Semana 5 de marzo: OTRO CEREBRO


TENEMOS OTRO CEREBRO EN EL ABDOMEN

QUE SE ENCARGA DE LAS EMOCIONES

Un “segundo cerebro” funciona en el abdomen y regula emociones. Su red neuronal no elabora pensamientos, pero influye en el estado de ánimo y hasta en el sueño. Que se use la palabra “entripado” para referirse a un enojo podría no ser del todo metafórico.

Que el estómago “se cierre” en una situación estresante o que parezca poblado de mariposas ante el amor también tendría una explicación científica. El aparato digestivo está tapizado por una red de neuronas (células nerviosas) de tan amplio alcance que algunos científicos la han denominado “segundo cerebro”.

Ese cerebro, según estudios científicos recientes, influye en nuestro estado de ánimo, carácter y hasta en el ritmo de sueño.

Michael Gershon, investigador de la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos, y autor de “El segundo cerebro” (The Second Brain), un libro de referencia en las investigaciones sobre el tema, explica que, conocido técnicamente como sistema nervioso entérico, el segundo cerebro está compuesto por capas de neuronas –unos cien millones de ellas- ubicadas en las paredes del tubo intestinal.

El pequeño cerebro que tenemos en las entrañas funciona en conexión con el grande, el del cráneo, y en parte, determina nuestro estado mental y tiene un papel clave en determinadas enfermedades que afectan otras partes del organismo.

Además de neuronas, en el aparato digestivo están presentes todos los tipos de neurotransmisores que existen en el cerebro. De hecho, el 95 por ciento de la serotonina, unos de los neurotransmisores más importantes del cuerpo, se encuentra en el intestino.

Sin embargo, aunque su influencia es amplia, se deben evitar confusiones: el segundo cerebro no es sede de pensamientos conscientes ni de toma de decisiones.

Como puede leerse en una nota publicada por la revista de divulgación científica Scientific American, gran parte de la potencia neurológica del segundo cerebro se concentra en la ardua tarea diaria de la digestión.

Emeran Mayer, profesor de Fisiología, Psiquiatría y Ciencias del Bio-comportamiento de la Universidad de California, le dijo a esa publicación que una gran parte de nuestras emociones probablemente se vea influida por los “nervios de los intestinos”.

En el mismo sentido, Gershon afirma que el bienestar emocional cotidiano quizá también dependa de mensajes que el cerebro intestinal envía al cerebro craneano.

Guido Iantorno, jefe de la Unidad de Motilidad Digestiva del Hospital Bonorino Udaondo, le explicó a Clarín que, aunque de modo indirecto, a través del eje cerebro-intestinal, el sistema nervioso entérico puede influir en situaciones emocionales y en otros síntomas como la hipersensibilidad al dolor. Cuenta Iantorno que mediante tomografías computarizadas por emisión de positrones pudo comprobarse que, ante un estímulo en el intestino, en las personas con afecciones funcionales del aparato digestivo reacciona un sector del cerebro diferente del que reacciona en personas sanas.

“Esto significa que la corteza cerebral responde de diferente modo si se padece, por ejemplo, el síndrome de colon irritable”, dice Iantorno.

Algunos científicos piensan que en un futuro, algunos padecimientos intestinales podrían tratarse con terapias aplicadas a nivel neuronal. De hecho, el síndrome de colon irritable en parte deriva de un exceso de serotonina en el intestino, y quizá podría ser considerado una “enfermedad mental” del segundo cerebro.

Los trabajos de Mayer con el sistema nervioso del intestino lo han llevado a pensar que, en los próximos años, la psiquiatría tendrá que ampliar su alcance para tratar el segundo cerebro además del que está sobre los hombros. Consultado por Clarín vía correo electrónico, el científico Michael Gershon contó que ahora se sabe además que en el intestino hay células madre adultas que pueden reemplazar a las neuronas que mueren o son destruidas. Además, afirmó Gershon: “El sistema nervioso entérico le habla al cerebro y este le responde. El intestino puede afectar el humor, y la estimulación del nervio principal que conecta al cerebro con el intestino (el vago) puede ayudar a aliviar la depresión, y es usado para tratar la epilepsia”.

Para Gershon, el segundo cerebro tiene un papel en la mayoría de las cosas que enferman al intestino, desde el síndrome de colon irritable hasta las enfermedades relacionadas con la inflamación del intestino.

