CUANDO HACEMOS LAS COSAS “PARA QUEDAR BIEN” O LA TRAMPA DEL YO IDEAL

Comentario al evangelio del domingo 31 agosto 2025

Lc 14, 1.7-14

Un sábado entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: «Cédele el puesto a este». Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Y dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a tus vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos”.

CUANDO HACEMOS LAS COSAS “PARA QUEDAR BIEN” O LA TRAMPA DEL YO IDEAL

La motivación que propone la parábola para no ocupar “los primeros puestos” esconde una trampa sutil en la que solemos caer, siempre que hacemos algo para “quedar bien”. En ese intento, no solo abdicamos de nuestra capacidad de autonomía, sino que nos instalamos en un “yo ideal” que, tras una fachada de “perfección”, esconde falsedad y cae en brazos de la hipocresía o “falsa humildad”: colocarse en el último lugar con el fin de quedar bien, no es humildad. Y que sea algo tan habitual nos revela que se trata de un mecanismo psicológico muy enraizado en nuestra condición.

A partir de su propia necesidad de sentirse reconocido, el niño se ve obligado, desde muy temprano, a dar una imagen de sí mismo que resulte “aceptable” para los demás. Lo cual le llevará, inevitablemente, a crear su propia sombra en la que, con frecuencia de manera inconsciente, recluir aquellos aspectos de sí mismo que no tengan cabida en la imagen que trata de ofrecer.

Ese mecanismo inicial es tan poderoso que puede seguir imperando a lo largo de toda nuestra existencia, de manera que, en todo lo que hagamos, busquemos -de manera automática- “quedar bien”, con el fin de obtener el reconocimiento ansiado.

Se trata de una tarea ardua, agotadora y desgastante. Porque el afán de ofrecer una imagen idealizada se asienta en la mentira sobre nosotros mismos y exige un enorme derroche de energía para sostenerla. No en vano, la distancia que sostenemos entre nuestro yo real y el yo ideal es fuente de neurosis.

Desactivar la trampa del yo ideal requiere -como siempre que queremos salir de cualquier trampa- amar la verdad por encima de cualquier otro interés. Y será la propia verdad, reconocida y aceptada, la que, bajándonos de cualquier pedestal ideal -falso, arrogante, hipócrita y siempre egoico-, nos reconcilie con nuestra humanidad: es el camino de la humildad.