DECIR O HACER: EL LEGALISMO Y LA BONDAD DE CORAZÓN

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

1 octubre 2023

Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». Él le contestó: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y dijo lo mismo. Él contestó: «Voy, señor». Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”. Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”.

DECIR O HACER: EL LEGALISMO Y LA BONDAD DE CORAZÓN

Jesús se dirige “a los sumos sacerdotes y a los ancianos”, es decir, a la jerarquía religiosa y política de su pueblo. Y se atreve a decirles -hacía falta libertad interior valentía y coraje- que “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Conocemos las consecuencias de tales denuncias: todo el poder terminará aliándose para acabar ejecutando en la cruz al Maestro de Galilea. Pero, ¿qué significa exactamente aquella expresión y cuál puede ser la causa que origina el comportamiento de aquellas personas religiosas, que es denunciado con tanta dureza por parte de Jesús?

El significado parece obvio: el “camino del Reino de Dios” pasa por la vivencia de los valores que apreciamos en el propio Jesús de Nazaret: amor, compasión, servicio, gratuidad, fraternidad… De él se dijo, sencillamente, que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hech 10,38). En síntesis: el “Reino de Dios” no es una cuestión de creencias y de normas, sino de bondad de corazón.

Lo que sucede es que, con frecuencia, la autoridad religiosa pone el acento en la llamada “ortodoxia”, en la adhesión a determinadas creencias y formas de comportamiento, dictadas por aquella misma autoridad. No es raro que los dirigentes religiosos se presenten como aquellos que “saben” -o creen saber- todo lo referido a lo que es necesario creer o cumplir. No solo eso; han solido alimentar la pretensión de imponer todo ello a la gente, tal como también denunciara el propio Jesús: “Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).

Tanto por la formación recibida como por el rol con el que han ido identificándose, no es extraño que la autoridad religiosa rija su vida por aquella llamada “ortodoxia” y, en definitiva, por un legalismo que fácilmente genera orgullo.

Ante ello, la postura de Jesús es clara: lo que cuenta no es el legalismo, sino la bondad de corazón. Se trata de algo tan decisivo para él, que insistirá en diferentes ocasiones de manera inequívoca: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21).

LA CREACIÓN DEL YO // Anil Seth

Entrevista de Jorge Ratia a Anil Seth, experto en neurociencia cognitiva y computacional, en Ethic, 30 de junio de 2023:
https://ethic.es/2023/06/entrevista-anil-seth/

«La consciencia no nos permite ver la realidad tal como es, sino tal como somos nosotros.
La forma en que experimentamos la realidad es la interpretación que nuestro cerebro hace de los estímulos del exterior.
La consciencia es un misterio global, porque en todo el planeta existen las mismas incógnitas, y es individual porque cada persona lo vive en sus propias carnes».

 

Nunca imaginó que acabaría dedicándose a estudiar los límites de la mente humana. Tampoco que uno de sus discursos superaría las 14 millones de visitas en internet. Y, probablemente, tampoco imaginó que algunos –especialmente estudiantes de psicología– lo reconocerían como «ese genio que medita y hace surf». Anil Seth es profesor de neurociencia cognitiva y computacional en la Universidad de Sussex, un cargo que, por si fuera poco, combina con otros proyectos como el Sussex Centre for Consciousness Science, donde investiga la base biológica de la conciencia, y con la escritura. En 2021, Seth publicó uno de los libros del año según los medios británicos. Ahora, en 2023, la editorial Sexto Piso lo ha publicado en español. Se titula ‘La creación del yo’ y, en él, el científico inglés pone patas arriba todo lo que creíamos saber sobre nuestra percepción.

¿Para qué tipo de lector escribió La creación del yo?

