¿CATECISMO O EVANGELIO?

¿CATECISMO O EVANGELIO?

 

 

         Este texto nace a raíz de algunas experiencias recientes vividas en encuentros con personas religiosas (católicas), que me habían pedido abordar el estudio de la figura de Jesús.

         En tales encuentros, se me ha ido haciendo cada vez más clara la dificultad que supone acercarse con limpieza a Jesús cuando se ha internalizado su imagen a través del catecismo aprendido. Y he podido constatar hasta qué punto el catecismo ha sustituido al evangelio y eso se ha convertido, en la práctica, en un obstáculo para acoger el mensaje de Jesús, por un doble motivo: porque el catecismo transforma la novedad del evangelio en doctrina anquilosada y porque tal doctrina resulta cada vez más difícil de asumir desde la sensibilidad que acompaña a nuestro momento histórico.

 

         En este escrito, quiero ofrecer algunas claves acerca de:

  • la trampa (inconsciente) que ha reducido el evangelio al catecismo aprendido;
  • las consecuencias de la misma;
  • la comprensión de la figura de Jesús, más allá de la religión y de la Iglesia, lo cual está en plena sintonía con nuestro momento cultural y lo que parece ser el horizonte futuro: una espiritualidad trans-religiosa;
  • la capacidad de acoger la figura de Jesús, desde el modelo no-dual de conocer; desde ahí, todo se modifica; también lo relativo al modo de entender la llamada “divinidad” de Jesús y las afirmaciones dogmáticas acuñadas a partir del concilio de Nicea (del año 325).

 

         Soy consciente de que los católicos dan por supuesta una identidad fundamental entre evangelio y catecismo, hasta el punto de que les puede resultar extraño incluso el hecho mismo de que sea puesta en cuestión. Sin embargo, quizás sea bueno verlo con un poco de detenimiento, sin dar nada por supuesto.

 

         En esos encuentros recientes a los que me refería, algunos participantes expresaron que tenían que rechazar lo escuchado porque “querían defender el catolicismo”, y les parecía que el Jesús del que yo hablaba no era el Jesús “católico”. En un lenguaje más preciso, yo entendí que el criterio para descalificar lo que había expresado en el curso, acerca de la figura de Jesús, era lo que habían aprendido en el catecismo.

         Y aquí es donde, a mi modo de ver, radica la trampa: el Jesús que ha llegado hasta la inmensa mayoría de los cristianos es una imagen filtrada, adaptada, reducida y, literalmente, “domesticada”, por obra y gracia del catecismo.

         Todos los estudios serios sobre la figura de Jesús ponen en evidencia que el Jesús histórico tiene poco que ver con el Jesús del que se habla en el catecismo. Pero esto no debería sorprender: mientras Jesús fue un crítico implacable de la religión y de la autoridad religiosa, el catecismo no nace del evangelio, sino de la proyección de la mente religiosa, que imagina a un Dios a nuestra imagen y semejanza.

         Durante la existencia histórica del Maestro de Nazaret, se planteó un conflicto entre el Dios de la religión y el Dios que Jesús anunciaba. Como suele ocurrir, el poder salió aparentemente victorioso y el Dios de la religión terminó asesinando al Jesús de Dios.

         O dicho de otro modo: el catecismo presenta a un Dios “previsible”, acorde con las categorías de nuestra mente proyectiva; por el contrario, tal como escribiera Dietrich Bonhoeffer, “el Dios que se revela en Jesús pone del revés todo lo que el hombre religioso espera de Dios”.

         En el caso cristiano, la mente proyectiva se sirvió, primero, del genio religioso de Pablo –que convirtió en “religión” el mensaje sencillo y sabio de Jesús- y, más tarde, de las categorías de la filosofía griega –que habría de ser la matriz donde se gestaran los grandes dogmas del cristianismo-.

         Como resultado “natural” de todo ese proceso, se produjo una divinización, apropiación y  domesticación de la figura de Jesús que, de ser un judío sabio, un hombre profundamente espiritual (humano), portador de un mensaje universal de sabiduría y crítico de la religión, a través de una propuesta radicalmente subversiva, fue presentado como fundador de una religión más y, supuestamente, de la iglesia cristiana, tal como hoy la conocemos.

         Una vez producido el cambio, la visión de la teología (del catecismo) habría de convertirse, lógicamente, en el criterio último acerca de todo lo que podía decirse o no sobre la figura de Jesús. Todo aquello que no repitiera literalmente los dogmas cristológicos y que no asumiera la “imagen” de Jesús que había filtrado esa misma teología (y catecismo) quedaba automáticamente descalificado.

         Otra consecuencia no menor de aquella confusión es la que se palpa en la confesión de no pocas personas consagradas que reconocen haber sido adoctrinadas, pero no evangelizadas. Eso es exactamente lo que ocurre: el catecismo adoctrina y fomenta una religiosidad observante, basada en el cumplimiento, pero no lleva a conectar vitalmente con lo que fueron las actitudes profundamente humanas de Jesús.

 

         Todo ello, como decía, es consecuencia de haber absolutizado la teología heredada y el catecismo aprendido. Sin embargo, si se toma un mínimo de distancia de este, basta una aproximación simple al evangelio para constatar como evidente el contraste palpable entre los contenidos de uno y de otro. Sabiendo cómo funciona la mente humana y el papel que juegan las creencias, sobre todo dentro de una institución poderosa y autoritaria, no es difícil concluir que, si no se percibió antes aquella disonancia, fue debido sencillamente al mecanismo por el que los seres humanos tendemos a identificarnos con aquello que creemos.

         Con todo, si bien es cierto que el contraste entre catecismo y evangelio es evidente para cualquier lector atento, en nuestro actual momento histórico nos encontramos con dos elementos que facilitan una comprensión mayor

         En primer lugar, la nueva sensibilidad cultural parece percibir que estaríamos asistiendo al inicio del ocaso de las grandes religiones teístas. Nacidas en un momento histórico determinado –dentro de un nivel de consciencia mítico y en una sociedad caracterizada por un fixismo rígido-, no solo se revelan en “disonancia” con un nivel de consciencia más ampliado, sino incluso –en su forma tradicional- resultan irrelevantes en esta sociedad tecnológica avanzada y en constante innovación y cambio.

         Nadie duda de que, en una historia de luces y de sombras –como todo lo humano-, han aportado riqueza a la humanidad en su devenir histórico: fundamentalmente, han motivado y desarrollado la personalización –al hablar de un Dios “personal”- y han potenciado la dimensión ética del comportamiento humano, desde la exigencia de “imitar” a un Dios bueno.

         Sin embargo, parecen acumularse evidencias de que nos hallaríamos en un proceso de transformación o metamorfosis de lo religioso, a resultas de la cual la religión sería trascendida en la forma de una espiritualidad no dogmática, universal, inclusiva y no-dual.

         El segundo factor que favorece una aproximación más “limpia” a la figura de Jesús es el giro copernicano en nuestro modo de conocer, que constituye una de las mayores revoluciones a las que estamos asistiendo: se trata del paso del modelo mental de conocer al modelo no-dual (o “conocimiento silencioso”, del que los sabios y místicos de todas las tradiciones han dado siempre testimonio).

         Ambos factores abren, de una forma espléndida y luminosa, nuestra percepción del Maestro de Nazaret, al acercarnos a un Jesús más allá de las religiones, no “religioso” ni “católico” y, al mismo tiempo, “espejo” límpido de aquella misma y única identidad que todos compartimos.

