Semana 3 de abril: UN GIRO COPERNICANO EN EL MODO DE CONOCER

Atención, la llave maestraTanto en las discusiones en torno a la ciencia, como en las que ocurren en el ámbito de la religión, sería bueno partir del reconocimiento expreso de lo que realmente se halla en juego. De otro modo, parece inevitable que se sucedan los enfrentamientos y controversias estériles en torno a “mapas” y “etiquetas”, que nos lleven a confundir nuestras creencias con la verdad.

 

Y lo que se halla en juego no es algo baladí. Se trata, nada menos, que de un cambio en el modelo de cognición. Probablemente, el giro más revolucionario de esto que llamamos “postmodernidad”.

 

Venimos de un modelo mental, dual, egoico o cartesiano. Tal modelo, basado en la dualidad inicial sujeto/objeto, perceptor/percibido, se revela adecuadamente operativo en el mundo de los objetos. Sin embargo, ese es también su límite. Dado que pensar es sinónimo de objetivar, cuando desde ese modelo queremos aproximarnos a realidades que no son “objetos”, el modelo se colapsa y nos engaña. Naturaleza, seres humanos, vida, verdad, realidad, “lo que es”, Dios… Se trata de realidades inobjetivables: “lo que es” no puede ser pensado. Al hacerlo, toda la realidad queda separada, fraccionada y, de ese modo, distorsionada.

 

Basta salir del estrecho cerco del modelo mental para captar su engaño y su trampa. Para empezar, podemos recurrir a la imagen (metáfora) del océano y las olas. El modelo mental se detendría exclusivamente en la singularidad de cada ola, absolutizando la separación entre ellas y olvidando la naturaleza común de agua, que comparten.

 

Sin embargo, hay otro modo de ver, desde la no-dualidad. Y ahí las cosas cambian por completo. Esa nueva visión nace de otro modo de conocer, el modelo no-dual, que se basa en la aproximación no-mental a lo real. Se trata de una aproximación respetuosa a “lo que es” en la que, silenciada la mente, acogemos el Misterio que se muestra, nos reconocemos y descansamos en él.

 

Volviendo a la metáfora antes aludida, desde el modelo no-dual, se advierte, antes que nada, el agua que constituye, conforma y se expresa en cada una de las olas. La perspectiva cambia radicalmente.

Semana 3 de abril: LA DIMENSIÓN ABSOLUTA, COMO UN RÍO DE FONDO…

Mente abiertaLa noticia de la dimensión absoluta de la realidad, que todo humano, de una forma explícita o implícita, tiene, despierta el interés por ella. Para poderla observar e indagar es siempre necesario callar el griterío continuo que hay en nuestro monólogo interior. El monólogo interior obedece a los deseos/temores y va y viene continuamente entre los recuerdos y las expectativas.

Podríamos decir que la vida cotidiana de nuestro pensar y sentir es atender a la situación que nos rodea, siempre desde la perspectiva de los deseos, modelados por los recuerdos y expectativas.

En la vida cotidiana de la mayoría de las personas la dimensión absoluta se mantiene siempre solo como un ruido de fondo no consciente claramente, cuyo único resultado es que nuestros deseos y expectativas sean insaciables.

Los animales, que tienen un único acceso a lo real, carecen de deseos insaciables.

El ruido de fondo se manifiesta como una añoranza o una insatisfacción que impide que, como los animales, nos aquietemos con la satisfacción de nuestras necesidades básicas.

El ruido de fondo que proviene del acceso oscuro a la dimensión absoluta de lo real es la raíz, no reconocida, de nuestra perpetua insatisfacción. Pocos son los humanos que están satisfechos con lo que tienen; siempre buscamos más. Ya lo dijeron los sabios, y cada uno de nosotros puede comprobarlo: el deseo humano es insaciable.

 

Estas consideraciones lo único que hacen es recoger datos.

Quien quiera poner en el primer plano de su mente y de su sentir esa dimensión absoluta de lo real, porque se interesa, de una forma u otra, por ella, tendrá que apañárselas para callar el griterío de la mente y del sentir. Callar el constante monólogo interior es silenciarlo.

Silenciarlo no es siempre eliminarlo por completo, porque ese constante monólogo tiene una función importante para la supervivencia; una función de indagación del medio visto desde la perspectiva de los fracasos y éxitos que en el pasado se tuvieron y desde la expectativa de solucionar las carencias, evitando los errores del pasado. Esa es la función de las expectativas.

Silenciar el monólogo constante interior es apartar del primer plano de la atención de la mente y del sentir el deseo y toda la corte de sus acompañantes.