En parte fue para mí mismo. Fue una forma de organizar mis pensamientos, un ejercicio de desarrollo intelectual. Cuando lo escribí, ni siquiera estaba seguro de que alguien lo leería, pero sí sabía –o creía saber– que había un interés por los misterios de la consciencia. Yo ya había publicado artículos y dado conferencias antes, como la charla TED que se volvió muy popular en su momento. Supongo que fue entonces cuando noté que había gente dispuesta a aprender sobre el cerebro y la cognición, y que, por ello, yo podía escribir para un público real. Además, creía que podía decir cosas que no se habían dicho antes, o por lo menos desde otra perspectiva.

¿Encontró la forma de aportar esa «otra» perspectiva?

Creo que sí, especialmente si el lector busca una combinación de ciencia y filosofía. El libro empieza con ideas que son familiares para cualquiera, y poco a poco va introduciendo detalles, pero detalles que van en contra de la intuición, giros de guion que desafían las creencias del lector. Al final, la noción del «yo» es algo sobre lo que todos tenemos opinión. Es relativamente sencillo hablar desde el sentido común, ¿no? Todos experimentamos la propia existencia, y lo bonito es que la ciencia a veces pone en entredicho ese sentido común.

Si buscamos su nombre en internet, muchas entradas destacan su definición de consciencia, lo que usted considera «una alucinación controlada». ¿Cree que su definición es muy distinta a la que tiene cualquier otro ciudadano?

Hay tantas definiciones de consciencia como personas en el mundo, y eso está bien porque cada uno es la autoridad de su propia experiencia. Aunque busques en todos los diccionarios y enciclopedias, es muy complicado encontrar una definición común. Dentro de ese paradigma de desacuerdo general, mi definición es una más.

¿Y qué significa?

Muchos malinterpretan esta definición y dicen: «Ah, si mi consciencia es una alucinación, entonces nada es real». ¡No es así para nada! La forma en que experimentamos la realidad, nuestra realidad, es la interpretación que nuestro cerebro hace de los estímulos del exterior. Nuestro alrededor es real. Las cosas son reales. Nuestra consciencia es real. Pero la consciencia no permite ver la realidad tal como es, sino tal como somos nosotros.

¿Para qué sirve la consciencia?

Si te das cuenta, lo que hace la consciencia es recopilar, organizar y combinar un montón de información de diferentes modalidades, por ejemplo, mediante los cinco sentidos. Los coge todos y los resume en un formato único que dan pie a comportamientos. La consciencia ofrece al ser humano una manera de interacción con el mundo y propuestas para que se comporte lo suficientemente bien como para seguir vivo en el futuro. La consciencia saca lo mejor de cada sentido, no solo de los cinco clásicos sino también de otros como la memoria. En resumen, la consciencia es un conector de percepción para que el organismo permanezca en buen estado.

¿Es la consciencia un mero cableado neuronal o hay algo dentro de nosotros que trasciende el mundo físico?

El dualismo forma parte de nuestra cultura, por lo menos desde Descartes. Parece que cuando la gente se autoanaliza percibe que hay cosas que no son materiales, como los pensamientos. Yo soy un poco agnóstico sobre eso porque es muy difícil de demostrar. De momento, esa pregunta es un misterio y lleva siéndolo muchos siglos. ¿Cómo se relacionan materia y pensamientos? Para abordar estas preguntas, la filosofía es muy útil, dado que plantea preguntas que pueden generar puntos de inflexión en el desarrollo humano. Sin embargo, la misma filosofía busca respuestas con tanto ímpetu que en ocasiones sesga sus propias conclusiones.

Por eso existe la ciencia…

Así es, por eso existe la ciencia.

¿Es usted una persona espiritual?

Hasta cierto punto. Igual que con la idea del «yo», el término «espiritual» también tiene millones de significados. Para mí, espiritualidad es el sentido de conexión con el resto de personas, con el mundo, con el universo… Mi espiritualidad es reconocer que hay elementos de nuestra existencia que van más allá de la satisfacción de necesidades básicas. El pensar cuán antiguo es el universo, quiénes son nuestros antepasados biológicos, qué y por qué está pasando en mi cabeza ahora mismo… Todo eso es parte de mi espiritualidad. También medito, y eso me permite tener una conexión conmigo mismo más especial, o por lo menos me ayuda a prestar atención a los mecanismos de mi propio organismo.