         Si el engaño primero y radical en que se basa el modelo mental es la creencia de que todo está separado de todo –y, sobre esa creencia errónea, se articuló la creencia dogmática en Jesús como un Dios separado-, el modelo no-dual nos permite percibir el equívoco y nos abre a reconocer la no-separación, la interrelación de todo en una admirable unidad dentro de las diferencias. Jesús deja de verse como un ser separado para ser comprendido como aquel hombre sabio que “vio” y vivió lo que somos todos.

         Desde esta nueva perspectiva, la imagen de Jesús que presentan los dogmas, la teología clásica o el catecismo resulta de una pobreza raquítica, desfigura su rostro y vacía de contenido su mensaje, hasta convertirlo en una creencia rutinaria para consumo exclusivo de quienes han decidido creer en él.

 

         Llegados a este punto, toca vivir el respeto hacia los otros y el cuestionamiento lúcido hacia uno mismo.

         Con frecuencia, en los ambientes católicos, al cuestionar la imagen de Jesús, aprendida en el catecismo, se producen malestares e incluso “escándalos”. Ante esta primera reacción, la autoridad religiosa se posiciona en defensa de quienes discrepan, porque también ella comparte la misma imagen de Jesús.

         Es llamativo, sin embargo, que la descalificación tome una forma “autoritaria”. Es decir, no se aportan argumentos de valor; son, sencillamente, de autoridad: “el catecismo no puede ser cuestionado”.

         Es significativa también la actitud que subyace: no se sabe bien si lo que interesa es conocer limpiamente a Jesús… o, más bien, fortalecer las creencias que ya se tenían acerca de él y “defender el catolicismo”.

         Llama igualmente la atención la insistencia en hablar de un Jesús “católico”, sin caer en la cuenta de que esa misma denominación está ya dando por supuesta una “apropiación” y “domesticación” de la figura del Maestro de Nazaret absolutamente indebida. 

         En resumen, pareciera como si lo que realmente interesara no fuera un conocimiento real de Jesús, sino demostrar que Jesús es tal como ellos lo creen y que, además, es “nuestro”.

         Frente a ello, hoy parece incontestable históricamente que Jesús no “fundó” la Iglesia ni tampoco creó una nueva religión –su mensaje no coincide con la doctrina “católica”-, sino que ofreció y vivió un mensaje de sabiduría que, con frecuencia, la misma religión que dice fundamentarse en él ha encorsetado y empobrecido, convirtiéndolo en una creencia rutinaria y alejada de la vida.

         Soy consciente de que, ante estas afirmaciones, el católico suele argüir repitiendo aquellas palabras que el evangelio de Mateo pone en boca de Jesús, dirigiéndose a Simón: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).

         Sin embargo, para la exégesis más rigurosa, tales palabras –exclusivas de Mateo- no pertenecerían a Jesús, sino que recogerían el sentir de la comunidad del propio evangelista; comunidad que reconocía a Pedro como figura legitimadora. La segunda parte de la afirmación –nacida también dentro de aquella comunidad y referida a ella misma- no puede ser sino una expresión de deseos. Mal que le pese a nuestra mente y por más frustrante que resulte para la necesidad de seguridad de nuestro ego, todas las formas son impermanentes y, por tanto, transitorias: la Iglesia también pasará. Lo único que permanece es Aquello que es y que, por ello mismo, somos.

 

         ¿Y el catolicismo? Constituye sin duda una imponente construcción religiosa, que ha aportado innegables riquezas de humanidad, a la vez que ha generado mucho sufrimiento.

         Ha tratado de dar respuesta al misterio del existir –eso es una religión-, en unas determinadas coordenadas espaciotemporales. Ese es su mérito y su límite. Como “mapa” que ofrece pistas para entrar en el “territorio”, es válido y legítimo, dentro de los límites de todo lo humano. El problema surge cuando el mapa se absolutiza y se erige en criterio último de verdad: entonces la religión se hace indigesta y peligrosa.

         El catolicismo se absolutiza y hace daño –como cualquier otra religión- cuando piensa que con él ha llegado el “culmen” de la verdad y que cualquier otra doctrina debe juzgarse a su luz. O cuando se considera como la “religión definitiva”, sin advertir que esa misma creencia lo único que revela es el nivel de consciencia mítico de quien la sostiene. Como cualquier otra forma histórica, también el catolicismo será superado y trascendido.

         En una homilía reciente (31 de diciembre de 2014), el papa Francisco -que, por otra parte, tanto está haciendo por «volver» al evangelio- expresaba lo siguiente: “Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo”.

         Me parece que esa frase –una de las más desafortunadas que le he oído al actual papa, y que se inscribe dentro de la teología más conservadora y etnocéntrica (eclesiocéntrica)- no solo no hace justicia a la realidad, sino que encierra un engaño peligroso, al reducir la figura de Jesús a la interpretación dogmática que la Iglesia hace de la misma.

         Indudablemente, Jesucristo puede quedar reducido a una idea, una moral y un sentimiento. Pero también a una interpretación religiosa y excluyente, que reduce y tergiversa su figura. Sin embargo, cabe una aproximación más ajustada a la historia y más fiel al propio mensaje de Jesús. Toda lectura es ya una interpretación –no puede ser de otro modo- y pensar que las interpretaciones únicamente las hacen los otros es caer en un error de bulto, que no favorece crecer en la verdad. En cualquier caso, la clave para comprender nuestras aproximaciones a la figura de Jesús pasa, de una manera radical, por el paradigma en el que cada cual nos encontramos y, más básicamente aún, por el modelo de cognición que utilizamos, como he expresado más arriba.

         En el aspecto concreto que nos ocupa, es legítimo que el catolicismo diga remontarse a Jesús. No lo es, sin embargo, que pretenda monopolizarlo o que exija imponer la suya como la única interpretación válida de la historia del nazareno: Jesús siempre trascenderá cualquier cuerpo dogmático en torno a su figura.

         Intuyo que, antes o después, las religiones están llamadas a reconocerse como “mapas” –valiosos y limitados-, que no tengan otra pretensión que la de favorecer y facilitar que las personas vivan su verdad más profunda –eso es la “dimensión espiritual”-, en un proceso en el que las mismas religiones irán desapareciendo, trascendidas en una espiritualidad abierta, inclusiva, experiencial…, es decir, radicalmente humana.

         La alternativa, por tanto, pasa por abrirse a la espiritualidad que, aun valorando lo que las religiones han aportado, sin embargo las trasciende. Y mientras estas ofrecen creencias que parecían prometernos seguridad, aquella nos ancla en la certeza de lo que somos, llenándonos de luz y ensanchando nuestro corazón hasta poder decir –como Jesús- que “todos somos uno”.

         Tal postura conecta mejor con la intuición y la propuesta de Jesús, con su carácter universal e inclusivo, con su sabiduría que no conoce fronteras y con su visión no-dual de lo real.

         Cada día tenemos más claro que, así como las creencias en Dios dificultan experimentarlo, la adhesión al catecismo impide el acceso abierto al evangelio, porque este –sin que la persona lo advierta- ha sido ya previamente filtrado por aquel.

