Cristianos más allá de la religión. Cristianismo y no-dualidad.

Cubierta

A Ana, en la vivencia de la no-dualidad,

Gratitud y Amor sin costuras.

«Las palabras «yo» y «mío» constituyen la ignorancia» (dicho atribuido a Platón).

Es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo» (Giorgio Nardone).

La insistencia en lo demostrable, ¿no cierra el camino hacia lo que es?” (Martin Heidegger).

Metáforas vivas y actuantes […], única forma en que ciertas realidades pueden hacerse visibles a los torpes ojos humanos” (María Zambrano).

Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga… Ni más ni menos.

–La cuestión –insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda… Eso es todo.

(Lewis Carroll).

Todo el mundo tiene derecho a dudar de todo tan a menudo como quiera. Es obligado dudar al menos una vez. Ninguna forma de ver las cosas es tan sagrada que no pueda reconsiderarse. Ninguna forma de hacer las cosas es tan óptima que no pueda mejorarse” (Edward de Bono).

Es casi equivocarse estar seguro” (Andrés Trapiello).

Me siento más cerca de aquello que el lenguaje es incapaz de expresar” (Rainer M. Rilke).

Bienaventurados los que saben que detrás de todos los lenguajes se halla lo Inexpresable

(Rainer M. Rilke).

Cuando a un niño le enseñas que un pájaro se llama «pájaro», el niño no volverá a ver el pájaro nunca más” (Jiddu Krishnamurti).

La razón instrumental, constituida en razón absoluta, esclavizaría como el más terrible tirano, enajenando, alienando al hombre en su ser esencial” (Pilar Moreno Rodríguez).

Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma” (Julio Cortázar).

Sobre esto no existen escritos míos, ni existirán nunca, pues este saber no puede ser expresado al modo de los demás, formulado en proposiciones, sino que es el resultado del establecimiento de un trato repetido con aquello que es la materia de este saber” (Platón).

 “Lo malo del falso dios es que nos impide ver al verdadero” (Simone Weil).

Cuando quien conoce diferencia lo conocido de quien conoce, ese conocimiento no es real” (Sesha).

Entre usted y Dios no hay espacio para un camino” (Nisargadatta).

La Realidad es No-Dual, es decir, carece de toda división” (Gilbert Schultz).

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        Podemos utilizar las palabras como puentes que unen o como gritos que distancian. Cautivados por su belleza y su poder, con frecuencia caemos en la tentación de absolutizarlas, llegando a imaginar que son capaces de nombrar ajustadamente lo Real. Cuando eso ocurre, las palabras confunden. Y eso vale también para las palabras más “sagradas”. Porque lo Real no puede ser pensado ni verbalizado adecuadamente. Será siempre inefable.

         El autor analiza diez palabras fundamentales del cristianismo, intentando separar la intuición básica que contienen, del lastre con que se han ido recargando con el paso del tiempo. Al mismo tiempo, propone su relectura desde un nuevo modelo de cognición, que no absolutiza la mente.

         El resultado es una relectura del cristianismo en clave no-dual y, por tanto, universal y genuinamente espiritual. Salimos del etnocentrismo tribal y de la celda de la mente, para reencontrarnos en la espaciosidad abierta del “Territorio” único que todos compartimos, el “Hogar” donde nos descubrimos no-separados de nada.

EDITORIAL PPC

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ÍNDICE

 

 

Introducción

 

  1. Jesús

Divinización, apropiación y domesticación

 Consecuencias

Desde la perspectiva no-dual: Jesús, “espejo” de lo que somos todos.

 

  1. Evangelio

      Entre la anécdota y el moralismo

¿Verdad revelada? ¿Revelación particular?

Mensaje de sabiduría universal para ser contrastado personalmente

 

  1. Dios

Un dios proyectado

Un dios ambiguo y peligroso

¿Dios, Allâh… o ninguno de los dos?: Islâm y No-dualidad

El Misterio último es Verdad, Bondad y Belleza

 

  1. Fe

Una fe mítica

Fe, una palabra polisémica    

De la fe a la visión

 

  1. Perdón

Pecado y culpabilidad

De la culpabilidad a la responsabilidad

Más allá del perdón

 

  1. Salvación

Una lectura sacrificial, expiatoria y dolorista de la cruz

Vuelta a la historia, más allá del mito

La salvación es Ahora. Plenitud es lo que somos

 

  1. Cielo

La “otra vida” como proyección de esta

La esperanza como trampa

Somos Vida

 

  1. Libertad

El espejismo de la libertad

La miopía del determinismo

La verdad es la libertad

 

  1. Amor a sí mismo/a

Recelos y ambigüedades

La importancia decisiva del amor a sí mismo/a

El Amor es

 

  1. Comunidad y compromiso

El sentido ambiguo del término “Iglesia”

Las trampas del compromiso

Comunidad y compromiso nacen de la Comprensión

 

Conclusión. Situarse en el Testigo para vivir lo que somos en la vida cotidiana

 

Anexo I. Cuando la religión confunde. Cambio religioso, estereotipos, idiomas    y verdad

 

Anexo II. El emerger de una espiritualidad sin Dios

 

Anexo III. Religión, ateísmo y espiritualidad. Mapas y territorio

 

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INTRODUCCIÓN

 

No hacen lo que dicen” (Mt 23,3).

 

 

Un famoso cuento sufí del santo loco Mullâh Nasrudin narra que un rey, decepcionado por la falta de honestidad de sus súbditos, decidió obligarlos a decir la verdad. A tal efecto, hizo colocar una horca a la entrada de la ciudad, mientras un guardia anunciaba:

— Todo el que entre por la ciudad deberá responder a una pregunta que le hará el capitán de la guardia. Y quien no diga la verdad será ejecutado.

El primero en pasar fue Nasrudin. El capitán le dijo:

— ¿Dónde vas? Dime la verdad… o morirás ahorcado.

— Voy a que me cuelguen en esa horca-, dijo Nasrudin.

— ¡No te creo!-, respondió el capitán.

— Muy bien –respondió tranquilamente Nasrudin-. Entonces, ahórcame si he dicho una mentira.

— ¡Pero entonces se convertiría en verdad!-, dijo el guardia confundido.

— Exactamente -respondió tranquilamente Nasrudin-, tu verdad.

 

Las palabras son tan limitadas como nuestra mente. Y esta únicamente se mueve con soltura y eficacia en el mundo de los objetos (materiales, mentales o emocionales), ya que la tarea de pensar equivale a delimitar, es decir, a establecer fronteras y, en consecuencia, a separar y objetivar.

Cada vez somos más conscientes de que, debido a su propia naturaleza, la mente engaña desde el inicio, porque considera como “objetos separados” lo que no es sino una unidad inextricablemente interrelacionada. Toda separación es solo una ilusoria ficción mental.

Las palabras adolecen de ese mismo límite, con el añadido de que hacen creer que, por el hecho de nombrar algo, ya lo conocemos adecuadamente[1]. No es extraño que nuestros antepasados, fascinados por tal espejismo, consideraran que “poner nombre” a algo equivalía a “tener poder” sobre lo nombrado.

En esa acción de nombrar, ocurre, además, que el lenguaje tiende a sustantivar todo, con lo que, inadvertidamente, reduce la realidad a una suma de “cosas” aisladas, clausuradas y terminadas en sí mismas, ignorando que todo lo que existe forma parte de (y constituye) un flujo permanente en constante devenir. De hecho, el uso del infinitivo y, más aún, del gerundio, dentro de los inevitables límites verbales, darían razón más adecuada de lo real. Todo es un incesante hacerse o estar-siendo de la Totalidad desplegándose en infinidad de formas que, a su vez, dinámicamente, están-siendo y dejando-de-ser[2].

La física cuántica nos descubre que no existen partes separadas en ningún nivel de la escala evolutiva: como una placa holográfica, cada fragmento es una expresión concreta de la única y misma realidad. El mundo –sigue advirtiendo- no es una suma de cosas (sustantivadas), sino una telaraña de intrincadas relaciones en perpetuo juego. Lo que vemos, por tanto y por más que resulte extraño a nuestra mente y al llamado “sentido común”, no son nunca cosas, sino nuestra interacción con ellas. Porque, finalmente, no existen “objetos”, sino “probabilidades de existir” bajo determinadas condiciones. Las llamadas partículas elementales no son, en realidad, objetos, sino estados excitados del originario vacío cuántico.