¿Es posible combinar ciencia y espiritualidad?

Creo que pueden ser complementarias. Por ejemplo, hay una organización con la que participé, que se llama Mind & Life Institute y tiene tres pilares: la neurociencia, la filosofía y el budismo (y los procesos comunes entre los tres). Tanto en ciencia como en espiritualidad, se ha hecho muchas veces hincapié en el rol ilusorio de la consciencia, y por eso se puede estudiar desde distintos ángulos. Evidentemente, también hay áreas de tensión entre disciplinas, pero está bien que existan porque cada una a su estilo intenta hacer predicciones de cómo funciona el mundo. En definitiva, se puede ser espiritual, científico, dualista, materialista o lo que sea sin ser radical, manteniendo el escepticismo y abierto a posibles descubrimientos. ¿Por qué? Porque no siempre se puede analizar el cerebro a nivel molecular, sino que se necesita adoptar una visión holística. Si no se puede analizar un poema revisando cada una de sus palabras por separado, no se puede entender el cerebro estudiando sus neuronas individualmente. Para esas cosas, el budismo puede ser útil, aunque tiene el riesgo de que las premisas de muchas corrientes espirituales se toman de forma literal. Es como la religión: es compatible con la ciencia según cómo de religioso quieras ser. ¿Crees que el mundo fue creado de repente hace unos cuantos miles de años? Si aceptas este tipo de afirmaciones dogmáticas, es complicado tener al mismo tiempo una visión científica del mundo. Pero bueno, el ser humano, yo incluido, es contradictorio por naturaleza.

Cuando llega cada mañana a la universidad o al laboratorio, ¿qué le hace pensar que el estudio de la consciencia humana es útil?

La curiosidad, esa es la primera razón. Pertenecemos a una especie de curiosos, pues tenemos la capacidad no solo de preguntarnos cosas, sino de buscar su solución. La consciencia es un misterio global, porque en todo el planeta existen las mismas incógnitas, y es individual porque cada persona lo vive en sus propias carnes. ¿Por qué yo soy yo? ¿Qué era antes de nacer? ¿Qué seré después de morir?

¿Tiene el estudio de la consciencia aplicaciones prácticas más allá de la mera satisfacción de curiosidad?

Indudablemente. A nivel médico es superrelevante porque permite mejores diagnósticos en trastornos degenerativos como el Parkinson, permite entender los trastornos que incluyen alucinaciones o pérdidas de consciencia, permite entender cómo funciona la anestesia…Tiene muchísimas aplicaciones en terreno clínico. Por otro lado, muchos científicos estudian la consciencia para entender cómo funcionan nuestros sentidos, para entender el bienestar animal y su percepción de dolor, para desarrollar los sistemas de inteligencia artificial, incluso para entender nuestros propios sesos cognitivos del día a día. También contribuye a entender mejor las relaciones interpersonales, la comunicación… O sea, que la curiosidad es solamente el motor para conseguir otras grandes cosas.

¿Cree que la cultura occidental, en la que usted ha trabajado principalmente, influye en la forma que tenemos de percibir el mundo físico y el de las ideas?

Cada cultura tiene su mirada, sí, pero creo que en las últimas décadas se ha trabajado para tener una buena interacción entre las dos grandes culturas del mundo, la oriental y occidental, o sea, la individualista y la colectivista. Lo mejor de todo es que sabemos que estas diferencias existen, antes no. Antes, lo correcto era lo de casa y lo ajeno no había ni que tenerlo en cuenta. Ahora, afortunadamente, aceptamos que podemos estar equivocados o que un mismo caso puede observarse desde múltiples ángulos. En Occidente, por ejemplo, ponemos siempre al humano por encima de todo, y eso no ocurre en todos lados. Hay países que valoran mucho más a los animales y a su forma de consciencia. En el hinduismo, por ejemplo, la idea del alma es distinta a la del cristianismo. Lo mismo sucede con la idea de la muerte. Por todo esto es importante realizar estudios en todas las condiciones, aceptando todas las miradas. A nivel personal, actualmente estoy involucrado en un proyecto que se llama The Perception Census, que es un estudio a gran escala para entender cómo cada individuo entiende el concepto de consciencia. ¡A ver qué descubrimos!

