Semana 9 de junio: LA CIENCIA Y LA REALIDAD

LA CIENCIA MISMA DEMUESTRA QUE LA REALIDAD OBJETIVA NO EXISTE

En 1952, Niels Bohr escribió: «Aquellos que no han entrado en shock cuando supieron de la teoría cuántica es porque no la entendieron». Esto es debido a que la física cuántica estremece completamente la realidad convencional de la física clásica, que sigue dominando en la mente colectiva. Mayormente la teoría cuántica destruye la noción fundamental de la ciencia: que existe una realidad objetiva, independiente de la observación subjetiva. Lo explicó así Werner Heisenberg: «Lo que observamos no es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza expuesta a nuestros métodos de interrogación»

          Seguimos viviendo intelectualmente en un mundo de hace más de 100 años, lo cual no es extraño, ya que lo que postula la física cuántica es realmente radical y va en contra de una noción profundamente arraigada en nuestra percepción: aquella de un mundo sólido separado en un sujeto y un universo de objetos. Pero, como dice José Ignacio Latorre, catedrático de física cuántica en la Universidad de Barcelona: «La ciencia desmonta el prejuicio de una preexistente realidad objetiva y local… La ciencia desmonta esta hipótesis que creíamos sólida. ¡Y con prejuicios… no eres científico!».

          Es un prejuicio lo que hacen la mayoría de los científicos: defender la objetividad de la realidad, algo hasta cierto punto natural pues, por la dureza de la costumbre, es más fácil moverse en un mundo donde se piensa que todas las cosas son sólidas e independientes. Asimismo, abandonar la noción de una realidad objetiva pone en crisis a la ciencia en tanto que coloca en entredicho muchos de sus fundamentos y su aparente poder por sobre las demás formas de conocimiento, esencialmente esa idea de que la ciencia tiene la exclusividad de lo «objetivo», un conocimiento superior que hoy sabemos que es ilusorio. Por otro lado, también es cierto que la física clásica funciona bien en el plano de la realidad ordinaria. Si olvidáramos que las cosas tienen una naturaleza espectral y metiéramos la física cuántica en el clóset, podríamos seguir adelante sin inquietarnos demasiado por la naturaleza fundamental del universo.

          Latorre explica: “La física clásica es determinista, pero todos los experimentos de mecánica cuántica demuestran que venimos del azar. Y nos enseñan humildad: ¡nos dicen que no tenemos derecho a conocer la realidad!… Cada experimento a escala subatómica, cuántica, nos dice que solo podemos captar alguna información (posición, movimiento…) del electrón y de otras partículas, ¡pero no conocer su esencia! En cuanto las miras, inevitablemente las perturbas y alteras… La realidad es un concepto sutil. Existe en la medida en que la miras. Acercarte a conocerla… la condiciona, ¡la crea!”.

         Lo anterior hace referencia al problema de la observación en la mecánica cuántica, algo que llevó a John Wheeler a formular su teoría de un universo participativo, en el cual el cosmos entero existe de manera dependiente de un observador y la información juega un papel primordial. Andréi Linde, uno de los físicos más reconocidos del mundo, nos recuerda esto mismo: “Debemos recordar que nuestro conocimiento del mundo empieza con la percepción, no con la materia. Estoy seguro de que mi dolor existe, porque mi «verde» existe, y mi «dulce» existe. No necesito prueba de su existencia, porque estos eventos son parte de mí; todo lo demás es una teoría”.

        ¿Acaso no es la más grande alucinación, defendida por tantos científicos materialistas, considerar que el mundo está lleno de objetos materiales independientes, de alguna manera autoexistentes, más reales que nuestra propia percepción? Esta noción es paradójicamente metafísica, ya que no podemos comprobar de ninguna manera que existan realmente estos objetos (de los cuales se deriva la objetividad) porque dependemos de nuestra percepción para conocerlos, les proyectamos una realidad metafísicamente.

http://pijamasurf.com

EL ESPÍRITU ES PAZ Y DINAMISMO

Festividad de Pentecostés 

9 junio 2019

Jn 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

 EL ESPÍRITU ES PAZ Y DINAMISMO

         Los relatos de apariciones asocian la experiencia del Resucitado a realidades específicas y fundamentales para el creyente: la paz, la misión, el perdón y el Espíritu.

          La paz (shalom) es el saludo del Resucitado, como había sido el saludo de los ángeles en el relato mítico del nacimiento: “Paz a los hombres, amados de Dios” (Lc 2,14). Si lo único que nos quita la paz es la mente no observada –las cavilaciones mentales–, es claro que la Presencia es sinónimo de aquella paz “que supera todo lo que podemos pensar” (Filp 4,7). No es extraño que en el Nuevo Testamento se llame a Jesús “nuestra paz” (Ef 2,14) y que Pablo hable reiteradamente del “Dios de la paz” (1Tes 5,23; Rom 15,33; Filp 4,9).

