LA SOMBRA DEL INQUISIDOR

Comentario al evangelio del domingo 6 abril 2025

Jn 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al Monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él y, sentándose, les enseñaba. Los letrados y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Ve en paz, y en adelante no peques más”.

LA SOMBRA DEL INQUISIDOR

Todo inquisidor -quien acecha, espía, juzga y condena al otro- proyecta en los demás su propia sombra oscura. De manera inconsciente, para crear y sostener su propia imagen de persona “honorable” -buena, honesta, fiel, coherente, comprometida…-, ha debido ocultar, negar, rechazar o reprimir aquellos rasgos suyos que la amenazaban. Por tanto, no solo proyecta y rechaza en el otro lo que vive (reprimido) en él mismo, sino que no se conoce en toda su verdad. Vive tan identificado con la imagen que quiere dar que no tolera en los demás aquello que, de reconocerlo en sí mismo, la tiraría abajo.

Al final, quien condena a los otros, se está condenando, sin saberlo, a sí mismo. Quien “tira la piedra” contra otros, la está lanzando, sin ser consciente, contra sí mismo.

El inquisidor es una persona oscura, que no se conoce y que vive interiormente fracturado entre la imagen que intenta dar y la sombra que se empeña en mantener oculta. La falta de conocimiento y de empatía hacia sí lo hacen incapaz de vivir empatía y compasión hacia los otros. Presume de su rigidez, mientras se arroga un estatus de superioridad moral y se eleva sobre el pedestal que su propia ignorancia ha construido.

La trampa en que se ve atrapado el inquisidor -y en cada uno de nosotros yace ese personaje- solo se puede soltar gracias al autoconocimiento. Cuando, entre otros, los místicos cristianos Bernardo de Claraval o Teresa de Jesús afirmaban que el conocimiento propio constituía la mejor escuela de humildad acertaban de pleno. Solo el conocimiento de sí deshace el engaño y el hecho de al iluminar la propia sombra, nos hace humanos, humildes y compasivos. Solo entonces es posible soltar el papel de “inquisidores” y vivir en la aceptación y el no-juicio.

“NO SOMOS LIBRES” // Robert Sapolsky

Entrevista de Paka Díaz a Robert Sapolsky, neurocientífico de la Universidad de Stanford, en La Vanguardia 2 de marzo de 2025:
https://www.lavanguardia.com/vivo/longevity/20250302/10424868/robert-sapolsky-neurocientifico-universidad-stanford-67-anos-tonteria-creer-gente-merece.amp.html

“Es una tontería creer que la gente tiene lo que se merece”.

El autor del bestseller sobre la conducta humana ‘Compórtate’, regresa con un libro en el que dinamita los argumentos a favor del libre albedrío. “No somos libres”, asegura, y razona cada uno de los condicionantes biológicos tras nuestro comportamiento.

Dueño de una mente analítica y brillante, a los diez años Robert Sapolsky (Nueva York, 1957) ya soñaba con estudiar a los primates. Más tarde le empezaron a interesar los humanos, y es uno de los mayores expertos en comportamiento. Profesor de Ciencias Biológicas y Neurología de la Universidad de Stanford, tras firmar el bestseller Compórtate, publica Decidido, donde desbarata el libre albedrío. “No somos libres”, apunta, aunque afirma que a la mayoría de la gente le cuesta “aceptar la posibilidad de que no somos más que máquinas biológicas. Muy lujosas y complejas, sí, pero máquinas”.

El prestigioso neuroendocrinólogo recuerda con melancolía a uno de sus héroes, el médico alemán Rudolph Virchow. “En el siglo XIX ya señalaba una conexión absoluta entre ser científico y luchar por la clase trabajadora. Decía que los médicos eran abogados naturales de los pobres”, cuenta. Su alumno favorito, prosigue, “era chileno y regresó a su país para implementar esas ideas. Se llamaba Salvador Allende…”. La política actual de Estados Unidos la califica de “desastre, pesadilla” pero, advierte, quienes podrían parar a Donald Trump “no lo harán por miedo o avaricia”.