Cuando vemos cualquier objeto, creemos estar viendo una realidad consistente, separada de todo lo demás y cerrada en sí misma. ¡Y a eso le llamamos “realismo objetivo”! Pero, en rigor, no hay tal[3]; si pudiéramos ver lo que ocurre en el nivel más elemental, lo que percibiríamos sería un incesante y vertiginoso baile de partículas que están naciendo y muriendo constantemente. Ser, solo es el Fondo (Vacío) originario de donde todo está brotando, la Consciencia una expresándose en todo; todo lo demás –los objetos que percibimos, a través de la interpretación que hace nuestra mente- no es, está aconteciendo. ¡Cómo apreciamos ahora la sabiduría de Plotino que, diecisiete siglos antes de que naciera la física cuántica, escribía: “Todo ser corporal es un acontecer, no una sustancia[4]!

La física cuántica sabe que “el mundo de las partículas elementales sin observación consciente carece de realidad y no es otra cosa que una abstracción matemática, una función de onda de probabilidades[5]. Con ello, la protagonista de todo no puede ser otra que la consciencia –sin consciencia, sin apercepción, no existe nada; todo lo demás se encuentra en estado virtual-, aunque los físicos se resistan a entrar en ese campo[6]. Pero queda claro que “no es lo mismo percibir el mundo como un espacio lleno de seres y cosas individuales que verlo todo como producto de una red de interrelaciones que nos unifican a otro nivel de realidad, y en el que nuestra percepción tiene mucho que ver con lo percibido[7].

Los límites del lenguaje se aprecian, con especial intensidad, cuando nos referimos a realidades no objetivables. Hasta el punto de que, como ha ocurrido en el caso de la modernidad occidental, se ha llegado a negar todo aquello que no podía ser nombrado adecuadamente.

Con certeza, del misterio de lo Real únicamente se puede decir que es “lo que es” o “lo que está siendo”. Porque tal misterio, por definición, trasciende lo que puede ser pensado y nombrado. Ahí nos faltan palabras, como nos faltan conceptos; solo se nos regala a través del Silencio: es el “conocimiento silencioso”.

En estos límites invencibles se halla precisamente el germen de la confusión, manipulación y adulteración que el uso del lenguaje produce con frecuencia. Tal perversión, con las nefastas consecuencias que conlleva, se ve reforzada además por dos factores, directamente relacionados con la consciencia egoica: por un lado, la necesidad de poseer la verdad y, por otro, la búsqueda de poder. Veamos más despacio cómo funcionan ambos intereses y qué mecanismos ponen en marcha.

 

El ego (o yo) siente necesidad de poseer la verdad. Y esto se hace particularmente intenso en el nivel mítico de consciencia. El sentimiento de pertenencia, característico de este estadio, desemboca en un acentuado etnocentrismo, que lleva a considerar al propio grupo por encima de los demás, así como portador de la verdad absoluta que, lógicamente –como no puede ser de otro modo-, confunde e identifica con sus particulares creencias.

Eso es exactamente lo que ocurre siempre que se esgrime la pretensión de poseer la verdad: que la Verdad inapresable para la mente se reduce a un objeto delimitado, es decir, a una fórmula o expresión mental y verbal.

El proceso es sencillo: desde la necesidad de poseer la verdad, una vez que ha emergido la mente, el ser humano se ve tentado a pensar que lo que él ve tiene que ser necesariamente la verdad misma. Una vez más, como suele hacer con todas las polaridades, el pensamiento fracciona la realidad, dividiéndola en dos mitades: quienes están en la verdad y quienes se hallan en la mentira. El ser humano se encuentra aún dominado por el encantamiento del más rígido dualismo y eso le impide advertir que los dos polos –lo que él llama “verdad” y “mentira”- no son sino dos aspectos que, en el mundo manifiesto, se reclaman mutuamente y que, como ocurre con las dos caras de una moneda, no pueden existir el uno sin el otro. Aunque, en un nivel profundo, ambos queden secreta y perfectamente abrazados en la Verdad no-dual (transmental).

¿Y de dónde viene la necesidad del ego de poseer la verdad? Es uno de sus modos de autoafirmación. Al ser una entidad ilusoria, una ficción mental, el ego se sostiene gracias únicamente a los mecanismos de la identificación y de la apropiación: se identifica con cualquier objeto a su alcance y se apropia de todo aquello que, a la vez que le resulta “agradable”, le otorga la sensación de una cierta solidez o consistencia.

La necesidad del ego se conecta, desde el inicio mismo de la existencia humana, con la primera necesidad de nuestro psiquismo. El niño es pura necesidad: de sentirse reconocido, amado, seguro… La seguridad –que muy pronto se vinculará con la “necesidad de controlar” y se extenderá a todos los ámbitos de la existencia- constituirá una búsqueda incesante de algo en lo que pueda sostenerse: objetos exteriores, pertenencias, títulos, ideas o creencias, sensaciones, relaciones… La búsqueda resultará frustrante y no cesará hasta que la persona descubra que su seguridad no se halla en nada que sea objeto, sino que radica en su (inobjetivable) identidad más profunda.

Por otro lado, el ser humano, más allá incluso de las estratagemas del ego, siente una necesidad interna, íntima e insoslayable de coherencia y, en último término, de verdad. Se trata de una aspiración que coincide con nuestra misma identidad profunda: “Verdad” es otro de sus nombres. En sentido profundo, somos Verdad y, aun cuando –advertida o inadvertidamente- nos movamos en la mentira, sentiremos la necesidad de “dar coherencia” a lo que hacemos y decimos, incluso recurriendo al mecanismo de la autojustificación.

Pues bien, el ego “sabe” que solo se sostiene lo que se apoya en la verdad. De ahí su pulsión por arrogarse la posesión de la verdad, como algo que él “controla”, y de lo que hace derivar un estatus, no solo de estabilidad, sino incluso de superioridad sobre los demás.

Aunque sea entre paréntesis, me parece importante subrayar, ya desde esta misma introducción, que esa aspiración profunda a la verdad constituye una de las señales más significativas de que nuestra identidad profunda es Verdad, y que podemos tener acceso a ella de un modo experiencial, directo y no-mediado por la mente.

 

Dentro de su afán de seguridad, la ilusoria identidad egoica busca también desesperadamente el poder. Debido a su carácter inconsistente y vacío, el yo ansía aferrarse a cualquier cosa que le otorgue una sensación de existir. Por ello, ambiciona tener poder en el que asentarse y, lo que es más importante, le haga destacar y sobresalir sobre los demás, a quienes imponer sus criterios o su fuerza.

El poder, junto con el tener y el aparentar, se convierte así en una obsesión para el yo. Poco importa que, objetivamente, se llegue a una situación de poder real sobre otros; el yo sigue siendo el “pequeño enano” que habita en nuestra mente y que, como me decía un amigo sabio, anda buscando la ocasión de gritarle a alguien: “no sabe usted con quién está hablando”.

La búsqueda de poder se convierte, desde esa necesidad compulsiva, en un factor extremo de división y enfrentamiento. El yo, no solo se ve separado de los demás, sino que trata de imponerse sobre ellos. Desaparece cualquier posibilidad de una visión holística, en la que todos nos percibamos miembros de un mismo y único “organismo”, y seguimos en la trampa de considerarnos yoes enfrentados, en guerra permanente.

Tenía razón Jesús cuando –percibiendo el afán de poder como el factor más peligroso de división- lo cortaba firmemente en cuanto se hacía presente entre los discípulos de su grupo (Mc 9,33-37; 10,35-38): “Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a entregar su vida por todos” (Mc 10,42-45).

Mientras permanezcamos identificados con el yo, sentiremos necesidad de “sostenerlo” y, por tanto, de sentirnos “poderosos”. Desde esa compulsión, no es extraño que se usen también las palabras para afianzarse en el poder. En efecto, es frecuente que quien detenta una posición desde la que puede determinar el significado y el contenido de las palabras, trate de adueñarse de la voluntad de las personas.

Si nos centramos en el campo religioso, objeto de este trabajo, tal peligro resulta manifiesto. Aquel a quien se reconoce poder para definir qué entender por “Dios”, “persona”, “mandamiento”, “pecado”, “moral”, “libertad”…, se situará automáticamente en un estatus de superioridad, desde el que dirigir o coaccionar la conciencia de los individuos que, de una u otra forma, se hallan bajo su autoridad.

Desde esta perspectiva, se comprende el mecanismo por el que, en un proceso que puede ser incluso inconsciente o inadvertido, quienes ejercen autoridad busquen definir el significado de las palabras y “apropiarse” de su contenido, como medio de control grupal o social.