¿Dedicarse a la exploración científica y filosófica de la mente humana puede conducir a la frustración profesional (o existencial)?

[Suspira, se entrelaza las manos por detrás de la cabeza, se escurre ligeramente de la silla y se ríe].

No hace falta más [le devuelvo la risa]. ¿Cómo consigue sobrellevarla?

Realmente es difícil. A veces siento envidia de algunos científicos. Sacan el telescopio y ven cosas que no han visto antes. Descubren cómo funciona determinado virus. Son hallazgos directos y sin controversia. En el estudio de la mente todo es más metafórico, más abstracto, y a menudo da la sensación de que no hay ningún tipo de progreso.

¿Y es verdad que no se ha avanzado nada?

No, no es verdad. Cuando echo la vista atrás me doy cuenta de la increíble evolución durante las últimas décadas. Se han propuesto miles de ideas nuevas, nuevos modelos de lenguaje… ¡La inteligencia artificial! Buena parte de los avances que han acabado en ChatGPTs, por decir uno obvio, se han logrado gracias a la comprensión del cerebro humano. Además, aunque sí es verdad que pocas veces llegamos a conclusiones firmes en relación a la consciencia, por lo menos vamos descubriendo los porqués de nuestra mente, y eso, para mí, es más que suficiente.

«PÉRDIDAS Y COMPRENSIÓN. ¿CÓMO VIVIR LOS DUELOS?»

CONTEXTO

          Durante meses, con cuidado, esmero y un marcado interés pedagógico, mi querida Ana y yo nos dedicamos a preparar este libro, así como los encuentros en los que pensábamos ir desarrollando su contenido. Recuerdo la insistencia de Ana en que fuera un texto que ayudara a afrontar las pérdidas y que invitara a trabajar los duelos, para que las personas no quedaran “atascadas” en el dolor, sino que pudieran vivir tales situaciones como oportunidades de vida. Y me vuelve, una y otra vez, su pregunta ante cada situación difícil: “¿Qué tendré que aprender de esto?”.

          En todos aquellos meses estaba lejos de imaginar que la pérdida sería la de Ana y que el duelo habría de vivirlo yo. Una pérdida tan inesperada y repentina como brutal y violenta. Un duelo desgarrador en el que te sientes a punto de romperte por dentro. Y, sin embargo, una vez más, Ana tenía razón: “¿Qué tendré que aprender de esto?”.

          Si tuviera que escribir hoy este libro, sin duda podría transmitir vivencias personales de las que antes carecía: he aprendido bien que no es lo mismo hablar sobre el duelo que sentirse atravesado por él. Sin embargo, sigo considerando su contenido completamente válido y deseo que pueda ayudar a acoger las inevitables pérdidas y a vivir los duelos de manera constructiva, de cara a crecer en comprensión de lo que somos. Porque, en último término, eso es lo que se halla en juego: comprender que somos justamente aquello que nunca se puede perder. 

A Ana.

No es el cambio lo que produce sufrimiento, sino tu resistencia a él.
Buddha.

Me habría ido al fondo, si no hubiera ido al Fondo.
Søren Kierkegaard.

CONTRAPORTADA

Todo se ventila en la comprensión de lo que somos. Sin ella, naufragamos en la ignorancia, nos perdemos en la confusión y nos hundimos en el sufrimiento. ¿Qué tener en cuenta para que las pérdidas, no solo no nos hundan en el sufrimiento, sino que puedan abrirnos las puertas a la comprensión?