¿Cómo recuerda su infancia, a usted de niño?

Extremadamente afortunada. Mis padres eran estables, responsables y me querían. Pude ir a buenas escuelas y nunca pasamos hambre. Así que, para los estándares humanos, tuve una infancia muy privilegiada.

¿Cuándo empezó a interesarse por el comportamiento humano?

Tenía unos 10 años cuando decidí que quería estudiar primates salvajes en el campo. Pero, en aquel momento, tenía cero motivación por entender a los seres humanos. Más tarde me di cuenta de que también eran interesantes. Mi interés surgió lentamente.

¿Sigue yendo cada año a Kenia a estudiar a los primates?

Lo dejé hace unos 12 años, después de 33. Aquel era mi segundo hogar. Y no quería que terminara, pero tuve que hacerlo, no podía continuar para siempre.

¿Qué aprendió de ellos?

Que lo que creía haber aprendido era una pérdida de tiempo. Lo que más me interesaba era saber cómo soportaban el estrés en términos de salud. Eran un modelo de estudio maravilloso, porque un babuino de la sabana que habita en el Serengueti, en África oriental, vive una vida de gran privilegio entre los primates. Es un ecosistema fantástico, y viven en grupos lo bastante grandes como para enfrentarse a leones y leopardos con facilidad. Y, lo más importante, por ese ecosistema, solo tienen que pasar alrededor de tres horas al día para buscar comida, a diferencia de una cebra que come durante 20 horas, o algo así. Si solo tienes que trabajar tres horas al día, tienes el resto del día para dedicar tu tiempo a la complejidad de las relaciones sociales que, para los babuinos, consisten en estresarse psicológicamente entre sí. Manifiestan un comportamiento terrible.

¿Nos parecemos, los babuinos y los seres humanos?

Sí, te pongo un ejemplo. Ningún humano tiene hipertensión por tener que luchar contra los depredadores, sino que contraemos enfermedades relacionadas con el estrés porque tenemos este lujo occidentalizado de poder dedicar nuestro tiempo a la tontería psicosocial, y nos estresamos por ello. Los babuinos hacen exactamente lo mismo. Si eres un babuino en el Serengueti y te sientes miserable, es casi seguro porque otro babuino ha trabajado duro para hacer que te encuentres así. Así que son un modelo maravilloso para estudiar el estrés psicosocial occidental y las enfermedades relacionadas con él.

¿Y qué es lo que aprendió de ellos, que luego no le pareció tal aprendizaje?

Lo que pensé que había descubierto después de los primeros 20 años de trabajo es que si eras un babuino macho querías ser de alto rango porque era significaba estar más sano, ya que tenían un menor estrés psicológico. Yo debí de ser muy joven y muy idiota para concluir que el mundo de los babuinos giraba en torno a jerarquías de dominación. Me tomó alrededor de 20 años empezar a darme cuenta, en cambio, de que si los babuinos querían ser de alto rango era para tener un montón de compañeros de aseo social, reproducirse con más hembras fértiles y tener acceso a los mejores alimentos.

Así que los babuinos tienen estrés como nosotros…

Sí. El 50% de las agresiones entre babuinos se producen porque alguien pierde una pelea, se da la vuelta y ataca a alguien más pequeño y más débil. Se trata de estrés psicológico, falta de control y miseria psicológica. Y son grandes en eso. Son mezquinos, infantiles, vengativos, forman coaliciones y luego resultan ser indignos de confianza porque morderán a su compañero por la espalda a la primera oportunidad. Te pasarás una mañana viendo a una hembra de bajo rango cavando alguna raíz de tubérculo del suelo para comer, y una hembra de alto rango se acercará y la hará levantarse y alejarse 10 metros. Y 30 segundos más tarde, volverá a hacerlo, solo porque puede. Así que sí, son geniales y bastante similares a nosotros. Ah, y también son depresivos.

Hablemos de su último libro en España, Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío (Capitán Swing, 2024). Entonces, ¿el libre albedrío es una ilusión?