 

Postdata:

 

         Después de haber enviado este artículo a un grupo, una lectora atenta me hace llegar el siguiente texto del papa Francisco, que yo desconocía. Lo transcribo a continuación, porque estas me parecen unas palabras realmente “inspiradas”. Dice así:

 

No es necesario creer en Dios para ser una buena persona. En cierta forma, la idea tradicional de Dios no está actualizada. Uno puede ser espiritual pero no religioso. No es necesario ir a la iglesia y dar dinero. Para muchos, la naturaleza puede ser una iglesia. Algunas de las mejores personas en la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre”.  

 

(A quien desee profundizar en las cuestiones aquí apenas apuntadas, le sugiero la lectura del libro que acabo de escribir y que, en breve, publicará la editorial PPC, con el título: “Cristianos más allá de la religión. Cristianismo y no-dualidad”).

 

Teruel, 12 enero 2015.

MIS «RECORDATORIOS»

Adicciones y engaño

Quiero compartir con vosotros y vosotras tres textos, que leo cada día, y que me sirven de “recordatorio” de aquello de donde no quiero escapar…, aunque en realidad el “escape” es imposible porque —lo veamos o no, lo sepamos o no— ya somos aquello de lo que pensamos habernos alejado. Pero, como os decía, me viene bien recordármelo.

Ya eres lo que estás buscando

          

         

 

 

 

 

 

 

Los textos son los siguientes:

 

 1. “YO SOY” (Helen Mallicoat)

 

“Estaba lamentándome del pasado y temiendo el futuro… De repente «mi Señor» estaba hablando: «MI NOMBRE ES YO SOY».

Hizo una pausa. Esperé. Él continuó:

Cuando vives en el pasado, con sus errores y pesares, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es Yo fui.

Cuando vives en el futuro, con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí. Mi nombre no es yo seré.

Cuando vives en este momento, no es difícil. Yo estoy aquí. Mi nombre es YO SOY”.

 

Paz

 

            La religión teísta, con la expresión “mi Señor”, se refiere a la divinidad. Lo cual es absolutamente legítimo. Sin embargo, me parece más ajustado afirmar la no-separación de todo, por lo que tal expresión puede entenderse como otro nombre de aquel Fondo común que compartimos todos los seres, y que, aun sin agotarse en las formas, constituye el núcleo de todas ellas. En ese sentido, la citada expresión nos remite a nuestra identidad más profunda, que puede nombrarse también como “Yo Soy”.

          Esta lectura no-dual nos revela algo profundo. Cuando perdemos la consciencia del momento presente, nos alejamos de quienes somos. Por el contrario, en cuanto acallamos la mente y venimos al aquí y ahora, escuchamos en nuestro interior a nuestra verdadera identidad –nuestro “Señor interior”- que nos susurra: “Yo soy”, todo está bien.

 

 

2. ACEPTAR LO QUE VENGA  (Papaji)

 

La Esencia de la Destreza es esta: Lo que sea que venga, déjalo venir; lo que se quede, déjalo estar, lo que se va, déjalo ir.

Quédate callado, y adora al Ser.

Esta es la esencia de vivir hábilmente en la apariencia del mundo.

Durante todas las actividades de la vida recuerda siempre que tú eres el Ser.

La manera de vivir una vida feliz es aceptar cualquier cosa que venga, y lo que no viene, que no te importe.

 

3. “Somos personitas, cada una con su penita”.

 

               Siento no acordarme del nombre de la chica a quien escuché esta frase, en una entrevista reciente. Solo recuerdo que tiene una voz extraordinaria y, acompañada a la guitarra por un muchacho, canta desde una profunda y exquisita sensibilidad.

          Mientras la entrevistaban, estaba yo atendiendo otras cosas. Pero esas palabras suyas me detuvieron y atraparon. Me sonaron, en su sencillez no exenta de humor, a “palabra inspirada” –inspirada es aquella palabra que nos silencia por dentro y produce un movimiento de desegocentración– y se me quedaron grabadas. Lo que me detuvo fue su “carga” de humildad y de invitación a la compasión.

 

          Y nos encontramos, una vez más, con la paradoja, que me parece bueno noTERNURA olvidar: es verdad que somos Plenitud…, pero no lo es menos que tal Plenitud se expresa en estas formas concretas –frágiles y necesitadas de compasión- que palpamos a diario. Lo uno y otro, en un abrazo no-dual que, finalmente, nos unifica en el Ser.

 

          Es lo que, una y otra vez, nos recuerda el sabio, también humilde y divertido, que es Fidel Delgado. De entre los numerosos videos suyos que pueden encontrarse en YouTube, os recomiendo ver este, cuyo enlace os dejo:

https://www.youtube.com/watch?v=_NpmCPsoLfE

          Está aquíSomos –dice Fidel- “seres-humanos”: en cuanto “humano”, soy una forma transitoria, sumamente vulnerable y amenazado de muerte, y por eso lleno de inseguridad y de miedos; sin embargo, en cuanto “ser”, soy una realidad ilimitada y siempre segura.

 

          Esta es nuestra paradoja, que no conviene olvidar, si no queremos perdernos en la confusión: somos “ambas identidades”. Y tal paradoja encuentra una admirable convergencia con lo que ha visto la física cuántica: el Todo se halla en cada parte.

 

          La paradoja –omnipresente en toda la realidad- expresa una doble verdad, que es también en sí misma paradójica: que toda la realidad manifiesta es polar –no existe nada sin su polo opuesto- y que esa aparente contradicción solo queda resuelta en un lugar “superior”, que abraza ambos polos en una unidad mayor. A este abrazo o unidad englobante que no destruye las diferencias es a lo que llamamos “no-dualidad”.

 

          Polaridad y no-dualidad, por tanto, no solo no se excluyen entre sí, sino que explican el carácter paradójico de lo real. Podemos ver lo real como una infinidad de “puntos” separados que, en un nivel más profundo, son una y la misma realidad que están expresando. Si absolutizáramos el valor de los “puntos” en sí mismos, estaríamos ignorando justamente aquello que los explica y les da consistencia. Solo cuando los vemos como expresiones del Todo único, alcanzamos la compresión adecuada, integrada y holística. Pero eso requiere que nos situemos en otro “lugar” desde el que es posible una perspectiva global, un “nuevo modo” de ver.

 

            Al aplicar todo ello a nuestro caso, descubrimos que somos, a la vez, la “parte” –un “punto” particular de la única “red”: el yo individual- y somos, más profundamente, el “Todo” –la “red” completa: el Yo Soy universal-.

 

          Si nos reducimos al yo, todo será confusión y sufrimiento. Solo cuando advertimos nuestra identidad ilimitada, somos capaces de comprender el “juego” de la Vida, que no consiste en otra cosa sino en el despliegue admirable del Ser en cada una de las infinitas formas que lo expresan, en una hermosa e inequívoca no-dualidad. El “Yo Soy” uno se disfraza y “juega” en cada yo individual.

 

          Si nos percibimos únicamente como yoes individuales (o “puntos” aislados en todo el conjunto), serán inevitables la soledad, el miedo y la ansiedad, la comparación, la confrontación, el juicio, la descalificación del otro… Si, por el contrario, tenemos la lucidez suficiente para colocarnos en aquel “lugar” donde los “puntos” son trascendidos, la comprensión y la compasión serán inevitables: porque todo otro, en el nivel más profundo y en el sentido más verdadero, soy también yo mismo.

 

          Con todo ello, me parece claro que vivir ajustadamente esa realidad paradójica que somos requiere consciencia –para no olvidar nunca lo que somos de fondo, aquella realidad ilimitada y siempre a salvo- y compasión –para amar la forma frágil y vulnerable, en que se está expresando de modo transitorio-.

