INVITADOS E INVITADAS A LA VIDA

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

15 octubre 2023

Mt 22, 1-14

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda». Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». Los criados salieron a los campos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?». El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos»”.  

INVITADOS E INVITADAS A LA VIDA

Es frecuente que muchos grupos, en sus inicios, adopten ciertos tics más o menos sectarios. Y eso ocurrió también con aquellas primeras comunidades que seguían a Jesús (y que son quienes escribieron ese final de la parábola): pretendían que, para participar en la fiesta de la vida, toda persona debía vestir el «traje» que ellos mismos vestían, so pena de graves castigos o condenas para quien se negara a ello.

Pero no. Para participar en la fiesta de la vida no se requiere ningún traje especial: todos y todas, sin excepción, estamos invitados. Cada cual con su propio traje y su propia situación. O como dice Jesús, “malos y buenos”.

La parábola original solo insiste en un punto: que nadie quede fuera. Y esa es la gran tragedia de nuestro mundo: que dejamos a muchas personas “en los cruces de los caminos”. Son muchos los hombres y mujeres que se ven excluidos por un sistema injusto y son también muchos quienes se autoexcluyen, encerrados en su ignorancia y girando en torno a su propio ego. En realidad, quien excluye a los otros de la fiesta de la vida también se ha autoexcluido a sí mismo. Se trata de un círculo vicioso que se retroalimenta constantemente.

Con lo cual, la parábola parece lanzar un doble cuestionamiento: ¿me siento personalmente invitado/a a la fiesta de la vida?; ¿soy consciente de que todo ser humano es invitado exactamente igual que yo?

Y las preguntas pueden seguir: si no me siento invitado, ¿a qué se debe?, ¿cómo veo la vida?, ¿qué actitudes me están ofuscando?; si no considero a cada persona en igualdad radical conmigo, ¿a qué se debe?, ¿qué relato ignorante me estoy contando?, ¿en qué burbuja narcisista sigo encerrado?

Queriendo ir más a la raíz, antes o después, nos toparemos con la pregunta en cuya respuesta se ventila todo: ¿cómo me veo a mí mismo?, ¿qué soy yo? Porque si me reduzco al yo y me veo separado de la vida, mucho me temo que, por más trabajo psicológico que haga, me resultará muy difícil, no solo sentirme invitado, sino sentir la vida como una fiesta. Solo cuando comprendo de manera experiencial que, en nuestra identidad última, somos vida, seremos capaces de verlo de otro modo. Solo cuando entregas «tu» vida a la Vida, comprendes.

TE NECESITAS // Magdalena Sánchez Blesa

No te das la importancia que mereces,
y vas dejando que la vida pase,
y para ti no hay tiempo casi nunca,
y nunca te regalas un detalle.

Y corres, por la prisa de los otros,
y llegas a tu vida siempre tarde,
y va pasando el tiempo, y va pasando,
y vas envejeciendo en el paisaje.

Y no se te pregunta por tu risa,
que se fue diluyendo con la tarde.
Y siempre los demás, y para cuándo
una cita contigo en cualquier parte.
 

Te necesitas más de lo que piensas
y nunca te detienes a escucharte,
y tienes tantas cosas que decirte,
pero no te pareces importante.
 

Y siempre tú después, y siempre luego,
y siempre, para ti, más adelante.
Y siempre tú detrás, y siempre nunca,
y el tiempo, que se va sin esperarte.
 

Queda contigo en un lugar hermoso,
lleva una flor para identificarte,
y cuéntate la historia de tu vida,
ya verás como vas a enamorarte.
 

Porque no hay como tú nadie en el mundo,
porque en el mundo, como tú, no hay nadie.
 

Y siempre los demás, y siempre luego,
y vas envejeciendo en el paisaje.
Y nunca tus asuntos lo primero,
y déjalo pasar que no hace falta,
y acaso el mes que viene, si se puede.
Y el tiempo, que te agacha la mirada.
 