Sí, creo que no hay libre albedrío en absoluto.

¿Por qué cree que no existe?

Creo que no existe, pero creo que el 95% de los humanos en Occidente creen firmemente en el libre albedrío porque es un fastidio psicológico para la mayoría de la gente aceptar la posibilidad de que no somos más que máquinas biológicas. Muy lujosas y complejas, sí, pero máquinas. Para la mayoría de la gente esa idea es inquietante y les parece deprimente porque echaría por la borda el sentido de la responsabilidad personal y cosas por el estilo. Sin embargo, pienso si la gente aceptara que no existe el libre albedrío, el mundo sería un lugar mucho mejor para vivir, en lugar de causar anarquía y desmoralización.

Por partes, ¿eso significa que no somos libres?

Exactamente, no somos libres. Cuando tomamos una decisión parece libre albedrío, pero estamos mirando en el lugar erróneo para saber de dónde procede nuestro comportamiento. Cada día, todo el mundo tiene que tomar alguna decisión: qué sabor de helado comprar, o si van o no a asesinar a alguien. Para la mayoría de la gente, claramente puedes elegir, y eso es suficiente para decidir que existe el libre albedrío, o para considerar a alguien penalmente responsable de sus actos. Pero, desde mi punto de vista, eso supone tomar en cuenta tan solo el último 1% de lo que ha ocurrido para explicar por qué la persona tomó la decisión. Haces preguntas como ¿era consciente de la intención? ¿Comprendían sus implicaciones? Pero no la única pregunta relevante que es, ¿cómo se convirtieron en el tipo de persona que decidiría?

¿Y cómo se convirtieron en esa clase de persona?

Debido a la neurobiología, a factores sobre los que no teníamos control: los estímulos ambientales, las hormonas, décadas de influencias sobre nuestra función cerebral, nuestra adolescencia, infancia, entorno fetal… También por nuestros genes, la cultura que inventaron nuestros antepasados y cómo evolucionamos como especie. Cuando juntas todas estas piezas, entiendes por qué esa persona hizo lo que acaba de hacer. Por todo lo que vino antes, desde un segundo hasta un millón de años antes. Todo lo que somos es la biología y sus interacciones con el medio ambiente, sobre los que no teníamos ningún control. Preguntarle a la persona si tenía la intención de hacer algo es como pedirle a alguien que revise un libro cuando solo ha leído el último párrafo del mismo. Cuando lo diseccionas, la respuesta es que actuamos por cosas sobre las que no teníamos control.

¿Cuáles son las consecuencias del libre albedrío?

Carga sobre nosotros muchas culpas. Por ejemplo, si soy responsable de ser un sin techo, un drogadicto o un refugiado de algún lugar… Ese es el sistema en el que estamos, que se está volviendo más y más opresivo para todos. Espero de verdad que los jóvenes encuentren la manera de acabar con ello, pero es difícil. Ya es bastante malo cuando los ricos están convencidos de que los pobres merecen ser pobres, pero es aún peor cuando los pobres han sido convencidos de pensar que se lo merecen. Y de eso se trata en la mayoría de estos mecanismos.

¿Este es el discurso actual?

Se está diciendo que las personas que han ganado tienen derecho a cómo les han ido las cosas. Y eso no es así en absoluto, nos lo muestra la ciencia. Pero va a ser increíblemente difícil cambiarlo. Yo mismo soy capaz de pensar y sentir y funcionar como si no hubiera libre albedrío solo el 1% del tiempo. Y caigo en enfadarme con esta persona, o sentir orgullo por esto o aquello.

También hemos avanzado en muchas cosas…

Sí, la gente ya no es quemada en la hoguera, eso es progreso. Dejamos de considerar que la epilepsia era señal de posesión demoníaca. Eso tomó un par de siglos. A la psiquiatría le llevó todo el siglo pasado descubrir que la esquizofrenia no es causada por madres que inconscientemente odian a sus hijos, sino un trastorno neurogenético. Se ha tardado 40 años para saber que los niños con dislexia no son perezosos, ni estúpidos. Tal vez en cinco años pensemos que la identidad sexual no es un acto de libre albedrío, ni que algunas personas con sobrepeso tienen falta de autodisciplina y no quieren ser felices, sino que tienen una versión de un gen en su hipotálamo para que no recibe la señal de estar llenos. Pero vamos muy lentos, cambiarnos es muy complicado.