“Uno no puede vivir sin su sistema nervioso entérico. Hasta la constipación de la tercera edad es un problema del segundo cerebro. Necesitamos saber más sobre él para tener mayor información sobre cómo abordar muchos de los males más comunes de la humanidad”, le dijo el experto a Clarín.

El estómago es una red extensa de neuronas (100 millones) interconectadas. Su estructura neuronal posee la capacidad de producir y liberar los mismos neurotransmisores, hormonas y moléculas químicas que produce el cerebro superior.

En nuestro sistema digestivo se produce y almacena el 90% de la serotonina de nuestro cuerpo; su función es esencial: absorción, aporte nutricional y movimientos musculares. Es la misma serotonina que en un 10% se crea en nuestro cerebro superior y de la que depende nuestro bienestar. La famosa hormona de la felicidad la tenemos en el estómago, por eso debemos escuchar más al sistema digestivo. De cómo sintamos nuestras tripas depende nuestro ánimo. Si aprendemos a escuchar sus señales estaremos más sanos, perceptivos y equilibrados.

Desde la digestión podemos influir en nuestras emociones. Hay una relación continua de intercambio de información entre los dos cerebros. Un ejemplo: un estreñimiento crónico puede suponer una falta de serotonina, nos convierte en pesimistas y baja la libido.

Al cuidar tu estómago, puedes mejorar tu estado de ánimo. Si empiezas a reconectar, sentir, entender lo que te sienta mal, ser consciente de lo que comes y cómo, en quince días notas un cambio. La gente que escucha sus tripas, se hace masajes y sabe comer, transmite más equilibrio, comprensión, paciencia y son más intuitivos.

Si mimamos y relajamos el abdomen nuestras neuronas estomacales producen benzodiazepinas, las moléculas que usamos como ansiolíticos para relajar e inducir el sueño y para descontracturar músculos. Hay muchas sustancias químicas que nosotros producimos y que si no somos capaces de liberar, manifestamos depresión, ansiedad o cansancio crónico.

Para liberarlas podemos comenzar con pequeños cambios: comer bien y con paz. Ir al baño sin prisa, unos 15 minutos. Nuestro intestino se mueve un centímetro al minuto, es una ola de movimiento muscular lenta, tranquila y equilibrada, hay que respetarlo. Es muy beneficioso hacer un automasaje en la tripa, movimientos muy suaves empezando por el lado derecho y avanzando en el sentido de las agujas del reloj; eso relaja el sistema digestivo. Hacer diariamente diez minutos de estiramientos.

A media tarde, cuando aparece el cansancio, respirar con la barriga durante diez minutos. Un vaso de agua caliente en ayunas con unas gotitas de limón o menta activa la función muscular del estómago, vesícula e intestino. De vez en cuando un fin de semana de depuración a base de batidos de verduras es aconsejable. Y ejercicio regular.

Del sistema digestivo también depende nuestra piel. Nuestro sistema digestivo representa el 70% de las defensas. Si uno come mal, tiene mucho estreñimiento o gastroenteritis, infecciones, o toma muchos antibióticos, se trastorna todo el tráfico, es decir la función de filtrar, defender, eliminar y absorber.

Cuando este sistema depurativo, el más grande del cuerpo, funciona mal, otro órgano, como la piel, toma su función. Las consecuencias son dermatitis, psoriasis, acné, piel atópica, manchas… síntomas cuyo origen en un 80% es intoxicación interna.

Hay una conexión directa entre el envejecimiento precoz y procesos degenerativos tanto de piel y articulaciones con la salud del estómago. Ya lo estudió Iliá Mechnikov, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1908: la fermentación pútrida en el intestino es la razón principal del envejecimiento precoz. Y el estreñimiento y la putrefacción proteica están vinculados al desarrollo del cáncer y a los procesos degenerativos sistémicos prematuros. Si la célula esta bien nutrida e hidratada y mantiene adecuadamente el proceso de eliminación y desactivación de las toxinas y de los radicales libres, puede estar joven y activa durante mucho tiempo.

Con la vida que llevamos (sedentaria, estresada, alimentación cuya calidad no está muy controlada…), no eliminamos todo lo que ingresamos y por tanto absorbemos toxinas, sufrimos putrefacción, inflamación, intoxicación y bajan las defensas. Un tratamiento para el colon una vez al año es muy recomendable.

Es recomendable igualmente que de vez en cuando, durante un mes, se retiren de la dieta trigo, azúcar, lácteos y alcohol; y fuera cereales, salvo arroz, avena y algo de centeno.

