Semana 3 de diciembre: INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (I)

SABER VIVIR EN LA INCERTIDUMBRE, EXPERIMENTAR LA CERTEZA (I)

       Hace ya un tiempo, publiqué en esta página el testimonio de Sara, en dos partes (pueden leerse aquí: Primera Parte y Segunda Parte), en el que nos compartía su proceso vital, como un “desaprendizaje” constante, un dejar caer todo tipo de creencias a las que previamente se había aferrado. Ese testimonio provocó diferentes reacciones en los lectores. La mayor parte elogiaban su capacidad de verdad y su coraje. Otros muchos decían sentirse reflejados en la vivencia e incluso en la trayectoria (religiosa) que ella compartía. Algunos no se reconocían capaces, por el momento, de llegar a esa “desnudez” total de ideas y de creencias. Y otros, finalmente, me preguntaban acerca de mi propio posicionamiento.

          Ante escritos como el de Sara, mi actitud es de profunda y emocionada admiración, unida a una gratitud reverente y a un cuestionamiento acerca de mi propia verdad –de la verdad o no con la que me vivo-.

          Pero las reacciones que me llegaron hacían hincapié, sobre todo, en lo relativo a las creencias y al abandono de las mismas, con todo lo que ello les suponía de atreverse a vivir en la incertidumbre o permanecer al abrigo de creencias que les otorgaban una sensación de seguridad y de confianza.

          Sin duda, el ser humano no puede renunciar a la seguridad sin sentir que el suelo se hunde bajo sus pies. Pero ahí mismo empiezan a hacerse presentes las paradojas. Porque mientras permanecemos reducidos a la mente –identificados con el yo-, la seguridad resulta imposible: visto desde un lado, la mente se pierde ante la magnitud de lo Real; y visto desde el otro, el yo no podrá nunca alcanzar la seguridad, porque él mismo es ficción.

          Con esa perspectiva, una actitud habitual es la de aferrarse a determinadas “creencias” que, mientras no se cuestionan o no se ven zarandeadas, aparecen como un “refugio” que ofrece una sensación de seguridad y de confianza.

          Sin embargo –como resultado de diferentes factores, en gran parte relacionados con el momento cultural que nos ha tocado vivir-, cada vez son más las personas que sienten cómo van cayendo sus “creencias”, quedando a la intemperie. Saben lo que no les sirve ya, pero no saben dónde poder aferrarse en la nueva situación.

          Y aquí las reacciones son diferentes: desde la resignación escéptica hasta el nihilismo cínico; desde la búsqueda de compensaciones con que calmar la inseguridad hasta el fundamentalismo fanático y la represión de cualquier tipo de cuestionamiento…

          Tal como yo lo veo, la actitud “coherente” es la que pasa por el reconocimiento humilde o aceptación de la verdad de lo que se vive. Porque solo ese reconocimiento permite el crecimiento y garantiza la libertad: “La verdad os hará libres”, enseñaba el Maestro de Nazaret.

Semana 3 de diciembre: SALMO 138 v 2.0

Señor, ellos me sondean y me conocen,
saben lo que me gusta y lo que me enoja,
distinguen los entresijos de mi muro,
todos mis eventos les son familiares.

Antes de que llegue a mi lengua
conocen mi trino de pájaro azul,
estrechan mis pobres palabras
a 140 balbuceos con etiquetas.

¿A dónde iré lejos de su dominio?
¿a dónde escaparé de su publicidad?
si vuelo hasta la Patagonia
allí me atrapan sus reclamos.

Todas mis cookies le son familiares,
todas mis acciones están registradas
en sus servidores de California,
hasta la aurora lleva su marca de agua.

Señor, no tengo notificaciones
ni hashtag, muy pocos seguidores,
nadie me añade a su grupo
¿es que todos me abandonan?

¡Qué incomparables los resultados
de su búsqueda avanzada!,
si me pongo a contarlos me pierdo
entre anuncios patrocinados.

Me sondean a la hora de la siesta
para ofertarme nuevos servicios
¡qué malvados los enemigos!
Dios, ¡aparta de mí este cáliz!