Y tú, cuando los años lo permitan,
y tú, cuando esta crisis un día pase,
y tú cuando se pueda en otra vida,
y tú nunca jamás de los jamases.
Y el tic tac del reloj en tu muñeca,
y vas envejeciendo en el paisaje.

                                               Magdalena Sánchez Blesa.

FRENTE A LA DECEPCIÓN, CONSCIENCIA

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

8 octubre 2023

Mt 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: “Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores para recibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo». Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: «Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia». Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”. Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Jesús les dice: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

FRENTE A LA DECEPCIÓN, CONSCIENCIA

Parece claro que todo este texto es una construcción de aquellos primeros discípulos de Jesús, que necesitaban entender y dar razón de lo que había sucedido. En función de su propia creencia, hacen una relectura, más o menos sesgada, de la historia de su propio pueblo (judío); presentan a Jesús como el “hijo”, al que reconocen como la “piedra angular” del nuevo proyecto; y se consideran a sí mismos como el “nuevo pueblo” a quienes se entrega el proyecto del “Reino de Dios” con el compromiso de que fructifiquen.

Hasta aquí, la lectura que aquellas comunidades creyentes hicieron de la persona y la muerte de Jesús. Pero la descripción inicial que hace la parábola puede fácilmente extrapolarse a cualquier momento de la historia de nuestra humanidad. Porque no es difícil, al contemplar la situación de un mundo marcado por la desigualdad, la injusticia y el conflicto, sentir una enorme decepción. Los “labradores” -por utilizar el lenguaje de la parábola- siguen sin entregar frutos adecuados y se dedican a maltratarse entre sí.

¿Cómo vivir y qué hacer ante ese sentimiento de decepción? Más allá de lo que cada persona sienta que ha de aportar y de la forma de compromiso que haya de adoptar, me parece que la cuestión decisiva pasa por “crecer en consciencia” de lo que somos y vivir en coherencia con ello. Solo la comprensión profunda -no me refiero al mero entender mental- tendrá el poder transformador que haga posible otro modo de ver y otro modo de vivir.

Visto desde el plano profundo, el mundo de las formas se percibe como una gran representación o teatro: “el gran teatro del mundo”, del que hablara Calderón de la Barca. Pero, inmersos en él, podemos vivirlo desde la ignorancia que nos reduce a un papel en el mismo o desde la comprensión que nos muestra la profundidad plena más allá de las formas que se mueven. Esta es la comprensión que transforma.

DECIR O HACER: EL LEGALISMO Y LA BONDAD DE CORAZÓN

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

1 octubre 2023

Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». Él le contestó: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y dijo lo mismo. Él contestó: «Voy, señor». Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”. Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”.

DECIR O HACER: EL LEGALISMO Y LA BONDAD DE CORAZÓN

Jesús se dirige “a los sumos sacerdotes y a los ancianos”, es decir, a la jerarquía religiosa y política de su pueblo. Y se atreve a decirles -hacía falta libertad interior valentía y coraje- que “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Conocemos las consecuencias de tales denuncias: todo el poder terminará aliándose para acabar ejecutando en la cruz al Maestro de Galilea. Pero, ¿qué significa exactamente aquella expresión y cuál puede ser la causa que origina el comportamiento de aquellas personas religiosas, que es denunciado con tanta dureza por parte de Jesús?

El significado parece obvio: el “camino del Reino de Dios” pasa por la vivencia de los valores que apreciamos en el propio Jesús de Nazaret: amor, compasión, servicio, gratuidad, fraternidad… De él se dijo, sencillamente, que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hech 10,38). En síntesis: el “Reino de Dios” no es una cuestión de creencias y de normas, sino de bondad de corazón.