No es extraño, por tanto, que términos que han nacido cargados de novedad, frescor, innovación e incluso de libertad, acaben legitimando el poder, la sumisión y la rutina, en un proceso de institucionalización, cosificación e incluso momificación. Tanto la novedad como la carga innovadora que aquellas palabras contenían en su inicio desaparecen, como resultado de un proceso de domesticación, en función de nuevos intereses.

 

Lo que intento, en este trabajo, es “rescatar” algunas palabras básicas del cristianismo –y sus correspondientes contenidos- que han sido indebidamente apropiadas por el poder religioso –el aparato institucional-, así como por una determinada teología, catequesis y predicación… Palabras y contenidos que han terminado desvirtuados con respecto a la intuición original y, lo que es más grave, han extraviado, atenazado o perjudicado a no pocas personas de buena fe que han tomado como “verdad divina” lo que solo era un “mapa humano”, con frecuencia pervertido o, al menos, “interesado”.

Lo que ofrezco es también, obviamente, un mapa; no puede ser de otra forma: todo lo que brota de la mente y de la palabra únicamente es “señal” que apunta a una realidad mayor. Si a alguna persona le sirve para poner nombre a su propia experiencia, ese será el mayor logro. Porque la verdad no puede ser pensada ni puede ser dicha, únicamente puede ser vivida, solo puede ser sida.

Hago la aproximación a estas palabras fundamentales de la teología cristiana desde una perspectiva no-dual, convencido de que el modelo no-dual de cognición es capaz de dar razón de lo real con infinito mayor rigor que el modelo mental[8]. Este último, que únicamente puede moverse en el mundo de objetos delimitados, parte del apriori erróneo que considera la realidad como una suma de elementos separados. El modelo no-dual, por el contrario, sin negar las diferencias, reconoce la no-separación de todo, por lo que nos permite intuir más adecuadamente el misterio de todo lo que es.

Lo más característico de la no-dualidad es el reconocimiento de que no existe nada separado de nada. Es solo nuestra mente, debido tanto a sus límites como a su inherente naturaleza dual, la que percibe únicamente separación, confundiendo y tomando como “realidad” lo que solo es una expresión “aparente” de la misma. En lo profundo, todo es (somos) Uno, que se expresa en admirables diferencias. Pero “diferencia” no significa en absoluto “separación”: no existen dos olas iguales, son todas diferentes, pero todas son agua. La realidad es una-sin-costuras.

Las repercusiones de la perspectiva no-dual son inmediatas y revolucionarias para nuestro modo habitual (mental) de asumir la realidad. Y afectan también –es inevitable- a los planteamientos religiosos y a las imágenes (mentales) de Dios.

Esto explica que, cuando una persona religiosa teísta se acerca a esta perspectiva, tema que todo se le venga abajo, experimentando incluso sentimientos dolorosos de orfandad, de infidelidad, o hasta de culpa. En realidad, no se “cae” nada valioso, excepto aquello que era pura construcción mental carente de fundamento real –lo cual es bueno que se caiga-; lo que se produce es un profundo cambio de perspectiva, al empezar a percibir que nada es lo que parece.

Caerán todas las imágenes de Dios, caerán conceptos y catecismos aprendidos…; antes o después, tendrán que caer todas las creencias, porque son simplemente “objetos mentales”. Pero –justo en la medida en que caigan- estaremos en condiciones de abrirnos a una profundidad mayor, que trasciende los límites de la mente. Dejaremos de pensar a Dios, para reconocernos en él de un modo no-separado.

Porque la no-dualidad nos hace ver que Dios y nosotros somos no-dos. El Misterio último de lo que es no es distinto de nuestro núcleo más profundo. En consecuencia, acceder a la verdad de sí mismo es llegar a la verdad de Dios: el Fondo de lo real es solo Uno.

Al llegar a este punto, las religiones –en cuanto construcciones humanas que tratan de vehicular nuestro Anhelo más profundo-, sin ser necesariamente desechadas, se ven trascendidas en un horizonte infinitamente más amplio y unificador. A eso alude precisamente el título del libro: “Cristianos más allá de la religión”.

La sabiduría (espiritual, plenamente humana) de Jesús quedó “encorsetada” en una religión histórica, con todo lo que ello supuso de ventajas y de inconvenientes. Entre estos últimos, quizás el más grave haya sido el de la absolutización de la propia religión cristiana y de la institución que la gestionaba. En ese sentido, podría decirse que la religión devoró a la espiritualidad; el “mapa” (particular y separado) nubló e hizo olvidar el “territorio” (uno y compartido).

Progresivamente, se va abriendo paso –también en el mundo cristiano- una doble certeza: por un lado, que el mensaje de Jesús no fue “religioso”, sino genuinamente “espiritual” (humano); por otro, que es posible conectar con aquel mensaje y vivirlo sin necesidad de una adscripción religiosa. Es decir, se puede ser “cristiano” sin ser “religioso”.

Esta es la propuesta que ofrezco en las páginas que siguen. A partir del cristianismo que ha llegado hasta nosotros –y que yo mismo he profesado durante años-, intento “traducir” algunos términos clave de su teología, catequesis y predicación, desde la perspectiva no-dual. Es precisamente esta perspectiva la que lleva a transcender las particularidades religiosas, permite conectar con el mensaje original de Jesús y posibilita encontrarnos en el territorio común y compartido de la unidad que somos.

 

Como, en cierto sentido, se trata de una “traducción”, quiero expresar mi respeto profundo hacia aquellas personas que expresan su fe en otro “idioma”. Mi propuesta es, por eso, un ofrecimiento dirigido a quienes puedan “leerse” en ella, poniendo palabras a lo que viven y sienten.

Pero, en este caso, no es únicamente “traducción”, sino una cierta denuncia sobre el uso y abuso de palabras “sagradas” que, de un modo consciente o inconsciente, se han utilizado como medio de manipulación de las conciencias. Es obvio, sin embargo, que la denuncia se refiere al hecho en sí, no a personas concretas. Entre otras cosas porque, cuando alguien hace daño, eso se debe exclusivamente a la ignorancia (inconsciencia de quien está “dormido”), que nos hace creer que las cosas son tal como nosotros las vemos.

Este objetivo marca el desarrollo que habrá que seguir en cada capítulo: 1) comprender lo que se ha “cargado” sobre la palabra en cuestión; 2) deconstruir lo añadido; y 3) reencontrar –desde una perspectiva no-dual, como he señalado más arriba-, del modo más fiel posible, el núcleo genuino en el que podamos reconocernos.

 

He tomado diez palabras que me parecen claves en la teología cristiana. Habría quizás muchas otras que también merecieran aparecer. Sin embargo, de lo que se trata es, no tanto de ser exhaustivo, cuanto de señalar algunas claves de lectura, que nos permitan reconocer-nos profundamente en aquello que nombramos.

Esas diez palabras son las siguientes: Jesús (capítulo 1), evangelio (2), Dios (3), fe (4), perdón (pecado y culpa) (5), salvación (6), cielo (y novísimos) (7), libertad (8), amor a sí mismo (9), y comunidad-compromiso[9] (10).

Mi único objetivo, como decía más arriba, es ofrecer un “mapa” que pueda ayudar, por un lado, a limpiar algunos términos que se han desfigurado históricamente por diferentes motivos y, por otro, posibilitar lecturas más adecuadas a tantas personas que se hallan en búsqueda de “nombrar” lo que viven o quieren vivir.

Por eso me ha parecido oportuno incluir tres Anexos en los que, a partir de circunstancias concretas, trato de abordar expresamente la cuestión de los “mapas religiosos”. Propongo claves y pistas para avanzar en la comprensión del cambio en el que estamos inmersos –un cambio de envergadura desacostumbrada-, así como para hacer luz específicamente sobre el fenómeno novedoso –y con frecuencia mal planteado y peor comprendido- de la emergencia de una espiritualidad sin Dios.

Los mapas son todos relativos –relacionales-, por la sencilla razón de que somos seres situados, que elaboramos elementos igualmente situados en el tiempo y en el espacio. Lo decisivo, por tanto, no son las indicaciones, sino el reconocimiento de la Verdad de lo que es, para serla y, de ese modo, hacer posible que se convierta en Vida. Un reconocimiento, por otra parte, que únicamente será posible cuando, acallando la mente y los movimientos del ego, más allá de los conceptos y de las palabras, dejando caer creencias y etiquetas de todo tipo, dejemos que la Verdad sea.