          La misión se presenta totalmente en línea con la del propio Jesús, tal como la entiende el cuarto evangelio: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. El eje de la misma no podrá ser otro que el de comunicar y favorecer la vida, ya que él ha venido “para que tengan vida, y vida en plenitud” (10,10).

          La misión no tiene nada que ver con el proselitismo ni nace porque alguien se crea en posesión de la verdad. Es algo mucho más hondo, gratuito y desapropiado. Sentirse “enviado” es, sencillamente, reconocerse como “cauce” a través del cual la Vida se expresa. Por eso mismo, no hay apropiación ni expectativas; se deja que la Vida sea. Por eso, en este sentido en el que lo estamos planteando, únicamente puede sentirse “enviado” quien ha dejado de identificarse con su yo, se ha desprendido del ego. El yo no puede nunca vivir como “enviado”, aunque lo proclame, porque su característica es vivir egocentrado, justo lo opuesto a ser cauce.

        El lector del evangelio sabe ya que una de las grandes promesas de Jesús fue el don del Espíritu. Promesa que ahora el autor explicita: “Exhalando su aliento sobre ellos” –las mismas palabras con que se narra la creación del primer hombre: “El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, exhaló en sus narices un aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente”: Gn 2,7)–, los “despierta” para que se hagan conscientes del Dinamismo y del Gozo, el Espíritu o Anhelo que nos constituye.

          El Espíritu nos capacita para ser “jueces” del mundo. El “perdonar y retener los pecados” se halla vinculado a la tradición sinóptica de “atar y desatar”. Los teólogos están de acuerdo en que la lectura que hizo el concilio de Trento, que vio en estas palabras la institución del sacramento de la penitencia, parece una interpretación dogmática, que va más allá de lo que el texto quiere expresar.

          El significado más ajustado parece ser otro: en línea con el llamado “testamento espiritual” de Jesús (Jn 13-17), en el que se habla del “Espíritu de verdad” que desenmascara el engaño del mundo, aquí también se reconoce a los discípulos, en cuanto habitados por aquel mismo Espíritu de verdad, la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso.  

¿Reconozco el Espíritu como el Fondo de lo que somos? ¿Qué experimento cuando me vivo desde ahí?

Semana 2 de junio: INHALO LUZ…, EXHALO LUZ…

Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y en mi estructura celular
cada molécula se enciende……
Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y me comienzo a conectar
con la energía de la Fuente…

Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y al disolverse la ilusión 
se van las sombras del olvido…
Inhalo luz…,
exhalo luz…,
¡siento brillar el corazón…, 
y vuelvo a ser quien siempre he sido…!

Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y esta expansión de la conciencia 
en su esplendor me va envolviendo…
Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y en este estado de inocencia 
soy como un sol resplandeciendo…

Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y es un océano de amor 
el que me baña por completo…
Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y veo que era en mi interior 
donde se hallaba el Gran Secreto…

Inhalo luz…,
exhalo luz…: 
la vibración comienza a ser
cada vez más intensa y alta…
Inhalo luz…,
exhalo luz…,
y algo me lleva a comprender
¡que ahora ya nada me hace falta!

Jorge Oyhanarte.

LO QUE SOMOS TRANSCIENDE EL ESPACIO

Festividad de la Ascensión 

2 junio 2019

Lc 24, 46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”. Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.

LO QUE SOMOS TRANSCIENDE EL ESPACIO

          Con ese texto concluye Lucas su evangelio (como es sabido, su relato continuará en la segunda parte de su obra, el libro de Los Hechos de los Apóstoles). Este final constituye un “cierre catequético”, que subraya algunas cuestiones que resultaban prioritarias para las primeras comunidades de discípulos.

          Por un lado, necesitaban entender el significado de la muerte de Jesús que, para ellos, había supuesto, no solo una decepción dolorosa, sino un auténtico escándalo: ¿Cómo Dios había podido permitir la muerte de su Ungido? Lucas responde: “Estaba escrito” (en la Torá o libro sagrado del judaísmo). Como si quisiera decirles: no dudéis; todo obedecía a un plan divino.

          Una segunda prioridad era la “misión” que debían asumir. Los discípulos son reconocidos como “testigos” y llamados a proclamar el anuncio del evangelio, comenzando –subraya expresamente Lucas– por “Jerusalén”, es decir, manteniendo las raíces del judaísmo de donde provenían.

          En tercer lugar, les asegura la fuerza divina (“de lo alto”) que, en el libro de Los Hechos, personificará en la figura del Espíritu y escenificará con el relato de Pentecostés (Hech 2,1-13).