Si no queremos que envenenen nuestra existencia, con su carga de frustración, dolor y rabia, las pérdidas de todo tipo -de salud, de afectos, de dinero, de creencias o ideas muy arraigadas- requieren vivir un duelo consciente y lúcido. Solo así, sin negar el dolor que conllevan, pueden resolverse adecuadamente.

El autor analiza la inevitabilidad de las pérdidas, a la vez que muestra cómo vivir el duelo de las mismas, sorteando las trampas más frecuentes y proponiendo las actitudes más constructivas. Así vividas, las pérdidas se convierten en oportunidades de comprensión y de crecimiento, incluso en ganancia, regalándonos claves fundamentales para nuestro vivir cotidiano.

Editorial Desclée De Brouwer.

ÍNDICE

Introducción

1. Cuando llega la pérdida

Salud y muerte
Afectos y soledad
Dinero e inseguridad
Creencias y vacío de sentido

2. El proceso del duelo

No-evitación y no-identificación: la sabiduría de la aceptación
Las etapas del proceso
Trampas más frecuentes
Actitudes constructivas

3. Pérdidas, duelo y comprensión

Pérdidas y crisis: aprender a soltar
El duelo más allá de la razón
Vivir en la luz de la comprensión: dos claves o actitudes básicas
Primera clave: La Vida (la consciencia) es el único sujeto
Segunda clave: Decir sí a lo que viene

Epílogo: La sabiduría y el poder de la gratitud

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INTRODUCCIÓN

Dad palabras al dolor. La desgracia que no habla murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que le quiebra.
William Shakespeare.

De entrada, el término “duelo” aparece revestido de colores oscuros -hasta no hace mucho tiempo, el luto exigía un negro riguroso- y cargado de connotaciones negativas. Evoca pérdida y dolor. Y ambas realidades hacen aflorar nuestra vulnerabilidad, despiertan nuestros miedos y activan nuestras defensas. Y, sin embargo, una experiencia de duelo, elaborada de manera constructiva, puede convertirse en un momento decisivo de nuestra historia personal, en una oportunidad de comprensión y, por tanto, de liberación. Comprensión de lo que somos -más allá del dolor y de la pérdida- y liberación, tanto de la confusión o ignorancia que nublaba nuestra visión, como del sufrimiento inútil que envenenaba nuestra existencia.

Por extraño que pueda parecer, el ser humano tolera mal la pérdida. A pesar de que la evidencia cotidiana nos muestra de manera constante que todo el mundo de las formas es impermanente, solemos vivir absolutizando aquellas realidades a las que nos habíamos adherido, como si nunca las fuéramos a perder.

En lugar de reconocer la inexorabilidad de todo tipo de pérdidas y asumir de manera consciente el duelo que suponen, tendemos a rechazar lo evidente desde una actitud de resistencia, que no hace sino convertir el dolor inevitable en sufrimiento atormentado, tan inútil como estéril[1]. Y seguimos instalados en el rechazo de todo aquello que contraría nuestras expectativas, en guerra con la realidad, como si nuestro cerebro no admitiera la más mínima frustración. En cualquier caso, y sea lo que fuere de la programación cerebral, lo que parece innegable es el guion que rige el funcionamiento del ego y que puede formularse de este modo: “La vida tiene que responder a mis expectativas”.

Se trata, obviamente, de un guion marcadamente egocéntrico y narcisista que genera y alimenta una baja -o nula- tolerancia a la frustración. Pero en tanto no se desenmascare su engaño, no habrá salida posible, ya que, detrás del mismo, se da otro fenómeno que va a condicionar todo el proceso: nuestra identificación con el mundo de las formas.

