de una consciencia arcaica, mágica, mítica, racional o transpersonal.

         En la actualidad, la gran mayoría de los humanos nos hallamos identificados en la “consciencia racional”, que da lugar a lo que habitualmente designamos como “estado mental” (o egoico), y que se caracteriza por la predominancia o protagonismo de la mente y su correlato: el yo individual.

         Para quien se encuentra en ese “estado mental”, la realidad no podrá ser sino como su mente la percibe. En ese estado, se cree que lo real coincide exactamente con la percepción que la mente tiene de las cosas, del mismo modo que, para quien duerme, la realidad es el contenido de sus sueños. No cabe discutir: cada perspectiva ofrece una “verdad” adecuada al estado en que nos encontramos. Eso también está bien, porque forma parte del juego de la manifestación en el que se despliega la consciencia.

         Nuestra percepción empieza a cambiar –y nosotros, a interrogarnos- en el momento mismo en que se produce cualquier inicio –por pequeño que sea- de “despertar”. Al salir del sueño nocturno percibimos la irrealidad de lo que, hace solo un instante, nos parecía la verdad absoluta. Y al observar la mente percibimos que lo que ella nos muestra es solo lo que ella misma construye: tampoco aquí vemos la realidad, sino una interpretación –construcción- condicionada por la estrecha perspectiva mental.

         Una de las características básicas de la mente es la separatividad. Ello explica que, en el estado mental, todo se vea separado de todo: la naturaleza, los animales, los otros, Dios… Todo se percibe separado y, en cierto modo, girando en torno al propio “yo” que, desde ese estado, se considera como nuestra identidad. Esa característica –unida a otra no menos significativa, como es la creencia en un yo hacedor– marca también el modo como entiende y vive el llamado “compromiso” desde el «estado mental»: la acción de un “yo” a favor de otro “yo” separado.

         Sin embargo, cuando empezamos a “salir” de ese estado –de manera similar a lo que sucede cuando abandonamos el sueño-, empezamos a comprender que las cosas no son como parecían. No hay ninguna separación ni existe tampoco ningún “yo” –este era solo un pensamiento, una “identidad” mental, si queremos llamarlo así-; somos, por tanto, uno con todo lo que es, porque nuestra verdadera identidad no es ningún objeto separado, sino la consciencia que sostiene y constituye a todos ellos –nuestros cuerpo, mente y psiquismo incluidos-.

   ¿Qué es, visto desde aquí, lo que llamamos “compromiso”? Si no existe ningún hacedor individual, ¿quién se compromete? La respuesta –aunque chirríe a la mente de quien se encuentra en el estado mental- es simple: nadie se compromete, todo fluye y todo será como tiene que ser: el que se compromete lo seguirá haciendo…, pero no hay “nadie” que lo haga.

       Tal planteamiento resulta absurdo cuando se escucha desde el estado mental. Porque desde la mente se percibe como un relato fantasioso y porque niega el protagonismo del ego. Es comprensible que se disparen todos los mecanismos de defensa, que no buscan otra cosa que proteger la coherencia mental y la sensación de identidad egoica.

       Entre tales mecanismos, hay uno que destaca porque se dirige explícitamente a nuestro sentimiento humanitario: ¿cómo no promover que tenemos que ayudar a quien pasa necesidad? Sin embargo, no es difícil advertir que ese planteamiento es característico del estado mental, que da por supuesto todo lo señalado anteriormente. En cualquier caso, no se cuestiona la ayuda, sino la creencia subyacente de que existe un “yo” protagonista de la misma.

        En tanto perdure esa creencia –que, desde la mente, es básica-, habrá apropiación por parte del (supuesto) “yo comprometido”, con todas las consecuencias que conlleva. Solo cuando se comprende que no existe ningún “yo”, la apropiación cesa. Todo se seguirá haciendo igual dado que la creencia de que lo hacía un “yo” era solo un espejismo. Todo se hará de la misma manera, pero nadie se lo apropiará. Y “nadie” proclamará que es “mejor” una cosa u otra. Todo está bien; o con más precisión, todo, sencillamente, es.

     Al final, parece claro que todo pasa por la comprensión –que emerge cuando, al acallar la mente, accedemos al “estado de presencia”-. Por lo cual, volviendo al lenguaje que habla de la “evolución de la consciencia”, solo la comprensión de quienes somos –no el yo separado que nuestra mente crea, sino la consciencia una que todo lo constituye- acabará con nuestros enfrentamientos inútiles y nuestra moral relativista –aquella que separa lo “bueno” de lo “malo” a partir de etiquetas mentales-, permitiendo que la Vida sea y se exprese. Dejaremos que la Vida haga todo lo que tiene que hacer a través de nosotros, pero desde la certeza de que no existe ningún yo separado, sino que somos la misma Vida que en todo se expresa. Llegados a ese punto podremos decir, con el Tao te King, que “nadie hace nada, pero nada se queda sin hacer”.

Semana 21 de mayo: EL LUGAR DE LAS CRISIS

“La tarea más hermosa de la persona es convertir nuestros sufrimientos en perlas”

(Hildegard von Bingen, 1098-1179).

