Semana 12 de noviembre: ANTE TODO LO QUE APARECE (Jeff Foster)

“La ley es simple. Cada experiencia se repite o se sufre hasta que la experimentas adecuada y completamente por primera vez” (Ben Okri).

Justo en el momento en que tenemos un encuentro con el enojo, con la tristeza, con el miedo, con la duda, con el dolor, en su estado puro, no filtrado y completamente natural; sin el intento de evitarlo, ni de adormecernos ante él, sin manipularlo de alguna forma, sin convertirlo en nuestro enemigo, ese ciclo del karma relacionado a ese aspecto en particular de la experiencia, se rompe.

Cuando hay resistencia hacia aquello que ya es, cuando se trata de evitar lo que surge en la vida, cuando se rechaza alguna experiencia, cuando uno rehúsa a convivir con ESTO tal y como es, ese enojo puro, natural, se solidifica como “mi enojo”, y nace entonces una (falsa) identidad. Ahora me identifico como “el que está enojado” (o “el que está frustrado” o “el miedoso”, y así sucesivamente.)  He olvidado que soy ese vasto espacio de consciencia en donde todas las sensaciones y sentimientos tienen el absoluto permiso de surgir. Olvidé que lo que realmente soy es, por naturaleza, algo no identificable e incapaz de juzgar…, ¡sin tener que “intentar” serlo! Olvido mi verdadera identidad como la vida misma. Olvido la vastedad y me identifico como una “cosa” muy limitada, un objeto dentro del tiempo y el espacio. Es aquí donde nace el karma. Y donde comienza la violencia.

La historia del karma, la historia de la causa y el efecto, es la historia de “este objeto o persona HIZO que me enojara”. Repito la historia una y otra vez, me la repito a mí y a los demás, a través de mis palabras y mis acciones. Estoy inconscientemente jugando el papel de “la persona enojada”, y a partir de ahí…, ¡voy por todos lados buscando cosas y personas con QUIEN enojarme! Árboles, autos, animales, palabras -cualquier cosa es buena-. Si no hubiera objetos o personas con QUIEN enojarme, ¿cómo podría yo reconocerme como “el enojado”? ¡Por eso creo que debo alimentar esa identidad! Me protejo a mí mismo de la muerte de esa identidad, proyectando mi enojo hacia todo y todos los que veo. Ahora viene hacia mí un momento eterno de enojo y así es como el ciclo comienza. Me identifico como una persona separada.

Años después, podría seguir regurgitando la misma historia, repitiendo la experiencia incansablemente, recordando la historia de “yo y mi enojo” y la justificación acerca de por qué estoy enojado, lo mal que todo salió, lo horrible o terrible que tal o cual persona hizo. Puedo repetir esto a mis hijos, y ellos lo repetirán a sus hijos, y la identificación pasará a través de las generaciones, y el círculo del prejuicio y la violencia se mantendrá intacto. Ese es el verdadero significado de la reencarnación. Y todo esto continúa hasta que el ciclo se rompe, en el momento, a través de la profunda aceptación de lo que surge. 

El Amor, en el sentido profundo de la palabra, destruye el karma.

En la absoluta aceptación, esa energía pura de vida que llamamos “enojo” (o miedo, o dolor…) es aceptada profundamente conforme surge en el momento, y es reconocida como yo mismo. Esa sensación natural está profundamente admitida aquí para que viva su breve existencia y muera a su debido tiempo. La etiqueta “enojo” ni siquiera tiene la necesidad de surgir, ya que ninguna etiqueta es necesaria en el misterio de esto. Y estas etiquetas, si es que llegan a surgir, son también bienvenidas como parte del misterio. La sensación es bienvenida, y tiene permiso de estar, y permiso de pasar con su propia dulce forma. La intensidad de la vida se recibe con un bello abrazo.

