Comentario al evangelio del domingo 22 junio 2025
Lc 9, 11-17
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: “Despide a la gente: que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado”. Él les contestó: “Dadles vosotros de comer”. Ellos replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío”. Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se lo sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
BENDECIR Y COMPARTIR
La persona feliz es buena: bendice y comparte. Parece claro, a pesar de no hacerlo consciente, que quien no bendice a los demás, tampoco sabe bendecirse a sí mismo; y quien no comparte con otros, tampoco sabe tenerse en cuenta a sí mismo.
Bendecir significa, literalmente, “decir bien”. Y se requiere haber aprendido a “decirse bien” a sí mismo para hacerlo con los demás. Quien dice mal de otros -en el extremo: maldecir- no se ama a sí mismo, por más que parezca lo contrario. Más que amarse limpia y humildemente, lo que hace es vivir acorazado en un caparazón narcisista, que utiliza como refugio. Solo cuando aprenda a amarse de manera genuina, estará en paz con él, podrá bendecirse y bendecirá a los demás.
Compartir requiere -sea de manera explícita o simplemente intuitiva- comprender lo que somos. Al comprender lo que soy, comprendo que soy no-otro de los demás, y empezaré a querer para ellos lo mismo que quiero para mí, y no les haré a ellos lo que no quisiera que me hicieran a mí.
Cuando no sabemos compartir -vivir empatía y compasión-, no sabemos qué somos. Lo que hacemos entonces es resguardarnos en el antes mencionado caparazón narcisista, con nuestros temores inconfesados y nuestras necesidades básicas no resueltas. Dado que no nos queremos bien, pensaremos que nunca tenemos bastante, por lo que viviremos acaparando y replegados sobre nosotros mismos.
La bendición y el amor nacen de la comprensión de lo que somos. Y, a su vez, constituyen un test cierto del nivel real de la misma.