Lo que sucede es que, con frecuencia, la autoridad religiosa pone el acento en la llamada “ortodoxia”, en la adhesión a determinadas creencias y formas de comportamiento, dictadas por aquella misma autoridad. No es raro que los dirigentes religiosos se presenten como aquellos que “saben” -o creen saber- todo lo referido a lo que es necesario creer o cumplir. No solo eso; han solido alimentar la pretensión de imponer todo ello a la gente, tal como también denunciara el propio Jesús: “Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).

Tanto por la formación recibida como por el rol con el que han ido identificándose, no es extraño que la autoridad religiosa rija su vida por aquella llamada “ortodoxia” y, en definitiva, por un legalismo que fácilmente genera orgullo.

Ante ello, la postura de Jesús es clara: lo que cuenta no es el legalismo, sino la bondad de corazón. Se trata de algo tan decisivo para él, que insistirá en diferentes ocasiones de manera inequívoca: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21).

LA CREACIÓN DEL YO // Anil Seth

Entrevista de Jorge Ratia a Anil Seth, experto en neurociencia cognitiva y computacional, en Ethic, 30 de junio de 2023:
https://ethic.es/2023/06/entrevista-anil-seth/

«La consciencia no nos permite ver la realidad tal como es, sino tal como somos nosotros.
La forma en que experimentamos la realidad es la interpretación que nuestro cerebro hace de los estímulos del exterior.
La consciencia es un misterio global, porque en todo el planeta existen las mismas incógnitas, y es individual porque cada persona lo vive en sus propias carnes».

 

Nunca imaginó que acabaría dedicándose a estudiar los límites de la mente humana. Tampoco que uno de sus discursos superaría las 14 millones de visitas en internet. Y, probablemente, tampoco imaginó que algunos –especialmente estudiantes de psicología– lo reconocerían como «ese genio que medita y hace surf». Anil Seth es profesor de neurociencia cognitiva y computacional en la Universidad de Sussex, un cargo que, por si fuera poco, combina con otros proyectos como el Sussex Centre for Consciousness Science, donde investiga la base biológica de la conciencia, y con la escritura. En 2021, Seth publicó uno de los libros del año según los medios británicos. Ahora, en 2023, la editorial Sexto Piso lo ha publicado en español. Se titula ‘La creación del yo’ y, en él, el científico inglés pone patas arriba todo lo que creíamos saber sobre nuestra percepción.

¿Para qué tipo de lector escribió La creación del yo?

En parte fue para mí mismo. Fue una forma de organizar mis pensamientos, un ejercicio de desarrollo intelectual. Cuando lo escribí, ni siquiera estaba seguro de que alguien lo leería, pero sí sabía –o creía saber– que había un interés por los misterios de la consciencia. Yo ya había publicado artículos y dado conferencias antes, como la charla TED que se volvió muy popular en su momento. Supongo que fue entonces cuando noté que había gente dispuesta a aprender sobre el cerebro y la cognición, y que, por ello, yo podía escribir para un público real. Además, creía que podía decir cosas que no se habían dicho antes, o por lo menos desde otra perspectiva.

¿Encontró la forma de aportar esa «otra» perspectiva?

Creo que sí, especialmente si el lector busca una combinación de ciencia y filosofía. El libro empieza con ideas que son familiares para cualquiera, y poco a poco va introduciendo detalles, pero detalles que van en contra de la intuición, giros de guion que desafían las creencias del lector. Al final, la noción del «yo» es algo sobre lo que todos tenemos opinión. Es relativamente sencillo hablar desde el sentido común, ¿no? Todos experimentamos la propia existencia, y lo bonito es que la ciencia a veces pone en entredicho ese sentido común.

Si buscamos su nombre en internet, muchas entradas destacan su definición de consciencia, lo que usted considera «una alucinación controlada». ¿Cree que su definición es muy distinta a la que tiene cualquier otro ciudadano?

Hay tantas definiciones de consciencia como personas en el mundo, y eso está bien porque cada uno es la autoridad de su propia experiencia. Aunque busques en todos los diccionarios y enciclopedias, es muy complicado encontrar una definición común. Dentro de ese paradigma de desacuerdo general, mi definición es una más.