Los pensamientos, sensaciones y sentimientos surgen en el océano que somos, los “hijos” de la consciencia, como yo les llamo -sí, ¡la consciencia es el padre supremo!-, no se abortan, no se les aplica la eutanasia, no son negados. Se les honra. Se les conoce en presencia. Nunca se convierten en enemigos. Y así, nunca nos identificamos como seres limitados. “El enojado” jamás nace -solo hay un momento de enojo-. “El frustrado” nunca tiene por qué surgir -solo surge un momento de frustración-. “La víctima del dolor” jamás tiene la oportunidad de echar sus raíces -hay solo esa fuerte sensación a la que llamamos “dolor”-. Y todas esas olas surgen y se disuelven en el vasto océano que somos, nunca se vuelven “permanentes”. “El herido” se reconoce ahora por la imagen transitoria que realmente es. “La víctima” es solo una historia, aquí en la vastedad que eres. El recuerdo de esta vastedad -que es la vastedad que nos compone a todos- reverbera a través de las generaciones. 

El karma nunca se crea y, tampoco se transmite. Tú no te relacionas con tus seres amados como “la persona enojada” o “el herido” o “el temeroso”, sino como la vastedad ilimitada en donde la ira, el miedo, el dolor, la duda, en donde toda energía es profundamente permitida a surgir y caer. Sanándote a ti mismo de una identificación errónea, otros sanarán automáticamente gracias a “ti”. El karma ya no se “genera” y así, el ciclo se rompe.

Un momento presente no es solo un momento presente. Es precioso y sagrado y está preñado de potencial. Es una invitación para liberar a tus seres queridos de “ti”, ahora y en las generaciones futuras al dejar de participar en la creación del karma. Liberándote a ti de esa manera, liberas al universo para siempre.

Jeff Foster.

Semana 5 de noviembre: EL YO Y LOS SENTIMIENTOS (y III)

Decía en la entrega anterior que los sentimientos son moralmente neutros. Sin embargo, eso no niega que, al menos desde una perspectiva pedagógica, reconozcamos sentimientos “constructivos” y “destructivos”: el amor, la alegría, la paz, la solidaridad, la compasión… formarían parte del primer grupo; el odio, la apatía, la tristeza, el malestar, el egocentrismo… se incluirían en el segundo.

          Esa clasificación tiene una finalidad pedagógica, porque nos ayuda a ver que el tratamiento que corresponde a cada uno de esos grupos ha de ser diferente.

          En el caso de los sentimientos que hemos llamado “constructivos”, se trata de reconocerlos como reflejo de nuestra verdadera identidad: amor, alegría, paz, solidaridad, compasión…, es lo que somos. Por tanto, cuando tales sentimientos se despiertan o afloran, lo adecuado es permitirnos sentirlos conscientemente e impregnarnos de ellos, sin apropiación, reconociendo que brotan de lo que –más allá de nuestro psiquismo- realmente somos.

          En el caso de los sentimientos denominados “destructivos” –aunque en realidad, hablando con rigor, únicamente es destructiva la actitud que lleva a identificarse con (o reducirse a) ellos-, los pasos a realizar serían los siguientes:

  • identificarlos, nombrarlos, verbalizarlos,
  • dejarse sentirlos,
  • aceptarlos,
  • no reducirse a ellos,
  • comprender (descifrar) de dónde vienen,
  • acogerse a sí mismo/a desde un amor incondicional
  • y vivirlos desde la identidad profunda.

          Con esas claves, se puede favorecer y potenciar el crecimiento psicológico. Porque solo el contacto con los propios sentimientos permite habitarse a sí mismo/a y vivir en el presente.

          La lejanía del propio cuerpo y de los propios sentimientos implica distancia de sí y, en último término, distancia de la vida. Es cierto que la lejanía empezó como una huida, y siempre que esta se produjo es porque hubo miedo: el miedo es lo que nos hizo (hace) huir.

          Por eso, tendremos que encontrar el modo de “mirar de frente” al miedo –o a cualquier sentimiento del que hemos tendido a alejarnos-, si queremos vivir conectados con nosotros mismos y con la Vida que constituye, en último término, nuestra identidad más profunda.

          Y en ese camino, cualquiera puede experimentar –como han enseñado todas las grandes tradiciones espirituales- que es el cuerpo la gran puerta que nos trae al presente. Ejercitarnos en sentir el cuerpo –o en vivir la respiración consciente- es una de las herramientas más eficaces para “volver a casa”.