[1] Esto se aprecia reiteradamente en el campo de lo religioso, en el que fácilmente se identifica nada menos que al Misterio último con la idea que el sujeto se hace del mismo. De ese modo, cae en un espejismo peligroso: pensar que el hecho de nombrar a “Dios” ya le garantiza haberlo encontrado. El proceso culmina cuando, aun sin darse cuenta, la persona “reduce” a Dios a la creencia que ella misma tiene. Volveré sobre ello, especialmente en los Anexos.

[2] Eso mismo ocurre, por ejemplo, con la palabra “energía”. Una vez fijada, la mente cosifica su significado y la reduce a un “objeto” delimitado del que ella podría hablar adecuadamente. La realidad, sin embargo, es otra: la energía no es algo delimitado y objetivable, sino un permanente “fluir” o “estar siendo” de un vacío primordial que a nuestra mente se le escapa por completo.

[3] Como afirma el físico Brian Greene, la realidad resulta ser muy diferente a lo que nos muestran nuestros propios sentidos; donde nuestros ojos no ven nada, hay en realidad una red de conexiones sobre la que están todas las cosas del universo, la malla que hace funcionar la realidad física, el campo morfogenético de donde todo está surgiendo constantemente: “La realidad que experimentamos es tan solo un pálido reflejo de la realidad que es”: B. GREENE, El tejido del cosmos. Espacio, tiempo y la textura de la realidad, Crítica 2010, p.613. “El universo es un inmenso campo de Higgs que provee de masa a todos los entes que lo pueblan… Sin ese campo, todas las partículas serían libres, se moverían a la velocidad de la luz y, por tanto, carecerían de materia y de temporalidad”: F. DÍEZ, Ciencia y consciencia. El paradigma cuántico y la búsqueda espiritual, Kairós, Barcelona 2013, p.50.

[4] Enéadas IV, 7,8, cit. en M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Oberon, Madrid 2002, p.108 (existe una edición más reciente en Kairós). Un poco antes, la propia autora había escrito: “Lo que ordinariamente denominamos «mundo», lejos de ser una realidad incuestionable e independiente de nosotros, es algo que construimos e interpretamos a partir de un número ingente de impactos informativos que recibimos a través de los sentidos… A su vez, estas impresiones son en sí mismas ininteligibles; adquieren orden, inteligibilidad y coherencia al ser filtradas e interpretadas por el lenguaje y el pensamiento conceptual. Es en este momento cuando hablamos de un «mundo» y de las «cosas» del mundo” (p.99).

[5] F. DÍEZ, Ob. cit., p.12.

[6] La llamada “interpretación de Copenhague”, considerada la ortodoxa, acepta que las partículas elementales carecen de realidad antes de la observación consciente. Sin embargo, aun reconociendo que se han encontrado con el misterio de la consciencia –la gran cuestión del futuro para las ciencias-, los científicos tratan de ignorarlo mirando hacia otro lado. Cuentan que cuando a Werner Heisenberg (1901-1976) –uno de los padres de la física cuántica- le preguntaban si las partículas eran reales en sí mismas, contestaba que su médico le prohibía hablar de metafísica.

[7] F. DÍEZ, ob. cit., p.13.

[8] Para la justificación de esta afirmación, que aquí doy por supuesta, así como para comprender los presupuestos en los que descansa el presente trabajo, debo remitir a lo que he escrito en Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad, Desclée De Brouwer, Bilbao 22014.

[9] Uno estas dos palabras en una sola porque, bien entendidas, resultan equivalentes o, al menos, se reclaman mutuamente, en la línea de aquella célebre frase del obispo Jacques Gaillot, que dio título a uno de sus libros: J. GAILLOT, Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada, Sal Terrae, Santander 1995.

SOMOS LA VIDA, NO HAY LUGAR PARA EL TEMOR

         De las afirmaciones que hizo Jesús, cada vez me parece más luminosa aquella en que dijo: “Yo soy la Vida”.

         Es una palabra plena de sabiduría, que invita a salir de nuestra ignorancia básica y a reconocer la verdad profunda de esa expresión, aplicada a todos nosotros. Todos somos –y nunca podemos dejar de ser- Vida.

         La ignorancia radical es la que hace reducir nuestra identidad a nuestra personalidad, haciéndonos creer que somos un “yo particular”, separado de los demás y desgajado de la Vida.

         Esta creencia errónea es la fuente de todo sufrimiento, para nosotros mismos y para los demás.

 

         Al identificarnos con el “yo individual” y creernos separados, nos sentimos “enfrentados” a la Vida y, en cierto modo, amenazados por lo que nos pudiera ocurrir. Eso nos hace vivirnos a la defensiva y, con frecuencia, en el temor.

         Basados en la creencia (errónea) de la separación, dividimos todo lo que ocurre en “bueno” y “malo”, “positivo” y “negativo”, según los criterios del “yo particular” que creemos ser. Cuando sucede algo “positivo”, entramos en euforia; cuando, por el contrario, es “negativo”, nos sentimos frustrados.

         Al mismo tiempo, nos situamos ante la realidad en clave de exigencia y de “debería”. Vivimos habitualmente enfrentados a lo que es, en la convicción de lo que “debería” o “no debería” ser. Con ello, no hacemos sino generar sufrimiento inútil: porque no existe sufrimiento mayor que el de oponerse a lo que es.

 

         No hay liberación posible sin salir de aquella falsa creencia, es decir, sin comprensión (sabiduría).

         La sabiduría consiste en reconocer que no existe nada separado de nada. Y que no hay nada que no sea manifestación y expresión de la única Vida. Todo es Vida, que se despliega –se “disfraza”- en infinitas formas: el nacer y el morir, la salud y la enfermedad, el éxito y el fracaso, el “bien” y el “mal” –etiquetas mentales-…: todo son “formas” que la Vida adopta.

         Nosotros mismos somos la Vida, que ha adoptado una forma particular, en la personalidad concreta que tenemos. Pero la trampa consiste en creer que somos esa forma, en lugar de reconocernos como Vida.

         Cuando reconoces que eres Vida, ¿dónde queda el temor, la ansiedad, la frustración, el sufrimiento…? Quedarán como inercias de nuestro mundo mental y emocional, pero podremos salir de ellos con más facilidad. Porque no miraremos los acontecimientos ni las circunstancias –sean cuales fueren- desde el yo que creíamos ser, sino desde la Vida que somos.

         Visto desde ahí, caes en la cuenta de que todo lo que ocurra es expresión de la Vida: ¿cómo va a estar “mal”? La Vida no puede equivocarse.

         No cabe error alguno: lo que sucede, es lo que tiene que suceder. Nunca puedes equivocarte, porque lo que hagas es lo que la Vida está haciendo en ese preciso momento. Como recuerda con frecuencia Jeff Foster, no tienes un destino prefijado: tu camino –tu destino- es lo que sucede.

         Pero esto no puede verse ni entenderse desde la mente. Ella tiene sus propios parámetros, en la creencia de que es un hacedor independiente y autónomo, que puede actuar por su cuenta al margen de la Vida. Por eso, mientras alguien crea –y esta es la paradoja- que es un “yo particular” le resultará imposible comprender lo que se esconde detrás del “gran teatro del mundo”. Es necesario tomar distancia de la mente y a acceder a otro modo de ver –el “conocimiento silencioso” de sabios y de místicos- para percibir, sin duda alguna, que todo lo que captamos no es sino expresión multiforme de la Vida una, que es nuestra verdadera identidad.

 

         Todo lo que te ocurra –estar sano o estar enfermo, tener éxito o fracasar, sentirte mejor o peor, comprender o no comprender, aceptar o rebelarte…-, todo sin excepción es Vida. Y la Vida es todo. Míralo desde ahí. No creas que tu yo se siente amenazado; reconoce que la Vida que eres toma ahora esa forma concreta… Pero sigue siendo Vida, y siempre está a salvo. Todo es Vida en un despliegue multicolor. Si lo ves, eso es Vida que se manifiesta; pero si no lo ves, eso es también Vida que se manifiesta de forma diferente. Suceda lo que suceda y estés como estés, incluso en el lecho de muerte, solo hay Vida –es lo que eres- adoptando formas cambiantes.

 

         Por tanto, solo hay algo que podamos hacer: reconocernos en Ella y vivirnos desde Ella. La identificación con la mente y el con el yo –de donde venimos- tendrá mucha fuerza y a veces nos sorprenderemos aún creyendo que somos esa forma; sin embargo, la práctica nos hará diestros en reconocer nuestra verdadera identidad.

         A partir de ahí, ya no juzgaremos las cosas desde el yo, sino que únicamente veremos Vida en todo lo que se manifiesta.