¿Y qué significa?

Muchos malinterpretan esta definición y dicen: «Ah, si mi consciencia es una alucinación, entonces nada es real». ¡No es así para nada! La forma en que experimentamos la realidad, nuestra realidad, es la interpretación que nuestro cerebro hace de los estímulos del exterior. Nuestro alrededor es real. Las cosas son reales. Nuestra consciencia es real. Pero la consciencia no permite ver la realidad tal como es, sino tal como somos nosotros.

¿Para qué sirve la consciencia?

Si te das cuenta, lo que hace la consciencia es recopilar, organizar y combinar un montón de información de diferentes modalidades, por ejemplo, mediante los cinco sentidos. Los coge todos y los resume en un formato único que dan pie a comportamientos. La consciencia ofrece al ser humano una manera de interacción con el mundo y propuestas para que se comporte lo suficientemente bien como para seguir vivo en el futuro. La consciencia saca lo mejor de cada sentido, no solo de los cinco clásicos sino también de otros como la memoria. En resumen, la consciencia es un conector de percepción para que el organismo permanezca en buen estado.

¿Es la consciencia un mero cableado neuronal o hay algo dentro de nosotros que trasciende el mundo físico?

El dualismo forma parte de nuestra cultura, por lo menos desde Descartes. Parece que cuando la gente se autoanaliza percibe que hay cosas que no son materiales, como los pensamientos. Yo soy un poco agnóstico sobre eso porque es muy difícil de demostrar. De momento, esa pregunta es un misterio y lleva siéndolo muchos siglos. ¿Cómo se relacionan materia y pensamientos? Para abordar estas preguntas, la filosofía es muy útil, dado que plantea preguntas que pueden generar puntos de inflexión en el desarrollo humano. Sin embargo, la misma filosofía busca respuestas con tanto ímpetu que en ocasiones sesga sus propias conclusiones.

Por eso existe la ciencia…

Así es, por eso existe la ciencia.

¿Es usted una persona espiritual?

Hasta cierto punto. Igual que con la idea del «yo», el término «espiritual» también tiene millones de significados. Para mí, espiritualidad es el sentido de conexión con el resto de personas, con el mundo, con el universo… Mi espiritualidad es reconocer que hay elementos de nuestra existencia que van más allá de la satisfacción de necesidades básicas. El pensar cuán antiguo es el universo, quiénes son nuestros antepasados biológicos, qué y por qué está pasando en mi cabeza ahora mismo… Todo eso es parte de mi espiritualidad. También medito, y eso me permite tener una conexión conmigo mismo más especial, o por lo menos me ayuda a prestar atención a los mecanismos de mi propio organismo.

¿Es posible combinar ciencia y espiritualidad?

Creo que pueden ser complementarias. Por ejemplo, hay una organización con la que participé, que se llama Mind & Life Institute y tiene tres pilares: la neurociencia, la filosofía y el budismo (y los procesos comunes entre los tres). Tanto en ciencia como en espiritualidad, se ha hecho muchas veces hincapié en el rol ilusorio de la consciencia, y por eso se puede estudiar desde distintos ángulos. Evidentemente, también hay áreas de tensión entre disciplinas, pero está bien que existan porque cada una a su estilo intenta hacer predicciones de cómo funciona el mundo. En definitiva, se puede ser espiritual, científico, dualista, materialista o lo que sea sin ser radical, manteniendo el escepticismo y abierto a posibles descubrimientos. ¿Por qué? Porque no siempre se puede analizar el cerebro a nivel molecular, sino que se necesita adoptar una visión holística. Si no se puede analizar un poema revisando cada una de sus palabras por separado, no se puede entender el cerebro estudiando sus neuronas individualmente. Para esas cosas, el budismo puede ser útil, aunque tiene el riesgo de que las premisas de muchas corrientes espirituales se toman de forma literal. Es como la religión: es compatible con la ciencia según cómo de religioso quieras ser. ¿Crees que el mundo fue creado de repente hace unos cuantos miles de años? Si aceptas este tipo de afirmaciones dogmáticas, es complicado tener al mismo tiempo una visión científica del mundo. Pero bueno, el ser humano, yo incluido, es contradictorio por naturaleza.