Fuente: www.barcelonalternativa.es

Semana 26 de febrero: SENTIMIENTOS Y CRECIMIENTO PERSONAL (II)

Sensibilidad es capacidad de vibrar

         Si tuviéramos que resumir en una sola palabra lo que es común a la sensación, al sentimiento y a la emoción, esa palabra sería “vibración”. En todos esos casos, nuestro cuerpo vibra a diferente intensidad, según lo que se halla en juego. Un cuerpo vivo es un cuerpo vibrante, tanto en el registro “positivo” (agradable) como en el “negativo” (doloroso); una persona “viva” es la que se halla en contacto consciente con lo que bulle en su interior.

         Sensibilidad es, pues, capacidad de vibrar, pero esa capacidad es deudora de la historia psicológica del sujeto, del “color” y de la intensidad de los fenómenos que han quedado registrados en ella. Como consecuencia de esa historia, la sensibilidad ha podido quedar congelada/endurecida, hipersensible o armoniosamente vibrante. 

         Ante el sufrimiento emocional reiterado, en el niño se activa un automático mecanismo de defensa, por el que endurece su cuerpo, entrecorta la respiración –que pasa de ser diafragmática a torácica- y se sitúa en la cabeza, poniendo en marcha un funcionamiento cerebral caracterizado por la “rumiación”. En ese proceso, su sensibilidad queda congelada o endurecida; se ha reducido, minimizado o incluso prácticamente anulado la capacidad de sentir.

         El sufrimiento emocional reiterado provoca también heridas que dejan huella en el psiquismo, convirtiéndose en “focos” de perturbación, que generan en la persona una hipersensibilidad exagerada o, en el otro extremo, una sensibilidad congelada o bloqueada. En ambos casos, el sujeto tenderá a reaccionar de una manera habitualmente desproporcionada ante los diferentes estímulos de la vida cotidiana.

         Cuando la historia afectiva del niño ha sido “sana”, la sensibilidad se halla en condiciones favorables para poder vibrar de un modo ajustado, reflejando adecuadamente –en el “doble registro”, placentero o doloroso- la vivencia de la persona que, siempre en contacto con sus sentimientos, se percibe vibrante y armoniosa.

         En el estado de rigidez (o congelación), el cuerpo se encuentra igualmente rígido y es la mente la que asume un papel protagónico. En el de hipersensibilidad, el cuerpo participa de la misma inquietud y la persona se vive “a flor de piel”. En ambos casos, la persona se halla lejos de lo mejor de sí y, esclava de sus miedos y/o defensas, sufre los vaivenes emocionales, alternando momentos de caos con otros de rigidez.

Se requiere una sensibilidad mínimamente sana y vibrante para que la persona pueda acceder a su dimensión más profunda, donde encontrarse con su propio centro integrador. Al anclarse en él, tanto la mente como la sensibilidad dejan de monopolizar el funcionamiento de la persona, situándose ambos en el lugar que les corresponde dentro del conjunto unificado del psiquismo humano.

Semana 26 de febrero: AMOR Y FÁRMACOS

“Curo más con el amor que con los fármacos”.

Entrevista de Ima Sanchís a Jordi Domingo, psiquiatra, en La Contra, de La Vanguardia, 20 enero 2017.

 Un hombre bueno.

Creó el servicio de psiquiatría del hospital General de Catalunya y el del Centro Médico Delfos. Es psiquiatra del Cottolengo y especialista en acompañamiento a la muerte. En la Fundación Nepp (fundacionepp.org), que él preside y abierta a quien quiera colaborar, ayudan a integrar el trastorno mental en España con diferentes programas. Han trabajado y trabajan (creando hospitales, orfanatos, dando apoyo farmacológico, formación médica…) en Haití, Guinea Ecuatorial, Turquía, Mozambique… Ahora se embarcan en la organización de una marcha integrada por niños a los campos de refugiados saharauis para recaudar fondos y reconstruir un hospital pediátrico en la zona liberada, porque “ningún niño debería morir”.

 Soy un psiquiatra biologista conductual clásico.

Lo sé.

Y puedo asegurar que curo más con el amor que con los fármacos, así que combino ambas cosas.

Sufrimos una epidemia de ansiedad.

Sí, de ansiedad y de depresión. Mi teoría es que se debe a la falta de valores. La clave está en potenciar tu alma, la capacidad de amar y de dar.

La clase media venida a menos sobrevivimos entre interminables obligaciones.

Ese exceso de obligaciones y trabajo nos impide crecer espiritualmente.

No cabe en la agenda.