          En cuarto lugar, alude a la “ascensión” (o “subida al cielo”), en un lenguaje mítico, que podía casar bien con la cosmovisión de la época que daba por sentado la existencia de tres planos o niveles en el espacio, pero que resulta inasumible con la cosmovisión contemporánea. Entre otras cosas, tal como es el universo, ¿dónde es “arriba” y dónde sería “abajo”?

          Finalmente, el texto concluye subrayando dos actitudes típicamente lucanas: la alegría y la oración en el Templo.

          Para advertir que se trata de un texto catequético es suficiente notar que el propio Lucas no tiene ningún reparo en contradecirse a sí mismo. Si hubiera tenido la pretensión de que el texto se hubiera aceptado en su literalidad, habría cuidado la contradicción manifiesta. Porque, mientras en el evangelio afirma que Jesús “sube al cielo” el mismo día de la resurrección (“el primer día de la semana”: Lc 24,1), en el comienzo del Libro de los Hechos escribe que Jesús se les apareció durante cuarenta días (Hech 1,3) hasta que “lo vieron elevarse” (Hech 1,9).

         La imagen de la ascensión o “subida al cielo” es una metáfora para referirse a la glorificación de Jesús. El crucificado ha sido exaltado, el aparente fracaso era en realidad triunfo, la Vida ocupa el universo entero, transciende el espacio y el tiempo.

        En ese sentido, la fiesta de la “ascensión” constituye la celebración de la Vida una, que el relato evangélico personaliza en Jesús de Nazaret pero que, en realidad, constituye una metáfora que nos alcanza a todos. Más allá de todas las circunstancias que acontezcan, la Vida se halla a salvo. Hay motivo para la alegría.

¿Me abro conscientemente a la Vida en mí y en todo lo que me rodea?

Semana 26 de mayo: EL RÍO ES MAR

El agua de nuestro río recorre todos y cada uno de los cauces de los diferentes arroyos que van a parar al MAR; pero no es una agua que pueda quedarse estancada ni retenida, tampoco puede ser definida ni acotada por ninguno de los arroyos ya trazados. Sí que nace de uno de ellos; pero no puede pertenecer a un cauce definido; si fuera así, perdería su especificidad y olvidaría su destino.
          Esta agua no ha nacido para la identificación particular con ninguna concreción, por mucho que admire cada arroyo, reconozca la belleza de sus contornos, sus piedras, sus laderas…. Sus aguas no pertenecen a ninguna acotación, no se reconocen en ninguna identidad concreta, y a la vez asumen la identidad de todos, pues detectan el común dinamismo que las hace fluir sin detenerse tanto en la específica parcelación que las parece definir.
          Se sienten nacidas para la inmensidad, para la acuidad, y en esa dirección desdibujan su particularidad, sin ningún temor a la pérdida, pues la recompensa en la ganancia de otras aguas es ilimitadamente mayor.
          No desprecian ningún cauce, pues saben que todos ellos van a parar al mar; los que realmente se dirigen hacia esa vastedad; pero no pueden asumir los nombres y las expresiones de las aguas de ningún canal, porque perderían la esencialidad de su fluir.
          No tratan de cambiar de nombre al río, y tampoco buscan recoger las aguas de otros arroyos, porque consideran que sería la misma especificidad pero vivida desde otro cauce; no son aguas que pasen de un arroyo a otro en un constante ir y venir recogiendo un poco de unas aguas y otro poco de otras…, tampoco eso ES .
         Son aguas que descansan en el Océano, en la confluencia de la diversidad de aguas, del patrimonio acuático y océanico de la humanidad, que como herencia universal nos pertenece a todos, sin distinción, ese es su real legado y su verdadera especificidad.
          Son aguas que anhelan disolverse en un MAR común, añoran un agua no parcelada en la que nadie distinga qué parte del mar le pertenece, y que tipo de agua le define, las aguas que se diluyen en ese Océano, no necesitan mayor identidad, pues su identidad ya descansa del todo en esa oceanidad.
          Esta espaciosidad ya se vive como reclamo de las diferentes olas que vienen y van, pues muchas de ellas, ya no quieren vivirse acotadas en una parcialidad, no porque vivan mal en la seguridad de los contornos bien definidos de su propio arroyo, sino porque ya sus aguas probaron la profundidad de otro mar y sus gotas alcanzaron un azul intenso que no les deja acotarse más.
          Cuando un arroyo quiere apropiarse de sus gotas, estas se deslizan de nuevo en dirección al MAR, no dejándose sujetar y volviendo una y otra vez a descansar en un despertenecido, libre y desapropiado MAR.
           No es más digno, ni mejor un destino que otro, todos …si el cauce es transparente, aguas vertidas en cauces abiertos y no autoreferenciados, iremos a parar al mar; no se trata de despreciar quien vive y quien muere en su arroyo particular, sencilla y humildemente se trata de ser fiel a la esencialidad que porta cada gota y a dejarse fluir desde esa fidelidad.
           Quienes encuentren descanso en el cauce de su propio arroyo que habiten en el, quienes ahí no encuentran ya descanso, deben buscar otro lugar, que no es tan fácil de hallar, porque ya no es el arroyo definido del que provenían sus aguas. Es pasar de ese arroyo acotado a otro lugar no encauzado, ni delimitado, ni definido, y que no puede llegar a convertirse en un arroyo más, pues sería de nuevo un cauce y volvería a ser una delimitación más…
          Es más un no arroyo reflejo del MAR, que solo hable del agua, y de nada más, no es una nueva concreción de las aguas ni una renovada parcelación, sino más bien, expresarían con su liviano fluir, una no parcelación que gracias a su referencia abierta, apunte hacia la inmensidad de ese mar sin acotar.
         Se trata de pertenecer al MAR que recibe el agua de los diferentes arroyos, que lo contiene TODO y no retiene NADA.
        Es el reflejo del agua de la humanidad que no pone fronteras a sus olas, que pone el énfasis en la esencialidad, más que en la especificidad de cada gota, en la infinitud del Océano existencial, apuntando más hacia la formulación común que nos unifica, que a la especificidad identitaria que nos separa.

