¿TESTIGOS DE LA VERDAD… O DE LA PROPIA CREENCIA?

Comentario al evangelio del domingo 1 junio 2025

Lc 24, 46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”. Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.

¿TESTIGOS DE LA VERDAD… O DE LA PROPIA CREENCIA?

Pareciera como si, por defecto, el ser humano tendiera a ser proselitista. Detrás de esa tendencia, parecen apreciarse dos hechos significativos: una necesidad básica de seguridad y un anhelo noble de hacer el bien. Lo que sucede es que, con frecuencia, el modo como ambos se han articulado ha producido efectos muy perjudiciales.

La necesidad de seguridad lleva a identificar la propia creencia con la verdad. Lo que solo era un mapa mental se confunde con el territorio definitivo. Al instante, la persona cree estar en posesión de la verdad, a la vez que crece en ella la sensación de seguridad. No cabe duda de que esa creencia parece otorgarle algo que desea constantemente: llevar el control.

Pero hay también un anhelo noble: ayudar a los otros a vivir, ofreciéndoles aquello que a uno mismo le ha hecho bien. Esto explica que muchas veces el propio sujeto haya visto y vivido su proselitismo como un acto de amor y de servicio.

Y, sin embargo, el proselitismo siempre encierra una trampa, por lo que, antes o después, termina pasando factura. La trampa consiste en pensar que la verdad puede encerrarse en una fórmula, un concepto o una creencia, que más tarde podría “exportar” a otros. Lo cierto, sin embargo, es que la mente solo puede tener creencias o mapas, nunca la verdad.

La verdad no es “algo” que se tenga y pueda expresarse verbalmente. La verdad no puede tenerla nadie, únicamente la podemos ser. Pero, en cuanto reconoces eso, sabes que toca acallar la mente y permanecer en silencio, porque comprendes que todo otro es también verdad. Y cuando comprendes que el otro, por más que tenga una mente confusa, es verdad, como tú, habrás modificado de manera radical tu modo de verlo. No lo verás más como alguien a quien “convertir” a tu verdad, sino como la misma verdad que se está desplegando en esa persona mientras busca reconocerla.