Llamo “formas” a todo tipo de objetos -externos o internos, materiales o mentales/emocionales- que podemos observar. Pues bien, desde el inicio mismo de nuestra existencia se va produciendo una identificación con ellas: con el propio cuerpo, con los objetos que apreciamos, las relaciones, las emociones, los pensamientos… Una vez establecida esa identificación, es inevitable que la pérdida de cualquiera de esos objetos se vea como amenaza a la propia seguridad y, en último término, como muerte del yo. Al ver desaparecer aquello donde había puesto mi identidad, creeré que es mi propia identidad la que se va a diluir. No es extraño que, tras esa lectura, aparezca con fuerza la rebeldía violenta, la frustración amarga y el terror al vacío.

El hecho de que la impermanencia sea la ley que rige el mundo de las formas pone de manifiesto que el cambio y la pérdida, en todos los ámbitos, son consustanciales a ese mismo mundo. Antes o después, iremos perdiendo todo lo que hemos valorado.

Ante ese dato, quedamos inevitablemente inermes: tanto la impermanencia como la pérdida son inexorables. Y el dolor será, a lo largo de la existencia, nuestro inseparable compañero de camino. Carecemos de poder para impedirlo. Sin embargo, eso no significa que estemos condenados a la resignación estéril. Nuestro poder radica en el modo como vivir las pérdidas, es decir, en la manera como vivimos el duelo.

El duelo puede vivirse como una experiencia de desolación o una oportunidad de comprensión y de liberación. ¿Cómo acoger las pérdidas y vivir los duelos de una manera constructiva? Esta es la cuestión decisiva, ya que la misma circunstancia puede desembocar en hundimiento o en liberación. Y este es el objetivo del presente escrito: ayudar a vivir el inevitable duelo del modo más constructivo.

La vivencia adecuada del mismo comportará prestar atención a nuestro doble nivel: psicológico y espiritual. Lo cual se habrá de concretar en las claves y herramientas necesarias para vivir de manera constructiva todo el proceso generado por cualquier tipo de pérdida.

Será necesario atender nuestra dimensión psicológica teniendo en cuenta el propio proceso del duelo. Y será igualmente necesario e imprescindible iniciar un camino de indagación y de experimentación -ese es el camino espiritual- para liberarnos de la ignorancia que se halla presente siempre en todo sufrimiento.

Es la ignorancia la que nos lleva a atribuir a las formas -cuerpo, afectos, bienes, creencias…- una valoración desajustada. Y es también la ignorancia la que nos hace poner en ellas -de manera consciente o inconsciente- nuestra identidad. Pero, ¿no cambiaría algo decisivo si fuéramos capaces de ver las formas en su valor real y si reconociéramos que nuestra identidad no se ventila en ellas? ¿No viviríamos la pérdida y el duelo de otra manera?

He nombrado los elementos que, de un modo u otro, se conjugan en la experiencia del duelo: impermanencia, pérdida, apego, frustración, vulnerabilidad, necesidades, miedos, ignorancia, sufrimiento, comprensión, liberación… Todo ello habrá de ser afrontado en estas páginas.

El objetivo es aprender a acoger todo lo que nos ocurre como oportunidad para crecer en comprensión de lo que somos y vivirnos en coherencia con ello, desde una serena y gozosa libertad interior. ¿Cómo nos situamos ante el hecho de la impermanencia?, ¿cómo vivimos las pérdidas?, ¿cómo afrontamos la frustración?, ¿qué hacemos con los inevitables duelos?… Las respuestas a todas esas cuestiones habrán de pivotar -no podría ser de otro modo- en torno a la comprensión de lo que realmente somos.

Por lo que se refiere a la forma, opto en esta ocasión -como en otros libros anteriores- por el tipo diálogo. Tal formato me permite recoger de un modo casi literal las cuestiones que me plantean con más frecuencia, a la vez que favorece avanzar en la exposición de los temas, volviendo sobre aquellos puntos que pudieron quedar no suficientemente desarrollados. Confío en que dicho formato haga el texto más accesible y, en consecuencia, facilite su comprensión.

Finalmente, deseo expresar mi gratitud a José Joaquín López-Hermoso quien, al saber que estaba elaborando este tema, me hizo llegar su “Trabajo Fin de Máster”, que me aportó valiosas referencias[2]. Muchas gracias.

