PAZ

Domingo de Pentecostés

19 mayo 2024

Jn 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

PAZ

Nuestra propia constitución paradójica hace que todas las realidades valiosas sean, a la vez, don y tarea. Son realidades transpersonales y las percibimos de forma personal. Son presencia y las vivenciamos como secuenciales. Lo cual es un reflejo de nosotros mismos, en los dos planos que nos constituyen: consciencia y yo, plenitud de presencia (vida) y forma frágil, identidad estable y personalidad impermanente.

Frente a nuestra realidad paradójica, el riesgo mayor consiste en el olvido de cualquiera de las dos dimensiones: por un lado, el olvido de la dimensión transpersonal que, en la práctica, va de la mano con la absolutización del yo, conduce al error de pensar que lo real es secuencial y que todo es tarea por hacer; por otro, el olvido de la dimensión personal, aun afirmando teóricamente que “todo es pleno”, desemboca, antes o después, en una pseudo-espiritualidad o espiritualismo desimplicado.

Ambos olvidos, cualquiera que sea la forma que adopten, son ignorancia: ignoran nuestra realidad «completa». Y la ignorancia es siempre dañina. Porque, al basarse en el error acerca de lo que somos, de manera inevitable, generará sufrimiento.

Por el contrario, la sabiduría o comprensión experiencial da cuenta de toda nuestra verdad, nos reconoce en lo que somos y, desde ahí, nos capacita para vivir nuestra realidad completa, con las claves que ella misma aporta.

Ya somos paz. ¿Qué nos impide verlo y vivirlo? La algarabía mental -las lecturas que la mente hace de lo real- y la ignorancia que nos hace tomarnos por lo que no somos. Acallados esos ruidos mentales y egoicos, emerge y resplandece lo que hay, la paz, es decir, lo que somos.

CONTRA EL PROSELITISMO

Domingo de la Ascensión

12 mayo 2024

Mc 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

CONTRA EL PROSELITISMO

Casi todas las religiones -en realidad, casi todas las ideologías- han nacido con afán proselitista. Creyéndose portadoras de la verdad absoluta, consideraban que debían hacer llegar su verdad al mayor número posible de personas. En el caso del cristianismo, es proverbial la insistencia en el carácter universal de su misión.

No es extraño. Una lectura literal de los evangelios lleva a creer que esa misión habría sido encomendada por el propio Jesús -es decir, por Dios mismo- y habría de alcanzar nada menos que “a toda la creación”.

Sin embargo, una mayor comprensión del texto desmonta aquella lectura y la pretensión que conlleva. Por una parte, en cuanto a la forma, parece seguro que esas palabras no fueron pronunciadas por Jesús, sino que nacieron en el seno de aquellas primeras comunidades donde se fraguaron los relatos evangélicos. Por otra, yendo más al fondo, su contenido tiene un carácter mítico que a la conciencia moderna le resulta literalmente inaceptable.

Una vez que hemos superado la consciencia mítica, en la que esos textos están escritos, entendemos que aquella “creencia proselitista”, justamente característica del nivel mítico de consciencia, resulta insostenible en una consciencia racional y pluralista. No solo es un rasgo típicamente sectario -como la creencia de ser el “pueblo elegido”-, sino que todo intento de convencer, constituye, al decir de José Saramago, “una falta de respeto y un intento de colonización del otro”.

El error de base de aquella creencia mítica radica en confundir la verdad con una creencia o un dogma, en definitiva, con un concepto mental y su correspondiente formulación. Pero ningún concepto, ninguna creencia puede ser la verdad. Por definición, como hace siglos enseñaba el taoísmo, la verdad que puede ser nombrada no es la verdad. Porque esta trasciende todo objeto mental. Y lo que podemos nombrar son únicamente objetos que nuestra mente ha delimitado.

Comprendo que este planteamiento sea percibido como amenaza para quien ha puesto su seguridad en una creencia. Pero parece indudable que no hay creencia que pueda aportar seguridad. Sin contar con que una creencia de ese tipo resulta en la práctica sumamente peligrosa. La seguridad es una con lo que somos, anterior a la mente, y nos sostiene cuando permanecemos en la certeza de ser.

