CREENCIAS, MAPAS Y VERDAD

En alguna ocasión, al compartir que, en un momento dado, se me cayeron todas las creencias, alguien argumentó que, seguramente, habían cambiado, pero que en realidad tenía otras. Y mencionaba, como tales, la espiritualidad, la no-dualidad, la teoría transpersonal… Lo cual me invita a intentar clarificar esta cuestión.

Cuando hablaba de la “caída” de mis creencias, me refería particularmente a las creencias religiosas, que habían llegado a constituir “firmes convicciones” durante una etapa prolongada de mi existencia. Pero, a partir de aquella experiencia de “caída”, vi que eran todo tipo de creencias las que estaban destinadas a correr la misma suerte. Hasta el punto de comprender que, en lo que llamamos “camino espiritual”, antes o después, habrán de caer todas ellas. Lo cual, sin embargo, no niega que todavía aniden en mí muchas creencias, más o menos inconscientes, que condicionan, por su fuerte inercia, mi modo de ver y de actuar. Por más que, gracias a la experiencia vivida, ya no las absolutice o, de hacerlo, pueda con rapidez tomar distancia y “resituarme” más allá de ellas.

Una creencia es un pensamiento -un mero constructo mental- al que le damos nuestra adhesión. Y es justamente tal adhesión la que convierte el pensamiento en creencia. Con lo que, aun sin darnos cuenta, le hemos otorgado un estatus de “hecho”. La adhesión logra que aquello que era solo un pensamiento aparezca ante nosotros como un hecho irrebatible.

Ahora bien, si las creencias van a terminar cayendo, no podemos decir lo mismo de los “mapas” mentales que elaboramos siempre que pensamos y hablamos. Un mapa es también un constructo mental, que fabricamos cada vez que queremos explicarnos, mentalmente, a nosotros mismos lo que vivimos o siempre que queremos comunicarnos con los demás.

Todo lo que elabora nuestra mente y sale de nuestra boca únicamente puede ser un “mapa”. La verdad no puede ser pensada ni puede ser dicha. Simplemente, es: la somos, la vivimos, pero no podemos atraparla, tenerla ni expresarla adecuadamente. Nos resulta imposible, por tanto, escapar de los mapas cada vez que queremos “poner palabras” a lo vivido.

Con todo, hay mapas y mapas. Una diferencia crucial es la que se da entre “mapas pre” y “mapas post” experiencia. De la misma manera que no es lo mismo hacer un mapa de una ciudad que no conocemos sino de oídas a hacerlo después de haber transitado y recorrido esa misma ciudad. Un mapa pre-experiencia carece de fundamento sólido; no pasa de ser una mera elucubración mental, a partir de lo que hemos recibido de otros; un mapa post-experiencia se apoya en la experiencia vivida a la que en todo momento remite y la que le otorga consistencia y credibilidad. Pero no es la verdad. Con lo cual, si alguien se adhiere a un mapa ajeno, en ausencia de experiencia propia, no hace sino asumir una nueva creencia.

Reconocer que nuestra mente no puede salir de los mapas impide absolutizar el propio punto de vista -siempre relativo, como cualquier mapa- y capacita para modificarlo siempre que la realidad nos muestra algo que se halla en disonancia con aquel.

Creencias y mapas tienen un punto en común: ambos son constructos mentales. No es extraño que, si no se afina un poco, alguien los confunda. Y así se explica que, cuando utilizo mapas para comunicarme, quien me escucha pueda llegar a pensar que estoy transmitiendo creencias. La realidad es que, si lo vivo ajustadamente, no estoy proponiendo una creencia nueva -de la misma manera que no me sostengo en ninguna de ellas-, sino compartiendo un mapa post-experiencia que invita a quien lo escucha a prestar atención a su propia voz interior, por si se produjera alguna resonancia significativa. Esa resonancia, y no tanto el mapa recibido, es la que suele ser portadora de verdad.

Y, más allá de creencias y de mapas, ¿qué es la verdad? La verdad no es una creencia, no es un mapa, no es un concepto… La Verdad es una con la realidad: es lo que es. Y es, por tanto, lo que somos. Aquello realmente real que constituye el núcleo último de todo lo que es. Y que, como supieron ver las personas sabias, es una con la Bondad y la Belleza.

Trasciende la mente -no puede ser pensada-, por lo que el acceso a ella requiere silencio mental. La verdad se nos descubre en el silencio de la mente y del yo. Porque el “estado mental” constituye un velo que nos impide reconocerla. Y es el silencio el que permite descorrer el velo -eso significa “aletheia”, el término griego con el que se designa la “verdad”- y, de ese modo, empezar a ver con claridad.

La verdad no trae “contenidos”, que serían solo mapas, creencias o dogmas. Nos aporta una única certeza: la certeza de ser. Y nos transforma en nuestra forma de ver, de relacionarnos, de actuar, de vivir…

“La verdad nos hace libres”, según el dicho que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús. Y nos hace libres porque es fuente de luz y de comprensión. Por eso, la verdad -y solo ella- nos trae a “casa”.