Cuando se llega al final de la vida, mucha gente empieza a creer en la religión y el más allá…

Yo espero seguir pensando como hasta ahora, en lugar de tener una horrible demencia con la que tengo pesadillas. Espero que el resultado de mis investigaciones ayude a que la gente entienda que no tiene sentido culpar a nadie, ni castigar o recompensar. Y que odiar a la gente es como odiar a un tornado o un terremoto. Simplemente, resultaron ser de tal forma. La noción de que nosotros, en el mundo occidental, unos siglos después de la Ilustración, somos seres racionales y lógicos es una completa tontería, como creer que la gente tiene lo que se merece, que hay un propósito para todo o que hay un Dios que es responsable de todo.

¿Qué cosas le parecen más importantes en la vida?

Oh, acicalarse socialmente, como hacen los babuinos. A los 10 años decidí que quería vivir solo en una tienda de campaña con primates salvajes. Esa fue una muy buena lección. Hay momentos en que, de repente, todo tiene sentido y sientes gratitud por haber tenido la suerte de que un montón de moléculas se unieran temporalmente para ser esto que soy.

¿Ha pensado alguna vez en la jubilación?

Siempre supuse que iba a ser uno de esos ancianos de 90 años que sigue con tubos de ensayo y en el laboratorio con ratas haciendo el siguiente experimento. Pero hace unos 12 años, decidí que era hora de dejar de hacerlo. Así que, cerré mi laboratorio y dejé de investigar. Y he estado sentado en casa leyendo y escribiendo desde entonces y, ocasionalmente, enseñando cuando mi universidad se enfada lo suficiente conmigo. Estos son mis planes.

¿Cuáles son las lecciones más útiles que ha aprendido?

Una de las más importantes, la aprendí de los babuinos, y es que las relaciones sociales son cruciales. Es irónico que un primatólogo de campo lo descubra cuando lo que hace para ganarse la vida es vivir solo en una tienda con un montón de monos. Para mí fue un avance querer estar en una relación estable. Mi esposa y yo llevamos juntos 34 años y es maravilloso. Aprender a reconocer el propio grado de privilegio y, en vez de tener orgullo, tener gratitud es otra lección increíblemente importante.

Aprovecho para preguntarle algo de actualidad, ¿qué se esconde detrás del comportamiento de alguien como Donald Trump?

La respuesta más fácil es simplemente resumir su carácter: es un matón incapaz de sentir empatía, que solo se preocupa por el poder y la adoración, y con una profunda inclinación a la crueldad. Un narcisista totalmente tóxico. Pero yo no creo en el libre albedrío, no creo que las personas sean responsables de lo que se han convertido, así que tengo que aplicarle lo mismo a él; como tal, no es casualidad que se haya convertido en quien es. Tuvo una madre que era como un congelador, un padre que se parecía mucho a él; vio a un hermano mayor beber hasta morir. Y sospecho que lo ha carcomido toda su vida es que, debido a la riqueza en la que nació, siempre ha estado rodeado de personas a las que se les ha pagado para que pretendan que lo aman.

VOLVER A CASA

Comentario al evangelio del domingo 30 marzo 2025

Lc 15, 1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna». El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y empezó a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a su campo a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: ʽPadre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornalerosʼ». Se puso en camino a donde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercó a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le comentó: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Él le replicó a su padre: «Mira, en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha gastado tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado». El padre le dijo: «Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado»”.

VOLVER A CASA

Tengo para mí que una de las metáforas más adecuadas para entender nuestro momento cultural es aquella que habla del “regreso a casa”. Aunque hay demasiados ruidos en esta sociedad incierta y estresada que parecen ahogarla, no resulta difícil percibir un anhelo que se expande y que puede resumirse en esta expresión: “Ven a casa”.