 

          En realidad, la consciencia (o sabiduría) y la compasión son las dos caras de la misma realidad y de la misma actitud. Así lo han expresado los sabios, con cuyas palabras os dejo:

 

El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice: «Yo soy nada». Entre ambos fluye mi vida(Nisargadatta).

La compasión ve al Uno en los muchos, la sabiduría ve a los muchos en el Uno (Frances Vaughan).

La gran compasión que surge de la experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del universo (Willigis Jäger).

 

 

Para concluir:

 

         El camino es simple: anclarnos en nuestra verdadera identidad, aquello que permanece cuando todo lo demás cambia: ¿qué es lo único que no ha cambiado en mí, a lo largo de mi existencia temporal? Han cambiado mi cuerpo, mis pensamientos, mis sentimientos, mis reacciones… Solo una cosa permanece: la pura consciencia de ser, que puede expresarse como “Yo Soy”. Ese es el Fondo último de cada ser y de todo lo Real.

             Si lo único que permanece siempre es la consciencia, se comprende –y aquí se da otra elegante coherencia- que nuestra única certeza sea esta: la certeza de ser. Como escribe Juan Carlos Savater, no necesitamos ninguna experiencia de “iluminación”; basta anclarnos en esa certeza innata y atestiguar su verdadera naturaleza invulnerable y eterna. “Anterior a la idea de ser tal o cual persona, anterior a cualquier tipo de razonamiento o pensamiento, hay una innata «certeza de ser». Una desnuda o pura consciencia que es y sabe que es. Esta es siempre, no la mayor, sino verdaderamente nuestra única e incuestionable certeza” (J.C. SAVATER, La certeza de ser, La Trompa de Elefante, Madrid 2012, p.35).

              Permanece todo el tiempo que puedas, a lo largo de todo el día, en la única certeza: la certeza de ser.

Descansar confiadamente en Lo que es

           

           Algo similar es lo que recomendaba el sabio Nisargadatta:

 

“Rechace todos los pensamientos excepto uno: “Yo soy”, la mente se rebelará en el comienzo, pero con práctica, paciencia y perseverancia, cederá y se mantendrá en calma. Una vez que usted esté en calma, las cosas comenzarán a suceder espontáneamente y de forma totalmente natural, sin ninguna interferencia de su parte.

No se preocupe por nada que usted quiera, piense o haga, sólo permanezca establecido en el sentimiento-pensamiento “Yo soy”, enfocando “Yo soy” firmemente en la mente. En el momento que usted se desvíe, recuerde: todo lo que es perceptible y concebible es pasajero, y solo el “Yo soy” permanece.

Después de todo, el único hecho del que usted está seguro es de que “usted es”. El “Yo soy” es seguro, el “yo soy esto” no lo es.

Yo solía sentarme durante horas 6 seguidas, solamente con el “Yo soy” en mi mente, y pronto la paz, la dicha y un profundo amor que todo lo abarca llegaron a ser mi estado normal.

Independientemente de lo que suceda, únicamente desvíe su atención lejos de ello y permanezca en el sentimiento “Yo soy”. Parece simple, y hasta ordinario, ¡pero funciona!”.

 Consciencia e inconsciencia

 “Aquellos que ven la luz en sí mismos nunca necesitarán dar vueltas como satélites alrededor de otros” (Michael Michalko).

Teruel, 2 junio 2014.

 

Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad.

Otro modo de ver - PORTADA

Los hombres…, admirando todo lo que es menos que ellos, execrando todo lo que es más que ellos. Todo lo digno de amor y de adoración” (Michel Henry).

Si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería ante nosotros como realmente es: infinito. Pues el ser humano se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna” (William Blake).

Si entiendes, las cosas son tal como son. Si no entiendes, las cosas son tal como son” (Proverbio zen).

Cuando la mente está perfectamente clara, lo que es es lo que queremos” (Byron Katie).

A ser juez de las cosas, voy prefiriendo ser su amante” (José Ortega y Gasset).

¡Ser uno con todo: esta es la vida de los dioses y el cielo de los hombres! Ser uno con todo lo que vive, fundirse en un feliz olvido de sí mismo, en el todo de la naturaleza: este es el vértice del pensamiento y de la felicidad, esta es la santa cumbre del monte, la sede de la eterna quietud” (Friedrich Hölderlin).

No-dualidad es Amor.

…………..

A Ana Mª de las Heras y Nacho Marín, con tanto cariño como gratitud.

A Javier Martínez, con admiración y aprecio.
A quienes, de tantas maneras, posibilitan y favorecen “otro modo” de ver y de vivir.

……………

Los derechos de autor de este libro se destinan a la Empresa de Inserción Socio-laboral “Le damos la vuelta, s.l.”, en Zaragoza:
www.ledamoslavuelta.com

 

         Gran parte de la filosofía occidental y, en consecuencia, la ciencia y aun la misma teología, han identificado el conocer con el pensar, conduciendo a un reduccionismo estrecho y nihilista.

         Una de las mayores revoluciones de nuestro momento cultural –avalada también por los descubrimientos más recientes de la física cuántica y de las neurociencias- consiste, precisamente, en la toma de conciencia de otro modelo de conocer, infinitamente más rico y ajustado a lo real.

         El primero es el modelo mental, dualista, que conduce a un conocimiento por análisis y reflexión. El segundo es el modelo no-dual, se asienta en la consciencia o atención no mediada por la mente y conduce a un conocimiento por identidad.

         Ambos son complementarios: el primero se mueve eficazmente en el mundo de los objetos; el segundo, en el de la realidad no objetivable. De ahí que las cuestiones más decisivas -¿qué es la vida?, ¿qué es la verdad?, ¿quién es Dios?, ¿quién soy yo?…- solo puedan ser respondidas adecuadamente desde este segundo modo de conocer.

         El tránsito de uno al otro requiere ejercitarse en pasar del pensamiento a la atención, porque solo acallando la mente es posible “ver” en profundidad, favoreciendo así la vivencia honda, plena y gozosa de lo que somos. Necesitamos urgentemente otro modo de ver para poder vivir de otro modo.

 

Editorial DESCLÉE DE BROUWER

 

ÍNDICE

Introducción

1. No-dualidad: belleza del conocer y sabiduría del vivir
Modelos de cognición. Conocimiento mental y conocimiento por identidad
Un giro copernicano en el modo de conocer
Un paréntesis explicativo: monismo materialista, dualismo religioso y no-dualidad
La realidad aparente y la realidad última. La perspectiva cuántica
Belleza y elegancia del modelo no-dual
Sabiduría de vida (para la vida): conocer es ser transformado

 

2. ¿Quién soy yo? No-dualidad e identidad
La pregunta esencial
Paradigmas, niveles de consciencia, modelos de cognición
¿Quién soy yo?

 

3. No-dualidad y relaciones interpersonales
Yo, tú, él, nosotros
Nacimiento, absolutización, integración y trascendencia del yo
Células de un único organismo

 

4. No-dualidad y sentido de la vida. Sortear las trampas, experimentar la plenitud
La necesidad humana de sentido
¿Dónde buscamos el sentido de la vida? La trampa del modelo mental
Somos plenitud de sentido
Prácticas que favorecen vivir con sentido
Experiencia teísta, espiritualidad y sentido de la vida

 

5. No-dualidad, crisis de valores y vida en plenitud. La felicidad desde una perspectiva transpersonal
Crisis de valores
Plenitud de vida
Ser felices: el anhelo universal
Caminos que lo impiden. El ego y la felicidad
Desde la respuesta adecuada a la pregunta ¿quién soy?
Para concluir: ¿Hay algo que “hacer”?