Por eso olvidamos que nacemos con la felicidad dentro. Crecemos y la buscamos fuera, y así apagamos el entusiasmo y la satisfacción de dar lo que tenemos. Desesperados, hacemos meditación para reducir nuestra ansiedad, pero en general no para crecer. Estamos en mínimos.

Necesitamos a los otros para crecer.

Sí, necesitamos ser amables con los demás, poner en práctica nuestra generosidad, paciencia y capacidad de comprensión para desarrollarlas; esto es crecimiento interior.

Amar es un verbo que se debe conjugar.

Los estudios demuestran que los niños que crecen con sus abuelos en casa son más felices y equilibrados. Pero hoy, como molestan y no producen, los dejamos en residencias.

Hábleme como psiquiatra.

Le estoy hablando como psiquiatra. Le aseguro que la mejor medicina para acabar con la propia ansiedad o depresión es dar amor, a tus plantas, a tu perro, a tu gente…, y si puedes, a todo aquel con quien te cruzas. Pero dar amor para recibir amor…, eso es un contrato.

Perdone, pero si das y no recibes nada, eso es el desierto.

El otro será el desierto, no tú. Le aseguro que ayudar a morir a una persona te llena de vida. Nosotros lo hacemos y no cobramos por ello, lo que nos causa problemas en el hospital, que es privado. El concepto de amor está muy equivocado en nuestra sociedad. Amor es dar.

Creía que los psiquiatras no deben involucrarse emocionalmente con sus pacientes.

Yo quiero a mis enfermos, tengo 55.000 historias abiertas, e intento curarlos con pastillas, con psicología y con amor. “Doctor –me dicen–, que usted quiera que yo esté bien me da fuerza para estar bien”.

Es usted un extraño psiquiatra.

He pasado muchos años y muchas horas en ­manicomios con enfermos muy graves y medicados, pero a los que el amor también les llega.

Ahora viven en hospitales psiquiátricos.

Sí, han perdido los jardines. Son enfermos que viven encerrados en sí mismos, esquizofrénicos graves, pero responden al amor. Yo he tenido la suerte de buscar siempre la bondad.

¿Por qué?

Mi madre me regaló una gran lección. Tuvimos una cocinera durante 40 años en casa; cuando se hizo viejecita se quedó inválida y mi madre nos dijo: “María se queda en casa”. Hasta que murió, siete años después, mi madre le limpió el culo. Teníamos servicio, así que le pregunté: “Mamá, ¿por qué no lo hace la asistenta?”.

¿Y qué le contestó?

“Porque no es su trabajo. El trabajo de cuidar a María es mío”. Fue una lección absoluta de valores humanos que me ayudó a crecer.

¿Un científico creyente?

Yo no creo en Dios, ojalá, pero sí en la bondad, y en su carencia, que se parece mucho al mal. A los 18 años trabajé en un orfanato en Barcelona; los niños me contaron que sufrían abusos sexuales; cuando dije a la dirección que lo iba a denunciar me amenazaron, me asusté y lo dejé.

Una carga.

Empecé a ir a África como psiquiatra voluntario. En Guinea Ecuatorial trabajé en la lepro­sería de Micomeseng. Me acercaba a ellos, les acariciaba y se les iluminaba la cara, había ­leprosos a los que hacía cuarenta años que nadie tocaba.

Con el tiempo creó la Fundación Nepp y levantó un orfanato en Mozambique.

Sí, en una zona asolada por el sida donde había miles de niños huérfanos. Hicimos pozos de agua, una casa de salud… Luego el pueblo saharaui me pidió que tratara a sus enfermos, y me ocupé de montarles un hospital psiquiátrico, enviar medicinas y formar personal.

Los campos de refugiados saharauis están llenos de niños…

Hay 50.000 en muy malas condiciones. En el último viaje vi como les arrancaban los dientes sin anestesia. Les compré un buen equipo y les envié anestesia, y pude ver cómo le sacaban un diente a una niñita sin que le doliera…, me emocioné, podría ser mi nieta.

Entiendo.

Estamos organizando una marcha multitudinaria para octubre a través del muro minado que divide el desierto del Sáhara, una fortificación de más de 2.800 kilómetros rodeada por más de siete millones de minas que matan a diario, sobre todo a niños, para dar a conocer al mundo los tan olvidados valores humanos.

¿Cuál es el objetivo?