Quien, conociendo la estructura de sus deseos y temores, la deja a un lado, -que equivale a silenciarla-, abre la posibilidad de desidentificarse de ella. Desidentificándose de esa estructura azarosa de deseos y temores puede ejercitar su mente y su sentir desde la gratuidad y acercarse a “eso absoluto que todo es”.

Quien silencia sus deseos/temores deja de vivir desde ellos e identificado con ellos y puede, así, vivir desde la dimensión absoluta de su existir. Esa dimensión absoluta de su existir no es nada externo a él, sino que forma parte de su realidad propia. En verdad esa dimensión absoluta es su naturaleza original, porque su propia naturaleza no es la interpretación que hace de sí mismo desde los deseos/temores y las expectativas.

Lo que descubre quien silencia su deseo es que su realidad no es su modelación.

Quien descubre que su realidad no es la modelación que hace de sí mismo, sino eso “otro” de su modelación, ese puede residir e identificarse con la realidad absoluta que es.

Quien se asienta, no en la interpretación que hace de sí mismo, sino en la dimensión absoluta que todo es, comprende que no ha venido a este mundo, que es esta inmensidad, porque la modelación que hace de ella regida por la necesidad y su vocero el deseo solo está en nuestra mente y en nuestro sentir, no existe ahí fuera.

La modelación que hace de esta inmensidad una garrapata o un escarabajo, está en el sistema activo y perceptivo de esos insectos, no está ahí fuera. Igual ocurre con los humanos.

Lo que realmente es y lo que todo es, trasciende toda modelación, sea animal, sea humana.

Quien, comprendiendo su verdadera realidad, se asienta en ella y vive desde ella, -que significa pensar, sentir y actuar desde ella-, sabrá que no es ninguna individualidad.

Sabe que las categorías de sujetos y objetos son solo consecuencia de la interpretación que tiene que hacer de lo real para poder sobrevivir como animal necesitado que habla. Esas categorías son fruto de su modelación necesaria; como tales no están ahí.

Sabe que ni él es una individualidad, ni lo real es un mundo de sujetos y cosas.

Quien vive y se identifica con su ego y sus estructuras de deseos está sometido a un destino inflexible; está sometido a la estructura de deseos que le transmitieron sus mayores y que él mismo ha afianzado y confirmado con su obrar.

Quien ya no vive y no se identifica con su ego y sus estructuras, ese es libre del destino inflexible de la consecuencia de las acciones de sus mayores y de su propio actuar. No hay libertad verdadera más que cuando la dimensión absoluta entra en el horizonte de nuestras vidas. La necesidad, y las formaciones de deseos en las que se concreta, someten, aunque dejen cierto margen de variación.

Quien pone el fundamento de su mente y de su sentir en la dimensión absoluta, que es nuestra verdadera realidad, ese se sale de la separación, se sale de la dualidad que la necesidad precisa modelar para poder sobrevivir, y entra en la no-dualidad. En la no-dualidad no hay ni nacer, ni morir.

En la no-dualidad cesan los enfrentamientos y solo hay unidad, paz, interés y reconciliación plena con todo. La reconciliación plena no es conformismo, sino aceptación, no rechazo, no condena.

Quien utiliza su mente y su sentir desde la no-dualidad, sabe que no le falta nada, que no hay nada que conseguir. Continuará viviendo como un ser necesitado y simbiótico, pero con sobriedad y con total desprendimiento; con libertad, paz, y reconciliación.

La no-dualidad arrastra inevitablemente al interés y servicio a toda criatura; lleva a interesarse por la marcha de la sociedad, de la cultura, del medio y de todo ser viviente y no viviente.

La no-dualidad es unidad y la unidad es amor. El verdadero amor no es el sentimiento romántico, ni tiene ninguna conexión con la necesidad. El amor verdadero solo florece en la más completa gratuidad.

Quien comprende su verdadera realidad entenderá y sentirá que la realidad del mundo de sus interpretaciones, de sus modelaciones, no es otra que la realidad de “eso absoluto”.

Vivirá en profundidad que el mundo de nuestra dimensión relativa y el de nuestra dimensión absoluta no es una realidad con dos pisos, sino una única realidad que nuestra condición de vivientes necesitados que hablan precisa difractar para poder sobrevivir y cambiar cuando sea necesario o conveniente.

Vivirá la dualidad y la pluralidad como la forma en la que se presenta para nosotros la única realidad que es. Vivirá su vida cotidiana con sumo interés, porque sabe que no es otra cosa que la dimensión absoluta; y la vivirá en suma paz y reconciliación y con total entrega de servicio a todo. ¿Cómo no hacerlo si no hay dos?