El ser humano anhela vivir en casa y, a mayor lejanía de la misma, más fuerte es el sentimiento de nostalgia. Pareciera que nos hemos hecho expertos en el arte de entretenernos, compensar, correr, huir…, vivir en la superficie. Las múltiples actividades, los crecientes pretextos para distraernos, los condicionamientos mentales y emocionales de cada cual parecen jugar a favor de una vida marcada por la superficialidad e incluso la inanidad. Con frecuencia, nos resignamos a sobrevivir y dejar pasar el tiempo.

Y, sin embargo, a poco que prestemos atención -en medio de alguna crisis o, simplemente, en un breve “descuido” por nuestra parte-, vuelve a hacerse presente el anhelo -la voz interior, el “instinto de vida”, el maestro o maestra interior- que una y otra vez susurra: “vuelve a casa”.

En la vida de la persona se produce una transformación radical cuando es capaz de experimentar, en sí misma, ese “lugar” interior al que nos referimos con la metáfora de la “casa”. Un lugar de quietud, en medio de cualquier oleaje; de calma, en medio de cualquier tempestad; de luz, en medio de cualquier oscuridad; de gozo o alegría serena, en medio de cualquier malestar o angustia… Ese es el lugar donde, finalmente, nos reconocemos a nosotros mismos: ahí nos sentimos ser, más allá de lo que hacemos. Y solo ahí es posible el descanso, en el sentido más hondo de esa palabra. Y es justamente de ese lugar de donde sale la invitación que nos repite: “vuelve a casa”. Quien lo ha experimentado, sabe que ese es el tesoro escondido -tan cercano, tan íntimo- capaz de transformar nuestra vida, nuestro modo de ver, de relacionarnos y de actuar.

SALUD, EQUILIBRIO, AMABILIDAD // Carlos López-Otín

Entrevista de Pura C. Roy a Carlos López-Otín, catedrático de bioquímica y biología molecular, en El Asombrario, de Público.es, 7 de enero de 2025:

“En una sociedad más amable no habría tantos episodios de depresión”.

El catedrático de bioquímica y biología molecular Carlos López-Otín insiste en el equilibrio como clave de salud. Equlibrio y amabilidad. Hemos hablado con él a partir de su nuevo libro, ‘La levedad de las libélulas’. “Hay que evitar la toxicidad. Los pesticidas dependen de las legislaciones y de los compromisos de nuestros representantes, pero está la toxicidad humana como el odio, el acoso o el insulto, que no deben ser aceptados como patrones normales de una sociedad”. “Yo estoy convencido de que en una sociedad más amable no se generarían tantos episodios de depresión. La educación es respeto, empatía, altruismo. Por eso mi rayuela de la salud contiene componentes sociales y emocionales. Un millón de personas se suicida al año en el mundo y muchos son jóvenes; esto es insoportable”.

“Las libélulas son criaturas míticas, veloces y maravillosas, con una excepcional capacidad de observar el mundo a través de unos ojos formados por miles de estructuras hexagonales que les regalan una visión panorámica completa del entorno en el que viven. Vuelan en cualquier dirección, suben, bajan, avanzan, retroceden, giran a la derecha, a la izquierda o sobre sí mismas, y se sostienen en el éter sin aparente esfuerzo, todo lo cual da sentido a su nombre y llega a convertirlas en auténticos seres “sutiles, ingrávidos y gentiles”. La palabra libélula deriva de libella (balanza), un vocablo que expresa adecuadamente la idoneidad de estos animales para alcanzar ese equilibrio imposible que les permite flotar en el aire y nutrirse del viento”. Ante esta definición, no es de extrañar que el catedrático de bioquímica y biología molecular Carlos López-Otín haya elegido a estos animales para titular su nuevo libro: La levedad de las libélulas. Su labor científica se ha centrado en el estudio del envejecimiento, el cáncer y las enfermedades minoritarias. Su libro quiere ofrecernos claves para lograr el equilibrio físico y mental y un camino hacia la medicina de la salud.