Señor, hemos caído en su trampa,
en su red de dependencia virtual,
guíanos por el camino justo
hacia una tierra de libertad.

por Grego Dávila, http://grego.es/?p=8651

Semana 26 de noviembre: MIEDO, EGO, CONSCIENCIA, LIBERACIÓN

El miedo nace del “cruce” del tiempo y de la mente: el miedo es creado por la mente, a partir de algo que recuerda -y sobre lo que cavila- o adelantándose a lo que pueda suceder, a través de la proyección.

En cuanto sentimiento “limpio”, el miedo es una emoción que nos “alerta” frente a algo percibido como peligroso o amenazador. Sin embargo, cuando somos atrapados por él, suele aparecer el “miedo al miedo”, paralizador y angustiante.

La liberación radical del miedo no vendrá de la mente, sino justamente de la capacidad de silenciarla, tomando distancia de sus mensajes repetitivos, y viniendo al presente, como modo de abortar el recuerdo obsesivo y la proyección imaginada.

El sujeto del miedo es el yo. Desde su fragilidad, vulnerabilidad y, en último término, inconsistencia, no puede sino vivir bajo el temor, a pesar de todos los recursos a los que suele acudir para protegerse.

La liberación del miedo pasa, por tanto, por la comprensión, que permite ver el error de identificarnos con el yo. Solo en la medida en que comprendo que no soy el yo, podré verme libre del miedo que me acompaña desde mi nacimiento ya que, como dijera Thomas Hobbes, “el día que yo nací, mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”.

Cuando nos liberamos del miedo, empezamos a saborear la libertad: cae la búsqueda enfermiza de consuelo y ya no hay necesidad de dioses. Liberados de la identificación con el yo, nos comprendemos y reconocemos como plenitud, aquella plenitud que nuestra mente -desde la identificación con el yo- había siempre situado “fuera”.

Pedagógicamente, para avanzar en la liberación de tal identificación, resulta eficaz ejercitarse cotidianamente en una práctica muy concreta: amar lo que es. Antes de dejarnos llevar por cualquier juicio mental o “etiqueta” que nuestra mente coloca a lo que sucede o aparece en nuestra existencia, la sabiduría invita a amar todo ello, como camino para alinearnos con lo real, vivir la aceptación profunda y, de ese modo, reconocer experiencialmente que somos uno con todo lo que es.

Amar lo que es no tiene nada que ver con la resignación, la claudicación o la indiferencia…, sino con la sabiduría. Al amar lo que es, se entra en un camino de aceptación, actitud sabia entre los extremos de la resistencia y de la resignación. Ahí se descubre que la propia aceptación se halla dotada de un dinamismo que hará que nos comprometamos en cada momento en la acción adecuada.

Gracias a esa práctica, es posible pasar de la identificación con el yo a la comprensión de la consciencia que somos. Es por tanto un ejercicio de poner consciencia, tal como pedía Rabindranath Tagore: «Que en la algarabía de nuestras tareas sin fin no cese de resonar en el fondo de nosotros, como emitido por un instrumento de cuerda única, este constante llamamiento: ¡Oh! ¡Despierta! ¡Sé consciente!».

Semana 26 de noviembre: NADA QUE TEMER (Foster)

El 99.99999% de tus miedos 
viven solo en tu imaginación, 
en la anticipación y en la memoria. 

Incluso si lo “peor” llegara a pasar, 
te encontrarás a ti mismo resolviéndolo en el momento, 
respondiendo desde un lugar de presencia. 

En este momento no tienes nada que resolver. 
Ya lo harás en su momento. 

Y quién sabe: 
Lo “peor” podría convertirse 
en tu más grande maestro, 
en tu más profundo llamado a despertar, 
en una invitación a la clase de coraje 
que jamás te imaginaste llegar a tener. 

El miedo no es tu enemigo, 
sino una señal. 

Respira en el momento. 

Jeff Foster.