         Dejaremos de repetir el error de tomarnos todo “personalmente”, creyendo que somos la “persona” separada o “yo particular” –esta es la causa de nuestro sufrimiento- y aprenderemos a no “personalizar” nada de lo que sucede.

Y entonces también podremos estar disponibles y desapropiados para permitir que la Vida fluya sin bloqueos a través de nosotros.

         Y lo que brota de ahí es Paz, Ecuanimidad y Compasión: la Vida que fluye en libertad…

 

Teruel, 25 enero 2015

¿CATECISMO O EVANGELIO?

¿CATECISMO O EVANGELIO?

 

 

         Este texto nace a raíz de algunas experiencias recientes vividas en encuentros con personas religiosas (católicas), que me habían pedido abordar el estudio de la figura de Jesús.

         En tales encuentros, se me ha ido haciendo cada vez más clara la dificultad que supone acercarse con limpieza a Jesús cuando se ha internalizado su imagen a través del catecismo aprendido. Y he podido constatar hasta qué punto el catecismo ha sustituido al evangelio y eso se ha convertido, en la práctica, en un obstáculo para acoger el mensaje de Jesús, por un doble motivo: porque el catecismo transforma la novedad del evangelio en doctrina anquilosada y porque tal doctrina resulta cada vez más difícil de asumir desde la sensibilidad que acompaña a nuestro momento histórico.

 

         En este escrito, quiero ofrecer algunas claves acerca de:

  • la trampa (inconsciente) que ha reducido el evangelio al catecismo aprendido;
  • las consecuencias de la misma;
  • la comprensión de la figura de Jesús, más allá de la religión y de la Iglesia, lo cual está en plena sintonía con nuestro momento cultural y lo que parece ser el horizonte futuro: una espiritualidad trans-religiosa;
  • la capacidad de acoger la figura de Jesús, desde el modelo no-dual de conocer; desde ahí, todo se modifica; también lo relativo al modo de entender la llamada “divinidad” de Jesús y las afirmaciones dogmáticas acuñadas a partir del concilio de Nicea (del año 325).

 

         Soy consciente de que los católicos dan por supuesta una identidad fundamental entre evangelio y catecismo, hasta el punto de que les puede resultar extraño incluso el hecho mismo de que sea puesta en cuestión. Sin embargo, quizás sea bueno verlo con un poco de detenimiento, sin dar nada por supuesto.

 

         En esos encuentros recientes a los que me refería, algunos participantes expresaron que tenían que rechazar lo escuchado porque “querían defender el catolicismo”, y les parecía que el Jesús del que yo hablaba no era el Jesús “católico”. En un lenguaje más preciso, yo entendí que el criterio para descalificar lo que había expresado en el curso, acerca de la figura de Jesús, era lo que habían aprendido en el catecismo.

         Y aquí es donde, a mi modo de ver, radica la trampa: el Jesús que ha llegado hasta la inmensa mayoría de los cristianos es una imagen filtrada, adaptada, reducida y, literalmente, “domesticada”, por obra y gracia del catecismo.

         Todos los estudios serios sobre la figura de Jesús ponen en evidencia que el Jesús histórico tiene poco que ver con el Jesús del que se habla en el catecismo. Pero esto no debería sorprender: mientras Jesús fue un crítico implacable de la religión y de la autoridad religiosa, el catecismo no nace del evangelio, sino de la proyección de la mente religiosa, que imagina a un Dios a nuestra imagen y semejanza.

         Durante la existencia histórica del Maestro de Nazaret, se planteó un conflicto entre el Dios de la religión y el Dios que Jesús anunciaba. Como suele ocurrir, el poder salió aparentemente victorioso y el Dios de la religión terminó asesinando al Jesús de Dios.

         O dicho de otro modo: el catecismo presenta a un Dios “previsible”, acorde con las categorías de nuestra mente proyectiva; por el contrario, tal como escribiera Dietrich Bonhoeffer, “el Dios que se revela en Jesús pone del revés todo lo que el hombre religioso espera de Dios”.

         En el caso cristiano, la mente proyectiva se sirvió, primero, del genio religioso de Pablo –que convirtió en “religión” el mensaje sencillo y sabio de Jesús- y, más tarde, de las categorías de la filosofía griega –que habría de ser la matriz donde se gestaran los grandes dogmas del cristianismo-.

         Como resultado “natural” de todo ese proceso, se produjo una divinización, apropiación y  domesticación de la figura de Jesús que, de ser un judío sabio, un hombre profundamente espiritual (humano), portador de un mensaje universal de sabiduría y crítico de la religión, a través de una propuesta radicalmente subversiva, fue presentado como fundador de una religión más y, supuestamente, de la iglesia cristiana, tal como hoy la conocemos.

         Una vez producido el cambio, la visión de la teología (del catecismo) habría de convertirse, lógicamente, en el criterio último acerca de todo lo que podía decirse o no sobre la figura de Jesús. Todo aquello que no repitiera literalmente los dogmas cristológicos y que no asumiera la “imagen” de Jesús que había filtrado esa misma teología (y catecismo) quedaba automáticamente descalificado.

         Otra consecuencia no menor de aquella confusión es la que se palpa en la confesión de no pocas personas consagradas que reconocen haber sido adoctrinadas, pero no evangelizadas. Eso es exactamente lo que ocurre: el catecismo adoctrina y fomenta una religiosidad observante, basada en el cumplimiento, pero no lleva a conectar vitalmente con lo que fueron las actitudes profundamente humanas de Jesús.

 

         Todo ello, como decía, es consecuencia de haber absolutizado la teología heredada y el catecismo aprendido. Sin embargo, si se toma un mínimo de distancia de este, basta una aproximación simple al evangelio para constatar como evidente el contraste palpable entre los contenidos de uno y de otro. Sabiendo cómo funciona la mente humana y el papel que juegan las creencias, sobre todo dentro de una institución poderosa y autoritaria, no es difícil concluir que, si no se percibió antes aquella disonancia, fue debido sencillamente al mecanismo por el que los seres humanos tendemos a identificarnos con aquello que creemos.

         Con todo, si bien es cierto que el contraste entre catecismo y evangelio es evidente para cualquier lector atento, en nuestro actual momento histórico nos encontramos con dos elementos que facilitan una comprensión mayor

         En primer lugar, la nueva sensibilidad cultural parece percibir que estaríamos asistiendo al inicio del ocaso de las grandes religiones teístas. Nacidas en un momento histórico determinado –dentro de un nivel de consciencia mítico y en una sociedad caracterizada por un fixismo rígido-, no solo se revelan en “disonancia” con un nivel de consciencia más ampliado, sino incluso –en su forma tradicional- resultan irrelevantes en esta sociedad tecnológica avanzada y en constante innovación y cambio.

         Nadie duda de que, en una historia de luces y de sombras –como todo lo humano-, han aportado riqueza a la humanidad en su devenir histórico: fundamentalmente, han motivado y desarrollado la personalización –al hablar de un Dios “personal”- y han potenciado la dimensión ética del comportamiento humano, desde la exigencia de “imitar” a un Dios bueno.

         Sin embargo, parecen acumularse evidencias de que nos hallaríamos en un proceso de transformación o metamorfosis de lo religioso, a resultas de la cual la religión sería trascendida en la forma de una espiritualidad no dogmática, universal, inclusiva y no-dual.

         El segundo factor que favorece una aproximación más “limpia” a la figura de Jesús es el giro copernicano en nuestro modo de conocer, que constituye una de las mayores revoluciones a las que estamos asistiendo: se trata del paso del modelo mental de conocer al modelo no-dual (o “conocimiento silencioso”, del que los sabios y místicos de todas las tradiciones han dado siempre testimonio).

         Ambos factores abren, de una forma espléndida y luminosa, nuestra percepción del Maestro de Nazaret, al acercarnos a un Jesús más allá de las religiones, no “religioso” ni “católico” y, al mismo tiempo, “espejo” límpido de aquella misma y única identidad que todos compartimos.

         Si el engaño primero y radical en que se basa el modelo mental es la creencia de que todo está separado de todo –y, sobre esa creencia errónea, se articuló la creencia dogmática en Jesús como un Dios separado-, el modelo no-dual nos permite percibir el equívoco y nos abre a reconocer la no-separación, la interrelación de todo en una admirable unidad dentro de las diferencias. Jesús deja de verse como un ser separado para ser comprendido como aquel hombre sabio que “vio” y vivió lo que somos todos.