En el libro expresa continuamente que la salud es equilibrio ¿Cómo debemos entender esta afirmación al vivir en un mundo tan desequilibrado?

La salud se define como la ausencia de la enfermedad, esa es la idea que todos tenemos. Hay dos tipos de características que influyen en la salud, unas celulares, moleculares, que es en la que fui educado y he trabajado toda mi vida, la otra el ambiente. El equilibrio sería el diálogo correcto entre estos dos mundos, el de nuestro interior, el mundo celular, y el mundo social y emocional. Esta idea la han expresado algunos pensadores, pero les faltaba preguntarse por las rutas para conseguirlo. Como diría el poeta José Ángel Valente, convertir la palabra en la materia.

Dice que la vida viene de la vida.

El congreso Solvay en 1927 reunió a los físicos y químicos más importantes del momento. Había 17 premios Nobel entre los 29 participantes. Yo lo utilizo como metáfora, porque se hizo para poner en valor todo el conocimiento del momento. El físico Erwin Schrödinger, uno de los participantes del congreso, 20 años después se hizo esta pregunta: ¿Qué es la vida? Y por qué se la hizo; tal vez porque esos científicos fueron utilizados para crear las armas más destructivas de la Humanidad.

Más tarde, cuando Francis Crick, James Watson y Rosalind Franklin llegaron a la doble hélice del ADN, esta explicó las dos preguntas fundamentales: qué representa la vida, la herencia, la vida viene de la vida; la segunda, que la vida es información, una ingente masa de información biológica. Y solo necesita cuatro componentes químicos, cuatro letras o eslabones que, combinadas millones o miles de millones de veces, proporcionan los datos precisos para iniciar y desarrollar la vida.

Ha estado décadas investigando estos niveles celulares y moleculares. En estos años, ¿cuáles han sido los avances extraordinarios que se han producido en su campo?

Todos han sido avances reduccionistas; quiero decir, de los organismos a las moléculas. El primer gran concepto fue la descripción del material genético; después, descifrar el código genético, y luego combinar las moléculas con el ADN recombinante para construir proteínas con las características deseadas, enseñando a las bacterias o las levaduras a que produzcan por ejemplo la insulina.

El otro gran nivel fue el proyecto Genoma Humano para saber cómo somos. Abrió nuevos horizontes y los nuevos lenguajes biológicos. El genoma no es el único lenguaje, está el lenguaje epigenético, que nos cuenta cómo se regula, cómo se organiza, cómo se coordina todo esto. Este nos ha llevado a la identificación de muchas enfermedades y a nuevos tratamientos. Todo esto sigue siendo muy insuficiente, se lograrán más avances. De hecho, el premio Nobel de Medicina de este año ha sido para Victor Ambros y Gary Ruvkun por el microRNA de los mecanismos de regulación. Ahora se sabe que el genoma humano codifica más de mil microARN, que están demostrando su importancia fundamental para el desarrollo y el funcionamiento de los organismos.

En su libro dice que hay muchas formas de vivir, pero también muchas de enfermar y muchas de morir.

17.000 formas distintas, ya que hay más de 17.000 enfermedades registradas. Este número nos habla de la fragilidad, de la vulnerabilidad en un tiempo donde nos anuncian que vamos a ser inmortales. Muchas de ellas no tenemos manera de curarlas y otras ni siquiera las entendemos. Eso nos debería llevar al máximo respeto por la gente que trabaja en medicina y reconocer a todos los que se esfuerzan por entender estas claves. Pero además hay otros componentes de los moleculares, están los sociales; por eso el libro propone avanzar en el cuidado de la salud. La medicina de la salud.

Cuáles son esas claves incluso para aquellos que no quieren ser inmortales, pero sí llevar una vida sana. La ecuación que propone es muy larga.