 

Semana 19 de noviembre: MATERIA, ENERGÍA, INFORMACIÓN

Para el materialismo vulgar, del que ha adolecido en exceso la ciencia e incluso la cultura en general en Occidente, todo es materia. Por tanto, solo existe aquello que se puede medir y pesar.

          No deja de ser curioso que tal afirmación se siga sosteniendo todavía, a pesar de los nuevos datos que la propia ciencia ha aportado: desde Einstein (1879-1955) sabemos que la materia, en último término, es energía, según queda reflejado en su famosísima ecuación E = mc2 (donde “E” significa energía; “m”, masa; y “c”, velocidad de la luz (300.000 kms/seg). Según tal ecuación, lo que llamamos “materia” no es sino “energía condensada”, lo cual sucede en determinadas condiciones. Por tanto, lo que aparentemente percibimos como irreductiblemente sólido y consistente no es, en realidad, sino energía.

          Pero no es solo eso: la física cuántica, en su tarea de desentrañar la estructura del átomo –considerado hasta hace solo un siglo como el “ladrillo básico” o pieza última de la realidad material-, ha descubierto que eso que nos parece tan compacto es, en realidad, un gran vacío. (Para hacernos una idea: si el núcleo de un átomo midiera 1 cm de diámetro, los electrones de ese mismo átomo orbitarían a 1 km de distancia).

          A la vez, esa misma física afirma que, por debajo de la materia y la energía, hay un “hervidero” de actividad subatómica. Es el “campo cuántico”, hecho de ondas de información, cuyas variaciones provocan una “fluctuación cuántica”, la cual permite la creación y la aniquilación constante de partículas y antipartículas.

          La ciencia actual ha comprobado que el vacío, en sí mismo, es vibración, de donde brotan todas las formas. Un equipo de científicos liderados por Peter Higgs, tras rigurosas investigaciones –que le valdrían al propio Higgs el Premio Nobel de Física en 2013-, llegó a una conclusión notablemente sorprendente: lo que afecta a lo real no es propiamente el vacío, sino la vibración del vacío. Y a esta vibración la llamaron bosón: este genera un campo –bosón y campo de Higgs- que, afectando a todo el espacio, otorga a las partículas elementales la propiedad que llamamos masa. La “masa”, que percibimos a través de los sentidos, existe sencillamente gracias a la vibración del vacío, como fuente, origen y matriz de todo lo manifestado. Ese es el motivo por el que “algunos físicos piensan que la nada es el verdadero bloque básico de construcción de la materia”[i].

          Parece, por tanto, que tampoco todo acaba en la energía. Por “debajo” de ella operan “ondas de información” en campos cuánticos (electromagnético, gravitatorio…) que están hechos de información, es decir, de consciencia. Un campo cuántico es fuerza invisible en movimiento -en último término, información- que moldea la materia.

          No resulta fácil definir qué es la consciencia, pero apunta a “un saber que sabe”, inteligencia creativa, código de instrucciones… Lo que regiría todo el proceso sería justamente eso, la consciencia que, en forma de “manual de instrucciones”, posibilita y explica el despliegue de la infinidad de formas que llegan a nuestros sentidos. Se entiende, así, que algún biólogo se haya atrevido a afirmar que una célula es, en rigor, “memoria envuelta en una membrana”, lo que significa reconocer que la materia (la célula) es en sí misma información, es decir, consciencia. La «in-formación» no es otra cosa que códigos que dirigen las formas (dan forma, «in-forman»), consciencia, saber que sabe, inteligencia creativa…

          Dicho de otro modo: las formas que percibimos son el producto de un “código de instrucciones” que se halla en el origen de las mismas. En realidad, ¿no es eso mismo el ADN?… “El ADN –escribe Alejandro Martínez Gallardo- es fundamentalmente un programa (bio)informático que ha logrado replicarse con éxito —una especie chip cósmico o libro orgánico (¿el “axis mundi” de la galaxia?)— y la forma más efectiva de transmitir información de la cual tenemos conocimiento es el entrelazamiento cuántico”[ii].