 

6. No-dualidad y compromiso. La propuesta de Jesús de Nazaret
Espiritualidad y compromiso
El hombre Jesús de Nazaret: rasgos de su personalidad
El camino de Jesús: “Ve y haz tú lo mismo”
Sabiduría y compasión, mística y compromiso
Conclusión: compromiso y no-dualidad
Práctica para conectar con lo que realmente somos

 

7. Silencio y no-dualidad. El No-lugar de los mil nombres
Identificación con la mente, falsa identidad
Silencio de la mente, silencio del ego
Silencio místico e Identidad no-dual
Práctica: la mente “no sé”
Para acceder al Silencio

 

8. Afrontar el dolor y la muerte desde la no-dualidad
El dolor y la muerte, desde el modelo mental
El dolor y la muerte, desde el modelo no-dual
Morir antes de morir

 

9. No-dualidad y despliegue histórico. La vida como representación
¿Libres?
Un inciso necesario: la aportación de la neurociencia
Una orquesta sin director
¿Consecuencias éticas? Un doble nivel

 

Conclusión: La elegancia de la no-dualidad

 

Bibliografía

 

INTRODUCCIÓN

Vende tu astucia y compra asombro” (Rumi).

En cuanto te quitas de en medio, Eso aparece” (Rafael Redondo).

Cuando deja de haber un «yo», concluye toda búsqueda espiritual” (David Loy).

Todo te revelará su secreto si lo amas suficientemente” (George Carver).

«Simplemente abandona lo que no es tuyo, y encuentra lo que nunca perdiste: tu propio ser» (Nisargadatta).

 

 

Estoy profundamente convencido de que el paso de la perspectiva dual a la no-dual encierra tesoros de sabiduría, riqueza y humanidad. Soy consciente también de que no resulta fácil internarse en este territorio a quien no está familiarizado con él o a quien no ha vivido alguna experiencia consciente de no-dualidad. Aunque, paradójicamente, tampoco es extraño que, al oír hablar de ello, se despierten en muchas personas “ecos” antes ignorados, “resonancias” intuitivas a través de las cuales se expresa el “maestro interior” de cada cual.
Las personas que se acercan a esta “nueva” perspectiva suelen encontrar una doble dificultad: por un lado, como ocurre cuando se accede a un idioma desconocido, todo resulta extraño, una especie de jeroglífico incoherente; por otro, no poseemos –todavía- herramientas conceptuales para poder expresar adecuadamente los fenómenos no-duales, ya que nuestra mente, hoy por hoy, es de naturaleza dual.
Sin embargo, considero que la apertura a la perspectiva no-dual es imprescindible e incluso urgente para:

  • superar las trampas del modelo mental y los límites inherentes a la razón;
  • trascender el dualismo que existe solo en nuestra mente, no en la realidad;
  • acceder al núcleo mismo de nuestra dimensión más profunda, aquella a la que nos referimos al hablar de “interioridad” o “espiritualidad”,
  • sortear la pobreza reiterativa de discursos filosóficos y teológicos, apoyados en una erudición abstracta, con frecuencia enredados en pseudoproblemas y atrapados en sus propios planteamientos, cada vez más desconectados de la sensibilidad emergente y alejados de la genuina sabiduría;
  • favorecer una vivencia plena y honda de lo que somos en profundidad, a través de un acceso directo, no-mediado y autoevidente, a nuestra verdad más profunda;
  • utilizar la mente como una herramienta a nuestro servicio, en lugar de identificarnos con ella y caer en reduccionismos de todo tipo (científico, filosófico, teológico, religioso, político…);
  • encontrarnos en el “territorio” común y compartido –la verdad de lo que somos-, en vez de encerrarnos en la jaula de los “mapas” particulares –y con frecuencia exclusivos y excluyentes- que nuestra mente ha fabricado y continúa fabricando.

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SABIDURÍA E INTELIGENCIA ESPIRITUAL. Un conocimiento que transforma

IV Foro de Espiritualidad de Alcoy, marzo 2014

Una visión personal

 

Alicia Martínez

 

Me gustó que etimológicamente saber y sabor tengan el mismo origen. En el diccionario que consulté dicen que el sabor parte de la lengua y sube al cerebro y que el saber hace el camino contrario, parte del cerebro y baja a la lengua para decirse.

 

Y es gracioso, porque yo creo que en este Foro, precisamente, todo el tiempo se habló de otra forma de entender el saber, la sabiduría, otra forma que diríamos está aún poco reconocida, considerada o tenida en cuenta, pero emerge porque es necesario e inevitable que lo haga.

 

Estos foros de espiritualidad están al margen de los congresos de la sabiduría oficial, la que sale del cerebro para llegar a la lengua, y son diferentes. En ellos la gente se sonríe mucho, hasta se abraza. Se respira una especie de complicidad o hermanamiento yo diría que implícito, porque todos sabemos qué es lo que nos convoca. En estos foros hay sobre todo apertura. No es necesario que los ponentes estén de acuerdo, ni hay discusiones ni disputas, en todo caso todo es complementario, yo diría que hasta se potencian unos puntos de vista con los otros, se enriquecen. Esto es la primera expresión de sabiduría, creo yo.  Así que podríamos decir que el foro en sí, ya es una fuente de conocimiento, de esta forma nueva o por el contrario, la más antigua, pero olvidada, de entender el conocimiento.

 

Dice también el diccionario que la sabiduría es una habilidad que permite aplicar el conocimiento en la experiencia propia, y en este sentido, si creo que podríamos estar de acuerdo, y esto se recordó mucho en el Foro. La importancia de encarnarse en la experiencia, y no quedarse perdido en el ámbito de los conceptos. Saborear la manzana, y comérsela, nos puede proporcionar sabiduría, pero disponer de conocimientos sobre ella no nos permite disfrutar de su frescura, ni tampoco nutrirá nuestro cuerpo real.

 

Y es bonito que saber y sabor estén unidos en su origen, porque creo que eso se ha vivido en el foro, no solo hemos asimilado conceptos, sino que hemos saboreado de forma directa lo que puede ser la sabiduría.

 

No hemos escuchado que la sabiduría sea una habilidad del hombre, sino más bien, un desnudarse de nuestras habituales habilidades, que más bien se relacionan con cavilar, acumular, poseer, y dominar, para que en la desnudez y la intemperie de la vida, ella nos descubra el misterio de nuestro propósito verdadero.

 

Nos recordaron los ponentes muchas cosas, que en el fondo de nuestro ser todos sabemos, como por ejemplo que el conocimiento a través de conceptos, el de la mente analítica es un buen servidor, pero un peligroso amo.  Y en estos momentos es el paradigma dominante, ese tipo de saber es el que nos proporciona la visión que tenemos del mundo y de nosotros mismos. Al percibir el mundo de manera errónea, no sabemos lo que somos y por tanto tampoco lo que necesitamos para llegar a plenitud, aunque como somos plenos, buscamos reconocer esa plenitud aunque no sepamos como. Quizás esta inteligencia espiritual, más allá de los conceptos, nos oriente en esa dirección.