Vivirá en un mundo en el que habrá enfrentamientos, porque continuará siendo un mundo de animales depredadores, pero esos enfrentamientos no serán profundos, porque sabrá que en verdad no hay nada que perder o que conseguir.

Tampoco hasta aquí se ha partido de creencias o supuestos; nos hemos ceñido a los hechos y a su lógica.

 

Marià Corbí

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Semana 7 de febrero: CUARESMA: EL DESIERTO, LUGAR DE APRENDIZAJE

Desierto.2El número “cuarenta” –cuarenta años era la edad de toda una generación- hace alusión, en la Biblia, a un “periodo largo de prueba”. Cuarenta son los años que el pueblo hebreo, liderado por Moisés, pasa en el desierto, camino hacia la “Tierra prometida”; cuarenta días son los que, como “nuevo Moisés”, aparece Jesús en el desierto, sometido a tentaciones, de las que sale airoso, con fidelidad renovada.

         El desierto, en la tradición bíblica, es un lugar ambivalente: por un lado, es el escenario de las mayores dificultades, donde el ser humano, sin seguridades a las que aferrarse, se siente sometido a las pruebas más duras; por otro, sin embargo, aparece como el espacio en el que se goza de una especial intimidad con Dios: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”, le hace decir Oseas a JHWH (Os 2,14).

         Sin duda, no es casual que ambos significados aparezcan unidos. Con frecuencia, los humanos necesitamos pasar por experiencias de despojo, fragilidad, vulnerabilidad, crisis…, para poder “ablandar” nuestro corazón y, de ese modo, hacernos más receptivos.

         Porque el “desierto” no es solo un lugar geográfico; ni siquiera solo aquellos espacios que, en nuestra sociedad, se caracterizan por la soledad o el silencio, como suelen ser los monasterios o, más ampliamente, los parajes rurales. Son lugares que buscamos para silenciarnos y ofrecernos la oportunidad de reconectar conscientemente con nuestro centro.

 

         Pero existe otro “desierto” no buscado y, por eso, con frecuencia, más desconcertante y más difícil de asimilar. Entran ahí todas aquellas situaciones y circunstancias que nos presenta la vida, generalmente en forma de crisis, en las que somos invitados a vivir un despojo de aquello con lo que nos habíamos identificado. Se trata de una experiencia de “desierto” porque se produce también una caída de (supuestas) seguridades en las que creíamos hacer pie y nos vemos enfrentados a lo más vulnerable y oscuro de nuestra existencia.

         Se trata de un momento tan difícil como privilegiado. Difícil e incluso doloroso porque nos sentimos zarandeados. (En la Biblia se dice que la experiencia del desierto resultaba tan dura para los hebreos, que hubieran ansiado volver a la esclavitud: no solo echaban de menos las “cebollas de Egipto” [Num 11,5], sino que deseaban “haber muerto” [Num 14,2]).   

         El desierto inesperado se caracteriza por la aridez, la sequedad, el sinsentido e incluso la desesperanza. La oscuridad parece invadir el espacio que antes nos parecía luminoso y el desconcierto amenaza con introducirnos en una espiral de vacío.

         Y, sin embargo, es entonces cuando puede producirse el milagro. Acertaba Leonard Cohen cuando decía: “Hay una grieta, una grieta en todo. Por ahí es por donde entra la luz«. Y Carl Jung: “No es posible despertar a la conciencia sin dolor. Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad”.

         Existe un riesgo grave: ante experiencias dolorosas –que tocan nuestra zona más frágil o vulnerable, porque guarda memoria de heridas antiguas-, se activan emociones invasivas que nublan nuestra mente hasta el punto de bloquearnos. Lo cual, a su vez, se traduce en una intensificación de aquellos primeros sentimientos que nos habían descolocado. Emociones y pensamientos se retroalimentan mutuamente, introduciéndonos en un circuito peligroso y nocivo en sus consecuencias. 

         Con cuidado amoroso, habremos de acoger nuestro dolor y aquietar nuestra mente, dándonos tiempo para que, al calmarse el “oleaje” mental-emocional, pueda regresar la luz y, con ella, la lucidez y la serenidad.