          La ciencia no sabe cuál es la “pieza” última de la que está hecho el universo. Más aún, es la misma ciencia la que asegura que apenas podemos percibir un 4 ó 5% de la realidad que sabemos que existe. Si esto es así, ¿cómo no dejar nuestra mente en suspenso en lugar de asumir conclusiones siempre precipitadas y, por ello mismo, erróneas? ¿Quién se atrevería a reducir la totalidad de lo real a ese ínfimo 4 ó 5% que nuestros sentidos son capaces de percibir?

          La ciencia nos ayuda a deshacer nuestras creencias equivocadas, entre ellas, la que reduce lo real a lo material. Por su parte, los sabios nos recuerdan una y otra vez que no necesitamos conocer todas esas respuestas para empezar a vivir lo que ya somos, Eso que queda cuando se silencia la mente. Y lo que descubrimos entonces es que, admirablemente, Eso es consciencia.

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[i] M. TALBOT, Misticismo y física moderna, Kairós, Barcelona 1986, p.80.

[ii] A. MARTÍNEZ GALLARDO, Entrelazamiento cuántico o “efecto de Dios”: el pegamento entre el espíritu y la materia, en: http://pijamasurf.com/2012/01/entrelazamiento-cuantico-el-pegamento-entre-el-espiritu-y-la-materia/

 

Semana 19 de noviembre: ENTRELAZAMIENTO CUÁNTICO

ENTRELAZAMIENTO CUÁNTICO O «EFECTO DE DIOS»: EL PEGAMENTO ENTRE EL ESPÍRITU Y LA MATERIA

Alejandro Martínez Gallardo

http://pijamasurf.com/2012/01/entrelazamiento-cuantico-el-pegamento-entre-el-espiritu-y-la-materia/

El entrelazamiento cuántico, descrito como el parteaguas entre la física moderna y la clásica y también llamado «el efecto de dios», parece servir como un cordón inmaterial que conecta todas las cosas del universo y tiende un puente entre la materia y el espíritu.

“Las cosas que han estado alguna vez en contacto entre sí siguen influyéndose mutuamente a distancia tras haberse cortado el contacto físico” (James Frazer, La Rama Dorada).

What is LOVE?- An attempt to create quantum entanglement between two or more macroscopic sentient beings” (@Akposthuman).

En las últimas décadas la física cuántica ha tomado una enorme popularidad entre los no iniciados, principalmente por virar el materialismo característico de la ciencia hacia antiguas filosofías como el idealismo o religiones tan atractivas para la mente posmoderna como el budismo. Tiende un puente: la ciencia originalmente no se distingue de la filosofía: ambas buscan describir y entender la naturaleza (o el universo); la naturaleza, que en un inicio era concebida como la manifestación visible del espíritu. Es parte de la interpretación popular de la física cuántica (ampliamente criticada por científicos que en ocasiones no logran salir de la «caja»): hacer del mundo algo en lo que la mente participa o al menos algo que se parece más a lo mental que a lo inerte y meramente mecánico. A mi juicio atinadamente, el filósofo y físico de Yale Abner Shimony llamó a esta vertiente de la física «metafísica experimental».

Una de las cosas que ha hecho a la física cuántica tan atractiva para la mente popular, con cierta inclinación a la espiritualidad, es que ha demostrado que el acto de observar un objeto afecta el estado de lo que se observa. Este «efecto del observador» se explica por la interacción inevitable entre un instrumento y el fenómeno que se observa. Por otra parte, el principio de indeterminación de Heisenberg señala que la posición y el momentum de una partícula no pueden determinarse hasta que no es medida —existe en un estado de superposición; está, por así decirlo, en todas partes antes de ser medida u observada. La interpretación popular, que extrapola el mundo micróscopico, espectral e implicado del quantum al mundo macroscópico, que se caracteriza por el dar sentido: la explicación, ha entendido esto como que al observar cualquier fenómeno, al percibir algo, lo modificamos: la mirada transforma e incluso, bajo cierta influencia del new age, al percibir (o al creer en) algo lo estamos (co)creando. El escritor Robert Anton Wilson desarolló toda una  teoría de psicología cuántica agnóstica de la realidad bajo este principio: 

Cada modelo que construimos nos dice más sobre nuestra mente que sobre el universo… El universo es más grande que cualquiera de nuestros modelos… Cada descripción del universo es una descripción del instrumento que utilizamos para describir el universo (la mente humana).