 

Pero no nos dieron recetas los ponentes, yo creo que más bien desvelaron, desnudaron desde distintas perspectivas los posibles velos de ignorancia que pudieran alejarnos de un saber que ya está en nosotros, que no tenemos que ir a buscar a ninguna parte, y que en todo caso, necesita de la confianza para adentrarse en el propio corazón.

 

Este es el primer foro al que asisto, no había pisado ningún ágora espiritual, porque la verdad es que tenía mis recelos, así que no puedo aportar una visión comparada del asunto. Creo que como decía fray Juan de la Cruz, cada uno saca de la fuente tal como lleve el vaso. Más bien creo que se trata de llevar el vaso que somos, la copa, bien limpia y vacía, que de llenarla de agua hasta los bordes.

 

No creo que se trate de ir a estos foros buscando respuestas, la verdad, o la sabiduría de los ponentes. Eso es inagotable, porque ¿cuando tendríamos bastante? No nos podemos hacer peregrinos de verdades ajenas, sino más bien permeables a nuestra propia verdad, y esa, la tenemos bien cerquita. No me llevé esta vez, como siempre he hecho, libreta para apuntar, pero quizás al no querer atrapar nada, pude apreciar la belleza de lo que se decía y desde donde estaba dicho.  No iba buscando nada y a lo mejor por eso me encontré con tanto.

 

Es muy enriquecedor escuchar a personas a las que la vida y el amor les llamó para que hicieran ese trabajo de ayudar en el despertar de otros, y la verdad es que, por mi parte, les estoy profundamente agradecida, pero tendremos que cuidarnos, como se dijo en el foro, de que no sea un conocimiento externo a nosotros lo que captemos, sino que podamos saborearlo en nuestros propios labios, que sepamos a lo que sabe lo que están diciendo.

 

La verdad es que tengo que reconocer que las ponencias que más me gustaron fueron las que estaban más desnudas de palabras, será porque estaba algo perezosa para escuchar conceptos, y más bien me pedía el alma captar otras vibraciones más calladas, pero de todo hubo.

 

Se habló de la experiencia del Ser como fuente de toda sabiduría, por parte de Rafael Redondo, que más bien, como comentó un compañero de mesa, fue fuente de humildad y de trasparencia. Más que hablar, Rafael trasmitía desde todo su ser, el espíritu de la vida que se reconoce en la inocencia y la pureza, la de los niños. Rafael nos trasmitió que la verdadera sabiduría está en la desnudez y en la fragilidad de la experiencia humana y nos regaló toda la fuerza de la vivencia auténtica de la experiencia del Ser. Aportó que la verdadera inteligencia, la que nos enseña a vivir es la que es capaz, en nosotros, de abrazar la sombra y la flaqueza, para hacernos más íntegros, y realmente humanos.

 

Vicente Merlo nos dio la perspectiva de la gratitud ante el Misterio,  haciendo un hermoso e interesante repaso por muchas fuentes de conocimiento. Me quedé con la profundidad del lugar desde el que fueron dichas esas palabras, y con su acento en la gratitud, que es lo que aflora ante la verdadera sabiduría.

 

Sobre Mónica Caballé me permitiré expresar mi satisfacción de ver a una mujer en esa mesa, tengo que destacar su valentía de hablar de algo ciertamente difícil y delicado como la figura del maestro espiritual, y que tan necesario es en estos días en los que la falta de discernimiento es lo habitual. Fue un canto a la libertad y una invitación a buscar dentro y a poner atención a los peligros del camino.

 

Enrique Martínez Lozano nos trasmitió con claridad meridiana el valor de la sabiduría verdadera y nos enriqueció con todos sus matices. Nos habló de nuestras necesidades espirituales y como podíamos atenderlas, destacando la importancia de educar en sabiduría. La verdad es que no sé como se apaña para además de ser tan claro y hacer fácil lo difícil, trasmitir la fuerza del corazón y la experiencia que late tras cualquiera de sus palabras, y derramar encima, alegría y ternura a raudales, síntomas claros de esta inteligencia de la que hablamos, y que aportaron en general todos los ponentes.

 

Y por último dejé a Luis Paniagua, porque no tengo palabras para expresar lo que me aportó su música, o más bien diría que su alma. Sí sé que se me rindió el alma escuchando su lira,  que volvía a Casa al escucharla, y que supe que en ella, en nuestro Hogar, podemos despojarnos de todo afán, porque la vida ya cuida de nosotros.

 

Un improvisado visitante, poeta, Vicente Gallego, que nos acompañaba en el cierre, nos cantó a través de su poesía,  que la vida y la muerte son una misma cosa, pura luz, y que no hay nada que temer.

 

Humildad, gratitud, sinceridad,  libertad, belleza, sensibilidad, devoción, claridad, lucidez, y ausencia de temor, todos estos aspectos fueron aportados por los ponentes, porque forman parte de ellos, como de todos nosotros, y nos dan matices y rostros de lo que es la verdadera sabiduría, la que la vida ha depositado en cada uno de nuestros corazones.

 

Pero destacaría que fueron también magos, porque no sé como hicieron desaparecer la tarima que los elevaba sobre nosotros, haciéndose cercanos, disponibles, y revelando con ello que son realmente personas sabias.

 

La verdad es que podría parecer que el mundo en el que vivimos, y se planteó en varias preguntas, está cargado de problemas, injusticias, necesidades, y dudas sobre como posicionarnos ante todo ello. Podría parecer también que en estos foros «espirituales», andamos con la vista perdida en el infinito, hablando de cosas estupendas y volátiles, y que somos una especie de embobados, pero yo estoy convencida de que si de algo hay que hablar en este mundo nuestro, es de como despertar a la vida y al conocimiento verdadero, porque en ninguna otra parte está la revolución pendiente que acerque al hombre a si mismo, y por tanto, necesariamente a los demás.

 

Creo también que todo apunta a la emergencia de esta nueva inteligencia, por otra parte la más antigua, que nos habla de lo que realmente somos, de la ternura, del amor, de la desobediencia a lo establecido, de la libertad del hombre. Si realmente supieran lo revolucionario que es esto que se cuece en estos foros…bueno, pero en fin, no les demos ideas.

 

Y emerge necesariamente, porque igual que cada uno de nosotros está llamado a la plenitud, porque es el Ser revelándose desde dentro el que lo hace, lo «externo», que en realidad no es tal, sino un espejo, se transformará igualmente en un mundo pleno, lleno de sabor, del único sabor verdadero, el del amor.

 

Todo gratitud y también a las bellas personas que pusieron todo su amor en organizar el Foro. Ánimo con el siguiente.

 

Alicia Martínez

 

 

RELIGIÓN, ESPIRITUALIDAD, NO-DUALIDAD,,,

Entrevista realizada por Lala Franco,

publicada en Alandar 304 (enero 2014) 4-5.

 

(En la revista se publicó una versión abreviada por razones de espacio;

esta es la versión completa).

Enrique Martínez Lozano es escritor y conferenciante.  Psicoterapeuta y teólogo, se ha secularizado hace un año, lo que no ha cambiado un ápice la tarea a la que se dedica en exclusiva desde hace una década: el acompañamiento espiritual de grupos mediante el aprendizaje de la meditación en talleres y retiros por toda la geografía nacional. Autor de numerosos libros, escribe un comentario semanal del Evangelio en clave no-dual, que puede leerse en su web, y que envía gratuitamente a quien desee recibirlo. La espiritualidad es para él un viaje a la plenitud de nosotros mismos que nos convertirá en personas unificadas y compasivas. La espiritualidad es su tema. El tiempo y el papel se quedan escasos para contener el río de su pensamiento y su experiencia.