          La conclusión parece clara: ante cualquier cavilación mental o rumiación (con el consiguiente peligro de identificarte con los sentimientos y reducirte a ellos), ante cualquier tendencia a huir (con el consiguiente peligro de represión y rigidez), párate: siente lo que hay, sin dar vueltas, sin contarte “historias mentales”…, o lleva la atención a la respiración.

          Acoge el sentimiento que sea, acéptalo, “míralo a los ojos”, permitiéndole estar en tu campo de consciencia, pero sin olvidar en ningún momento quién eres. Consciente de que ese sentimiento no da ni quita nada a tu verdadera identidad: quien realmente eres está siempre a salvo.

          Y observa que, tras cualquier malestar, siempre hay un pensamiento erróneo que te estás creyendo, y al que le estás dando poder sobre ti. Por eso, al mismo tiempo que te acoges con el sentimiento doloroso, pregúntate qué pensamiento ocupa tu mente. Descúbrelo y atrévete a decirle: “eres solo un pensamiento; no tienes más poder que el que te da mi propia creencia; no eres real, así que dejo de creer en ti”.

          Para verificar el cambio, advierte cómo te sientes cuando quitas ese pensamiento. Y, apoyado en una atención desnuda de pensamientos, permítete descansar en lo que es.

Semana 5 de noviembre: LA VIDA…

No es posible escapar de la Vida.

Nadie puede concebirla como algo “Otro”, distinto del mundo y de sí mismo. Somos la Vida. O, más propiamente, Ella nos es.

No hay que demostrarla; su realidad no precisa ser objeto de sesudas discusiones filosóficas ni de disputas teológicas.

Nadie puede negarla, porque es la misma esencia y realidad de quien la niega. Si no puede ser conocida como un objeto, no es por su lejanía o extrañeza, sino por su absoluta cercanía. ¿Cómo puede el pensamiento comprender Aquello que piensa en él? ¿Cómo el ojo puede ver Aquello que ve a través de todos los ojos y que posibilita y sostiene la visión?…

No es un Ideal supremo que alcanzar, porque todo está permeado por Ella; y Ella, a su vez, no tiene más fin que Sí misma.

No puede ser objeto de un credo, porque lo más evidente y directo no precisa ser objeto de fe.

No requiere de ritos que mendiguen su atención, porque nuestro rito y nuestra petición son ya de hecho una manifestación de la Vida. El único ritual que le es acorde es aquel que la celebra y que, al hacerlo, permite comprender Su íntimo sentido, porque la Vida es una constante celebración de Sí misma.

La Vida no es lo sagrado frente a lo mundano o lo profano, porque la Vida es todo y es indisociable de sus manifestaciones. El vuelo de un ave es sagrado si se sabe ver en él una expresión de la Vida. Una brizna de hierba también lo es, porque su esencia, el Tao, es inmortal. Y no es más sagrado un templo que la intimidad de nuestro dormitorio, la calle por la que diariamente transitamos o un valle sesteando al Sol, siempre que se comprenda que todos esos espacios son símbolos del único Espacio en el que todo acontece: la Vida.

Mónica CAVALLÉ.

Semana 29 de octubre: EFECTOS DE LA MEDITACIÓN

DESCUBREN POR QUÉ FUNCIONA LA MEDITACIÓN

 Modifica las zonas cerebrales relacionadas con los objetivos de las técnicas empleadas

La práctica de la meditación modifica las zonas del cerebro vinculadas a la atención, las competencias socio-afectivas y socio-cognitivas dependiendo de las técnicas mentales empleadas, ha comprobado un estudio. Es la primera vez que se determina qué tipo de práctica mental produce qué efecto y cuáles son los procesos cerebrales implicados en cada técnica.

          La meditación cambia la arquitectura de algunas zonas del cerebro y consigue mejorar las habilidades sociales y reducir los niveles de ansiedad, ha descubierto un nuevo estudio realizado por científicos del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y del Cerebro en Leipzig, Alemania, cuyos resultados se publican en Science Advances.