Entre el tesoro de rarezas que descubrió la física cuántica al penetrar en el átomo, probablemente la más significativa y maravillosa sea el entrelazamiento cuántico.  Desde 1935 el físico Erwin Schrödinger notó una propiedad peculiar en la materia subatómica que llamó  «entrelazamiento» (entanglement, en inglés).  Esto es, cuando dos sistemas cuánticos entran en contacto entre sí permanecen conectados instantáneamente, como si fueran parte de un todo indivisible.  Schrödinger rápidamente apuntó que esta era la diferencia fundamental entre la teoría cuántica y la física clásica.

Actualmente el entrelazamiento cuántico se entiende como un proceso en el que una sola función de onda describe dos objetos separados, los cuales comparten una misma existencia no obstante lo lejos que puedan estar entre sí, como si estuvieran unidos por un cordón umbilical invisible o una onda que, en teoría, se puede propagar por todo el universo. Dos partículas que se han entrelazado tienen una descripción definida juntas, pero cada partícula por separada yace en un estado completamente indefinido: podemos decir que no existe la una sin la otra (aunque una partícula pudiera estar en las Pléyades y la otra entrando a tu pupila en la Tierra: photons that did tango, can never untangle). El entrelazamiento cuántico, que ha sido observado principalmente entre fotones, ha sido descrito por Henry Stapp en los términos de «luz gemela», una «disposición correlacionada a responder».

Albert Einstein desdeñó este aspecto de la mecánica cuántica con su famosa frase de «acción fantasmal a distancia». Einstein, por supuesto, había impuesto un límite de velocidad al universo y no concebía posible un efecto superlumínico. Sin embargo, el físico irlandés John Bell demostró con su famoso teorema que el entrelazamiento cuántico sí ocurre (algo que ha sido confirmado en repetidas ocasiones, como es el caso del famoso experimento de Aspect).

Ahora bien, este misterioso efecto de entrelazamiento a distancia difícilmente se explica por una fuerza física que pueda viajar más allá de la velocidad de la luz para transmitir un estado cuántico entre dos partículas (de existir ciertamente se mantiene fantasmal).  Bell describió esta conexión entre partículas como «no-local», es decir que no tiene una ubicación en el espacio. Dice Nick Herbert:

Las interacciones no-locales, de existir, serían una especie de vudú de la física en el que una partícula influye en la otra, no a través de una fuerza de campo convencional, sino simplemente porque se han tocado alguna vez en el pasado distante.

Pese a observarse en el laboratorio repetidas veces este fenómeno que afecta a los bloques fundacionales de la materia que conforma a todas las cosas del universo, existe cierta reluctancia a darle importancia al entrelazamiento cuántico. Nuestra vida en el mundo macro discurre sin detenernos a pensar en lo que significa que todas las partículas que han estado en contacto entre sí tengan esta propiedad de conexión cuántica instantánea: no se nos ocurre pensar que estamos entrelazados con ciertas personas, con ciertos objetos, con ciertas ideas que siguen influyéndonos a distancia. Recientemente, sin embargo, científicos han notado que diversos fenómenos «macroscópicos» —como la fotosíntesis y la navegación de las aves— parecen estar ligados al entrelazmiento cuántico. Aún más interesante es la teoría de que nuestro ADN se mantiene unido debido a esta conexión cuántica.

Elisabeth Rieper y colegas de la Universidad Nacional de Singapur dicen que este entrelazamiento es lo que mantiene unida la doble hélice del ADN. Según el sitio Technology Review de MIT, Rieper y sus colegas usaron un modelo teórico del ADN en el que cada nucleótido consiste en una serie de electrones orbitando un núcleo cargado positivamente. El movimiento de la nube negativa es un oscilador armónico. Cuando los nucleótidos se unen para forma un par de bases, las nubes deben de oscilar en direcciones opuestas o la estructura no será estable. Rieper y sus colegas se preguntaron qué  le sucedería a esas oscilaciones si los pares bases estuvieran apilados en una doble hélice. La hélice debería de vibrar y deshacerse, pero esto no sucede, ya que las oscilaciones ocurren como una serie de estados de superposición —lo que significa que oscilan en todos los estados posibles al mismo tiempo. Un entrelazmiento cuántico lo mantiene todo unido [Daily Galaxy].