Sí, claro; si no, sería banalizar la salud. Esta fórmula tiene tres términos científicos: espacio, tiempo y regulación, que significa que cada cosa ocurre en su lugar y hay barreras que no podemos romper; luego, tiempo, cada proceso biológico acontece en su tiempo biológico, ni antes ni después; y regulación para saber cómo se organizan 60 billones de células. Tenemos tantas células humanas como no humanas, unos 30 billones de células son bacterianas, parásitos, virus que forman parte de nuestra esencia y que constituyen lo que somos: holobiontes. No estamos hecho de una sola entidad. Estos 60 billones se comunican constantemente y la falta de sintonía se llama disbiosis y es la causa de muchas enfermedades.

Pero hay otros determinantes de la salud. Primero, la alimentación; dialogamos con ella tres veces al día. Debería ser natural y austera. En segundo lugar, el ejercicio moderado para huir del sedentarismo, tan habitual hoy. Luego, los ritmos del interior, la cronología interior, tenemos miles de relojes en nuestro organismo, el sueño es un gran elixir de longevidad y juventud. Pero para dormir bien hay que mantener los ritmos de reposo del cuerpo y acordarnos de apagar la luz azul. Hay que evitar la toxicidad. Los pesticidas dependen de las legislaciones y de los compromisos de nuestros representantes, pero está la toxicidad humana como el odio, el acoso o el insulto, que no deben ser aceptados como patrones normales de una sociedad. 

Dice que los imperfectos sistemas moleculares han permitido el avance en la evolución.

Si no hubiese habido imperfecciones, seguiríamos siendo bacterias aburridas. Si no hubiera habido cambios, no se habría dado la evolución. Las sucesivas espirales de complejidades han permitido que nosotros estemos aquí. Además, junto con la biológica, hemos tenido una evolución cultural. Ahora sumamos las dos imperfecciones.

¿Cree que ahora es más conocido debido a la muerte y su relación con Sammy Basso?

Gracias por preguntar sobre ello. Aquí tengo un amuleto de Sammy. Él fue un niño que conocí con la enfermedad de la progeria, o envejecimiento prematuro, y en nuestro laboratorio teníamos un ratón mutante que tenía el mismo gen que estos niños, la progeria más agresiva, y este ratón sirvió para ensayar las primeras terapias. Sammy probaba todo aquello que considerábamos que podía alargarle la vida y pasó de tener una esperanza de vida de 12 años a morir con 28 años. Durante todos esos años, Sammy fue a la universidad, estudió biología molecular, fue un estudiante muy brillante y eso le permitió entrar a trabajar en nuestro laboratorio sobre su propia enfermedad. En sus últimos cinco años se convirtió en un icono.

A su funeral acudimos más de 4.000 personas y hubo muchas sonrisas para celebrar su vida. Es un gran ejemplo de cómo hay que asumir la imperfección, y demostró que la ciencia ayuda, que ayuda la investigación para entender mecanismos del envejecimiento normal.

Sus campos fundamentales de investigación han sido el cáncer y el envejecimiento. ¿Qué les diría a todos los que nos venden la inmortalidad y los remedios de la eterna juventud?

Para mí el envejecimiento no es una enfermedad, es un proceso biológico.

En el cáncer todavía hay muchas fronteras del conocimiento, pero hoy es más fácil sobrevivir, más del 50% de los pacientes se curan de esta enfermedad. Y a todos les diría que la inmortalidad es físicamente imposible en el momento actual. Las estrategias génicas de las que se habla son irrealizables y, desde mi punto de vista, insostenibles cuando no somos capaces de aplicar esa tecnología para lo que deberíamos, que es curar enfermedades que no tienen solución hoy. Esta es la prioridad. A los que quieren ir más allá, hay que decirles que no tenemos el conocimiento, que hay limitaciones. Centrémonos en la salud y no en los impostores sueños de inmortalidad. Los robots son inmortales, se alimentan de electrones. Nosotros somos mortales, nos alimentamos de emociones.

¿Confía en la Inteligencia Artificial?