         Desde esta nueva perspectiva, la imagen de Jesús que presentan los dogmas, la teología clásica o el catecismo resulta de una pobreza raquítica, desfigura su rostro y vacía de contenido su mensaje, hasta convertirlo en una creencia rutinaria para consumo exclusivo de quienes han decidido creer en él.

 

         Llegados a este punto, toca vivir el respeto hacia los otros y el cuestionamiento lúcido hacia uno mismo.

         Con frecuencia, en los ambientes católicos, al cuestionar la imagen de Jesús, aprendida en el catecismo, se producen malestares e incluso “escándalos”. Ante esta primera reacción, la autoridad religiosa se posiciona en defensa de quienes discrepan, porque también ella comparte la misma imagen de Jesús.

         Es llamativo, sin embargo, que la descalificación tome una forma “autoritaria”. Es decir, no se aportan argumentos de valor; son, sencillamente, de autoridad: “el catecismo no puede ser cuestionado”.

         Es significativa también la actitud que subyace: no se sabe bien si lo que interesa es conocer limpiamente a Jesús… o, más bien, fortalecer las creencias que ya se tenían acerca de él y “defender el catolicismo”.

         Llama igualmente la atención la insistencia en hablar de un Jesús “católico”, sin caer en la cuenta de que esa misma denominación está ya dando por supuesta una “apropiación” y “domesticación” de la figura del Maestro de Nazaret absolutamente indebida. 

         En resumen, pareciera como si lo que realmente interesara no fuera un conocimiento real de Jesús, sino demostrar que Jesús es tal como ellos lo creen y que, además, es “nuestro”.

         Frente a ello, hoy parece incontestable históricamente que Jesús no “fundó” la Iglesia ni tampoco creó una nueva religión –su mensaje no coincide con la doctrina “católica”-, sino que ofreció y vivió un mensaje de sabiduría que, con frecuencia, la misma religión que dice fundamentarse en él ha encorsetado y empobrecido, convirtiéndolo en una creencia rutinaria y alejada de la vida.

         Soy consciente de que, ante estas afirmaciones, el católico suele argüir repitiendo aquellas palabras que el evangelio de Mateo pone en boca de Jesús, dirigiéndose a Simón: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).

         Sin embargo, para la exégesis más rigurosa, tales palabras –exclusivas de Mateo- no pertenecerían a Jesús, sino que recogerían el sentir de la comunidad del propio evangelista; comunidad que reconocía a Pedro como figura legitimadora. La segunda parte de la afirmación –nacida también dentro de aquella comunidad y referida a ella misma- no puede ser sino una expresión de deseos. Mal que le pese a nuestra mente y por más frustrante que resulte para la necesidad de seguridad de nuestro ego, todas las formas son impermanentes y, por tanto, transitorias: la Iglesia también pasará. Lo único que permanece es Aquello que es y que, por ello mismo, somos.

 

         ¿Y el catolicismo? Constituye sin duda una imponente construcción religiosa, que ha aportado innegables riquezas de humanidad, a la vez que ha generado mucho sufrimiento.

         Ha tratado de dar respuesta al misterio del existir –eso es una religión-, en unas determinadas coordenadas espaciotemporales. Ese es su mérito y su límite. Como “mapa” que ofrece pistas para entrar en el “territorio”, es válido y legítimo, dentro de los límites de todo lo humano. El problema surge cuando el mapa se absolutiza y se erige en criterio último de verdad: entonces la religión se hace indigesta y peligrosa.

         El catolicismo se absolutiza y hace daño –como cualquier otra religión- cuando piensa que con él ha llegado el “culmen” de la verdad y que cualquier otra doctrina debe juzgarse a su luz. O cuando se considera como la “religión definitiva”, sin advertir que esa misma creencia lo único que revela es el nivel de consciencia mítico de quien la sostiene. Como cualquier otra forma histórica, también el catolicismo será superado y trascendido.

         En una homilía reciente (31 de diciembre de 2014), el papa Francisco -que, por otra parte, tanto está haciendo por «volver» al evangelio- expresaba lo siguiente: “Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo”.

         Me parece que esa frase –una de las más desafortunadas que le he oído al actual papa, y que se inscribe dentro de la teología más conservadora y etnocéntrica (eclesiocéntrica)- no solo no hace justicia a la realidad, sino que encierra un engaño peligroso, al reducir la figura de Jesús a la interpretación dogmática que la Iglesia hace de la misma.

         Indudablemente, Jesucristo puede quedar reducido a una idea, una moral y un sentimiento. Pero también a una interpretación religiosa y excluyente, que reduce y tergiversa su figura. Sin embargo, cabe una aproximación más ajustada a la historia y más fiel al propio mensaje de Jesús. Toda lectura es ya una interpretación –no puede ser de otro modo- y pensar que las interpretaciones únicamente las hacen los otros es caer en un error de bulto, que no favorece crecer en la verdad. En cualquier caso, la clave para comprender nuestras aproximaciones a la figura de Jesús pasa, de una manera radical, por el paradigma en el que cada cual nos encontramos y, más básicamente aún, por el modelo de cognición que utilizamos, como he expresado más arriba.

         En el aspecto concreto que nos ocupa, es legítimo que el catolicismo diga remontarse a Jesús. No lo es, sin embargo, que pretenda monopolizarlo o que exija imponer la suya como la única interpretación válida de la historia del nazareno: Jesús siempre trascenderá cualquier cuerpo dogmático en torno a su figura.

         Intuyo que, antes o después, las religiones están llamadas a reconocerse como “mapas” –valiosos y limitados-, que no tengan otra pretensión que la de favorecer y facilitar que las personas vivan su verdad más profunda –eso es la “dimensión espiritual”-, en un proceso en el que las mismas religiones irán desapareciendo, trascendidas en una espiritualidad abierta, inclusiva, experiencial…, es decir, radicalmente humana.

         La alternativa, por tanto, pasa por abrirse a la espiritualidad que, aun valorando lo que las religiones han aportado, sin embargo las trasciende. Y mientras estas ofrecen creencias que parecían prometernos seguridad, aquella nos ancla en la certeza de lo que somos, llenándonos de luz y ensanchando nuestro corazón hasta poder decir –como Jesús- que “todos somos uno”.

         Tal postura conecta mejor con la intuición y la propuesta de Jesús, con su carácter universal e inclusivo, con su sabiduría que no conoce fronteras y con su visión no-dual de lo real.

         Cada día tenemos más claro que, así como las creencias en Dios dificultan experimentarlo, la adhesión al catecismo impide el acceso abierto al evangelio, porque este –sin que la persona lo advierta- ha sido ya previamente filtrado por aquel.

 

Postdata:

 

         Después de haber enviado este artículo a un grupo, una lectora atenta me hace llegar el siguiente texto del papa Francisco, que yo desconocía. Lo transcribo a continuación, porque estas me parecen unas palabras realmente “inspiradas”. Dice así:

 

No es necesario creer en Dios para ser una buena persona. En cierta forma, la idea tradicional de Dios no está actualizada. Uno puede ser espiritual pero no religioso. No es necesario ir a la iglesia y dar dinero. Para muchos, la naturaleza puede ser una iglesia. Algunas de las mejores personas en la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre”.  

 

(A quien desee profundizar en las cuestiones aquí apenas apuntadas, le sugiero la lectura del libro que acabo de escribir y que, en breve, publicará la editorial PPC, con el título: “Cristianos más allá de la religión. Cristianismo y no-dualidad”).

 

Teruel, 12 enero 2015.

MIS «RECORDATORIOS»

Adicciones y engaño

Quiero compartir con vosotros y vosotras tres textos, que leo cada día, y que me sirven de “recordatorio” de aquello de donde no quiero escapar…, aunque en realidad el “escape” es imposible porque —lo veamos o no, lo sepamos o no— ya somos aquello de lo que pensamos habernos alejado. Pero, como os decía, me viene bien recordármelo.

Ya eres lo que estás buscando

          

         

 

 

 

 

 

 

Los textos son los siguientes:

 

 1. “YO SOY” (Helen Mallicoat)

 

“Estaba lamentándome del pasado y temiendo el futuro… De repente «mi Señor» estaba hablando: «MI NOMBRE ES YO SOY».

Hizo una pausa. Esperé. Él continuó:

Cuando vives en el pasado, con sus errores y pesares, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es Yo fui.

Cuando vives en el futuro, con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es yo seré.

Cuando vives en este momento, no es difícil. Yo estoy aquí. Mi nombre es YO SOY”.