Que el ADN esté unido por entrelazamiento cuántico es altamente significativo, y por otra parte algo que podría anticiparse bajo cierto entendimiento de la selección natural y la evolución. Siendo que el ADN es fundamentalmente un programa (bio)informático que ha logrado replicarse con éxito —una especie chip cósmico o libro orgánico (¿el axis mundi de la galaxia?)— y que la forma más efectiva de transmitir información de la cual tenemos conocimiento es el entrelazamiento cuántico, es lógico pensar que el código genético esté vinculado entre sí de esta forma: con el pegamento más potente del universo (curiosamente es esa «oscilación de todos los estados posibles al mismo tiempo» lo que le da cohesión,  una especie de omni-potencia cuántica).

Además de la teoría expuesta por los investigadores de la Universidad de Singapur, el Premio Nobel de Química Luc Montagnier publicó el año pasado un trabajo en el que sugiere que el ADN emite señales electromagnéticas que imprimen su estructura en otras moléculas, algo similar a una teleportación de información, o en otras palabras entrelazamiento cuántico. El experimento realizado por Montagnier ha generado gran controversia y poca aceptación entre la comunidad científica; de cualquier forma avanza hacia una elegante intuición —que parece reflejarse en  la naturaleza. Aún menos aceptado es el trabajo del científico ruso Pjotr Garjaje quien sostiene que el ADN es similar a un Internet cósmico. 

De hecho, Pjotr y su equipo encontraron más paralelos aún entre la genética y la informática. Especulan que la estructura del “ADN basura” (el “segundo código” similar a la gramática del lenguaje humano) y su posibilidad de modificación, se deben a que el ADN no acumula toda la información necesaria en cada momento, sino que intercambia información permanentemente (la recibe, modifica y emite), de la misma forma que lo hace una computadora conectada a la web. Cada persona sería, siguiendo esta línea argumental, un nodo de una red o sistema (como Internet) que involucraría a muchos más individuos-nodos. 

Hay que aclarar que Pjotr es una figura oscura, aparentemente miembro de la Academia de Ciencias de Moscú según algunos sitios web, de quien se tiene poca información y quien cree que el ADN no solo puede modificarse a través de la interacción de rayos de luz coherente (como lásers), también a través de las palabras —de manera similar a lo que sostiene Masuro Emoto con las moléculas de agua. Aclarando esto —que nos alejamos de la ciencia establecida— la posibilidad de que el ADN de un ser vivo no solo esté en un estado de entrelazamiento cuántico con cada una de sus células, sino con otros miembros de su especie (y quizás con todo el universo), es muy interesante. Es una forma de explicar la fascinante teoría de los campos mórficos del biólogo Rupert Sheldrake, quien sostiene que existen campos de información  que organizan el desarrollo de una especie y sirven con una memoria de la naturaleza —de tal forma que se pueden transmitir hábitos y mutaciones de manera horizontal, sin tener que pasar de generación a generación.

En 1920 el embriólogo Alexander Gurwitsch descubrió que los seres vivos emiten fotones “ultra-débiles” dentro del espectro ultravioleta. Gurwitsch los llamó “rayos mitogénicos”, ya que creía que estos fotones tenían un papel importante en la división celular del campo morfogenético, es decir, en el desarrollo de la estructura morfológica de un ser vivo.