Sí, claro que confío, en nuestro laboratorio hemos utilizado IA para desarrollar algoritmos que nos han permitido descubrir la causa de enfermedades. Algoritmos muy avanzados que desarrollamos nosotros mismos. Con ellos hemos sido capaces de encontrar nuevas dianas terapéuticas para el cáncer. Pero estos tienen que ayudarnos a avanzar, no para que las decisiones las tomen otros y no nosotros. ¿Quiénes son los otros? Personas poco informadas que tienen poder y deciden lo que es así y lo que es asá. Las cuestiones fundamentales no deben ser decididas por algoritmos o robots.

Ya lo decía George Orwell, lo importante no es seguir sobreviviendo, lo importante es seguir siendo humanos. Los robots, mientras haya un enchufe, seguirán sobreviviendo y tal vez nos superen en algunas cuestiones, pero nosotros debemos seguir siendo humanos. Sigamos enseñando a las máquinas, son un avance muy importante, pero no olvidemos educar a las personas.

Hemos pasado de la melancolía a la depresión. ¿Sigue utilizando la palabra alma para abordar la salud mental?

Mil millones de seres humanos tienen algún problema emocional. Sigo utilizando la palabra alma porque para mí es difícil definir dónde está esa esencia. Parece que lo que no se ve no existe, y no es así. Alma es una palabra inventada para denominar algo que no tenía una realidad física. Para mí tiene el significado de aquello que nos importa, pero no vemos. No tiene ningún sentido transcendental ni religioso. Las emociones nos mueven en la vida, por eso utilizo la palabra y trato de dotarla de un contenido físico, con respuestas que nos ayuden a equilibrar nuestra vida.

Cuando habla de la tristeza y de la depresión, ¿opina como el neurólogo Antonio Damasio que la separación absoluta entre lo orgánico y lo psicológico fue el gran error de Descartes?

He leído mucho a Damasio y me parece admirable. Sí fue el gran error de Descartes. Pero seguimos ahí. Por ello la propuesta debe ser la educación. Es la manera de progresar. Yo estoy convencido de que en una sociedad más amable no se generarían tantos episodios de depresión. La educación es respeto, empatía, altruismo. Por eso mi rayuela de la salud contiene componentes sociales y emocionales. Un millón de personas se suicida al año en el mundo y muchos son jóvenes; esto es insoportable. Y no por las estadísticas. En el libro digo que mi profesora de Estadística es la poeta Wislawa Szymborska. Su poema Estadística es mi mejor enseñanza y empieza diciendo: “De cada cien personas, las que todo lo saben mejor: cincuenta y dos, / las inseguras de cada paso: casi todo el resto…

¡Ahora está de moda el malismo!

Esto no ayuda, el odio, la envidia, la ambición desmedida, todo ello forma parte de la existencia de los humanos, somos imperfectos y seguiremos siéndolo, pero avancemos en educación; posiblemente no viviremos más, pero sí mejor.

En el libro acuña una nueva palabra: trisbiosis.

Las cosas que no se nombran no existen. Disbiosis es una palabra que describe el desequilibrio que existe entre nuestro genoma bacteriano y humano que genera enfermedades. La disbiosis consiste en la ruptura del delicado equilibrio entre los miles de millones de microorganismos que conforman la microbiota humana y su relación con nuestro cuerpo. La tristeza también genera enfermedades somáticas; entonces, ¿cómo llamar a estas enfermedades?, pues trisbiosis. Yo tengo un maestro nombrador que es el poeta Fernando Beltrán y como él pone nombre a empresas, le dije que le regalaba esta palabra.

Habla de la necesidad de buscar islas de estabilidad emocional. ¿Cuál es su isla en estos momentos?

Siempre hay que tratar de encontrar lugares que te permitan tener estabilidad emocional. Yo tengo dos lugares. Durante 40 años, mi isla de estabilidad emocional fue Asturias, ahora ya no, pero la he reemplazado por Mallorca y la Fontana Médici en París, en el Jardín de Luxemburgo. En estos lugares encuentro estabilidad y esperanza.