 

Paz

 

            La religión teísta, con la expresión “mi Señor”, se refiere a la divinidad. Lo cual es absolutamente legítimo. Sin embargo, me parece más ajustado afirmar la no-separación de todo, por lo que tal expresión puede entenderse como otro nombre de aquel Fondo común que compartimos todos los seres, y que, aun sin agotarse en las formas, constituye el núcleo de todas ellas. En ese sentido, la citada expresión nos remite a nuestra identidad más profunda, que puede nombrarse también como “Yo Soy”.

          Esta lectura no-dual nos revela algo profundo. Cuando perdemos la consciencia del momento presente, nos alejamos de quienes somos. Por el contrario, en cuanto acallamos la mente y venimos al aquí y ahora, escuchamos en nuestro interior a nuestra verdadera identidad –nuestro “Señor interior”- que nos susurra: “Yo soy”, todo está bien.

 

 

2. ACEPTAR LO QUE VENGA  (Papaji)

 

La Esencia de la Destreza es esta: Lo que sea que venga, déjalo venir; lo que se quede, déjalo estar, lo que se va, déjalo ir.

Quédate callado, y adora al Ser.

Esta es la esencia de vivir hábilmente en la apariencia del mundo.

Durante todas las actividades de la vida recuerda siempre que tú eres el Ser.

La manera de vivir una vida feliz es aceptar cualquier cosa que venga, y lo que no viene, que no te importe.

 

3. “Somos personitas, cada una con su penita”.

 

               Siento no acordarme del nombre de la chica a quien escuché esta frase, en una entrevista reciente. Solo recuerdo que tiene una voz extraordinaria y, acompañada a la guitarra por un muchacho, canta desde una profunda y exquisita sensibilidad.

          Mientras la entrevistaban, estaba yo atendiendo otras cosas. Pero esas palabras suyas me detuvieron y atraparon. Me sonaron, en su sencillez no exenta de humor, a “palabra inspirada” –inspirada es aquella palabra que nos silencia por dentro y produce un movimiento de desegocentración– y se me quedaron grabadas. Lo que me detuvo fue su “carga” de humildad y de invitación a la compasión.

 

          Y nos encontramos, una vez más, con la paradoja, que me parece bueno noTERNURA olvidar: es verdad que somos Plenitud…, pero no lo es menos que tal Plenitud se expresa en estas formas concretas –frágiles y necesitadas de compasión- que palpamos a diario. Lo uno y otro, en un abrazo no-dual que, finalmente, nos unifica en el Ser.

 

          Es lo que, una y otra vez, nos recuerda el sabio, también humilde y divertido, que es Fidel Delgado. De entre los numerosos videos suyos que pueden encontrarse en YouTube, os recomiendo ver este, cuyo enlace os dejo:

https://www.youtube.com/watch?v=_NpmCPsoLfE

          Está aquíSomos –dice Fidel- “seres-humanos”: en cuanto “humano”, soy una forma transitoria, sumamente vulnerable y amenazado de muerte, y por eso lleno de inseguridad y de miedos; sin embargo, en cuanto “ser”, soy una realidad ilimitada y siempre segura.

 

          Esta es nuestra paradoja, que no conviene olvidar, si no queremos perdernos en la confusión: somos “ambas identidades”. Y tal paradoja encuentra una admirable convergencia con lo que ha visto la física cuántica: el Todo se halla en cada parte.

 

          La paradoja –omnipresente en toda la realidad- expresa una doble verdad, que es también en sí misma paradójica: que toda la realidad manifiesta es polar –no existe nada sin su polo opuesto- y que esa aparente contradicción solo queda resuelta en un lugar “superior”, que abraza ambos polos en una unidad mayor. A este abrazo o unidad englobante que no destruye las diferencias es a lo que llamamos “no-dualidad”.

 

          Polaridad y no-dualidad, por tanto, no solo no se excluyen entre sí, sino que explican el carácter paradójico de lo real. Podemos ver lo real como una infinidad de “puntos” separados que, en un nivel más profundo, son una y la misma realidad que están expresando. Si absolutizáramos el valor de los “puntos” en sí mismos, estaríamos ignorando justamente aquello que los explica y les da consistencia. Solo cuando los vemos como expresiones del Todo único, alcanzamos la compresión adecuada, integrada y holística. Pero eso requiere que nos situemos en otro “lugar” desde el que es posible una perspectiva global, un “nuevo modo” de ver.

 

            Al aplicar todo ello a nuestro caso, descubrimos que somos, a la vez, la “parte” –un “punto” particular de la única “red”: el yo individual- y somos, más profundamente, el “Todo” –la “red” completa: el Yo Soy universal-.

 

          Si nos reducimos al yo, todo será confusión y sufrimiento. Solo cuando advertimos nuestra identidad ilimitada, somos capaces de comprender el “juego” de la Vida, que no consiste en otra cosa sino en el despliegue admirable del Ser en cada una de las infinitas formas que lo expresan, en una hermosa e inequívoca no-dualidad. El “Yo Soy” uno se disfraza y “juega” en cada yo individual.

 

          Si nos percibimos únicamente como yoes individuales (o “puntos” aislados en todo el conjunto), serán inevitables la soledad, el miedo y la ansiedad, la comparación, la confrontación, el juicio, la descalificación del otro… Si, por el contrario, tenemos la lucidez suficiente para colocarnos en aquel “lugar” donde los “puntos” son trascendidos, la comprensión y la compasión serán inevitables: porque todo otro, en el nivel más profundo y en el sentido más verdadero, soy también yo mismo.

 

          Con todo ello, me parece claro que vivir ajustadamente esa realidad paradójica que somos requiere consciencia –para no olvidar nunca lo que somos de fondo, aquella realidad ilimitada y siempre a salvo- y compasión –para amar la forma frágil y vulnerable, en que se está expresando de modo transitorio-.

 

          En realidad, la consciencia (o sabiduría) y la compasión son las dos caras de la misma realidad y de la misma actitud. Así lo han expresado los sabios, con cuyas palabras os dejo:

 

El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice: «Yo soy nada». Entre ambos fluye mi vida(Nisargadatta).

La compasión ve al Uno en los muchos, la sabiduría ve a los muchos en el Uno (Frances Vaughan).

La gran compasión que surge de la experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del universo (Willigis Jäger).

 

 

Para concluir:

 

         El camino es simple: anclarnos en nuestra verdadera identidad, aquello que permanece cuando todo lo demás cambia: ¿qué es lo único que no ha cambiado en mí, a lo largo de mi existencia temporal? Han cambiado mi cuerpo, mis pensamientos, mis sentimientos, mis reacciones… Solo una cosa permanece: la pura consciencia de ser, que puede expresarse como “Yo Soy”. Ese es el Fondo último de cada ser y de todo lo Real.

             Si lo único que permanece siempre es la consciencia, se comprende –y aquí se da otra elegante coherencia- que nuestra única certeza sea esta: la certeza de ser. Como escribe Juan Carlos Savater, no necesitamos ninguna experiencia de “iluminación”; basta anclarnos en esa certeza innata y atestiguar su verdadera naturaleza invulnerable y eterna. “Anterior a la idea de ser tal o cual persona, anterior a cualquier tipo de razonamiento o pensamiento, hay una innata «certeza de ser». Una desnuda o pura consciencia que es y sabe que es. Esta es siempre, no la mayor, sino verdaderamente nuestra única e incuestionable certeza” (J.C. SAVATER, La certeza de ser, La Trompa de Elefante, Madrid 2012, p.35).

              Permanece todo el tiempo que puedas, a lo largo de todo el día, en la única certeza: la certeza de ser.

Descansar confiadamente en Lo que es

           

           Algo similar es lo que recomendaba el sabio Nisargadatta:

 

“Rechace todos los pensamientos excepto uno: “Yo soy”, la mente se rebelará en el comienzo, pero con práctica, paciencia y perseverancia, cederá y se mantendrá en calma. Una vez que usted esté en calma, las cosas comenzarán a suceder espontáneamente y de forma totalmente natural, sin ninguna interferencia de su parte.

No se preocupe por nada que usted quiera, piense o haga, sólo permanezca establecido en el sentimiento-pensamiento “Yo soy”, enfocando “Yo soy” firmemente en la mente. En el momento que usted se desvíe, recuerde: todo lo que es perceptible y concebible es pasajero, y solo el “Yo soy” permanece.

Después de todo, el único hecho del que usted está seguro es de que “usted es”. El “Yo soy” es seguro, el “yo soy esto” no lo es.

Yo solía sentarme durante horas 6 seguidas, solamente con el “Yo soy” en mi mente, y pronto la paz, la dicha y un profundo amor que todo lo abarca llegaron a ser mi estado normal.

