Comentario al evangelio del domingo 24 agosto 2025
Lc 13, 22-30
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas. Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”. Jesús le dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: «Señor, ábrenos» y él os replicará: «No sé quiénes sois». Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas». Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados». Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”.
SI COMPRENDIÉRAMOS…
El yo, con su tendencia a apropiarse de todo lo que puede alimentarlo, llega al extremo de pretender garantizarse y atrapar la “salvación”. Sin embargo -advierte Jesús-, la puerta que conduce a la vida es estrecha: ningún ego apropiador cabe en ella.
Basta un poco de atención para advertir que no se trata de ninguna exigencia arbitraria: a la vida únicamente puede entrar la vida. Todo lo que no sea vida -todo lo que no sea amor- supone una carga o lastre que actúa como bloqueo que impide el paso a la vida.
La palabra sabia de Jesús invita de manera inmediata a una pregunta elemental: ¿vivo en la consciencia de ser vida, más allá de la forma (persona) en la que me estoy experimentando?, ¿hay en mí algo que no sea vida, a lo que permanezco aferrado o de lo que me quiero apropiar?
En la práctica, la consciencia de ser vida se plasma en la actitud de vivirse como cauce o canal de la misma, que permite que la vida sea y fluya a través de esta persona. Lo cual, en la práctica, se traduce en amor.
Por tanto, decir que a la vida únicamente puede entrar la vida, significa que por su puerta solo cabe el amor. Todo lo que no sea amor no cabe por esa “puerta estrecha”.
Reconocerse como vida es sabiduría o comprensión. Lo contrario -pensar que estamos separados de la vida- es ignorancia o -como decíamos hace algunas semanas- “necedad”. Es necio -del latín nescio: “no sé”- quien ignora lo que somos en profundidad.
Esa ignorancia radical nos desconecta de nosotros mismos, de los otros y de la vida. Vivimos, en consecuencia, desconectados y egocentrados, girando, de manera narcisista, en torno a los intereses y los miedos del propio ego, y provocando sufrimiento a nuestro alrededor.
¿Qué pasaría si Netanyahu se enterara de que es hermano de los gazatíes o si Trump cayese en la cuenta de que es hermano de los inmigrantes? ¿Qué pasaría si el arzobispo de Oviedo supiera –¡qué raro que un arzobispo no sepa esto y prefiera seguir rigiéndose por la ley del Talión, que Jesús quiso derogar!- que aquellos a quienes llama “moritos” son todos hermanos suyos? ¿Qué pasaría si yo mismo viviera sabiendo, de manera consciente en todo momento, que soy hermano de todos los seres? Dejaríamos de ser “necios”, la comprensión nos transformaría… y se abriría ante nosotros la puerta de la vida.
Algo parece claro: lo que nos transforma, nos hace mejores personas y construye un mundo mejor no es el moralismo, ni el voluntarismo, ni las creencias religiosas, ni la exigencia ética, ni -siendo imprescindible- el compromiso sociopolítico. Solo la comprensión -experiencial, profunda y sentida-, que posibilita el cambio en nuestro nivel de consciencia -el paso de una consciencia egoica a la consciencia transpersonal- hará posible la transformación de nuestra realidad, personal y colectiva.