Ya se sabía que la meditación se desarrolla mediante una variedad de técnicas de entrenamiento mental que, en principio, pueden ser practicadas por cualquier persona. También se ha demostrado repetidamente que la meditación puede tener un efecto positivo en determinados aspectos de la salud y del bienestar. 

Sin embargo, hasta ahora, no estaba claro qué tipo de práctica mental produce qué efecto y cuáles son los procesos subyacentes de los efectos detectados, y es lo que aporta de nuevo esta investigación.

En esta investigación participaron 160 personas que realizaron tres programas de entrenamiento,  cada uno de ellos de tres meses de duración y centrados en un área específica de habilidades.

El primer programa estuvo dedicado los factores de conciencia y atención plena, en el cual los participantes realizaron técnicas básicas de meditación, respiración y atención a las sensaciones.

El segundo programa se centró en las competencias socio-afectivas, como la compasión, la gratitud, la empatía o la gestión de emociones difíciles. En este programa los participantes tuvieron que trabajar en parejas para compartir sus emociones.

 Actividades socio-cognitivas

En el tercer programa, centrado en actividades socio-cognitivas, como la autopercepción y adquirir la perspectiva de los otros, los participantes aprendieron a tomar diferentes perspectivas de aspectos de su personalidad a partir de experiencias subjetivas, que compartían a través de ejercicios específicos y en parejas.

Las 160 personas realizaron los ejercicios descritos para cada grupo durante 30 minutos al día, seis días a la semana. Al finalizar cada programa, los científicos registraron el estado de los participantes mediante test psicológicos, la medición de la actividad cerebral a través de resonancia magnética y también mediante diferentes análisis para establecer niveles de estrés en el cuerpo, como la liberación de cortisol.

Al concluir el primer programa,  los investigadores observaron cambios en áreas en la corteza cerebral vinculadas a la atención, mientras que al acabar los otros dos, centrados en las competencias socio-afectivas y socio-cognitivas, se vieron mejoras en aspectos como la compasión o la toma de perspectiva, con cambios en las regiones del cerebro donde se desarrollan esas habilidades. 

Por último, mediante un examen de estrés psicosocial, se descubrió que la secreción de cortisol, la hormona del estrés, disminuyó más de un 51%, aunque solo tras acabar los dos programas centrados en desarrollar competencias sociales. No se percibió esa bajada al acabar el primer programa, destinado a fomentar la atención. Sin embargo, al terminar cada uno de los tres programas, sí se había reducido la percepción subjetiva del estrés.

Cambios estructurales en el cerebro

«Nuestros descubrimientos muestran claramente que el entrenamiento mental diario, breve y específico puede producir cambios estructurales en el cerebro, lo que a su vez conduce a una mejora en la inteligencia social», explica la investigadora Tania Singer, en un comunicado del Instituto Max Planck. 

Singer destaca la relevancia de estos descubrimientos para el sistema educativo y la aplicación clínica, teniendo en cuenta que «la empatía, la compasión y la toma de perspectiva son competencias cruciales para el éxito de las interacciones sociales, la resolución de conflictos y la cooperación».

Los resultados, concluye Singer, muestran que cualquier adulto sano pueden mejorar competencias sociales cruciales necesarias para el éxito de la interacción social y la cooperación reduciendo el estrés a través de la meditación, y que cada ejercicio mental tiene un efecto diferente en el cerebro, la salud y el comportamiento.

«Dependiendo de la técnica de entrenamiento mental que se practique, cambiarán de forma significativa estructuras cerebrales específicas y los marcadores de comportamiento vinculados a ellas «, destaca Sofie Valk, autora principal del artículo. La investigación ha girado en torno al ReSource Project.

Referencia 

Structural plasticity of the social brain: Differential change after socio-affective and cognitive mental training. Science Advances  04 Oct 2017:Vol. 3, no. 10, e1700489. DOI:10.1126/sciadv.1700489

Fuente: http://www.tendencias21.net/Descubren-por-que-funciona-la-meditacion_a44202.html