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[1] El psicólogo David RICHO, Las cinco cosas que no podemos cambiar. Y la felicidad que hallamos cuando lo aceptamos, Neo-Person, Madrid 2013, habla de “cinco cosas o hechos en nuestras vidas que no podemos cambiar y que luchar contra ellos, no aceptarlos, nos hace infelices”. Estos cinco inevitables determinismos o leyes inmutables de nuestro existir son: la primera, que todo cambia y acaba. La segunda, que las cosas no siempre suceden como las habíamos planeado. La tercera, que la vida o las cosas no siempre son justas. La cuarta, que el dolor forma parte de la vida. Y, la quinta, que la gente no siempre es amorosa y leal.

[2] J.J. LÓPEZ-HERMOSO, El duelo amoroso. La ruptura sentimental en la pareja. Herramientas para el counsellor. Trabajo final de “Máster en Intervención en duelo”, Madrid 2019 (inédito).

LA SABIDURÍA DESCONCIERTA

Domingo XXV del Tiempo Ordinario

24 septiembre 2023

Mt 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para la viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido». Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?». Le respondieron: «Nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña». Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros». Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno». Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injuria. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?». Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”.

LA SABIDURÍA DESCONCIERTA

Probablemente, todo aquello que no nos desconcierta no es sabio, sino adaptado a la medida del ego. Este exige, por ejemplo, que se pague a cada cual según las horas que ha trabajado. Por eso, cuando alguien afirma que todos reciben lo mismo, el ego se subleva y, si es religioso, tiene que hacer piruetas para asumir lo que dice el texto evangélico.

Lo que el texto dice, siendo radicalmente desconcertante e incluso desinstalador, es sumamente sencillo: el Fondo de lo real es Bondad (“¿vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”).

Es desintalador porque cuestiona el porqué de nuestras acciones. ¿Qué nos mueve?, ¿hacemos las cosas por el premio que esperamos conseguir?, ¿está nuestra vida basada en la idea del mérito y la recompensa?…

La parábola viene a decir que el premio no es el “denario”, sino el hecho mismo de estar vivos. Y que, si sabemos ver, todo está siendo ya regalo, aun en medio de desgarros que parecen partir el corazón.

El ego siempre hace las cosas en función de lo que espera conseguir. No es raro que se mueva por el protagonismo, la exigencia, la comparación y -cuando se ve frustrado- por el resentimiento. Ante la propuesta de la sabiduría, que le resulta nueva y sorprendente, suele experimentar incomodidad o malestar, cuando no abierto rechazo.

La sabiduría muestra otra forma de vivir, aquella en la que permitimos que la vida misma se exprese a través de nosotros. Hemos comprendido que no soy quien vive, sino que es la vida la que vive en mí y en todos nosotros. No estoy preguntándome todo el tiempo qué le pido a la vida -o exigiéndole lo que tendría que darme-, sino qué quiere vivir en mí.

Vivir es fluir con la vida. Esto, que la mente asocia con pasividad, es el mayor motor de la acción, a la vez que fuente de creatividad. Porque en la práctica es vivir desde la comprensión de lo que somos y, en consecuencia, desde la gratuidad y el agradecimiento que dice: “no busco el denario; doy gracias por estar vivo”.

PERDÓN Y GRATUIDAD

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

17 septiembre 2023

Mt 18, 21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Y les propuso esta parábola: “Se parece el Reino de los Cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo». El señor tuvo lástima con aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo lo estrangulaba diciendo: «Págame lo que me debes». El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: «Ten paciencia conmigo y te lo pagaré». Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado!, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste, ¿no debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?». Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

PERDÓN Y GRATUIDAD

Algo me dice que esta parábola o, al menos, su final no proviene de Jesús. Quien pide perdonar “hasta setenta veces siete” (Mt 18,22) o quien dice que “Dios es bueno con los ingratos y los malvados” (Lc 6,35) no puede presentar a Dios como alguien que “entrega a los verdugos” al que comete una mala acción.