En la década de los 70 el profesor Fritz Albert Popp descubrió que esta emisión de luz, a la que llamó biofotones, se presentaba en un rango de entre 200 y 800 nm y que exhibía un patrón periódico y coherente. Popp teorizó que los biofotones son producidos por el ADN en el núcleo de las células. Esto fue demostrado en los años ochenta. El Dr. Jeremy Narby  escribió en su libro The Cosmic Serpent:

Como el axis mundi de las tradiciones chamánicas, el ADN tiene una forma de escalera torcida (o una viña); de acuerdo a mi hipótesis, el ADN era, como el axis mundi, la fuente del conocimiento y las visiones chamánicas. Para estar seguro tenía que entender cómo el ADN podía transmitir información visual. Sabía que emitía fotones, que son ondas elctromagnéticas, y me acordé de lo que Carlos Perez Shuma me había dicho cuando comparó a los espíritus con ‘ondas de radio’. Una vez que prendes la radio, las puedes sintonizar. Es lo mismo con los espíritus; con la ayahuasca los puedes ver y escuchar. Así que investigué la literatura sobre fotones de origen biológico […].

Narby formuló la hipótesis de que cuando los ayahuasqueros del Amazonas dicen comunicarse con los espíritus de las plantas, de sus ancestros o de la naturaleza, en realidad se están comunicando con el ADN de esas plantas o con su propio ADN (el cual tiene un campo holográfico) —y de esta forma obtienen información sumamente difícil de obtener por métodos de prueba y error, como fue en su momento el descubrimiento del curare. «Esta es la fuente del conocimiento: el ADN, viviendo en el agua y emitiendo fotones, como un dragón acuático escupiendo fuego». 

Existe en la profundidad del misticismo humano una identidad entre el espíritu y la información, que ha sido recuperada con la física cuántica y con la era de la informática: del gnosticismo al Internet, de Hermes a MSN. It from bit. Heisenberg escribió: «Los átomos no son cosas, son solo tendencias, así que en vez de  pensar en cosas, debes de pensar en posibilidades. Todos son posibilidades de conciencia». Ervin Laszlo ha dicho que «la información es el software del universo». Vemos hoy  claramente que la información es lo que programa a la materia, lo que de alguna manera arde al interior del cuerpo (la manifestación más conspicua de aquello que llamamos alma —»el sol invisible»— es la información, el código). La versión de Erik Davis del Génesis: En el principio era la Info, y la Info estaba con Dios, y la Info era Dios.

Davis, en su texto Images of Spiritual Information, añade: «El medio es el mensaje y el mensaje es el espíritu al interior que viene de fuera, señal y ruido cruzando las fronteras entre sí en el flujo feroz del desdoblamiento».

Si el Logos o Espíritu en verdad es omnipresente, entonces debe de contar con los servicios de mensajería instantánea del entrelazamiento cuántico.  No por nada el escritor Brian Clegg ha titulado su libro sobre el entrelazamiento cuántico «El Efecto de Dios«, como si este fuera el resultado de la materialización de la divinidad en el universo: el sello elástico de la unidad.

Según el físico Nick Herbert, el teorema de Bell revela que los hechos que experimentamos en el mundo «no pueden ser simulados por una realidad local subyacente. Cualquier realidad que se ajuste a los hechos debe de ser no-local […]. El teorema de Bell muestra que debajo del mundanal ruido de nuestra existencia local yace oculta una realidad cuántica conectada superlumínicamente que es necesaria para que este mundo ordinario opere«.

Esta realidad subyacente es lo que David Bohm llamó el orden implicado, un mar de energía del cual se desprende nuestra existencia apenas como la onda que se forma sobre la superficie de un lago cuando se lanza una piedra. Es también lo que Arthur Schopenhauer llamó el Mundo de la Voluntad (nuestra realidad explícita es el Mundo de la Representación: el Maia, la Matrix). Es también el mundo del Nagual, que expone Don Juan Matus según Carlos Castaneda y que podría ser parte de la tradición oculta tolteca. Es el mundo del Espíritu, el Brahman. El entrelazamiento cuántico parece ser el cordón umbilical (de luz comunicante) entre la dimensión de unidad divina absoluta y el mundo material de la multiplicidad, que es una falsa caída o división, ya que, por el mismo entrelazamiento cuántico, el Espíritu sigue irradiando, transmitiéndose a sí mismo a través de nosotros. In-formándonos.