 

 

Enrique, ¿qué es la espiritualidad?

 

Por decirlo de un modo sencillo, “espiritualidad” hace referencia directa a la dimensión profunda de lo real. Podría añadirse que lo “espiritual” es todo lo real, en su “doble cara”: lo visible y lo invisible, lo manifiesto y lo inmanifestado…, pero no como dos realidades añadidas, sino como los dos rostros de lo único Real.

 

 

¿Podemos hablar de una inteligencia espiritual?

 

Indudablemente. Comprendo que haya personas a las que ese término les rechine, por diversos motivos, y que prefieran usar otro. Pero del mismo modo que no puede haber crecimiento humano sin el cultivo de la inteligencia emocional, tampoco es posible sin el cuidado de la “inteligencia espiritual”.

La espiritualidad es una dimensión humana tan básica y fundamental como la corporeidad, la afectividad o la sociabilidad. Su olvido supone una amputación grave de la persona.

Dicho de un modo más simple: del mismo modo que tenemos necesidades fisiológicas (somos cuerpo) y emocionales-afectivas (somos psiquismo), tenemos también necesidades espirituales que necesitamos conocer, gestionar y responder adecuadamente. Francesc Torralba ha escrito que “el ser humano, sea religioso o no, tiene unas necesidades de orden espiritual que no puede satisfacer ni desarrollar si no es cultivando la inteligencia espiritual”. Es así. Y, personalmente, constato que cada vez son más los padres y educadores que se hallan en esta búsqueda. Es necesario trabajar la “inteligencia operativa” y la “inteligencia emocional”. Pero si nos quedamos ahí, perpetuaremos el estado de “anemia” y, con él, la ignorancia acerca de quienes somos y el sufrimiento.

 

 

¿Cuáles son, según tu experiencia,  las aspiraciones del hombre de hoy en el terreno espiritual? ¿Hay sed de Dios?

 

Hay sed de interioridad, de profundidad, de silencio, de plenitud… Porque no se puede soportar demasiado tiempo la anemia. La búsqueda es expresión del hambre y de la sed de Aquello que no puede ser satisfecho con ningún objeto. “¿Dios?”. Siempre que no lo confundamos con la misma palabra ni con ninguna de nuestras imágenes mentales. El Maestro Eckhart decía, en el siglo XIII: “No tengas ningún dios pensado, porque cuando cambie tu pensamiento, ese dios caerá con él”. Y Charo Rodríguez, una poetisa amiga, escribe: “Solo el Dios encontrado, / ningún dios enseñado puede ser verdadero, / ningún dios enseñado. / Solo el Dios encontrado puede ser verdadero”.

Es comprensible que las personas vivan aferradas a imágenes de Dios con las que han convivido desde niños. Sin embargo, para que haya crecimiento espiritual, antes o después se hace imprescindible reconocer que son solo imágenes y dejar caer cualquier representación mental. Solo entonces, estamos disponibles para experimentar y saborear el Misterio. Y es que, como dijera el teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el ya lejano siglo XV, “Dios es lo no-otro de nada”.

 

 

A Dios, dices,  no lo podemos pensar, solo vivirlo. Pero, ¿cómo vivir a Dios?

 

Seamos o no conscientes de ello, Dios ya se está viviendo en todos nosotros, en todo lo que es. Un Dios “separado” es solo una proyección mental. Lo “dejamos vivir” sencillamente en la medida en que caemos en la cuenta de ello. Ahí mismo empezamos a percibir y vivir la no-dualidad.

“Vivir a Dios” es exactamente igual a “vivir nuestra verdadera identidad”. Y eso requiere, lógicamente, des-identificarnos del “yo” que creíamos ser. Por eso, puede decirse que el camino espiritual consiste en la desapropiación del yo, no por ningún tipo de voluntarismo ético, sino porque hemos comprendido que nuestra identidad es otra. Y, en “lo que somos”, no hay ningún tipo de dualidad con “lo que es”.

Eso es, por otro lado, lo que vivió Jesús, tal como lo expresa Jean Sulivan, en una de las frases que me parecen más hermosas sobre él: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre”. Eso es “vivir a Dios”.

 

 

Tú has llegado a la espiritualidad desde la psicología, afirmas. Y hablas continuamente de la no-dualidad. Psicología transpersonal, no-dualidad… son conceptos que hay que explicar a los no iniciados, y que tienen un significado grande en el terreno de la espiritualidad…

 

La no-dualidad es un “modo de conocer” y, por tanto, un modo de acercarnos a lo real y un modo de vivir, que me parece más ajustado que el “modo mental”. Más ajustado porque lo Real no puede ser sino uno-en-la-diferencia.

 

Desde el modelo mental, se enfatiza uno de esos dos polos, y así se habla de monismo (panteísmo) o dualismo; pero eso no hace justicia a lo Real; es solo una lectura mental.

 

Me parece que el paso del “modelo mental” al “modelo no-dual” –que se está empezando a dar ya en la filosofía, la psicología, la sociología, la hermenéutica…- constituye uno de los cambios más revolucionarios de nuestro momento histórico, por todas las consecuencias que aporta.

Es lo que siempre habían dicho los místicos. En la actualidad, lo dicen incluso los físicos cuánticos. Estoy preparando un libro, que probablemente salga en la próxima primavera, que se titula precisamente: “Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad”. El mismo trabajo en la preparación de ese libro me ha supuesto un gran enriquecimiento.

 

En cuanto a la psicología transpersonal,  llamada también psicología integral, es aquella que no olvida ninguna dimensión del ser humano. Cada vez somos más conscientes del empobrecimiento humano que supone el reducir la persona a una estructura psicosomática. La psicología transpersonal, nacida de la mano de la psicología humanista, nos hace caer en la cuenta de aquella dimensión más profunda –transmental, transegoica-, que no es otra que la dimensión espiritual.

 

 

¿No es el reconocimiento de la Presencia algo común a las tradiciones religiosas?

 

Efectivamente, más allá de las palabras que usemos –Presencia, Consciencia, Plenitud, Vacío, Dios…-, las religiones surgen habitadas por un mismo anhelo: desvelar el misterio de la existencia, responder a las preguntas: “¿quién soy yo?” y “¿qué sentido tiene todo esto?”, apuntar hacia el Misterio último –la Mismidad- de lo que es… La pena es cuando se absolutizan y remiten a ellas mismas –contra esta tendencia autorreferencial de la religión está hablando mucho el papa Francisco- o se enredan en palabras o creencias, a las que atribuyen un (imposible) valor absoluto.

Las religiones tienen tendencia a caer en una doble trampa: buscar el poder y confundir su creencia con la verdad. Justo lo opuesto a lo que enseñaba Jesús. Eso hace que aparezcan ante la gente con un aire de superioridad, que provoca cada vez más recelos, cuando no rechazo abierto.

En un movimiento de autodefensa, la religión esgrime que su creencia no es aceptada debido al relativismo actual. Pero, con frecuencia, el condenado “relativismo” no es sino una etiqueta descalificadora que usa quien no puede o no sabe convivir fácilmente con el pluralismo.