Cuando llega cada mañana a la universidad o al laboratorio, ¿qué le hace pensar que el estudio de la consciencia humana es útil?

La curiosidad, esa es la primera razón. Pertenecemos a una especie de curiosos, pues tenemos la capacidad no solo de preguntarnos cosas, sino de buscar su solución. La consciencia es un misterio global, porque en todo el planeta existen las mismas incógnitas, y es individual porque cada persona lo vive en sus propias carnes. ¿Por qué yo soy yo? ¿Qué era antes de nacer? ¿Qué seré después de morir?

¿Tiene el estudio de la consciencia aplicaciones prácticas más allá de la mera satisfacción de curiosidad?

Indudablemente. A nivel médico es superrelevante porque permite mejores diagnósticos en trastornos degenerativos como el Parkinson, permite entender los trastornos que incluyen alucinaciones o pérdidas de consciencia, permite entender cómo funciona la anestesia…Tiene muchísimas aplicaciones en terreno clínico. Por otro lado, muchos científicos estudian la consciencia para entender cómo funcionan nuestros sentidos, para entender el bienestar animal y su percepción de dolor, para desarrollar los sistemas de inteligencia artificial, incluso para entender nuestros propios sesos cognitivos del día a día. También contribuye a entender mejor las relaciones interpersonales, la comunicación… O sea, que la curiosidad es solamente el motor para conseguir otras grandes cosas.

¿Cree que la cultura occidental, en la que usted ha trabajado principalmente, influye en la forma que tenemos de percibir el mundo físico y el de las ideas?

Cada cultura tiene su mirada, sí, pero creo que en las últimas décadas se ha trabajado para tener una buena interacción entre las dos grandes culturas del mundo, la oriental y occidental, o sea, la individualista y la colectivista. Lo mejor de todo es que sabemos que estas diferencias existen, antes no. Antes, lo correcto era lo de casa y lo ajeno no había ni que tenerlo en cuenta. Ahora, afortunadamente, aceptamos que podemos estar equivocados o que un mismo caso puede observarse desde múltiples ángulos. En Occidente, por ejemplo, ponemos siempre al humano por encima de todo, y eso no ocurre en todos lados. Hay países que valoran mucho más a los animales y a su forma de consciencia. En el hinduismo, por ejemplo, la idea del alma es distinta a la del cristianismo. Lo mismo sucede con la idea de la muerte. Por todo esto es importante realizar estudios en todas las condiciones, aceptando todas las miradas. A nivel personal, actualmente estoy involucrado en un proyecto que se llama The Perception Census, que es un estudio a gran escala para entender cómo cada individuo entiende el concepto de consciencia. ¡A ver qué descubrimos!

¿Dedicarse a la exploración científica y filosófica de la mente humana puede conducir a la frustración profesional (o existencial)?

[Suspira, se entrelaza las manos por detrás de la cabeza, se escurre ligeramente de la silla y se ríe].

No hace falta más [le devuelvo la risa]. ¿Cómo consigue sobrellevarla?

Realmente es difícil. A veces siento envidia de algunos científicos. Sacan el telescopio y ven cosas que no han visto antes. Descubren cómo funciona determinado virus. Son hallazgos directos y sin controversia. En el estudio de la mente todo es más metafórico, más abstracto, y a menudo da la sensación de que no hay ningún tipo de progreso.

¿Y es verdad que no se ha avanzado nada?