Desierto

         El “desierto” –la crisis- nos zarandea y nos desnuda porque desenmascara nuestras falsas seguridades. ¡Habíamos puesto nuestra seguridad en algo incapaz de otorgarla! Por eso, en un primero momento, somos llevados a buscar nuestras raíces más profundas. Cuando ese recorrido se vive adecuadamente, es probable que al final podamos constatar, con Kierkegaard, que “me habría ido al fondo si no hubiera ido al Fondo”. En efecto, antes o después, el desierto nos conduce hacia el Fondo estable y quieto, aquello que queda cuando hemos soltado –voluntaria o involuntariamente- todo lo demás.

         Pero el viaje no acaba ahí. El desierto seguirá apareciendo ante nosotros de forma más o menos intermitente, más o menos acuciante, hasta que hagamos la experiencia de que somos aquel mismo Fondo que nos sostiene.

         En un lenguaje teísta, Oseas decía que en el desierto se hacía presente Dios para hablar al corazón del pueblo. En un lenguaje no religioso (o trans-religioso), eso significa que, cuando el desierto nos ha “obligado” a soltar nuestras falsas identificaciones, se nos hace presente Aquello inefable, lo único permanente que, no solo nos sostiene en todo momento, sino que nos constituye.

         Descubrimos entonces que lo que somos no puede ser dañado jamás. Y nos percatamos de la clave que explica todo el proceso vivido: en medio del desierto (o crisis), nos creíamos zarandeados porque estábamos identificados con lo que no somos (el yo) y éramos presa de la confusión, porque intentábamos leer lo que sucedía desde ese mismo “personaje” que se veía afectado. ¿Acaso puede un personaje del sueño nocturno entender la trama de lo que sucede en el mismo? De manera similar, tampoco el yo puede entender nada de aquello que lo sacude.

         El desierto nos va llevando a reconocer la inconsistencia del yo hasta poder percibir que somos Aquello que no puede ser amenazado. Ese fue el modo como Jesús superó las tentaciones de su desierto particular, centradas –como las nuestras- en el tener, el poder y el aparentar (Mt 4,1-11).

 

         Se abre entonces, ante nosotros, un trabajo paradójico: por un lado, dejamos deVegetación identificarnos con el yo –que se debatía, tan ansiosa como inútilmente, buscando seguridad en aquello a lo que se aferraba-; por otro, sin embargo, lo acogemos desde el Amor que somos y en el que permanecemos anclados. Paradójicamente también, el desierto nos conduce a “casa”, a nuestra verdadera identidad, a la “Tierra prometida”. 

 

7 febrero 2016.

Semana 7 de febrero: VIVIR VIVIENDO

GirasolesEN CONEXIÓN CON LO REAL

Todos los “istas” y todos los “ismos” viven anclados a un sistema de creencias. Esto no es ni buen ni malo; simplemente es así. Y todos los sistemas de creencias son producto de la mente. Por lo mismo, son verdad para los que creen en ellos, pero ninguno es real. Porque lo real está más allá de la mente, del lenguaje y del tiempo. La mente jamás podrá entenderlo ni vivirlo. La mente piensa acerca de. Y el “acerca de” se transforma en la barrera que impide ver lo real.

 

Quienes están bajo el influjo de un sistema de creencias responden a este doble patrón: por un lado, en ese mundo –su mundo- todo es verdad: cada uno tiene la suya; sin embargo, nada es real; por otro, para ellos, las cosas no son como son, sino como ellos mismos son, y son lo que creen que son o pretenden ser. Lo que creen ser lo proyectan mentalmente fuera y ven el mundo como reflejo de ellos mismos: de sus creencias, juicios, opiniones, elecciones, preferencias… Y esto lo convierten en su verdad. Indiscutiblemente, eso es verdad pues es verdad para ellos, pero nada tiene que ver con lo real.

 

¿Y qué es lo real? La vida sin más. Sin nada que pensar. La vida que se despliega por sí misma. Todo es ahora un vivir viviendo, en un sí constante a la vida. Entonces, y solo entonces, se percibe la esencia de la vida.

 

Vives desde la consciencia, en la consciencia, con consciencia. Fuera de la mente, sin ningún sistema de creencias. Tomas el mando de la vida, que ya no es tu vida, sino la vida misma. Todo es tal como es y como tiene que ser, tú también.

 

Así, no es que flotes en el río de la vida, sino que tú eres la vida misma.

 

 

Emilio Carrillo.

Vivir en el ahora

Semana 31 de enero: ¿QUIÉN SOY YO? LOS LÍMITES DE LA MENTE

Playa y luz¿Quién soy yo? En rigor, esa es la primera pregunta. La respuesta adecuada a la misma nos libera de la ignorancia, de la confusión y del sufrimiento. Nos hace libres.