 

 

Es decir, que religión y espiritualidad no son identificables…

 

No; podemos considerar la religión como el “mapa, y la espiritualidad como el “territorio”; o en otra imagen clásica, la religión es la “copa”, mientras la espiritualidad es el “vino”. Mientras se percibe así, no hay ningún problema. Religión y espiritualidad no están identificadas, pero tampoco tienen por qué estar reñidas. El problema llega cuando las religiones  se olvidan de que son solo una construcción humana que busca “canalizar” el Anhelo, un medio al servicio de lo que somos. Cuando eso ocurre, la religión, en lugar de unir, separa y excluye. La espiritualidad, por el contrario, es siempre inclusiva, por una razón muy simple: porque constituye nada menos que el territorio de nuestra “identidad compartida”, más allá de los “mapas” que utilicemos. Esto explica también que pueda existir legítimamente una “espiritualidad religiosa”, al lado de una “espiritualidad laica” (Marià Corbí) o una “espiritualidad atea” (André Comte-Sponville). En mi opinión, las religiones están llamadas a vivirse como “servidoras” de la vida de las personas y de la espiritualidad.

 

 

¿Qué hay en la tradición religiosa católica para saciar la sed espiritual de que hablábamos al inicio?


Una profunda riqueza: la persona de Jesús de Nazaret; la sabiduría de los textos fundantes; una tradición ininterrumpida de experiencia mística, aunque en ocasiones haya quedado “nublada” o velada por aspectos institucionales que parecían ocupar y controlar todo; una tradición secular de humanización y entrega, al lado, sin embargo, de actitudes y comportamientos fanáticos, autoritarios, violentos, culpabilizadores y represores. La historia cristiana me parece un espejo patente de lo que es la ambigüedad de lo humano; o, expresado de otra forma, de lo que es capaz de hacer el ego incluso con lo más sagrado.

 

 

Hay muchas prácticas cristianas que ayudan a una rica experiencia interior… ¿no tenemos ahí un tesoro por redescubrir?

 

Sin duda, la tradición cristiana es un tesoro por redescubrir y, en algunos casos, incluso por estrenar, si confrontamos nuestra vivencia –y la de la Iglesia- con lo que fue Jesús de Nazaret.

En ese redescubrimiento, me parece que ha de ocupar un lugar esencial lo que fue el “camino” más característico de Jesús: la compasión hacia el ser humano en necesidad. Y, simultáneamente, toda la gran tradición contemplativa, que ha sido considerada habitualmente en la Iglesia como algo marginal. Esto me parece un enorme empobrecimiento.

 

 

Hablemos, pues, de meditación…

 

La meditación no es, en primer lugar, un método ni una práctica…, sino un modo de vivir o un modo de ser, un estado de consciencia, caracterizado precisamente por la no-dualidad.

Al estar habitualmente identificados con la mente, necesitamos “ejercitarnos” en superar es inercia, y así poder descorrer el velo que nos impide reconocer nuestra verdadera identidad. En este sentido, meditar consiste en estar en el presente, acallar la mente y atender a lo que está aconteciendo. Son tres modos de expresar lo mismo, ya que esas tres cosas no pueden darse sino simultáneamente.

 

 

 

Eso me lleva a preguntarte por el prestigio de lo oriental, de lo budista en concreto. ¿Cuál es la razón de ese prestigio?

 

Primero, que contiene mucha sabiduría y mucha experiencia. No hace mucho tiempo, un budista me comentaba: “Entre nosotros, damos prioridad a la experiencia que conduce a la sabiduría, al «despertar»; vosotros, en cambio, dais preferencia a las creencias y a la sumisión a la autoridad religiosa”.

Pero hay otros factores: uno no menor consiste precisamente en el hecho de que, al venir nosotros de una tradición religiosa que parecía encerrada en creencias y mandamientos, hemos estado echando de menos el cultivo de la dimensión espiritual, de una forma experiencial.

Por otro lado, aunque es cierto que el Maestro Eckhart, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz son exponentes sublimes de la experiencia mística, ellos, a diferencia de los maestros de Oriente, no dan una “pedagogía” para avanzar por ese camino contemplativo.

Al mismo tiempo, nos hemos hecho conscientes, como decía antes,  de que toda religión no es sino un “mapa” que intenta desvelar el misterio del existir o apuntar hacia el “territorio” anhelado que somos. Al verlo así, no solo queda sanamente relativizada toda creencia, sino que aprendemos a contrastar los diferentes mapas con la riqueza que cada uno de ellos aporta. Estoy convencido de que el futuro de las religiones ha de ser el encuentro humilde entre ellas, en el que se descubran buscadoras humildes al servicio de la genuina espiritualidad: es lo que quería expresar al hablar de los “mapas” al servicio del “territorio”. En este sentido, me gustaría citar un libro que me parece muy valioso en todo este campo del llamado “diálogo interreligioso”. Es el libro de un experto, Javier Melloni,  que lleva por título: “Hacia un tiempo de síntesis”.

 

 

El “mindfulness”, tan actual, ¿es lo mismo que la meditación?

 

Se suele decir que el mindfulness ha significado el descubrimiento de la meditación por parte de la psicología y la psiquiatría. Tanto es así, que en la última década, la cuestión más investigada dentro del campo psicológico, en Estados Unidos, ha sido la eficacia del mindfulness para el trabajo terapéutico.

Con todo, en rigor, siendo una muy buena noticia el interés de la psicología por ello, no es exactamente lo mismo que la meditación. El mindfulness o atención plena puede entenderse como una herramienta terapéutica que favorece la unificación e integración psicológica de la persona. Pero la meditación –repito, hablando con rigor-, si bien es imposible vivirse in “atención plena”, es otra cosa; como decía antes, es un estado de consciencia, caracterizado por  la no-dualidad.

 

 

¿Cómo cultivar la espiritualidad, cuál es tu propuesta para avanzar en el camino espiritual?

 

La respuesta también es sencilla: creciendo en consciencia de quienes somos. Al final, todo se ventila en la respuesta adecuada a esta pregunta: “¿quién soy yo?”. Mientras la respuesta sea inadecuada, permaneceremos en la ignorancia y el sufrimiento –aunque seamos personas muy “religiosas”-; por el contrario, la respuesta adecuada, liberándonos de ello, tiene sabor de plenitud.

Lo que ocurre es que la respuesta no puede venir desde la mente (el modelo mental de conocer) porque, al ser una parte de lo que somos, su respuesta es inevitablemente reductora; nos hace creer que somos apenas una estructura psicofísica, un “yo individual”; es decir, reduce nuestra identidad al “yo-idea”. Cuando se trabaja a partir de esa creencia, todo –el mismo trabajo psicológico e incluso la propia vivencia religiosa- resulta empobrecido.

La respuesta adecuada no puede ser resultado de un razonamiento o de una elaboración conceptual. Porque no podemos ser nada que podamos pensar, ya que todo lo pensado necesariamente es un objeto (mental). Únicamente podemos conocer lo que somos…, cuando lo somos. Y para ello necesitamos silenciar la mente, y así acceder a una experiencia directa, inmediata y autoevidente de nuestra verdadera identidad.

Aquí se da una hermosa y profunda paradoja: ni podemos pensar lo que somos, ni somos lo que podamos pensar. Una paradoja que encuentra un atractivo paralelismo en lo que nos dice la física cuántica: “lo que vemos no es real, y lo real no podemos verlo”.

El camino espiritual no es otra cosa que reconocer quiénes somos y vivirnos conectados a ello. A esto las tradiciones espirituales le han llamado “despertar”, un estado de consciencia que se caracteriza por la sabiduría (comprensión) y la compasión.