No, no es verdad. Cuando echo la vista atrás me doy cuenta de la increíble evolución durante las últimas décadas. Se han propuesto miles de ideas nuevas, nuevos modelos de lenguaje… ¡La inteligencia artificial! Buena parte de los avances que han acabado en ChatGPTs, por decir uno obvio, se han logrado gracias a la comprensión del cerebro humano. Además, aunque sí es verdad que pocas veces llegamos a conclusiones firmes en relación a la consciencia, por lo menos vamos descubriendo los porqués de nuestra mente, y eso, para mí, es más que suficiente.

«PÉRDIDAS Y COMPRENSIÓN. ¿CÓMO VIVIR LOS DUELOS?»

CONTEXTO

          Durante meses, con cuidado, esmero y un marcado interés pedagógico, mi querida Ana y yo nos dedicamos a preparar este libro, así como los encuentros en los que pensábamos ir desarrollando su contenido. Recuerdo la insistencia de Ana en que fuera un texto que ayudara a afrontar las pérdidas y que invitara a trabajar los duelos, para que las personas no quedaran “atascadas” en el dolor, sino que pudieran vivir tales situaciones como oportunidades de vida. Y me vuelve, una y otra vez, su pregunta ante cada situación difícil: “¿Qué tendré que aprender de esto?”.

          En todos aquellos meses estaba lejos de imaginar que la pérdida sería la de Ana y que el duelo habría de vivirlo yo. Una pérdida tan inesperada y repentina como brutal y violenta. Un duelo desgarrador en el que te sientes a punto de romperte por dentro. Y, sin embargo, una vez más, Ana tenía razón: “¿Qué tendré que aprender de esto?”.

          Si tuviera que escribir hoy este libro, sin duda podría transmitir vivencias personales de las que antes carecía: he aprendido bien que no es lo mismo hablar sobre el duelo que sentirse atravesado por él. Sin embargo, sigo considerando su contenido completamente válido y deseo que pueda ayudar a acoger las inevitables pérdidas y a vivir los duelos de manera constructiva, de cara a crecer en comprensión de lo que somos. Porque, en último término, eso es lo que se halla en juego: comprender que somos justamente aquello que nunca se puede perder. 

A Ana.

No es el cambio lo que produce sufrimiento, sino tu resistencia a él.
Buddha.

Me habría ido al fondo, si no hubiera ido al Fondo.
Søren Kierkegaard.

CONTRAPORTADA

Todo se ventila en la comprensión de lo que somos. Sin ella, naufragamos en la ignorancia, nos perdemos en la confusión y nos hundimos en el sufrimiento. ¿Qué tener en cuenta para que las pérdidas, no solo no nos hundan en el sufrimiento, sino que puedan abrirnos las puertas a la comprensión?

Si no queremos que envenenen nuestra existencia, con su carga de frustración, dolor y rabia, las pérdidas de todo tipo -de salud, de afectos, de dinero, de creencias o ideas muy arraigadas- requieren vivir un duelo consciente y lúcido. Solo así, sin negar el dolor que conllevan, pueden resolverse adecuadamente.

El autor analiza la inevitabilidad de las pérdidas, a la vez que muestra cómo vivir el duelo de las mismas, sorteando las trampas más frecuentes y proponiendo las actitudes más constructivas. Así vividas, las pérdidas se convierten en oportunidades de comprensión y de crecimiento, incluso en ganancia, regalándonos claves fundamentales para nuestro vivir cotidiano.

Editorial Desclée De Brouwer.