 

Porque el objetivo de nuestra vida no puede ser otro que el de vivir lo que somos. Y eso no es algo que debamos “alcanzar”, “conseguir” o “lograr”…, sino, sencillamente, reconocer. Se trata de caer en la cuenta o comprender quiénes somos. Al comprenderlo, emerge la plenitud, la sabiduría y el gozo.

 

Dicho de otro modo: la causa de nuestro sufrimiento no es otra que la ignorancia o inconsciencia de nuestra identidad profunda. Por tanto, la liberación del mismo viene de la mano de la comprensión.

 

¿Cómo comprender? Es decir, ¿desde qué lugar responder adecuadamente a aquella pregunta? Porque la respuesta puede venir de la mente en cuanto capacidad de razonar, o puede surgir en lo que, de momento, llamaremos “experiencia no mediada por la mente”. Las diferencias, según lo hagamos desde uno u otro lugar, serán decisivas.

 

Cualquier respuesta que provenga de la mente será necesariamente reductora, por dos motivos: porque la mente es solo una parte de nuestra identidad, y porque únicamente puede operar delimitando aquello a lo que se refiere, es decir, objetivando.

 

La mente es incapaz de decirme quién soy yo; me ofrecerá solo una “idea del yo”, un mero concepto que, forzosamente, me objetivará. Para ella, soy únicamente un yo individual y separado (un “objeto”). Precisamente por eso, debido a su carácter reductor, las respuestas que ofrece la mente no logran sacarnos de la ignorancia ni liberarnos del sufrimiento.

 

 La mente es una herramienta admirable…, siempre que ocupe su lugar. Como escribe la doctora Joan Borysenko, “la mente es un siervo maravilloso, pero un amo terrible”.

 

Porque tiene límites muy claros, que necesita reconocer humildemente: solo puede trabajar en el mundo de los objetos –pensar es objetivar- y se convierte en tiránica cuando se arroga cualquier tipo de protagonismo.

 

Con otras palabras: la mente no puede captar lo que no es objeto. Pero existe un modo de conocer previo a la razón, al que nos referiremos en la  próxima entrega.

Semana 24 de enero: UN MOMENTO HISTÓRICO PRIVILEGIADO

Vegetación

No sé si los humanos tendemos a absolutizar el momento histórico que nos toca vivir. Pero me parece innegable que el nuestro posee unas connotaciones que lo hacen único.

 

         Nunca como ahora habíamos tenido la posibilidad de acceder a tantas visiones del mundo, a tantos sistemas de creencias y formas de entender la realidad. Nunca antes el mundo había sido visto como una “aldea global”.

 

         Globalización y pluralismo son dos de los términos que mejor explican la “novedad” de nuestro momento. Y ambos, unidos, hablan de “unidad en la diferencia”. Somos Uno en la pluralidad de formas. Si sabemos “leerlo”, esa mera constatación constituye una llamada a ampliar nuestra conciencia, a despertar, a crecer en espiritualidad…, es decir, a desprendernos de la identificación con nuestro ego y abrirnos a la Identidad compartida.

 

         La llamada “globalización” se manifiesta en todos los sectores. Y puede constituir –si empezamos a despertar- una oportunidad única para crecer en un holismo integrador, en el que las diferentes corrientes de sabiduría parecen estar en camino de encontrarse.

 

         Monjes budistas se sientan con científicos de Harvard para hablar de sati (mindfulness o atención plena) y de neurociencia; curanderos indígenas trabajan junto con médicos en grandes hospitales; físicos cuánticos y biólogos de los sistemas vivos vienen a confirmar la visión de la conciencia que sostenían las grandes tradiciones espirituales…

 

         En una palabra, la convergencia entre la antigua sabiduría espiritual y las últimas comprensiones científicas del mundo nos está proporcionando nueva luz para responder más ajustadamente a la pregunta de siempre: “¿quién soy?”.

 

         “¿Quién soy yo?”. Se trata de la pregunta esencial. Las respuestas erróneas o simplemente parciales nos sumen en la ignorancia, la confusión y el sufrimiento. La respuesta adecuada, por el contrario, encierra el secreto de nuestra libertad: es luz que genera un comportamiento verdaderamente humano.

 

         La pregunta esencial –tan antigua como el ser humano- nos remite a la espiritualidad. Y solo la respuesta ajustada nos permite despertar.

 

         En ese sentido, es totalmente ajustado afirmar que la práctica espiritual es una tarea de autoconocimiento, hasta responder adecuadamente a la pregunta “quién soy yo”. Con ello seguiremos…

Comprender la sabiduría