Construir un hospital pediátrico en la zona liberada. Necesitamos un euro por mina para evitar el sufrimiento infantil. Haremos la marcha con niños de distintos países, para que niños ayuden a niños. Ellos no están en guerra. Son el futuro. Hay que darles valores, la posibilidad de que construyan un mundo más justo en el que vivir, que conozcan la sensación de dar.

Semana 19 de febrero: SENTIMIENTOS Y CRECIMIENTO PERSONAL (I)

Me parece muy positivo el interés creciente por el mundo de los sentimientos porque, solo favoreciendo una relación consciente y ajustada con ellos, es posible la integración de la persona. Por el contrario, lejos de ellos ­–encerrados en el hemisferio izquierdo-, nos encontramos a distancia de nosotros mismos y de la vida, y confundidos con ellos –reducidos al hemisferio derecho-, caemos en la inconsciencia, el autoengaño y el sufrimiento crónico e inútil.

         En el primer caso, somos víctimas de la rigidez; en el segundo, del caos. Y como bien explica el psiquiatra y neurocientífico Daniel Siegel, la armonía psicológica discurre como “un río de integración entre las orillas del caos y de la rigidez[1].

         Afortunadamente, la «educación emocional” va adquiriendo un relieve cada vez mayor en los distintos actores que trabajan en el mundo de la educación. Empieza a ser un lugar común afirmar que el cuidado exclusivo o preponderante de la llamada “inteligencia operativa” no garantiza la salud psicológica de la persona. Es necesaria una atención expresa y operativa al mundo de los sentimientos y emociones si queremos que niños y jóvenes crezcan en unificación psicológica: serenidad, autonomía, benevolencia, alegría, amor, solidaridad…

         En estas entregas, intentaré plantear un “marco” de referencias que permitan clarificar el lugar de los sentimientos en el conjunto de nuestra persona, y orientarnos en nuestro hacer con ellos.

Sensación, sentimiento, emoción

          Para empezar, una constatación elemental: estamos sintiendo constantemente…, aunque no nos enteremos, no seamos capaces de nombrar lo que sentimos, o nos hallemos “encerrados” en los vericuetos de nuestra mente. Incluso totalmente alejados de ellas, lo cierto es que somos seres habitados de sensaciones incesantes; y no puede ser de otro modo, porque vivir es sentir.

         Entendemos por sensación todo mensaje corporal: desde el contacto de los pies con el suelo hasta la percepción de la temperatura que hace en este momento en nuestra habitación; desde el calor de las manos que se entrecruzan hasta el dolor de muelas que no logramos calmar. Somos, permanentemente, un mar de sensaciones inagotables. Pero solemos vivirnos tan distantes de ellas, sobre todo de las más tenues y profundas, que no es extraño que, ante la pregunta: ¿qué estás sintiendo?, muchas personas no sepan qué responder.

         Algunas de esas sensaciones corporales conllevan una alteración anímica, afectan a nuestro estado de ánimo, es decir, tienen un contenido psicológico: son los sentimientos. Por lo que, aunque todo sentimiento es una sensación –un mensaje corporal-, no toda sensación es sentimiento.

         Cuando, finalmente, algunos sentimientos aparecen “cargados” con una intensidad especial, hablamos de emociones. La emoción denota un “plus” añadido, que toma a toda la persona, y que solo puede evacuarse a través del propio cuerpo –no olvidemos que la emoción es también una sensación corporal-, en forma de llanto, grito, golpe, movimiento… Por eso, una vez evacuada, lo que queda es el sentimiento de base.

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[1] Daniel J. SIEGEL es autor de libros sumamente interesantes, entre los que cabe destacar los siguientes: Mindsight. La nueva ciencia de la transformación personal, Paidós, Barcelona 2011; El cerebro del niño, Alba, Barcelona 2012; Tormenta cerebral. El poder y el propósito del cerebro adolescente, Alba, Barcelona 2014; Viaje al centro de la mente, Paidós, Barcelona 2017.

Semana 19 de febrero: NO TENGO HIPOTECA

Begoña ABAD, Diez años de sol y edad (Antologia 2006-2016), Pregunta, Zaragoza 2016, p. 37.

 

No tengo hipoteca, no tengo dueño.

No tengo coche, no me conducen.

No tengo título, no me admiran.

No tengo bienes, nadie me envidia.

No tengo grupo, nadie me retiene.

No tengo deseos, nada me ata.

No tengo sexo, nadie me entiende.

No tengo futuro, soy dueña del hoy.

No tengo resentimiento, nadie me inquieta.

No tengo deudas, nadie me persigue.