ÍNDICE

Introducción

1. Cuando llega la pérdida

Salud y muerte
Afectos y soledad
Dinero e inseguridad
Creencias y vacío de sentido

2. El proceso del duelo

No-evitación y no-identificación: la sabiduría de la aceptación
Las etapas del proceso
Trampas más frecuentes
Actitudes constructivas

3. Pérdidas, duelo y comprensión

Pérdidas y crisis: aprender a soltar
El duelo más allá de la razón
Vivir en la luz de la comprensión: dos claves o actitudes básicas
Primera clave: La Vida (la consciencia) es el único sujeto
Segunda clave: Decir sí a lo que viene

Epílogo: La sabiduría y el poder de la gratitud

******************************************

INTRODUCCIÓN

Dad palabras al dolor. La desgracia que no habla murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que le quiebra.
William Shakespeare.

De entrada, el término “duelo” aparece revestido de colores oscuros -hasta no hace mucho tiempo, el luto exigía un negro riguroso- y cargado de connotaciones negativas. Evoca pérdida y dolor. Y ambas realidades hacen aflorar nuestra vulnerabilidad, despiertan nuestros miedos y activan nuestras defensas. Y, sin embargo, una experiencia de duelo, elaborada de manera constructiva, puede convertirse en un momento decisivo de nuestra historia personal, en una oportunidad de comprensión y, por tanto, de liberación. Comprensión de lo que somos -más allá del dolor y de la pérdida- y liberación, tanto de la confusión o ignorancia que nublaba nuestra visión, como del sufrimiento inútil que envenenaba nuestra existencia.

Por extraño que pueda parecer, el ser humano tolera mal la pérdida. A pesar de que la evidencia cotidiana nos muestra de manera constante que todo el mundo de las formas es impermanente, solemos vivir absolutizando aquellas realidades a las que nos habíamos adherido, como si nunca las fuéramos a perder.

En lugar de reconocer la inexorabilidad de todo tipo de pérdidas y asumir de manera consciente el duelo que suponen, tendemos a rechazar lo evidente desde una actitud de resistencia, que no hace sino convertir el dolor inevitable en sufrimiento atormentado, tan inútil como estéril[1]. Y seguimos instalados en el rechazo de todo aquello que contraría nuestras expectativas, en guerra con la realidad, como si nuestro cerebro no admitiera la más mínima frustración. En cualquier caso, y sea lo que fuere de la programación cerebral, lo que parece innegable es el guion que rige el funcionamiento del ego y que puede formularse de este modo: “La vida tiene que responder a mis expectativas”.

Se trata, obviamente, de un guion marcadamente egocéntrico y narcisista que genera y alimenta una baja -o nula- tolerancia a la frustración. Pero en tanto no se desenmascare su engaño, no habrá salida posible, ya que, detrás del mismo, se da otro fenómeno que va a condicionar todo el proceso: nuestra identificación con el mundo de las formas.

Llamo “formas” a todo tipo de objetos -externos o internos, materiales o mentales/emocionales- que podemos observar. Pues bien, desde el inicio mismo de nuestra existencia se va produciendo una identificación con ellas: con el propio cuerpo, con los objetos que apreciamos, las relaciones, las emociones, los pensamientos… Una vez establecida esa identificación, es inevitable que la pérdida de cualquiera de esos objetos se vea como amenaza a la propia seguridad y, en último término, como muerte del yo. Al ver desaparecer aquello donde había puesto mi identidad, creeré que es mi propia identidad la que se va a diluir. No es extraño que, tras esa lectura, aparezca con fuerza la rebeldía violenta, la frustración amarga y el terror al vacío.

El hecho de que la impermanencia sea la ley que rige el mundo de las formas pone de manifiesto que el cambio y la pérdida, en todos los ámbitos, son consustanciales a ese mismo mundo. Antes o después, iremos perdiendo todo lo que hemos valorado.

Ante ese dato, quedamos inevitablemente inermes: tanto la impermanencia como la pérdida son inexorables. Y el dolor será, a lo largo de la existencia, nuestro inseparable compañero de camino. Carecemos de poder para impedirlo. Sin embargo, eso no significa que estemos condenados a la resignación estéril. Nuestro poder radica en el modo como vivir las pérdidas, es decir, en la manera como vivimos el duelo.