Natalia. https://www.ixileku.org/ 

LA PAZ QUE NADIE NOS PUEDE QUITAR

Domingo VI de Pascua 

26 mayo 2019

Jn 14, 23-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.

LA PAZ QUE NADIE NOS PUEDE QUITAR

           Aun con un estilo a veces recargado y repetitivo –a la vez que deudor de su momento histórico y de su paradigma cultural–, el autor del cuarto evangelio tiene la virtud de expresar la verdad profunda de lo que somos. Por eso, cuando lo leemos desde la comprensión, sus palabras transmiten sabiduría atemporal y despiertan resonancias en nuestro interior porque salen al paso del anhelo profundo que nos habita, por más que a veces esté aletargado.

          En la Carta a los Efesios (2,14) se afirma que “Jesús es nuestra paz”. Sin duda, a tenor de lo que aparece en los evangelios sinópticos, Jesús vivió en paz profunda o ecuanimidad. Una paz que nacía en él de la certeza de estar siempre en el Padre y de no buscar otra cosa en la vida que “cumplir su voluntad”. Sin duda, una persona que no se aferra a las expectativas de su ego, sino que ama lo que la Vida quiere, permanecerá anclada en la paz.

          El ego vive en el sobresalto porque, en cuanto se hace presente la frustración, se altera o se deprime. Por esa razón, en tanto en cuanto estemos identificados con él, la paz nos resultará inasible. Cuando, por el contrario, dejamos de asociar nuestra “suerte” a la suya, porque hemos comprendido que no somos él, es posible la ecuanimidad aun en medio de los contratiempos. Lo cual recuerda aquella expresión sabia de Khrisnamurti: “El secreto de mi paz es que no me importa lo que suceda”

          En medio de una terrible crisis de angustia, esa parece que fue la experiencia de Jesús: “Que no sea lo que quiero yo, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36). Cuando una persona solo quiere lo que “Dios”, el “Padre”, la “Vida” quiere, ¿qué podría quitarle la paz?

          Lo cual no significa que no haya dolor, decepción y frustración. Somos seres sensibles y todo lo que acontece hace que vibremos. Y cuando lo que acontece es doloroso, algo en nuestro interior acusa el dolor.

          Sin embargo, el movimiento de la superficie no niega la quietud del fondo. Cuando saboreamos el Silencio, experimentamos que, más allá de las circunstancias y bajo la agitada superficie de la mente, existe un nivel profundo que permanece estable, en silencio y en paz. Por eso, con razón afirma el texto que la paz de Jesús no es como la que da el mundo. Esta última dura lo que dura la bonanza, es una “paz” deudora de las circunstancias. La paz de Jesús, por el contrario, es una paz sin objeto, porque no depende de otro factor; es consistente en sí misma.

          ¿Nos la tiene que dar Jesús, como afirma el texto? Eso es solo una lectura mental, que se basa en la creencia de la separación; es decir, nace de una consciencia de separatividad. La paz de Jesús es la paz que somos. En aquella forma de hablar, parecía ser un “regalo” venido de fuera –y ciertamente Jesús nos ha regalado su forma de vivirla, en la que podemos vernos alcanzados y, sobre todo, “despertados”– pero, en la comprensión, se nos hace manifiesto que la paz no es “algo”, ni viene de “fuera”, ni es condicionada… La Paz de la que se habla es una con el Fondo de lo real: es otro nombre de lo que somos.

¿Cómo es la paz en mí?