No tengo dioses, nadie me condena.

Soy demasiado mayor para estas cosas,

                                 por eso soy obscenamente feliz.

Semana 12 de febrero: ESPIRITUALIDAD Y NARCISISMO (y II)

Decía un filósofo recientemente que todo aquello que nazca del ego, aun con la mejor intención, no conseguirá sino incrementar la locura del mundo. Porque el ego (yo) imprime necesariamente su propio sello, hecho de deseos y miedos, que antes o después harán acto de presencia. Se trate de un “yo cómodo” o de un “yo comprometido”, ninguno de ellos transformará la realidad; ambos son narcisistas –yo es sinónimo de narcisismo- y no podrán llevarnos más allá de su propia irrealidad.

         Por tanto, todo aquello que no nos ayude a desidentificarnos del yo, gracias a la comprensión de que no somos él, tendrá un recorrido muy corto. Y, con frecuencia, no hará sino alimentar el ego y reducir nuestra visión y nuestro comportamiento a su medida.

         Mucha gente religiosa se pregunta qué ha sucedido para que, a la vez que aumenta la desafección hacia la institución religiosa o la religión en general, crezca intensamente la búsqueda espiritual. Algunos llegan incluso a señalar el narcisismo como origen de una búsqueda que caracterizan como “intimista” o egoica.

Sin embargo, quienes se comprometen en un camino espiritual aprenden pronto que la búsqueda ni es cómoda ni es intimista, sino que supone una revolución que trastoca a la persona por entero, desnudándola de todo aquello a lo que se había aferrado y abriéndola a los otros y a lo otro. En mi opinión, entre muchos factores de diverso tipo que no es posible ahora enumerar, un motivo no menor que explica el “deslizamiento” desde la religión institucional hacia la espiritualidad no religiosa tiene que ver con el “contenido” que ofrece la propia religión: pareciera que hemos llegado a un punto en que las personas no desean aprender el catecismo –apoyarse en un sistema de creencias que sostienen al yo-, sino experimentar la verdad.

         Pero es justo aquí donde me parece advertir una mayor dificultad precisamente para personas religiosas. La adhesión a sus creencias, que han identificado con “la verdad”, les hace difícil, si no imposible, la apertura limpia y desnuda a la misma. Quien cree poseerla –en la idea, además, de que es “revelada”- se está negando, de hecho, la misma posibilidad de hallarla.

         Algo parecido puede ocurrir con el “compromiso”. Con frecuencia, la persona religiosa da por hecho que es “comprometida”, por lo que no es fácil que ponga en cuestión su vivencia.

         Finalmente, el camino espiritual requiere de un despojo, desapropiación o desidentificación progresivos. Ciertamente, esto resulta una tarea sumamente ardua para una personalidad narcisista. Pero también aquí la persona religiosa encuentra un hándicap inconsciente, que consiste en el hecho de dar por supuesto que ella ya ha vivido aquella renuncia. Con lo cual, es probable que permanezca aferrada a la “seguridad” que le aportan sus creencias y se cierre a lo que el camino espiritual requiere.

Por todo ello, más allá de discusiones teóricas, me parece que lo realmente decisivo se juega en crecer en comprensión de lo que realmente somos.

Será esa misma comprensión la que nos haga ver la realidad y nuestras antiguas creencias con una luz nueva. El camino pasa por la desidentificación del yo y de sus apegos, conectando con nuestra verdadera identidad, aquella en la que nos reconocemos uno con todos los seres. De la comprensión brotará el compromiso en forma de compasión.

Lo que me parece claro es que lo importante no son las creencias –o no creencias- que cada cual pueda tener, sino el nivel de consciencia desde el que nos vivimos. La pregunta decisiva, por tanto, no es ¿qué creencias tengo?, sino ¿desde dónde me vivo?

Si vivo desde la mente, poco importa que adopte unas creencias u otras; no habré salido del estado mental, caracterizado por una creencia errónea acerca de quien soy. Solo si soy capaz de tomar distancia de la mente, podré vivir en un estado de presencia: habré salido de la consciencia de separación radical para experimentar la consciencia de unidad con todo y con todos. Esto es lo que permite superar el narcisismo porque, a diferencia de lo que ocurre en el estado mental, en el estado de presencia el yo se disuelve por completo. Ello significa que jamás podremos resolver el narcisismo desde la mente, sino tomando distancia de ella, hasta reconocer que no somos el yo que la mente piensa, sino la presencia (consciencia) que compartimos con todos los seres.