El duelo puede vivirse como una experiencia de desolación o una oportunidad de comprensión y de liberación. ¿Cómo acoger las pérdidas y vivir los duelos de una manera constructiva? Esta es la cuestión decisiva, ya que la misma circunstancia puede desembocar en hundimiento o en liberación. Y este es el objetivo del presente escrito: ayudar a vivir el inevitable duelo del modo más constructivo.

La vivencia adecuada del mismo comportará prestar atención a nuestro doble nivel: psicológico y espiritual. Lo cual se habrá de concretar en las claves y herramientas necesarias para vivir de manera constructiva todo el proceso generado por cualquier tipo de pérdida.

Será necesario atender nuestra dimensión psicológica teniendo en cuenta el propio proceso del duelo. Y será igualmente necesario e imprescindible iniciar un camino de indagación y de experimentación -ese es el camino espiritual- para liberarnos de la ignorancia que se halla presente siempre en todo sufrimiento.

Es la ignorancia la que nos lleva a atribuir a las formas -cuerpo, afectos, bienes, creencias…- una valoración desajustada. Y es también la ignorancia la que nos hace poner en ellas -de manera consciente o inconsciente- nuestra identidad. Pero, ¿no cambiaría algo decisivo si fuéramos capaces de ver las formas en su valor real y si reconociéramos que nuestra identidad no se ventila en ellas? ¿No viviríamos la pérdida y el duelo de otra manera?

He nombrado los elementos que, de un modo u otro, se conjugan en la experiencia del duelo: impermanencia, pérdida, apego, frustración, vulnerabilidad, necesidades, miedos, ignorancia, sufrimiento, comprensión, liberación… Todo ello habrá de ser afrontado en estas páginas.

El objetivo es aprender a acoger todo lo que nos ocurre como oportunidad para crecer en comprensión de lo que somos y vivirnos en coherencia con ello, desde una serena y gozosa libertad interior. ¿Cómo nos situamos ante el hecho de la impermanencia?, ¿cómo vivimos las pérdidas?, ¿cómo afrontamos la frustración?, ¿qué hacemos con los inevitables duelos?… Las respuestas a todas esas cuestiones habrán de pivotar -no podría ser de otro modo- en torno a la comprensión de lo que realmente somos.

Por lo que se refiere a la forma, opto en esta ocasión -como en otros libros anteriores- por el tipo diálogo. Tal formato me permite recoger de un modo casi literal las cuestiones que me plantean con más frecuencia, a la vez que favorece avanzar en la exposición de los temas, volviendo sobre aquellos puntos que pudieron quedar no suficientemente desarrollados. Confío en que dicho formato haga el texto más accesible y, en consecuencia, facilite su comprensión.

Finalmente, deseo expresar mi gratitud a José Joaquín López-Hermoso quien, al saber que estaba elaborando este tema, me hizo llegar su “Trabajo Fin de Máster”, que me aportó valiosas referencias[2]. Muchas gracias.

————————————————————————–

[1] El psicólogo David RICHO, Las cinco cosas que no podemos cambiar. Y la felicidad que hallamos cuando lo aceptamos, Neo-Person, Madrid 2013, habla de “cinco cosas o hechos en nuestras vidas que no podemos cambiar y que luchar contra ellos, no aceptarlos, nos hace infelices”. Estos cinco inevitables determinismos o leyes inmutables de nuestro existir son: la primera, que todo cambia y acaba. La segunda, que las cosas no siempre suceden como las habíamos planeado. La tercera, que la vida o las cosas no siempre son justas. La cuarta, que el dolor forma parte de la vida. Y, la quinta, que la gente no siempre es amorosa y leal.

[2] J.J. LÓPEZ-HERMOSO, El duelo amoroso. La ruptura sentimental en la pareja. Herramientas para el counsellor. Trabajo final de “Máster en Intervención en duelo”, Madrid 2019 (inédito).