Independientemente de lo que suceda, únicamente desvíe su atención lejos de ello y permanezca en el sentimiento “Yo soy”. Parece simple, y hasta ordinario, ¡pero funciona!”.

 Consciencia e inconsciencia

 “Aquellos que ven la luz en sí mismos nunca necesitarán dar vueltas como satélites alrededor de otros” (Michael Michalko).

Teruel, 2 junio 2014.

 

Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad.

Otro modo de ver - PORTADA

Los hombres…, admirando todo lo que es menos que ellos, execrando todo lo que es más que ellos. Todo lo digno de amor y de adoración” (Michel Henry).

Si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería ante nosotros como realmente es: infinito. Pues el ser humano se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna” (William Blake).

Si entiendes, las cosas son tal como son. Si no entiendes, las cosas son tal como son” (Proverbio zen).

Cuando la mente está perfectamente clara, lo que es es lo que queremos” (Byron Katie).

A ser juez de las cosas, voy prefiriendo ser su amante” (José Ortega y Gasset).

¡Ser uno con todo: esta es la vida de los dioses y el cielo de los hombres! Ser uno con todo lo que vive, fundirse en un feliz olvido de sí mismo, en el todo de la naturaleza: este es el vértice del pensamiento y de la felicidad, esta es la santa cumbre del monte, la sede de la eterna quietud” (Friedrich Hölderlin).

No-dualidad es Amor.

…………..

A Ana Mª de las Heras y Nacho Marín, con tanto cariño como gratitud.

A Javier Martínez, con admiración y aprecio.
A quienes, de tantas maneras, posibilitan y favorecen “otro modo” de ver y de vivir.

……………

Los derechos de autor de este libro se destinan a la Empresa de Inserción Socio-laboral “Le damos la vuelta, s.l.”, en Zaragoza:
www.ledamoslavuelta.com

 

         Gran parte de la filosofía occidental y, en consecuencia, la ciencia y aun la misma teología, han identificado el conocer con el pensar, conduciendo a un reduccionismo estrecho y nihilista.

         Una de las mayores revoluciones de nuestro momento cultural –avalada también por los descubrimientos más recientes de la física cuántica y de las neurociencias- consiste, precisamente, en la toma de conciencia de otro modelo de conocer, infinitamente más rico y ajustado a lo real.

         El primero es el modelo mental, dualista, que conduce a un conocimiento por análisis y reflexión. El segundo es el modelo no-dual, se asienta en la consciencia o atención no mediada por la mente y conduce a un conocimiento por identidad.

         Ambos son complementarios: el primero se mueve eficazmente en el mundo de los objetos; el segundo, en el de la realidad no objetivable. De ahí que las cuestiones más decisivas -¿qué es la vida?, ¿qué es la verdad?, ¿quién es Dios?, ¿quién soy yo?…- solo puedan ser respondidas adecuadamente desde este segundo modo de conocer.

         El tránsito de uno al otro requiere ejercitarse en pasar del pensamiento a la atención, porque solo acallando la mente es posible “ver” en profundidad, favoreciendo así la vivencia honda, plena y gozosa de lo que somos. Necesitamos urgentemente otro modo de ver para poder vivir de otro modo.

 

Editorial DESCLÉE DE BROUWER

 

ÍNDICE

Introducción

1. No-dualidad: belleza del conocer y sabiduría del vivir
Modelos de cognición. Conocimiento mental y conocimiento por identidad
Un giro copernicano en el modo de conocer
Un paréntesis explicativo: monismo materialista, dualismo religioso y no-dualidad
La realidad aparente y la realidad última. La perspectiva cuántica
Belleza y elegancia del modelo no-dual
Sabiduría de vida (para la vida): conocer es ser transformado

 

2. ¿Quién soy yo? No-dualidad e identidad
La pregunta esencial
Paradigmas, niveles de consciencia, modelos de cognición
¿Quién soy yo?

 

3. No-dualidad y relaciones interpersonales
Yo, tú, él, nosotros
Nacimiento, absolutización, integración y trascendencia del yo
Células de un único organismo

 

4. No-dualidad y sentido de la vida. Sortear las trampas, experimentar la plenitud
La necesidad humana de sentido
¿Dónde buscamos el sentido de la vida? La trampa del modelo mental
Somos plenitud de sentido
Prácticas que favorecen vivir con sentido
Experiencia teísta, espiritualidad y sentido de la vida

 

5. No-dualidad, crisis de valores y vida en plenitud. La felicidad desde una perspectiva transpersonal
Crisis de valores
Plenitud de vida
Ser felices: el anhelo universal
Caminos que lo impiden. El ego y la felicidad
Desde la respuesta adecuada a la pregunta ¿quién soy?
Para concluir: ¿Hay algo que “hacer”?

 

6. No-dualidad y compromiso. La propuesta de Jesús de Nazaret
Espiritualidad y compromiso
El hombre Jesús de Nazaret: rasgos de su personalidad
El camino de Jesús: “Ve y haz tú lo mismo”
Sabiduría y compasión, mística y compromiso
Conclusión: compromiso y no-dualidad
Práctica para conectar con lo que realmente somos

 

7. Silencio y no-dualidad. El No-lugar de los mil nombres
Identificación con la mente, falsa identidad
Silencio de la mente, silencio del ego
Silencio místico e Identidad no-dual
Práctica: la mente “no sé”
Para acceder al Silencio

 

8. Afrontar el dolor y la muerte desde la no-dualidad
El dolor y la muerte, desde el modelo mental
El dolor y la muerte, desde el modelo no-dual
Morir antes de morir

 

9. No-dualidad y despliegue histórico. La vida como representación
¿Libres?
Un inciso necesario: la aportación de la neurociencia
Una orquesta sin director
¿Consecuencias éticas? Un doble nivel

 

Conclusión: La elegancia de la no-dualidad

 

Bibliografía

 

INTRODUCCIÓN

Vende tu astucia y compra asombro” (Rumi).

En cuanto te quitas de en medio, Eso aparece” (Rafael Redondo).

Cuando deja de haber un «yo», concluye toda búsqueda espiritual” (David Loy).

Todo te revelará su secreto si lo amas suficientemente” (George Carver).

«Simplemente abandona lo que no es tuyo, y encuentra lo que nunca perdiste: tu propio ser» (Nisargadatta).

 

 

Estoy profundamente convencido de que el paso de la perspectiva dual a la no-dual encierra tesoros de sabiduría, riqueza y humanidad. Soy consciente también de que no resulta fácil internarse en este territorio a quien no está familiarizado con él o a quien no ha vivido alguna experiencia consciente de no-dualidad. Aunque, paradójicamente, tampoco es extraño que, al oír hablar de ello, se despierten en muchas personas “ecos” antes ignorados, “resonancias” intuitivas a través de las cuales se expresa el “maestro interior” de cada cual.
Las personas que se acercan a esta “nueva” perspectiva suelen encontrar una doble dificultad: por un lado, como ocurre cuando se accede a un idioma desconocido, todo resulta extraño, una especie de jeroglífico incoherente; por otro, no poseemos –todavía- herramientas conceptuales para poder expresar adecuadamente los fenómenos no-duales, ya que nuestra mente, hoy por hoy, es de naturaleza dual.
Sin embargo, considero que la apertura a la perspectiva no-dual es imprescindible e incluso urgente para:

  • superar las trampas del modelo mental y los límites inherentes a la razón;
  • trascender el dualismo que existe solo en nuestra mente, no en la realidad;
  • acceder al núcleo mismo de nuestra dimensión más profunda, aquella a la que nos referimos al hablar de “interioridad” o “espiritualidad”,
  • sortear la pobreza reiterativa de discursos filosóficos y teológicos, apoyados en una erudición abstracta, con frecuencia enredados en pseudoproblemas y atrapados en sus propios planteamientos, cada vez más desconectados de la sensibilidad emergente y alejados de la genuina sabiduría;
  • favorecer una vivencia plena y honda de lo que somos en profundidad, a través de un acceso directo, no-mediado y autoevidente, a nuestra verdad más profunda;
  • utilizar la mente como una herramienta a nuestro servicio, en lugar de identificarnos con ella y caer en reduccionismos de todo tipo (científico, filosófico, teológico, religioso, político…);
  • encontrarnos en el “territorio” común y compartido –la verdad de lo que somos-, en vez de encerrarnos en la jaula de los “mapas” particulares –y con frecuencia exclusivos y excluyentes- que nuestra mente ha fabricado y continúa fabricando.

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