AMOR Y ALEGRÍA

Domingo VI de Pascua

5 mayo 2024

Jn 15, 9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os ha elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros”.

AMOR Y ALEGRÍA

El cuarto evangelio muestra un reiterado interés en presentar unidas estas dos realidades: el amor y la alegría. Junto con la paz -otro tema recurrente en este mismo evangelio-, constituyen los tres signos característicos de la madurez psicológica y espiritual.

No es difícil de comprobar: cuando está realmente bien, la persona es amorosa, alegre y serena. Como se suele decir, la persona feliz es buena. Cuando lo que percibimos en alguien es odio, tristeza o agitación, la causa hay que buscarla en algún sufrimiento, presente o pasado, todavía no resuelto o en la ignorancia radical acerca de lo que realmente somos.

El amor y la alegría brotan de la vida y de la unidad que somos. La vida, siempre que no esté bloqueada por sufrimientos no resueltos o por mecanismos defensivos nacidos de aquellos, se expresa en alegría. Por eso, acertaba plenamente Henri Bergson al decir que “la alegría es la señal inequívoca de que la vida triunfa”. Y Michel de Montaigne cuando afirmaba que “la señal más manifiesta de sabiduría es una alegría continua”.

Por su parte, la consciencia de unidad es certeza de no-separación, y esa es justamente la más adecuada definición de lo que es amor. Antes que un sentimiento o una emoción, el amor que merece tal nombre es certeza que sabe ver que, aun siendo diferentes, somos lo mismo. Es lo que se percibe cuando vivimos en la consciencia de unidad.

Podría decirse que la alegría nace del amor y que este se hace más “cercano”, incluso más vivo, gracias a la alegría. Uno y otra fluyen en tanto en cuanto permanecemos anclados en la profundidad que somos, en ese “lugar” siempre disponible, al que en todo momento podemos volver.

DE PÉRDIDAS Y DUELOS

Presentación de los libros «Perdidas y comprensión. ¿Cómo vivir los duelos?» y «Cuando muere la persona amada», en Logroño, Librería Santos Ochoa, el pasado 25 de abril de 2024.

DAR FRUTO

Domingo V de Pascua

28 abril 2024

Jn 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca: luego los recogen y los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará”.

DAR FRUTO

El fruto no llega porque la planta se contraiga en un esfuerzo voluntarista, sino cuando se han dado las condiciones adecuadas. Al ofrecerlo, la planta tampoco se lo apropia; sencillamente, lo entrega.

Se encuentran ahí dos características que acompañan al fruto genuino, creativo y constructivo: no hay voluntarismo ni apropiación. Más bien al contrario, el fruto fluye de la vitalidad y lo hace de manera desapropiada.

Sin duda, para evitar engañarnos y no dejar de tocar tierra, puede ser adecuado preguntarse qué frutos brotan de uno mismo. Pero, quizás, tan importante como esa pregunta es esta otra: ¿qué rasgos presentan los frutos que brotan de mí?

En una planta sana y bien enraizada, el fruto está asegurado; viene solo. De la misma manera, cuando la persona vive en la comprensión, conectada conscientemente al fondo o verdad profunda, vendrá el fruto adecuado. 

En una lectura o creencia cristiana, ese fondo se nombra como Jesús. De ahí que se ponga en su boca esta afirmación: “Sin mí no podéis hacer nada”. En otras creencias, el mismo fondo recibirá un nombre diferente. No importa: el Fondo siempre es uno y el mismo; más allá de nombres -siempre limitados y proyectados por nuestra mente-, todos ellos aluden a la profundidad que somos. Profundidad, que no es una dimensión más entre otras, sino aquella que nos constituye y que sostiene a todas las demás.

Pues bien, solo de esa profundidad, única y compartida, podrán brotar, de manera fluida y desapropiada, los frutos adecuados en cada momento. Sin esa conexión, “no podemos hacer nada”. Hasta el punto de que todo lo que hagamos desconectados de ella, no hará sino incrementar la locura del mundo.