El final de la parábola casa bien con lo que suele ser la forma de funcionar del ego y su adhesión a la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente” y “el que la hace, la paga”). Tal como termina la parábola, el ansia justiciera del ego se apacigua porque el empleado injusto ha recibido el castigo que merecía.

El ego, pues, ha retorcido la parábola hasta hacer que la conclusión de la misma entrara en contradicción con el objetivo anunciado en el comienzo.

Tal contradicción suele pasar desapercibida habitualmente, porque las personas religiosas recurren a aquel “principio” según el cual “Dios es bueno, pero también justo”. Sin embargo, la cuestión nuclear sigue en pie: ¿dónde queda la novedad del mensaje de Jesús?, ¿qué se ha hecho de la gratuidad que constituye uno de los núcleos básicos de todo su mensaje?

El señor de la parábola debería saber que todo el mal que hacemos -también el que más nos subleva- es fruto de la ignorancia, que consiste en no saber lo que somos. Y que, visto en profundidad, el perdón significa comprender que no hay nada que perdonar.

Por todo ello decía que ese final de la parábola no pudo ser pronunciado por alguien que, según las palabras que Lucas pone en su boca, tras ser torturado y crucificado, fue capaz de decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y en definitiva -podríamos añadir en la misma línea- porque no saben lo que son. Todo lo cual no justifica, evidentemente, cualquier acción. Sin embargo, nos permite comprender -no justificar- a quien la hace y rescata la novedad limpia del mensaje de Jesús, caracterizado por la gratuidad.

NORMAS COMUNITARIAS Y REALIDAD ABIERTA

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

10 septiembre 2023

Mt 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

NORMAS COMUNITARIAS Y REALIDAD ABIERTA

El capítulo 18 del evangelio de Mateo contiene una serie de normas que habían de regir la vida comunitaria de aquellos primeros grupos de discípulos de Jesús que se iban constituyendo.

No son, por tanto, palabras del propio Jesús, sino una creación posterior, exigida por la situación. La constitución de cualquier grupo humano requiere normas que regulen su funcionamiento.

El problema aparece cuando las normas se absolutizan, otorgándoles valor por encima de las personas. Suele ser una tendencia habitual en grupos sectarios y, más en general, en comunidades impregnadas de autoritarismo, y dan lugar a un modo de vida legalista y moralista. Riesgos que no están ausentes en el texto que comentamos, que insta a considerar como “pagano” o “publicano” a quien no se ajuste a las normas.

Sea como sea el modo en que los diferentes grupos tratan de solventar la cuestión de su propio funcionamiento, lo que parece obvio es que tanto el legalismo como el moralismo mostrarán pronto sus efectos negativos: no solo porque se coloca la norma o la ley por encima de la persona -en contra de lo que el propio Jesús había advertido: “No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”-, sino porque se ignora el carácter abierto de lo real.

Que la realidad sea abierta significa que, en contra de lo que suele ser la rigidez mental -que casa mejor con actitudes legalistas y moralistas-, permite diferentes niveles de consciencia, de los que brotarán, lógicamente, lecturas y comportamientos diversos.

Esto no significa caer en un relativismo vulgar para el que todo vale lo mismo y que justifica cualquier cosa, sino reconocer el modo abierto como se expresa lo real. No todo vale igual, pero cada persona tiene un camino propio que recorrer. Caminos bien diferentes que, sin embargo, tienen cabida y son acogidos dentro de la realidad, esencialmente abierta.

Sin embargo, el nivel mítico de consciencia -que, en mayor o menor medida, pervive en todos nosotros- impide verlo. Porque para ese nivel, solo existe una verdad -la propia- y un único modo correcto de ver y de hacer las cosas. Solo un nivel de consciencia pluralista y aperspectivista regala una mirada omnicomprensiva, respetuosa, tolerante y constructiva.