Cuando la serpiente percibe que comienza a envejecer, a arrugarse y a oler mal, busca un lugar con juntura de piedras y se desliza entre ellas de tal manera que deja la vieja piel y con ello crece la nueva. Lo mismo debe hacer la persona con su vieja piel, esto es, con todo aquello que tiene por naturaleza, por grande y bueno que sea, pero que ha envejecido y tiene fallos. Para ello es preciso que pase por entre dos piedras muy juntas (…). Si una criatura te quita la apretura, sea la criatura que sea, arruina por completo el nacimiento de Dios

(Johannes Tauler, 1300-1361).

A las crisis “deberíamos darles mucho valor y pararnos a escucharlas porque son el eco de nuestro sufrimiento, de nuestra insatisfacción interior, el «quejío» que nuestro «yo» lanza desde su destierro infernal en las profundidades de la «caverna platónica», y que solemos acallar porque en nuestro hechizo confundimos «lo divino con lo diabólico», identificando las crisis como algo «demoníaco» que hay que evitar y superar sin preguntar”

(Xavier Serrano, Profundizando en el diván reichiano. La vegetoterapia en la psicoterapia caracteroanalítica, Biblioteca Nueva, Madrid 2011, p.86).

«En la medida en que vamos avanzando en la vida, el dolor provocado por nuestra identificación con distintos objetos (incluido el propio yo), podrá abrirnos los ojos y orientarnos por el camino de la liberación

Aprendemos de cada crisis siempre que la acogemos como oportunidad para crecer en el reconocimiento y vivencia de nuestra identidad profunda, gracias a la comprensión»

(Enrique Martínez Lozano, Crisis, crecimiento y despertar. Claves y recursos para crecer en consciencia, Descleé De Brouwer, Bilbao 2013, pp.57 y 265).

Semana 14 de mayo: EGO Y COMPROMISO (IV)

EL EGO SE APROPIA TAMBIÉN DEL COMPROMISO (IV)

Decía en la primera entrega de este comentario que me produce tristeza percibir que, incluso hablando de espiritualidad y de compromiso, se caiga en la descalificación del otro y en el dualismo que fragmenta lo real. Frente a lo que considero trampas engañosas que nacen del ego, me parece importante abandonar cualquier mentalidad de “tribu”, superar el dualismo mental y avanzar hacia una integración consciente.

         La descalificación es un mecanismo característico del ego. Resulta significativo el hecho de que cada grupo tenga la convicción de que cree en la “verdad” –con la que se ha identificado la creencia en la que se ha crecido-, mientras que son únicamente todos los demás los que creen en “supersticiones”. Frente a esta postura, nos hace bien reconocer que la persona que confiesa otra religión piensa exactamente lo contrario: para ella, las creencias fantasiosas o supersticiosas son las nuestras.

Por su parte, el dualismo es igualmente una construcción mental que, mientras la creemos, nos mantiene alejados de la realidad. El ego es simplista porque su perspectiva es sumamente reducida. Al tomar distancia de él, empezamos a abrirnos al amplio e inclusivo horizonte de la verdad.

         Tal como lo veo, la integración –de polos opuestos, pero complementarios; de visiones del mundo diferentes a la del propio “catecismo”- no será posible hasta que no avancemos en la respuesta adecuada y experiencial a la pregunta ¿quién soy yo?; respuesta que, según el oráculo de Delfos, nos permite acceder a la comprensión de toda la realidad: “Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás al Universo y a los dioses”. Por mi parte, no conozco pregunta más urgente ni desinstaladora que aquella; en realidad, el narcisismo no es otra cosa que la vivencia que resulta del hecho de habernos quedado instalados en una respuesta equivocada a esa primera cuestión.

         La respuesta adecuada me hace ver que no soy el “yo” que mi mente pensaba. Según el autor del escrito que comento, “lo que mejor las caracteriza [a las que denomina “corrientes pseudomísticas”] es el lugar de honor exclusivo que reservan al individuo, al yo, que se erige en el único dios que, según sus criterios, merece entrega absoluta”. No niego que eso pueda darse, e incluso que sea un “paso” por el que transite la persona que va en busca de la verdad. Sin embargo, la genuina espiritualidad no anhela ningún “lugar de honor” para el yo, porque ha descubierto su inexistencia. Y desde la comprensión de su verdadera identidad, la persona espiritual no busca sino quitarse de en medio, “destronarse” a sí misma, para que la Vida se exprese a través de ella.

         A partir de ahí, uno ya no “elige” qué hacer, sino que se vive como cauce o canal de la Vida que fluye. Es la Vida la que “toma las decisiones” y a uno no le queda otra cosa que alinearse con ella, en la vivencia de la unidad con todo lo real. Con lo cual, venimos a descubrir que, también en el terreno del compromiso, la pregunta decisiva no es ¿qué hago?, sino ¿desde dónde lo hago?

         Si es desde el ego (o estado mental), habrá resistencia, apropiación, comparación, descalificación e incluso arrogancia. Cuando nace de la comprensión (o estado de presencia), hay aceptación, desapropiación, gratuidad y espíritu inclusivo.

         El título de este trabajo me parece que no tiene excepciones: El ego se apropia también del compromiso. ¿Existe algún medio para evitar que sea así? Solo uno: comprender que el compromiso genuino no puede nacer nunca del ego y vivir en desapropiación.